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Capítulo Veintidós


—¿Puedo ya hacer comentarios?

Miro a Oriol sin entender a lo que se refiere, ¿es de algo del hospital? ¿Una operación? ¿Algo que se me ha olvidado mencionarle? Porque lo dudo, a mí no se me suelen pasar cosas importantes, menos cuando son de trabajo.

Como he acabado mis consultas de ese día, y tampoco tengo ninguna operación programada, ya que lo había organizado de ese modo para poder marcharme a tiempo, voy directa hacia la sala de descanso por si hay alguna emergencia antes de que me vaya poder atenderla.

—¿Qué dices ahora? —pregunto mientras miro de reojo la historia clínica de mi último paciente en la tablet y añado un pequeño comentario.

—De James y tú —comenta y sonríe—. He estado días callado, pero es que no puedo aguantarme más.

Esbozo una mueca y pongo los ojos en blanco, me había extrañado que no hubiera dicho nada cuando estábamos en el vuelo de regreso a Barcelona, como había preferido que los temas de conversación fueran del congreso y nada relacionado con James, en cómo habíamos estado y lo que opinaba.

Y más cuando yo había sacado el tema como si nada, para saber qué sacaba en claro y si hablaban mucho por redes.

No es que eso me importase, solo es que curiosidad me podía.

—Oriol... —mi voz es una advertencia, no quiero que siga—. Perdiste tu oportunidad en su momento.

—Aún no he dicho nada, no puedo perder algo que no he tenido —se regodea—. Las ganas no me faltan, ¿sabes? Me ha costado mucho resistirme.

—¿Y quién te lo ha impedido? Porque yo no.

—Que adoro ponerte nerviosa, sé que habrás estado pensando el motivo por el que no te dije nada, comiéndote la cabeza, pensando el motivo... Y una Mireia con incertidumbre es una muy divertida.

Es decir, lo ha hecho para poder torturarme a gusto.

—No seas como Pau —le pido, amenazándolo con la mirada—. En serio, no seas como mi hermano —insisto—. No va a salir bien.

Oriol sonríe de esa forma que conozco bien, la que le sale sola cuando se está divirtiendo con algo, en este caso de mí.

—Conmigo no eras tan cariñosa —comenta y no reprime una carcajada—. Tenía que ser yo el que te iba detrás para estas cosas, para los abrazos, para los besos... —enumera aún con ese tono divertido, por lo que reprimo mis ganas de darle un golpe—. En cambio con James, es un poco cincuenta cincuenta, ¿no? Te vi siendo muy atenta con él, buscando su mano, abrazándolo...

—¿Celoso? —pregunto con una ceja alzada.

—No —afirma y sé que no miente. Nuestra relación había sido muy distinta a la que tengo con James—. Me alegro mucho por ti, te mereces ser feliz.

—¿Quién dice que no lo fuera antes de conocerlo? —rebato y él niega con la cabeza.

—No vayas por ahí, Mireia —murmura y me guiña un ojo—. Los dos sabemos a lo que me refiero, nos conocemos lo suficiente, ¿no crees? Hemos vivido muchas cosas juntos.

Asiento de forma leve con la cabeza. Lo he entendido sin que tenga que explicarlo, fue una de las cosas de las que hablamos cuando decidimos dejar de ser pareja, que nos merecíamos a alguien que nos hiciera feliz también en ese aspecto.

Podríamos haber tenido una vida de pareja juntos, y en cierto modo quizá hubiéramos sido felices, o algo parecido, pero nos hubiera faltado ese algo, esa chispa que habíamos perdido con los años.

—¿Por eso lo ayudaste a sorprenderme? —quiero saber. Le agradezco con un gesto de cabeza que me abra la puerta y que me deje pasar primero a la sala de descanso—. Te lo callaste. Es más, aguantaste mi malhumor y mis quejas.

—¿Qué iba a hacer? —Se encoge de hombros—. Si te lo hubiera dicho no te hubieras sorprendido. Tu cara en el momento fue muy divertida. Debería haberte hecho una foto.

—Podías no haberlo ayudado.

—Me cae bien —reconoce de forma simple—. Y para que te aguante...

