Capítulo Quince
Un golpe en la pierna me despierta de golpe. Abro los ojos y bajo un poco la mirada para ver que ha sido Mireia en un movimiento dormida.
No sé por cuánto tiempo la observo, fijándome mejor en los detalles de su rostro que en un principio pueden pasar por alto, como el lunar de la mejilla o lo delicadas que son sus facciones. Sigue acurrucada en mi pecho y balbucea algo ininteligible con la boca ligeramente abierta.
Incluso dormida, sus labios llaman mi atención y mi mente me hace pensar en la noche de ayer. Fue una completa locura. Todo con ella lo es. Me llevó al límite una y otra vez, me estuvo provocando, nos besamos, bailamos de una forma que solo hizo que me dieran más ganas de seguir lo que habíamos empezado, me tentó tocándome por encima de la ropa...
Y perdí el control, ni siquiera pensé en lo que hacía, me dejé llevar por lo que el cuerpo me pedía, la toqué en público, maldiciendo de forma interior cuando me pidió que parase.
En ese momento estaba dispuesto a llegar hasta el final, llevarla a la locura aunque estuviéramos rodeados de gente.
Mireia me hace querer hacer cosas que nunca me había planteado ni se me habían pasado por la cabeza, como cuando volví a tocarla delante de Oriol para vengarme de todas sus insinuaciones. Estuvimos casi toda la noche provocándonos el uno al otro, sobre todo ella, y se me pasó por la cabeza más de una vez que estaba a punto de estallar, que no podría controlarme más.
Aunque no fue el único motivo por el que la toqué con Oriol delante, también fue en parte porque no pude evitar sentir celos cuando supe que habían estado juntos y, según palabras textuales de Neus, todo el mundo daba por hecho que se casarían.
No es que me molestase, ni lo hace, que sean tan cercanos, pero una parte de mí, la más irracional y que estuvo influenciada por el alcohol que había tomado, quería que toda su atención estuviese centrada en mí. Solo en mí y solo se me ocurrió esa forma de hacerlo.
Sonrío al mirarla, dormida está muy tranquila, no parece ella, no tiene esa expresión tan suya, esa que me vuelve loco, la que me reta de forma constante.
Con mucho cuidado, sobre todo para no despertarla, me levanto, me pongo el bóxer que encuentro por el suelo de la habitación y salgo de la habitación.
Quiero prepararle el desayuno, tener un gesto bonito con ella, pero cuando llego a la cocina no sé si ha sido una buena idea.
No quiero rebuscar entre sus cosas, no es mi estilo, aunque acabo haciéndolo para saber qué tiene en la nevera y tomar una decisión con respecto a eso.
No me sorprendo al ver que la tiene medio vacía, por su profesión casi no está en su casa y debe comer mucho fuera, tiene un estilo de vida bastante alto. Sigo mi búsqueda entre los armarios cercanos y encuentro varias cosas que me pueden servir.
Cojo varios ingredientes y mientras investigo los cajones encuentro lo que me falta, por lo que empiezo a preparar el desayuno.
Espero que no le moleste, si estuviéramos en Estocolmo hubiera ido a una de las cafeterías al lado de mi loft para comprarle lo mejor que encontrase para que desayunase. Hacerlo aquí es imposible, lo más probable es que me pierda en la calle por no hablar que no tengo llaves para volver.
Al mirar la isla de cocina recuerdo lo bien que nos entendimos ayer ella y yo también en esta faceta, aunque solo fuera recogiendo la mesa.
No sentí en ningún momento que la situación era forzada, o que estuviese incómodo, ella tampoco lo parecía, y eso me hace plantearme muchas cosas.
Yo estoy muy bien con Mireia, eso es más que evidente, pero la complicidad que estamos demostrando solo hace que me dé aún más cuenta de lo que me gusta.
No quiero precipitarme, no cuando aún ni sé lo que somos o lo que seremos, pero estoy empezando a pensar que tenemos futuro juntos. Mejor dicho, quiero un futuro con ella, que esto no sea solo algo casual que no lleve a nada.
