La verdadera historia del Capitán Garfio
El siguiente one-shot es un texto que escribí para un concurso y gané^^. Consistía en escribir una historia teniendo de protagonistas al Capitán Garfio (sí, el de Peter Pan xD) y a Helen (la prota del libro Entre luz y tinieblas, que es un fantasma). Como había límite de espacio el final me quedó algo abrupto y no pude explayarme con las descripciones como me hubiese gustado. Algún día me gustaría continuar esta historia, pero tengo tantas historias empezadas que ésta tendrá que esperar.
La portada es para llamar la atención xD Yo me imagino al capitán Garfio de esta historia como un morenazo :P
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Dos gaviotas volaban en círculos al rededor de un banco de peces. El sol ya se había retirado a descansar tras un duro día de trabajo y su hermana la luna comenzaba a desplegar su manto de estrellas. El capitán Garfio se hallaba cruzando el mar sobre un pequeño bote. Su barco había anclado bastante alejado de la orilla para no ser descubierto. Atravesó la playa tan sigilosamente como lo había hecho remando y se detuvo al hallarse bajo los pies de la gran y misteriosa torre que se alzaba más arriba de lo que las nubes le permitían ver. Tanteó la pared de fría roca, se aclaró la garganta y gritó:
—¡Yo quiero ser pirata, pero no por el oro y la plata, sino por lo que hay entre tus patas!
Esperó unos segundos, pero no pareció pasar nada así que lo volvió a intentar y otra vez más. A la tercera fue la vencida. Una larga trenza de oro cayó desde las nubes.
La contraseña la había elegido él tras haberla discutido, mejor que la típica de siempre sí que era.
Se sostuvo con firmeza a la trenza y trepó. Unos pocos metros le separaban a Rapunzel de su libertad. Aquella noche rescataría a la encantadora dama que se hallaba cautiva en esa torre alejada de la mano de Dios para convertirla en su séptima esposa de sal. Los piratas y marineros tienen una esposa de sal por cada puerto que visitan.
Sin mucha dificultad logró alcanzar el alféizar. Ansiaba sumergirse en los verdes ojos de su amada. Para su sorpresa sólo halló los de una vieja decrépita. La maldita bruja soltó los cabellos, pero Garfio fue rápido y consiguió agarrarse con la mano que le daba su apodo a un saliente. Dejó caer al abismo una de sus botas y fingió gritar para engañarla. Funcionó ya que la vio abandonar la ventana. Esta vez le costó más subir, aún así logró colocarse detrás de la bruja sin que ésta le percibiera. No dudó en atravesar su envenenado corazón con el garfio. Se deshizo rápidamente del cadáver y se arrodilló ante el cuerpo de Rapunzel que yacía inerte sobre un humilde colchón, y la rodeó con sus brazos mientras susurraba palabras tiernas, pero era demasiado tarde.
En su esbelto pecho brotaba una gran flor carmesí. Se permitió dejar caer unas lágrimas y enredó sus dedos de pirata entre la increíble melena de la joven. Sostuvo unos mechones que la bruja había cortado irregularmente.
Extrajo una navaja de entre algún lugar de su traje y cortó con cuidado un mechón. También cortó una tira de su ropa interior de seda y ató con ella su pequeño tesoro. La seda todavía mantenía su calor.
Cuando regresó a su barco el resto de la tripulación le estaba esperando con las jarras llenas de ron y las cuerdas de los violines afinadas para festejar la unión de la pareja, pero cuando vieron la cara de pocos amigos que traía y que regresaba solo dedujeron que la fiesta se les había aguado. Le tendieron la escalerilla y éste subió malhumorado.
Ya en la cubierta dio órdenes de levar el ancla, le propinó una patada en el trasero a uno de sus hombres y les gritó improperios a otros tantos. Se encerró en su camarote pegando un portazo. Lo que no sabía nadie era que no había vuelto exactamente solo.
Helen no estaba muy contenta con su nuevo anfitrión, pero no había tenido más remedio. Aún no quería regresar al Infierno y Dios no parecía dispuesto a querer perdonarla tampoco esta vez, por lo que con la muerte de Rapunzel, su anterior anfitriona, aquel hombre de aspecto amenazante había sido su última esperanza. Se sentía triste por el trágico final de la muchacha. La pobre había tenido una vida solitaria allí confinada.