—Deja de marcarte un Pau —repito con un gruñido—. No necesito a otra persona que me chinche, con él tengo suficiente.

Mi hermano desde que les había dicho a mis padres que quería presentarles a alguien importante, una vez que había vuelto de Bruselas y habían querido saber cómo había ido el congreso médico en una comida, y que quería que fuese en una cena el cuatro de mayo, no había dejado de molestarme con eso.

Pau lo había conocido cuando había venido a Barcelona, y más o menos tenía el contexto que nos envolvía, sobre todo por el interrogatorio que me había hecho junto a Ona el día que James se había vuelto a Escotolmo, pero el que quisiera que nuestros padres supieran de su existencia para él ya era más que motivo suficiente para burlarse de mí, diciendo que eso es que lo tenía muy claro.

—¿Cuando empezó con Ona no le hiciste tú lo mismo? —menciona con calma—. Lo recuerdo a la perfección.

—No es lo mismo.

—¿No lo es? —rebate y me mira fijamente—. Sois pareja, ¿no? —Asiento, aún se me hace un poco raro que lo diga otra persona—. ¿Entonces?

Me muerdo el labio y no sigo la conversación, porque no quiero darle la razón, lo que hace que Oriol se ría mientras se acomoda en el sofá que hay.

James es de las pocas personas que logra sorprenderme.

Y esa es una de las cosas que más me gustan de él.

Me había creído por completo que no podría venir a Bruselas, y sí, me había molestado un poco por ello, porque llevo bastante mal que no suceda lo que me apetece en cada momento.

Hasta que lo había visto.

De nuevo, como solía ocurrirme a su lado, todo mi control se había esfumado: hablaba sin pensar, me dejaba llevar por lo que sentía en el momento y eso me llevaba a situaciones de las que no sabía salir de forma sencilla.

El ejemplo había sido decir en voz alta que solo quería que fuéramos él y yo.

No necesitaba poner nombre a las cosas, nunca me había hecho falta, no me gustaba. Lo tenía muy claro, sabía lo que quería y cómo.

Sin embargo, James sí lo necesitaba, y ver sus dudas, ver cómo por un momento dudaba de lo que sentía no me había gustado.

Por lo que sí, Oriol tiene razón, somos pareja.

Qué raro me sigue sonando.

—Lo más probable es que el domingo por la mañana quedemos con Neus, ¿querrás venir? —Voy a la cafetera que tenemos y me preparo un café. Se lo he preguntado, pero si no me lo confirma, lo manipularé un poco para que se apunte, lo necesito, James puede aburrirse si no, Neus y yo hablaremos de mi ropa para la boda—. ¿Quieres?

—No, gracias —rehusa el café—. Y te lo confirmaré más tarde, no sé si tengo planes para el domingo, ¿cuándo se irá James?

—El domingo a última hora.

—Es decir, solo viene para conocer a tus padres —resume.

—Y para verme a mí, ¿te parece poco?

—Sí.

—¡Oriol! —protesto—. Deja de marcarte un Pau, de verdad, me agotas.


•❥❥❥•


Cuando aparco en el parking del aeropuerto miro el móvil por si el vuelo de James ha llegado antes y me ha enviado un mensaje diciéndome que ya está aquí.

Mi padre no ha puesto ningún impedimento en que me marche antes de tiempo del hospital, porque tiene mucha curiosidad por lo que va a suceder esta noche y por la persona que le voy a presentar.

Sabe más o menos lo que hay, porque no se lo he ocultado y tiene que tener un contexto, el jersey que le había tomado prestado a James ni a él ni a mi madre se le había pasado por alto en su momento, pero no se imagina la importancia ni relevancia real detrás de todo.

Como le conozco, y también conozco a mi madre, les he pedido que la cena sea lo más informal posible, pero si soy sincera, me espero cualquier cosa.

Mientras hago tiempo, ya que el vuelo procedente de Estocolmo aún no ha aterrizado, contesto varios mensajes en diferentes redes sociales y me río al ver lo que me ha respondido Lexie, o mejor dicho, como está fangirleando acerca de un post que me ha enviado de un grupo que sigue y de lo guapo que es el líder.

