Capítulo Diez
Mireia solo entrar en su habitación coloca la maleta encima de la cama, se sienta en la gran cama que hay y se quita los botines con un ligero tacón que lleva.
—Debería colocar bien la ropa —murmura, frunciendo el ceño—, pero no me apetece nada. ¿Tú qué harías, James? Ven, siéntate conmigo.
Me mira fijamente, como si esperase que mi respuesta le resolviera la duda que tiene, y soy incapaz de negarme a lo que me ha pedido, me siento a su lado. Poco después se echa hacia atrás, tumbándose de forma exagerada.
—¿No has dicho que tenías que sacar la ropa para mañana? No querrás que se arrugue y...
Mireia se ríe a carcajada limpia y me coge del brazo para indicarme que me tumbe a su lado. Lo hago aunque es raro en mí, de hecho ya me ha resultado extraño sentarme en una cama teniendo un bonito sofá en la habitación, butacas e incluso sillas.
Sigo teniendo conversaciones con Sebastian acerca de eso, de que la cama está para dormir, no para sentarse.
—Esta cama es muy cómoda —dice y gira la cabeza para poderme ver bien el rostro, así que hago lo mismo, quedando cara a cara, tumbados en la cama—. Y si te preocupa que mi ropa esté arrugada, seguro que lo está. He hecho la maleta muy rápido. Lo único con lo que he tenido cuidado es con lo de mañana, pero ni aún así... —Aprieta los labios—. Estoy convencida de que tú haces la maleta a la perfección, todo bien puesto, sin prisa y al llegar la deshaces de inmediato.
No se equivoca y que conozca estos detalles de mí, contando que tampoco hemos hablado mucho para que lo sepa, me desconcierta.
¿Soy tan predecible? ¿O es que acaso ella es capaz de ver más allá de lo que digo y hago?
—¿Por qué crees eso? —no le respondo directamente, me hago el misterioso y ella sonríe de tal forma que acabo haciendo lo mismo.
Casi siempre me ocurre, su sonrisa me resulta contagiosa.
—James, no cuela —comenta y se muerde el labio en un gesto que me es muy tentador, para no reír—. Sé que sí, eres una persona muy ordenada y cuadriculada en ese sentido. Un ejemplo es que no te quedas en la cama remonoleando. Además, te pega muchísimo.
—Ahora lo estoy haciendo, ¿no? —bromeo—. Estoy tumbado en una cama sin hacer nada,
—Sí, porque te lo he pedido yo. —Se incorpora y hago lo mismo—. Sacaré mi vestido, aunque espero que haya una plancha de vapor o algo en la habitación, Neus me mataría si lo ve tan arrugado... —Abre la maleta y frunzo el ceño sin poder evitarlo, sí, es un poco caótico, la ropa está arrugada y apelotonada sin estar bien plegada. Lo único que se ve que ha guardado con mimo es una funda con el que supongo que es su look para mañana—. ¿Quieres verlo? —pregunta mientras lo coloca en el armario—. Bueno, mejor no, así mañana estás sorprendido.
Si soy sincero, no sé si iré mañana al acto. En estos eventos la lista de invitados es muy reducida, por no decir que creo que solo va a estar la familia real y Sebastian, sin contar a la prensa. Tampoco creo que vayan a querer alargarlo mucho más, ni siquiera le he preguntado a mi mejor amigo si tiene pensando algo para después.
Lo más probable es que sí, Sebastian es... él y Lena debe haberlo ayudado, hacen un gran tándem.
—No sé si mañana nos veremos, Mireia —comento sin dejar de observarla.
Se mueve con movimientos gráciles y precisos, se nota que ha recibido una buena educación y su profesión.
—No digas tonterías —se mofa con diversión—. Vas a estar ahí.
—¿Tan segura estás?