Helen había sido su única compañía y se encargaba de consolarla susurrándole canciones cuando dormía o inspirándole con historias para que las escribiese y así ofrecerla un entretenimiento. Todo había cambiado a partir de que James comenzara a visitarlas.
Por primera vez Rapunzel sonreía y en sus ojos brillaba una chispa de esperanza. Aquel hombre prometió rescatarlas y así abandonarían aquella aburrida prisión.
Gracias a las historias que él les había contado se lo había imaginado como un valiente caballero que había derrotado incluso a dragones y sin embargo, había fallado, no había cumplido su promesa, eso es lo que le daba rabia de él. Y además resultó ser un sucio pirata. Al menos había podido sacarle a ella y si había sido bueno para Rapunzel no podía ser muy malo.
Garfio decidió darse un baño para poder relajarse pues temía que si bebía el alcohol le mostrase peores alucinaciones. Se despojó del elegante traje que se había puesto para la ocasión y antes de que se introdujera en la bañera, Helen se quedó fascinada por un colgante verde azulado que resplandeció por unos instantes en su pecho. Afuera negros nubarrones cubrían el cielo y un fuerte viento arremetía contra el palo mayor. La lluvia parecía dispuesta a borrar la fragancia de Rapunzel de la Tierra.
Helen recordó cómo en una de esas historias les había contado Garfio que una infernal criatura llamada Kraken se tragaba navíos enteros.
Generalmente solía dejar intimidad a sus anfitriones, pero aquel colgante había despertado en ella una creciente curiosidad aunque no comprendía por qué le había llamado tanto la atención. Siguió a Garfio al cuarto de baño y antes de que el agua caliente estuviese preparada, pudo observar bien su cuerpo. Su tostada piel estaba repleta de cicatrices que le dotaban de un aspecto más interesante. Melena larga y ondulada se esparramaba sobre sus hombros.
Recorrió la fina línea de vello que atravesaba su curtido torso y que se perdía entre su pubis. Entonces se percató del tatuaje que con ropa no había podido ver: en letras barrocas podía leerse “James Hook”. Aquel era su nombre completo, al menos no había sido tan estúpido de tatuarse en un lugar como ése el nombre de alguna amante.
Cada vez que recordaba que él se llamaba James no podía evitar sentir nostalgia. Volvió a sentir la llamada del colgante y sus ojos se clavaron de nuevo en el redondo amuleto. En el centro podía distinguirse un pequeño agujero negro que cuanto más lo miraba más se ensanchaba. Despegó sus etéreos ojos de allí y los elevó para toparse directamente con dos iris verdes cuyas pupilas estaban dilatadas exageradamente.
¿Aquel hombre podía verla? Si hubiese tenido un cuerpo material se habría sonrojado, más que nada porque le había descubierto espiándole en el baño.
—Te conozco —rompió él el silencio. Su voz sonaba más tranquila de lo que aparentaba estar realmente—. Ya te he visto alguna vez, en la torre, asomada desde detrás de la puerta.
Era cierto que al principio no se fiaba de él como para dejarle a solas con su anfitriona por lo que aunque salía de la habitación, al final no podía resistirse a echar un vistazo para comprobar que todo marchaba bien.
—¿Eres un esbirro de esa maldita bruja?
—¡No!
—Tienes que haber sido tú el traidor que la informó de nuestro plan de huída.
Helen intentó explicarle que ella odiaba a la bruja tanto como él, pero el capitán parecía fuera de sí. Se hizo con una fregona que se encontraba apoyada en un rincón y la sostuvo como si de una espada se tratase. No pareció importarle el hecho de que estaba en cueros. Se lanzó sobre ella salvajemente, pero lo único que consiguió fue, para su sorpresa y terror, atravesarla, dándose de lleno contra la pared.
—¡Eres un espíritu!
El silencio no lo desmintió.
—Ya me lo advirtió ese Jack Sparrow, aquel oro estaba maldito. ¿Vienes a llevarte mi alma por haber robado el tesoro que protegías?
—No soy ningún espíritu maligno —se atrevió finalmente Helen a hablar.