Después de haberle mandado el audio desde el móvil de James, al día siguiente habíamos hecho una videollamada porque, según sus palabras, tenía que ponerle mejor cara a la novia de su hermano. A partir de ahí nos habíamos seguido en instagram y hablado bastante.

Había cotilleado sus fotografías y me había dado cuenta del gran parecido físico que tenían ella y James, sobre todo en el color de ojos, de ese azul tan cálido que tanto me gusta.

Eso sí, Lexie es muy extrovertida, sin filtro y muy fangirl de lo que le gusta, sus fotografías antiguas lo demostraba ya que salía con muchísimos cantantes, actores, personalidades de interés... Aunque tampoco me extraña, por la edad es normal, por lo que me ha contado aún está en la universidad y aún no tiene muy claro lo que quiere hacer con su vida.

Para hacer tiempo, miro las tiendas que hay antes de pasar el control, y cuando veo en las pantallas que el vuelo de James ha aterrizado voy a a la zona en la que se reciben los pasajeros.

Lo localizo entre la multitud de inmediato, no sé si es casualidad o que mis ojos son expertos en encontrarlo.

Sonrío mientras lo observo, qué guapo es.

Él también me encuentra con rapidez y se acerca a mí con la misma expresión que debo tener yo, una que dice la ganas que tenemos de besarnos.

—Hola, novio mío —lo saludo cuando está delante de mí y él me mira de esa forma que me encanta, reprimiendo una sonrisa por mi comentario—. ¿Qué tal el viaje?

En broma había empezado a llamarlo de ese modo, más para acostumbrarme a lo que somos, y se me había pegado. No soy una persona de palabras cursis, las digo en muy pocas ocasiones.

Prefiero mil veces llamarlo novio mío que amor, cariño o cosas así...

—Muy bien, sin ninguna incidencia.

—Eso lo sé, estás aquí de una pieza —remarco lo obvio. Lo abrazo, controlando las inmensas ganas que tengo de besarlo porque hay demasiada gente, para acabar rodeando su cintura con un brazo y empezando a andar—. Estoy enfadada contigo.

—¿Por qué? —Con la mano que tiene libre, la que no está usando para llevar su maleta, me acerca más a él para ponerla encima de uno de mis hombros.

—¿Por qué no mencionaste que mañana es tu cumpleaños? —pregunto y aprieto los labios—. Podrías haberlo hecho...

Cuando tengo mucho trabajo, o la cabeza en otro sitio como es el caso, soy horrible para las fechas.

Ni siquiera me había puesto un aviso en el móvil, se me habría pasado por alto por completo si no fuera por Sebastian.

Sus mensajes, bastante cómico-agresivos, me habían dejado claro que la idea de que alejase a su mejor amigo de él en un día tan importante no le hacía mucha gracia. Aunque eso no había sido lo único de lo que habíamos hablado, también me había mencionado todo tipo de cosas que podía regalarle que a James le encantarían por el significado que tenían, algo que había agradecido, ya que ni sabía qué regalarle aparte de mí misma, que de momento le caía muy bien porque lo hacía feliz y que esperaba verme en su boda.

—¿No debería estar yo enfadado porque no te acordabas? —rebate con rapidez—. Yo sí me sé el tuyo, el veintiuno de diciembre.

—No estamos hablando de eso... —intento desviar la conversación.

—Sí lo estamos haciendo —se ríe.

Jamesito, no.

Mireita, sí. —Cojo aire y bufo, frustrada—. ¿Qué pasa?

—Vuelves a estar gracioso hoy por lo que veo.

—Quizá es que lo soy y no te habías dado cuenta hasta ahora...

Sí me había dado cuenta, es otra de las cosas que me gustan de él, pero ya que ha abierto esa puerta voy a ir por ahí para molestarlo un poco.

—Quizá es que no lo habías mostrado por lo intimidado que estabas conmigo —contraatacó—. Decías cosas sin pensar, tenías tanta vergüenza... —recuerdo—. Eras adorable.

Niega con la cabeza, pero no menciona nada más, se limita a mirarme de reojo de tanto en tanto y a estar pendiente de lo que hago. Después de pagar el tíquet de lo que ha costado la estancia en el parking, de abrirle el maletero y entrar en el coche, James me agarra de la cintura y me acerca a él.

