Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo Treinta y Dos


La espera se me hace eterna.

No me gusta no tener noticias, no saber qué es lo que está pasando o si va todo bien o no. Intento mantener la calma, no quiero que se me vea muy nervioso delante de la familia de Mireia, pero creo que no lo consigo: me aprieto mucho las manos, me pongo y quito las gafas, me paso la mano por el pelo...

Oriol y Pau me han explicado varias veces el procedimiento en sí, lo que van a hacerle a Mireia paso a paso, la técnica utilizada, si van a anestesiarla por completo o solo de forma local, las posibles complicaciones, lo buena que es la ginecóloga y el equipo que la van a atender...

Todo suena extraño y desconocido para mí, por mucho que lo hagan de forma fácil, siendo lo más simple posibles, casi como si se lo explicasen a un niño, se me escapan muchas cosas.

—¿Te acompaño a tomar el aire? —se ofrece Oriol, dándome una palmada en la espalda y me sonríe. Ya me caía bien de las veces que habíamos coincidido, pero en un día me ha demostrado muchísimo. Sin él no estaría aquí—. O te llevo hasta ahí y te doy intimidad en el caso que la necesites.

¿Tan mal estoy que me ofrece eso? Sí, necesito aire fresco, no sé cuántas horas llevo encerrado en el hospital al lado de Mireia, pero ella me necesitaba a su lado. Me necesita aquí. Y yo necesito estar con ella.

—Estoy bien aquí —murmuro sin muchas ganas—. Gracias.

—Aún queda un tiempo para que podamos ver a Mireia —intenta convencerme—, cuando acabe el procedimiento van a tenerla en observación al principio. No te irá mal tomar el aire. Así puedes hablar con amigos o familiares si lo necesitas.

Aún no he hablado con Sebastian, he ignorado sus llamadas, incluso las que venían desde el móvil de Lena, porque sé que no eran de ella, que eran de mi mejor amigo esperanzado de que desde ahí sí le contestase.

Pero es que no sé qué decirle a Sebastian.

—Llévatelo —intercede Pau, que está muy preocupado por su hermana. No ha hecho ninguna broma desde que lo he visto, ningún comentario fuera de lugar, está muy serio y no para de pasarse una pelotita antiestrés de mano a mano—. No ha salido de la habitación de Mireia ni para comer, necesita el aire fresco.

No me apetece ponerme a discutir sobre algo tan absurdo, así que acabo por seguir a Oriol por los pasillos del hospital. Acabamos en una terraza en la que no hay nadie, no sé si es que es que no se puede acceder o solo pueden hacerlo los trabajadores, pero sí, tiene la suficiente intimidad.

—Voy a la cafetería a por un café, ¿quieres tú algo? —me pregunta y esboza una sonrisa—. ¿Café, té, agua? ¿Algo más fuerte?

—No quiero nada. —Tengo el estómago cerrado, soy incapaz de comer o beber algo—. Gracias.

Oriol asiente y me deja solo. Una vez que lo estoy, suspiro varias veces y cierro los ojos durante unos segundos.

Siento que me ahogo por la situación porque se me escapa de las manos y del control. No hay nada que pueda hacer para cambiarlo, no había nada que pudiese haber hecho para hacerlo aunque lo hubiese sabido cuando me tocaba.

Y eso me genera aún más impotencia.

Nunca he tenido problemas para gestionar mis emociones, ni tampoco para decir lo que siento en cada momento. Pero ahora... ahora nada va a servir.

Mireia está embarazada, o estaba porque quizá ya ha acabado el procedimiento, íbamos a ser padres; ella y yo.

Iba a ser padre.

Y no ha podido ser.

Eso me replantea más dudas, unas que no puedo preguntarle a Mireia porque no es el momento de hacérselas.

¿Su decisión hubiera sido la misma si no hubiera habido ese problema? ¿Hubiera querido seguir con un embarazo que no estaba planificado? ¿Me lo hubiera dicho?