No sabía como actuar, estaba totalmente prohibido revelarle a nadie su condición, pero tampoco había ninguna norma que explicase qué hacer en un caso como ése. Podía mentirle y decirle que se trataba del espíritu de su hermana que había visto en una fotografía y que venía a hacerle una visita, pero no le terminaba de convencer. Finalmente optó por contarle la verdad. James parecía haberse tranquilizado tras comprender lo que sucedía. Con las aventuras que había vivido aquella revelación no debería resultarle tan increíble como al resto de mortales.
—Ese colgante… ¿De dónde lo has sacado?
Garfio en un acto reflejo enroscó sus dedos alrededor del misterioso colgante, que en realidad se llamaba el Ojo de sirena. Le tenía mucho apego y nunca se lo quitaba.
—¿Pasa algo raro con él?
—Desprende una energía abrumadora.
Probó a quitárselo y efectivamente, la figura de la mujer que se hallaba ante él desapareció. Cuando lo volvió a pasar por su cabeza, Helen seguía allí. Así que de eso se trataba.
—¿Dónde lo conseguiste? —volvió a preguntarle
—Una mujer me lo dio.
—¿Cómo me ves? —se atrevió a formularle Helen
—Como a una mujer muy hermosa. Ahora mismo te acabas de llenar de color y puedo apreciar que tu cabello es dorado y tu descolorido vestido, azul. Incluso te has sonrojado. La primera vez que te vi parecías una sombra plateada, como un fantasma.
—¿Fantasma? Eso suena algo grosero, prefiero el término “luz”.
—Lo siento, no pretendía ofenderla señorita…
—Helen, me llamo Helen.
—Lo siento, no pretendía ofenderla, señorita Helen.
—Y tú eres James Hook o más conocido como el infame capitán Garfio.
Se sonrojó al dejar en evidencia que le había examinado exhaustivamente.
—Veo que no pierdes el tiempo. Así visto no me importaría a mí ser un fant…ser luz.
Se acercó más a ella y extendió su mano, para poder acariciarla, pero volvió a traspasarla.
—No resulta muy agradable que me hagan esto —se quejó Helen al ver como el brazo atravesaba su cabeza.
—¿Sabes? Se me está ocurriendo algo. ¿Puedes ocupar un cuerpo ajeno?
—Podría si estuviese vacío.
—Si yo te ofreciese un cuerpo, ¿lo aceptarías?
Helen no sabía muy bien qué responder. Garfio echó a andar y a ella no le quedó más remedio que seguirle. Cruzaron la cubierta hasta llegar a una trampilla en medio del suelo.
—Capitán, ¿qué pretende hacer? —le preguntó uno de los piratas tras ver que su capitán ya había salido de su encierro.
—Silver, abre la trampilla.
John Silver El Largo, así se llamaba el timonel de aquella banda pirata. Obedeció sin más objeciones y levantó la pesada plancha de madera maciza. Garfio se adentró portando un farol encendido y Helen lo siguió sin ser vista por nadie.
Las escaleras conducían al sótano. Había varios barriles de ron y vino apilados junto a otros víveres. En un rincón completamente sumido en la oscuridad Helen pudo distinguir lo que parecía un cuerpo amarrado. Garfio inclinó hacía allá el farol y las sombras dibujaron el cuerpo de una mujer que parecía de la misma edad que Helen, también de cabellos rubizos, aunque se encontraba en un estado lamentable.
—Se llama Cenicienta. En otros tiempos llegó a ser reina casándose con el apuesto príncipe de su país. Pero parece ser que la desaparición de su ratón preferido fue un golpe demasiado duro para ella y el no poder demostrar que la gorda gata de una de las condesas era la culpable, cayó en desgracia dejándose arrastrar por la mala vida y comenzó a frecuentar lugares peligrosos. La rescaté tras encontrarla fregando el suelo de una de las mazmorras de la malvada Maléfica. Cuando la reconocí mis ojos no se creían lo que veían y desde entonces ha estado sumida en este trance, no reacciona ante nada. Diría que… —bajó el tono de su voz hasta quedar prácticamente en un susurro—…que ya no quiere seguir existiendo.
Helen por fin tomó una decisión en silencio y entonces, entró en ella. Tras unos breves instantes el corazón pareció despertar de su letargo y volvió a latir con fuerza.
