Capítulo 29
Las horas van pasando inexorablemente desde ese momento. Beth y sus hijas únicamente abandonan el recinto del juzgado para ir a casa, comer y ducharse. Mark, por el contrario, se niega a marcharse de allí, al menos, hasta tener alguna nueva información respecto a la deliberación del jurado. Por su parte, Tara se ha encargado de volver a casa y cocinar algo de comida, ya que empieza a conocer la dinámica que existe entre su hija y Alec, como para advertir que no van a abandonar el juzgado de momento, pues este acontecimiento es demasiado importante para ellos. Es por eso por lo que se ha encargado de llevarles algo de comida casera, para que así, puedan mantenerse fuertes. Ni que tiene que decir que el escocés de cabello castaño se lo ha agradecido enormemente, puesto que, aunque ha tomado la tila que esta mañana le ha llevado Lina, estaba empezado a encontrarse muy hambriento debido a la incertidumbre. Como todos, en realidad, aunque la mayoría de los involucrados en el caso han decidido comer en la cafetería del juzgado, incluyendo a Lucy y Olly Stevens, además de Ellie y Tom Miller. Maggie Radcliffe por su parte, ha comido en la sala privada de la defensa, junto a su novia y Ben —aunque siendo sincera, se le hace aún un tanto extraño el llamarla así, pero es algo que no deja de provocarle una gran felicidad—, habiéndoles preparado ella el almuerzo. Una vez finaliza su comida, sale de la sala, dispuesta a estirar un poco las piernas, pues estar todo el tiempo encerrada entre las cuatro paredes del juzgado es agotador. De camino a las escaleras que bajan al piso bajo, se encuentra al hijo de Lucy, tecleando furiosamente en su portátil, sentado en uno de los asientos acolchados de cuero azul marino oscuro.
—Oliver, ¿qué estás haciendo? —lo amonesta con un tono severo, arqueando una ceja.
—Estoy redactando dos versiones —responde él, y en la pantalla pueden verse dos portadas con una primera página con el rostro de Joe, y al lado de cada una de ellas, un título: «CULPABLE» dice una, mientras que la otra grita «INOCENTE».
Maggie tiene que controlarse para no soltarle una bofetada a este chaval: ¿es que este papanatas no tiene sentido de lo que es apropiado hacer en cada momento? ¿No piensa más que en sí mismo? ¿No se plantea cómo podría repercutir la decisión del jurado en su familia?
—¡No, ahora no! —le cierra la tapa del portátil en la cara para su consternación.
—¡Eh! ¿Qué estás haciendo? —se queja el joven periodista en ciernes, suspirando hastiado.
—¡Ahora no! —le recalca en un tono severo, pasando a su espalda, continuando su camino hacia el piso bajo, encontrándose a Nigel Carter, el amigo de Mark, mientras desciende los escalones—. Hola, Nige.
—Hola, Mags —la saluda él en un tono cordial—. ¿Alguna noticia?
—No, nada —responde ella con rapidez mientras niega con la cabeza—. Aún nada.
En la planta baja se encuentra la familia Latimer, quienes hacen lo posible por apoyarse en estos duros momentos, habiéndose sentado juntos en uno de los bancos del lugar. Beth tiene en brazos a la pequeña Lizzie, acunándola con cariño, mientras que Chloe acaricia la espalda de su padre en un gesto reconfortante. Cerca de ellos, apoyado en la pared de otras escaleras que conducen al primer piso, y con ello, a una pequeña terraza, se encuentra Paul Coates, el vicario, quien está tomándose una manzanilla con al fin de calmar sus nervios.
También en la planta baja, y paseando de un lugar a otro, con los brazos cruzados, se encuentra Alec Hardy. Éste no se aleja demasiado de su querida taheña de ojos azules, quien está sentada junto a su madre en otro de los bancos de madera allí dispuestos. Ambas mujeres se han tomado de la mano, y Tara hace lo posible por intentar calmar los nervios de su hija.
—No te preocupes, estrellita... Todo irá bien.
—No lo sé, mamá —niega la muchacha en un tono levemente suspicaz, debido a que las dudas y el miedo han comenzado a afectarla seriamente, pues hacer frente a la incertidumbre no es uno de sus puntos fuertes: está acostumbrada a saberlo todo y a analizarlo todo, y el no poder hacerlo en esta ocasión la trae de cabeza—. ¿Y si algo no va bien? ¿Y si el jurado cree la versión de la defensa? —supone en un tono y ademán mortificado, comenzando a sentirse ansiosa—. Todo lo que hemos hecho hasta ahora, incluyendo mi testimonio, no habrá servido para nada... —se lamenta tras suspirar pesadamente—. Tengo un terrible presentimiento —añade, pues siente de sus tuétanos cómo una sensación desagradable de desamparo la recorre como electricidad.
De pronto, siente que una presencia se sienta a su lado, siendo una mano colocada en su espalda en un gesto de consuelo, y ni siquiera necesita voltearse para reconocer al instante ese olor a colonia y pasta de dientes, además de tila: es el hombre que ama. Se gira hacia la izquierda para observarlo, y comprueba que Alec está igual de preocupado que ella, pero que, a pesar de ello, hace lo posible por mantenerse sereno.
—Tu madre tiene razón, Lina —Tara sonríe para sus adentros al escuchar que el hombre del que se ha enamorado su estrellita utiliza esa abreviatura cariñosa de su nombre, y no puede esperar al momento en el que finalmente se dejen de tonterías y se den cuenta de lo que sienten mutuamente—. Entiendo perfectamente que estés preocupada, porque yo también lo estoy —concede en un tono conciliador—. Pero no intentes anticiparte a todo, porque solo vas a conseguir desanimarte —aconseja, y la taheña de piel de alabastro asiente lentamente, sintiéndose poco a poco reconfortada por sus palabras: tiene razón al decir que no debe perder el tiempo en anticiparse a todo—. Admito que puede pasar cualquier cosa en este juicio, pero que no te quepa duda alguna de esto: has hecho lo que debías al testificar sobre lo que sucedió, dando una imagen clara al jurado sobre la verdadera naturaleza de ese monstruo —asevera en un tono suave, acariciando su espalda en movimientos delicados, a pesar de que, el hecho de iniciar él el contacto físico suela incomodarlo al principio, pero claro que, hará una excepción siempre que se trate de ella—. Pase lo que pase, no desfallezcas: estaré a tu lado —añade con una sonrisa suave, devolviéndole las palabras que ella le dijera cuando lo acompañó al hospital, lo que provoca que el corazón y el pecho de la mentalista se llenen de felicidad y cariño: siempre encuentra la forma de reconfortarla y apoyarla—. De todas formas, el caso de la acusación es bastante sólido, al igual que las pruebas...
—Esperemos que sea suficiente para que vean la verdad, Alec —intercede Tara Williams en un tono suave, aun acariciando las manos de su hija en un gesto cariñoso, deseando que este sea el caso, y que el jurado logre ver la verdad que se oculta tras la fachada de Joe Miller. No desearía volver a ver a su hija en la tesitura de testificar nuevamente en un juicio, solo para ver como la destrozan brutalmente en el estrado.
—Yo también lo espero, Tara —afirma el de mirada parda en un tono igualmente suave.
En esta ocasión, el hombre de cabello lacio y castaño se atreve a profundizar más el contacto físico con Coraline, al menos de forma consciente, pues la muchacha quizás se encuentre reticente a ello debido a lo sucedido con Tess en el hospital. Traga saliva, y rodea tentativamente los hombros de su compañera con el brazo derecho, aproximándola levemente hacia él. También él, al igual que la joven de cabello carmesí, encuentra consuelo en su presencia y proximidad. Siente que el corazón por un momento le da un vuelco en el pecho al percibirla moverse, temiendo su rechazo, pero al contrario de lo que pudiera pensar o esperar, nota que Lina apoya su cabeza levemente en su hombro derecho, buscando su apoyo, algo que está más que dispuesto a darle. Poco importa que la gente pueda verlos, y de hecho, ese pensamiento ni siquiera cruza sus mentes, pues al estar tan próximos el uno al otro, reconfortándose mutuamente, es como si el resto del mundo hubiera desaparecido.
En el primer piso, en esa pequeña terraza de la que dispone el juzgado, Ellie Miller está sentada con su hijo Tom en una mesa, tomando un café y un refresco respectivamente. Su mirada castaña no ha dejado de seguir los movimientos inquietos de su jefe y amigo, sonriendo con ternura al ver que este se ha atrevido a profesarle abiertamente algo de cariño a Coraline, primero acercándose a ella, acariciando su espalda, y ahora sujetándola levemente contra él, con Tara Williams decidiendo a los pocos segundos el ir a las máquinas expendedoras a por un café, aunque claramente se trata de una excusa para dejarlos a solas. De hecho, la madre de la analista del comportamiento intercambia una mirada cómplice con la buena y mejor amiga de su hija mientras se dirige a comprar su bebida, con Ellie correspondiendo el gesto con un asentimiento de la cabeza. Becca Fisher pasa a su espalda, y de pronto, un gran jolgorio y un leve estruendo proveniente de la planta baja, hacen que la policía de cabello castaño rizado casi salte de su silla debido al susto, derramando lo que queda de su café en la mesa, apresurándose en limpiarlo con una servilleta, ayudada por Tom.
Cuando baja la vista para ver quiénes son los responsables de semejante contaminación acústica, comprueba que son únicamente un grupo de cuatro abogados, quienes sonríen y se felicitan entre ellos, claramente dichosos por haber ganado su litigio. Observa a sus dos compañeros levantarse del asiento en el que se encontraban, habiéndose sobresaltado mínimamente, con ese momento de intimidad siendo olvidado rápidamente. Sin embargo, comienzan a pasear lentamente codo con codo, continuando ese ademán protector e íntimo que los viene caracterizando desde hace tiempo. Entonces se detienen, e intercambian una mirada con la castaña. No necesitan palabras para comunicarse en ese instante: esperan tener la misma suerte que esos abogados con su propio caso...
Entretanto, las dos partes involucradas en este proceso judicial están también esperando la resolución del jurado respecto a la culpabilidad o inocencia de Joe Miller. Por un lado, Sharon Bishop, su abogada defensora, está en una de las terrazas exteriores del juzgado de Wessex, fumándose un cigarrillo de manera nerviosa. Jocelyn Knight, la abogada de la acusación, por otro lado, está en la sala privada, rememorando algunos de sus momentos con su fallecida madre. Por último están los dos jóvenes abogados de ambas partes, recogiendo sus enseres de la sala del juzgado número uno. Deciden charlar entre ellos para llenar el silencio que invade la sala, con Abby Thompson comenzando la conversación con Ben Haywood.
—¿Tienes algo jugoso a continuación?
—Robos a mano armada en Bristol —responde Ben mientras coloca varios archivos y carpetas en una caja.
—¡Bien! —la abogada de cabello castaño corto parece alegrase por él, también guardando varios archivos y papeles en su respectiva caja.
—¿Y tú?
—Agresión sexual en Southwark —su tono alegre y divertido está ciertamente fuera de lugar, o eso es lo que piensa el letrado de cabello rubio y ojos azules, pues casi parece que Abby disfruta con ello—. Y... ¿Qué opinas del veredicto? —cuestiona de pronto ella, observándolo con una ceja arqueada y una sonrisa ladeada.
—Creo que pueden pasar ambas cosas —es neutral en su respuesta—. ¿Qué piensas tú?
—Hemos ganado —no oculta su soberbia, y ambos ríen, algo incómodos, pues el compañero y socio de Knight realmente espera que se trate de una broma, pero cuando nota que la mirada castaña de la socia de Bishop no es jocosa, su expresión se torna seria—. En serio —recalca, antes de suspirar—. Bueno, Jocelyn es... Es genial, pero está vieja.
El ligero sarcasmo y desprecio que le dirige a su jefa es más de lo que va a permitir Ben en este momento, por lo que, tras guardar sus últimos archivos en la caja, tamborilea brevemente en su superficie, antes de habar con un tono sereno, algo mordaz.
—Abby... —carraspea, antes de acercarse a ella con pasos rápidos, habiéndose despojado de sus gafas de cerca en un gesto rápido. Queda justo frente a ella, a pocos centímetros de su rostro, con solo una mesa separándolos—. Quería decirte que...
Abby se humedece los labios: Ben Haywood es adorable y atractivo, eso no lo cuestiona. Está casado, pero no es un impedimento si lo que quiere es proponerle un breve e inocente revolcón, solo por aliviar el estrés que les ha causado el juicio. La abogada castaña no diría que no a una oferta así, de modo que, espera a que continúe. Le sonríe seductoramente.
—Quería decirte, que... —el hombre de cabello rubio toma aliento, preparándose para decirle en pocas palabras lo que piensa realmente de ella—. ...Eres una persona horrible.
No puede más que vitorear en su fuero interno al contemplar cómo la expresión soberbia y de mujer fatal de Abby se hace añicos como un castillo de naipes, pues evidentemente, no se esperaba para nada que él le dijera eso. Todo lo contrario, seguramente. Y antes de que pueda conjurar una réplica ingeniosa o apostillar algo ante su comentario, el alguacil del juzgado se persona en la sala, informándolos acerca de que el jurado va a entrar nuevamente en ella.
De modo que, al cabo de unos pocos minutos, cerca de las 13:00h, el jurado vuelve a entrar en la sala del juzgado número uno, al igual que todos los asistentes al juicio, encontrándose entre ellos la familia Latimer, los Miller, los Stevens, Cora, Alec, y la mayoría de los residentes de Broadchurch que se vieron involucrados en el caso de Danny, contándose entre ellos Nigel Carter, Becca Fisher y Paul Coates, además, claro, de Maggie Radcliffe. La pelirroja de ojos cerúleos mantiene sus manos entrelazadas sobre su regazo, en un gesto que el inspector a su izquierda ya la ha visto hacer tantas veces antes, siendo un indicativo de su nivel de nerviosismo. Es cristalino, que esta situación tan tensa la está haciendo perder su habitual disposición tranquila y alegre, comenzando a apagarse como una llama al contacto con el agua. Y como tantas otras veces antes, el escocés de cabello castaño y ojos pardos posa su mano sobre las de la muchacha de piel de alabastro, brindándole la calma que necesita en este momento. Cuando siente la mano cálida de su protector y confidente en las suyas, la mentalista finalmente logra calmar sus nervios, concentrándose en el jurado, a quien el alguacil del juzgado de Wessex se dirige, una vez ha ocupado su puesto.
—Señora portavoz, por favor, responda a mi primera pregunta con un sí o un no —le indica, ya la mujer que ha sido designada para ello, se levanta de su asiento y asiente lentamente—. ¿Han alcanzado ya un veredicto sobre el acusado con el que estén todos de acuerdo?
—No.
Ellie Miller rueda los ojos y suspira, hastiada, al igual que muchos en la sala, siendo uno de ellos su jefe, quien no puede sino desear que esta tortura, porque así lo está siendo para su protegida, termine de una vez. Mark Latimer agacha el rostro, hundiéndolo en sus manos mientras Beth eleva su mirada al techo de la sala, pues no puede creer que sea tan difícil ver la verdad. No puede creer que sea tan difícil condenar a un asesino así. Pero es paciente, y sabe esperar. Esperará lo que sea para verlo pagar por lo que les ha hecho, ya no solo a ella y a su familia, sino a sus amigos, al pueblo, y a Cora Harper, por descontado. El reo, nuevamente tras la pared de cristal, suspira pesadamente, pero a diferencia de sus antiguos vecinos, amigos y familia, no lo hace con resignación, sino con alivio, pues eso significa que aún tiene esperanzas de ser declarado inocente.
—Les invito a que sigan intentando alcanzar un veredicto unánime —interviene la jueza Sonia en un tono sereno, instándolos a postularse por una versión u otra de los hechos, mientras que, ante tal indecisión el Inspector Hardy niega con la cabeza, pues odia estos procesos judiciales, y ahora más que nunca, teniendo en cuenta lo que supone para la joven de veintinueve años, cuyas manos tiene sujetas en su derecha—. Pero —suspira pesadamente—, estoy dispuesta a acetar un veredicto con el que al menos diez de ustedes estén de acuerdo.
—Eso no es bueno —musita Ben en un susurro, inclinándose hacia Jocelyn.
—Por favor, acompañen al alguacil del jurado, gracias —la jueza ordena que esas doce personas, que tienen en sus manos el destino y la vida del acusado, se levanten de sus asientos, para así, continuar deliberando.
Después de que el jurado haya abandonado la sala, Ellie se encuentra con Beth en la balconada del primer piso del juzgado, desde el cual puede verse toda la planta baja, incluyendo el lugar y los asientos en los que se encuentran Cora y Tara, quienes están charlando efusivamente sobre un tema en particular. Alec Hardy está sentado cerca de ellas, observando su teléfono, antes de teclear en él con su mano diestra, siguiendo el consejo de su doctora de no utilizarlo en el lado del marcapasos. Mark y Chloe están también en la planta baja, con Lizzie, jugando con ella y haciéndola reír, intentando distraerse de lo horrible que es toda esta situación tan llena de incertidumbre. La agente de la ley de cabello castaño rememora la mirada tan triste que Mark le ha dedicado nada más ha anunciado el jurado que aún no habían alcanzado un veredicto, y le provoca escalofríos. Siente que en este juicio las cosas van muy mal, como si estuvieran realmente juzgándolos a ellos, y no a Joe, que es el verdadero culpable. Dios, hasta la enerva la idea de que, a pesar del testimonio de Cora, el jurado aún no se haya decantado por la versión de la acusación. Teme lo que puedan estar deliberando tras esas puertas cerradas, así como sus consecuencias.
—No dejo de pensar en el último domingo que pasamos todos juntos, antes de iros a Florida —comienza a decir Beth de pronto, utilizando un tono tan suave y dulce, pero al mismo tiempo tan roto y desconsolado, que Ellie siente cómo la inunda una gran congoja—. Vinisteis a casa a una barbacoa, y yo te pregunté si podríamos invitar a Coraline la próxima vez, puesto que ya me habías hablado de ella, y quería conocerla —cuando nombra a la muchacha de piel clara y ojos azules, ambas la observan, contemplando que pasea inquietamente de un lado a otro del juzgado, tomándose una taza de cappuccino—. Y pensar que es exactamente tal cual me la describiste en su momento: amable, considerada, leal... Y honesta —la describe, rememorando lo mucho que ha sacrificado y puesto en juego por su familia y ella, siendo algo que no cree que jamás puedan devolverle. Ambas madres sonríen mientras contemplan a la analista del comportamiento, quien ahora parece hablar con alguien por mensajes de texto, habiéndose sentado en uno de los bancos de madera, cerca del escocés, con éste acercándose inconscientemente a la taheña—. Ese día, cuando hicimos la barbacoa, los chicos estuvieron jugando hasta que oscureció —rememora con una sonrisa añorante, intentando no llorar ante ese recuerdo tan alegre.
—Hasta después de que oscureciera —afirma Ellie con una sonrisa igualmente tierna, también intentando no estallar en un inconsolable llanto por haber perdido todos esos momentos—. Recuerdo que Tom entró en tu cocina a por linternas para poder seguir jugando —se carcajean al unísono entonces, pues ese día había sido uno de los mejores.
—Aún puedo ver la puesta de sol cuando cierro los ojos —describe en un tono dulce, con la mirada perdida en tiempos pasados, sin fijarla en nada en particular—. También puedo verlos a todos ellos jugando tan alegremente: Danny y Mark, Tom y Nige, y... —se interrumpe bruscamente, antes de que ese nombre salga de sus labios, pues para ella se asemeja ahora al veneno más letal del mundo.
—...Joe —finaliza la controladora de tráfico por ella en un tono molesto a la par que resignado—. Incluso los recuerdos se tornan horribles y se han estropeado —niega con la cabeza, y Beth, notando que Ellie continua culpándose internamente por no haberlo visto antes, posa una mano en su hombro a modo de consuelo, y le sonríe cálidamente.
—Hubo un momento en el que Danny me vio mirando, y vino corriendo, vestido con su camiseta amarilla —mientras lo describe es como si estuviera allí, y los ojos de ambas se tornan vidriosos al momento—. Se acercó a la ventana, rojo y sudando por haber estado corriendo, y me puso una de sus caras, haciéndome reír a carcajadas —lo echa terriblemente de menos, pero ahora, al menos, se alegra de tener esos recuerdos para no olvidarlo jamás, para mantenerlo vivo—. Yo le puse otra —ambas ríen con cierta congoja en sus carcajadas, añorando esos momentos que vivieron antaño, llenos de felicidad, cuando creían que nada malo podría pasar—. Mi pequeño y sus caritas —se esfuerza en contener las lágrimas, a pesar de que su tono de voz se resquebraja levemente—. Estoy pensando en dejar a Mark —le confiesa a su amiga de cabello castaño, quien la contempla algo consternada—. Lo nuestro no funciona —intenta explicarse—: incluso cuando todo esto termine, no podremos arreglarlo... Ya no somos las mismas personas.
—Pero ten cuidado, Beth —comienza a decir la mujer del acusado en un tono suave, con las lágrimas agolpadas en sus ojos—. Crees que estás sola en ese matrimonio, pero no es así —niega con la cabeza, antes de suspirar—. Porque no es nada, comparado con estar sola de verdad —asevera, rememorando los aciagos y duros momentos que ella misma ha vivido en sus carnes los últimos meses, con todo el mundo despreciándola, sin nadie a quien acudir para sobrellevarlo, a excepción de Cora o Hardy en contadas ocasiones.
La joven madre de cabello castaño asiente ante sus palabras, pues Ellie habla por experiencia. Tiene razón cuando dice que no sabe realmente lo que es estar sola. Enfrentarse sola al mundo, sin un punto de apoyo o alguien en quien confiar. No puede tomar esta decisión a la ligera. Debe pensarlo bien. No solo en ella y en Mark, sino en sus hijas, a quienes más quiere en este mundo. Decide que, independientemente de la resolución del juicio, ella hará lo posible por mantener unida a su familia, y espera que su marido corresponda ese esfuerzo, porque ser un matrimonio significa sacrificarse y continuar al pie del cañón, independientemente de los envites que surjan por el camino.
Claire Ripley, quien hace unas cuantas horas ya ha recibido ayuda por parte del vicario de Broadchurch para tratar sus heridas y hematomas, ha decidido quedar una última vez con su marido para aclarar las cosas, y así, poner punto final a este capítulo de sus respectivas vidas. Lee y ella están sentados ahora en las escaleras de una de las hileras de vestuarios, en uno de los cuales ella ha estado hospedándose.
—Se acabó lo nuestro, ¿verdad? —cuestiona la que antaño fuera una peluquera en un tono apenado, pues, aunque sabe lo que tiene que hacer, no significa que llevarlo a cabo sea una tarea fácil.
Ella y Lee siempre van a estar unidos, pase lo que pase. Y va a asegurarse de que así sea.
—Creo que sí —responde el que antaño fuera arquitecto en un tono que está a medio camino entre el alivio, la congoja, y la incertidumbre—. No podemos continuar así, Claire: nos destrozará.
—¿Pero cómo va a funcionar esto si no estamos juntos? —cuestiona la morena de ojos azules en un tono incierto, expresando sus inquietudes—. ¿Confías en mi para guardar tus secretos?
—Tanto como tú en mí para guardar los tuyos —responde él factualmente.
—¿Qué vas a hacer? —indaga ella tras unos segundos de silencio—. ¿Vas a...?
—Sí, volveré a Francia, como ya te dije —la interrumpe él mientras asiente—. Aunque me temo que el plan de irnos allí juntos ha quedado descartado —añade en un tono irónico antes de suspirar—. Nadie me conoce allí... —revela en un tono misterioso, antes de dirigir su mirada azul hacia ella, quedándose sus ojos fijos en los verdes de la peluquera—. Casi nadie.
—No deberías haberme pegado —asevera ella casi como una amenaza, habiéndose girado para observarlo tras escuchar su comentario.
—Tienes suerte de que parara.
—¿Qué has dicho? —cuestiona ella en un tono afilado, pues su relación, ahora rota, es un cabo suelto del que ambos quieren deshacerse.
—Era una broma...
—Gracias a Dios que no llegaste a ser padre —comenta ella con una sonrisa y un tono hiriente, consiguiendo que la expresión bromista y algo despreocupada del hombre de fuerte complexión se nuble de golpe.
—¿A dónde irás tú? —cuestiona Lee en un tono confuso, observándola incorporarse.
—Eres estúpido.
Esa es la última frase con la que Claire Ripley se despide del que antaño fuera su marido, habiendo tomado en sus manos su mochila, colgándosela a la espalda, comenzando a caminar lejos de la playa de Broadchurch. Su conversación con Lee ha sellado su destino permanentemente, pues quería estar segura de si estaba tomando la decisión correcta, y así es. Si Ashworth se empeña en rechazarla, ella piensa obrar del mismo modo. No va a librarse de esto tan fácilmente, y piensa asegurarse de que, si ella cae, él lo haga también. La necesita. No puede dejarla abandonada y rechazarla como si fuera un objeto. Ahora, herida por el despecho, Claire Ripley tiene un nuevo objetivo, y se dirige allí a toda prisa.
En el juzgado de Wessex, aproximadamente a las 14:02h, tras su conversación con Beth Latimer, la agente de policía de cabello rizado y castaño está sentada en una mesa de la terraza del primer piso, junto a Tom y Lucy. Esta última tiene una baraja de cartas en las manos, y los invita a jugar. El adolescente de cabello rubio acepta al momento, pero la mirada de Ellie se torna sorprendida y suspicaz en cuanto la posa en las puertas principales. Por ellas, tan campante y con pasos rápidos, acaba de entrar Claire, quien lleva una mochila en sus manos, dispuesta a pasar el control de seguridad. La mujer que antaño fuera una sargento de policía siente que algo en su cuerpo la incita a vigilarla, de modo que se levanta de su asiento, colgándose el bolso por la clavícula izquierda, con la cuerda atravesando su pecho. Empieza a caminar hacia las escaleras mientras la mujer morena de ojos verdes atraviesa el control, y no puede sino dirigir una mirada hacia su compañera taheña de ojos azules, quien está de pie junto a Hardy.
Coraline pronto se percata de que la mirada castaña de su buena amiga está sobre ella, de modo que dirige sus ojos hacia la entrada, observando a Claire, quien, tras pasar el control de seguridad, recoge su mochila y camina en su dirección. Algo en su ademán no le gusta ni tranquiliza, de modo que se pone en guardia, cruzándose de brazos, vigilando por el rabillo del ojo cómo Alec conversa con Daisy por mensajes de texto. Para este momento, Ellie ya ha bajado las escaleras y se encuentra en el piso bajo, siguiendo el caminar de Claire de forma casi paralela, para evitar cualquier tipo de plan o jugarreta que tenga preparada. De todas formas, comprueba que su compañera de piel clara está en guardia, también preparada para intervenir en caso de ser necesario. De hecho, los sagaces ojos de la Sargento Harper se percatan de que la mujer de Ashworth abre la mochila, rebuscando en su interior mientras camina hacia ellos.
Cuando nota la animosidad y presencia cercana y algo tensa de la mujer que ama, Alec Hardy al fin alza el rostro, descubriendo que Claire se dirige hacia ellos a toda velocidad, con una expresión entre indiferente y molesta en su rostro, como si hubiera decidido algo importante. Intercambia una rápida mirada con su protegida, quien está vigilando a la mujer morena vestida con un chándal negro, con evidente frialdad y desconfianza. Se levanta del asiento, guardando su teléfono móvil en el interior de su chaqueta, antes de notar que Lina da un paso, colocándose sutilmente delante de él como un escudo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestiona el escocés cuando la mujer de su sospechoso principal se les acerca, quedando ahora frente a frente.
Ellie, que también se ha acercado a ellos, se queda junto a su buena amiga de cabello carmesí y ojos azules celestes, observando cómo se desarrollan los acontecimientos. Tiene curiosidad, al igual que sus compañeros, por saber qué la ha motivado a presentarse allí de improviso.
—¿Quieres el maldito colgante? —cuestiona retóricamente Ripley—. Pues toma.
La mujer de ojos oliva y cabello oscuro saca una bolsa precintada de su mochila, antes de empujarla brevemente contra el pecho del Inspector Hardy, quien apenas posa sus ojos pardos en la prueba de Sandbrook perdida, parece quedarse sin habla, sujetándola en sus manos. Ellie y Cora intercambian un mirada sorprendida, igual de incrédulas ante lo que están presenciando. Reconocen ese colgante perfectamente, y saben lo que eso significa.
—No... ¿Lo cogiste tú? —su voz, hace un momento incrédula, pronto se torna colérica, subiendo su tono, antes de dar un paso hacia Claire, quien no se achanta ante su estallido de furia—. ¿¡Lo has tenido siempre!? —ni siquiera puede expresar lo mucho que quiere ponerla ahora en una celda de interrogatorio para sacarle las verdades que ha estado callando por tanto tiempo, pero antes siquiera de poder encolerizarse aún más, Ben Haywood interviene.
—Ya hay un veredicto —anuncia, y tanto a la castaña como a la taheña las recorre un escalofrío, no solo por el hecho del veredicto en sí, sino porque finalmente han atrapado a quien sustrajo la prueba decisiva del caso más enrevesado y terrible des los últimos años—. El jurado va a volver a entrar —añade, antes de proceder a caminar escaleras arriba, dirigiéndose hacia la sala del juzgado número uno.
—Eh, no, no, no, no —Alec sujeta a Claire por el antebrazo izquierdo cuando intenta huir del juzgado tras la intervención de Ben—. No pienso perderte de vista —asevera el escocés trajeado en un tono lleno de ira controlada, sujetado con firmeza y fuerza su antebrazo, antes de colocarla frente a él, indicándole que suba las escaleras—. Vamos.
Nota cómo su adorada Lina lo sigue, colocándose a su lado, mientras él teclea un rápido mensaje a Tess, casi ordenándole que se persone en el juzgado de Wessex lo antes posible debido a un asunto urgente. Sabe que estará allí rápidamente, pues no es dado a exagerar con esta clase de cosas. Ellie Miller los sigue algo consternada, acompañada de su hermana, Lucy, y su hijo, Tom. Éste último le da la mano a su madre en un gesto de apoyo, y ella se la aprieta brevemente para infundirle el valor necesario para volver a entrar en esa terrible sala. Los Latimer, que han sido informados antes que ellos de que el jurado finalmente ha alcanzado un veredicto, ya se encuentran en la parte alta de las escaleras, dispuestos a entrar a la sala del juzgado número uno.
A las 14:25h, todos los asistentes se han congregado en la sala del juzgado. Claire se sienta a la izquierda de Alec, en el estrado de los testigos, con Ellie frente a ellos, en la siguiente fila, flanqueándola en caso de que intente escapar nuevamente. Cora queda sentada a la derecha del hombre que ama, con Tara sentada a su lado. Todos se observan e intercambian miradas dubitativas y nerviosas, preguntándose a qué veredicto ha llegado el jurado compuesto por doce personas. Beth y Mark se dan la mano, claramente nerviosos, pero se sienten mínimamente reconfortados con las sonrisa amable y cálida que Jocelyn les envía. Incluso el acusado, Joe Miller, ha palidecido y se encuentra con la frente perlada en sudor, característicamente nervioso. Tom por su parte ocupa su asiento junto a su madre.
—¿Tú qué crees? —susurra Abby en un tono nervioso, antes de que Bishop la haga callar.
Una vez la jueza Sharma hace pasar a estas doce personas que tienen en sus manos el destino del reo y del caso, el alguacil se levanta de su asiento, procediendo a hablar con la portavoz.
—Señora portavoz —la aludida se levanta del asiento—, responda a mi primera pregunta con un sí o un no —repite la misma cuestión que anteriormente le hiciera hace varias horas—: ¿han llegado ya a un veredicto sobre el acusado?
—Sí.
Nada más escuchar esa respuesta, Chloe, que sujeta a Lizzie en brazos, siente cómo le tiemblan, haciendo un gran esfuerzo porque su hermanita no se le caiga debido a los nervios. Por la periferia de su visión nota cómo su madre toma la mano de su padre en la suya, apretándola con fuerza. A su espalda, Paul Coates y Nigel Cartes suspiran hondamente, pues ninguno en la sala está verdaderamente preparado mentalmente para dicho veredicto. Becca Fisher hace lo posible por mantenerse serena, mordiéndose levemente el labio inferior. Ellie Miller por su parte, se inclina sutilmente en su asiento, realmente nerviosa por la respuesta del jurado, siendo un gesto que la pelirroja de ojos azules imita, colocando sus antebrazos sobre sus rodillas, expectante. A su lado, Alec entrelaza sus dedos en su regazo, imitando aquel gesto de la chica que adora de manera inconsciente, pues también él está muy alterado por el devenir del juicio. Siente que su corazón late con fuerza en su pecho, y si no fuera por el marcapasos, casi juraría que está dándole un ataque debido a la ansiedad que lo recorre en este momento. Tom Miller palidece ligeramente, y toma la mano de su tía Lucy, sentada a su derecha. Claire Ripley, sin embargo, no parece afectada por nada ni nadie. De hecho, mantiene una expresión indiferente en el rostro en todo momento.
—¿Es el veredicto de todos, o de la mayoría?
—De la mayoría —sentencia, de manera que, al menos diez de las doce personas, están de acuerdo con una versión de los hechos, sea la que sea.
—¿Puede levantarse el acusado, por favor? —pide al reo, quien obedece al momento, incorporándose de la silla, manteniendo las manos frente al cuerpo en una postura sumisa—. ¿Encuentran al acusado, Joseph Michael Miller, culpable, o no culpable? —cuestiona a la portavoz del jurado, quien da una mirada ladeada al hombre casi alopécico.
Las miradas de las abogadas se enfocan entonces en los miembros del jurado. Beth cierra los ojos y agacha el rostro, incapaz de mirar a los ojos a esas doce personas. Mark le aprieta la mano para darle su apoyo, indicarle que está ahí. El inspector de delgada complexión da una mirada discreta a su novata, percatándose de su nerviosismo, antes de suspirar pesadamente, posando su mano derecha en su hombro izquierdo. Lina toma su mano con su derecha al sentirla apoyada en su hombro. Joe Miller cierra los ojos, esperando, deseando, que las palabras que ha estado deseando escuchar, salgan de los labios de la portavoz. Todos en la estancia contienen el aliento, esperando a las palabras que pondrán punto final al sufrimiento de tantas personas involucradas.
—No culpable.
Coraline Harper siente que le falta el aire en cuanto escucha la primera palabra de esa respuesta. Sus peores temores se han realizado, y la frialdad de los hechos, de la resolución del jurado, cae como una losa de cemento sobre sus hombros. Al final, nada ha importado. Nada ha servido para evitar que Joe se salga con la suya. En su estado de shock, ni siquiera repara en la mirada llena de lástima, cariño y desazón que Alec posa en ella, deseando ahorrarle todo ese dolor que, seguramente, ahora la está carcomiendo por dentro. Tara siente que las lágrimas llegan a sus ojos, e intenta calmar su desesperado llanto, ahogándolo con un pañuelo blanco.
Ellie Miller deja escapar un grito ahogado, que no llega a manifestarse. Solamente su expresión horrorizada y martirizada da fe de cómo se siente ante semejantes palabras. Tom, que no comprende cómo su padre ha podido eludir a la justicia, siente que las lágrimas se agolpan en sus ojos azules. Por suerte, su tía Lucy, que está a su lado, comienza a consolarlo al momento, pues la policía de cabello castaño es incapaz de hacerlo en estos momentos.
Las expresiones sorprendidas y llenas de dolor de los Latimer hacen que algunos miembros del jurado no se atrevan a mirarlos a los ojos. Nigel Carter y Paul Coates ponen los ojos en el cielo, incapaces de creer lo que acaban de escuchar. Jocelyn Knight se vuelve, horrorizada y mortificada hacia Beth y Mark, quienes están tan blancos como la cal. Abby hace un pequeño gesto de victoria y sonríe como una niña con zapatos nuevos, aunque Sharon consigue mantener una expresión serena en el rostro. Pensaba que se sentiría bien al ganar este litigio, pero para su sorpresa, no es así.
—Sr. Miller, ha sido declarado no culpable —la voz de Sonia resuena con eco entonces en la estancia silenciosa—. Puede abandonar el banquillo —el llanto de Chloe Latimer se impone a sus palabras, y no puede evitar sentir que su corazón se rompe al escuchar algo tan desgarrador.
—Gracias, Señoría —responde Joe en un tono extremadamente aliviado, disponiéndose a abandonar la estancia.
Sin embargo, antes de hacerlo decide darle una mirada a su familia... Y a Coraline Harper, cuya mirada horrorizada ahora está posada en él, intentando procesar lo que acaba de escuchar. Se atreve a sonreírle, y la pelirroja de ojos azules siente cómo un escalofrío la recorre de arriba-abajo. Solo en ese momento, Joe Miller abandona la estancia, con la cabeza bien alta, como si no hubiera cometido el peor de los actos.
—Miembros del jurado —la jueza continúa con su trabajo, a pesar de que, en su corazón, sabe que este hombre es culpable, pero no puede tomar partido, pues debe mantenerse neutral—, gracias por su minuciosa evaluación de los hechos, y por deliberar su veredicto —se dirige a ellos en un tono suave—. Han llevado a cabo su labor de forma honorable.
La mujer de cabello castaño rizado sujeta la mano de sus hijo y la de su hermana con afecto, intentando darse ánimos tras este terrible golpe que han recibido. Ninguno de ellos puede creer que Joe se haya librado de la condena engañando al sistema.
La vista de Cora se enfoca entonces en el suelo, y por un momento está por jurar que su visión se nubla, pero consigue mantenerse anclada en la realidad, aunque ya no es capaz siquiera de escuchar los sonidos que hay a su alrededor. No es capaz de sentir cómo su madre intenta consolarla. Es como si toda ella estuviera entumecida. Como si su cerebro hubiera decidido desconectar sus sentidos y estuviera funcionando en piloto automático. La taheña no es consciente de que se ha levantado de su asiento, saliendo como un huracán por la puerta de la sala del juzgado, bajo la apenada y desesperanzada mirada de Alec, quien querría seguirla, pero debe permanecer allí para vigilar a Claire.
—Ha sido un... —la jueza se interrumpe al ver que la mujer de cabello carmesí se levanta como un huracán, saliendo por la puerta del juzgado, solo para después comprobar que Beth Latimer hace lo propio: no puede culparlas por ello, ya que, al fin y al cabo, una es la madre de la víctima de este caso, y la otra, es una víctima en sí misma del supuesto inocente. Observa también cómo Ellie Miller sale de la estancia, yendo en busca de Beth, mientras que Tara va en busca de su hija—. Ha sido un caso extremadamente difícil y angustiante —continúa, observando que ahora, no es solo Chloe la que solloza, sino también Tom Miller—. Y por lo tanto, este tribunal los exime de cualquier deber futuro como jurado —finaliza su monólogo, antes de asentir levemente—. Gracias —la sesión termina entonces, con el jurado levantándose de sus asientos, comenzando a hacer mutis por el foro.
Claire, que no puede evitar admitir que le ha sorprendido el estallido de furia por parte de la pelirroja, se mantiene serena, con una expresión casi indiferente en el rostro, antes de volverse hacia el escocés, cuya mirada parda no deja de desviarse hacia la puerta, seguramente, preocupado por la joven sargento.
—Me pregunto si no se habrá quedado muy en shock —bromea de manera maliciosa la morena, antes de que el rostro de Hardy se gire hacia ella, en un ademán molesto—. ¿Estás bien? —le pregunta en un falso tono preocupado, antes de que el tono cortante del hombre de cabello castaño y delgada complexión la interrumpa de lleno.
—Claire Ripley, queda arrestada como sospechosa del asesinato de Pippa Gillespie y Lisa Newbery —por mucho que su cuerpo y su corazón le estén gritando a pleno pulmón que tiene que ir en busca de Lina, su mente sabe que ahora tiene que encargarse de esta mujer—. No tiene por qué decir nada, aunque quizá perjudique su defensa que omita información que luego manifieste ante el tribunal —su instinto profesional ha vuelto a activarse, y las palabras salen solas de su boca, poniéndose en pie cuando el alguacil se lo indica, asiendo del brazo a su sospechosa—. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada como prueba, ¿lo entiende? —ella asiente, pues nunca lo ha visto tan serio, enfadado y preocupado al mismo tiempo—. Vamos —casi gruñe cuando lo dice, obligándola a caminar delante de él, para así, salir de la sala del juzgado.
Ellie ha seguido a Beth fuera de la sala del juzgado, y se ha desviado del camino que ha tomado su buena amiga pelirroja, quien se dirigía a toda prisa a una de las terrazas del juzgado, con su madre a su espalda, intentando calmarla o aplacar su ira, según se dé el caso. Pero no es el ademán de Cora lo que la ha preocupado, sino la expresión aterrorizada de Tara, quien seguía a su hija como si temiera que fuera a hacer una locura. Dios, no puede siquiera ponerse en su lugar: para la analista del comportamiento ha sido ver a la justicia fallar miserablemente al condenar a un monstruo como Joe, y no solo eso, sino que, probablemente, ha sido como si alguien tomase todo su sufrimiento en sus manos y lo dejase a un lado, como si no importase nada. Espera que, con suerte, Hardy vaya en su busca para consolarla, porque ahora mismo, ella tiene que encargarse de la madre de Danny. Entra a los servicios de mujeres, y la encuentra allí, dándole patadas una y otra vez a una de las puertas de uno de los cubículos vacíos. La puerta impacta una, y otra, y otra vez más mientras la patea con fuerza. No importa que se pueda romper los dedos. Ese dolor es insignificante comparado con el que siente ahora dentro de ella, que se equipara fantásticamente bien con la cólera y la impotencia que la recorren como veneno por sus venas. La controladora de tráfico y antaño sargento de policía, camina lentamente hasta su amiga de cabello corto y castaño, esperando poder consolarla con su presencia, aunque sabe que nada podrá hacerlo en este momento. Necesita desahogarse, y es por eso por lo que lo paga con la puerta y no con Joe.
—¿Cómo puede ser eso justicia? —se lamenta la joven madre.
—No lo es —niega Ellie en un tono comprensivo.
—Dios... ¿Cómo pueden hacernos esto? ¿A Cora?
—Beth, vete con tu familia —intenta que se calme y vaya a consolar a su familia, en especial a Chloe, quien no ha parado de llorar desde el veredicto, y a Mark, cuya cara era la viva imagen de la estupefacción, pero la joven madre niega con la cabeza, hablando en un tono bajo.
—Quiero matarlo, Ell...
—Lo sé —afirma la mujer del paramédico en un tono gélido—. Yo también.
Alec Hardy prácticamente lleva a rastras a Claire por el antebrazo izquierdo, habiéndola sujetado con su mano derecha. Camina con pasos rápidos, pues ha recibido un mensaje de su exmujer, quien le ha indicado que ya ha llegado al juzgado. En cuanto encuentra a un policía vestid de uniforme, no se lo piensa ni dos veces.
—Eh, usted, venga conmigo —le hace un gesto con la mano, y la mujer uniformada de blanco y negro lo sigue al momento, comenzando a descender por las escaleras que conducen al piso bajo del juzgado, encontrándose con Tess a medio camino—. ¿Qué hace falta para destruir la vida de alguien para siempre? —inquiere retóricamente, claramente molesto y desesperado por reunirse con la muchacha de veintinueve años, cuya salida tan abrupta de la sala número uno ha dejado preocupado—. ¡Doce personas! —exclama, no dominando su rabia, realmente furioso no solo por Ellie o por los Latimer, sino también por su querida Lina—. ¡Doce capullos, estúpidos, fácilmente influenciables, y cortos de miras! —sabe que no debería dejar salir su cólera y frustraciones con Tess, pero es la única persona disponible en este momento para hacerlo, y necesita desahogarse.
—Alec, lo siento mucho —sentencia su exmujer en un tono sereno, pues si el brillante inspector está así de afectado, no quiere ni imaginarse cómo se encontrará la joven sargento de cabello carmesí y ojos azules.
—He arrestado a esta mujer a las 14:32h, y sabe que está bajo arresto —declara a la agente de policía a la que ha hecho acompañarlo—. Llévala a la comisaría por mi —le pide a la subinspectora de cabello oscuro, quien asiente al momento, dispuesta a echarle un mano en lo que pueda, y más ahora, después de semejante batacazo con el veredicto—. ¿Has conseguido una sala de interrogatorio?
—Sí —afirma Tess mientras contempla cómo Alec deja a Claire cerca de la agente de policía y de ella, como si le estuviera pasando el testigo en una carrera de relevos—. He llamado a la comisaría de Broadchurch, y saben que llevamos a alguien —añade en un tono confiado—. Me quedaré contigo.
—No, no —niega el categóricamente casi al momento—. Necesito a Miller y Harper.
—Sí, cómo no... —musita en un tono algo irónico.
La subinspectora de ojos verdes no puede evitar sentirse dolida ante su aparente rechazo por trabajar juntos, pero se traga su orgullo y su lastima, pues ya ha aceptado que su exmarido no la necesita, y ya no la ama. Ahora mismo debe concentrarse en hacer su trabajo, y en este momento, es vigilar a la sospechosa y llevarla a comisaría. Contempla cómo el escocés saca algo del interior de su chaqueta: lo que parece ser una prueba precintada.
—Claire me acaba de dar este colgante —le extiende la prueba perdida a su exmujer, quien lo toma en sus manos con una expresión mortificada, como si estuviera mirando a los ojos a un fantasma del pasado—. Seguro que tenéis mucho de lo que hablar...
Tras decir esas últimas palabras, el hombre de cabello lacio y castaño apenas pierde el tiempo en salir de allí a toda prisa, yendo en busca de su querida novata. Se pregunta a donde podría haber ido, cuando a lo lejos, en un pasillo, ve a Tara Williams. Se apresura en acercarse a ella, y se percata al momento de que está llorando.
—Tara, ¿qué ha pasado? —cuestiona, preocupado, antes de tomar en cuenta que su adorada pelirroja no se encuentra con su progenitora, lo que hace que las alarmas de su mente empiecen a sonar: esa no es una buena señal—. ¿Y Lina?
Nada más escuchar esa pregunta, Tara comienza a explicarle al inspector que, tras salir de la sala del juzgado en busca de su hija, por temor a que hiciera algo imprudente por la impotencia, la ira, el dolor y la desesperanza que probablemente sentía en ese momento, la ha seguido hasta la terraza cercana, la cual puede verse al final del pasillo. Sin embargo, cuando ha intentado acercarse a ella para calmarla, la muchacha ha comenzado a gritar de una forma casi inhumana. Sus gritos estaban tan llenos de dolor que era insoportable escucharlos. Ha intentado calmarla, pero no ha habido forma de hacerlo, y la propia muchacha la ha apartado de ella, indicándole que no la quería cerca, por temor a hacerle daño. Entonces es cuando la de veintinueve años ha comenzado a golpear una pared cercana con las manos desnudas. Tara no ha podido soportarlo más y se ha alejado. De ahí que estuviera sollozando en el pasillo que conduce a la terraza.
Alec insta a Tara a marcharse a casa, prometiéndole que él va a cuidar de su hija, y tras varios segundos de insistencia, la mujer de cabello pelirrojo casi canoso, ha accedido, y se ha encaminado al exterior del juzgado en busca de un taxi. Una vez se ha asegurado de que la madre de su compañera y protegida se ha marchado, el inspector escocés de cabello castaño sale a la terraza, y efectivamente, encuentra a Lina allí, y aunque ya no está gritando, se ha quedado sentada en el suelo, con la espalda apoyada en ella. Tiene las rodillas pegadas al pecho, con los brazos rodeándolas. Tiene leves heridas en los nudillos, pero no algo demasiado grave. Se acerca a ella tentativamente, pensando qué puede decirle que no suene a tópico, pero se detiene en cuanto escucha su voz. Es la voz de su brillante subordinada, sí, pero hay un filo de desesperanza y amenaza en él, que lo deja clavado en su sitio.
—Te he dicho que me dejes sola.
El hombre con vello facial traga saliva, y decide que, no importa lo que ella quiera en este momento, va a consolarla y apoyarla. Porque eso es lo que necesita. Aunque está tan cegada por la rabia, la importancia y la agonía que ni siquiera es consciente de ello. Se arrodilla frente a ella, y posa sus manos en las suyas, acariciando sus dorsos suavemente, como tantas veces ha hecho.
Funciona. Cora alza el rostro, y lo observa con una mirada llena de desesperanza, con su piel de alabastro llena de surcos rojos debido a las innumerables lágrimas saladas que han caído desde sus ojos. En este momento, el Inspector Hardy sabe que no hay palabras que puedan consolar adecuadamente a la mujer que ama, de modo que, simplemente la sujeta por las muñecas, y en silencio, tira de sus brazos hacia él, con ella no oponiendo resistencia. La estrecha entre sus brazos de una manera amorosa, y al momento nota cómo Lina se aferra a él con desesperación. Los sollozos desesperados e inhumanos, cargados de años de sufrimiento y cólera, llegan después.
—Estoy aquí —es lo único que se le ocurre decir para hacerla sentir acompañada, y sus sollozos se incrementan, sintiendo que su pequeño cuerpo tiembla de pies a cabeza mientras se aferra a su espalda, como si fuera su tabla de salvación—. Estoy aquí... —lo repite una y otra vez como un mantra, ahora acariciando su suave y bello cabello carmesí, notando cómo sus lágrimas mojan sutilmente su cuello, camisa y chaqueta, pero no le importa.
La mentalista de ojos azules celestes estaba dispuesta a echarlo, a alejarlo de ella, puesto que, con toda su ira contenida y su desesperación, no sería una idea sensata tenerla como compañía ahora mismo, pero para su alivio, el hombre que ama ha sabido ver a través de su fachada. A podido ver a esa joven asustada y llena de dolor, que pide a gritos algo de compasión y cariño, además de ayuda. Y se ha quedado a su lado. La está abrazando ahora contra su pecho, intentando calmarla y darle el consuelo que necesita tan desesperadamente como respirar. Su cuerpo, que hasta hacía varios minutos parecía estar en un piloto automático mientras golpeaba la pared y gritaba tan inhumanamente, finalmente parece retornarle el control, y mientras las lágrimas caen sin cesar por sus ojos, se aferra a su inspector con fuerza.
—Ha sido en vano, tal y como temía —habla de forma entrecortada, sintiendo que Alec continúa acariciando su cabello en movimientos cariñosos y suaves—. No ha servido de nada que haya puesto mis propias vivencias y trauma al descubierto... Al jurado no le ha importado en lo más mínimo.
—Escúchame —él rompe el abrazo, tomando su rostro entre sus manos, a fin de que lo mire a los ojos—: esas personas no tendrían ni idea de lo que verdaderamente sucedió, incluso aunque les pusieran todas las pruebas delante de sus estúpidas caras —le asegura en un tono severo, molesto por el ingente sufrimiento que le están provocando a la mujer que ama—. Son un puñado de gilipollas sin criterio alguno y fácilmente influenciables —la mentalista asiente ante sus palabras mientras el escocés le quita las lágrimas de las mejillas—. Si algo ha demostrado este sinsentido de juicio, es que has sido muy fuerte y valiente, Lina —le asegura, y la muchacha finalmente parece esbozar una media sonrisa—. Le has plantado cara a lo peor que te tocó vivir, y has salido airosa de ello: no todos pueden decir lo mismo —Coraline ratifica lentamente sus palabras antes de abrazarlo nuevamente, pero esta vez en agradecimiento, no solo por su apoyo, sino por no haberla abandonado en uno de sus peores momentos—. Y no te preocupes por Joe —comenta el hombre con vello facial mientras la estrecha firmemente contra él—: si intenta acerarse a ti, nadie podrá pararme antes de que lo mande al infierno —asevera en un tono que, casi podría decirse que es, asesino.
Cora siente que el alivio, el amor y el agradecimiento crecen en su interior poco a poco, reemplazando a la ira, la desesperanza y la tristeza. Poco a poco, su mente racional ha comenzado a aceptar la verdad de los hechos acaecidos en el juicio de hoy. Sus emociones sin embargo, están volátiles como un volcán en erupción, y sabe que necesitará mucho tiempo antes de poder dormir tranquila por las noches. No sabe qué le deparará ahora la suerte, pero con Alec y Ellie a su lado, además de su madre, sabe que nada podrá hacerle daño.
—Mi madre... —dice, separándose del hombre que ama, quien la ayuda a levantarse del suelo—. ¿Dónde está? —cuestiona, preocupada, buscándola con la mirada—. ¿La has visto?
—Tranquilízate: tu madre se ha ido a casa —responde Hardy en un tono sereno, acariciando sus antebrazos en un gesto afectuoso, algo que cada vez va encontrando más natural cuando se trata de ella—. La he convencido para que se fuera a descansar tras lo sucedido, habiéndole prometido que cuidaría de ti.
—Gracias —por fin, una de las características sonrisas dulces de la analista del comportamiento llega a su rostro, y el escocés de cabello castaño suspira aliviado internamente, feliz por haber logrado animarla. Pero el rostro de su persona adorada pronto se torna serio—. Claire tenía el colgante todo este tiempo —decide centrarse en el caso de Sandbrook para distraerse un poco de sus propios problemas, dejando a un lado sus sentimientos respecto al veredicto—. ¿Qué ha pasado con ella?
—He llamado a Tess —la informa el hombre de delgada complexión, quien comprende que la muchacha de veintinueve años necesita algo que hacer para distraer su mente—: le he encargado a Claire, y la ha llevado a la comisaría de Broadchurch.
—Nos han dejado una sala de interrogatorios, imagino —él asiente ante sus palabras—. Será mejor que vayamos a buscar a Ellie entonces —comenta la mujer taheña en un tono sereno tras suspirar, tomando la mano derecha del hombre que ama en su izquierda, antes de comenzar a caminar.
En el interior de la sala del juzgado número uno, Mark y Chloe están hablando con Jocelyn y Ben sobre lo sucedido, además de las restricciones y privilegios del asesino de Danny, ahora que ha quedado exonerado de toda culpa según la ley.
—¿Hay alguna restricción sobre a dónde puede ir? —cuestiona el patriarca de la familia.
—No, ahora que ha sido declarado no-culpable —responde la abogada de cabello rubio-platino, antes de escuchar cómo la puerta se abre y se cierra a su espalda, entrando Beth por ella.
—¿Cómo podemos volver a llevarlo ante un tribunal? —inquiere la joven madre de manera rencorosa, pues no quiere ni pensar en la posibilidad de volver a encontrárselo por la calle—. Mató a Danny, y se ha librado engañando al sistema.
—Lamentablemente, no se puede apelar una vez que alguien ha sido absuelto —responde Ben con una expresión derrotista y apenada—. A menos, que se encuentren nuevas pruebas concluyentes y convincentes.
—No me lo puedo creer... —la voz de Beth es una mezcla de desolación e incredulidad.
—Así que esto es lo que pasa —intercede Mark con una voz irónica—. Nos hacen pasar a todos nosotros por un infierno, y un hombre culpable sale libre —niega con la cabeza, como si quisiera convencerse de que esto es una terrible pesadilla—. Dios, no quiero ni saber cómo lo estará llevando Cora... —musita entre dientes, sintiendo una inconmensurable compasión y pena por esa joven sargento de cabello carmesí, que tanto ha arriesgado por ellos, solo para ver que no ha servido para condenar a ese monstruo.
—Mark, yo... —Jocelyn no puede hacer otra cosa salvo disculparse—. Lo siento mucho.
Fuera de la sala del juzgado, en las escaleras exteriores, Ellie Miller está hablando con su hermana, Lucy, con su sobrino, Olly, y su hijo, Tom, quien está sollozando, realmente desesperado por el hecho de que su padre, el asesino de su mejor amigo, haya quedado en libertad sin ningún tipo de represalia por sus actos. Lucy le acaricia el pelo rubio con cariño, intentando calmarlo, y Oliver lo observa desanimado.
—¿A dónde crees que irá papá? —pregunta el adolescente en un tono preocupado.
—Tranquilo, estarás a salvo —le asegura la que antaño fuera una sargento de policía, quien ahora está más que dispuesta a ocupar nuevamente ese puesto de trabajo—. Le he pedido a un agente de la comisaría que se pase por casa de la tía Lucy, y que esté pendiente por si regresa.
—¿Aún tiene llaves de tu casa? —cuestiona su hermana en un tono suspicaz.
—No —niega Ellie con firmeza—. Cambié las cerraduras hace meses con ayuda de Cora —contempla cómo su hermana y su sobrino asienten al momento, más tranquilos por el hecho de que no pueda irrumpir en su hogar—. Superaremos esto, ¿vale? —le dice a su hijo retóricamente, antes de abrazarlo con fuerza contra ella.
—Todo saldrá bien, mamá... —musita mientras la abraza cariñosamente.
La castaña de cabello rizado agradece el intento de Tom por aliviarle las preocupaciones: se ha convertido en un muchacho muy responsable y empático, y no puede estar más orgullosa de él, pero ahora, como su madre, es su trabajo el protegerlos a Fredy él. Cueste lo que cueste. Se despide de su familia, encaminándose a una de las terrazas exteriores para poder pensar con claridad, y así, dar rienda suelta a su cólera.
Entretanto, en el interior del juzgado, más concretamente en los vestuarios, Jocelyn Knight y Sharon Bishop están despojándose de sus togas y pelucas de profesión, para así, vestirse con su ropa de diario. La abogada negra, que aún tiene en su mente los rostros desencajados de los Latimer, además de escuchar incesantemente el llanto de Tom Miller y Chloe Latimer, decide romper el silencio con una pregunta ligeramente tentativa, que, para la abogada de ojos verdes, no es sino una excusa para fanfarronear sobre su victoria.
—¿Cómo se lo ha tomado la familia?
—Deberías haberte hecho esa pregunta antes de aceptar el caso —dice Jocelyn con sarna.
—Oh, por favor, no seas mala perdedora —la amonesta la abogada de ojos oscuros.
—Y tú no me restriegues tu victoria —la sermonea la veterana abogada de cabello rubio-platino, antes de suspirar—. Te formé para algo mejor que esto —añade, pues es cierto que, en su momento, consideró que Sharon podría ser una de las mejores abogadas criminales del país—. ¡Todas esas personas a las que podrías haber ayudado, y te da por defender a un asesino de niños! —exclama aún incrédula, y francamente, molesta, por la resolución del juicio, antes de tomar su chaqueta del armario del vestuario—. Solo quería que demostraras que estaba equivocada, para que le enseñaras al mundo lo brillante que eres.
—No —la interrumpe Bishop a mirad de frase—. Querías una mini-tú —sentencia con una confianza que casi es posible ver salir de su cuerpo—. ¿Sabes cuál es la diferencia entre nosotras? —cuestiona de manera retórica, mientras Jocelyn se viste con su chaqueta y abrigo—. Yo no veo nobleza en este trabajo —se sincera, dando un punto de vista franco y claro, antes de tomar su respectivo abrigo de su armario—. Yo veo un juego retorcido y malintencionado, lleno de gente que justifica su cinismo como una vocación —explica su visión del derecho, y Knight desearía hacerle ver lo equivocada que está a ese respecto—. Es una pelea callejera con pelucas, nada más.
—Hay victorias que te ayudan a dormir por las noches —sermonea en un tono solemne la veterana abogada, nada más recoge sus pertenencias—. Y otras que te mantienen en vela —contempla la mirada llena de socarronería de Sharon ante su comentario—. Si yo fuera tú, compraría pastillas para dormir —se despide con esa última frase, comenzando a caminar fuera de los vestuarios, y por tanto, fuera del juzgado, dejando a Bishop reflexionando internamente.
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