Me gusta mucho lo que estoy viendo de ella, lo culta que es en casi cualquier tema, sus comentarios...
Cuando acabo de preparar el desayuno, cojo una bandeja y lo pongo todo para llevarlo a la cama. Mi intención es despertarla, pero al volver a la habitación veo que ya lo está, que se ha vuelto a poner el camisón y está mirando su móvil.
—Eres un cursi, James. —Mireia empieza a reírse y se acerca poco poco a mí, y me besa con cariño mientras se coloca a mi lado—. Buenos días, ¿has dormido bien?
Alza una ceja y veo el doble sentido en sus palabras sin que sea muy evidente, empiezo a conocerla.
—Buenos días para ti también. Muy bien, ¿y tú?
—No tan bien seguro, no estaba tan relajada como otros ya que no quisiste... —Se ríe después de decirlo—. Gracias por lo del desayuno en la cama, la última vez que me lo trajeron fue Pau y porque quería algo, ¿es que tú quieres algo de mí? —pregunta y se fija bien en lo que he preparado—. No es lo que suelo comer por la mañanas, pero no me voy a quejar y menos aún cuando las has cocinado para mí.
—No tenías otra cosa que no fuera nata, no sé si...
—Nata está más que bien —comenta con una sonrisa traviesa. Antes de que pueda servirle, coge la nata, se sirve en un plato y con los cubiertos parte las tortitas—. Esto está buenísimo —murmura después de un suspiro de sorpresa—. ¿Lo haces todo bien? —No me deja responder, lo vuelve a hacer ella—. Bueno, aún tengo dudas respecto a un tema...
—Quizá las resuelves antes de lo que crees, ¿no? —rebato mientras también desayuno.
Si ella empieza a jugar, yo hago lo mismo. ¿Seremos siempre así de intensos?
—Quizá... —Se hace un poco la misteriosa y se muerde el labio inferior. —Comemos en silencio y noto que en más de una ocasión, busca una reacción por mi parte, haciendo sonidos sugerentes, mordiéndose el labio...
Quiere volverle loco, lo tengo muy claro.
—¿Recogemos todo esto? —sugiero. Ya ni intento disimular lo que Mireia provoca en mi cuerpo y ella lo sabe, disfruta con ello.
—Podemos hacerlo más tarde, ¿no crees? —rebate y se levanta para dejar la bandeja con los platos y vasos lejos de la cama—. Eso sí, la nata nos la quedamos.
No me quejaré, lo va a hacer más interesante, seguro que es lo que ella piensa. Tira el bote al lado de la cama, se saca el camisón, dejando al descubierto su cuerpo prácticamente desnudo y se coloca a horcajadas encima de mí. No me besa, me mira y yo hago lo mismo, intentando descifrar qué le pasa por la cabeza.
Se mueve, colocándose mejor y a mí se me escapa un gruñido por la fricción que ha causado que es acallado por sus labios.
Los besos dulces y cariñosos han quedado para otro momento, este es de los arrebatadores, de los que te quitan el habla y solo te hacen querer más.
Con Mireia siempre quiero más, sobre todo cuando su lengua lame mi labio inferior después de haberlo mordido.
La acerco aún más a mí, aprovechando que está como yo, prácticamente desnuda, para que mis manos recorran su espalda y acaben en el final de ella.
—Juguemos un poco —ronronea y me dejo hacer. Me tumbo por completo y espero expectante—. Tienes que estarte muy quieto.
—¿Y si no lo estoy?
—Entonces vas a sufrir.
Noto la frialdad de la nata de inmediato en mi pezón derecho, pero dura poco, la lengua de Mireia, húmeda y caliente, la quita dejándome con ganas de más. El contraste me ha gustado, así que no me muevo tal y como ha pedido.
Esta vez el chorro de nata abarca casi todo mi torso y tarda un poco más en sacarla, empieza dándome besos en el cuello para acabar bajando mientras me toca directamente con su mano.
Jadeo por el cúmulo de sensaciones, el frío de la nata, el calor de mi propio cuerpo y del de Mireia, su boca que me lleva a la locura y su mano que sabe muy bien lo que hacer.