Las pálidas mejillas recobraron algo de color y sus ojos celestes se habían vuelto a encender. Helen intentó mover lentamente los brazos y palpó su rostro. No podía creérselo. Estaba tan feliz que incluso pegó saltitos de alegría, aunque perdió el equilibrio y Garfio tuvo que sostenerla para que no se tambalease. Le costó un poco recordar cómo se andaba, pero en seguida se acostumbró y recuperó su equilibrio.
—Capitán, ¿necesita ayuda?—volvió a insistir John El Largo
—Escuchad, perros sarnosos—bramó el capitán—. Ella es Helen y viajará a bordo de este barco en calidad de invitada de honor así que tenéis que tratarla como es debido.
—Pero mi capitán, es de mal fario llevar a bordo una mujer.
—Lo que es de mal fario es tu estupidez. Si no fuese porque tu padre fue un gran amigo mío ya serías pasto de los tiburones. Al próximo que tenga algo que objetar le paso por la quilla. ¡Rápido! Preparadnos la mesa, la señorita cenará conmigo. ¿Y dónde está ese vestido? Traédselo también.
Un rato después Helen se encontraba sentada en frente de Garfio ataviada con un precioso vestido azul con bordados de oro y con zafiros adornando su recién arreglada melena. Estaba disfrutando de un enorme banquete. Hacía siglos que no se llevaba nada a la boca y había olvidado el placer de saborear todas aquellas exquisiteces. Eso sí, no había perdido sus modales. Aquel crisol de sabores la embriagaba.
De pie sobre la puerta les estaba observando John El Largo y sentado junto a ella se encontraba el contramaestre Smith. Garfio no cesaba de beber. Smith, sin embargo, la contemplaba embelesado.
El contramaestre se trataba de un chico sorprendentemente joven para el cargo que ostentaba, cuyos cabellos brillaban como la plata de los cubiertos. Sus ojos almendrados desprendían tranquilidad y simpatía. Parecía muy tímido a comparación con el resto de sus compañeros que sólo parecían saber soltar comentarios obscenos. No le importaba que Smith la contemplase de esa forma, con él se sentía a gusto, protegida.
—Antes me preguntaste cómo había conseguido el Ojo de sirena, ¿no es así, Helen? —preguntó Garfio con la boca llena.
Helen volvió a fijarse en el colgante que ahora oscilaba sobre la camisa de seda.
—Fue una gran aventura—redactó nostálgico—. El Ojo de sirena fue el regalo que le hizo la princesa Ariel de Atlántida a su amiga la reina Aurora por su boda. En una noche de pasión desenfrenada la misma Aurora me lo dio, pero su marido, el rey Felipe nos descubrió y ordenó a las tres hadas madrinas que me atrapasen. Corrí como alma que lleva el diablo esquivando todo tipo de hechizos y sortilegios que me lanzaban con sus varitas de cristal. Afortunadamente la suerte estaba de mi parte porque dos de ellas comenzaron a pelearse mutuamente. Con mi inteligencia y habilidad usé este hecho a mi favor y conseguí que se encantasen una a la otra: se transformaron en un pequeño ratón azul y en una perdiz roja.
Acabó el relato con una gran carcajada, riéndose al visualizar de nuevo el momento. Helen lo escuchaba todo con los oídos muy abiertos. Le encantaban todas esas historias repletas de magia.
—Nuestro capitán es todo un bribón —rió John aún más fuerte—. Pero, ¿no le ha contado aún, capitán, la historia de todas las historias?
—¿La historia de todas las historias? —inquirió Helen con curiosidad.
—No, no se lo he contado, Johny. No me pareció muy adecuada para una señorita tan pura.
—Nuestro capitán es el hombre más increíble que existe, Helen.
—No me hagas la pelota que eso no te va a librar de fregar los platos.
—Escucha con atención cómo el increíble capitán Garfio perdió su mano ganando así su apodo. Todo comenzó cuando secuestró a la hija del Gran Jefe del clan Piccaninny: Tigrilla. Todo formaba parte del plan para acabar con el molesto Peter Pan —John se había aproximado a ella y exageraba dramatizando con los gestos que hacía.
>>Todo marchó a la perfección: Peter Pan acudió a rescatarla tal y como habíamos planeado. Mantuvieron un combate épico algo desigualado, todo hay que decirlo, ya que el crío podía volar, pero aún así el capitán logró acorralarle y por poco ensarta su insolente corazón con su espada si no fuese porque Tigrilla gritó. Un gigantesco cocodrilo se aproximaba hacia la muchacha. La bestia estaba hambrienta y una vez que había fijado su presa nadie podía arrebatársela. Entonces nuestro noble capitán hizo algo increíble: se cortó la mano izquierda y la arrojó al cocodrilo que quedó tan maravillado por su sabor que se olvidó de la india. Imagínate la situación: el capitán no cesaba de sangrar y…
—¡Ya basta, Johnidiota!—gritó Smith— ¿No ves que está comiendo? Ahórrate los detalles desagradables. Pídele perdón por tus modales de gorila.
Vaya, ser pirata resultaba mucho más emocionante de lo que creía. Helen siempre había pensado que era normal entre los piratas llevar un parche en el ojo o tener una pata de palo, pero la hazaña de Garfio resultaba memorable. Garfio seguía riendo a carcajada limpia.
—Nuestro Smith se debió de equivocar de profesión. Le pega más ser un bardo o un poeta... —iba a añadir algo más, pero nunca pudieron saber de qué se trataba.
Se desplomó sobre la mesa. De pronto Helen comenzó a sentir los párpados muy pesados y se sumió en un profundo sueño.
Los gritos de Smith la despertaron. Se encontraba forcejeando mientras John y otros dos piratas más tiraban de él. Smith no cesaba de llamarles traidores a todos. Helen se sorprendió al ver que Garfio y ella también estaban atados. ¿Qué estaba pasando allí?
—Un motín —le respondió el propio Garfio a su muda pregunta.
—Johnidiota, johnidiota —se parodiaba el timonel del joven—. ¿Quién es el idiota ahora?
Todo sucedió muy rápido: arrojaron a Smith al mar. Helen no pudo reprimir un grito y la siguiente fue ella. Primero le quitaron el vestido, pero gracias a la amenazante e imponente mirada de Garfio aún a pesar de estar atado no se atrevieron a abusar de ella.
Aquellas aguas pertenecían a Leviatán, la terrible serpiente marina y con esa tempestad no sobrevivirían. Los piratas solían hacerle este tipo de “sacrificios” para que les dejase navegar con vida. Garfio ni se lo pensó: se tiró a por ella.
Despertaron al sentir su piel arder bajo los abrasadores rayos de sol. La sal había dejado sus cuerpos pegajosos y sentían la boca reseca. Garfio se tranquilizó al advertir los grandes manzanos que inexplicablemente se extendían a lo largo de toda la costa. Ambos buscaron a Smith por todos lados, pero lo único que hallaron fueron unas flechas y numerosas huellas que se perdían en dirección a un gran volcán. En el mismo lugar desenterraron una armónica. Garfio aseguró que era de Smith. Helen estaba muy inquieta, pero Garfio la tranquilizó.
—Escucha, conozco esta isla. Está poblado de amazonas, una tribu de mujeres guerreras. Y su emperatriz es nada menos que Blancanieves. Sí, como lo oyes. Se cansó del cursi de su príncipe y del precio de las manzanas y se vino a esta isla que como puedes ver, posee los mejores manzanos del mundo. Me iban a matar, pero se enamoró de mí y me iba a liberar. Algo salió mal y descubrieron que había robado el tesoro de sus ancestros por lo que me arrebataron mi mano izquierda y se la echaron de comer a un cocodrilo —Helen pudo percibir que ahora él estaba temblando con la vista clavada en el volcán.
—¡Un momento! ¿Me estás diciendo que la verdadera historia por la que perdiste tu mano fue porque te aprovechaste de una mujer y ella como venganza te la cortó?
—Peter Pan y toda esa historia no existe, todo se lo inventó esa chiflada de Wendy que está loca por mí y delira —se encogió de hombros—. Se habrán llevado a Smith ante su emperatriz, todavía tenemos algo de tiempo. Escucha, el tesoro que robé se trataba de un mapa que me hablaba del Ojo de sirena que en realidad es la llave que abre las puertas a la ciudad del Dorado que se haya en algún lugar de esta isla. Dentro se esconde el mayor poder del mundo. Con él podremos rescatarle y después podrás si quieres ser su esposa de sal y tendremos que conseguir un nuevo barco y tripulación para seguir viviendo aventuras. ¿Quieres una manzana?
Aventuras. Aquella palabra sonaba realmente bien. Después podría relatarlas todas en una historia.
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