—Te he echado de menos —murmura, rozando nuestras narices pero sin llegar a besarme—. Mucho.

—¿Lo has hecho?

Mis ojos alternan sus labios y sus ojos, tentándolo porque quiero que sea él el que me bese. Lo fácil sería que lo hiciera yo, pero eso no no pegaría, nos gusta jugar con el otro, o al menos a mí sí.

—Lo mismo que tú a mí —afirma, sonríe y se relame el labio inferior, provocándome—. ¿Voy a tener que hacerlo yo?

—¿Tú qué crees? —Nuestros labios no tardan en encontrarse y tengo que controlarme, porque con solo un beso no me es suficiente, quiero arrancarle la ropa y no puedo hacerlo—. También te he echado de menos. —Le acaricio la mejilla y ambos nos ponemos el cinturón—. La cena con mis padres es hoy. —Asiente porque ya se lo había comentado—. ¿Estás nervioso?

En su lugar yo lo estaría, aunque no lo admitiría en voz alta. De hecho, creo que cuando conozca a su familia para la boda real, lo estaré.

—Sí —confirma lo que me suponía—. Sebastian me ha metido mucha presión, dice que tengo que convencer a tu padre para que tengas los días libres.

Nuestras miradas se cruzan a través del retrovisor interior del coche, los dos sonriendo pero por diferentes motivos. No sé lo que le está pensando él, pero a mí me hace gracia que crea que necesita convencer a mi padre de eso.

Sé que me va a dar los días libres, podría habérselo pedido yo sin tener que invitar a James, pero es que quería volver a verlo, además, ¿por qué no presentárselo a mis padres?

—He hablado con Sebastian —menciono como si nada.

—Créeme, lo sé. —Suspira y se acomoda mejor en el asiento—. Me disculpo por su intensidad y lo que te haya podido decir.

—Estaba molesto conmigo por alejarte de su lado en un día tan importante como es tu cumpleaños.

—Típico de él. —Resopla, casi como si estuviera acostumbrado a esas situaciones—. ¿Te ha dicho algo más?

—Puede... —me hago la misteriosa.

—¿Debo preocuparme?

—Me ha dado muchas ideas sobre qué regalarte.

—Mireia —me interrumpe—, no necesito que me des nada. Pasar el día contigo ya es regalo suficiente.

—No me seas cursi —me burlo—. A todo el mundo le gustan los regalos.

—Tú ya eres mi regalo.

Por el tono de voz sé que lo ha dicho en broma, para seguir alargando la cursilería de antes, no porque lo piense de verdad.

A cuanto más tiempo pasamos juntos, y nos conocemos mejor, más me doy cuenta de

—¿Crees que ese no va a ser uno de tus regalos? —ronroneo y aprovecho para rozarle la pierna—. Que sé que me conoces, Jamesito.

—Mireia.

—¿Sí?

—Te he echado mucho de menos.


•❥❥❥•


James está muy nervioso. Demasiado.

Después de haberse instalado en mi piso, aunque no tan rápido como a él le hubiera gustado ya que, según sus propias palabras, no le he dejado deshacer la maleta solo llegar, algo de lo que no me voy a disculpar porque no me siento culpable, le tenía muchas ganas, lo he notado más preocupado de lo que debería.

Ninguna de mis palabras lo ha tranquilizado, por lo que a media tarde, hemos ido de paseo para acabar en la Avinguda Diagonal y así comprar algún detalle para mi padres.

Por mucho que le había dicho que no era necesario, no me había hecho caso, se había empeñado en que tenía que ser un buen invitado y llevar algo para causar buena impresión.

Como no se decidía por una cosa u otra, había acabado comprando uno de los vino más caros y exclusivos de una tienda, dejándose demasiado dinero, y el postre que le había dicho que era el preferido de mi madre en su pastelería preferida.

—James, te lo he repetido muchas veces, del único que debes preocuparte es de Pau. —Estamos delante de la casa unifamiliar de mis padres, por lo que me giro para mirarle a la cara—. Y ya lo conoces, además, Ona va a controlarlo.