Cierro los ojos disfrutando del momento y cuando los abro, me muevo, haciendo que ella sea la que se queda tumbada y cojo el bote de nata.
Yo ya tuve mi momento ayer por la noche, ahora la que le toca disfrutar es a ella antes de que ambos nos perdamos en el otro.
Empiezo haciendo lo mismo que ella, colocando un poco en uno de sus pechos pero yo me deleito mucho más, incluso cuando ya no queda nata. Le lamo el pezón, lo rodeo con la lengua antes de besarlo y morderle levemente, y vuelvo a repetir el proceso mientras escucho los suspiros de Mireia que hacen que me apriete aún más el bóxer.
Me canso mucho más rápido de la nata que ella, después de haberle besado casi todo el cuerpo, sintiendo lo cálida y suave que es su piel incluso acompañado del dulce, lanzo el bote al suelo y me centro en lo que realmente quiero.
Le quito la ropa interior y la toco, pudiendo observar bien su reacción, no como ayer noche. Mireia no dice nada, pero veo cómo su lengua acaricia su labio inferior cuando recorro la zona húmeda. Mientras mis dedos la van tocando de forma lenta y tortuosa, mi boca va dejando pequeños besos cerca de la zona, aumentando su impaciencia. Alza las caderas buscando mis dedos, intentando que vaya más rápido, que no la torture.
—Estate quieta —digo su misma frase sin levantar la cabeza para ver qué hace, sigo muy ocupado.
—Yo no fui tan mala ayer, ¿sabes? —protesta al aumentar un poco el ritmo con los dedos.
No hago caso de sus comentarios ni quejas, sigo haciendo lo mismo hasta que hago a mi boca partícipe de la tortura, permitiendo que mi lengua la estimule. Me deleito dándole placer, mi pulgar hace círculos en esa zona y disfruto al escuchar lo que estoy provocando.
Mireia jadea cada vez más fuerte, no es silenciosa y eso me gusta. Su respiración se acelera y uso otro dedo para penetrarla mientras su humedad se junta con la mía propia.
Si me pide que pare, no lo haré, la voy a llevar al límite, voy a hacer que desee más y sienta lo mismo que sentí ayer.
No tarda en llegar al orgasmo, estalla alrededor de mis dedos y boca. Sonrío con satisfacción, pero antes de mirarla, sigo jugando un poco más con ella.
Mireia se cansa de cederme todo el control, se incorpora y va al mismo sitio que anoche, esta vez no voy a pararla, no voy a reprimirme por su bienestar. Coge un condón y lo abre. En lugar de dármelo, me lo coloca ella misma. Ambos nos miramos y nos entendemos sin hablar, se sienta encima de mí de nuevo y con la mano la posiciona en su entrada.
Nos miramos de nuevo hasta que, por fin, nuestros cuerpos son uno solo con un solo movimiento.
Reprimo un gruñido en mi garganta, es muchísimo mejor de lo que me esperaba, es como si las ganas que habíamos ido acumulando con el paso de los días solo lo hubiera incrementando las sensaciones.
No me muevo en un principio, espero que ella lo haga, dándole el poder y control que tanto quiere.
Poco a poco, casi como si me estuviera probando, mueve las caderas, descendiendo y ascendiendo con lentitud, de forma pausada. Me la está devolviendo, se está vengando de mí. No me quejaré, no cuando por el momento no me molesta estar así, todo lo contrario, el placer es indescriptible.
La beso y ahogo un jadeo de sus labios a la par que empieza a aumentar el ritmo y empieza a hacer movimientos circulares juntos a los que ya hace. Esto me desarma, me vuelve loco, por lo que empiezo a acompañar a su inercia con la mía, haciendo más contacto entre nuestros cuerpos.
Estando así no duraré mucho, así que cambio las posiciones, siendo yo el que queda ahora encima sin dejar de penetrarla.
Los gemidos y jadeos inundan la habitación, al igual que el ligero golpeteo del cabecero contra la pared cada vez que somos unos.
Estoy sudando, eso no parece importarle a Mireia ya que sus manos me apremian a que mis movimientos sean aún más profundos y certeros.