Porque eso es lo peor de todo, no me lo había dicho, no había confiado en mí, se lo había guardado para sí misma.

Vuelvo a suspirar y el móvil me vibra por enésima vez. Es Sebastian y al final, para que no me agobie más, le contesto.

¿Tan grave es? —pregunta de forma directa—. Porque...

—Es grave, sí.

—Maldición, James, ¿por qué no me lo has dicho? Cojo un avión ahora mismo y me planto ahí contigo.

—No, Sebastian, no es necesario.

—Me importa tan poco el protocolo, mis actos, o mi agenda, tengo que estar con mi mejor amigo y...

Sin razón, me río. Sebastian y su intensidad tan característica consiguen que desconecte unos segundos de todo el drama que me envuelve. No sé qué debe estar pensado, es muy de ponerse en lo peor. Aunque dudo mucho que esta situación pudiese imaginarse. Ni yo mismo lo hacía.

—Sebastian, no se va a morir —hablo casi sin emoción en la voz—, tampoco ha tenido un accidente, ni está en coma ni cualquier situación extraña que se te ocurra.

—¿Entonces? ¿Qué es tan grave como para ignorar tantas llamadas mías?

—Te lo contaré cuando nos veamos, os lo contaré —añado a Lena porque necesitaré su opinión. Su racionalidad y su forma de analizar las cosas de forma fría y externa, sin dejarse llevarse por las emociones, irá bien. También porque necesitaré su opinión—, cuando vuelva a Estocolmo.

—¿Cuándo va a ser?

—No lo sé, Sebastian.

Vale, no pasa nada, estoy aquí para cualquier cosa —afirma y asiento aunque no me esté viendo—. Puedes llamarme a la hora que sea, te contestaré. Incluso a las cuatro de la mañana si hace falta.

—No voy a molestarte a las cuatro de la mañana, menos si os despierto, Lena necesita descansar.

—Que no te oiga decir eso, va a querer matarte, no para de decir que aunque esté embarazada puede seguir haciendo su vida normal, que nada cambia. Te quiero.

—Y yo también a ti.

Mira que somos cursis cuando queremos —se mofa—, aunque no me cuesta nada reconocerte la verdad. Mándale recuerdos a Mireia, y espero que todo se solucione, de verdad.

Cuelgo y hasta que llega Oriol, intento ordenar mis pensamientos sin nada de éxito. Al volver a la sala de espera hay más movimiento que antes, lo que no sé si es bueno o malo.

—Mireia quiere verte —anuncia su padre.

—¿Ha ido todo bien?

—Sí, todo ha ido a la perfección —afirma sin titubear, seguro que lo ha comprobado de primera mano—. En teoría no podría verte ahora, no es lo que solemos hacer, pero...

—Por una norma más que nos saltemos hoy no creo que pase nada, Gerard —tercia su madre con voz dulce—. Si sigues a ese enfermero te llevará con Mireia, James.

Trago saliva, escuchar eso me pone nervioso, aún más de lo que estoy, pero no lo expreso. No he tenido mucha experiencia con los hospitales, pero tengo muy claro que no me gustan, no después de esto.

Mireia al verme sonríe, pero es esa sonrisa vacía que lleva teniendo todo el día, una que no va acorde a lo que sus ojos están expresando.

—James... —murmura con la voz algo adormilada, como si le costase hablar—. ¿Te he dicho alguna vez lo guapo que eres?

—¿Cómo estás? —Acerco la silla al lado de la camilla en la que está—. ¿Ha ido todo bien?

—Sí, todo bien. Ya...ya no... —Se calla y acaba por morderse el labio—. Y estoy un poco aún afectada por la anestesia.

—¿Eso es qué va a decir tonterías? —bromeo y le acaricio la mano—. Porque me gustaría escucharte.

—Nunca digo tonterías, Jamesito. Quizá es que las personas que me escuchan no son capaces de entenderme.

