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Capítulo 8

Al día siguiente, el 12 de mayo, los equipos legales de Joe Miller y la familia Latimer se encuentran en los alrededores de la escena del crimen: los acantilados y la cabaña del acantilado Briar. Jocelyn se encuentra en una barca, surcando las aguas, cerca del acantilado en el que Danny fue encontrado. Posa su vista en los colosales acantilados, en cuya cima se encuentra la cabaña en la que fue asesinado el pequeño de once años. Allí, al borde del más alto de ellos, cerca de la escena del crimen, se encuentra Sharon. Tiene la vista posada en el mar que hay bajo sus pies, contemplando sus cerúleas aguas antes de dar media vuelta, posando sus ojos en el aparcamiento cercano. Abby se acerca a su jefa entonces, rompiendo sus pensamientos de pronto. Juntas se acercan la cabaña, con la mujer negra usando sus manos como visera para resguardarse los ojos del sol, y de la misma forma, poder ver el oscuro interior del lugar. Una vez se ha asegurado de las dimensiones de la estancia, Sharon empieza a medir la distancia entre el aparcamiento y la cabaña además del acantilado con la ayuda de Abby. Si van a defender como debe ser a Joe Miller, deben estar seguras de cada paso que dan.


Entretanto, en las oficinas del Eco de Broadchurch, Maggie está inmersa en una exhaustiva reforma de su negocio, indicándole a un miembro del reparto que conoce desde hace tiempo, que coloque unas vistosas y sanas plantas en su despacho. Mientras da esa orden, la veterana periodista se inclina levemente hacia delante, sujetando aún su cigarrillo electrónico entre sus dedos índice y pulgar. Su mirada azul está ahora posada en la pantalla del ordenador de Olly Stevens, cuya actitud hacia el caso ha empezado a crispar sus ánimos, al igual que el de muchos a su alrededor: parece como si el joven reportero disfrutase con la atención mediática del juicio, sin siquiera pensar en el calvario que estarán sufriendo los implicados en él, como su tía Ellie o la familia Latimer. En el titular que se halla en proceso de imprenta puede leerse en grandes letras EN EL BANQUILLO, y bajo éstas palabras, una fotografía de Joe Miller, sonriéndole a la cámara. Cualquiera que conozca a la familia Miller sería capaz de identificar el origen de esa fotografía. Es de hecho, una de las fotografías familiares. La misma que Ellie Miller tuviera en su mesa en el departamento de policía de Broadchurch.


Por su parte, aun de permiso indefinido hasta la resolución del juicio —a pesar de tener plena libertad de actuar como policía si fuera necesario—, Coraline se ha puesto en contacto con Ellie esa misma mañana. En una rápida llamada telefónica, le ha comunicado lo sucedido en casa de Alec palabra por palabra, tal y como él se lo dijo a ella. La castaña ni siquiera ha perdido un segundo: ha salido pronto de su trabajo en Devon para reunirse con ella en la casa del taciturno inspector. Una vez se han reunido en el lugar de los hechos, han conseguido contactar con Brian Young, de la científica, para que busque huellas y cualquier indicio de Lee Ashworth en la casa. De esa forma, tendrán algo con lo que atarlo en corto si fuera necesario, ya que tanto Cora como Ellie están preocupadas por la implícita amenaza que Lee hizo a Hardy acerca de su salud, pues ambas son completamente conscientes de su condición.

Mientras Brian se dedica a recoger huellas y analizar el entorno, habiendo observado el evidente cristal roto de la sala de estar y la cerradura forzada, Ellie y Cora lo observan trabajar en silencio. Brian da una ligera mirada a la pelirroja de vez en cuando, como si estuviera preocupado por ella, y ésta hace lo posible por no cruzar su mirada con la suya: ya le dejó clara su postura cuando intentó pedirle salir. Además, ahora no es el momento adecuado para ello, por mucho que haya empezado a percatarse del cambio en su admiración hacia cierto hombre de cabello y vello facial castaños.

"¿Por qué me observa con esa mirada preocupada? Oh, no. ¿Tan mal me veo? ¿Se me notan las ojeras? Oh, ¡sabía que tendría que haberme maquillado mejor!", por un momento la pelirroja entra en pánico, optando por enfocar su atención en el forense. "Vaya, vaya... ¡Que me aspen! De modo que tienes algo en perspectiva más tarde. Me alegro mucho por ti. Pero será mejor que sigas trabajando en vez de preocuparte por mí", reflexiona para sí misma, habiendo notado un pequeño detalle en su viejo conocido de la científica.

Brian parece captar la indirecta que le dirige la mirada añil de la sargento, porque carraspea, y sus siguientes palabras se refieren al asunto que los ocupa.

—Espero que el jefe tenga un buen motivo para no haber informado de esto —menciona el joven forense, haciendo un gesto con la cabeza hacia el evidente allanamiento que se ha producido—. Tampoco es que haya gran cosa...

Ellie y Cora intercambian una mirada cauta al escucharlo.

—Agradecemos el favor de todos modos —menciona la taheña de ojos cerúleos en un tono amigable, sonriéndole agradecida, a pesar de que su sonrisa exprese cansancio y pesadez.

Nuevamente, como ya va siendo costumbre desde que Joe Miller se declarase no-culpable, la joven sargento no ha podido dormir demasiado por sus pesadillas. Es un detalle que aquellos cercanos a ella han notado, Ellie entre ellos. La castaña, en un gesto afectuoso y hasta cierto punto maternal, acaricia el cabello de su buena amiga y compañera de fatigas. Coraline ha estado ahí para ella en sus peores momentos, y ella piensa hacer lo propio por la taheña.

Brian reciproca la sonrisa de la pelirroja, antes de dirigirse a Miller.

—Entonces, ¿cuándo volverás a trabajar aquí? —cuestiona—. Con Stone al mando, Cora nos tiene a todos metidos en vereda... Se echa de menos tu toque amable.

—Muy gracioso, Brian —comenta la joven con piel de alabastro, habiéndose percatado del tono bromista en las palabras del forense, lo que provoca que no se lo tome a pecho.

Ellie logra carcajearse por unos segundos al ser testigo de tal intercambio bromista por parte de sus dos compañeros de profesión.