Hago lo que me pide, pero se cansa y me queda bastante clara la que parece ser su posición preferida. Vuelve a colocarse encima y se mueve sin piedad, buscando su liberación al igual que la mía. No parece nuestra primera vez, nuestros cuerpos se entienden y acoplan a la perfección, como si llevásemos tiempo junto al otro.
Coloco las manos en sus caderas para ayudarla, y gruño cada vez que cae encima de mí de placer.
No tardamos en llegar, primero ella, que se deja ir entre jadeos provocadores que me ayudan a hacer lo mismo. Tiemblo de forma ligera mientras me libero, sintiendo un cúmulo de sensaciones que hacía demasiado que no sentía y Mireia me besa, sin dejar de moverse pero de forma más pausada.
La abrazo, juntando su cuerpo contra el mío aunque aún somos uno, e intento recuperarme.
—James —dice y me mira con una gran sonrisa. No está molesta de que sigamos abrazados ni busca su propio espacio.
—Dime.
Vuelve a sonreír y me acaricia un poco el pelo. No sé si es mi impresión, pero siento de nuevo que esto es íntimo, justo como ayer cuando nos duchamos, que hay mucho más en nuestros silencios que en las palabras.
—Nada, que tenía razón —se hace la misteriosa y se levanta.
¿Razón en qué? ¿A qué se refiere?
—No te entiendo —admito con el ceño un poco fruncido. También me levanto no sin antes sacarme el condón y anudarlo—. ¿De qué hablas?
—Nada. ¿Nos duchamos?
Y sin que pueda responderle, me coge la mano que tengo libre y me arrastra con ella al baño contiguo de su habitación.
•❥❥❥•
Mireia se queja por enésima vez de que la he entretenido demasiado y que ha tenido que desechar los planes de turismo que tenía para la mañana por mi culpa.
No me voy a disculpar, no cuando sé que a ella le ha gustado tanto como a mí. La ducha que nos hemos dado ha sido muy larga y nada parecida a la de ayer noche, nos hemos vuelto a dejar llevar y en el proceso se ha malgastado mucha agua.
Sinceramente, no sé cómo hemos podido parar y dejar la cama cuando ninguno de los dos parecía dispuesto a ello. Hemos perdido toda la mañana, cuando nos hemos querido dar cuenta era ya casi la hora de comer, y en su horario, no en el mío, porque los españoles tienen unos tiempos muy raros en ese sentido.
—Pagamos a medias —se avanza antes de que pueda sacar la billetera—, que te veo venir, James.
Como según sus propias palabras, vamos tarde para sus planes de turismo, hemos acabado comiendo en un restaurante al lado de su casa en el que me ha parecido que la conocen ya que la han tratado con mucha familiaridad, o eso es lo que creo por la entonación porque no he entendido nada de lo que han hablado.
—¿Algún día vas a dejar que te invite?
—¿No tenías un plan ya para eso? —rebate con una sonrisa traviesa—. Ahí te dejaré que lo hagas y no me quejaré. O no mucho.
—¿Y si te digo que no tengo dinero en efectivo? —murmuro aunque es mentira, quiero ver lo que va a responder.
—No cuela. —Guiña un ojo con suficiencia—. Empiezo a conocerte, no eres capaz de venir a otro país, con una moneda distinta a la que hay en Suecia, sin tener dinero en efectivo por lo que pueda pasar y por si acaso.
Sonrío al escucharla, tiene razón, antes de venir cambié coronas suecas con valor aproximado de unos quinientos euros. No llevo todo encima, no soy inconsciente, pero puedo pagar perfectamente la cuenta si quisiera.
—¿Cuál es el plan? —pregunto después de haber salido del restaurante—. ¿A dónde me vas a llevar?
—Al paraíso, pero ya has llegado, ¿no? —bromea y me saca la lengua—. De hecho lo has tocado varias veces.
—Mireia... —murmuro con una sonrisa, ya me he acostumbrado a esos comentarios suyos.
Tampoco miente, solo que es demasiado directa.