—¿Cómo estás? —insisto otra vez. Ambos sabemos que mi pregunta no solo había sido por el procedimiento, que quiero saber de verdad cómo se encuentra.

—Ya te he respondido —repite y la entiendo. No quiere abrirse, no por el momento—. En una hora me van a dar el alta, ha ido todo bien, así que me iré a mi piso y...

—Iremos a tu piso —corrijo y sigo acariciándole la mano—. No me voy a ir.

—James, estaré bien, solo tengo que hacer reposo unos días y...

—Mireia, suficiente —pido sin alzar la voz, aunque sé que he sonado mucho más duro de lo que he pretendido—. No me quieras apartar de esto, no voy a dejarte hacerlo.

—Pero has dicho que necesitas tiempo para ti y...

—Basta. —Me levanto y la miro de forma fija—. No, Mireia, no.

—¿No necesitas tiempo?

¿Por qué quiere desviar la atención? Está poniendo una barrera entre ambos, una coraza parecida a la que tenía cuando nos conocimos, una que a veces seguía teniendo cuando avanzábamos. Es su mecanismo de defensa, y entiendo que la tenga, más después de lo que ha pasado, pero soy yo...

—No me voy a ir hasta que estés recuperada —afirmo muy seguro sin dejar de mirarla—. Y no vas a echarme, vas a dejar que te cuide y no vas a protestar, ¿de acuerdo? —Ella asiente y no me rebate, lo que es raro—. Bien.

Es ella la que busca mi mano ahora y la entrelaza con la suya.

—Gracias —susurra y vuelve a morderse el labio. Lo hace para no emocionarse, pero a mí no me engaña—. Eres una de las mejores personas que he conocido nunca.

Y no sé bien la razón, pero esto me suena a despedida.


•❥❥❥•


Conozco muy bien a Mireia y con el tiempo he aprendido a diferenciar bien los matices de sus palabras, lo que quiere decir de forma exacta sin ser del todo clara, o la forma en la que intenta desviar el tema cuando no le interesa, aunque en más de una ocasión esa es una de las cosas que más me desesperan de ella, es uno de sus defectos y he aprendido a aceptarlo y saber tratar con ello.

Es por eso que sé que no está bien aunque insista en que sí, que lo único que está es adolorida y nada más. No es solo una mentira, hay mucho más, un abismo que nos une en un dolor que ni sé cómo expresar, porque aún estoy procesándolo, y sigo sin saber cómo está ella anímicamente porque aún no lo ha compartido ni expresado en voz alta.

Una vez que había pasado tiempo en observación un tiempo, le habían dado el alta hospitalaria porque por mucho que su padre hubiese movido hilos, no había nada más por hacer, ya estaba todo hecho y no iba a estar ingresada sin necesitarlo.

Después de debatir con la madre de Mireia, que había insistido por si habían cambiado de idea y habían decidido ir a la casa familiar para que ella pasase la recuperación, hemos llegado a su piso. No para de repetir que está bien, que no hace falta que la ayude a caminar, que puede sola, aunque va más lenta de lo normal, que tampoco quiere hacer reposo absoluto y mil cosas que me están poniendo de los nervios.

No es que no me fíe de su criterio, aunque después de lo que ha pasado y lo que me ha ocultado no es que confíe en ella, no ahora mismo, es solo que sé que está restándole importancia. Seguiré las indicaciones de los médicos con los que he hablado antes de darle el alta y a los que he preguntado todo lo que se me ha pasado por la cabeza, al igual que a Oriol, cualquier duda se la voy a preguntar porque sé que no me va a mentir.

—Odio no hacer nada —resopla Mireia mientras se sienta en el sofá—. Me aburro, necesito hacer... algo.

—Podemos hacer muchas cosas —rebato y veo cómo alza una ceja con picardía. Pero de nuevo, no es su misma expresión, no es ella aunque esté esforzándose—. Mireia, no.

—No he dicho nada —se hace la inocente mientras hace un pequeño puchero y parpadea para darle énfasis—, ¿por qué me estás mirando así?