—¿Querer caerle bien a tus padres es tan malo?

—Te van a adorar —aseguro y le beso la nariz—. Saben que tengo un gusto exquisito, si eres mi pareja es por algo.

Eso consigue sacarla una sonrisa que me contagia. Antes de llamar al timbre, porque al ir con James no quiero usar las llaves que tengo, entrelazo nuestros dedos para hacerle ver que estaré a su lado.

—¡Hombre, mira qué casualidad! —Antes de que salude a mi hermano escucho a la perfección a Ona regañarlo en catalán para que no siga y que se comporte—. Mi hermana y mi cuñado.

—Hola, Ona —ignoro a Pau y me centro en la chica—. Recuerdas a James, ¿no?

—Claro que sí. —Le ofrece la mano, más que consciente de que a él aún no está muy familiarizado a las costumbres españolas de saludo—. Encantada de volver a verte.

—Lo mismo digo, aunque estéis haciendo como si no estuviera aquí —se hace notar Pau—. ¿Lleváis vino? —pregunta al ver la bolsa—. ¿Pero le has contado que nuestra familia tiene bodegas? Es como llevar pan a un panadero. Papá se quejará seguro.

Pau, no ayudas —le digo en catalán para que se calle, sé que está incomodando a James—. Cierra la boca.

—Qué bien me lo pasaré esta noche —se regodea mi hermano—. No sé qué le has hecho, James, pero pocas veces he visto a Mireia tan preocupada por lo que piense su acompañante. Aunque como diría ella, la palabra clave de lo que he dicho es el tan.

Eso saca una carcajada a James, que me mira y sonríe, haciéndose entender sin palabras, que esa frase también la usa mucho él.

No nos entretenemos más en la entrada, llamamos al timbre y la que nos abre es mi madre en lugar de una de las personas que trabajan en la casa.

Está nerviosa, es lo que suele hacer cuando espera una visita importante, así se ve cercana y accesible desde el principio.

En el recibidor también está mi padre, que clava su mirada en James solo verlo, aunque de forma disimulada.

A los que primero saludan con un abrazo y dos besos son a mi hermano y a Ona, remarcando lo guapo que están.

Y luego se centran en nosotros dos.

—Supongo que tenemos que hablar en inglés, ¿no? —se anticipa mi padre.

¿Y si es francés? —argumenta mi madre en su idioma materno y me guiña un ojo, con la clara intención de rebajar la posible tensión del ambiente—. Podría ser, aún no sabemos nada de él.

—En inglés, sí —pido aunque sé que nos va a costar bastante, ya tenemos una mezcla de idiomas un tanto extraña de por sí—. Papá, mamá, él es James, mi novio.

Mis padres no son nada disimulados, cuando escuchan de mi boca la palabra novio sonríen encantados.

—Es un placer conocerlos, señor Folch y señora Bourgeios. —James demuestra lo caballero que es y su buena educación, dándoles de inmediato los regalos que ha traído—. Mireia me ha hablado muy bien de ustedes.

Habíamos repasado los nombres de mis padres en el camino, aunque él recordaba que aquí no hay un apellido único, que llevamos tanto el del padre como el de la madre, por lo que mi madre no había perdido el suyo al casarse.

—Norteamericano, ¿verdad? —Mi padre le ofrece la mano. Tiene los ojos un poco entrecerrados, por lo que está examinándolo—. Y por tu acento diría que de la zona noreste.

—Nací y me crié en Baltimore —reconoce James—, pero viví muchos años en Los Ángeles.

—¿Y ahora dónde vives? —pregunta con curiosidad mi madre—. ¿Puedo darte dos besos o te va a molestar? Sé que para gente que no es de aquí puede resultar invasivo en su espacio personal. Por cierto, trátame de tú, técnicamente somos familia.

—Puedes —confirma James—. Y respondiendo a tu pregunta, ahora vivo en Estocolmo.

—¿En Estocolmo? —James asiente mirando a mi padre—. Qué interesante.

Mi madre hace un gesto para que los sigamos hacia una de las salas de estar.

—Para la cena aún queda un poco, ¿y si le enseñas la casa, Mireia?

—¿No puede ser después?

Sé lo que van a hacer, lo mismo que hicimos cuando Pau trajo a Ona y los echamos de forma sutil; hablar de sus primeras opiniones, preguntarle a mi hermano lo que parecía y si sabía algo más y ese tipo de cosas.

Y yo quiero enterarme.

—Mejor ahora, seguro que tiene curiosidad por ver algunas fotografías tuyas de pequeña.

Sé que no voy a ganar esta discusión, así que vuelvo a entrelazar mis dedos con los de James y le hago un recorrido rápido por la casa. Le digo de forma rápida donde está el baño en la planta baja, algunas habitaciones, lo usual.

No comento mucho las fotografías que hay por toda la casa, aunque sé que a James no le pasan por alto.

—Y esta es mi habitación, bueno, era —corrijo al entrar en ella.

—¿Aquí podré ver por fin fotos tuyas de pequeña? Porque en algunas estabas adorable.

—¿Eso es que ya no lo soy?

James no responde, empieza a recorrer la habitación, observando los trofeos y medallas que tengo colgadas, la inmensidad cantidad de libros de las estanterías y por último las fotografías.

—Neus y tú —murmura al coger una composición tipo mosaico con las manos—. ¿Cuántos años teníais en esta?

—Tres, bueno, yo dos. Nuestro primer día de colegio, al ser de diciembre yo entré con dos años y cumplí los tres cuando ya estaba el curso empezado. —Señalo otra—. En esta es el primer día de primaria, ella tenía seis y yo cinco. Aquí doce y yo once, el primer día de secundaria, y en la de al lado, el de bachillerato, con dieciséis y yo quince.

—Y supongo que en esta el primer día de universidad —asume al mirar en una de las que se nos ve con más edad si se compara con las otras. Al ver que no digo nada, lo toma como un sí—. No has cambiado nada.

—¿Cómo que no? —Estoy ofendida, sí lo he hecho—. Ya no tengo esa cara. He mejorado mucho.

—Para mí sí, estás igual —se ríe y con el dedo marca otra, una de mis peores etapas en cuanto al físico, en quinto de primaria—. Tienes la misma expresión de que estás por encima de todo y de todos.

—No uses esa fotografía como ejemplo, estaba asqueada en esa excursión.

—¿Por qué?

—Porque el bocadillo de la comida no era de lo que yo quería —reconozco y acabo por reírme—. Es una tontería, pero para mí fue un auténtico drama.

James sigue examinando la habitación y se detiene delante del gran escritorio que hay delante de la ventana.

—Estas ya son en la universidad, ¿no? —Asiento y hace una pequeña mueca al ver un con Oriol.

En ella salimos abrazados con nuestras batas de médico y quizá más cariñosos de lo que son los amigos, pero es que estaba hecha cuando éramos pareja. Ni me había planteado sacarla, no vivo aquí ya. Además, es un muy bonito recuerdo.

No sé qué está pensando, así que lo abrazo con fuerza, obligando a que deje la fotografía de nuevo en el mueble.

—No estés celoso —va a contestarme, pero lo corto con un beso—. No me lo niegues.

—Lo siento.

—No te disculpes, es lo más normal del mundo. Mi relación con Oriol es bastante... peculiar —admito y empiezo a besarle el cuello—. Pero no tienes que estar celoso, solo tengo ojos para una persona.

—¿Solo una? —Traga saliva y me aprieta hacia él.

—Solo una —confirmo sin mirarle a los ojos, sigo dándole atención a su cuello—. Y sabes muy bien que eres tú.

Suspira y sonrío aún en su cuello, me encanta provocarlo.

—Mireia, para.

—¿Por qué debería hacerlo? —Alzo la mirada y le muerdo el labio inferior—. Hay una cosa que aún no te he enseñado.

—¿Vas a decir la cama? —se anticipa.

—No —me río a carcajada limpia—, pero si quieres probarla, no voy a poner ningún pega, es muy cómoda, ¿la probamos?

Aprovechando que mis palabras lo han dejado sorprendido, aunque debería estar acostumbrado, lo empujo para que se siente en la cama y me coloco encima de él.

—Mireia, están tus padres y...