—No creo que pase —la castaña desvía su mirada al suelo al responder a la pregunta, habiendo colocado sus manos en sus caderas. Queda claro que no quiere hablar del tema. Al menos por el momento.

—No está tan bien como Devon, ¿verdad? —Brian intenta quitarle hierro al asunto.

—No... —afirma Ellie con una negación, dando unos pasos hacia el forense. Acaba de recordar algo que le dijo hace tiempo, cuando aún trabajaba de sargento de policía. Con algo de inseguridad, la castaña habla—. Oye, ¿aún te apetece tomarte esa copa?

—Oh —Brian parece sorprendido momentáneamente, pero se recupera en un visto y no visto—. Es que ahora estoy viendo a alguien y... —se excusa, confirmándose así las suposiciones de la pelirroja al haberlo analizado: su apariencia es más elegante, y, de hecho, se ha perfumado. Ha quedado con esa persona especial más tarde.

—Claro que sí —Ellie enmascara su leve decepción tras una sonrisa amigable. Esperaba poder olvidarse momentáneamente de sus problemas y del maldito juicio al pasar una tarde divertida con un hombre de confianza—. Normal...

El silencio incómodo que sigue a las palabras de la expolicía brinda a la estancia algo de tensión no resuelta. Viendo que no tiene más trabajo que hacer allí, Young decide que es el momento de volver a la comisaría. Se despide de las dos mujeres con una sonrisa encantadora, prometiéndoles informarlas acerca de cualquier detalle que descubra.

Una vez se ha asegurado de que el forense se ha marchado de la estancia, la castaña se lleva las manos a la cabeza en un gesto avergonzado.

—Dios... ¿He podido hacer más el ridículo?

—Tranquila Ellie —la calma la muchacha de veintinueve años—. Todos hacemos tonterías de vez en cuando —le asegura, antes de añadir con un tono bromista—: yo aún me mortifico al recordar el día que llamé «mamá» a mi profesora.

Ambas se carcajean a los pocos segundos, disfrutando de su mutua compañía. Hacía mucho que no pasaban un momento de calma y felicidad como aquel. Prácticamente desde que finalizó el caso de Danny.

Solo entonces, cuando las risas se apagan, la atención de Ellie Miller se centra en un cajón medio abierto de la cómoda frente a ellas. Las palabras «SANDBROOK: CRONOLOGÍA» están escritas con rotulador negro en una carpeta de color marrón. Con manos temblorosas, pues aquel caso aún le suscita grandes dudas e incertidumbre, la veterana mujer de cabello rizado lo saca de a cómoda. Tomándolo en sus manos, la expolicía se sienta en el sofá de la casa de Alec Hardy, abriéndolo sobre su regazo. La pelirroja, a quien también inunda la curiosidad ahora que deben ayudar a su amigo con este resquicio de su pasado, no puede evitarlo, y se queda de pie a su lado, escaneando con sus ojos cerúleos las páginas que Ellie va consultando. Gracias a su memoria eidética guarda la información en su cerebro. Podría serles de utilidad en un futuro en caso de que no pudieran acceder nuevamente al fichero.

Tan absortas se encuentran las mujeres en el caso de Sandbrook, que ni siquiera reparan en los pasos que se acercan a la casa, hasta que la figura oscura y agotada del Inspector Hardy llega a la puerta. Su rostro, lleno de agotamiento, pronto es pasto de la ira al contemplar el fichero que Miller tiene en su regazo. Avanza con pasos firmes, y cuando habla, su voz es grave, acusadora.

—¿¡Qué coño están haciendo!? —exclama, y Ellie da un respingo al escuchar el gélido tono en sus palabras. Nunca lo ha visto así de furioso, ni siquiera cuando trabajaban juntos hace tiempo. Sin embargo, Cora, que tiene una relación más estrecha con el escocés, ni siquiera se sorprende por su arrebato. Lo veía venir.

—Nada —logra musitar la mujer de cabello rizado, dando una última mirada a una fotografía en la que se ve un campo de campanillas, antes de cerrar el fichero con celeridad. Su actitud se asemeja a la de una niña pequeña a la que su padre ha pillado robando galletas.

—¡Guarde eso, por el amor de Dios, Miller! —exclama el inspector fuera del servicio activo mientras, velozmente, casi como un relámpago, arrebata de las manos claras de la expolicía el fichero, guardándolo nuevamente en la cómoda.

—¡No se enfade conmigo! —le rebate la aludida, levantándose del sofá, claramente contrariada por su actitud.

—¿¡Cómo se atreve!? —Alec no parece siquiera consciente de que está elevando aún más su tono de voz. Parece que ha tenido un mal día y lo está pagando con la primera persona que ha cruzado su campo de visión: en este caso, Miller—. ¡Le pido un maldito favor, y va y se pone a desordenarlo todo!

—¿Por qué sigue teniendo todas esas cosas guardadas? —cuestiona de pronto Coraline, metiendo baza en la conversación, habiéndose cruzado de brazos. Sabe que Alec ha tenido un mal día en el trabajo, pero esa no es excusa para pagarlo con ellas.

Hardy ni siquiera procesa que es su novata —seguirá llamándola así, aunque ella no lo quiera— quien habla en esta ocasión. Por esa misma razón, como si se tratara de un perro rabioso, se revuelve, y su voz estalla en la estancia como un huracán enfurecido.

—¡No es asunto suyo!

Para la joven de piel clara y ojos cerúleos escuchar aquellas palabras salir del hombre que admira —y aprecia—, es el equivalente a una bofetada que corta el aire, dejándola momentáneamente sin aliento. Por unos ínfimos segundos palidece, pero consigue recomponerse y sentencia con una voz serena y firme:

—Ahora sí lo es.