—Sí —afirma—. Y si es porque no estás invitado, que lo dudo debido a tu relación tan estrecha con el futuro príncipe, te llevo como mi acompañante. Me dijeron que podía ir con alguien. No te salvas, James. Estarás ahí.
Que piense en mí para eso me alegra, aunque no sé si es por su pragmatismo, porque está pensando en algo más y se me está escapando la situación, como casi siempre con ella o porque de verdad quiere que esté a su lado.
Mireia es un auténtico misterio.
—¿Puedo verlo? —pregunto y me acerco a ella. Asiente y baja la cremallera. Es un vestido muy bonito, cumple con el protocolo y seguro que le sienta a la perfección.
—¿Qué opinas? —se interesa—. Aún no me lo he probado, de hecho es la segunda vez que lo veo. El color no me acaba de convencer...
—¿No? ¿Entonces por qué lo has traído? ¿No lo has comprado?
—Es prestado —aclara como si fuese muy obvio. Para mí no lo es—. Neus es editora en una de las revistas de moda más famosas que hay, la versión en castellano obviamente. Sabe mucho de ese mundo y tiene grandes contactos. Cuando le conté lo de la condecoración movió sus hilos para que una de las diseñadoras españolas más famosas me dejase un vestido. Es de su nueva colección, no ha salido aún.
Esto me recuerda bastante a lo que hace Lena antes de algún acto, apostar por la moda sueca y promocionarla. Un punto que van a tener en común para mañana.
¿Qué pensará Lena de Mireia? Tengo mucha curiosidad por saber su opinión.
—Te quedará muy bien.
—Lo sé —confirma y alzo una ceja—. Sabes que no me va la falsa modestia, hemos superado ya esa etapa, ¿no? —Asiento, sí, sé que tiene una gran autoestima y no es para menos—. Iré a ducharme, se está haciendo la tarde. ¿A dónde me vas a llevar?
Esa es una buena pregunta, aún no lo sé. Lena me ha sugerido bastantes sitios en Estocolmo, planes que se deben hacer sí o sí al visitar la ciudad.
Pero el problema es que Mireia ha estado de turismo hace poco, seguro que ha visitado casi todo lo que tengo en la lista.
No quiero repetir, no quiero que se aburra conmigo.
—No lo sé. —Soy sincero—. Estoy un poco perdido, seguro que has estado ya en todo lo que he pensado.
—Confío en ti. —Me guiña un ojo y va directa al baño—. Si te sirve de ayuda, no pude ir a Fjäderholmarna. Eso sí, piensa rápido, no tardo nada en ducharme.
Es una buena sugerencia, había pensando en ello, pero es mejor visitarla cuando hace mejor tiempo, así se aprovecha mejor el día y el bonito paisaje que tiene la isla. Si vamos ahí, no estaremos cómodos y la humedad se nos calará en los huesos.
Cojo mi móvil para repasar la lista que he hecho de los posibles sitios. Descarto casi todos de inmediato, solo me queda una opción.
Espero que le parezca bien.
Sé que ha dicho que no va a tardar, pero esas son las mismas palabras que usa Sebastian casi siempre y está una eternidad, por lo que examino un poco la habitación.
Está a la altura de lo que es el hotel, y las vistas desde la pequeña terraza del centro de Estocolmo son una delicia. Salgo para que me dé el aire y pensar con calma.
No sé si es solo mi sensación, pero siento que ambos estamos muy cómodos con el otro. Eso no quita que sigo sintiéndome un poco tenso a su lado, sobre todo por si mis nervios me traicionan y digo o hago alguna estupidez.
Me giro para volver entrar en la habitación y me encuentro que Mireia está detrás de mí, con su móvil en la mano.
—¿Pasa algo?
—No, nada. —Me guiña un ojo con total complicidad—. Te acabo de hacer una fotografía, se te veía muy interesante en la terraza, mirando a la nada y tan pensativo...
—¿Cómo?