—No seas aburrido —susurro y me muevo un poco—. ¿Qué opinas de mi antigua cama?

—Prefiero la de tu casa actual —comenta y vuelve a tragar saliva, se lo estoy poniendo muy difícil. Tiene un autocontrol asombroso—. ¿Qué no me has enseñado?

—El billar —sonrío y veo cómo la mirada le brilla un poco al recordar esa noche—. Aún no te he dado tu premio por ganarme, quizá a partir de las doce la tienes...

Lo beso sin pensar mucho en que estamos en casa de mis padres, que están en uno de los salones con mi hermano y mi cuñada, y que en cierto modo nos esperan.

—Por favor, Mireia —pide, apartándose un poco—. No me hagas esto.

Me levanto porque sé que conocer a mi padres es algo importante para él, y no quiere a causar mala impresión. Ya habrá otra oportunidad para hacer esto, porque lo haremos, se ha convertido en una de mis fantasías.

—¿Necesitas unos minutos?

—Sí —admite—. Cuéntame más cosas de tu habitación.

Cuando volvemos a la sala de estar, mi padre vuelve a mirar a James de forma directa y eso hace que frunza el ceño, Pau se ha ido de la lengua, estoy convencida.

La que lleva el peso de la conversación durante la velada es mi madre, se interesa mucho por James, le pregunta cosas de su vida, de qué trabajan sus padres, cómo fue su infancia, a qué universidad fue...

Lo típico de una madre preocupada.

—¿Y qué haces viviendo en Estocolmo? —mi padre pregunta mientras estamos con el postre—. ¿Una buena oferta laboral?

—Más o menos —concede James—. Me mudé ahí por mi mejor amigo. —Le miro para hacerle ver que no saben nada de Sebastian ni quién es—. Él era cantante.

—¿Y vive en Suecia? —mi madre está muy interesada—. Eso es raro.

—Ha dejado su profesión porque se va a casar con la princesa Lena —explica con calma—, no sé si...

—Sabemos quién es —lo interrumpe mi madre—, al menos yo sí. Me gusta leer revistas de corazón cuando voy a la peluquería. Así que tu mejor amigo es Sebastian Hiddleston. —James asiente—. ¿Y cómo os conocisteis, Mireia?

No me gusta que me interroguen, pero contesto todas las preguntas que me hacen, intentando disimular que me estoy agobiando. Soy alguien que cuenta las cosas cuando le apetece, no cuando le obligan. Y hay detalles que no quiero que conozcan.

Mi cara demuestra mi estado de ánimo, todo lo contrario a la de James, que parece que está muy a gusto.

Ya le había dicho que no tenía nada de lo que preocuparse, que por su forma de ser, le caería muy bien a mis padres.

—A mí no me dijiste que os conocisteis así —protesta Pau—. ¿Dónde están mis privilegios de hermano mayor?

—James. —Mi madre se centra en mi novio—. Según sé, dentro de poco se van a casar, ¿no?

—Sí —confirma—. Y me gustaría que Mireia viniera conmigo —dice con mucha seguridad y le aprieto la mano.

—Eso deberías preguntárselo a ella —habla mi padre.

—Técnicamente no —murmuro—, necesito que el director del hospital me dé días libras... —Hago un pequeño puchero—. ¿Director Folch, me lo da?

Por la sonrisa de mi padre, que niega con la cabeza porque me conoce muy bien, se esperaba mi comentario.

—Depende.

Me la está devolviendo, ¿dónde está su lado más cuadrículado y formal?

—¿De qué depende?

—De si tú quieres ir, no me pongas a mí como excusa, Mireia.

Y me guiña un ojo. Me la ha devuelto, luego que no se queje cuando la gente diga que nos parecemos tanto.






¡Holi!

Como dije por instagram, subo hoy en lugar de ayer porque tenía cosas que hacer.

En realidad no he contado todo lo que quería en este capítulo, pero he decidido parar aquí porque se hacía MUY LARGO.

Es un poco de transición, lo reconozco, pero tiene cosas importantes, como todo haha.

No tengo nada que decir más creo, haha, si lo hay ya modificaré la nota de autora.

Muchos besos gracias por leer, por los votos y los comentarios :)


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