—Iremos a un sitio en el que ya has estado —explica y al llegar a su edificio, en lugar de subir a su casa bajamos hacia el aparcamiento—. Básicamente porque ahí está el Palau Sant Jordi, donde seguramente actuó Sebastian, es donde lo hacen todas las estrellas importantes.
—Espera, ¿en esa zona había algo más?
—Te voy a matar —se ríe aunque está muy seria, se nota que le molesta que no haya visitado más su ciudad—. ¡Hay un montón de cosas! Unos jardines botánicos preciosos, el estadio olímpico, zonas de parques increíbles con monumentos, vistas espectaculares... —Bufa y al ver que está de morros, la beso antes de que se suba al coche y la abrazo como una forma de disculparme de que se haya molestado. Aunque no tengo la culpa, estando de gira con Sebastian no veíamos casi nada—. Porque me has entretenido, pero ya he comprado entradas para ir al Park Güell mañana y...
—Adoras tu ciudad —remarco muy seguro—. Te cabrea de verdad que no me interesase por ella bien.
—Sí, no voy a mentirte —admite y me empuja con suavidad para poder subir al coche—. Soy una enamorada de Barcelona. ¿No te pasa con tu ciudad natal? Según me contaste es Baltimore.
Habíamos hablado de ello en una de nuestras primeras conversaciones por videollamada, nos explicamos un poco la vida del otro, cómo había sido nuestra infancia y anécdotas curiosas.
—Realmente no —admito y espero a que arranque—. Le tengo cariño, mi familia aún vive ahí, pero no tengo tanto arraigo como tú tienes a Barcelona.
—Se nota, has vivido en Los Ángeles y ahora en Estocolmo, no tienes problemas en mudarte.
—No los tengo no —confieso y me pongo las gafas de sol que he cogido por si acaso, el clima aquí es muy distinto—. Siempre he estado con Sebastian y seguiré estándolo, me gusta Estocolmo. —Giro la cabeza un poco para mirarla—. ¿Y tú? ¿Tú te mudarías?
—Nunca me lo he planteado —dice con sinceridad—. Lo tengo todo aquí, tampoco nada me ha hecho pensar de otro modo. Adoro mucho Barcelona como para marcharme —suspira—. ¿Por qué no te he visto con tus gafas aún? —pregunta, cambiando por completo de tema—. ¿O es que las llevas solo por moda? Si es así, me fallas, te creía más listo.
—No, si las llevo es porque no veo bien—confirmo sus sospechas—. Suelo llevarlas cuando tengo que usar mucho dispositivos electrónicos o leer. Ahora voy con lentillas. ¿Es que te gusta cómo me quedan las gafas?
—Sí, te da un punto más de morbo —confiesa con total naturalidad—. Eres guapo con ellas o sin, no te preocupes —añade al ver mi expresión por el espejo retrovisor interior—. Conecta tu móvil para poner música, quiero seguir escuchando lo que tienes en tus playlists.
—Te gusta mucho mandar, ¿no? —remarco mientras hago lo que me dice.
—¿Ahora te das cuenta? —se mofa—. Creía que te había quedado ya bastante claro.
—¿A mí? —le sigo la broma—. Para nada, no es como si no me hubiera quedado claro que te encanta estar arriba.
Me siento tan cómodo con ella, tanto, que me sale ser yo totalmente, hacer bromas y comentarios como los que le hago a Sebastian. Sigo estando un poco nervioso a su lado, sobre todo cuando me descoloca con alguno de sus comentarios, pero ya no pienso con cautela lo que voy a decir para no hacer el ridículo o soltar alguna tontería.
—Y tú te has quejado tanto por ello... —me la devuelve y ambos sonreímos—. ¿Qué canción es esta?
—Esto es cosa de Lexie —murmuro al mirar el nombre y el grupo—. Tiene un perfil propio de música desde mi cuenta, o sea, la pago yo, y bueno, a veces agrega canciones sin darse cuenta de que está en mi usuario, no en el suyo. La quito si no te gusta, de hecho...