—Sabes muy bien el motivo. No me refería a que tengamos sexo.

Una de las indicaciones que había repetido mucho la ginecóloga había sido que teníamos que descansar en ese aspecto unas semanas después de la intervención, que no es adecuado. Y lo entiendo, tampoco es que me apetezca, lo que es extraño porque con Mireia siempre pierdo el control y el raciocinio en ese aspecto.

—¿Nosotros no hacemos el amor? —Alza una ceja y aprieta los labios—. Yo creía que sí...

—Mireia...

—¿Entonces a qué? —pregunta con tono divertido—. Dime algo que no sea ver series, películas y cosas así... Porque es común, demasiado común.

—Podemos... cocinar —sugiero y la miro para ver su reacción—. ¿Qué opinas?

—¿Cocinar? —repite entre risas—. No sé cocinar nada, Jamesito. Lo sabes, soy una auténtica negada en ese aspecto.

—Pero yo sí, puedo enseñarte.

—Cierto, que tienes mucha paciencia, sobre todo conmigo, no paras de demostrarlo —comenta en voz más baja—. Tengo otra mala noticia para ti.

—Lo adivino, no tienes casi nada en la nevera, ¿verdad? —Ella asiente, no me sorprende, si sobrevive a base de comida a domicilio y platos sencillos—. Pues hagamos la compra por internet.

—¿Por internet? —protesta—. Podemos ir a un supermercado en coche y...

—No —la interrumpo—. Tienes que hacer reposo, eso es no hacer esfuerzos, no cargar peso, lo que incluye bolsas de la compra, y...

—Lo sé, lo sé —bufa y se aparta el cabello para hacerse un moño mal hecho—. Entonces vamos a hacer la compra por internet, así también tenemos comida para los días que te quedes...

—Exacto.

—Otra primera vez para nosotros —comenta y eso me hace sonreír. Es verdad, es una más, una de una larga lista ya—. Voy a por el ordenador para hacerla, porque puedo levantarme, ¿no? —No respondo porque sé que me está chinchando—. Bien. —Se sienta de nuevo en el sofá y me hace un gesto para que me acerque más a ella—. ¿Qué vamos a querer comprar?

—No sé, Mireia, ¿qué te falta?

—Todo —admite—. Y tampoco sé qué es lo que quieres... Ya que vamos a cocinar, podríamos hacer algo de repostería. Hace mucho que no hago nada y me apetece bastante.

Frunzo el ceño, si no recuerdo mal, me contó que hacía repostería sobre todo cuando estaba estudiando y necesitaba un pequeño descanso, cuando estaba tan estresada que necesitaba una vía de escape.

— Si quieres, sí.

—Sí, quiero hacer una Red Velvet —asegura—. Va, hagamos la compra.

Lo que queda de día, ya que hasta mañana no llega todo lo que hemos comprado, que no ha sido poco, nos dedicamos a ver series, comentando lo que nos parece y nuestras opiniones. Tampoco en los días siguientes hacemos mucho más, le enseño a cocinar, ella me enseña a hacer tartas...

Sin embargo, sigue sin expresar realmente cómo está, aunque cada vez tiene más ojeras. No duerme por las noches, por mucho que le abrace y ella no se mueva, no hasta que cree que me he quedado dormido. Ahí es cuando se aleja un poco, camina por la habitación, vuelve a la cama y no para de moverse.

No sé cuánto tiempo va a aguantar así, no cuando no está bien. Me preocupa, y no soy el único, toda su familia lo está, no paran de llamarla para saber cómo está, preguntándole si se siente bien, si tiene ganas de hablar, si pueden venir a visitarla para tomar un café, pero ella lo rechaza de forma educada. No quiere ver a nadie, quiere estar sola.