—James, no me hagas repetirlo, ha quedado claro. —Me enseña su teléfono—. ¿Ves? —Sin que me lo espere, me toca el pelo, o mejor dicho, me lo adecenta—. Nos haremos alguna juntos, ¿no?
—¿Tú quieres?
—Acabo de decirlo, James. —Pone los ojos en blanco y luego se ríe—. Es más, nos hacemos una ahora. —Se acerca a mí, se pone de puntillas porque va descalza después de la ducha, y se coloca muy muy cerca de mí.
—Mireia...
Esto es otro choque cultural, o eso es lo que pienso, a ella no se le hace raro tener tanto contacto con las personas con las que tiene confianza tal y como ha dicho.
Y a mí se me hace muy extraño.
No obstante, no me aparto, no cuando ella sonríe mirando la cámara frontal de su móvil para hacer el selfie y yo hago lo mismo.
Por muy extraño que me parezca, no me molesta, de hecho, me gusta.
—James. —Aún estando tan cerca del otro, entorna la cabeza para mirarme fijamente y trago saliva. ¿No se da cuenta de la escasa distancia que hay entre los dos?—. Si estás incómodo, dímelo. Hay confianza, ¿no?
—¿Por qué crees que estoy incómodo? —pregunto encogiendo los hombros e intentando sonar seguro, algo que en mi tono de voz no se refleja.
Mireia se da cuenta al instante y se inclina aún más hacia mí con una sonrisa indescifrable. Al estar tan cerca puedo sentir su calor corporal, una sutil calidez que acelera mis pulsaciones de inmediato. Por su mirada sé que es consciente de ello, ¿acaso podría ocultarle algo así cuando parece que sabe leerme a la perfección?
—Sé que los españoles somos muy intensos con el contacto físico, que no estás acostumbrado, por eso.
Habla muy calmada, como si no le afectase en absoluto lo cerca que estamos el uno del otro, como si fuera ajena al torbellino de emociones que me desbordan en ese mismo instante.
—No te preocupes —articulo con cierta dificultad.
Me está costando no desviar mis ojos de los suyos para centrarme en su boca.
No lo consigo, durante unas milésimas los miro: carnosos, rosados y tentadores.
Demasiado tentadores.
—¿Quieres besarme? —pregunta, directa.
Esta vez no me sorprende su honestidad y en lugar de sentirme intimidado, sonrío, más que dispuesto a seguir el juego que ha empezado.
—¿Y tú, Mireia? —rebato sin apartarme, mirándola a los ojos para luego volverme a centrar en sus labios—. ¿Tú quieres besarme?
Noto la diversión en su mirada, más que contenta con mi respuesta y dispuesta a tentarme aún más.
Lo hace, se relame los labios sabiendo lo pendiente que estoy de ellos, consiguiendo que casi pierda el control, y me pasa los brazos por el cuello, haciendo que nuestras narices se rocen de forma sutil.
—James...
—No me has respondido a la pregunta. —Mi voz sale algo más ronca de lo que me espero.
—Ni tú la mía —contesta de inmediato—. ¿Quieres besarme?
—Sí, quiero besarte —digo con mucha sinceridad—. ¿Y tú a mí?
—También quiero besarte. Me apetece mucho. —Esa es la confirmación que me hace falta para acortar la distancia entre ambos, pero cuando lo hago, ella se aleja, aún con sus brazos alrededor de mi cuello—. Pero no vamos a besarnos. No ahora.
—¿Por qué no?
—Porque si lo hacemos, no saldremos de la habitación —musita casi en un ronroneo, provocándome aún más—. Y a mí me apetece mucho hacer turismo en el sitio que me vas a llevar.
Está en lo cierto, si la beso, no me controlaré más, no cuando Mireia me afecta tanto.
—¿Como en una cita? —sugiero intentando calmarme y recuperar un poco mi cordura.
—Como una cita que no es una cita —confirma con una gran sonrisa—. Eres muy guapo. —Me da un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios y me abraza—. De cerca lo eres aún más.
