Capítulo 5
Jocelyn camina por la orilla de la playa de Broadchurch. Detiene su clara mirada por un momento en los jurásicos acantilados que preceden al mar, observando en silencio sus idas y venidas. Cuesta creer que aquel haya sido el escenario de un repugnante y desolador crimen. Aún recuerda las noticias del año pasado, cuando todo se interrumpió en el pueblo. Suspira pesadamente, cubriéndose mejor con su impermeable de color rojo. A lo lejos hay una pareja que se le acerca. Están tomados de la mano. Ella está embarazada, y él tiene una complexión fuerte, atlética. No consigue enfocarlos bien, pero no le queda ninguna duda acerca de quiénes son. Los Latimer.
Beth y Mark caminan al unísono sobre la arena mojada de la orilla. Maggie les ha comentado lo sucedido en su última reunión con Jocelyn, y les ha instado a presentarse ante ella. Dejarle claro lo que quieren. Si apelan a su sentido de la justicia, por Danny, debería haber una mínima esperanza en conseguir que los escuche.
—¿Jocelyn? —la joven madre alza la voz para hacerse escuchar sobre el estruendo de las olas—. Soy Beth Latimer —se presenta—. Este es Mark —cuando quedan frente a ella, desenlazan sus manos.
Jocelyn suspira. No necesita que se lo diga. Lo sabe perfectamente. Chasquea la lengua.
—Maldita Maggie Radcliffe...
—Necesitamos su ayuda —ruega Mark en un tono alicaído, desesperado.
—Joe Miller debe ser condenado. No dejaremos nada al azar.
—Ya no ejerzo —niega la de cabello rubio—. Llevo tres años sin llevar un caso penal, y no voy a aceptar su caso —las palabras le parecen veneno en cuanto las articula.
—Pero conoce este pueblo —insiste Mark, y sus palabras provocan que Jocelyn crea que, por un momento, está escuchando hablar a la redactora del Eco. Probablemente les ha aconsejado qué decir para convencerla—. Todos están afectados, no solo nosotros. ¿Cómo seguirán adelante si Joe Miller se sale con la suya? —le implora, con su voz elevándose unos semitonos—. ¿Si vuelve a vivir aquí? —añade, y el hierro en su voz denota las ganas que tiene de que sea así, para hacerle pagar todo lo que está haciéndoles.
—No es mi responsabilidad —Jocelyn pasa por en medio, intentando alejarse.
—Tiene razón: no lo es —intercede Beth—. Pero no sabemos a quién más recurrir. Mark y yo somos diferentes —añade, observando momentáneamente a su, a todas luces, ausente marido—: a mi este pueblo me da igual. Me importan Danny y este bebé que estoy a punto de tener, porque no puedo criar a otro niño, sabiendo que le fallé al anterior.
Mark niega con la cabeza, desanimado. No soporta escucharla decir eso.
—No le fallaste...
—Lo hice —lo corta ella al momento—. Lo hicimos.
—Por favor, no digas eso...
—Necesitamos justicia —Beth ignora las palabras dolidas de su marido, como si se las hubiera llevado el viento, arrastradas mar adentro—. Tiene que ayudarnos.
Jocelyn, que se ha detenido y los observa silenciosa, al fin parece retomar el control de su voz.
—Dejé de trabajar hace años. No soy la persona de la que han oído hablar —niega con tristeza. Le duele el pecho incluso al rechazarlos de una manera tan desconsiderada. Ella no es así. Siempre ha luchado porque la justicia impere en este mundo, y ahora... Ahora que una familia desgarrada y rota por el dolor la necesita, se niega a acudir en su ayuda. ¿En qué se ha convertido? Ni siquiera se reconoce—. Ahora... Déjenme en paz —sentencia como punto final, dando por concluida la charla, caminando lejos del matrimonio que tan desesperadamente la necesita.
Entretanto, en la casa de Claire, las cosas parecen haberse calmado finalmente. Ha preparado algo de té para todos, y se lo han tomado en silencio en la sala de estar. Las paredes y el suelo de madera proveen a la estancia de un ambiente relajante, hogareño y rústico. Suerte que el pequeño de los Miller está allí, pues ha contribuido a que la anfitriona de la casa se sienta más relajada en la presencia de ambas mujeres. Han aprovechado para presentarse nuevamente, y así, conocerse poco a poco. Ellie, de pie tras el infante, y aun ignorante sobre la importancia de este encuentro, contempla a su hijo menor con una sonrisa de madre orgullosa. Cora, que está arrodillada en el suelo, frente a Fred, lo está animando mientras dibuja. El infante está encantado con toda la atención que recibe por parte de las mujeres de la estancia, y no para de enseñarle a la de ojos azules sus dibujos. La sargento de policía, que adora a los niños, simplemente disfruta de su compañía. Claire, inclinada sobre sus rodillas, con los brazos apoyados en el reposabrazos derecho del sillón a su lado, observa al niño. Tiene un libro de cuentos infantiles en sus manos. Alec por su parte, está apoyado en el arco de la puerta que conduce a la cocina, observando a la pelirroja en todo momento. No aparta su mirada de ella. La morena no lo pasa por alto, y una imperceptible tensión en las comisuras de la boca se hace presente. La muchacha de piel de alabastro parece haber cautivado a Alec...
—Es precioso —menciona Claire, observando con una sonrisa enternecida a Fred, quien está dibujando en un pequeño cuaderno que Ellie le ha proporcionado.
—Está un poco adormilado —menciona la expolicía en un tono cariñoso, contemplando cómo su buena amiga juega al cu-cu-tras con Fred. En algunas ocasiones le ha pedido que le haga de canguro, y no puede estar más agradecida por la ayuda que le ha prestado en los últimos meses.
—¿Qué tiene? ¿Dos años? —cuestiona Claire, sonriendo de oreja a oreja, enternecida por el infante.
—Casi —responde Miller en un tono amigable—. ¿Tienes hijos? —cuestiona, habiendo advertido el ademán ligeramente maternal que desprende Claire. Sin embargo, la expresión se le ensombrece ligeramente al escuchar su pregunta.
"De modo que no exactamente... Tienes un ademán maternal y te encantan los niños, pero no tienes hijos propios, o al menos, no llegaste a tenerlos. Por la tensión en la mandíbula y la ligera mirada que da arriba a la izquierda, me dice que está recordando algo doloroso. Algo del pasado", analiza brevemente la mujer de ojos azules. "¿Por qué está mirando a Alec? ¿Qué sucede? ¿Acaso me he perdido algo? Ella no es su mujer, lo sé. Pero lo mira de una forma demasiado íntima para mi gusto. Es como si lo tuviera bailando en la palma de su mano. Ay, Alec, ¿en qué te has metido?", reflexiona la mujer al percatarse de la mirada que intercambian Hardy y Claire.
Ellie, que también ha captado esa mirada, se apresura en comentar algo al respecto.
—Oh, lo siento, ¿es su mujer?
—¿De él? —se carcajea Claire, como si la pregunta fuera una broma—. Oh, por favor...
La joven analista del comportamiento se incorpora del suelo. La mirada ladeada que le dirige a la anfitriona de la casa no es demasiado amigable.
"No entiendo qué tiene de graciosa esta situación, y, por tanto, la pregunta. Estoy segura, porque conozco muy bien a Alec, de que cualquier mujer se sentiría dichosa de poder compartir su vida a su lado. Es alguien leal, cariñoso, compasivo, amable, valiente...", Cora detiene en seco sus pensamientos. ¿Cuándo ha comenzado a observar al escocés desde ese punto de vista? ¿Acaso su admiración está cambiando? Apenas necesita examinar sus pensamientos y sentimientos para comprender que así es. Desde que han vuelto a conectar tras esas llamadas telefónicas, y ahora habiéndose reunido nuevamente, ha comenzado a ver a Alec Hardy como a un hombre, no solo como un amigo o un compañero de profesión.
La voz del susodicho rompe su diálogo interno.
—No es mi mujer, no —niega en un tono serio, suspirando pesadamente. Ha notado el cambio en la actitud de su subordinada favorita, y se pregunta qué estará pasando por su mente en este preciso instante. No parece agradarle demasiado Claire por alguna razón.
—¿Va a contarme lo que está pasando? —cuestiona Ellie, antes de posar una mirada en su amiga—. Porque algo me dice que tú ya tienes una ligera idea —comenta, y la aludida asiente lentamente, cruzándose de brazos. Como es natural, su mente analítica se ha encargado de conectar las evidencias.
—Pintar, pintar, pintar... —canturrea Fred, ignorante ante lo que sucede a su alrededor.
—Confía en ellas —le ruega Alec a la morena, dejando de apoyarse en el umbral de la puerta. Posa sus manos en el respaldo de una silla—. Pueden ayudar —añade, dándoles un gran voto de confianza, dejándole claro a Claire que puede sincerarse con esas dos mujeres.
—Cuéntaselo —dice la morena tras asentir. Las miradas castaña y cerúlea de las compañeras de Hardy se han posado en ella—. Quieres hacerlo —se encoge de hombros.
Alec toma aliento antes de hablar. Aunque se ha preparado de antemano para hacerlo, no deja de ser algo extremadamente difícil. Es distinto el contárselo a alguien relacionado estrechamente con el caso, que hacerlo con alguien ajeno a él. Pero sabe que necesita su ayuda. Las necesita a ambas. Y puede confiar en ellas.
—Es... Una especie de protección de testigos.
"No. No es cierto. Si fuera una protección de testigos, Claire estaría en algún canal oficial, pero aquí esta, aislada en mitad de la nada. A varios kilómetros de Broadchurch. Y Alec es el único que lo sabe. Tiene que ver con Sandbrook, eso ya lo sé... Pero ¿qué tiene que ver Claire en todo esto?", piensa para sí misma la taheña, observando críticamente a su amigo. En cuanto posa su mirada cerúlea en él, Alec sabe que la muchacha está analizando sus palabras.
—¿Por qué lleva un caso de protección de testigos? —indaga Ellie, observando a su amigo.
—No es oficial —interviene Cora—. Ya no está en el servicio activo, ¿recuerdas? —comenta, suspirando pesadamente—. Está cuidando de ella. La está escondiendo aquí.
—Sí —afirma él, asintiendo ante sus palabras. Que Coraline sea tan avispada le ayuda a ahorrar tiempo y saliva—. Nadie lo sabe, y nadie puede saberlo —recalca con una voz tensa, sus ojos posándose ahora en Miller, quien lo contempla como si hubiera perdido la cabeza. De hecho, esas son exactamente sus siguientes palabras.
—¿Ha perdido la cabeza? ¡Dígame que no es cierto!
—También yo empiezo a preguntármelo —apostilla Harper por lo bajo.
—¿Testigo de qué? —Miller niega con la cabeza, volviéndose hacia Claire—. ¿Por qué está escondida aquí?
Claire suspira. Parece dubitativa por unos segundos, pero después intercambia una mirada con el inspector de origen escocés. Éste, que ha captado que debe decírselo él, asiente lentamente. Ha llegado el momento. Debe contarle a su amiga castaña por qué tiene a Claire allí. Al menos, le alivia que Cora haya atado los cabos por su cuenta.
—Mi último caso antes de venir aquí: Sandbrook —Ellie se queda petrificada momentáneamente, como si ese nombre la hubiera sacudido y arrojado al suelo de una bofetada. La analista del comportamiento asiente: era lo que esperaba. El escocés se apresura en contarles a ambas lo sucedido en ese intrincado caso, entrando con ellas a la cocina—. Había dos chicas. Primas. Lisa Newbery, diecinueve años. Estaba cuidando de su prima de doce, Pippa Gillespie —nota cómo los ojos cerúleos de su amiga se cierran lentamente, como si estuviera trayendo a su mente los recuerdos de aquella época, cuando el caso se hizo púbico en los medios. Mientras habla, Claire prepara té para todos—. Los padres de Pippa se fueron a la boda de unos amigos ese fin de semana. Cuando volvieron al día siguiente, las chicas habían desaparecido. Encontramos el cadáver de Pippa, la de doce años, tres días después. La de diecinueve años, Lisa, oficialmente sigue desaparecida —se interrumpe para tomar aliento—. Nuestro principal sospechoso era un hombre llamado Lee Ashworth. Pero tenía una buena coartada.
—¿Qué coartada? —inquiere Ellie, interesada en el caso.
—Yo —responde la morena casi al momento—. Dije que estuve con Lee toda la noche.
—¿Y es cierto?
"Claro que no lo es. De lo contrario, no estaríamos ahora aquí", piensa Coraline al escuchar la pregunta por parte de su amiga de cabello rizado.
—No —niega con la cabeza, habiendo soltado el aire que estaba reteniendo en los pulmones—. Estuve en la casa de una amiga —les confiesa en un tono cómplice—. Pero Alec averiguó que estaba mintiendo, y me prometió que, si contaba la verdad, condenarían a Lee —la joven de piel de alabastro fija su vista en su jefe, quien se cruza de brazos—. Supuso un gran riesgo para mí...
—¿Por qué?
—Porque Lee Ashworth es tu marido —intercede Coraline, habiendo echo ya la conexión en su mente sobre la identidad de la morena. Dos pares de ojos se posan en ella, algo sorprendidos de que se haya percatado de ello. Hardy, sin embargo, la observa orgulloso.
—Sí —afirma Claire, sonriéndole a la pelirroja—. Vaya, eres tan buena como Alec aseguraba —añade, alabándola.
—Oh, Dios... —Ellie apenas puede creerlo.
—Y el juicio salió mal, así que le pedí a Alec que me protegiese —continúa Claire, reponiéndose de la sorpresa tras ser testigo de las habilidades analíticas de la pelirroja.
—¿Y para eso tiene este sitio? —cuestiona Miller, incrédula ante el modo de actuar de su antiguo jefe. Está saltándose a la torera todo el procedimiento—. No puede mantenerla escondida aquí, ¡hay canales oficiales! ¡Procedimientos!
—No si has acusado a alguien que ha sido absuelto —tercia Coraline, quien conoce ese detalle de la ley por intereses personales—. Entonces no hay protección de testigos, No hay nada que impida que algo suceda.
—Exacto —afirma la morena de ojos claros—. Coraline tiene razón —añade, alabando en cierta forma su intervención—: estoy a salvo por Alec.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Claire reflexiona la pregunta que le ha hecho Ellie por unos segundos.
—Diez meses o así, ¿no?
Alec asiente ante sus palabras, habiéndose apoyado en la encimera de la cocina.
—No, si llevas aquí diez meses...
—Cuando llegué a Broadchurch —sentencia, anticipándose a la pregunta de Miller—. Por eso vine a Broadchurch —traga saliva, pues es plenamente consciente de lo que esto significa—. Acepté el trabajo para poder mantener a Claire a salvo aquí —ve con un ligero estremecimiento cómo la expresión de Ellie se torna airada, claramente disgustada. Por un momento se prepara para recibir una bofetada, pero ésta no llega.
—¡Es un idiota! —exclama la castaña, saliendo de la cocina a paso vivo.
—¡Ellie, espera! —Cora sale en su busca casi al momento. Entiende su disgusto, de verdad que sí. Al fin y al cabo, estuvo con ella cuando se enteró de que Hardy había ocupado su ansiado puesto, y por tanto se agenció su ascenso.
—No, Miller, ¡no...! —el escocés se apresura en seguir a sus compañeras. Lo último que necesita es enfadar a la castaña. Necesita que lo ayude, no que le ponga las cosas difíciles. Mientras camina, ignora el comentario de Claire, quien le dice «ha ido bien»—. Miller, pare —le pide una vez atraviesa el umbral hacia la sala de estar. Encuentra a la castaña recogiendo sus cosas, dispuesta a marcharse, y a la joven sargento intentando convencerla de lo contrario.
—¿¡Me quito un puesto destinado a mí por ella!? —le espeta, señalándolo con el dedo índice.
—¿Quiere superar ya lo de ese maldito trabajo? —contraataca él con un tono hastiado, pues parece que no hacen más que dar vueltas en torno a lo mismo, como en una rueda.
—¿Sabe lo idiota que está siendo? ¿En qué está pensando? —lo acusa Ellie—. No soy la única que lo piensa, para su información —menciona, mientras recoge los juguetes de Fred—: Cora también.
—Eh, a mí no me metas —parece reflexionar por unos momentos—. Tiene razón —concede finalmente, habiendo analizado los pros y los contras—: esta situación es una locura. Claire ni siquiera debería estar aquí, y menos en una especie de protección de testigos no-oficial —añade, suspirando pesadamente—. Ahora no está en el servicio activo, y esto podría complicarse mucho —comenta, y observa cómo su amigo suspira con pesadez, cerrando la puerta que separa la cocina y la sala de estar.
—Tengo un plan.
—Pues es una mierda —sentencia Ellie sin tapujos.
—Puedo resolver lo de Sandbrook —asegura el escocés con convicción, acercándose a Ellie, y, por tanto, a la pelirroja, cuya mirada azul se haya posada en él—. Puedo conseguir justicia para esas familias. Claire es la clave —señala con el dedo pulgar la habitación cuya puerta acaba de cerrar.
—¿Y si Lee Ashworth viene a buscarla? —cuestiona Ellie, y Alec alza las cejas, dejando claras sus intenciones.
—Eso es exactamente lo que espera que haga —menciona la joven con piel de alabastro, analizando su expresión facial—. La va a utilizar como cebo para atraerlo y poder reabrir el caso.
—¿Ese es su plan? —la castaña está incrédula.
—Sí. Vamos, Miller —insiste el inspector—. Quédese un poco más —le pide—. Conozcan a Claire —añade, incluyendo a Harper en su plan—. Cenemos, tomemos una copa. Quédese a pasar la noche —añade, y para la mentalista es demasiado fácil ver qué pretende.
"De modo que quiere que nos acerquemos a ella. Tenemos que convertirnos en sus mejores amigas. Y cuando lo hagamos, deberemos aprovecharnos de esa relación. Sonsacarle información si lo necesitamos. Es cruel, no lo dudo, pero si Alec está convencido de que es la mejor manera de operar, me temo que no puedo abandonarlo. Jamás podría hacerlo, y menos si me necesita. Además, de nosotros tres, soy la única que sigue operando bajo las órdenes de la policía: quiera mi querido Alec o no, tendrá que recurrir a mí una vez podamos hacer oficial la reapertura del caso", reflexiona la joven para sus adentros, suspirando pesadamente. Siente cómo le arden las mejillas al haber apelado a su jefe con un «querido Alec», a pesar de que haya sido un pensamiento sarcástico.
—¡Oh, genial! ¡Una festa de pijamas! —la exmujer de Joe Miller se coloca el bolso en bandolera. Queda claro que no está convencida. Esa situación es claramente una locura. No puede creer que su jefe haya perdido el juicio. ¿Tanto le afecta este caso? ¿Hasta el punto de mandar a la porra el libro de normas? Eso es más propio de la pelirroja que de él.
—Necesita a alguien como usted, como Harper —menciona Hardy en un tono desesperado, percatándose por el rabillo del ojo del rubor en las mejillas de su subordinada—. Y no le sobran amigos precisamente —añade, y la exsargento de cabello castaño rueda los ojos, molesta.
—Vaya, muchas gracias.
—Y hay sitio para... —Alec se interrumpe, intentando recordar el nombre del infante, que aún continua dibujando felizmente.
—Fred —lo ayuda Coraline con una sonrisa suave, observando al pequeño.
—...Fred —afirma Alec, agradeciendo en su fuero interno una vez más la ayuda de su querida subordinada—. Por favor, Miller —ella hace un amago de irse, y él le corta el paso, con su tono de voz lleno de angustia. Está casi a punto de rogarle de rodillas que lo ayude—. Escúcheme: necesito resolver el caso de Sandbrook —toma una bocanada de aire, posando su angustiada vista en los ojos cerúleos de la muchacha de veintinueve años—. No puedo hacerlo yo solo...
Es una de esas pocas veces en las que Alec se permite ser vulnerable frente a otras personas. Ellie nota en sus ojos su desesperación, así como la necesidad casi enfermiza que lo impulsa a querer resolver el caso. Necesita hacerlo, no solo por dar un descanso a su agotado corazón, sino por las familias de las chicas. Sabe que cuenta con el apoyo incondicional de Harper, y no puede agradecérselo lo suficiente, pero también necesita a Miller. Finalmente, la castaña cede, y el escocés suspira aliviado. Vuelven a estar todos juntos, y esta vez, van a asegurarse de atar bien los cabos. No van a dejar nada al azar.
Sharon se ha personado en la penitenciaría en la que se encuentra recluido Joe Miller. El caso que Abby Thompson le ha presentado tiene grandes discrepancias en algunos puntos como en los procedimientos de la policía, como el hecho de que dejasen a una oficial participar en la investigación de un homicidio. Han tomado el primer tren bala desde Londres a Broadchurch, pues están deseando trabajar cuando antes en el caso. Con suerte, la fiscalía habrá asignado un abogado incompetente a la familia, lo que les hará más fácil ganar el caso. Solo necesitan encontrar una duda razonable de la culpabilidad del acusado para poder darle le vuelta a la acusación.
Las dos abogadas están ahora sentadas en la celda de Joe Miller, en una mesa que se les ha proporcionado. Sharon ojea de nueva cuenta el expediente del caso de Danny Latimer. Joe, que parece algo intimidado por su actitud, traga saliva, esperando que hable. La mujer negra no tarda en hacerlo, y en cuanto habla, su férrea voz resuena en toda la estancia.
—Bien, señor Miller...
—Joe —la corrige él, esperando que se refiera a él con su nombre—. Gracias por venir. Tengo mucho que contarle...
—No —niega Sharon en un tono cortante—. Lo que tiene que hacer, es callarse.
—¿Disculpe? —Joe parece sorprendido por sus palabras, y desvía su mirada hacia Abby, como si quisiera saber si la ha escuchado correctamente. No es precisamente el talante que esperaría de un abogado. La mujer de piel bronceada se limita a encogerse de hombros. Está claro que no lo va a ayudar.
—Estoy viendo estas transcripciones y su interrogatorio, y creo que ya ha hablado suficiente —sentencia factualmente, pues Joe no ha mejorado su situación al haber tantas pruebas incriminatorias en su contra—. Como su nueva abogada, mi consejo es que no hable con nadie, no discuta el caso. Mantenga la boca cerrada, ¿entendido? —cuestiona, y ve que el reo empieza a asentir con la cabeza—. Puede abrir la boca para decir que sí —comenta, provocando que Abby, a su lado, se ría para sus adentros.
—Sí —afirma con convicción—. No puedo pasarme el resto de mi vida en prisión; no como asesino de niños —expresa, habiéndose inclinado hacia su abogada—. Necesito que me prometa que puede librarme de esta.
—No estaría aquí si no lo creyese —sentencia Sharon en un tono indiferente, aún con sus ojos escaneando las hojas del expediente del caso—. Bien, unas preguntas para empezar y aclarar las cosas —añade, provocando que Abby saque unos cuantos papeles de su maletín—. ¿Cuándo le arrestó el Inspector Hardy, iba solo? ¿Iba algún otro agente con él?
—Iba con Coraline Harper, su oficial.
—¿Y cómo procedieron ambos a su detención?
—La joven llamó a un coche patrulla.
—¿Y esperaron al coche? ¿Los tres solos?
—Sí —Joe asiente con la cabeza.
—¿Habló con ellos entonces?
—Sí.
—¿Y grabó la conversación?
—No —niega el reo—. Pero no hizo falta —asegura—: la oficial Harper tiene una memoria equivalente a una grabación, aunque parecía nerviosa.
—¿Acaso es un genio?
—Según dijo Ellie, tiene una memoria eidética impresionante. Es una superdotada. No se le escapa nada.
—¿Cómo advirtió que estaba nerviosa?
—Palideció y respiraba apresuradamente, como si sufriera un ataque de ansiedad —Abby apunta sus respuestas en un cuaderno de papel con hojas blancas.
—Su mujer trabajaba con el Inspector Hardy y su subordinada. ¿Alguna vez los vio a él y a la oficial Harper fuera del trabajo?
—Vinieron a casa a cenar —responde Joe—. Y también entonces Coraline empezó a comportarse de forma muy extraña: parecía mareada, y fue al servicio a vomitar —añade—. El Inspector Hardy fue tras ella. Parecía preocupado.
Abby y Sharon intercambian una mirada significativa. La primera anota rápidamente esa información. Pueden presionar ahí para obtener información. Si consiguen atarlos cabos sueltos con los indicios, podrían desestabilizar el caso desde sus cimientos.
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