Ni siquiera sé si me quiere aquí, porque no estamos hablando mucho, nuestras conversaciones se basan en lo que vamos a hacer hoy, o lo que nos parece un capítulo, o cualquier tontería que se nos pasa por la cabeza. Sé que no es suficiente, que debería hacer más, ayudarla de algún modo, pero no quiero forzarla a que se abra conmigo si no está preparada porque va a ser peor.

Y la situación me supera, cada vez siento que es más así. No sé cuánto tiempo voy a ser capaz de hacer como si nada, como si estuviera aquí para verla como muchas otras veces...

—Mireia, ¿por qué tardas tanto? —Entro en el baño y me quedo quieto observándola—. Mireia... —Había estado esperando este momento, el momento en el que se rompiera, pero al verlo una parte de mí también se rompe. Está llorando bajo el chorro de agua, quieta, muy quieta. Está desconsolada, como nunca la había visto. No me importa mojarme, entro con ella en la ducha y la abrazo—. ¿Quieres compartirlo conmigo?

—Es que no lo sé... —balbucea casi tartamudeando—. No sé por qué he empezado a llorar, solo... no puedo parar, James. No puedo parar de llorar.

—No hay nada malo en hacerlo, no después de lo que ha pasado, es normal.

—Yo no lo veo así, ¿por qué estoy llorando, James? No me gusta llorar, no suelo hacerlo. —Se gira para mirarme, y aunque no para de caer agua, sus lágrimas se diferencian a la perfección en su rostro. Y, después de muchos días, su rostro expresa lo mismo que sus ojos, dolor—. No quería ser madre, ni quiero serlo por el momento, y pese a eso me siento mal por lo que ha pasado. ¿Tuve la culpa? ¿Si hubiese tomado ácido fólico no hubiese tenido ese problema? ¿Hubiese cambiado algo?

—No, Mireia, no tuviste la culpa de nada. Te lo dije en su momento y te lo vuelvo a decir.

—¿Tú me culpas de lo que ha pasado?

—No, Mireia, de eso no te culpo.

La abrazo y nos quedamos así un tiempo, ella sigue llorando y yo... yo solo espero que con ese gesto esté expresándole lo que siento, reconfortándola, haciéndola sentir a salvo. Cuando parece que se calma, ya que su respiración se pausa un poco, cierro el agua y salgo de la ducha para buscar una toalla para ella. Me quito mi ropa, porque estoy empapado, y busco otra para mí y así poder secarme, pero quiero centrarme en ella. No quiero que se calle ahora que ha empezado a abrirse.

Mireia no habla, solo me mira, y se pone ropa cómoda, yo hago lo mismo, para acabar tumbados en su cama, acomodándola entre mis brazos.

—Otra de las cosas que no puedo dejar de pensar es lo mal que me siento por no habértelo dicho... —comenta mientras la abrazo—. Debería haberlo hecho. —Le acaricio el cabello para que siga hablando—. Pero no lo hice, y nada va a cambiar lo que decidí... —Traga saliva—. La psicóloga me avisó de que lo más probable era que me pasase esto, pero yo estaba convencida de que no, que podría con todo, que era fuerte y... —Suspira—. Es solo que no quiero preocuparte más. Sé cómo me miras, sé que estabas esperando esto.

—En estas situaciones, no tienes que aguantarlo todo sola —hablo con calma—. Estoy aquí para ti.

—Diría que somos un equipo, pero yo lo rompí al no contarte que estaba embarazada y que había problemas —murmura y niega con la cabeza—. Tampoco te he preguntado cómo estás, lo que me convierte en una novia espantosa. —Se ríe y sé que es por los nervios—. Tú lo dijiste, eras el padre, también debes estar mal y ni siquiera me he preocupado por ti.

—¿Quieres saber cómo estoy?

—Sí, quiero saberlo. —Alza la cabeza y me mira. Sus ojos expresan tanto y yo... Yo sigo perdiéndome en ellos—. ¿Cómo estás, James?