—Tú también eres muy guapa —hablo y con este abrazo, noto de nuevo su perfume, esta vez con más intensidad, debe habérselo puesto después de ducharse.
—Lo sé, ambos somos muy guapos —secunda y se aleja, para ir a mirar su maleta—. ¿A dónde me vas a llevar? ¿Crees que debo cambiarme de ropa o de calzado? En realidad, de calzado no podría, no he traído más que estos botines y los tacones para mañana.
—No te cambies, estás preciosa —digo sin pensármelo mucho. El jersey que lleva junto a los pantalones le sientan de maravilla—. Vamos a ir en coche.
—Interesante, eso es que no será en Estocolmo.
—No, no lo va a ser. Vamos a ir a Uppsala.
•❥❥❥•
Uppsala está a una hora aproximadamente en coche de Estocolmo y es una ciudad llena de historia.
Lena nos llevó a Sebastian y a mí de turismo una vez que su relación ya se había hecho pública y habían arreglado sus problemas, sobre todo los que les rodeaban y no tenían la culpa.
—Neus y yo queríamos venir —comenta Mireia al bajar del coche—, pero no alquilamos un coche y nos daba pereza coger el tren.
El trayecto se me ha hecho muy corto, no hemos dejado de hablar, contándonos un poco más de nuestras vidas para conocernos mejor.
No ha sido lo único, también hemos seguido con el juego que ha empezado en la habitación de su hotel.
Ella me tienta, me provoca de forma consciente con comentarios y gestos para ver hasta dónde llego o lo que digo. Se las devuelvo todas, demostrándole que yo también soy un gran jugador.
—El transporte público en Suecia es muy bueno, no hubierais tenido problemas.
—Lo sé, pero ella y yo estamos muy aburguesadas en ese sentido —bromea—. ¿Serás un buen guía turístico? —me chincha—. Porque no eres de aquí, quizá no sabes todo lo que ofrece...
—La primera vez que estuve aquí hice turismo junto a la futura reina, creo que sé todo lo que debo de la ciudad.
—Así me gusta, no te calles ningún dato interesante, me encanta aprender cosas nuevas.
Mientras paseamos le cuento lo que sé, Uppsala fue la capital del reino de Suecia y un lugar muy importante en el pasado por ser un sitio de perenigración de los vikingos.
He aparcado en las afueras de la ciudad, en Gamla Uppsala, para ver el yacimiento arqueológico vikingo que hay. Le explico que cada nueve años se celebraba un importante festival religioso al que acudían la gran mayoría de la tribus paganas del norte de Europa.
Mireia en todo momento se muestra muy interesada, hace varias fotografías, en las que me incluye en muchas ocasiones, ya sea en solitario o juntos, y hace comentarios ingeniosos o curiosos.
Y tengo que reprimir más de una vez lo que me apetece besarla, sobre todo con lo cercana que es conmigo: me abraza de forma constante, en las fotos que nos hacemos juntos casi no hay distancia entre los dos y andamos al lado del otro.
—Esta vez no voy a dejar que invites tú —anuncio cuando estamos en un restaurante muy pintoresco en el centro de la ciudad. Es pequeño, y en lugar de estar sentados uno delante del otro, como es normal, por la falta de espacio está a mi izquierda—. He elegido yo el sitio, pago yo.
—No estoy de acuerdo.
—Pagaste tú la otra vez, me toca a mí —argumento y cierro la carta—. ¿Te apetece beber vino?
—¿Hay alguno español? —pregunta ya que la carta de vinos está completamente en sueco—. Los mejores vinos son españoles. No acepto una discusión al respeto, es así y punto.
—No me he fijado, ¿te gusta el vino? —me intereso.
—Sí, mucho —admite y frunce el ceño mientras mira la carta, no debe entender lo que pone—. Mi familia tiene viñedos.