Es en ese momento cuando Alec finalmente se percata de sus acciones y palabras con respecto a Miller y Harper. Sabe que ha metido la pata hasta el fondo, y aunque puede ver en el ademán de la castaña que ella no le guarda rencor por sus palabras y que comprende su estallido de furia, el escocés no puede perdonarse el haberse dirigido así a su protegida. Tragando saliva con evidente vergüenza, el hombre de delgada complexión da un paso hacia su amiga de cabello cobrizo. Alarga su brazo izquierdo para posarlo en el hombro derecho de su protegida en un gesto de disculpa —siempre se le ha dado mejor actuar que hablar—, cuando el sonido de una llamada entrante en su teléfono móvil provoca que retracte su brazo. Se limita entonces a dirigirle una mirada apenada a su compañera de piel de alabastro, y ésta asiente con una leve sonrisa, indicándole implícitamente que ella no le guarda ningún rencor por sus acciones.

El castaño se apresura entonces a tomar su teléfono móvil en su mano derecha, descolgando la llamada entrante.

—¿Qué? —cuestiona nada más descolgar. Escucha las palabras de su interlocutor al otro lado de la línea telefónica, y sus ojos se posan en sus dos compañeras—. Sí. Estoy con ellas ahora mismo.


Una hora más tarde, en la vivienda de la familia Latimer, Mark se está preparando para ir a trabajar, habiendo recogido sus bártulos, metiéndolos en su bolsa, la cual se encuentra sobre la encimera de mármol negro de la cocina. A su espalda, sentada en una de las sillas del comedor, Beth tiene en sus manos el informe de la autopsia que le hicieron a Danny el día anterior. No puede negar que han sido rápidos a la hora de hacer todos los procedimientos. Hasta ella está sorprendida, por mucho que esto la disguste. Cuando lee las palabras del informe, su voz es serena.

—La segunda autopsia no ha revelado nueva información, ni ha sugerido que en la primera se hubiese omitido algo...

Mark la corta al momento. Cuando las palabras salen de su boca, están impregnadas de molestia, impotencia... E ira.

—Lo han desenterrado para nada —sentencia de forma acusadora—. Solo para que Joe Miller se divirtiera un poco a nuestra costa —mete uno de sus bártulos de forma brusca en la bolsa.

Beth traga saliva y se muerde el labio inferior en un gesto nervioso. Deja el informe de la autopsia sobre la mesa, y con gran esfuerzo por lo avanzado que se encuentra su embarazo, se levanta de la silla, intentando no hacer movimientos bruscos. El vestido azul marino de tirantes que lleva ondea sobre su vientre con el movimiento.

—Oye, he pensado que... —posa una mano de forma breve en el hombro de su marido, invitándolo a girarse para mirarla— Deberíamos tener una cita —finaliza su sugerencia, apoyándose con su mano izquierda en la superficie de la mesa del comedor, ganando una mayor estabilidad. Tiene los pies tan hinchados que andar y estar de pie la cansan tremendamente.

—¿Qué...? ¿Qué quieres decir? —Mark parece momentáneamente sorprendido, y se gira hacia su mujer, observándola de pies a cabeza.

—Salir tú y yo —aclara Beth, desviando la mirada al suelo, pues ve venir a kilómetros su rechazo a esa idea por su lenguaje corporal—. Bueno, es la última oportunidad antes de que llegue el bebé —continua hablando, deseando que su marido termine por acceder a pasar tiempo con ella, algo que, desde hace tiempo ha echado en falta—. Podríamos ir al cine —propone—. Olvidarnos del juicio por una noche...

—¿Para qué vamos a ir al cine? —la interrumpe Mark de pronto, girándose hacia ella tras cerrar la cremallera de su bolsa, tomándola en su mano derecha. Queda claro por el tono desganado de su voz que la idea no lo entusiasma en absoluto, como si tuviera algo mejor que hacer—. Compramos una tele grande para poder ver las cosas en casa —le recuerda, haciendo un gesto hacia el salón.

Se apoya en la encimera, ahora quedando frente a frente.

—Pues cenemos —insiste Beth—. Cenemos fuera.

—¿Y cuánto va a costarnos eso? —Mark cierra los ojos con pesadez al hacer los números en su mente, como si una cena con su mujer fuera lo más costoso que pudiera hacer.

—¿Puedes dejar de hablar de dinero? —se exaspera la castaña vestida de azul marino—. Maldita sea...

—Vamos a tener un bebé muy pronto —sentencia él—. Tenemos un sueldo —le recuerda, pues ahora subsisten con lo poco que él gana como fontanero—. La mitad de mis antiguos clientes no llaman porque no saben qué decir sobre Dan.

Beth no quiere darse por vencida. Aún no. Solo le queda un último intento, antes de que Mark salga de la casa esa mañana, para no verlo en lo que queda del día, y para variar, sin poder contactar con él. Esto último lleva siendo una costumbre desde hace días.

—Una noche —pide, y Mark rueda los ojos, empezando a caminar con su bolsa hacia la puerta principal—. Antes de volver a los pañales y las noches en vela. Tengo la sensación de que no nos vemos —le confiesa, caminando unos pasos tras él.

Ante sus palabras, el patriarca de la familia Latimer se detiene y se gira para observarla. Cuando habla, su voz es suave, cariñosa, pero impregnada de un leve nerviosismo que Beth no es capaz de detectar.

—No seas tonta —la regaña como a una niña pequeña—. Nos vemos todos los días.

—No hablamos de cosas importantes —protesta ella, antes de recibir un beso en la frente por parte de Mark, quien le sonríe de forma encantadora. Esa maldita sonrisa por la que ella haría lo que fuera.

—Lo hablaremos esta noche —le asegura, antes de recoger su chaqueta, la cual está colgada de una de las sillas de la sala de estar—. Llego tarde —indica, apresurándose fuera de la vivienda.

Beth se queda allí, sola, sin saber qué hacer. Con una mirada nostálgica, preguntándose por qué Mark se ha vuelto nuevamente distante con ella, acaricia su abultado vientre. Solo espera que la llegada de este bebé no termine por separarlos del todo.


Aproximadamente dos minutos después, Alec Hardy camina por el paseo que bordea la costa hacia la casa de la abogada Jocelyn Knight, pues es ella quien lo ha contactado, requiriendo su presencia, y de la presencia de Ellie Miller y Coraline Harper.

El inspector escocés camina con pasos lentos, algo inestables. Jocelyn no se ha explicado, y, por tanto, no conoce la razón que la ha hecho llamarlos a su presencia, pero puede hacer una conjetura: tiene que ver con el juicio que va a celebrarse el lunes. Al fin y al cabo, los tres han sido llamados como testigos. Es el trabajo de Jocelyn prepararlos a todos ellos para lo que este juicio está a punto de desencadenar en la comunidad. El hombre castaño siente cómo una leve ansiedad lo recorre desde los tuétanos hasta las extremidades. Hay algo en la voz de Jocelyn que lo ha puesto nervioso.

Por su parte, Cora camina junto a su amigo de piel clara y delgada complexión, sumida en sus propios pensamientos. Está claro que Jocelyn Knight los ha hecho ir a su casa por el juicio que va a celebrarse, pero por el rostro urgente y nervioso de su jefe, algo le dice que la situación es más peliaguda de lo que parece a simple vista. De pronto, un rápido recuerdo llega a su mente: se trata del día que arrestaron a Joe Miller. Recuerda cómo llevaron a Ellie junto a su marido tras obtener su confesión, y la consiguiente paliza que se llevó el reo por parte de la expolicía. Un escalofrío la recorre al contemplar la posibilidad que acaba de presentarse. Espera estar equivocada. Si está en lo cierto, significa que el juicio va a tornarse más complicado de lo que aparenta, y por desgracia, deberá hablar con Jocelyn. Jugarse su última carta con la esperanza de ayudar a la abogada de los Latimer.

La mujer de cabello castaño y rizado, aún ataviada con su típico chaquetón naranja, camina junto a su amiga de brillante cabellera cobriza. Se pregunta por qué la abogada de los Latimer quiere verlos a los tres precisamente ahora. Claro que, faltan dos días para el juicio, y ellos fueron los encargados de conducir la investigación del caso de Danny Latimer. Probablemente necesite algo de información por su parte.

No soportando el silencio que nuevamente se ha instalado entre ellos, Ellie habla.

—¿Le dijo qué quería? —cuestiona, apelando al inspector escocés, quien rueda los ojos—. ¿Qué cree que será? —cuestiona nerviosa, al no recibir respuesta alguna por su parte.

Esto termina con la poca paciencia que le queda al hombre en este momento, por lo que le espeta en un tono tenso.

—No lo sé. Deje de parlotear, Miller —la regaña, pues sus continuas preguntas le están transmitiendo su nerviosismo—. Supongo que Coraline... —se interrumpe al percatarse de que ha mencionado el nombre de su amiga en presencia de la expolicía— ...le ha comentado que Lee Ashworth vino a verme —continúa con lo que estaba diciendo, intentando obviar el hecho de que, al menos de momento, para Miller es cristalino hasta qué punto es cercana su relación. Claro que, hace días, le dijo que podía llamarlo por su nombre, por lo que espera que no resulte extraño que se dirija a su protegida por el suyo—. Y que me dijo que busca a Claire, y que no parará hasta encontrarla.

—Así es —afirma la expolicía con el chaquetón naranja. Una leve sonrisa enternecida ha cruzado su rostro al escuchar cómo Hardy se dirige a su amiga pelirroja por su nombre: le alegra que estos dos al fin sean tan cercanos. No le avergüenza admitir que, en algún futuro, le gustaría verlos juntos—. Dijo que era eso lo que quería, ¿no es cierto? —rememora su conversación en casa de la mujer de Ashworth—. Ya lo tiene.

Caminan unos pocos metros más, deteniéndose ante la cancela de la vivienda de Jocelyn. Ésta los está esperando allí.

—Alec Hardy —se presenta el inspector escocés nada más estar frente a la abogada.

—Coraline Harper —la joven sargento hace lo propio, notando que la letrada asiente.

—Lo sé —afirma en un tono amable la veterana abogada, abriendo la cancela.

—Ellie. Ellie Miller —la castaña es la última en presentarse, sintiendo cómo su nerviosismo la invade nuevamente ante la incertidumbre de lo que les espera en la casa de la abogada.

—Pasen —les indica, comenzando a caminar hacia su casa.

Jocelyn los guía hacia el interior de su hogar, notando cómo el Inspector Hardy deja paso a Ellie Miller y a la joven oficial, quien le sonríe ante tan amable y caballeroso gesto. El escocés cierra la puerta corredera que da a la sala de estar, observando a su vez los acantilados del pueblo de Broadchurch. Éstos son fácilmente visibles gracias a la altitud en la que se encuentra la casa. Ellie no puede evitar posar su visa en los acantilados y el puerto, profiriendo un comentario asombrado.

—Vaya, ¡qué vistas! —menciona, completamente absorta en la belleza del paisaje—. Siempre he envidiado esta casa —añade, notando cómo la mujer de veintinueve años se queda cerca de su jefe, ambos observando el mar gris que golpea con sus olas la orilla de la playa y las rocas de los jurásicos acantilados—. ¿Cuánto lleva aquí? —cuestiona la castaña, girándose hacia la abogada. En su rostro hay esgrimida una sonrisa amigable.

Jocelyn no comparte el entusiasmo de Ellie, pero reciproca su sonrisa con una gran educación y elegancia. Hace un gesto hacia el sofá del que dispone en su sala de estar, indicándoles a los policías que se sienten en él. Ellos lo hacen sin rechistar, quedando la taheña entre el veterano inspector y la exmujer de Joe Miller.

Una vez los tiene sentados, Jocelyn comienza.

—¿Entienden cuál es el procedimiento para preparar la acusación de un caso? —cuestiona la letrada en un tono solemne, contemplando cómo las expresiones de Alec Hardy y Ellie Miller son pasto de la confusión y nerviosismo. Comprueba, sorprendentemente, que la joven agente no parece nerviosa por sus palabras, pero sí apesadumbrada, como si ya tuviera una idea preconcebida sobre lo que quiere tratar con ellos—. Mi trabajo consiste en demostrar la culpabilidad de su marido sin duda alguna —se dirige a Ellie, y ésta traga saliva de forma incómoda—. Y lo haré: construyendo un muro de pruebas delante del jurado. Ladrillo a ladrillo —se explica con seguridad, entrelazando las manos sobre su regazo, habiéndose inclinado hacia los policías—. Cada prueba será un nuevo ladrillo, y cuando esté construido, el muro será irrefutable.

—Vale... —Ellie asiente con convicción, pues está convencida de que los Latimer no pueden tener una mejor abogada. Sin duda, Jocelyn es capaz de sacar a la luz la verdadera naturaleza de Joe, así como su relación con Danny. De esa forma lo declararán culpable.

—Algunos ladrillos son muy importantes, como pilares —asegura la letrada, paseando su mirada verdosa por los rostros de los agentes de la ley, percatándose al momento de que, en esta ocasión sí hay un resquicio de miedo en el rostro de la pelirroja. Nuevamente, es como si supiera algo de antemano. Si los rumores que ha escuchado sobre ella son mínimamente ciertos, no le extrañaría averiguar que, en este momento, Coraline Harper sabe exactamente por qué los ha hecho llamar a los tres—. Por ejemplo, una confesión del acusado. Absolutamente crucial.

Ante sus palabras, la muchacha de cabello cobrizo cierra los ojos con fuerza. Es exactamente lo que estaba temiendo que pasase. Cuando abre sus ojos cerúleos, se percata por la periferia derecha de su visión cómo Alec parece nervioso, desviando la mirada, antes de que su voz rompa el silencio.

Cuando habla, su tono es sereno.

—¿Para qué nos ha llamado? —va directo al grano, y Jocelyn aprecia que así sea.

La abogada de los Latimer toma entonces en sus manos un fichero que tiene sobre la mesa, entregándoselo a Coraline Harper. La taheña recibe el fichero con las puntas de sus dedos frías por la tensión. Siente un escalofrío... La horrible sensación de estar en lo cierto. Cuando lo abre, tanto Alec como Ellie se inclinan hacia ella. El primero pasa el brazo izquierdo por el respaldo del sofá, quedando justo detrás de la espalda de la taheña. Ahora los ojos de los tres policías observan una fotografía del torso y cuello de Joe Miller, en el cual se evidencian los cardenales resultantes de la paliza de Ellie le propinó el día de su detención y confesión.

—Usted agredió a Joe Miller en la sala de interrogatorios de la comisaría de policía de Broadchurch —acusa Jocelyn con un tono frío como el hielo, dirigiendo sus palabras y mirada hacia la castaña de cabello rizado—. Mientras usted se quedaba mirando —añade, desviando su mirada hacia el inspector escocés, quien se la devuelve con igual intensidad—. Al menos, agradezco que esta joven interviniese al momento para intentar minimizar los daños —apostilla la abogada de la familia, apelando en esta ocasión a la muchacha de piel de alabastro.

—Oh, Dios... —musita Miller cuando su buena amiga le entrega el fichero.

—He visto la cinta —sentencia Knight—. ¿Qué coño estaba haciendo?

—Estaba disgustada —Ellie cierra el fichero. No soporta ver esa fotografía—. No me podía creer lo que estaba pasando, y que quise ver a mi marido —sabe que sus palabras son solo una excusa barata. Conoce el reglamento perfectamente. Es consciente de que no debería haber actuado de esa forma, y menos llevada por la ira.

—Brutalidad policial —recalca la mujer que ejerce derecho—. Obtener una confesión a través de la violencia. Eso es lo que argumentará la defensa de su marido.

Alec decide intervenir. No es justo que culpe únicamente a Ellie de lo sucedido. Coraline y él intercambian una mirada. Ambos saben perfectamente que no deberían haberlo permitido, pero es su amiga. Sintieron compasión por ella. Y ahora esa compasión se ha vuelto en su contra.

—Había sido un día muy intenso —su voz es pausada y suave cuando habla—. Fue un error de juicio, pero nada más intervenir Harper, pedí que se la llevaran lo más rápido que pude.

—¿Y cómo se supone que voy a lidiar con eso en el tribunal? —Jocelyn se ha cruzado de brazos y observa a los veteranos policías con una mirada intransigente—. ¿Saben cómo lo utilizará la defensa?

—Sí —afirma Alec dejando el fichero sobre la mesa, con Cora asintiendo al mismo tiempo.

—¿Y cómo no se dieron cuenta de que esto iba a pasar?

—Confesó —intercede Ellie—. Iba a declararse culpable.

—Y que le diera una paliza le ha dado la oportunidad de no hacerlo —rebate la abogada en un tono funesto—. Si no excluyen eso inmediatamente, y es una posibilidad real, tendrá que subir al estrado y defenderlo —añade, observando al escocés, quien a cada palabra parece más abatido—. Así que empiece a pensar en cómo va a justificar lo que ocurrió aquel día, porque necesitamos presentar esa prueba. No podemos permitirnos perder esta confesión —sentencia, haciendo hincapié en cada palabra, paseando su vista verde por los rostros de los presentes.

—Confesó antes de que yo le viera —intercede Miller mientras Alec hunde la cabeza entre sus manos, desesperado porque no se llegue al punto de excluir la confesión, aunque la suerte no parece estar de su lado.

—Para el jurado no habrá ninguna diferencia, Ellie —interviene la de cabello cobrizo—. No podemos demostrar que la paliza ocurriera después de que Joe admitiera su culpabilidad, incluso si se quisiera presentar la hora de la grabación de la confesión y la hora de la grabación de las cámaras de la sala de interrogatorios —añade, explicando su razonamiento, dejando claro a Jocelyn que la joven, evidentemente, ha llegado a su casa plenamente consciente sobre lo que iba a tratar con ellos—. Se podría argumentar que se han manipulado. E incluso así, lo único que necesita la defensa es conectar esos dos hechos con indicios para crear una duda razonable.

—Exacto —afirma Jocelyn, notando cómo la expresión de Miller se desencaja a cada palabra de la muchacha a su lado—. Ha puesto en peligro mi mejor baza, antes de empezar siquiera.

Apesadumbrada y en un silencio descorazonador, Ellie se levanta del sofá junto a Alec y Cora, comenzando a caminar hacia el exterior de la vivienda. Sin embargo, la muchacha de cabello cobrizo se detiene en el umbral de la puerta, posando una mano en el hombro de su amigo con vello facial. Éste se gira para observarla.

—Adelantaros vosotros —sentencia la joven de veintinueve años—. Quiero aclarar unas cosas con Jocelyn —añade con una sonrisa suave, despreocupada, aunque al escocés no lo engaña ni por un segundo: puede ver la preocupación y el leve tormento que subyace a sus palabras.

—Está bien —afirma él, desviando la mirada hacia Miller, quien se ha detenido fuera de la vivienda de la abogada, esperándolos. Su rostro es la viva expresión del horror, como si a cada paso estuviera dirigiéndose al patíbulo—. Mándame un mensaje cuando termines para que pueda decirte dónde estamos.

—Descuida: lo haré —asegura Coraline, antes de volver al interior de la vivienda, cerrando la puerta corredera tras ella.

Jocelyn, que no esperaba que alguno de ellos volviese, alza su rostro de los ficheros del caso, observándola con evidente curiosidad. La muchacha de cabello cobrizo se sienta en el sofá nuevamente, entrelazando sus manos en su regazo.

—Es probable que la confesión se excluya, ¿verdad?

—No voy a mentirle: eso me temo, sí.

—Si hubiera pruebas de que Joe Miller es un criminal reincidente —carraspea, antes de reformular su pregunta—; es decir, si se pudiera demostrar que ha cometido anteriormente un acto violento en contra de un menor... Sería equivalente a una confesión, ¿me equivoco? —cuestiona de forma enigmática, logrando captar la atención de Jocelyn, quien arquea una de sus cejas, confusa por su hermetismo.

—Evidentemente no tendría el mismo peso que una confesión —admite la abogada de los Latimer—, pero sería un acontecimiento de gran importancia para crear una duda razonable, y ni siquiera el juez o el jurado podrían desestimarlo —le asegura, notando cómo la joven policía toma aire lentamente—. Como ya he podido constatar en estos pocos minutos que la conozco, es usted alguien muy avispada, así que, supongo que es consciente de que debería haber un antecedente para poder probar dicha acusación, ¿no es cierto? Necesitaríamos un testigo, pruebas...

—Sí. Lo sé —la taheña asiente con vehemencia.

—¿A dónde quiere llegar, señorita Harper?

—A que tengo pruebas y un testigo que puede ratificar que Joe Miller es un criminal reincidente.

Los ojos verdes de la letrada se abren con pasmo al escuchar esas palabras, prestándole toda su atención a la joven que tiene frente a ella. Si es cierto lo que asegura esta muchacha, la exclusión de la confesión podría no ser del todo un problema, siempre que puedan demostrar la reincidencia de Joe Miller. Entonces, la taheña empieza a exponer sus pruebas, y a cada palabra que sale de la boca de Coraline Harper, Jocelyn empieza a sentir que la situación ha cambiado completamente. Queda claro entonces cómo debe preparar la acusación, y para ello, deberá conducirse con la mayor discreción posible. El juicio no está perdido. Aún no.


Entretanto, Ellie Miller y Alec Hardy caminan hasta la playa de Broadchurch. Tras recorrer el camino durante unos minutos, ahora están sentados en un banco de madera, de espaldas a la playa, al mar y los malditos acantilados. Es ese mismo banco en el que anteriormente estuvieron la noche que se encendió la baliza del puerto por Danny. El día que todo Broadchurch y sus alrededores dieron su adiós a ese niño de once años por última vez.

El taciturno inspector no puede evitar sentir cómo una sensación de preocupación lo invade. Preocupación no solo por el juicio y la casi certera posibilidad de que la confesión se excluya, sino por las palabras y la actitud de su novata de ojos añiles hace unos minutos. Ha notado algo en sus ojos y su voz que no termina de gustarle ni dejarlo tranquilo. Solo espera que no sea algo grave. El tren de sus pensamientos es de pronto detenido por la voz de Miller, sentada a su lado.

Su tono lleva algo de reproche cuando le espeta lo siguiente:

—¿Por qué Cora y usted no me detuvieron aquel día?

—Oh, ahora es culpa nuestra... —masculla él, algo molesto.

Ella reformula su pregunta, pues, al fin y al cabo, la responsabilidad de aquello recae sobre la persona a cargo del caso.

—¿Por qué dejó que le viera?

—Sentí pena por usted —responde Alec finalmente, sincerándose sobre la razón tras sus acciones—. No esperaba que se pusiera en plan... Bruce Lee con él —comenta, y por un momento, la castaña de ojos pardos está tentada a reírse por el paralelismo.

—Ahora todos lo sabrán —menciona la mujer, habiéndose despojado del chaquetón naranja debido al calor que le brinda ese día algo soleado—. Mierda. Tom se enterará —es lo que más la mortifica—: su madre pegando a su padre en comisaría —añade, antes de suspirar pesadamente—. Oh, Dios... ¿Qué puedo hacer? —se pregunta a sí misma en voz alta—. Quiero huir, esconderme, emigrar... —no puede pensar en otra cosa sino en las palabras de Jocelyn y Cora. La confesión es la prueba más importante de este juicio, y ahora, por su culpa, corren el riesgo de perderla—. Oh, Dios...

—¿Qué ha comido? —cuestiona Alec de pronto, deseando poder hacer algo por ella. Al menos, algo que consiga distraer su mente del inminente juicio del lunes, a pesar de lo sucedido con Jocelyn.

—Un Kit-Kat y un huevo duro —responde ella rápidamente, dejando claro que no está comiendo bien, ni cuidando de sí misma. Eso es algo que el inspector escocés no puede dejar pasar por alto.

Sí, es cierto que él no es que se cuide precisamente, pero gracias a la insistencia de Coraline de mantenerse en contacto mediante llamadas y mensajes, ha aprendido que, en caso de no hacerlo, tendrá a la pelirroja en la puerta con una comida completa en las manos, dispuesta a hacérsela tragar. Reprime una carcajada divertida al recordar la primera vez que sucedió aquello: apenas habían pasado dos semanas desde la resolución del caso de Danny, cuando su protegida se enteró —gracias a un mensaje de texto, cómo no—, de que no había comido nada para desayunar. Ni siquiera le respondió al mensaje. No hizo falta. A los diez minutos ya la tenía en la puerta de su casa con un desayuno recién hecho, y una cara de pocos amigos. No se libró de ella hasta terminarse toda la comida. Rememorando ese momento, nota cómo una dulce calidez se instala en su pecho.

"Hablando de la reina de Roma", piensa para sí mismo el inspector, notando cómo su teléfono móvil vibra, alertándolo de un mensaje. Saca su BlackBerry de la chaqueta, observando el nombre de la pelirroja. Con un suspiro aliviado, lee el mensaje que le ha escrito.

14:01 Ya he terminado de hablar con Jocelyn.

14:01 ¿Dónde estáis?

El escocés se apresura en responder a su mensaje, indicándole dónde debe ir, comenzando a caminar con la expolicía hacia allí, y a los pocos segundos, recibe una contestación por parte de Cora. Esta lo hace querer carcajearse. Por supuesto que su protegida iba a reaccionar así.

Ve a mi casa. Nos reuniremos allí. 14:01

Miller no ha comido nada... 14:01

Aparte de un Kit-Kat y un huevo duro. 14:01

14:01 Voy hacia allí.

14:02 Llevaré comida.


Mientras tanto, en la penitenciaría de West Essex, Paul Coates traspasa la puerta principal que lo lleva al interior del edificio donde tienen retenido a Joe Miller. El vicario, preocupado por cómo puede desarrollarse el juicio, por cómo va a afectar a su comunidad, no ha podido conjurar otra solución que ir a ver al reo. Implorarle que detenga esta tortura. Que se declare culpable. No puede soportar que Joe quiera destrozarles así la vida a sus amigos y familia, a quienes se supone, aprecia. Pero claramente, Paul ya es consciente de que no está tratando con el hombre que creía conocer. Está tratando con un monstruo. Un asesino que ni siquiera es capaz de afrontar las consecuencias de sus propias acciones. Y no le importa lo que les suceda a los demás debido a ellas.

Coates se encomienda a Dios antes de entrar en la sala de visitas. Sabe que, como buen cristiano, debe poner la otra mejilla. Intentar empatizar con la otra persona. ¿Pero cómo hacerlo cuando hay semejante despojo de ser humano frente a él? ¿Cómo puede empatizar con un asesino? Ruega que Dios le dé una respuesta, pero no recibe ninguna. Hasta Él ha optado por no tomar partido en esta terrible situación. Y si el Señor no quiere intervenir... ¿Qué es lo que puede hacer un simple vicario como él?

Se sienta en la silla provista para él, frente a Joe Miller. Tiene un aspecto más animado que la última vez que lo vio. Paul se arma de paciencia y suspira pesadamente. Cuando habla, su voz está contenida. No quiere perder el control. No quiere dejarse llevar por la ira que lo carcome por dentro.

—No es demasiado tarde para declararte culpable —le insta el pastor en un tono compasivo.

—No puedo hacerlo.

—Puedes poner fin a muchísimo sufrimiento —sentencia Coates, intentando coaccionar al reo para que cambie de opinión—. Mark y Beth... No es justo que tengan que pasar por este juicio —pero al contemplar que Joe pone los ojos en blanco, queda claro que no hay esperanza para él. No hay salvación ni redención posible. Está perdido... Demasiado sumido en la oscuridad.

—¿Has visto a Fred? —a Joe no le importa lo que este juicio pueda provocar en la familia Latimer, eso es evidente nada más ha formulado esa pregunta—. He pensado que podrías traerme una foto suya. Para que pueda verle. Debe de haber crecido mucho —el rostro de Paul es la viva imagen de la incredulidad y la sorpresa. No puede creer que este hombre los tuviera a todos engañados. Al fin demuestra su verdadero ser, y es algo tan podrido como su alma.

—No creo que sea apropiado —niega el pastor con vehemencia.

—Pues de Tom —insiste Joe con una sonrisa añorante—. Si le ves, dile que pienso en él cada día. Dile que le quiero —su voz resuena con esperanza y melancolía a partes iguales—. Y que volveré pronto a casa.

—No voy a hacer eso, Joe.

Paul no piensa ser indulgente con esas hipócritas peticiones. ¿Cómo tiene este hombre la desfachatez de pedirle algo como eso siquiera, cuando está provocando tal ingente sufrimiento en tantas personas?

—Pensaba que querías ayudarme —Miller está contrariado ahora, como si no se esperase esa negativa por parte del vicario—. ¿Por qué has estado viniendo entonces? —le espeta, y al vicario lo recorre un escalofrío de arriba-abajo, pues él ha empezado a hacerse esa misma pregunta desde que se declaró no-culpable en el juicio—. ¿De qué lado estás, Paul?

El vicario no contesta a su pregunta, sino que simplemente decide marcharse de allí. No puede soportarlo más. Estar en presencia de un ser humano tan tóxico hace que se le revuelvan las entrañas. Empieza a cuestionarse si hizo bien al acceder a reunirse con Joe la primera vez. Si esto es lo que planeaba, significa que lo ha estado manipulando desde un principio. Después de traspasar la puerta de la penitenciaría, Paul descuelga el teléfono móvil, el cual resuena con el tono de una llamada entrante. Es Beth.

—Hola, Beth —la saluda con un tono algo alarmado. Espera que todo vaya bien.

—Hola, ¿dónde estás? —la escucha preguntar en un tono curioso.

—Pues he salido...

—Ah, vale —responde ella, esperando no importunarlo—. He venido a poner flores en las tumbas de mamá y Danny, y me apetecía charlar —se explica, y Paul nota cómo en sus palabras hay una ingente cantidad de soledad. Claramente Beth necesita apoyo.

—La verdad es que estoy algo lejos —admite—. Un feligrés en apuros —es una mentira piadosa, y sabe que no debería hacerlo, pero lo último que quiere es que la familia sepa que ha estado visitando al asesino de su hijo. No quiere ni pensar cómo lo verían si así fuera.

—Vale, ¿pero podemos vernos un rato? —insiste la joven madre, claramente necesitando compañía—. Me encantaría hablar contigo.

—Sí, sí. Claro —afirma él al momento. Si Beth necesita ayuda, estará encantado de brindársela, aunque solo sea escuchando lo que quiera decirle—. Te llamo cuando tenga la agenda delante —le indica, y por el tono de las siguientes palabras de la madre de Danny, sabe que ella ha notado su algo defensiva disposición.

—Oh, vale... Adiós.

—Adiós.


Sharon y Abby caminan ahora por la Calle Mayor de Broadchurch. Han conseguido dos habitaciones en el Hotel Traders, de modo que se hospedarán en el centro mismo del pueblo. Mientras marchan, ambas charlan animadamente sobre el caso que tienen entre manos. Específicamente, sobre la reciente autopsia del cadáver de Danny Latimer y la confesión de Joe Miller.

—La segunda autopsia no ha revelado nada nuevo —menciona Abby en un tono despreocupado, pero no carente de optimismo y entusiasmo, como si ganar este caso que tienen entre manos fuera el oxígeno que necesita para vivir.

—Bueno, había que intentarlo —concede Sharon en un tono menos entusiasta que el de su compañera, pero no por ello menos optimista—. Quizás haya alterado un poco a Jocelyn —aventura con cierto disfrute personal.

—He repasado las declaraciones del departamento de investigaciones criminales —la informa, evocando la información que ha estado revisando desde hace varias horas—. Nada nuevo tampoco, pero he encontrado a la que limpia la comisaría: le gusta hablar —ambas sonríen ante tal frase, pues como saben por experiencia, las mujeres de la limpieza no suelen ser precisamente discretas—. Está al tanto de muchos cotilleos.

—¿Alguien más ha hablado con ella?

—No.

—Bien —Sharon parece satisfecha por esa contestación, pues significa que Jocelyn no cuenta con la información que pueda brindarle esa mujer. Eso les dará ventaja en el juicio del lunes—. Bien hecho.

—No ha sido nada —responde Abby henchida de orgullo. De repente, su rostro se torna serio a la par que intranquilo—. ¿Qué hacemos con la confesión? ¿Habrá motivos para pedir que la excluyan?

—No lo sé. Ya veremos —indica Sharon, dejando claro que aún no ha considerado del todo esa opción. En caso de que pusiera en peligro la no-culpabilidad de su defendido, se verían obligadas a pedir su exclusión, pero mientras tanto, no tienen por qué hacerlo—. ¿Qué vamos a cenar? ¿Hay algún sitio bueno por aquí? —la mujer negra cambia de pronto de tema, pues lo considera zanjado, pero Abby no está dispuesta a dejarlo correr sin más.

—Pero quizá sea un pelín arriesgado, teniendo en cuenta cómo trataron a Joe Miller cuando estaba bajo custodia...

—Creo que hay un tailandés —Bishop continúa a lo suyo, sin siquiera prestarle atención a las palabras de su socia. No quiere preocuparse por ello ahora. Ya tendrán tiempo de hacerlo en el juicio—. Nunca decepcionan, ni en un sitio como este.

—Sharon —la mujer castaña finalmente apela a ella con algo de severidad, llamando su atención—, deja de cambiar de tema —la regaña, y Sharon procede a suspirar pesadamente—. ¿Cuál va a ser nuestro plan? Necesito saber nuestra estrategia.

—Nuestra estrategia será poner a prueba a la acusación —responde finalmente la abogada del reo en un tono profesional, pues lleva muchos días preparándose para el juicio del lunes. Ya lo tiene todo, o casi todo, planeado y previsto—. Jocelyn intentará crear un muro de pruebas, y lo agujerearemos. Luego me pronunciaré —continúa en un tono factual, pues conoce de primera mano la estrategia que su antigua mentora va a utilizar—. No tiene sentido hacer planes hasta que no sepamos qué tiene.

Abby aún no parece muy convencida, ni quiere dejar el tema, e insiste una vez más.

—¿Entonces intentamos excluir la confesión de Miller...?

Sharon Bishop rueda los ojos. No puede soportarlo más. Adora a Abby, sí. Es cierto que es una gran abogada y una buena socia, sí. Pero por Dios Bendito, ¡no hay manera de que se calle ni debajo del agua cuando se le mete algo entre ceja y ceja!

—¡Abby, deja de insistir! —exclama finalmente Bishop en un tono autoritario, hastiada de su continua verborrea—. Aún estoy pensando —el Hotel Traders aparece en su campo de visión, pues están caminando hacia la puerta principal. Al ver el edificio, la letrada negra suspira pesadamente—. ¿Solo hay un hotel en este pueblo? ¿En serio?

—Sí, eso me temo —afirma Abby en un tono bajo, como si no quisiera que nadie la oyese—. ¿Tenías agua caliente esta mañana?

—No.

En ese preciso momento, Becca Fisher, que está atendiendo a varios huéspedes en la terraza del Hotel Traders, las ve llegar. Esbozando una sonrisa encantadora y servicial, se apresura en ir a su encuentro tras atender al cliente. En cuanto Sharon y Abby ven que la australiana se acerca a ellas, esgrimen unas sonrisas forzadas.

—¡Hola! —las saluda la gerente del Traders—. ¿Qué tal la estancia?

—¡Magnífica! —exclama Abby.

—¡Me encanta! —añade Sharon, tratando evidentemente de ocultar su disgusto.

—Bien, si necesitáis algo, avisadme —les indica Becca con un tono amable, y a Sharon le faltan pocos segundos antes de asentir con la cabeza.

—Lo haremos.

—Adiós —se despide la australiana, quien claramente tiene prisa por ir a reunirse con alguien del pueblo. Pasa caminando de forma apresurada por su lado, con las miradas de ambas abogadas pegadas en su nuca, aunque ni siquiera se percata de ello.

—Tampoco es que sea de gran ayuda —masculla por lo bajo la jefa de Abby, provocando que a ambas las invada una risa extremadamente contagiosa. Tienen que taparse las bocas para evitar reír a carcajada limpia.

En cuanto traspasan la puerta del Traders, las dos abogadas de Joe Miller se dirigen a sus habitaciones para pedir la comida del día, y de esta forma, organizar que les traigan la cena más tarde. El día ha sido largo, reuniendo tanta información como les ha sido posible para intentar poner la balanza del juicio a su favor, y Sharon tiene plena confianza en que el juicio está prácticamente ganado. Hay muchas hebras sueltas de las que puede tirar para desestabilizar la acusación de Jocelyn, y no piensa dejar títere con cabeza.

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