Capítulo 28
El día siguiente, el jueves, 30 de mayo, apenas ha amanecido, la abogada de Joe Miller, Sharon Bishop, está charlando animadamente con Abby Thompson, su socia y compañera, para así, decidir cómo proceder en su alegato final. Al fin y al cabo, necesitan una mayoría de votos para conseguir le veredicto de no-culpabilidad que buscan.
—Necesito a tres que duden en el jurado —sentencia la letrada negra en un tono decidido, observando el amanecer en el horizonte, pues han pasado la mayor parte de la noche elaborando y trazando su última jugada—. ¿Qué candidatos tenemos?
—A la número 6 no le gustó Hardy —comienza a contarle la abogada de cabello castaño—: movía la cabeza sin darse cuenta. Este hombre estaba inquieto cada vez que Jocelyn se ponía en pie, como si no le interesara, y negaba con la cabeza al testificar Harper, además de mover el pie intermitentemente —añade, enseñándole el diagrama que ha dibujado—. Y este se carcajeó de tus chistes...
—No, esos me dan igual —niega la abogada tras darle una calada a su cigarrillo—. Si tenemos a tres de nuestra parte, no conseguirán un veredicto unánime ni por mayoría —explica en un tono factual, provocando que Abby la observe con una ligera expresión de resignación en su rostro, guardando su diagrama—. Por cierto, ¿cómo supiste que debíamos comprobar su cuenta conjunta? —cuestiona, apoyándose en la balconada de la terraza en la que se encuentran, habiéndose girado hacia su socia.
Ésta le sonríe algo incómoda, pues esperaba no tener que contárselo. Pero dadas las circunstancias, se dice, puede que sea lo mejor, ya que les ha conseguido un buen punto a favor. Tras carraspear, abre la boca, procediendo a contarle a su socia y jefa lo sucedido con Oliver Stevens.
—Vale... ¿Conoces al chico que trabaja en el periódico local? ¿El sobrino de Miller? —observa que su jefa asiente tras darle una calada al cigarrillo, realmente interesada en su respuesta—. Tal vez me acostase con él...
—¡No...! ¡No me jodas! —Sharon está, para su sorpresa, gratamente sorprendida, y se carcajea sonoramente, contagiándola en el proceso—. ¡Espero que se lo hicieras pasar bien! —exclama entre carcajadas, y Abby abre los brazos en un gesto que quiere decir: «es evidente que sí».
No es que Bishop aprecie ese tipo de estrategia para conseguir información, pero debe admitir que, al menos en esta ocasión, la naturaleza algo caótica y volátil de Abby ha sido de gran ayuda para su defensa. Es hora de darle los últimos coletazos al caso. Es el momento de preparar su última jugada... Y acabar a lo grande.
Por su parte, Jocelyn, está en su casa del acantilado revisando el perfil de todos los miembros del jurado, para así, advertir quien podría estar de su parte en su alegato final de dentro de unas horas, pues debe conseguir convencerlos de la culpabilidad de Joe Miller. Necesitan, por lo menos, una mayoría de siete votos para conseguir el veredicto de culpabilidad. Ben Haywood, su socio y compañero de fatiga, está con ella, repasando qué miembros del jurado parecían estar de su parte.
—Este está a tu favor —señala a uno de los miembros del jurado, el cual han dispuesto en un papel, pegado a una de las ventanas de la sala de estar. Jocelyn lo rodea con un rotulador azul fosforito—: se acomoda y sonríe cuando te levantas para hablar —advierte en un tono suave, antes de continuar observando su esquema, con las siluetas de los distintos miembros del jurado—. Esta mujer se conmovió con el testimonio de Harper y no paraba de negar en el interrogatorio que le realizó la defensa —señala, y la abogada de cabello rubio-platino asiente, señalándola también con el rotulador.
—Estupendo...
—A esta mujer sin embargo, no le impresionan las pruebas policiales —el abogado rubio de ojos azules señala a otro de los miembros del jurado, y cuando habla lo hace en un tono ligeramente nervioso—. Te costará bastante ponerla de nuestro lado —la abogada de ojos verdes la señala con decisión, pues pretende convencerla para que crea en su versión de los hechos, y por tanto, en la culpabilidad del acusado. Ben por su parte, observa a su jefa y compañera a través de los cristales de sus gafas con algo de lástima—. Jocelyn, siento lo de tu madre —finalmente se decide a darle el pésame, pues algunos pocos allegados a la letrada, así como el pueblo de Broadchurch, se han hecho eco de la noticia.
—Estamos trabajando, Ben...
—Aun así —insiste el hombre de cabello rubio, pues quiere transmitirle su apoyo y su ánimo: indicarle que estará ahí si lo necesita, porque son compañeros y amigos. Sabe que Maggie le habrá dicho exactamente lo mismo, pero no quiere que su jefa piense que no la apoya o no le importa.
—Compartimentos... —musita la abogada casi de forma inaudible—. Así sobrevivimos en este mundo.
Tras despedirse de Ben, pues se reunirán en la sala del juzgado de Wessex, la abogada de los Latimer decide pasar un momento íntimo y a solas con las pertenencias que la residencia de ancianos le ha entregado de su madre. En la caja encuentra varias fotografías. En una de ellas se la ve a sí misma de pequeña, con sus compañeros de clase. En otra, ella y su madre están sonriéndole a la cámara. El punto nubloso de su visión se acentúa poco a poco, y por desgracia, esto significa que no volverá a ver estas imágenes, al menos tras un tiempo. No volverá a ver el rostro de su madre, y no volverá tampoco a escucharle hablar, o a acariciar su sedoso y bello cabello. Dentro de poco tiempo, de sus cinco sentidos, la vista se opacará, y solo dispondrá del oído o el tacto para recordar y reconocer las formas... Y a la gente. Gracias a este último, puesto que el punto blanco de su visión le impide ver claramente, encuentra el cepillo que solía usar para cuidarle el cabello a su madre todas las mañanas: aún hay restos de él entre sus filos. Acaricia los remanentes de ese cabello canoso entre sus manos, cerrando los ojos, y deseando poder disfrutar más tiempo en su dulce y cálida compañía. Oh, la hecha terriblemente de menos. Sonríe en cuanto recuerda su pasado, y no puede evitar que las lágrimas se deslicen lentamente por sus mejillas: su madre cocinando, leyendo con ella sus libros del colegio, cómo la abrazaba cuando volvía a cosas con notas excelentes... Pero sobre todo, recuerda lo mucho que la quiso, y cómo siempre se esforzó porque se sintiera querida y no le faltase de nada.
Después de suspirar, la abogada de la familia Latimer se pone manos a la obra, pues ya habrá tiempo más tarde para lloros y duelo, porque ahora debe cumplir con su deber: se prepara para su último asalto en la sala del tribunal, y Maggie la acompaña hasta allí. Una vez se ha ataviado con su atuendo, habitual de abogada, peluca incluida, entra a la sala del juzgado de Wessex número uno. Por la periferia de su visión, la abogada puede distinguir en la palestra a la derecha de la jaula de cristal de Joe Miller a los tres encargados del caso de Danny: Coraline Harper, Alec Hardy, y Ellie Miller. Esta última va acompañada de su hijo, Tom, sentado a su izquierda. Éstos le dirigen una mirada confiada. Al otro lado de la jaula de cristal, en el palco izquierdo, se encuentran Maggie Radcliffe y su compañero y protegido, Oliver Stevens. Es la editora jefe del periódico quien le dedica una sonrisa suave y amable. En el palco cercano a la puerta y a su mesa, se encuentran los Latimer: Chloe, Beth y Mark, quienes le dirigen una mirada agradecida, con reservas ingentes de confianza en sus capacidades. Al lado del fontanero se encuentra Nigel Carter, y consiguientemente, Paul Coates, Becca Fisher, y Lucy Stevens.
La abogada de ojos oliva se levanta de su asiento, dando comienzo a su alegato final.
—¿Qué sabemos del acusado? —su tono es sereno, dirigiéndose a toda la sala, especialmente a los jurados—. Sabemos que tiene un carácter violento, y que, según una testigo —dedica una mirada ladeada a la muchacha pelirroja de brillantes ojos cerúleos—, éste era reincidente en crímenes contra menores —algunas personas del jurado intentan disimular su desagrado ante tales acciones, y la mujer de cabello rubio-platino, logra observar cómo el Inspector Hardy toma disimuladamente la mano de la Sargento Harper—. Sabemos que se comunicaba en secreto con Danny —continúa entonces, añadiendo más énfasis en sus palabras, en un esfuerzo por convencer al jurado—. Sabemos que quedaba en secreto con Danny. Sabemos que el acusado no ha sido capaz de darnos una explicación satisfactoria sobre por qué tenía el móvil de Danny en su posesión, ni por qué le dio 500 libras en efectivo —expone los datos de forma clara y concisa, sin dejar ningún asomo de duda—. Las pruebas forenses le han situado en el escenario del crimen —Sharon Bishop agacha el rostro mientras la escucha, y Abby la observa, pues no es habitual ver a su jefa alicaída, pero probablemente, sea por el monólogo tan intenso y fantástico que está dando la acusación—. Han oído, bajo juramento, que Joe Miller fue visto tirando ropa en un contenedor esa noche —Ellie intercambia una mirada con su hermana en ese momento—. No han oído ninguna coartada que le sitúe en cualquier otro lugar que no sea el escenario del crimen —Alec y Lina intercambian una mirada serena, realmente sorprendidos y maravillados por la labia de Jocelyn, que tan claramente expone los hechos y la culpabilidad de Joe—. Y aun así, la única persona a la que no hemos oído, es al mismísimo acusado —es el momento de darle el golpe de gracia al alegato, y para ello, la abogada de ojos oliva se atreve a posar sus ojos en el rostro del reo—. Hay un camino muy corto del banquillo al estrado: he contado que hay trece pasos —señala con los brazos la distancia—. Cabe pensar, que si los acusaran falsamente del asesinato de un niño, recorrerían dicha distancia —asevera en un tono sereno, comprobando para su satisfacción, que los rostros de algunos de los miembros del jurado se tornan determinados—. Incluso irían corriendo para convencer al jurado de su inocencia —el veterano agente de policía de delgada complexión y vello facial, da un ligero apretón a la mano izquierda de la mujer que ama, la cual tiene sujeta en su derecha. Ella le devuelve el apretón suavemente, pues ambos están apoyándose para la inevitable espera e incertidumbre que se producirá después de los alegatos, cuando el jurado deba deliberar—. Pero cuando al acusado se le ha dado la oportunidad de dar su versión y de explicar las pruebas que había contra él, cuando se le ha dado la oportunidad de manifestar su inocencia —toma aire—, de gritarlo a los cuatro vientos —la abogada de ojos color verde hace un leve aspaviento con los brazos a modo de énfasis—, ha decidido mantenerse en silencio —nuevamente, posa una mirada en el reo, que en esta ocasión, es incapaz de sostenerle la mirada, optando por desviarla hacia el suelo—. En vez de eso, ha permitido que sus abogadas especulen, que den pistas falsas para intentar distraerlos de la verdad —Beth cruza su mirada intencionalmente con la castaña de Ellie, y le dedica un gesto de asentimiento a modo de apoyo, pues ambas saben perfectamente que el equipo legal de Joe ha lanzado toda clase de injurias, no solo sobre ellas o Coraline, sino también sobre Alec Hardy y sus amigos en Broadchurch—. Puede que concluyan que el motivo de todas esas distorsiones, y la razón por la que el acusado no se ha subido al estrado, es porque sabe que no puede defenderse —Mark la observa maravillado, casi conteniendo el aliento, al igual que muchos en presentes en la sala, pues el alegato de Jocelyn es digno de ser observado y escuchado—. Ha preferido esconderse tras ese cristal: esconderse detrás de todas esas historias de las que sus abogadas han intentado convencerlos —recalca cada palabra, y su tono se torna severo, pues aún sigue pareciéndole increíble que Sharon haya aceptado el caso solo por hacerla fracasar, cuando las evidencias contra el acusado eran tan flagrantes—. En un momento oirán a la Sra. Bishop —apela a su rival, quien finalmente alza el rostro, observándola con una sonrisa llena de soberbia—, que les hará múltiples sugerencias absurdas —la abogada negra intercambia una mirada confiada con su socia de cabello castaño—. Depende de ustedes, miembros del jurado, lo enserio que se las tomen... Pero el argumento de la acusación es que pueden estar seguros de la culpabilidad del acusado —se dispone a finalizar su alegato con la guinda del pastel—. Pueden estar seguros de que Joe Miller mató a Daniel Latimer.
Se realiza un receso de varios minutos tras este alegato, de manera que la defensa pueda preparar su alegato final. En el exterior del juzgado, Jocelyn y Sharon fuman a varios metros de distancia la una de la otra.
—Siempre me ha encantado ver tus alegatos —alaba la abogada negra tras dar una calada.
—Gracias —responde cortésmente la mujer de piel clara tras dar una calada a su propio cigarrillo—. Suerte con el tuyo —le desea en un gesto amable, contemplando cómo su antigua alumna, socia y compañera de profesión sonríe ligeramente debido a la pena.
Hace dos noches que le comunicaron una noticia terrible respecto a su hijo. De ahí, que haya estado más irascible y agresiva en el juzgado. No sabe exactamente por qué motivo, quizás porque aún siente un mínimo respeto por ella, pero decide confiar sus asuntos personales a Jocelyn una última vez. Tras dar una calada al cigarrillo, suspira pesadamente, como si todo el peso del mundo estuviera sobre sus hombros.
—Mi hijo no puede recurrir su sentencia —casi nota cómo las lágrimas vuelven a sus ojos, habiéndose pasado una noche entera sollozando como una niña. La abogada de los Latimer no dice anda al respecto, pero parece reflexiva—. Así que, tú y tu sistema judicial de mierda... —tras darle una última calada, tira la colilla al suelo, antes de pisotearla con la suela del zapato, asegurándose de apagarla—. Podéis iros al infierno —asevera, antes de comenzar a caminar hacia el interior del juzgado de Wessex.
Apenas pasan unos minutos desde ese momento, cuando Sharon Bishop ya está lista para hacer su alegato final. Tanto los miembros del jurado como los asistentes a la sesión han retomado sus respectivos asientos en la sala. Todos tienen su mirada fija en la abogada negra, quien se levanta de su asiento en un gesto solemne y seguro, pues está convencida de la versión de los hechos que va a presentar.
—La acusación necesita que estén seguros —comienza su alegato en un tono sereno, paseando su mirada por los rostros de los miembros del jurado, sintiendo a su espalda, la inequívoca animosidad de la familia Latimer, al igual que de la mayoría de los implicados en el caso de Danny, pero no le inoportuna más de lo que debería—. Les han dado una versión de los hechos, pero hay una versión alternativa convincente de lo que pasó aquella noche —toma aliento antes de continuar, volviéndose hacia el palco de los asistentes, señalando con su brazo derecho al fontanero de cabello castaño y ojos azules—. Nadie puede dudar que, el padre de Danny, Mark Latimer, estuvo a cincuenta metros del escenario del crimen —el aludido mantiene una expresión lo más serena posible, rodando los ojos, resistiendo las ganas de protestar ante semejante acusación—. Paremos, y pensemos en ello —deja que unos segundos de silencio inunden la sala antes de continuar hablando—. Mark Latimer acababa de mantener sexo ilícito con su nueva amante, que había un profundo efecto en él, porque según su propio testimonio, le escribió una carta a su mujer, diciéndole que su matrimonio se había acabado: que había encontrado a su nueva alma gemela —tanto el padre de Lizzie como la novia del reverendo Coates agachan el rostro, claramente aún avergonzados por aquello. Beth hace un esfuerzo por mantenerse calmada, y aprieta los labios en una delgada línea—. Interpretó un revolcón en un coche como amor verdadero —recalca cada palabra, haciendo énfasis en ellas—. Y ahora, recordemos que había una ventana en la cabaña en la que estaba Danny, que daba directamente al aparcamiento —expone los hechos, pues son verídicos, y nota que algunos de los miembros del jurado parecen asentir disimuladamente—. Digamos que Danny vio a su padre con su nueva amante, salió de la cabaña, y se enfrentó a su padre —expone su versión de los hechos, y el fontanero de ojos claros intercambia una mirada desolada con Nigel—. En cuanto su cabeza apareció en la ventanilla de aquel coche, el sueño de Mark, la absurda fantasía colegial de Mark, se hizo pedazos —Beth aprieta los puños sobre su regazo, observando a esa abogada con evidente ira tras sus ojos castaños, como si intentase taladrarle el cráneo—. Tuvo que volver de golpe al mundo real —concluye en un tono factual antes de suspirar—. Imagínenselo: Danny está a punto de correr hacia su madre para contárselo todo, Mark tiene la pequeña oportunidad de intentar detenerlo, para explicárselo, para calmarlo y convencerlo de que no lo haga —Jocelyn intercambia una mirada con Ben, pues deben admitir que, a pesar de lo horrible y sensacionalista que resulta el alegato de Bishop, es uno bueno—. Ahora imaginemos que Danny intentó escapar: volvió corriendo a la cabaña —sugiere, exponiendo una supuesta interpretación y versión de los hechos, que , claramente, sabe que se alejan mucho de la realidad. Pero su trabajo es defender al acusado, y es lo que piensa hacer—. Mark lo siguió. Hubo un altercado, como resultado de la consiguiente tragedia y confusión, Mark acabó matando a Danny —nada más esas palabras salen de la boca de la abogada negra, los ojos del fontanero se tornan vidriosos, y tiene que esforzarse por contener unas lágrimas originadas en la ira, pues no imagina a nadie tan desalmado como para asesinar a su propio hijo. Él habría sido incapaz—. ¿Pueden estar seguros de que eso no pasó? —cuestiona retóricamente, no advirtiendo cómo la mirada de Beth antes colérica, se ha tornado desesperada, y niega con la cabeza, deseando que el jurado vea la mentira que esta mujer intenta venderles—. También han oído el testimonio de que Nigel Carter fue visto dejando el cuerpo de Danny aquella noche —asevera, señalando al hombre con alopecia, sentado junto a su buen amigo y compañero de profesión—. ¿Pueden estar seguros de que Mark no mató a Danny, y llamó a su compañero y mejor amigo, para que lo ayudara a salir de esa crisis? —deja la pregunta sin respuesta en el aire, de manera que a los miembros del jurado les aparezca una duda razonable en la mente, a fin de considerar esa posibilidad—. Puede que también sientan que la investigación policial estuvo plagada de errores: procedimientos comprometidos, relaciones personales que interfirieron con la investigación y la verdad —al escuchar aquello, Alec Hardy se cruza de brazos y niega con la cabeza, y la mentalista taheña suspira disimuladamente, rodando los ojos, mientras que Ellie Miller, mantiene una expresión asqueada y molesta en su rostro—. Bien: es una tragedia innegable que un chico fue asesinado, pero mi trabajo es representar al acusado —señala con claridad y concisión, antes de finalizar su alegato en un tono sereno, señalando con su mano izquierda al reo, que se encuentra tras las paredes de cristal, observando maravillado a su abogada defensora—. Y yo opino, que es imposible estar seguros de que este hombre es culpable.
Una vez la abogada de la defensa termina su alegato y se sienta en su respectivo lugar, la jueza Sonia Sharma procede a dar sus directrices, dirigiéndose al jurado en esta ocasión. Tras despojarse de sus gafas de cerca, habla en un tono suave y calmado.
—En este juicio solo estamos juzgando a un candidato: al acusado —recalca con franqueza, para que de esta forma, el jurado no culpabilice a Mark del asesinato de su hijo—. La acusación tiene que demostrar la culpabilidad de dicho acusado, y ustedes deben tener claro que están seguros de la culpabilidad del acusado —los miembros del jurado asienten lentamente, con todos los asistentes a la sala en un completo silencio—. La defensa, como parte de su caso, les ha ofrecido una alternativa —expone antes de carraspear—. Si creen que lo que la defensa dice es cierto, o que podría ser cierto, entonces la acusación ha fracasado a la hora de demostrar la culpabilidad del acusado —varios de los rostros de los presentes se tornan pálidos ante estas palabras, entre ellos los de Coraline Harper y Beth Latimer—. La defensa no tiene la obligación de demostrar nada, y el acusado no tiene obligación de testificar —asevera claramente, defendiendo los derechos del reo a no declarar—. Pueden llegar a sus propias conclusiones sobre porqué el acusado ha decidido no testificar, pero recuerden que ha recibido asesoramiento legal al respecto —hace una pausa efectista antes de continuar con sus instrucciones—. Ustedes están juzgando los hechos: deben dejar a un lado cualquier emoción, y abordar esto de forma fría y analítica —los miembros del jurado asienten nuevamente ante las instrucciones por parte de la jueza, mientras que la mayoría de los asistentes, quienes se han visto envueltos en este frenético caso, niegan con la cabeza o suspiran pesadamente—. Consideren y evalúen todas las pruebas que han oído. Lo primero que tienen que hacer es designar un portavoz, y si necesitan revisar cualquier prueba, denle una nota al alguacil del jurado —deja claros los procedimientos a seguir—. Ahora serán escoltados hasta una sala privada para que comiencen sus deliberaciones —al puerta del palco del jurado se abre entonces, y éstos se levantan casi al momento de sus asientos—. Gracias.
A la salida del juicio, Mark Latimer se apoya en la barandilla del piso superior, observando a los viandantes del juzgado. Su hija mayor, Chloe, se acerca a el, pues ha notado los disgustado y molesto que se encuentra tras el alegato de la defensa de Joe Miller. Tampoco ella puede creer lo que ha dicho sobre su padre, pero no debe dejar que le afecte: ellos, al fin y al cabo, tienen que estar unidos, y deben estar por encima de esto. Pase lo que pase. Posa una mano en el hombro izquierdo de su madre, habiendo dejado a Lizzie en brazos de su madre.
—¿Qué tal estás? —le pregunta en un tono apenado y cariñoso, acariciando su hombro con afecto— Tienes que estar por encima de esto, papá, al igual que nosotros —intenta animarlo, que no se sienta peor de lo que, probablemente, ya se siente—. Si nos desmoronamos, ganarán ellos —Mark gira levemente el rostro para observarla y le sonría brevemente.
Por su parte, Ben Haywood está hablando con Beth, quien necesita saber exactamente qué esperar en esta nueva fase del juicio. Esperar y ser paciente no es precisamente su fuerte, pero hará lo necesario para no perder la calma. De modo que, por ello, le ha pedido al compañero de Jocelyn que le cuente los detalles.
—La jueza ha dejado que el jurado se marche por hoy —sentencia el hombre de cabello rubio, quien ha salido a los pocos segundos de la sala del juzgado número uno—. Volverán a reunirse mañana.
—¿Cuánto tiempo tardarán? —cuestiona la joven madre, acunando a su hija pequeña.
—Podrían tardar una hora, un día, una semana... Es imposible predecirlo con exactitud —responde en un tono lo más sereno que puede, pues comprende perfectamente lo desesperante que debe ser está situación para ellos, así como para todos los involucrados, directa o indirectamente.
—¿Pero tenemos que venir mañana si siguen deliberando? —cuestiona Beth en un tono incrédulo, pues eso se asemeja a una tortura. El solo hecho de estar a disposición de esas doce personas la pone nerviosa, pues están decidiendo el futuro del asesino de su hijo.
—No, pero si alcanzan un veredicto, lo leerán en seguida.
—Así que tenemos que volver, sentarnos y esperar —intercede Mark, quien evidentemente continua molesto, haciendo un notable esfuerzo por no alzar la voz y exclamar lo injusta que le resulta todo esta situación.
—Sí, eso me temo —afirma Ben en un tono comprensivo.
—Todo el maldito sistema apesta...
Sus palabras llevan un tinte tan realista y verídico, que nadie se atreve a contradecirlo. Beth se acerca a su marido y posa una mano en su otro hombro, a pesar de estar sujetando a Lizzie en sus brazos. Tanto ella como Chloe quieren apoyarlo. Quieren que sienta que está acompañado, y que ellas, sin importar lo que ocurra, creerán en su inocencia. Saben que Joe Miller es culpable.
—Lo siento, Mark —se disculpa el abogado tras permanecer unos segundos en un absoluto silencio, pues es consciente de la razón del disgusto de Mark: no es plato de buen gusto escuchar que se te considera sospechoso del asesinato de tu hijo solo por haber cometido un error—. Sé que no ha sido fácil para ti.
—No tienes ni idea... —asevera, habiendo fijado su mirada al frente.
Una vez la tarde ha caído, con el sol dibujándose en un tono entre rojo y naranja en el cielo, Jocelyn Knight se reúne con Maggie Radcliffe en la cima de uno de los acantilados de Broadchurch, cerca de su casa. Siempre les encantó aquella vista. Solían pasear por aquel lugar cuando eran más jóvenes, y se quedaban horas observando el atardecer, hasta que, inevitablemente, se alzaba la noche, con sus miles de estrellas fulgurantes. En esta ocasión, la periodista ha querido celebrar con la abogada el fin del juicio, así como el convincente alegato que ha dado en el juzgado de Wessex. La mujer de cabello rubio y ojos azules se ha agenciado una bonita manta de picnic, mientras que la mujer de cabello rubio-platino y ojos verdes se ha agenciado una de sus botellas favoritas de vino tinto, el cual, casualmente, también es el favorito de la editora jefe del Eco de Broadchurch. Tras servirse la bebida, ambas comienzan a charlar en una tranquila y cómoda calma.
—Dime que volverán con el veredicto correcto... —ruega Maggie.
La voz de la mujer de ojos azules está teñida de un tono nervioso, lleno, ahora perceptible, de pesar y miedo, pues no quiere ni pensar en lo que les sucedería, no solo a los Latimer, sino a los Miller, a Coraline Harper, al pueblo de Broadchurch, si Joe Miller llegase a salir indemne de un crimen así. No cree que fuera capaz de soportarlo. Será como vivir en una pesadilla constante, y algo le dice, quizás su instinto de periodista, que el pueblo y sus habitantes jamás serían capaces de pasar página y aceptarlo.
—Eso espero —afirma Jocelyn en un tono sereno, intentando calmar los nervios a la mujer que tiene delante, pues no soporta ver, a la tan habitual serena y fuera Maggie, temblar por las consecuencias de este juicio.
—No sé qué he hecho para merecer esto —se sincera Maggie, pues nada más salir del juzgado, la abogada la ha llamado para concertar este encuentro, y ha sido, como esperaba, tan escueta en sus palabras y explicaciones, que no le ha dicho la razón que subyace a su petición.
—Es un gracias —se explica brevemente la mujer de cabello rubio-platino, ahora ataviada con un abrigo de color café, junto con una bufanda de color bermellón—. Por traerme de vuelta al mundo.
—¿Eso he hecho?
—Sabes que sí —afirma Jocelyn, respondiendo a su pregunta algo irónica, percatándose de lo bien que le sienta a su compañera ese jersey azul celeste que lleva puesto, pues acentúa sus bellos ojos. La observa tomar su copa de vino, dándole un trago al vino tinto que hay en ella—. Hay algo más —recordando el consejo que le diera hace días cierto inspector de carácter taciturno, decide armarse de valor—. Algo que tendría que haberte dicho hace mucho... —Maggie deja la copa nuevamente sobre la manta de picnic, prestándole toda su atención a la brillante, y en ocasiones, algo tosca, abogada—. Hubo un momento, hará unos quince años —toma aliento, pues siente que le cuesta respirar—. Debí decírtelo entonces, y quiero hacerlo ahora —carraspera, intentando no desviar la mirada de los ojos azules de Radcliffe, los cuales, la observan curiosos—. Siempre has sido tú —confiesa finalmente los sentimientos que ha guardado en secreto por tantos años, aunque de manera algo vaga.
—¿Qué he sido? —Maggie no puede creer lo que Jocelyn está diciéndole, y necesita confirmación por su parte. Necesita saber exactamente a qué se refiere, a pesar de que su corazón, palpitando ahora con rapidez contra su caja torácica, le da una leve pista acerca de ello.
—¿Vas a obligarme a decirlo? —Margaret la observa en silencio, invitándola a continuar hablando, de modo que Jocelyn asiente lentamente, antes de suspirar hondo. Necesita valor para admitirlo en voz alta, a pesar de que ya no quedan dudas en su mente y corazón desde hace tiempo—. Bien: estoy enamorada de ti —admite en un tono suave, lleno de dulzura, que pilla momentáneamente desprevenida a la periodista, cuyos ojos se tornan ligeramente vidriosos—. Desde que llegaste aquí.
—¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —cuestiona la jefa del periódico local del pueblo costero, contemplando cómo la mujer que le ha confesado tan abiertamente sus sentimientos, niega con la cabeza, pues no tiene respuesta a su pregunta—. ¿Crees que no lo sabía?
—¿Y por qué no dijiste nada? —cuestiona Knight, perpleja y confusa.
—Porque tú nunca lo hiciste —responde Radcliffe en un tono apenado, dejando claro que, de haberse declarado en su momento, ambas podrían haber mantenido una relación, y por tanto, la editora del Eco de Broadchurch, no habría empezado a salir con Liv—. Pensé que, si realmente sentías algo tan fuerte, serías valiente —explica su razonamiento, haciendo alusión al hecho de que, hace quince años aún no era demasiado habitual encontrar a parejas del mismo sexo, habiéndolas observado con ojo crítico, y en ocasiones, vilipendiado—. Te daría igual lo que pensara la gente... Pero tu trabajo te importó más —concluye con tristeza.
Ahora que sabe que Jocelyn correspondía sus sentimientos, considera una autentica lastima el haberse perdido tantos años juntas. Años en los que podrían haber disfrutado de su mutua compañía... Claro que, no desprecia los años que ha pasado con Liv, pero eso ya es agua pasada. Ahora, la periodista quiere concentrarse en el presente.
—Pensaba que sí... —concede la abogada de ojos verdes en un tono suave—. Pero me equivoqué —se sincera respecto a lo que quiere, pues ahora está más que dispuesta a iniciar una relación con Maggie—. Di algo —la exhorta, pues su compañera se ha quedado silenciosa, observándola con una mirada entre apenada y arrepentida.
—Jocelyn, estás triste, te sientes sola... Por eso me estás diciendo esto —Radcliffe, ahora mismo, no puede aceptar el hecho de que haya tardado tanto en llegar esa confesión que esperó durante años. Intenta justificar ese sentimiento como puede, a pesar de que, en su fuero interno, sabe que no es válido—. Pero se acabó —se encoge de hombros en una actitud apesadumbrada—: el momento ya paso.
—No —la negación de la abogada es firme e inamovible: ahora que ha tomado nuevamente las riendas de su vida, ahora que se ha armado de valor para confesarle lo que siente, no va a permitir que Maggie huya—. Creo que no ha pasado.
A pesar de que siente cómo le tiembla la mano derecha, la mujer de ojos verdes y cabello rubio-platino, la eleva, hasta quedar posada su palama contra la mejilla izquierda de la mujer que ama. Maggie cierra los ojos al contacto de su mejilla con la mano de Jocelyn, y simplemente, decide dejarse llevar por lo que su corazón le dicta. Y este, ahora mismo, está gritándole a pleno pulmón: «¡bésala! ¡bésala!». De modo que, así lo hace. Se inclina hacia delante, sintiendo a través de sus párpados cerrados, que la mujer que adora hace lo propio. Finalmente, cuando sus labios se encuentran, siente una sensación maravillosa que la recorre de arriba-abajo, como fuegos artificiales que estaban deseando estallar. La reportera reciproca el gesto de la abogada, colocando su mano en la mejilla izquierda de ella, acariciándola suavemente. Ambas profundizan el beso con evidente alegría y satisfacción. Alegría, por un lado, por haber empezado una nueva etapa en compañía, y satisfacción por otra, por el hecho de haber admitido mutuamente sus sentimientos, tras años de doloroso y agonizante silencio.
Entretanto, Claire Ripley, que desde su pelea y discusión con Lee no ha levantado cabeza, está recostada en uno de los bancos de madera, cerca de la iglesia de San Andrés. No es de extrañar entonces, que estando tan cerca del lugar sacro, Paul Coates, el vicario, se le acerque con calma, para así evitar asustarla. No consigue acercarse sin sobresaltarla, pues la mujer de ojos verdes y rostro algo vapuleado se incorpora casi de un salto, sentándose en el banco de madera. Su mirada es esquiva, y contempla al pastor con alerta evidente.
—¿Se encuentra bien? —cuestiona el hombre con alzacuellos y cabello rubio.
El vicario de ojos claros mantiene su mirada fija en la que antaño fuera una peluquera, observándola con evidente preocupación. Apenas le bastan unos segundos para percatarse de que tiene golpes en el rostro, como si se hubiera enzarzado en una pelea. Por si fuera poco, la nariz tiene un corte que sangra levemente. Además de eso, tiene el pelo desaliñado, como si llevara fuera de su hogar durante horas. Está vestida con un chándal negro y unas deportivas... Pero no tiene pinta de ser una indigente.
—Me... Me he metido en una pelea —sentencia antes de bromear—. Debería ver a la otra.
Claire busca una excusa rápida, pues no quiere que este hombre empiece a husmear en sus asuntos, y menos aún en su identidad, su relación con Lee, Sandbrook... y Alec. Oh, pensar en el inspector escocés hace que le hierva la sangre. Siente ganas de golpearlo por dejarla en la estacada, sola, y sin protección.
—¿Lo ha denunciado al a policía?
Ella emite una carcajada irónica. Policía... Sí, claro. Ahora mismo va a acudir a la comisaría. Bobadas. La policía no la ha ayudado nunca en nada. Solo se encargan de entorpecerlo y enrevesarlo todo. Las pruebas, las declaraciones... No saben hacer bien las cosas, y la mujer de Ashworth no piensa dejar que nadie meta las narices donde no le llaman, y menos un policía. Ya ha tenido suficiente dosis para una vida, gracias.
—¿Qué tiene tanta gracia? —cuestiona, observándola algo consternado, pues parece ser una persona que ha perdido por completo el rumbo de su vida, así como su fe.
—Creo que necesito un santuario... —la peluquera de cabello moreno habla en un tono levemente entrecortado y apenado, decidiendo apelar a la humanidad y compasión del vicario, quien tanto quiere ayudarla.
Él le extiende la mano derecha entonces, exhortándola a levantarse, y Ripley la toma. El hombre de cabello rubio y ojos azules la levanta sin demasiados problemas. Al menos, quiere pensar el vicario, estará resarciéndose en cierta forma de sus visitas a Joe Miller al ayudar a esta indefensa joven.
—Tengo toallitas antisépticas en la iglesia —se explica mientas empiezan a caminar hacia su lugar de trabajo y reposo espiritual—. Puedo echarle un vistazo a ese ojo y a la nariz —sugiere, con la morena que antaño fuera peluquera asintiendo vehementemente.
—Gracias —no es habitual encontrar a alguien verdaderamente dispuesto a echar una mano cuando alguien lo necesita tan desesperadamente, de manera que la mujer del arquitecto se lo agradece—. Ha sido mi marido —no sabe porqué se lo cuenta, pero quizás este hombre le inspire confianza. Quizás este hombre sienta lastima por ella, y pueda manipularlo a su favor—. Se ha enterado de que decidí abortar —continúa con su plan, revelándole al hombre con alzacuellos parte de lo sucedido.
—¿Ha sido violento contigo antes?
—La verdad es que no —miente con astucia, y comprueba para su satisfacción, que el vicario parece querer desvivirse por ayudarla y ofrecerle consejo.
—¿Vive por aquí?
—Ahora mismo no vivo en ninguna parte.
—Puedo recomendarle un refugio para mujeres, si quiere —se ofrece en un tono amable el hombre con leve vello facial—. Puedo llevarla si lo necesita.
—No, no, no es eso.
No quiere ir allí. Eso daría al traste con sus planes. Con todo. Se quedaría encerrada y sujeta a la voluntad de otros, y no es ni por asomo lo que ella quiere y necesita. Tiene que hilar muy fino para que este hombre no alerte a Hardy o a Harper de dónde se encuentra.
—Pues a mi me parece que sí.
—No, que va, no lo es —niega vehementemente la morena tras hablar en un tono algo desesperanzado—. Me he... —hace una pausa, percatándose de que el vicario la escucha atentamente—. ...Quedado sin sitios a los que huir: ese es el problema —se sincera con el pastor del pueblo que ha llegado a cobijarla, y al que, al mismo tiempo, guarda un inmenso rencor por haberla encerrado como un pájaro en una jaula de oro—. ¿Qué se supone que debo hacer?
Decide pedirle consejo al hombre del alzacuellos, pues quizás pueda decirle qué hacer a continuación. Sin un plan B, sin la ayuda de Lee o Hardy, tiene pocas opciones, al fin y al cabo.
—Yo una vez tuve problemas —se sincera con ella Paul, refiriéndose a aquella vida que tuvo antes de convertirse en sacerdote—. Llevaba una mala vida, y acabé tocando fondo.
—¿Y qué hizo?
—Paré —responde él con convicción—. Di la vuelta, y me enfrenté a los demonios que evitaba —esa frase resuena en el interior de Claire, pues ella también esquiva y quiere evitar a esos demonios que la persiguen—. No había otra forma de seguir, así que luché —añade en un tono determinado, que, nuevamente, parece hacer reflexionar a la mujer que antaño fuera una peluquera, como si estuviera evaluando qué debe hacer a continuación—. «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» —cita una frase de San Pablo en la Biblia, antes de continuar caminando hacia la iglesia.
Claire se mantiene reflexiva durante unos cuantos segundos más, hasta que por fin, sigue al vicario de cabello claro tras haber tomado, o así parece, una decisión respecto a su futuro, respecto a Lee, respecto a Hardy, respecto a Sandbrook... Y respecto a ella misma.
Cerca del río de Broadchurch, en la casa alquilada del inspector escocés con vello facial castaño, éste, Ellie Miller y Coraline Harper se han reunido una vez más. Como ya viene siendo una costumbre, han decidido examinar y repasar los datos del caso de Sandbrook, para así, comprobar si han pasado algo por alto. Necesitan quitarse el mal sabor de boca que les ha dejado el alegato final de la defensa de Joe, y trabajar es el mejor remedio para ello, o al menos eso ha asegurado el veterano agente de cabello lacio. Por ello, ha llegado el momento de examinar las coartadas y la posición de sus principales sospechosos la noche que Lisa y Pippa desaparecieron, de modo que están trazando las rutas de cada uno con rotuladores de colores en el mapa de Sandbrook, colocado en la pared de la sala de estar.
Alec, que se ha colocado sus gafas de cerca, algo que Coraline sigue encontrando muy atrayente, se afloja levemente la corbata para respirar con mayor soltura, antes de señalar el mapa, donde sus dos compañeras y amigas se encuentran, una a cada lado, con un rotulador dispuesto a dibujar en el mapa.
—Los sospechosos habituales: ¿qué estuvieron haciendo las horas previas a que las chicas desaparecieran?
—Claire, salió del trabajo a las 16:00h, y fue a peinar a Cate para la boda de aquella noche —Ellie dibuja el recorrido que realizó la peluquera con un rotulador rojo.
—Es ahí —Hardy la ayuda, señalando con el dedo índice la casa de los Gillespie en el mapa.
—Ricky, llegó a casa a las 16:45h, después de haber pasado la tarde en una obra, poniendo cimientos —sentencia la muchacha de cabello cobrizo, dibujando el recorrido con un rotulador naranja, sintiendo que el hombre que ama, y que la hace estremecer, se acerca entonces por su espalda, observando cómo su brazo se alarga sobre el suyo, tomando su mano derecha, y ayudándola a guiar el rotulador hasta el lugar exacto de la obra—. Gracias —le agradece en un tono suave, notando que se ruboriza la momento, no pasando desapercibida para ella la mirada cómplice y llena de ánimo que le lanza la castaña.
—De nada —responde él en un tono levemente ronco, antes de carraspear, luchando por mantener la compostura, soltando la mano de su querida Lina, antes de tomar él otro rotulador en su mano derecha, siendo este de color azul—. Lee terminó un trabajo aquella mañana: colocar el suelo de una iglesia —señala la iglesia en el mapa con el rotulador—. Y después fue a comprar materiales —les explica, girando su rostro para observar a sus compañeras, quedando su novata entre ellos—. Aparece en las grabaciones del aparcamiento de la tienda, y tiene un recibo de las 14:27h, así que todo encaja —dibuja el recorrido desde la iglesia al adosado de los Gillespie, donde residía en aquel entonces el matrimonio Ashworth—. Y luego, Claire y Cate recuerdan haberle oído trabajar en su propio suelo, mientras Claire estaba peinando a Cate —el hombre con acento escocés señala una fotografía colocada cerca del mapa, en la que se ve al matrimonio Ashworth junto a Cate Gillespie, en la casa de los primeros: todos sonríen.
De inmediato, la joven sargento de ojos azules se percata de un detalle importante, de modo que se acerca a la fotografía, señalándola, antes de volverse hacia su jefe y protector, quien ahora la observa con cierto aire de expectación, pues está curioso por saber qué ha notado.
—¿Cuándo sacaron esta fotografía?
—Como una semana antes —le responde Alec—. ¿Por qué?
—Hay algo... Que no me encaja —musita la taheña de veintinueve años en un tono suspicaz, antes de tomar la fotografía en su mano derecha, comenzando a reflexionar, con Ellie quedándose a su lado, también observando la fotografía, pues ella está de acuerdo con su amiga: a esa foto le pasa algo raro—. Algo, algo, algo... —continúa mascullando para sí misma.
La chica de veintinueve años y piel de alabastro intenta recordarlo, hasta que una fugaz imagen aparece en su mente, y con ella, la respuesta. El suelo de la casa de los Ashworth es distinto: el que aparece en la fotografía era madera de roble caoba, pero cuando fueron a Sandbrook e inspeccionaron la casa, el parqué del suelo era de roble blanco. ¿Por qué cambiarían el suelo de la casa? Necesita encontrar el recibo de la compra de Lee Ashworth antes de darle un sentido a sus pruebas.
—Con lo que tenemos, nos deja a Gary Thorp, que afirma que pasó todo el día y parte de la mañana en el trabajo —Hardy continúa entonces con sus pesquisas, habiendo decidido dejar que su brillante subordinada se encargue de averiguar qué es aquello que la molesta tanto de esa fotografía en concreto—. La empresa trabajó veinticuatro horas los siete días de la semana en aquella época —pasea por la estancia, con las manos apoyadas en las caderas, intentando encontrar una mínima pista que los ayude a vislumbrar lo que verdaderamente sucedió.
—El horno estuvo encendido todo el fin de semana —apostilla Ellie, quien ha decidido echarle una mano a su amiga y compañera de trabajo, a fin de descubrir qué es lo extraño en esa fotografía que ahora tiene en sus manos—. ¿Quién lo sabía?
—Hay algo que no entiendo —Alec, como es costumbre, está tan enfrascado en sus propias hipótesis y pensamientos que no repara en que la castaña le ha hecho una pregunta, por lo que continúa hablando, habiéndose apoyado en la cerrada puerta principal de su casa—. Cuando Cora y yo le preguntamos sobre Thorp Agri Services, Lee Ashworth mintió: nos dijo que quizá estuviera relacionado con Cate...
—Pero había oído ese nombre, a juzgar por su comportamiento no-verbal —indica la analista del comportamiento, quien cuando hablaron con el arquitecto, no perdió ni pizca de detalle sobre sus reacciones—. Él sabía que estaba relacionado.
—¿Pero cómo? —quiere saber su jefe y persona adorada, observándola con intensidad.
—Bueno, Gary Thorp es un sospechoso factible, sobre todo, si tenemos en cuenta que acosaba a Lisa —menciona Miller en un tono sereno, aún con la fotografía en su mano derecha, habiéndose sentado en el reposabrazos derecho del sofá de la estancia, cerca de Coraline, quien se mantiene de pie, junto a ella.
—¿Pero cómo lo sabía Lee Ashworth? —Hardy insiste en este punto, pues no tiene lógica—. Nosotros lo sabemos porque Thorp nos lo dijo —intercambia una mirada con su subordinada favorita, y esta parece tener una idea, puesto que chasquea los dedos de la mano derecha.
—Exacto: Ashworth no tenía por qué saberlo... A menos que se lo contara Lisa.
En cuanto la pelirroja de ojos cerúleos hace esa observación tan sagaz, al escocés por un momento parece faltarle el aire: ¡pues claro! ¡Ahora es evidente! Por impulso, algo inconscientemente, no se resiste a brindarle un beso rápido en la mejilla a la joven sargento de veintinueve años, quien inmediatamente se ruboriza. Cuando habla, su voz denota su entusiasmo y la adrenalina que ahora lo invade y recorre desde los pies a la cabeza.
—¡Eso es! ¡Oh, eres brillante, Lina! ¡Esa es la mentirijilla! —está eufórico, y sonríe con evidente satisfacción y orgullo a partes iguales—. Miller, Ashworth quería que pensáramos que se había enterado de lo de Thorp por Cate, pero, ¿y si fue por Lisa?
—En ese caso, Lee la conocía mucho mejor de lo que ha admitido siempre —dice Ellie en un tono franco, pues parece que por fin empiezan a desenmarañar este complejo caso llamado Sandbrook, y quien sabe, puede que encuentren una luz al final del túnel: solo tienen que ser pacientes.
A la mañana siguiente, el viernes, 31 de mayo, sobre las 08.30h, antes de ir al juzgado de Wessex, mientras Coraline y Ellie revisan las sospechas que le han surgido a la primera sobre el suelo en casa de los Ashworth, el hombre con vello facial castaño ha concertado un encuentro en el paseo del puerto del pueblo. Sentado en una pequeña estructura de piedra semicircular, espera pacientemente. Tras unos minutos, Lee Ashworth aparece por allí, caminando apresuradamente, quedándose de pie frente al hombre al que culpa de la mayoría de sus desgracias.
—¿Hoy no viene con su chica? —Lee parece buscar con la mirada a la joven sargento de cabello cobrizo, no encontrándola allí, cuando usualmente, acompaña al hombre de cabello castaño a todas partes—. ¿Qué significa este mensaje? —cuestiona el arquitecto, sacando su teléfono móvil, y enseñándole la pantalla al Inspector Hardy, quien simplemente se yergue, aún sentado, observándolo con una mirada algo desafiante—. ¿He hecho algo? —cuestiona, puesto que el mensaje de Hardy no estipulaba nada más que su lugar de reunión y la hora, algo que lo ha puesto extremadamente nervioso.
—Pensé que vendría corriendo —supone acertadamente el escocés, intentando reprimir una sonrisa divertida a la par que socarrona—. ¿Ha hablado ya con Claire? —cuestiona, interesando en el devenir de esa conversación por motivos profesionales.
—¿Qué es lo que quiere? —el tono del antiguo arquitecto es serio y demandante, pues prefiere pensar que el policía no lo ha alejado de su lugar seguro solo por hacerle perder el tiempo, o gastarle una broma.
—¿Alguna vez se acostó con Lisa Newbery? —la pregunta es clara y concisa, y Alec busca una respuesta equivalente.
Contempla cómo Ashworth parpadea en varias ocasiones, algo nervioso, antes de negar con la cabeza, algo cohibido. Oh, cómo le encantaría que estuviera Lina con él, allí, solo para contemplarla analizar a esta escoria humana, revelándole aquello que, evidentemente intenta ocultar.
—No.
—¿Quiso hacerlo? —continúa por esa línea de interrogatorio, comprobando que el marido de Claire aprieta casi imperceptiblemente los labios, como si estuviera conteniéndose para no soltarle un empujón.
—No.
—¿Le rechazó? ¿Le dio la espalda? —su táctica consiste en provocarlo un poco. Pincharlo, y ver si sale a relucir algún pequeño secreto que este deliberadamente intentando ocultarle. Casi siente un ramalazo de disfrute en su interior al verlo tan arrinconado y desesperado por defenderse, pero se sobrepone a sus instintos algo rencorosos y carraspea—. ¿Qué sabía Claire sobre Lisa y usted?
—No había ningún «Lisa y yo» —recalca en un tono férreo el hombre de fornida complexión, como si el hecho de hablar con esa joven fuera impensable, pero claro, no es así como lo ve Hardy: sabe que ha mentido sobre su relación al mentirles sobre Gary Thorp y Thorp Agri Services—. Apenas hablaba con ella.
—Cierto... —el tono de Alec está ahora casi desprovisto de emoción, pues según su punto de vista, es como si estuviera contemplando ahora a un despojo de ser humano con el que no vale la pena ni perder dos segundos de su valioso tiempo, como si no fuera más que chatarra—. Solo se acostaban —asevera, y nuevamente, el rostro del arquitecto de ojos azules parece expresar su frustración e instinto violento, pues claramente se muere por soltarle un puñetazo, pero no puede hacerlo: no contra un agente de la ley, y menos aún con tantos testigos a su alrededor, paseando tranquilamente—. ¿Qué se siente al matar a alguien, Lee? —cuestiona de pronto el escocés, pillando completamente desprevenido al hombre de fuerte complexión, quien tiene que cerrar la boca debido a la sorpresa—. ¿Qué se siente al estar presente cuando alguien muere? —deja las preguntas en el aire, sin ánimo de que sean contestadas, con el único fin de poner nervioso al arquitecto—. ¿Qué se siente al ser responsable de eso?
—Ya se lo he dicho: no lo sé —Ashworth se le acerca un paso y habla bajo.
—Yo creo que sí —afirma el escocés de cabello castaño y delgada complexión, pues tiene muy claro que Ashworth está involucrado en la desaparición de Lisa y en la muerte de Pippa. Aún no sabe cómo, pero está seguro de que está metido hasta el cuello—. Le miro, y veo a alguien manchado por la muerte —ya no solo habla su experiencia profesional como inspector, sino que lo hace también desde el punto de vista de un analista del comportamiento, algo que ha aprendido de Lina gracias a su tiempo trabajando juntos—. Creo que le persigue cada día —es arriesgado el hacer ver que se consigue analizar levemente a alguien, pero Alec está dispuesto a jugarse esta carta, y para su gozo, comprueba que el arquitecto de ojos azules palidece ligeramente al escucharlo—. Confiese, Lee —le ofrece una última oportunidad para hacerlo, porque no volverá a dársela. Se acabaron las segundas oportunidades: él es esa clase de hombre—. Ya estoy muy cerca.
—No tengo nada más que decir —la amenaza surte efecto, porque la voz de Lee se entrecorta ligeramente y debe tragar saliva. Al mismo tiempo, el hombre de cabello lacio se percata de que el que antaño fuera arquitecto cambia su actitud desafiante a una defensiva, claramente afectado por las palabras que le ha dirigido hace escasos segundos.
—Entre usted y Claire, creo que aún tienen mucho que decir —no piensa dejar que se juegue esa carta con él, y menos ahora, cuando está tan cerca de resolver el caso. Tanto, que casi puede tocarlo con las yemas de los dedos—. Y voy a obligarles a hacerlo —su ultimátum es claro, con su voz adquiriendo un filo algo peligroso, pues ha arriesgado su vida por ver cerrado este caso, y ahora que están en la recta final del mismo, no piensa retroceder ni un solo paso.
Se levanta de la estructura semicircular, quedando a pocos centímetros de uno de sus principales sospechosos del caso de Sandbrook, antes de marcharse de allí, pues ha quedado con Cora en su casa, ya que, como es costumbre, lo acercará al juzgado mientras se toman una taza de cappuccino y una tila. Cuando camina, sin embargo, el escocés de ojos castaños no es consciente de que Lee Ashworth, afectado y efectivamente tembloroso de pies a cabeza, rememora cierto evento de su pasado, de la misma noche en la que Lisa Newbery y Pippa Gillespie desaparecieron: el hombre de ojos azules se encontraba frente al horno propiedad de la compañía Thorp Agri Services, observando aquello que ardía en las llamas carmesís con consternación, remordimiento y mortificación.
Aproximadamente a las 9:45h, en el juzgado de Wessex, Lina, que ha recogido a Alec en su coche, está esperando con éste en la planta baja a que el jurado alcance un veredicto respecto al caso de Joe. Se toman las bebidas que Tara les ha preparado esa mañana mientras se sonríen cálidamente, disfrutando de su mutua compañía, a pesar de que no pueden evitar sentir que hay cierta tensión en su habitual disposición y silencio cómodo. Ellie llega entonces, acompañada de su hermana y su hijo mayor, Tom. Ambas amigas se saludan con un cariñoso abrazo, pero cuando están a punto de poner al corriente a su jefe sobre aquello que han descubierto, Ben Haywood los informa de que los asistentes e involucrados en el caso de Joe deben entrar a la sala del juzgado número uno, de modo que, lamentablemente deben posponerlo por el momento. Por lo visto, el jurado tiene una pregunta que debe resolver antes de continuar deliberando, y por tanto, es necesario la presencia de todos allí.
Cuando los tres amigos y compañeros de profesión entran a la sala, seguidos por Lucy y Tom, comprueban que los Latimer ya se encuentran allí dentro, sentados juntos, con Nigel Carter, Becca Fisher y Paul Coates acompañándolos en los consiguientes asientos. Nada más ocupar sus respectivos sitios, Maggie Radcliffe pasa frente a ellos, acompañada por su fiel reportero en potencia, Oliver. La mentalista de ojos azules nota al momento que hay un sutil cambio en el ademan de Maggie, y no puede evitar analizarla rápidamente, percatándose de la mirada tan gentil y dulce que le dirige a la abogada de la acusación. Sonríe para sus adentros, pues la editora jefe del Eco de Broadchurch siempre ha sido amable con su madre y con ella, al igual que Jocelyn, quien hizo todo lo posible durante su testimonio por protegerla de Sharon Bishop y sus dardos envenenados. Y hablando de su madre... Tara ha decidido que desea estar presente en estas últimas sesiones de deliberación por parte del jurado, de modo que se ha personado allí, sentándose a la derecha de su hija. Por consecuencia, la joven de veintinueve años queda sentada entre el hombre que ama y su madre. Ellie se ha sentado a la izquierda de Hardy, con Tom entre ella y Lucy.
Una vez los asistentes al juicio se han sentado en sus respectivas tribunas, al igual que el jurado, y los dos equipos legales, quienes se han situado en sus respectivos lugares, el alguacil del juzgado se acerca a la jueza Sonia Sharma, quien ya se encuentra en su púlpito, presidiendo la sala, y le entrega la solicitud hecha por el jurado. La jueza de ascendencia hindú toma la hoja de papel en sus manos, colocándose sus gafas de cerca para poder leer la petición.
—El jurado ha solicitado ver una fotografía de las vistas desde la ventana de la cabaña del acantilado —informa a los presentes acerca de la primera parte de la solicitud, antes de posar su mirada castaña en el grupo de doce personas que debe decidir el destino del acusado, y por tanto del juicio—. Les conseguiremos copias inmediatamente —les asegura, y todos ellos asienten, complacidos. Ante sus palabras, Sharon Bishop intercambia una mirada satisfecha con Abby Thompson, como queriendo decirle: «¿lo ves? Ya hemos ganado prácticamente»—. Y la segunda cuestión, es para aclarar... —incluso a la jueza le parece horrible lo que implica esta siguiente solicitud del jurado, de modo que debe interrumpirse y tragar saliva—. Para aclarar si Mark Latimer alguna vez fue interrogado por la policía como sospechoso —informa a los presentes de dicha petición, y casi automáticamente, el fontanero y padre de Danny, agacha el rostro, desalentado, mientras que Beth palidece levemente, tomándole la mano a su marido en un gesto de apoyo y consuelo—. Y, sí, lo fue —afirma la jueza, revisando el informe que redactase en su momento Alec Hardy, quien estaba a cargo de la investigación del caso—. Fue arrestado por obstrucción, e interrogado en relación con la muerte de Danny.
Tras conseguirles fotografías del escenario del crimen y de la vista desde la ventana de la cabaña, el jurado vuelve a reunirse entonces para deliberar en su sala especial, y los Latimer se reúnen con su abogada y Ben Haywood en uno de los pasillos interiores del juzgado. Necesitan hablar con ella y reafirmar las sospechas y el temor que han empezado a crecer en su interior como un cáncer invasivo.
—Si se están haciendo esas preguntas... —Beth no consigue acabar la frase.
—No tiene porqué significar nada —intenta calmarlos Jocelyn, a pesar de que sabe perfectamente lo que esa clase de preguntas pueden provocar en ellos, pues es como si el jurado estuviera demasiado seguro de cuál es la verdadera versión de los hechos, y eso nunca es bueno.
—Claro que sí —afirma Mark en un tono desalentado, habiéndose apoyado contra una de las paredes del pasillo—. Están de acuerdo con la defensa —sentencia con un tono apático, antes de suspirar, para así, armarse de valor para articular sus siguientes palabras—. Están ahí dentro, diciendo que yo podría ser el asesino...
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