—¿No me contaste que la gran parte de tu familia se dedica a la medicina?
—Sí, pero una cosa no quita la otra. —Cierra la carta casi de forma brusca—. Lo de los viñedos viene desde muchas generaciones anteriores, así que entiendo mucho de vino. ¿Vas a querer?
—No voy a beber vino ni nada de alcohol, tengo que conducir para volver a Estocolmo.
Sé que quedan horas, o eso espero, para que tenga que volver a coger el coche, y que una copa podría tomarme, pero no quiero arriesgarme. Nunca me ha gustado beber nada si tengo que conducir.
—Muy responsable, así me gusta —secunda y me guiña un ojo—. Me solidarizaré contigo, beberé agua. Eso sí, agua normal.
—¿Agua normal? —me río—. ¿Es que hay alguna otra?
—Sí, la que lleva gas. —Frunce el ceño mientras lo explica—. No sé qué le pasa a la gente de otros países, pero siempre que he pedido agua me traen con gas. La odio —remarca—. Me gusta el agua normal. La normal, la que te dan en Barcelona si pides una botella de agua.
—¿No quieres cerveza?
—Odio la cerveza —gruñe—. Nunca me ha gustado.
Cuando viene el camarero primero nos atiende en sueco y para que Mireia no se sienta incómoda, le pido que nos hable en inglés. Una vez hecho esto, pedimos la comida y noto su mirada muy fija en mí.
—¿Qué pasa?
—Me gusta mirarte —comenta y bebe un poco de agua—. Y podría decir lo que he dicho antes, habla bien sueco, te entienden y eso es mucho teniendo en cuenta que para mí, que no sé nada, parece un idioma muy complicado.
—¿Te gusta mirarme? —repito, haciéndome el interesante.
Mireia sonríe, asiente y coloca la mano en mi pierna, por encima de la rodilla sin llegar a una zona peligrosa. Es un gesto normal, cariñoso, pero a mí me pone nervioso.
Disimulo lo mejor que puedo, no dándole la victoria que espera al apartarme o comentar algo de la mano.
—No voy a repetir lo que acabo de decir —comenta sin perder esa expresión juguetona del rostro. Me está tentando de forma voluntaria y a mí me encanta—. Cuéntame algo de ti que aún no me hayas dicho —pide y se acerca un poco más a mí, moviendo un poco la mano.
—¿Por qué tengo que ser yo el que cuente algo primero? — Siento que estoy hipnotizado por su mirada, no puedo dejar de prestarle atención a sus ojos—. ¿Siempre has querido ser médico?
—Sí, aunque cuando era muy pequeña también quería ser bailarina, princesa y veterinaria. Todo a la vez. —Ríe al recordarlo—. ¿Y tú? ¿Tuviste tu profesión clara desde pequeño?
—Cuando me aceptaron en Harvard dudé mucho en cómo encaminar mi futuro —empiezo a explicar y le cuento por encima cómo es el sistema universitario en Estados Unidos, con los años comunes y lo que lo diferencia del europeo—. Al final opté por entrar también en la escuela de leyes de Harvard.
Sin quererlo, dejo de mirarla a los ojos unos segundos, centrándome, de nuevo, en su boca.
Mireia se da cuenta, sonríe y hace lo mismo, también me mira los labios unos instantes.
—¿Con qué dudaste? —Al ver que el camarero se está acercando con la comida, pone un poco de distancia. Eso sí, sin dejar de mirarme—. Si se puede saber, claro.
—Con medicina. —Mireia se sorprende, no puede ocultarlo—. ¿Vas a decirme que no me pega?
—No, de hecho sí, te pega mucho. Tienes prototipo de médico por lo cuadriculado que eres, muchos de mis compañeros del hospital y de promoción se parecían un poco a ti en ese sentido.
—Espero que no fueran aburridos —bromeo con la esperanza de sacarle información de forma indirecta—. Y que solo sean eso como una pequeña coincidencia.
—Créeme, solo tienes eso, si fuera así, o te parecieras mucho a ellos, no estaría aquí —rebate y reprime una carcajada—. No, no lo estaría —repite—. ¿Qué te hizo decantarte por el derecho?
—Sebastian —admito con simpleza—. Él aún no era famoso por esa época, pero sí tocaba, componía y cantaba. La música lo salvó de muchos modos. —No estoy diciendo nada que no se sepa o que no haya salido en prensa. Si fuese un secreto, ni lo mencionaría—. Siempre confié en que su carrera despegaría, tiene un talento increíble y sabía que necesitaría mi ayuda.
Me callo que otra de las razones por las que elegí derecho relacionada con Sebastian fue por todo el tema de su madre. Eso a Mireia no le importa ni aunque lo hiciera se lo contaría, es algo de mi mejor amigo.
—Estáis muy muy unidos —remarca y arruga la nariz mirando su plato—. ¿Seguro que va a estar bueno?
—¿No has dicho en el hotel que confiabas en mí?
Punto para mí, sé que lo sabe ya que sus ojos brillan con diversión.
—Sí, pero el aspecto es...
—Confía en mí, está muy bueno, es un plato típico sueco. —Espero a que pruebe un poco y examino su reacción—. ¿Y bien?
—Está bueno —concede—. Volviendo a lo que estaba diciendo, tú y Sebastian estáis muy unidos.
—Sí. No me imagino mi vida sin él.
Durante la comida seguimos hablando de temas que aún no hemos tratado; desde gustos musicales, preferencias de clima o qué asignatura nos gustaba más en el colegio.
Si comparo esta conversación con la primera que tuvimos, en la que no paré de decir tonterías, no tienen nada que ver. Le sigo el ritmo frenético que tiene de pasar de una cosa a otra, como la otra vez, pero sin decir chorradas o algo de lo que me arrepiento al instante. Es más, hago lo mismo, la pongo a prueba, quiero ver cómo se desenvuelve en temas que quizá no domina.
Como he dicho, soy el que paga la cuenta y entre los dos decidimos qué hacer. Primero vamos a la catedral, la más alta de toda Suecia y en la que están las tumbas de Erik el santo y Gustavo I. Ahí me explica que no es muy religiosa, por no decir nada, aunque está bautizada e hizo la comunión, que más bien se cataloga como agnóstica, pero que le gusta mucho ver estos edificios por la historia que tienen por sus estilos arquitectónicos y las diferencias que hay entre países.
No nos va a dar tiempo de visitar todo lo que hay en Uppsala, tampoco quiero que se sienta obligada a estar más tiempo conmigo, aunque lo dudo, se ve muy cómoda.
Sin embargo, empieza e estar cansada y con sueño, lo normal después de lo que me ha contado esta mañana sobre lo ajetreado que ha sido su último turno de trabajo, por lo que lo último que veremos va a ser el Jardín Botánico de Linneo.
Poco antes de llegar, Mireia me abraza por la cintura mientras caminamos.
—No te importa, ¿no? —Alza la cabeza para ver mi reacción—. Tengo un poco de frío, el contacto corporal ayuda en estos casos.
—Tengo un jersey en mi coche, ¿lo quieres? —me ofrezco. No estamos a tanta distancia, a unos veinte minutos andando del lugar en el que he aparcado—. A no ser que sea una excusa para abrazarme...
—¿Crees que necesito una excusa para abrazarte? —Se detiene, haciendo que dejemos de caminar—. ¿Que no lo haría sin pedirte permiso como hago ahora?
—No, no dudo de ello —Asiento, no es de las que inventan esas cosas, simplemente lo hace—, pero no puedes negar a que ha sonado a una excusa.
—Sí, me apetecía abrazarte —admite y me reta con los ojos—. Me lo estás poniendo muy difícil, ¿sabes?
¿Difícil? Creo que es todo lo contrario, que es ella la que me lo está poniendo así.
¿Se imagina la de veces que me ha apetecido besarla en lo que llevamos de día?
Como ahora, que me está abrazando y tengo que evitar volverle a mirar a los labios para no caer en la tentación.
—Podría decir lo mismo...
Llevamos todo el día así, tentándonos el uno al otro, rozando la línea límite que ella mima ha puesto en el hotel.
Resulta complicado cuando no soy el único que nota la atracción que tenemos, sé que también es muy consciente.
—No vamos a besarnos —asegura. No sé si es mi impresión, pero hay un poco de duda en su voz—. Esto es una cita que no es una cita.
Parece que se está intentando convencer más a sí misma que a mí.
Es la primera vez que no creo que esté tan segura de lo que dice y eso me hace plantearme muchas cosas.
¿Es que le afecto del mismo modo que ella me afecta a mí?
Mireia suspira, y al notar que acorta la distancia entre los dos pienso que me va a besar, o va a hacerme creer que lo hará, por lo que no me aparto, le hago ver que si quiere besarme, va a ser la que va a tener que hacerlo, va a tener que dar el paso.
Cuando nuestros labios están a milímetros del otro, cuando noto su respiración como si se tratase de la mía propia y nuestras narices se están rozando, cuando doy por hecho que va a besarme.
No lo hace.
Se desvía de forma sutil y empieza a dejarme besos en la mandíbula para acabar en mi cuello.
¿Quiere matarme?
Definitivamente sí, quiere hacerlo
—Mireia...
Noto lo que es una carcajada mal disimulada en mi cuello, pero no deja de besarlo, haciendo que su lengua entre en juego en un momento dado y me erice la piel.
No soy de piedra y esto solo hace que aumentar mis ganas de besarla.
Con toda mi fuerza de voluntad la aparto, porque si por mí fuese...
—Si nos besásemos, sería muy fácil, ¿no crees? Pierde la gracia.
De nuevo me da la impresión de que sigue intentando convencerse a sí misma. Es su forma de recuperar el control de la situación de lo que tenemos. Ha sido ella la que ha tenido el poder en todo momento, la que ha marcado los pasos y cómo se han dado.
Y creo que le ocurre como a mí, tiene los sentidos nublados y no ve más allá.
—¿Esa es razón para torturarme? —rebato un poco molesto.
Sigo con la piel erizada, el corazón un poco acelerado y las ganas de besarla siguen ahí.
—Házmelo a mí —dice con la clara intención de que tenga doble sentido—. Es lo justo, ¿no?
La oferta es muy tentadora, pero no lo hago, porque estaría complicando todo aún más y haciendo que recupere el poder.
Si lo hago, que siendo sincero me apetece, ella hará un comentario de los suyos, se apartará o hará algo que la ponga de nuevo al mando.
Y no quiero.
Quiero pensar que ahora estamos a la par, que ella pese a su gran seguridad, siente que ha perdido el control.
Por lo que le cojo la mano, entrelazando sus dedos con los míos y empiezo a andar para ver el jardín botánico.
Mireia me está volviendo loco.
Y me encanta.
Yo tenía unas ideas para este capítulo, pero de nuevo, como llevan haciendo los últimos capítulos, James y Mireia se escriben solos, van por la tangente y me hacen escribir cosas que no estaban en las pautas.
Eso no quita que me encanten, adoro este juego que se traen, uno que James ya está jugando y se le da muy bien.
Sé que me queréis matar por el beso no beso, pero está más cerca de lo que os pensáis, además, si se da ya no hay gracia haha.
Btw, creo que ya se nota, pero las actualizaciones de la novela van a ser cada dos semanas, me da mucho más tiempo para otras historias y para mi vida. Aunque que no sean semanales trae capítulos más largos haha.
¿Os ha gustado?
Muchos besos xx
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro