Capítulo 30
Los dos compañeros y amigos no tardan en encontrar a Ellie, quien, al igual que Cora, está llena de ira, resentimiento, impotencia e ira. Está apoyada en una de las barandillas en una de las terrazas exteriores. Han tardado unos cuantos minutos en recorrerse casi todo el complejo en su busca. Por suerte, se han topado por el camino con el resto de la familia de la castaña, quienes les han dado indicaciones sobre dónde encontrar a la veterana policía de ojos pardos y cabello rizado. En cuanto la controladora de tráfico, que piensa recuperar su puesto de sargento, se percata de la presencia de la pelirroja a su espalda, se gira hacia ella.
—Dios, Cora —apenas tiene palabras cuando la mira a los ojos—. Lo siento tanto...
—Yo también, Ell... Yo también.
Ambas saben que sienten lo mismo, de modo que comparten un fuerte y cariñoso abrazo, apoyándose en estos duros momentos. Ambas han sido torturadas en este juicio. Ambas han tenido sus vidas expuestas y retorcidas de tal forma en el estrado, que les ha provocado pesadillas los días venideros. Y ambas han sido víctimas de Joe, cada una de una forma distinta. Es un privilegio terrible el estar unidas como algo más que buenas amigas, porque ahora las une también el dolor y la cólera, pero por lo menos, se tienen la una a la otra.
Sin embargo, Alec tiene otros planes en mente, y las va a necesitar a ambas, de modo que, una vez las dos buenas amigas rompen el abrazo, interviene con un tono de voz sereno, pero marcado indudablemente por la rabia y el resentimiento.
—Vale, Miller, escúcheme —comienza, y ella aprieta los dientes nada más escuchar el timbre de su voz: como diga algo estúpido, ni Cora podrá impedir que le suelte un puñetazo en su cara de idiota—. Esa ira que siente ahora mismo, es rabia —recalca mientras la observa a los ojos—- Así es como llevo despertándome cada día de los últimos dos años, sabiendo que Lee Ashworth se había librado.
—No se atreva a decirme que debo pasar página —le advierte la castaña en un tono afilado, antes de posar su mirada parda en su compañera mentalista, quien ahora se ha cruzado de brazos en una actitud seria—. Ni a Cora tampoco.
—Oh, no quiero que pase página, ni Lina tampoco —responde él en un tono serio, negando con la cabeza—. Quiero que ambas aviven bien esa ira, y la alimenten en su interior, como yo —la muchacha de veintinueve años asiente en silencio, pues está de acuerdo con su afirmación: ahora mismo la ira es lo único que tienen para mantenerse al pie del cañón—. ¡Ahora necesito a alguien que esté tan enfadado como yo, porque vamos a cerrar el caso de Claire y Lee Ashworth, hoy! —exclama, dejando claro cuál es su plan en estos precisos instantes, y ahora que cuentan con la colaboración de la policía de Broadchurch, incluyendo a Ava Stone, la jefa de Lina, no piensa desperdiciar esta oportunidad que se les ha presentado—. ¡Cueste lo que cueste!
—Juntos —reafirma la muchacha taheña de ojos cerúleos mientras asiente con la cabeza—. Hasta el final —añade esa última parte, siento en remanente de aquella tácita promesa y acuerdo que ambos hicieron en el pasado, cuando se prometieron cuidarse las espaldas, habiendo trascendido ese acuerdo, pues ambos han mantenido esa promesa desde entonces.
—¡Oh, venga ya, Cora! —exclama la castaña de cabello rizado en un tono casi irónico—. Después de todo lo que ha pasado, ¿crees en serio que voy a ir con vosotros?
—Sí, lo creo —afirma la mentalista con confianza—. Y Alec también —asevera, y el aludido asiente, algo descolocado porque su novata haya utilizado su nombre en presencia de Miller—. Tanto tú como yo somos víctimas de Joe, Ell, y sabemos lo terrible que puede llegar a ser —comenta, y la aludida asiente lentamente, pues sabe que tiene razón—. Ni tú ni yo podemos hacer ya nada para cambiar lo que ha pasado en el tribunal, pero podemos asegurarnos de que encerramos a otro asesino —el tono de su voz adquiere un filo gélido casi al final, y un destello de determinación aparece en sus ojos celestes—. Esa ira que sentimos es nuestra mejor arma ahora mismo: es gasolina, y vamos a hacer algo productivo con ella —Ellie asiente ante sus palabras.
—El colgante es nuestra arma para conseguir que confiesen —Alec está convencido de ello, porque, de lo contrario, Claire no se lo habría entregado: tiene una agenda oculta, y piensa descubrir cuál es y con qué propósito le ha devuelto esa prueba en concreto—. Y vamos a ir a por ellos, ¡paguemos lo de ese veredicto con dos personas que se lo merecen de verdad!
Ambas agentes de policía se miran y asienten ante las palabras del escocés de cabello castaño, quien ahora, más que nunca, desea hacer pagar a alguien por el sufrimiento que les han causado a dos personas que tanto le importan.
Joe Miller sale del centro de detención vestido con su traje del juzgado, y llevando en sus manos una bolsa con sus efectos personales del día que lo detuvieron. Se siente realmente aliviado porque el jurado haya creído en la versión que sus abogadas han dado. Sabe que no es la verdadera ni mucho menos, pero no podía ir a la cárcel por la muerte de Danny, como ya le dijera en su momento a Abby Thompson. Fue un accidente, y no se merece pudrirse años en prisión por ello. Entra al taxi que le han preparado para su salida de la prisión, y mientras el vehículo se dirige al pueblo de Broadchurch, Joe pasa junto a los Latimer, que caminan desamparados hacia su coche, para así, ir a casa. No es siquiera capaz de mirarlos a los ojos, pero suspira con esperanza al ver que un nuevo camino se abre ante él. Ahora solo tiene que recuperar aquello que ha perdido poco a poco. Tras unos segundos, se percata de que el coche familiar de los Latimer sale del aparcamiento del juzgado, pero por suerte, su taxi toma otro desvío hacia Broadchurch, de forma que no tenga que encontrarse con ellos en lo venidero.
Al cabo de unos minutos, sobre las 15:15h, una vez el taxi estaciona en Broadchurch, Joe se apea de él. Mientras el vehículo se aleja, el que antaño fuera un paramédico observa sus alrededores, y se percata de que el pueblo es ahora casi una sombre de su anterior ser. Es casi como si estuviera contemplando la versión fantasma del pueblo que ha sido su hogar durante años. Poco a poco, sin un rumbo fijo, sus pies empiezan a caminar por las ahora desiertas calles, con las persianas de los negocios bajadas y cerradas a cal y canto. La brisa que recorre el pueblo es ligeramente fría, lo que provoca que al ahora inocente, lo recorra un escalofrío desde los tuétanos hasta las extremidades. Sabe que necesita encontrar un lugar seguro, de modo que, sin pensarlo demasiado, se dirige hacia la iglesia de San Andrés.
Apenas tiene que esperar unos cuantos minutos en el interior del sacro lugar hasta que Paul Coates aparece allí, vestido con su habitual atuendo de sacerdote, alzacuellos incluido. Tiene acara de no haber dormido en días, quizá en semanas, y nada más percatarse de la presencia de Joe, esa expresión empeora y se demacra aún más.
—Necesito tu ayuda —sentencia Miller en un tono lleno de súplica.
—No.
Paul no puede creer que tenga la desfachatez de personarse allí después de todo lo que ha hecho. Después de todo por lo que los ha hecho pasar a sus amigos, a su familia, al pueblo entero...
—¡Me han declarado inocente! —se defiende el alopécico—. Ayúdame a volver a casa.
El reverendo de cabello claro y ojos azules observa al asesino de Danny. Respira acompasadamente, reflexionando para sus adentros sobre cuál es la mejor decisión dadas las circunstancias. La Biblia invita a poner la otra mejilla, sí... ¿Pero cómo hacerlo con semejante monstruo? En pocas veces se ha visto en tal tesitura el sacerdote, de modo que traga saliva, no apartando su mirada de este hombre, de este inmundo ser, que ahora busca su consejo y su protección. Lo que decida ahora, repercutirá en el futuro inmediato, no solo suyo y de Joe, sino en el de los Latimer, los Miller, el pueblo entero... Debe pensarlo bien.
El Inspector Hardy, que ha vuelto a su casa tras lo sucedido en el juzgado, está revisando varios archivos de su casa con su brillante subordinada, quien en este momento está dando órdenes mediante mensajes de texto, a algunos oficiales de menos rango que ella de la comisaría de Broadchurch. Él por su parte, carraspea y se prepara para tender la trampa que necesitan para saber toda la verdad del caso de Sandbrook. Cuando consigue calmarse, marca el número de Lee Ashworth.
—¿Sí? —escucha su voz al otro lado de la línea telefónica nada más transcurren dos toques.
—Claire está detenida —no pierde el tiempo en informarlo sobre lo sucedido, a fin de aumentar su ansiedad y que cometa un error—. Tenemos motivos para creer que tiene una prueba relacionada con las muertes de Lisa y Pippa.
—¿Qué prueba? —aunque intenta sonar tranquilo, el escoces de ojos pardos nota inequívocamente como los nervios han comenzado a traslucirse en sus palabras.
Alec alza la vista, contemplando que Lina le dedica un gesto de asentimiento con la cabeza, pues ya ha dado las ordenes pertinentes que le ha pedido, y solo queda preparar el escenario para la función final.
—No puedo hablar —niega el hombre con vello facial rápidamente, para así, evitar darle explicaciones y ponerlo más tenso todavía—. Estoy yendo hacia la comisaría ahora mismo —añade en un tono urgente—. Ha rechazado un abogado: ha recurrido a mí —por un momento le parece escuchar cómo a Ashworth contiene el aliento en un ademán aterrorizado—. Me ha dicho que quiere que sepamos la verdad... ¿No habrán discutido, no? —escucha que respira agitadamente, y no puede describir lo feliz que lo hace eso ahora mismo. Sabe que no debería disfrutar con el sufrimiento ajeno, pero Claire y Lee se lo llevan buscando desde hace mucho tiempo—. Hágame un favor: no abandone la zona —le ruega en un tono severo, a fin de ponerle la guinda del pastel al asunto—. Querré hablar con usted muy pronto —sentencia antes de colgar la llamada, sintiendo que su brillante taheña sonríe, realmente orgullosa.
—A eso lo llamo yo manipular el comportamiento —lo alaba, y él corresponde su sonrisa.
—Bueno, he aprendido de la mejor, ¿no es así? —concede él, acercándose a ella, y la observa ruborizarle ligeramente, antes de colocarle un mechón del cabello tras la oreja—. Es hora de acabar con esto —asevera, posando una mirada en la fotografía de Pippa que hay en su cartera abierta, antes de cerrarla, guardándola en su chaqueta—. Sera mejor que nos pongamos en marcha: Miller nos está esperando en la comisaría —añade, comenzando a caminar con la joven sargento fuera de su casa, habiendo tomado en sus manos algunos documentos.
—¿Sabes perfectamente que puedes llamarla Ellie, verdad?
—Lo sé —afirma el taciturno hombre tras cerrar la puerta, caminando hacia el coche de su protegida—. Pero me encanta meterme con vosotras —bromea antes de carcajearse, pues la expresión entre ofendida y algo incrédula de su persona amada lo hacen divertirse demasiado.
—Eres idiota —expresa ella en un tono irónico, entrando al vehículo.
—Y aun así, me quieres igual...
Esta contestación provoca que la mentalista se quede sin palabras momentáneamente, antes de entrar al Mercedez Venz azul brillante, comenzando a conducir, ahora nerviosa por sus palabras, con su corazón latiendo fuertemente en su pecho. Por su parte, Hardy desvía la mirada tras percatarse de las palabras que han salido de su boca de manera inconsciente, maldiciendo en su mente por no haber controlado sus pensamientos. Que ella no haya respondido podría interpretarse como un rechazo, pero no tiene demasiado tiempo para pensar en ello, pues pronto llegan a la comisaría, y tras apearse del coche de la analista del comportamiento, se encuentran con Ellie Miller, sentada en las escaleras que conducen al redondo edificio.
—¿Está lista? —le pregunta Hardy a la castaña tras acercarse a ella, quien ahora porta su característico chaleco naranja, recibiendo un gesto afirmativo con la cabeza a modo de respuesta, levantándose del pavimento, caminando con ellos hacia el interior de la comisaría.
Nada más verla de nuevo por allí, muchos de sus antiguos compañeros saludan a Ellie con una sonrisa y unas amables palabras, indicándole lo mucho que la han extrañado. La castaña no puede sino agradecer las palabras y las muestras de cariño por parte de sus colegas de profesión, sonriendo aliviada. De la misma forma, y esto sorprende al hombre de delgada complexión, muchos de los agentes de policía también lo saludan y reciben agradablemente. Alec pensaba que, seguramente, todo el departamento lo odiaría, ya que no es la persona más agradable del mundo para conversar o tratar. Aunque, lo más factible es que sea porque la Sargento Harper no deja de hablar de ellos en la comisaría... O puede que sea cosa de Ava Stone, quien admira el trabajo que hicieron con el caso Latimer, y ha seguido el juicio de cerca, al igual que muchos de los agentes de la ley allí congregados, expresando su estima por ellos y su labor policial.
La comisaria se acerca a recibirlos nada más entran, estrechándoles las manos en un gesto amigable, diciéndole a Ellie que, en caso de querer volver al trabajo, estará más que dispuesta a recibirlos. Mientras dice esto, la mujer morena le entrega al Inspector Hardy su identificación, pues este y Lina tramitaron su vuelta al trabajo tras la operación de su marcapasos, hará un día o dos. Una vez Hardy tiene su identificación, habiendo vuelto oficialmente al trabajo, Ava le dice a su sargento pelirroja favorita —porque sí, Coraline es su favorita por varios motivos— que ya tienen disponible la sala de interrogatorios número uno. Se han encargado de mantener allí a Claire Ripley a la espera de su llegada.
La sala de interrogatorios número uno... Mientras caminan por los pasillos tan familiares de la comisaría, a Ellie Miller le da vueltas el estómago. Cada paso que da hacia esa sala de interrogatorios es como si alguien la hundiera más y más en el suelo de mármol. Los recuerdos de aquel fatídico día vuelven a su mente en cuanto Coraline Harper, que camina frente a ella, abre la puerta de la sala de interrogatorios: «Fue Joe»... Aún puede escuchar la voz de Hardy aquel día, comunicándole la noticia que hizo tambalearse todo su mundo y su vida, y se puede ver a sí misma desde una perspectiva en tercera persona, vaciando el contenido de su estómago en aquel rincón de allá con sus dos amigos intentando consolarla. Es la cálida mano de buena amiga de piel de alabastro en su hombro izquierdo la que la hace volver al mundo real, parpadeando en varias ocasiones, hasta enfocar su vista en la mujer que ahora está sentada frente a la mesa, observándolos: Claire Ripley.
Alec entra entonces, cerrando la puerta a su espalda. Tiene varias cintas de casete en sus manos, pues no va a perderse ni un segundo de este interrogatorio: piensa grabar cada palabra y cada suspiro. Además de esas cintas, ha triado consigo parte de los documentos del caso de Sandbrook. La mujer de ojos cerúleos, tras entregarle los archivos que ha traído consigo desde casa del escocés, le indica a Ellie que se siente junto a Hardy, ya que la mentalista prefiere mantenerse en pie, no quitándole ojo a la sala y a su sospechosa, para así, tener un mejor ángulo de visión de su conducta no-verbal y sus micro expresiones.
Ambos veteranos agentes se sientan frente a su ahora sospechosa, dejando los archivos sobre la superficie de la mesa de la sala de interrogatorios.
—Vamos a dejarnos de juegos —sentencia Hardy en un tono duro que no admite réplica alguna, pues ya está harto y cansado de jugar. Toma en sus manos una de las cintas de casete, y la introduce en la máquina que hay sobre la mesa, cerca de su brazo izquierdo. Entonces pulsa el botón, y empieza la grabación—. ¿Cómo conseguirte hacerte con el colgante de Pippa Gillespie, Claire? —comienza el interrogatorio en un tono demandante, colocando la prueba frente a la mujer morena de ojos verdes, señalándolo con el dedo índice, incidiendo presión sobre la prueba precintada en dos ocasiones.
La peluquera ni siquiera da muestras de haberlo escuchado hablar. Su expresión continúa siendo una indiferente, como si todo este asunto no fuera con ella en absoluto. Decide cambiar de tema, porque no va a doblegarse. No ante él... Ni ante nadie.
—¿Ya has arrestado a Lee? —tampoco parece reconocer la presencia de las dos agentes de policía en la sala de interrogatorios, pues su mirada oliva está exclusivamente fija en el escocés de ojos pardos y cabello castaño.
—¿Eso es lo que pretendes? —cuestiona el hombre de delgada complexión en un tono sereno—. ¿Nos has dado el colgante para enviarle un mensaje a Lee? —continúa intentando sonsacarle información, pero ella responde con un absoluto silencio respecto a esas cuestiones.
"No es que quisiera mandarle un mensaje a Lee... Sino todo lo contrario: esto es una amenaza", analiza la joven de cabello pelirrojo observando a su sospechosa tras cruzarse de brazos. "Le está dejando saber, que si no confía en ella y no se queda a su lado, tiene los medios necesarios para destruir su vida y su reputación... Para siempre". La muchacha de veintinueve años se percata de cómo Ripley la observa con cierto aire nervioso, pues sabe de lo que es capaz. "De modo que te pongo nerviosa, ¿eh, Claire? Bien. Ya era hora de que lo hiciera... Porque pienso indagar en cada gesto, cada palabra, cada tono y cada expresión que hagas en los próximos minutos y en las próximas horas. No importa lo que tardemos: acabaré descubriendo qué es lo que escondes tras esa fachada de indiferencia".
—¿Por qué le dijiste a mi marido que estaba embarazada, o que decidí abortar, cuando te lo dije solo a ti? —la que antaño trabajase como una peluquera intenta ignorar la penetrante mirada celeste de la mentalista en su persona, y procede a acusar al inspector escocés de indiscreción—. Eso supone un abuso de confianza.
—¿Hablamos de confianza? —indaga Alec en un tono severo, mientras la morena asiente con la cabeza. El de cabello lacio y castaño se inclina hacia delante, apoyando los brazos y las manos entrelazadas en la superficie de la mesa—. ¿Quieres hablar sobre cómo los Gillespie confiaban en ti para que llevaras a su hija al colegio? —ni siquiera la ve parpadear, de modo que decide presionarla un poco—. ¿Qué hacíais en esos viajes? ¿Preparabas a la niña para Lee, verdad?
En esta ocasión la expresión de Claire sí que sufre un mínimo cambio, que la analista del comportamiento detecta al momento. Su rostro pasa de expresar la más absoluta de las indiferencias a una ofensa que roza el ultraje y la cólera. Por ello, a la taheña no le extraña escuchar las siguientes palabras salir de su boca.
—¿Por qué me obligaste a acostarme contigo?
—Nunca nos hemos acostado, Claire —asevera en un tono molesto, ya que no piensa dejar que se juegue esa carta ahora, no con él, no con Lina delante, y mucho menos en este momento.
El hombre trajeado de delgada complexión no va a dejarla interpretar el papel de víctima desconsolada, necesitada de ayuda y protección, para salir de este entuerto. Ya lleva haciéndolo durante demasiado tiempo, y él le ha seguido el juego. Nunca más.
—¿Por qué me has retenido en contra de mi voluntad, Alec? —cuestiona Ripley en un tono casi monomaníaco, intentando manipular a aquellas personas presentes en la sala, siendo éstas Coraline y Ellie.
La primera simplemente le dedica una sonrisa llena de hastío, pues es evidente que ha visto su farol desde varios kilómetros, y no cree ni una sola palabra que sale de sus labios. Sin embargo, la castaña de cabello rizado, que aún se está aclimatando nuevamente a su trabajo y a esta sala en concreto, necesita corroborar la veracidad de esas acusaciones.
—¿Hay algo de verdad en eso?
—¡Claro que no, joder! —niega su amigo y compañero en un tono ofendido y levemente molesto, alzando un poco la voz en su indignación—. Me pediste ayuda porque te preocupaba que tu marido fuese a por ti.
—¡Me hiciste daño físicamente, Alec! —exclama la morena vestida de sport en un tono ultrajado, claramente intentando crear una duda en ambas compañeras del inspector, a fin de detener el interrogatorio, y acusar al hombre frente a ella de dichos abusos—. ¡Estabas triste porque tu mujer tenía la polla de otro en la boca, pero no deberías haberme retenido, no deberías haberme obligado a acostarme contigo!
Por una vez, el hombre de cabello castaño no alza la voz, sino que se mantiene silencioso, escuchando sus calumnias, aunque no pasa inadvertida para él la mirada casi asesina y llena de rencor que su protegida le dirige a su actual sospechosa, como si quisiera taladrarle la cabeza con ella por esas acusaciones y calumnias. Su buena amiga, sin embargo, se incorpora ligeramente de su silla, disponiéndose a detener el interrogatorio.
—Voy a parar el interrogatorio...
—No toque eso, sargento —intercede Harper en un tono profesional, algo que la castaña no había escuchado en mucho tiempo, percatándose de la seriedad y filo cortante de sus palabras, de modo que la observa con algo de sorpresa en sus ojos castaños.
—Tengo que tomarme estas acusaciones en serio, Cora... —justifica sus acciones, y nuevamente, intenta accionar el botón para detener la grabación en la máquina que su jefe trajeado tiene su izquierda, solo para recibir un estruendoso y demandante grito por su parte.
—¡Siéntese, Miller! —su exclamación la hace detenerse en seco, sentándose en la silla nuevamente, sintiendo que un escalofrío la recorre de arriba-abajo, pues hacía mucho tiempo desde la última vez que lo vio así de airado—. ¿Quieres continuar con esas acusaciones? ¡Pues adelante: continúa! —el hombre de cabello castaño reta a la morena vestida de sport en un tono férreo, dispuesto a plantarle cara a su disposición desafiante—. Pararemos para que puedas denunciar todos esos delitos, y me arrestarán —continúa con una gran determinación, no dando su brazo a torcer, demostrándole que es igual de terco que ella, y que no piensa achantarse por sus manipulaciones, aunque sí que advierte un atisbo de preocupación en los ojos de sus dos compañeras—. ¿Quieres eso? Podemos hacerlo —le propone en un tono más frío, calmando sus emociones, contemplando que su sospechosa se encoje de hombros—. Di la palabra —la observa con una mirada desafiante, pues ambos saben las consecuencias de presentar una demanda por acoso sin pruebas fehacientes—. Pero no estás aquí por eso, ¿verdad? —Ripley finalmente niega con la cabeza—. Estás aquí por Lee —Alec ha empezado a ver la pauta, gracias a lo poco que ha aprendido del análisis del comportamiento por parte de su querida Lina—. ¿Qué tienes planeado?
—Traemos a Lee —Cora Harper interviene en ese momento con una voz serna, casi monótona, pues está analizando en todo momento cómo cambia la expresión facial de la peluquera con sus palabras—. Se asusta al ver todas estas pruebas, incluyendo el colgante que misteriosamente desapareció, el cual lo habría encerrado de por vida si hubiera llegado al juicio de Sandbrook —continúa, comprobando que un leve descenso en las cejas de la morena se hace presente, como si realmente estuviera al tanto de sus maquinaciones—. Y luego, en vez de traicionarte, cuentas con que se dé cuenta de que necesita estar cerca de ti... —es consciente de que ha dado en el clavo, en cuanto los ojos verdes de la mujer que tiene delante se desvían mínimamente en todas direcciones, como buscando una salida—. Por lo que sabes.
Claire estalla en una carcajada irónica, que casi podría calificarse como psicopática, y niega con la cabeza. Es como si acabase de escuchar una tontería descomunal, o como si alguien le hubiera contado el mejor de los chistes.
—¡Yo no sé nada! —continúa riéndose—. ¡Nada!
Ellie intercambia una mirada entre atónita y aterrorizada con su buena amiga pelirroja, estupefacta ante este cambio de 180º en el carácter de la mujer morena. No se lo esperaba para nada, y debe admitir que le revuelve las tripas. Ahora está empezando a sacar su verdadero rostro.
"Intenta aparentar, según puedo ver, que mis deducciones no han dado en el clavo, pero hay miedo en sus ojos y en su tono de voz cuando niega mis acusaciones: sus ojos no dejan de desviarse y parpadear furiosamente; las comisuras de su boca, a pesar de estar elevadas en una risa estruendosa, tiemblan ligeramente por la tensión; y al hablar, su tono se ha elevado dos décimas por encima de lo que es costumbre", la analista del comportamiento no tarda en profundizar en el carácter y la reacción de su actual interrogada, y sonríe para sus adentros. "Oh, Claire, Claire, Claire... El agujero que se abre bajo tus pies empieza a ensancharse, y estás casi a punto de caer por él. Estoy aproximándome a esa respuesta que busco, y tengo una ligera idea de qué hacer para conseguir resquebrajar ese muro que tienes como defensa, pero antes... Veamos cuánto más puedes resistir".
—Sabes qué les pasó a Lisa Newbery y Pippa Gillespie —insiste Alec, habiéndose percatado de la ligera elevación en las comisuras de su protegida, quien parece haber analizado a Claire, y siente curiosidad por averiguar qué es aquello que ha podido averiguar o planear para ayudarlo a interrogarla.
—Te equivocas —niega la acusada tras recuperar su fachada de seriedad.
El Inspector Hardy ha visto multitud de veces esa misma mirada y actitud que ahora percibe tan evidentemente en Claire, en otros casos, en otros culpables, en otros asesinos... Y se reprocha no haberse percatado de ello antes. Ahora que vuelve a ejercer su trabajo, su instinto ha vuelto con más fuerza que nunca, y esta vez, va a utilizar todos los medios a su disposición para resolver este caso.
—Yo creo que no, no cuando te miro a los ojos.
Ante una acusación y palabras tan severas y desafiantes, Claire imita su postura, inclinándose sobre la mesa, con los antebrazos apoyados en su superficie, al mismo tiempo que arquea una de sus cejas. Al hablar, su voz, antaño dulce o indiferente, adopta un tono rencoroso y esquivo, a la par que ciertamente agresivo.
—No me das miedo, Alec...
—Pues debería —rebate él sin parpadear, pues no va a darle el gusto de verlo afectado.
—¿Por qué tienes el número de la oficina de Ricky Gillespie en tu móvil?
La voz clara de Ellie Miller corta por la mitad el silencio que se había formado, rompiendo de igual manera ese concurso de miradas desafiantes entre la peluquera y su compañero de cabello y vello facial castaño. En cuanto la escucha hablar, el rostro de Claire se gira inmediatamente hacia la agente de policía de cabello rizado, observándola con desprecio y rencor.
—Oh, ahora sí hablas, ¿verdad? —la acusa con un tono hiriente, claramente molesta por su aparente traición—. Le echaste un vistazo a mi móvil... ¡Gracias por hacer eso, amiga!
Ellie simplemente se encoge de hombros, manteniendo las distancias, y siendo profesional, pues tiene un recuerdo demasiado amargo y reciente de lo que su último estallido de furia ha provocado.
—¿Por qué llamaste al padre de Pippa? —cuestiona, y la testigo alza la cabeza al cielo.
—Llamaste a Ricky Gillespie porque él fue quien te envió la campanilla silvestre —sentencia la mentalista de ojos celestes, de pronto notando cómo el rostro y la mirada de Claire se petrifican al momento, para gozo de Hardy y Miller, quienes observan a su brillante sargento con orgullo—. Dime, ¿por qué razón tiene Ricky un cuadro de un prado de campanillas silvestres en su despacho? —cuestiona, y la mujer vestida de sport intenta aparentar sorpresa.
—¿Lo tiene?
"Cuando he mencionado el cuadro del prado de campanillas silvestres, su respiración se ha entrecortado momentáneamente. Está claro que ese lugar tiene una relevancia significativa para el caso de Sandbrook, y por consiguiente, con la muerte de Lisa Newbery y Pippa Gillespie", piensa la joven tras analizar su reacción, comenzando a sospechar que Ricky Gillespie está también involucrado en este terrible crimen. "Las campanillas silvestres de color azul con un tinte púrpura significan, amor constante, aflicción, perdón y lamento... Y está claro que la persona que se las envió, Ricky en este caso, no quiere que Claire olvide algo del pasado. Empiezo a pensar que tiene relación con lo sucedido aquella noche que Lisa y Pippa desaparecieron". Empieza a atar los cabos con precisión, pero para corroborar su teoría, necesitará comprobar ciertos datos, además de la confesión de Lee Ashworth.
—¿Qué pasó aquella noche, Claire? —presiona Miller.
—No lo sé.
Está claro que, de momento, no van a llegar a ninguna parte si continúan en esta línea. Necesitan pensar en otra estrategia para hacerla hablar, y pronto. No pueden perder el tiempo y dejar que la verdad desaparezca para siempre.
Aproximadamente a las 16:02h, Becca Fisher se persona en la iglesia de San Andrés, pues su novio, Paul, el vicario, le ha mandado un mensaje de lo más críptico, sin especificar la razón para su presencia allí. Solo le ha indicado que era urgente, de manera que se ha presentado allí lo antes posible. Llega al sacro lugar con una gran reverencia, preguntándose qué ha provocado que Coates le escriba de esa manera tan nerviosa y urgente. Cuando Paul la ve llegar, la toma del brazo y la guía al interior. A los pocos segundos, la mujer de cabello rubio obtiene la respuesta a su pregunta: en un banco de la iglesia, justo en la nave central, se encuentra un dormido Joe Miller. Resiste el impulso de ponerse a gritar como loca ante la visión de ese horrible hombre, pero no puede evitar que una exclamación llena de incomprensión y estupefacción salga de sus labios.
—¡Será una broma! —el vicario inmediatamente le hace un gesto de silencio y la lleva a la puerta exterior para poder hablar calmadamente, sin que el eco del edificio santo pueda perturbar el sueño del asesino de Danny—. ¡No puede estar aquí! —añade en un susurro lleno de rabia, apretando los puños.
—Me dijo que no tenía a dónde ir —responde su novio, y la australiana niega con la cabeza.
—No, quiero decir, que no puede volver al pueblo —rectifica y clarifica sus palabras.
—Ya se lo he dicho.
—¿Y entonces, por qué me has llamado? —cuestiona ella en un tono confuso.
—Porque necesito contarle a alguien lo que voy a hacer —asevera misteriosamente, antes de sacar su teléfono móvil, comenzando a explicarle los entresijos de su plan, pues, como todo el mundo en el pueblo, no piensa permitir que un asesino ronde suelto por ahí.
Entretanto, en la playa cercana al pueblo, Mark y Beth observan las olas romper contra la orilla, con el cielo ligeramente gris y el viento que acaricia sus rostros. Han dejado a Chloe cuidando de Lizzie en casa, pues necesita despejarse y centrarse en otra cosa que no sea el veredicto de no-culpabilidad del asesino de su hermano. La joven madre suspira pesadamente, y habla en un tono decepcionado, lleno de tristeza.
—¿Cómo vamos a sobrevivir a esto?
—Sé lo que tenemos que hacer, pero no sé cómo hacerlo —sentencia su marido en un tono sereno, provocando que la castaña de ojos pardos lo observe, intrigada—. Si el sistema no nos da justicia, tendremos que hacerlo nosotros por nuestra cuenta —la implicación de lo que eso significa es clara, y Beth siente que se estremece. De pronto, el teléfono de su marido empieza a sonar, y este descuelga—. ¿Paul? —contesta nada más leer el nombre que aparece en el identificador de llamadas—. ¿Qué es lo que pasa?
Mientras espera expectante a aquello que el vicario del pueblo le está contando a Mark, la joven madre de Chloe, Danny y Lizzie, contempla cómo el rostro de su marido pasa de la palidez a la rojez más intensa, con sus cejas enarcándose de manera peligrosa. Sea lo que sea que Paul Coates le está contando, no es bueno, pues a pesar de la fama de Mark por ser alguien propenso a la ira, es muy difícil desquiciarlo de esta forma. Finalmente, su marido cuelga el teléfono, antes de comenzar a marcar un número que ella conoce bien: el de Nige.
En la comisaría de Broadchurch, Alec Hardy se ha sentado en las escaleras que conducen a su lugar de trabajo con cierta apatía y rabia. A su derecha tiene a Miller, quien está revisando unos archivos que ella y Cora conocen bien, con la mentalista sentada a su lado, examinando los susodichos. Entre ellos hay varios recibos y la dichosa fotografía de la casa de los Ashworth, que tantos quebraderos de cabeza parece estar dándoles. El escocés, que tiene una tila en sus manos para intentar calmar su temperamento, aprieta la taza de plástico con algo de fuerza.
—Conseguiré que se venga abajo.
—¡Está demasiado implicado emocionalmente! —rebate la castaña en un tono ligeramente severo, vestida con su habitual chaquetón naranja.
—¿¡Yo!? ¿Pero usted se ha visto? —le espeta el escocés por consecuencia, algo ofendido.
—Vale, chicas, calmaros —intercede Lina en un tono entre divertido y serio, pues aunque adora sus pequeños piques y discusiones, este no es el mejor momento para ello—. Haremos lo que sea necesario para meter a esos dos en prisión, ¿no es cierto?
—Exacto —afirma el hombre que ama con un tono confiado—. No vamos a darnos por vencidos, aunque tengamos que estar días interrogándolos a ambos —asevera con vehemencia, antes de contemplar que Miller y su adorada Lina están observando concienzudamente algunos de los archivos, como si casi no le prestasen atención—. ¿Pero quiere dejar eso? —le ordena a su antigua subordinada de cabello rizado, quien automáticamente expresa una mueca de desagrado.
—Hay algo que nos inquieta —sentencia Ellie con un tono inquieto y molesto.
A los pocos segundos se escucha el característico sonido del teléfono móvil de Hardy, indicando la entrada de una llamada. Éste toma el teléfono en su mano derecha rápidamente, antes de descolgar.
—¿Qué? —pronto escucha la voz de Frank Williams, quien ya trabajó anteriormente con él cuando era el encargado del caso de Danny. El agente de policía le comunica que el sistema de vigilancia que Coraline ha puesto sobre Ashworth, lo ha captado yendo en dirección a la casa de Claire, y por tanto, lo han seguido—. Oh, perfecto: quédate ahí —le ordena, antes de colgar la llamada, pues debe personarse allí ahora mismo para efectuar la detención.
—Necesito que alguien vaya a casa de Lee y Claire y saque una foto.
—Que Lina hable con Tess, Miller —indica Alec, antes de incorporarse rápidamente de las escaleras—. Yo tengo algo que hacer —les comunica, dejándole el vaso de tila a la castaña encima del archivo que está leyendo, antes de ponerse en pie, comenzando a caminar lejos de allí.
—¡Alec! —él se gira al escuchar que su adorada protegida apela a él, antes de observar que le lanza las llaves de su coche, cogiéndolas al vuelo—. ¡Te hará falta! —añade con una sonrisa suave que el escocés reciproca, pues ahora que tiene el marcapasos operativo y no ha habido incidentes desde el día de la operación, según le comunicó la doctora, puede volver a conducir, y por suerte, su carnet aún no ha caducado.
El hombre de delgada complexión agradece la ayuda de su taheña de ojos cerúleos, antes de ingresar en su Mercedez Venz azul brillante, comenzando a conducir hacia la casa de Claire. Oh, cuanto echaba de menos el estar al volante, y conducir libremente sin sentirse una carga por tener que llevarlo a todas partes. Atraviesa el frondoso bosque que lleva hasta la carretera del fiordo inglés en el que se encuentra la cabaña que alquiló para su ahora sospechosa, y comprueba aliviado y satisfecho que los policías que Cora ha destinado allí para vigilar los pasos de Ashworth, han cumplido plenamente con su trabajo. Sin duda, tiene un don especial para dar órdenes. Algún día será una excelente subinspectora.
Estaciona el coche de la mujer que ama en la entrada, reuniéndose con Frank Williams en la puerta principal de la vivienda, que se encuentra abierta. Desde el interior se escuchan claramente los sonidos de objetos siendo arrojados al suelo, al igual que el contenido de los armarios y cajones siendo vaciado. Con un silencioso gesto, colocando su dedo índice derecho sobre sus labios, entra con los demás agentes a la casa, siguiendo el origen del sonido, hasta llegar a la sala de estar. Agradece que Ava Stone les haya dado los efectivos suficientes para intentar cerrar el caso de Sandbrook, demostrando que, como nueva comisaria de Broadchurch, no hay nada que la asuste.
—¿Dónde está? ¿Dónde está? —Lee Ashworth no para de murmurar mientras desvalija y revisa cada rincón, completamente ignorante al hecho de que Alec Hardy se encuentra figurativa y literalmente a su espalda.
—¿Dónde está qué, Lee? —cuestiona el hombre con vello facial castaño, sorprendiendo al hombre de fuerte complexión, quien lo observa con los ojos casi fuera de sus órbitas, estupefacto y confuso por su presencia allí. Le enseña el colgante, aún precintado en una bolsa de prueba, y los ojos del antaño arquitecto parpadean nerviosamente—. Antes de llamarle, Coraline pidió que lo siguieran —le explica rápidamente antes de suspirar pesadamente—. Lee Ashworth, queda arrestado con relación a los asesinatos de Pippa Gillespie y Lisa Newbery.
El que antaño fuera un arquitecto traga saliva. Este es el fin. Se acabó. No hay más que hacer. No hay plan alguno, no hay estratagemas, mentiras de último minuto... Nada. Solamente queda rendirse ante aquello que esté a punto de llegar. Y en este caso, significa ser interrogado por este hombre que, sin haberse esperado siquiera, ha sido capaz de superarlos con su ingenio y la ayuda de sus dos compañeras. Se quitaría el sombrero, si tuviera alguno, claro. Con resignación, Lee Ashworth deja que lo esposen y lo metan en un coche patrulla.
En la iglesia de San Andrés, sobre las 17:45h, Joe Miller, ahora ya despierto, habiendo podido dormir plácidamente lo que no ha podido en semanas, está sentado en uno de los bancos de madera caoba de la iglesia. Se ha quitado la chaqueta del traje, quedándose solo con la camisa y la corbata. Tiene los codos apoyados en el asiento de enfrente, con las manos entrelazadas entre sí, cerca de su frente. Cualquiera podría pensar al verlo que está rezando, pero en realidad, se encuentra sumergido en sus pensamientos: en cómo podrá recuperar a su familia, en cómo podrá disculparse con Coraline por lo que le sucedió... Realmente, si no estuviera intentando negarlo tan fervientemente, se daría perfecta cuenta de que no está en su sano juicio, o al menos, que distorsiona la realidad de los hechos solo para no enfrentarse a ellos. En ese momento en concreto, el sonido de un motor llama su atención, así como el de unas ruedas, que se detienen en seco en el exterior del sacro lugar. Hace una hora y varios minutos que el sacerdote se ha marchado a comprar algo de comer, de modo que lo está esperando ansiosamente.
—¿Paul? —pregunta, dejando que el eco eleve su voz, antes de incorporarse del asiento algo tentativamente, pues quizás no lo haya escuchado—. ¿Paul? —insiste nuevamente, llamándolo por su nombre, saliendo al pasillo que queda entre la pared y la hilera de bancos de madera, comenzando a caminar hacia delante, con el fin de que la puerta lateral de la iglesia quede dentro de su visión, pero lo que ve le hiela la sangre: el padre de Danny y su mejor amigo entran a la iglesia—. Mark... —pronuncia su nombre con un miedo atroz, pues puede contemplar la expresión llena de furia asesina y rabia en sus ojos además de en su tensa boca.
Comienza a correr entonces, buscando una vía de escape, pero Mark y Nige se adelantan a sus intenciones, comenzando a correr rápidamente hacia él. La estancia en prisión ha hecho mella en sus capacidades físicas, puesto que se nota mucho más lento al correr, y ello propicia que el fontanero de cabello castaño logre atraparlo, lanzándose sobre él, tirándolo al suelo de la iglesia. El hombre alopécico vestido de traje intenta zafarse de su agarre, revolviéndose como un erro sarnoso, pero no consigue que el patriarca de los Latimer afloje su agarre en su persona. Pronto, Nigel los alcanza, y ayuda a su amigo y jefe a sujetar al asesino de Danny, que grita desesperadamente el nombre del vicario, buscando su ayuda. Sin embargo, por mucho que Joe Miller grita, por mucho que se desgañita la garganta, nadie acude en su ayuda, y los otros dos hombres se lo llevan en volandas fuera del sacro lugar, cerrando la puerta tras ellos.
Entretanto, Maggie Radcliffe va a reunirse con su pareja, Jocelyn, que está aún bastante malhumorada y triste por lo sucedido en le juicio, así como por el veredicto en sí. La periodista lleva una botella de ginebra en sus manos para beber juntas, a fin de ahogar sus pensar y su tristeza por ese veredicto tan injusto del que han sido testigos.
—Márchate —sentencia la abogada de ojos verdes nada más la advierte acercarse a su posición, habiéndose sentado en los remanentes de un pequeño barco de pesca, observando el horizonte, así como el atardecer que poco a poco desciende. Maggie se sienta a su lado tras quitarse el bolso, esperando a que hable—. Se aceptar las derrotas, pero esta importaba —empieza a explicarse la abogada en un tono apesadumbrado y melancólico—: todos saben que he fracasado... Y duele.
—Sí, bueno, la vida duele —admite la jefa del Eco de Broadchurch en un tono sereno, suspirando pesadamente—. Nunca dije que volver al mundo sería sencillo y sin dolor, Jo...
—Quiero compensarlos de algún modo, Maggie, y no puedo hacerlo —se expresa la mujer de cabello rubio-platino, claramente impotente.
—No —Maggie desenrosca el tapón de la botella de ginebra—. Ninguno de nosotros puede... —asevera, entregándosela en un gesto igual de melancólico, antes de acariciar sus antebrazos en un gesto de consuelo y cariño, mientras observa que la letrada bebe de la botella de cristal.
—¿Crees que serán lo bastante fuertes para superar todo esto?
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