—¡No! —contesta con rapidez—. Ni se te ocurra, me gusta mucho. Mejor que la música que tienes tú, mucho más animada—me chincha—. ¿Quiénes son y en qué idioma cantan?
—¿Te gustan de verdad? —Ella asiente—. Lexie te va a adorar.
Me doy cuenta justo después de decirlo, acabo de pensar en voz alta. Ha sonado demasiado precipitado e intenso. Y a ella no se le va a pasar por alto.
—¿Eso es que quieres presentarme a tu familia? —pregunta con una sonrisa pícara.
No, no se le ha pasado por alto. No está molesta, ni mucho menos, parece encantada de seguir teniendo el control.
—Estaríamos a la par, yo conozco a tu hermano.
—Eso es cierto —concede a media voz—. ¿El nombre del grupo? —insiste.
—Blackpink.
—Bien, me escucharé su música, seguro que me encanta. Por cierto...
—Sorpréndeme.
Vuelvo a girarme para centrarme por completo en ella.
—¿Cómo te lo pasaste ayer? —se interesa—. Y no hablo de lo bien que te lo pasaste conmigo, es más bien con mis amigos y mi hermano.
Me guardo para mí lo que me chocó enterarme por Neus que ella y Oriol habían tenido una relación muy seria. Después de eso entablamos una conversación casual de lo que fue anoche y acabamos provocándonos el uno al otro casi sin pretenderlo.
No es lo único de lo que hablamos, Mireia aprovecha cada ocasión que puede para explicarme algo de historia de Barcelona en el caso de que pasemos por sitios o edificios importantes.
Al llegar, aparca y me acuerdo más o menos de esa zona, sobre todo de una torre blanca que hay justo al lado que llamó la atención de Sebastian y bromeó mucho con ella.
Mireia saca su móvil, supongo que para apuntar el grupo y luego me mira fijamente para acabar sonriendo.
—¿Qué? —pregunto sin entender.
—Nada, ¿no puedo mirarte? —protesta mientras hace un puchero que me resulta adorable. No me deja que conteste, entrelaza su mano con la mía y me obliga casi a andar—. Va, sígueme.
Parece muy segura de los caminos que escoge, bajamos unas escaleras y unas pequeñas cuestas y el paisaje cambia por completo. Ya no se ve para nada la carretera, es como si hubiéramos entrado en otro sitio totalmente distinto.
Mireia me va contando anécdotas del lugar en el que estamos, como que aquí aprobó el carnet de conducir ya que es una zona típica de examen, o que la gran mayoría de cosas que hay se hicieron para que Barcelona fuera más bonita de cara a los Juegos Olímpicos.
La tarde se me pasa casi volando entre risas, conversaciones muy interesantes, besos, gestos cariñosos y fotografías, porque nos hacemos varias juntos como ya hicimos en Estocolmo. También hay momentos en los que me tienta, me besa y me provoca de tal forma que tengo que pensar de forma fría para no hacer nada que no debo en un sitio público.
Una vez que empieza a oscurecer, vamos hacia la zona que más o menos recuerdo y ella sigue contándome datos curiosos de Montjuïc.
Su pasión por su ciudad es tan evidente, me encanta ver cómo le brillan los ojos de entusiasmo. Escucharla hablar así contagia el entusiasmo.
—Espera un momento —le pido al notar que me suena el móvil, reconozco ese tono a la perfección—. Es Sebastian. —Asiente y respondo la videollamada—. ¿Pasa algo?
—Sí, que llevo sin saber de ti todo el día, ¿estás bien? ¿Debo preocuparme?
Solo lo he mirado un poco esta mañana, y más para saber si había algún problema con mi trabajo, nada más. El resto del día no he tenido la necesidad, he estado tan cómodo con Mireia que ni lo he echado de menos.
—¿Por qué deberías preocuparte? —pregunto con el ceño fruncido—. Sabes que estoy ocupado.
—Por eso mismo —dice como si fuera obvio—. Necesito saber que estás bien y...
—¿Que no lo he secuestrado? —bromea Mireia entre risas y se acerca a mí para que se la vea en la cámara—. Hola, Sebastian.
—Hola, Mireia, ¿James se está portando como lo que es?
—Sebastian, cállate —pido anticipándome a cualquier locura que puede salir de su boca.
—James es un encanto —asegura ella y me mira durante unos segundos—. Todo un encanto —repite con una sonrisa.
—Es que mi James lo es, un caballero, a la par que listo, educado, agradable...
Y de nuevo está intentando venderme, odio cuando se pone así.
—Sigo aquí —lo interrumpo—. No hables como si no estuviera.
—Lo es, me estoy dando cuenta de todas esas cosas —responde Mireia a Sebastian—. Es adorable.
Como si no le importase que estemos haciendo una videollamada, me da un ligero beso y se acerca aún más a mí, por lo que la abrazo por la cintura en un gesto cómplice.
—Hacéis muy buena pareja, así como dato. —Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza. Mi mejor amigo cuando quiere no tiene nada de filtro—. ¿Dónde estáis? Me quiere sonar esa zona. —Muevo la cámara para que vea lo que sé que se va a acordar—. ¡James! —se queja—. ¡Deberías haberme pasado una fotografía de eso!
—Iba a hacerlo, pero alguien me ha llamado para interrumpirme...
—¿Y os habéis hecho fotografías? —pregunta con demasiada curiosidad—. Porque...
—Sí, he subido una a mi Instagram —responde antes que yo Mireia—. Salimos muy monos, ¿verdad? —Se gira para mirarme.
Asiento y ella vuelve a sonreír. En un principio, cuando me ha preguntado si me molestaba que la subiera, me he sorprendido. Mireia sigue siendo un misterio para mí, nunca sé lo que piensa y no me esperaba que quisiera hacerlo, menos con el texto con la que la ha acompañado.
La fotografía que ha subido es muy bonita porque la hemos hecho en una zona del parque ayuda a ello.
Aunque lo que más me gusta de la imagen en sí es ella, sale más que preciosa.
—En estos momentos odio haberme borrado las redes sociales... —gruñe Sebastian—. Pásame alguna, James.
—Ya veremos...
—A todo esto, ¿Lena y yo tenemos que apuntarte como pareja de James en nuestra boda? —le pregunta directamente.
Quiero matarlo al escucharlo.
¿Cómo puede soltar algo así y sin preguntarme primero? Ni siquiera me lo he planteado aún, Mireia y yo nos estamos conociendo, ni sé si se siente igual que yo, con la sensación de que todo entre nosotros fluye de una forma asombrosa.
Una cosa es que Sebastian me lo comentase a mí en privado, o con Lena al lado, pero delante de Mireia...
Es que por mucho que pasen los años sigue siendo el mismo.
—Hablamos otro día —me despido de él—. Tranquilo, te iré mandando mensajes para que sepas que estoy bien, que no me ha secuestrado Mireia.
Cuelgo y disimulo lo molesto que estoy por esa no tan inocente pregunta de mi mejor amigo. ¿Se habrá dado cuenta de que me ha puesto en una situación un tanto incómoda?
¿Mireia va a esperar que la invite sí o sí? Si lo hago va a pensar que yo considero que entre nosotros hay algo muy serio cuando ni yo mismo sé lo que tenemos...
—James. —Mireia se acurruca aún más a mi lado—. Sabes que no me importa, ¿verdad? —dice como si supiera lo que estoy pensando—. Que solo me interesa lo que tú pienses de mí, no lo que otra persona sugiera. Ya te lo dije, me gustas mucho.
Bajo un poco la cabeza para mirarla fijamente, nuestros ojos se cruzan y me quedo en silencio, observándola.
—A mí también me gustas mucho —admito y la beso.
Aunque puede que si esto sigue así, esas palabras empiecen a quedarse cortas.
Y por fin, a la tercera, va la vencida, ¿no? haha
Este capítulo tiene un poco de todo, intensidad, dulzura... En resumen, Jareia en estado puro, ¿o no?
Sebastian liándola como siempre, las cosas no cambian hahaha.
¿Os ha gustado el capítulo? ¿Quién creéis que narra el siguiente?
Muchos besos xx
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro