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Epílogo


Me coloco bien la corbata delante del espejo de la habitación, procurando que el nudo no quede torcido, y suspiro mientras me miro.

—Estás muy guapo, no te preocupes, Jamesito —se burla Sebastian usando el mismo apodo que suele utilizar Mireia cuando se dirige a mí—. Hace un día estupendo, un sol increíble.

Me giro y veo que está reprimiendo una carcajada. No disimula nada bien.

—Claro, porque de lo que quieres hablar es del clima que hace y de lo bonito que está el día, no es como si no hubiera algo más importante que comentar...

—¿Por qué no? —se burla y se acerca a mí—. ¿Puedo decir lo que pienso?

—Depende de si vas a chincharme más o no —musito con resignación—. Aunque no sé para qué lo preguntas, vas a hacerlo igual.

—Es que no puedo callármelo. —Sonríe y coloca una mano en mi hombro con complicidad—. Siento ser yo el que te lo diga, pero...

—¿Pero? —le apremio al ver que se ha quedado callado.

Sebastian niega con la cabeza y hace una pausa solo para alargar la tensión. Lo está haciendo queriendo, lo conozco, solo busca ponerme más nervioso, así que le doy un golpe por la frustración que siento.

Ahora mismo lo odio.

—¡James! —protesta y exagera de forma dramática, llevándose una mano a donde le he golpeado—. Acabas de agredir a un miembro de la familia real sueca, podrían detenerte por esto.

—Me van a detener por asesinar a mi mejor amigo —corrijo—, porque me está sacando de mis casillas.

—Ay, Jamesito, sí que estás nervioso, ¿no? —sigue mofándose de mí—. No entiendo el motivo, no es como si fuera un día tan distinto o especial...

—Yo no me comporté así contigo, ¿sabes? —le recuerdo—. Fui un buen mejor amigo, te apoyé y te tranquilicé. Me podría haber burlado de ti durante la semanas anteriores, incluso ese día, porque estabas...

—Estaba pletórico de felicidad. Uno de los más felices de mi vida —asegura—. Ese y el nacimiento de mis hijos. Curioso que Lena esté en ellos siempre, ¿no?

—Yo no le veo lo curioso —murmuro y vuelvo a mirarme en el espejo y recolocarme la corbata—. Deja de agobiarme.

—No te estoy agobiando, solo eres... eres adorable de ver. —Sonríe y me guiña un ojo—. Yo no estuve así.

—¿No? —me rio—. Estabas peor, mucho más nervioso. Y sí, también eras adorable de ver —uso sus mismas palabras para devolvérselo—. Pero yo estuve ahí para ti, siendo tu apoyo, la persona con la que te desahogabas y...

—Lo capto —me interrumpe con una gran sonrisa—. Aunque nuestra situación no es comparable.

—¿No lo es? —Alzo una ceja—. Creo que es normal que esté nervioso en una situación así.

—Tú y Mireia tenéis más cosas juntos que Lena y yo en el mismo momento en el que estáis ahora —murmura—. No es como si fuera a echarse atrás, no puede hacerlo.

—¿Acabas de llamar a Pol cosa? —rebato con una ceja alzada y con el ceño fruncido—. ¿O es que he escuchado mal?

—¡Ya me entiendes! —exclama con mucha diversión—. Sabes que adoro a mi ahijado, no lo he llamado cosa.

—Lo has hecho.

—Llama a Eyra, Axel y las sin nombre cosas tú también —propone—, así estamos a la par. —Suspiro y niego con la cabeza—. A lo que me refería a que cuando Lena y yo no casamos, solo éramos nosotros dos, no teníamos hijos aún.

—Y miraos ahora, con dos y Lena de nuevo embarazada. —Me pongo nostálgico, parece que fue ayer cuando se casaron y de eso hace ya casi seis años.

—Mireia y tú sí, está el mini tú. Y no me digas que se parece más a ella, porque te he visto crecer, Jamesito, y es una copia tuya de cuando eras pequeño.

—Con sus ojos —admito muy orgulloso—. Tiene sus ojos.

—Y su carácter —señala.

—¿Y Eyra no tiene también el tuyo?

Cuando Mireia me pidió que me casase con ella no me lo creí en un principio porque no me lo esperaba.

No llevábamos ni un año viviendo juntos y estábamos empezando nuestra vida en común. Nos habíamos adaptado muy bien el uno al otro, aunque tampoco era extraño porque cuando visitábamos al otro ya lo hacíamos, y pese a que en algunas cosas teníamos diferentes puntos de vista, lo que nos había hecho tener pequeñas discusiones por la convivencia, nos entendíamos muy bien.

Se me había adelantado, porque yo quería pedirle lo mismo, pero un poco más tarde. Una parte de mí aún iba poco a poco con ella, condicionada a su reticencia a dar pasos importantes cuando nos habíamos conocido. Tampoco es que tuviera prisa.

Tenía pensando muy bien lo que hacer y cómo pedírselo, sorprenderla en un viaje a Barcelona mientras visitábamos a su familia, en uno de los lugares que se había convertido especiales para ambo, decirle lo que significaba para mí, intentar que entendiese con palabras mis sentimientos... De hecho tenía el anillo comprado y guardado en uno de los cajones de mi cómoda porque era un plan futuro.

Pero había sido más rápida. No había sido planeado, ni una propuesta romántica llena de detalle, había sido directa y natural; justo como ella.

No se me iba a olvidar nunca ese día, y cómo casi se me había caído el vaso al suelo al escucharla de la impresión. Estábamos preparando la cena, sushi, que se había convertido casi en una tradición nuestra, cuando me había pedido que me casase con ella sin ningún tipo de contexto.

En un primer momento había pensando que quizá era un arrebato, que lo había dicho porque se le había pasado la idea por la cabeza, pero había desechado la idea al ver que me había comprado un anillo que también tenía guardado por si acaso.

Y le dije que sí, que me quería casar con ella porque aunque me hubiese gustado ser yo el que se lo pidiera, no podía estar más feliz.

Sin embargo, no habíamos podido celebrarla boda ese año, porque hubo un pequeño imprevisto llamado Pol.

No fue un embarazo planeado, pero a ninguno de los dos nos extrañó, no con las veces que nos perdíamos en el cuerpo del otro, y con lo laxos, que a veces éramos con la protección. No es que fuésemos descuidado, era que no nos importaba mucho porque aceptaríamos lo que viniese.

También en parte por eso lo supimos desde el principio, porque al no tomar las medidas posibles, sabíamos que era una posibilidad. Esta vez Mireia hizo todo lo posible, tomándose suplementos de ácido fólico y cuidando muy bien su alimentación, para que no nos volviera a ocurrir lo del pasado.

Hubo momentos de mucha tensión, porque ninguno de los dos estaba preparado para afrontar otra pérdida así, menos aún cuando ambos queríamos seguir adelante con el embarazo y tener a nuestro hijo, pero los meses que había durado habían sido muy felices para ambos.

Como me había dicho más de una vez, la maternidad no era algo que le hubiese llamado mucho la atención, ni quisiera en gran parte de su vida, pero que su opinión, en ese sentido, había cambiado al estar juntos y que tener un hijo, aunque en el pasado no lo quisiera, no la hacía ser menos ella.

El día que Pol había nacido había sido uno de los más felices de mi vida, lo recordaba a la perfección y lo orgulloso que me había sentido, y siento, de que Mireia sea la madre de mi hijo.

Sin saber bien la razón, una vez que el embarazo había acabado, habíamos seguido pospuesto la boda porque a ninguno de los dos nos hacía falta ni teníamos prisa.

Ya éramos una familia antes de tener un hijo, pero el que existiera solo lo confirmaba aún más, no nos hacía falta un papel legal que lo dijera.

Pero, de nuevo, Mireia me había sorprendido, como casi siempre, era una de las cosas que más me fascinaban de ella, la forma en la que por mucho que pasasen los años, seguía sorprendiéndome. Había sacado el tema de la boda para que nos casásemos de una vez, porque sabía que para mí era importante aunque no lo dijese o le diera tanta importancia como ella, y que quería que lo hiciéramos.

Aunque desde que empezamos a prepararlo todo me dejó claro en repetidas ocasiones que no se iba a cambiar el apellido ni pensaba hacerlo y que Pol, aunque fuese extraño en Suecia, seguiría llevando dos apellidos: el mío y el suyo.

—Se te cae la baba con tu hijo —comenta Sebastian y me da otra palmada en el hombro.

—¿A ti no con los tuyos? —Él asiente y ambos nos reímos. ¿Quién nos diría hace unos años que estaríamos así?—. Muchas gracias por estar aquí.

—¿Cómo no iba a estar en tu boda, melón? —Abre los ojos sin entenderme—. Podría estar el mundo acabándose, pero yo estaría en primera fila, a tu lado, siendo el mejor padrino posible. Y no me importa que sea en otro país, lo he dicho antes, hace muy buen día, ¿haría el mismo clima si no fuese en Barcelona? Lo dudo. Aún no me acostumbro al de Suecia, mira que han pasado años, pero echo de menos que no haga frío.

Cuando Mireia me lo había sugerido, porque a su abuela le hacía mucha ilusión poder estar en su boda y que fuese en Barcelona para seguir la tradición de su familia, me había parecido una gran idea.

¿Cómo iba a negarme cuando ella había sido la que había dejado su ciudad para que pudiéramos tener una vida en común? El lugar donde se celebrase era lo de menos, hubiera dicho que sí a cualquier opción: incluso la de irnos a un pueblo entre las montañas.

Lo que ninguno de los dos se esperaba era que al aceptar la sugerencia de su abuela implicaría que la boda se nos escaparía un poco de control y que ya no iba a ser íntima solo con las personas importantes.

—Sebastian, el tiempo que hace me da igual.

—Ya, pero a mí no, imagina que llueve, ¿quién se casa en un día de lluvia? Eso es un mal augurio.

—¿Dónde está Lena? —cambio de tema para que no siga con eso, me parece una tontería, aunque sé que es su intento para que no piense en nada más.

—Lena está haciendo todas esas cosas aburridas de monarquía —dice y resopla—. Es que ni un día que se supone que es de su vida privada, se salva.

Esa había sido una de los aspectos que se nos había escapado de las manos. La familia de Mireia tenía un nombre en la sociedad catalana y española por la importancia de su hospital, por lo que la lista de invitados incluía personalidades importantes con buenas relaciones con los Folch. A eso se le tenía que sumar que muchos de mis amigos de mi etapa como representante de Sebastian también estaban invitados, lo que ya ponía la boda en el ojo mediático.

No era lo único.

Como Lena estaba invitada, al igual que Sebastian, pero ella al ser la futura reina, la casa real española había considerado adecuado comunicarse con la casa real sueca para aprovechar la ocasión y afianzar relaciones, haciendo un pequeño encuentro entre los reyes y ellos, y que un miembro de la familia real española asistiera a la boda.

Lo que Mireia había aceptado a regañadientes y sin entenderlo, porque no comprendía por qué tenía que estar en su boda una señora mayor que nunca había conocido y no le caía demasiado bien.

—Cuando la vea le daré las gracias por aceptar todo esto —hablo y vuelvo a mirarme en el espejo—. Podría haberse negado, así lo evitaba.

—A Lena le da igual. —Se encoge de hombros—. Es más, está contenta porque dice que así practica más su español, que por mucho que intente hablarlo con Mireia les es casi imposible porque se conocieron hablando en inglés.

—¿No deberías estar con ella? Eres el príncipe, por no mencionar que es raro que no estés a su lado cuidándola por el embarazo.

—Me he podido salvar al ser tu padrino, porque tengo que estar a tu lado, eres mucho más importante que un encuentro por cortesía con alguien que no conozco. Y bueno, en teoría estoy cuidando a Eyra y Axel.

—Están con mis padres, ¿no? —Él asiente y va hacia un mueble en el que hay copas y alcohol, y sirve dos vasos—. También están con Pol, Pau lo ha venido a dejar esta mañana al hotel porque se ve que hubo un pequeño percance con sus primos. —Aprieto los labios—. Nuestros hijos juntos son un peligro.

—Solo Eyra y Pol —remarca—, Axel es muy tranquilo.

—Demasiado, no parece hijo tuyo —me burlo.

—¡James! —se queja y me mira fijamente—. Te lo he dicho muchas veces, pero voy a hacerlo otra vez. Estoy muy orgulloso de ti y agradecido que sigas en mi vida.—Me ofrece una de los vasos que acaba de servir con la bebida y brindamos—. Por nosotros.

—¿Quieres emborracharme antes de mi boda? —Bebo el contenido y me rio—. Whisky escocés.

—Claro, ¿qué iba a ser si no? Las cosas buenas no tienen que cambiar. —Se lo bebe de un trago y me guiña un ojo—. Te quiero.

—No te pongas cursi —empiezo a reírme a carcajada limpia. He usado la misma frase de Mireia cuando le digo las mismas palabras o soy romántico—. Pero yo también a ti, gracias por estar aquí.

—No, gracias a ti por seguir en mi vida después de todo lo que hemos vivido. —Me abraza y contengo la emoción—. Vamos a salvar a tus padres del desastre que son nuestros hijos.

—Tan desastre no son, ¿no? —intento ser positivo y vuelvo a reírme—. No he dicho nada, sé que sí, solo me estoy engañando a mí mismo.


•❥❥❥•


Hay más gente curiosa de la que me pensaba en un principio cerca de la catedral de Barcelona que es donde Mireia y yo nos vamos a casar. Supongo que el hecho de que haya policía y seguridad privada, contratada por la familia de Mireia, vigilando llama la atención, al igual que algunos reporteros y periodistas que están aquí por los invitados: como Lena y Sebastian.

—¿Tienes un momento? —me pregunta Oriol al verme. Aún no he ido hacia el altar, me he centrado antes a saludar a los que ya están aquí—. Es sobre Mireia.

Asiento y nos alejamos un poco. No sé el motivo, pero que su mejor amigo me diga esto me ha preocupado. Con él, pese a la distancia, la relación se ha seguido manteniendo. Mireia y él siguen siendo igual de íntimos, viéndose al menos una vez cada tres meses y hablando bastante para contarse las novedades. Lo mismo que hacía con Neus, aunque su mejor amiga seguía siendo muy dramática y me seguía echando en cara que por mi culpa Mireia se hubiese ido a la otra punta de Europa.

—¿Ha pasado algo? ¿Ella está bien? —Dudo mucho que se haya arrepentido, pero quizá ha tenido un percance importante.

Oriol me mira, se pasa la mano por el pelo perfectamente peinado, y se ríe.

—No es nada de eso, no te preocupes —le resta importancia—. Me ha dado un mensaje para ti.

—¿Por qué no me ha llamado?

—Porque da mala suerte y su madre no quiere romper esas tradiciones —explica—. Es una pena que te hayas perdido cómo está, no me extrañaría que asesinase a la siguiente persona que le diga algo que ya sabe.

—¿Está muy nerviosa?

—Si le preguntas, te dirá que no, que está perfectamente, pero todos sabemos que está atacada.

—No es la única... —musito.

—Mireia quiere que te diga que va a llegar tarde, que no te asustes, que no es que se haya fugado ni nada, solo que llegará tarde —suelta—. Le da igual el protocolo y que haya personalidades importantes como la reina emérita, que va a devolverle a Sebastian y Lena lo que tuvo que esperar en su boda.

De forma casi inconsciente, me froto la mano en la frente. Me lo había comentado, pero creía que bromeaba. Había pasado mucho tiempo de eso y aún se acordaba.

—¿No cambiará de opinión? Quizá su madre le...

—No —me corta—. Conoces muy bien a Mireia. —No, no lo hará, es muy tozuda—. Por cierto, muchas gracias por cambiar la organización de las mesas para poder incluirla, sé que fue algo de última hora.

—¿No deberías haberle dado las gracias a Mireia?

—Ya lo he hecho, pero la boda es de ambos, no solo suya. Me vuelvo con ella, luego os acercaremos a felicitaros, está muy emocionada.

Oriol se marcha y sigo en la entrada saludando a las personas que conozco que ya han llegado. Mi familia se queda a mi lado para hacerme compañía, al igual que Sebastian, y Lexie consigue lo imposible: hacer que tanto Pol como Eyra le hagan caso y que repitan lo que les indica mientras que Axel asiente muy concentrado.

Justo antes de que vaya junto a mi madre al altar, ya que ha llegado casi todo el mundo, las últimas personas que entran son Lena, a la que Sebastian de inmediato va a ayudarla a que se siente por su embarazo, y la reina emérita, a excepción de Mireia y su padre.

—Sí que se hace esperar... —apunta Sebastian—. ¿Se habrá echado atrás?

—Deja de molestarlo —dice mi madre entre risas—. Ya está lo muy nervioso. Tú estabas peor.

—Eso no es verdad.

—Sí lo es —confirmo y suspiro—. Oriol me ha dicho que iba a llegar tarde, pero esto...

Suspiro y en ese momento empieza a sonar la marcha nupcial que avisa la llegada, por fin, de Mireia.

Está aún más preciosa de lo que ya es, y el vestido que lleva es totalmente su estilo.

La miro casi sin pestañear, soy incapaz de despegar mis ojos de ella. Sonrío y Mireia hace lo mismo. Va a paso firme, con sus ojos que tanto me gustan clavados en mí, mientras que delante de ella Eyra y su sobrina van tirando pétalos de rosa, mientras que Axel, Pol y sus otros sobrinos le llevan la cola del vestido.

—La baba —me susurra cuando llega a mi lado—. Me has desvestido con la mirada, Jamesito.

—Estás preciosa.

—Gracias, tú también estás precioso. —Sonríe y hago lo mismo—. ¿Sabes una cosa?

—Sorpréndeme.

—Ahora también veo lo que hay tras tu sonrisa, no eres el único que lo hace.

—¿Y qué hay tras mi sonrisa, Mireia?

—La felicidad.

Y nos cogemos de la mano antes de que el cura inicie la ceremonia.







Y HASTA AQUÍ LLEGAN JAMES Y MIREIA.

No me voy a enrollar a decir cositas porque para eso usaré los agradecimientos que subiré dentro de unos 15-30 minutos y ahí explicaré lo que se viene jejejeje. Porque aunque hay pistas de lo que es, NO ES ESO, en agradecimientos lo cuento.

Por si alguien tiene dudas: Eyra es el bebé Lestian que nace en el capítulo anterior, luego nace Pol (el hijo Jareia, que se lleva menos de un año con Eyra), luego Axel (que se lleva año y medio con su hermana), y unas bebés no nacidas :) (no, no han perdido el tiempo).

Muchos besos, nos leemos en los agradecimientos :)


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