Durante horas nos sinceramos el uno con el otro, le cuento cómo me siento, aceptando por primera vez en días y en voz alta la pérdida y lo que ha supuesto para mí, aunque aún estoy procesándolo. Soy honesto, totalmente honesto, aunque quizá que lo sea le duele, pero no creo que deba callármelo; no con lo dolido y traicionado que me siento. Ella me escucha, me entiende y acepta lo que le digo sin quejarse, tampoco se justifica o suelta una excusa absurda.

Y siento que esto es un gran avance, sobre todo para ella, un paso para que empiece a recuperarse de forma oficial. Es por eso que no entiendo que a la mañana siguiente, me pida que me vaya.

—¿Quieres que me vaya? —repito sin creérmelo

Vuelvo a sentirme frustrado, me saco las gafas y la miro buscando una respuesta en su rostro.

—No —afirma y eso hace que no entienda nada—. No quiero que te marches.

—¿Entonces?

—Cuando llegaste a Barcelona y hablamos, dijiste que necesitabas pensar, estar un tiempo a solas. Y sigues necesitándolo, eso no ha cambiado.

—Mireia...

Sí, necesito tiempo para mí, un tiempo para pensar con tranquilidad. Pero...

¿Por qué me está echando?

—No puedo pedirte que te quedes, James. Porque no sería justo, ni para ti para mí —usa la misma frase que dije yo el otro día y sonríe sin ganas—. Y no seré tan egoísta para pedirte que te quedes cuando tú necesitas el tiempo para ti, y estar con la gente que te quiere para acabar de estar bien.

—¿Y si quiero quedarme?

—¿Quieres quedarte porque quieres hacerlo, o porque crees que debes hacerlo? —rebate—. Porque es muy distinto. —Al ver que no contesto, me acaricia la mejilla—. Te conozco lo suficiente para saber que estás aquí porque me quieres, porque quieres asegurarte de que estoy bien.

—No lo estás —remarco lo obvio.

—No, no lo estoy, pero tú tampoco —admite—, y si no dejas de centrarte en mí y en cómo estoy, que es lo que llevas haciendo todos estos días, no podrás recuperarte y sanar.

—Mireia...

—No sabes lo que me está costando decirte esto —dice intentando mostrarse segura, pero veo a través de sus ojos y lo que oculta—, porque sé que, quizá, cuando estés solo y pienses en nosotros, y en lo que te he ocultado, vas a tomar una decisión que no me guste, porque te quiero, James. Te quiero muchísimo. Es por eso que te pido que vuelvas a Estocolmo y te tomes tu tiempo para pensar.

Asiento, la entiendo, y tiene razón, en estos días no he podido pensar con claridad en nada que no sea en que ella mejore, en que mejore, y no en mí.

Sigo sintiéndome traicionado por ella, sigo pensando que no está en el mismo punto de relación en el que estoy yo, que no ve un futuro tan claro a mi lado como el que yo veo al suyo.

—¿Estás segura de que quieres que me marche?

—No, pero no te voy a pedir que te quedes por mucho que quiera que lo hagas.

La beso después de muchos días sin hacerlo, no lo había hecho desde que había llegado a Barcelona, la beso porque quizá es nuestro último beso, porque quizá es su forma de poner distancia entre los dos porque ella no ve un futuro juntos y es la calma antes de que todo se rompa entre los dos.






Holiiii, ¿cómo estáis?

Primero de todo quiero decir que he creado un grupo de telegram de mis novelas, está incluida, y paso por ahí adelantos, algunos spoiler, hablamos, etc. Si queréis entrar, mandadme un mensaje privado y os mando el link :)

Dicho esto... ¡DRAMA!

Uno totalmente necesario, James necesita también el tiempo para él, y si Mireia no le deja ir, no se va a ir porque se ha centrado al completo en ella. 

Y Mireia se ha roto, por fin, aunque bueno, todo lo que piensa y tal se verá en el capítulo en su punto de vista.

Cada vez queda menos para el finaaaaal.

Muchos besos xx, tened una buena semana :)


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro