Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27

El miércoles, 29 de mayo, anuncia su llegada con un cielo plagado de oscuras nubes que auguran una copiosa lluvia. En casa de los Latimer reina un tenso silencio entre los dos cónyuges, quienes, desde el día anterior, no han intercambiado ni media palabra. En esta ocasión, sin embargo, Beth decide romper el silencio, habiéndose vestido de negro para la ocasión, con una camisa de manga larga, un pantalón y una chaqueta, además de botas. Su marido, por el contrario, se ha vestido con un traje gris, con una camisa blanca y una corbata azul celeste, además de con zapatos de vestir negros. Está observando el exterior a través de la ventana del patio trasero.

—Date prisa: último día de testimonios —lo apura su mujer en un tono apremiante, tomando las llaves de la casa en su mano derecha, con Chloe saliendo antes que ella de la casa, con Lizzie en brazos, dispuesta a montarla en su sillita de bebé en el coche.

—¿Debería irme de casa? —cuestiona Mark de pronto, sin girarse hacia ella. Su voz está pagada de remordimiento, pena y desazón, tanto que Beth casi no puede soportarlo, pero se obliga a mantenerse serena.

—¿Vas a hacerlo? —cuestiona, preocupada por su bienestar—. ¿A dónde irías?

—No lo sé —Mark se gira hacia su esposa finalmente, mirándola a los ojos.

—No te dije que te fueras, Mark —recalca la matriarca de la familia en un tono suave, pues ella, a pesar de lo que le dijera ayer, no quiere ver cómo su matrimonio se rompe en pedazos a no ser que no haya otra opción—. Te dije que tenías que cambiar.

—¿Y si no puedo? —cuestiona él con las manos en los bolsillos, como si esperase que ella le diera una respuesta, que ella lo guiase.

—Deja de pensar en la vida como algo que nos ocurre —lo amonesta firmemente: ella no tiene las respuestas, ni sabe nada de lo que les deparará el futuro, pero lo que importa es el ahora. Quiere hacérselo ver—. Lo que hacemos ahora, eso es lo que somos.

—Dijiste que no me necesitabas.

—Dije que podía estar sola si tengo que hacerlo —lo corrige nuevamente ella—. Decide si te importamos lo suficiente como para que cambies —asevera, antes de encaminarse al exterior de la vivienda, hacia el coche familiar, donde sus hijas ya los están esperando.

Mark sale de la casa a los pocos segundos, siguiendo a su mujer con una nueva determinación en la mirada. Se monta en el vehículo familiar, en el asiento del conductor, antes de arrancar el motor, comenzando a conducir hacia el juzgado. Transcurridos varios minutos, casi una hora, la familia Latimer llega al juzgado de s Wessex aproximadamente a las 08:30h, a media hora de que empiece esta última sesión del juicio contra Joe Miller.

Chloe, quien lleva en brazos a Lizzie, sale del coche la primera, habiéndole abierto la puerta su padre para que pueda apearse del vehículo sin mayores dificultades. Por su parte, Beth sale del vehículo y rápidamente abraza protectoramente a su prole, pues a lo lejos ya puede ver la oleada de chupópteros, también llamados periodistas, que rondan por la puerta principal. Mark, tras bloquear el coche, rodea a su mujer y su hija mayor con el brazo izquierdo, para sí, aislarlas todo o posible de los flashes de las cámaras, así como de las preguntas intrusivas por parte de los periodistas.


Los asistentes al juicio entran a la sala número uno del juzgado de Wessex. Los Latimer se sientan juntos en el palco que queda a la derecha de la puerta de entrada. Junto a ellos, se sienta Nigel Carter. En el palco frente a la puerta, a la derecha de la jaula de cristal en la que se encuentra Joe Miller, se sientan, en el estrado de los testigos, Becca Fisher y su pareja, el reverendo Paul Coates. Tras ellos, por orden, se sientan Lucy Stevens, Ellie y su hijo, Tom, quién automáticamente sujeta la mano derecha a su madre, dando una desafiante mirada hacia su padre, quien los observa con consternación tras la pared de cristal. Al lado izquierdo de la antigua sargento de policía hay un hueco vacío en el que debía sentarse la Sargento Coraline Harper, pero desgraciadamente, la taheña ha decidido no presentarse en esta sesión del juicio, para así, quedarse esta mañana junto al inspector de cabello lacio. Como ella misma ha aseverado cuando Ellie la ha llamado para preguntarle la razón de su ausencia: «No me fío de que no haga una locura en mi ausencia teniendo en cuenta lo que pasó ayer, como ya te comenté. Es testarudo, y no hace caso a los consejos de los médicos, como sabemos ambas. Además, quiero quedarme para comprobar su estado, y asegurarme de que se toma las pastillas». Esto ha provocado que, al otro lado de la línea, Alec Hardy proteste, indicando que puede cuidarse solo, que no es un cabezota, y que, a pesar de agradecer su ayuda, no tiene que ser su enfermera. La castaña de cabello rizado, vestida con su habitual atuendo de sargento, ha sonreído con deleite y divertimento ante el posterior intercambio de palabras entre sus amigos, con la taheña amonestando al escocés con suavidad, y con el escocés amonestándola a ella cariñosamente. Tras despedirse, ha colgado la llamada. Incluso ahora, sentada en la sala del tribunal, recordar esa llamada la hace sonreír con ternura y diversión.

Por su parte, al otro lado de la jaula de cristal se sientan Olly Stevens, quien aún está dispuesto a continuar twitteando lo que sucede en la sala del juicio, y Maggie Radcliffe, su jefa, quien lo observa con una mirada llena de desaprobación.

El jurado entra a los pocos segundos en la sala, con las doce personas ocupando sus respectivos asientos, mientras que los dos equipos legales se colocan en sus mesas, sacando los archivos pertinentes de esta última sesión de testigos, antes de la sesión final, en las que las abogadas de ambas partes deberán dar su ultimo alegato, para así, abrir el tiempo de deliberación del jurado.

—Sra. Bishop, tengo entendido que tiene una solicitud —comienza la jueza Sharma.

—La defensa desea volver a llamar a la antigua sargento, Ellie Miller, como testigo de la defensa —asevera la abogada negra, quien, desde el día anterior, cuenta con nueva información, cortesía de Abby—. Su Señoría, solicito que se trate a la Sargento Miller como testigo hostil —añade en un tono sereno, totalmente imperturbable ante los murmullos y los rostros sorprendidos de los asistentes, especialmente de la aludida, quien no entiende qué diantres puede querer ahora esta abogada del demonio de ella.

Beth y Mark intercambian una mirada sorprendida, pues no comprenden qué está sucediendo, ni por qué llaman nuevamente a Ellie al estrado. También están confusos por el término que ha usado la abogada de Joe Miller. Si Coraline estuviera allí, probablemente se lo aclararía diciendo que, el término que ha usado Sharon para definir a su buena amiga, se trata de uno que tiene como primera definición: «aquella persona que da testimonio durante un juicio, y cuya declaración durante el interrogatorio perjudica el caso de la parte que la ha llamado a declarar»; y que tiene como segunda definición: «aquel testigo, que deliberadamente oculta o tergiversa la información por la que es cuestionado durante el interrogatorio, y por ello, justifica la utilización de preguntas potencialmente sugestivas, para evitar la presencia de dudas en el juicio». En este caso, la abogada negra se refiere a la última declaración de la sargento de cabello castaño, quien también fue llamada como testigo, y a quien se cuestionó en relación no solo a la investigación del caso de Danny, sino a su relación con su familia y compañeros de profesión.

Una vez la sargento de cabello castaño rizado sube al estrado, Bishop comienza.

—¿Cómo de unida está a su hermana?

—¿Lucy? Bastante unidas —responde rápidamente la que antaño fuera una sargento de policía en un tono suave—. Tenemos nuestras diferencias, ya sabe, la familia... Pero nos apoyamos la una a la otra.

—Cuando terminó la investigación de la muerte de Danny Latimer, ¿estaba usted al tanto de que había acumulado cuantiosas deudas por el juego? —la pregunta de la abogada de Joe es ligeramente capciosa, pero Ellie no tiene más remedio que responder con la verdad.

—Estaba al tanto, sí.

—¿Y cómo se enteró de aquello?

—Lucy me dijo que tenía problemas —asevera la mujer de cabello castaño en un tono sereno, percatándose de a qué se está refiriendo la abogada, y a dónde quiere ir a parar. Recuerda aquella noche en la que fue a pedirle dinero.

—¿Le pidió ayuda con dichas deudas?

—Lo hizo —afirma con convicción la testigo del estrado—. Me negué.

—El día que su marido, el acusado, fue arrestado, extendió un cheque de la cuenta conjunta que tenía con su marido por valor de mil libras, a nombre de su hermana —asevera en un tono calmado—. ¿Es eso correcto?

El rostro de Ellie palidece al momento, sintiendo que se queda fría. Oh, Dios. Recuerda que, aquel día, en el que tan ahogados se encontraban al no encontrar ninguna pista sobre el asesino de Danny, y con Susan y Nigel desaparecidos, además de tener a Hardy a punto de ser retirado del caso y de su puesto, fue a buscar a su hermana para que le contara lo que había visto esa noche.

—¿Por qué de pronto decidió ayudarla? —cuestiona Sharon con curiosidad, mientras que Jocelyn coloca un puño en su boca, realmente devastada por esta nueva información que va a perjudicarlos seguramente.

—No lo sé.

—¿No sabe, por qué, de repente, le dio a su hermana mil libras? —el tono de la abogada negra es irónico, completamente desprovisto de confianza, pues para ella, este testimonio y sus palabras, indican que está, deliberadamente, intentando ocultarles información.

—Ella estaba desesperada —contesta Ellie en un tono suave, y posa su mirada castaña en su hermana, quien la observa con infinita lástima, pues por culpa de su antigua adicción, su hermana está pagando las consecuencias.

—Era usted la que estaba desesperada, ¿no es así? —la acusa implícitamente en un tono irónico—. Aquel mismo día, según su cuaderno policial, les dijo al Inspector Hardy y a la Oficial Harper que su hermana había prestado declaración, describiendo a un hombre, que oportunamente, coincidía con la descripción del acusado —señala al hombre tras la jaula de cristal con su brazo izquierdo, antes de sonreír de manera socarrona—. Aseguró que lo vio tirando ropa en un contenedor la noche de la muerte de Danny —añade, y Lucy agacha el rostro, avergonzada por sus acciones pasadas, y por lo que éstas están provocando en el presente—. ¿Sobornó a su hermana, para que se inventara pruebas contra su marido?

—No, no lo hice —niega Ellie en un tono sereno, posando su mirada en el jurado.

—Sobornó a una testigo para implicar a su marido, y así poder arreglar una investigación fallida, y propiciar que la relación romántica entre el Inspector Hardy y la Oficial Harper continuase —acusa la abogada negra, utilizando nuevamente esa línea de interrogatorio que involucra sentimentalmente a la mentalista y al escocés, para así desacreditar sus testimonios—. ¿No es eso cierto?

—¡Ni una sola palabra de eso es cierto! —exclama Ellie, sintiéndose arrinconada, con una vena palpitándole en la frente, claramente molesta por la forma en la que intenta atacar a sus dos amigos—. ¡Solo le presté dinero para ayudarla...!

—«Prestar» no, ¡«sobornar»! —la corrige la abogada en un tono férreo—. Con la condición de que ayudase a incriminar a su marido —la controladora de tráfico de cabello castaño observa a Beth por el rabillo del ojo, comprobando que la joven madre la cree, y está desesperada por lo mal que lo está pasando en el estrado—. Nadie incriminó a Joe —asegura Ellie casi a punto de llorar, pues se siente desprotegida y acorralada, y no lo soporta—. Él estuvo allí, mató a Danny, y lo confesó.

—¿Después de que le pegara, o antes? —saca a relucir la paliza que le propinó en la comisaría de policía de Broadchurch, y la castaña quiere que alguien la haga despertar de esta pesadilla de inmediato, pues no puede creer que nuevamente se la esté atacando así.

—¡No la escuchen! —exclama, intentando convencer al jurado—. ¡Todo el mundo sabe que él mató a Danny, y ojalá yo hubiera podido impedírselo!

—No sermonee al jurado, agente Miller —la amonesta la jueza en un tono sereno, pero ligeramente amable—. Su obligación es responder a la pregunta.

—No hay más preguntas, Su Señoría —sentencia Sharon con evidente disfrute, y con una sonrisa de victoria asomándose a sus labios—. Y esto concluye el caso para la defensa.


Al cabo de varios minutos, cerca de las 10:15h, Ellie Miller conduce su coche por la calle principal que la llevará hasta su casa. Tom va a su lado en el asiento del copiloto, observándola en silencio, tras haberla intentado animar a la salida del juzgado. Fred va en el asiento trasero, en su cochecito de bebé, observando todo aquello que pasa por el exterior de la ventana trasera derecha. En cuanto la mujer de cabello castaño, ataviada con su habitual chaquetón naranja para aislarse del frío clima inglés, está a punto de aparcar el coche, se sorprende al encontrar a sus dos amigos, apoyados en la fachada de su casa, esperándola. El escocés hace un gesto de saludo con la mano en cuanto contempla que el coche se dispone a aparcar en la plaza asignada para ello, mientras que la pelirroja de ojos azules sonríe a su buena amiga con una expresión que está entre ligeramente nerviosa y arrepentida, como si no hubiera podido evitar que a su jefe se le meta algo entre ceja y ceja.

Una vez estaciona el coche, habiendo apagado el motor, Tom y su madre se apean del vehículo, pero no llegan a dar ni un paso porque la voz barítona y algo rasposa del inspector escocés se lo impide.

—No, no, Miller, vuelva al coche.

—¿Qué? —la castaña parpadea, perpleja.

—Lo siento, Ell —se disculpa su buena amiga, antes de caminar al lado derecho del coche, acercándose a Tom, quien de inmediato le sonríe de oreja a oreja—. Hola, Tom —le da un beso en la mejilla derecha, para disgusto y ligera envidia del inspector de cabello lacio.

—Hola, Cora —el adolescente corresponde el gesto, besándola en la mejilla izquierda.

—Os vais con la tía Lucy —interviene entonces Hardy en un tono sereno, apoyando su mano izquierda en la puerta del copiloto, con su mirada fija en el adolescente rubio y en su protegida—. Fiesta de pijamas: será divertido —añade, caminando hasta quedar junto a la parte interior de la puerta abierta, colocando su mano derecha en la parte superior del coche, habiéndose acercado disimuladamente a la taheña, quien aún tiene una expresión entre nerviosa y arrepentida en el rostro.

—¿De qué habla, mamá? —el mayor de los Miller apela a su madre en un tono confuso, arqueando una de sus cejas, pues no comprende cómo es que este hombre, este inspector, parece mandar a todo y a todos, como si tuvieran que obedecer sus órdenes.

—No lo sé —niega la castaña antes de intercambiar una mirada con su buena amiga de piel de alabastro, quien simplemente niega la cabeza en un ademán resignado, como queriéndole decir: «he intentado quitarle la idea de la cabeza, pero no ha habido manera»—. No iréis a casa de Lucy.

—Claro que sí —afirma el escocés en un tono firme, asintiendo vehementemente—. Lo he organizado: tenemos trabajo —informa en un tono complacido y determinado, sin advertir la mirada asesina que su compañera con el chaquetón naranja le dirige—. Os divertiréis más allí, os dejaremos de camino —asegura, antes de proceder a entrar en el coche de su compañera, sentándose en el asiento del copiloto que Tom ha dejado vacío—. ¿Qué tal el juicio? —cuestiona tras dar una rápida mirada a la que antaño fuera su subordinada, cerrando la puerta del vehículo.

Ellie dedica una mirada a su hijo llena de resignación, indicándole que no tienen más remedio que obedecer. Cora le sonríe con ternura a Tom, y le da las gracias cuando el joven le abre la puerta trasera del pasajero, dejándola entrar primero al vehículo. En cuanto Alec y Cora se sientan en sus respectivos asientos en el coche de la mujer castaña, Fred automáticamente empieza a apelar a ellos como «Tío Alec» y «Tía Cora» respectivamente. Esto provoca que a ambos aludidos se les enternezca el corazón. Incluso el escocés, que suele mostrar un ademán más serio habitualmente, no puede evitar volverse en su asiento y saludar al pequeño de los Miller con una sonrisa, sorprendiendo a la familia, pero no a su protegida, quien ya está acostumbrada a verlo feliz. La analista del comportamiento por su parte le acaricia el cabello al infante, mientras que su compañera y amiga conduce el coche, contándoles los pormenores de lo sucedido en el juicio.

Finalmente, cuando están a solas en el coche tras dejar a sus hijos en casa de su hermana, Ellie les revela que la defensa de Joe la ha llamado como testigo, y la razón tras la confesión y testimonio de Lucy, hará algunos meses. Como cabría esperar, el Inspector Hardy está incrédulo.

—¿¡Sobornó a su hermana!? —no puede creerlo—. ¿¡Por qué no nos lo contó!?

—No soborné a mi hermana —intenta hablar en un tono calmado la conductora del coche—. Le dejé dinero, y prestó declaración aquel mismo día: son cosas distintas —se justifica, antes de dar un leve golpe al volante.

—¡Oh, vamos, Miller! —cada vez está más molesto—. ¿¡No pensó que podrían relacionarlo!? —continúa amonestándola en un tono severo, como si estuviera regañando a una niña pequeña que ha hecho una travesura y ha intentado ocultarlo.

"Hasta aquí, todo normal. Una típica discusión entre Alec y Ellie... He de admitir que ya lo echaba de menos. Me alegra que mi amiga ya haya recuperado su energía y sus arrestos", piensa la analista del comportamiento mientras los observa desde la parte trasera del vehículo.

—Soy un ser humano —se defiende la castaña con un arranque de energía, no dispuesta a permitir que la achante—. Cometo errores, y lo siento mucho, pero ¡yo no maté a un niño! —exclama antes de suspirar—. Iban a cerrar el caso, usted estaba a punto de perder su trabajo, y Lucy dijo que sabía algo, pero necesitaba dinero, y yo no sabía que iba a ser Joe...

—Ah, ¡entonces no pasa nada!

—Cálmate —lo alecciona la de ojos cerúleos antes de suspirar, inclinándose hacia delante, posando su mano derecha en el hombro izquierdo de su amiga—. Ahora entiendo porque tenías esa expresión preocupada cuando te marchaste en ese momento de la comisaría —añade, recordando que la había notado extraña al marcharse, así como en el momento en el que les comunicó lo que Lucy había declarado—. No te preocupes, Ell, lo entendemos —le asegura en un tono suave, recibiendo una sonrisa amable por parte de su compañera de trabajo.

—Todo saldrá bien, ¿verdad? —pregunta la castaña, claramente mortificada ante la idea de que su testimonio pueda hacer tambalearse el caso contra Joe—. Tienen suficiente. La acusación tiene pruebas suficientes, ¿no?

—Claro, Ell —afirma la analista del comportamiento.

—No lo sé, podría pasar cualquier cosa —intercede el inspector de cabello castaño en un tono indeciso, interrumpiendo a su protegida de ojos azules, aun ligeramente molesto por lo sucedido—. Los jurados son animales curiosos...

—¡Alec, por Dios!

—¿Tanto le costaría tranquilizarme? —Ellie también está molesta con las palabras por parte del hombre trajeado, y se une a la exclamación de su compañera y amiga—. ¡Es usted una compañía horrible! —le espeta, y él finalmente calla, algo arrepentido ante su amonestación, pues comprende que ella obró con buena fe, a pesar de haberse equivocado—. ¿Y por qué volvemos allí? —indaga la castaña, reconociendo el camino que lleva a Sandbrook.

—Tess ha encontrado a Gary Thorp —responde la joven de veintinueve años tras sentarse correctamente en la parte trasera del vehículo, cruzándose de brazos—. Y nuestro estimado jefe —cuando el aludido la escucha referirse así a él, sonríe disimuladamente—, ha creído conveniente acercarnos un momento para hablar con él —informa a Ellie—. En realidad, creo que sus palabras exactas han sido: «Necesito que Ellie nos lleve en coche a Sandbrook para que analices a Gary Thorp», ¿no es así, señor? —cita las palabras del hombre al que ama, imitando su acento escocés.

Esto provoca que, por un lado, su buena amiga tenga que resistir el impulso de carcajearse, y que, por otro, él le dedique una mirada algo seductora a través del espejo retrovisor interior, arqueando una ceja. La joven de piel clara desvía la mirada, ciertamente ruborizada en cuanto nota esa mirada parda, intensa y penetrante, en ella. Hace que el corazón se le desboque y amenace con salírsele por el pecho. El inspector comprueba para su deleite el rubor que ha aparecido en las mejillas de su adorada Lina, y se dice que, quizás, solo quizás, no esté todo perdido.


Al cabo de aproximadamente dos horas, a las 12:45h, los tres compañeros y agentes de policía llegan a Sandbrook, estacionando el vehículo de la castaña en el exterior de un lavadero de coches, que, además, funciona como un taller de reparaciones. Tras apearse del vehículo, se dirigen allí con paso resuelto, quedando a la vista sagaz de la mentalista un rostro tremendamente familiar. Decidida, camina hasta él, sacando su placa identificativa.

—¿Gary Thorp? —cuestiona, recibiendo un gesto ligeramente nervioso con la cabeza por parte del chaval, quien está, evidentemente, preocupado porque la policía se haya presentado allí. Probablemente, esté rememorando sus últimas acciones, preguntándose si se ha saltado algún stop donde no debía—. Policía de South Mercia —los identifica a los tres con una sonrisa amable, que él corresponde algo tímidamente—. ¿Es usted el mismo Gary Thorp que regenta Thorp Agri Services?

—Antes sí: era el negocio de mi padre —afirma el muchacho de cabello rubio—. Cuando murió me hice cargo yo —admite Gary, antes de rascarse la nuca en un gesto claramente nervioso e incómodo—. La empresa quebró —se encoge de hombros, sonriéndole a la muchacha, quien corresponde el gesto con amabilidad—. ¿De qué va esto?

—¿Cate Gillespie se ocupaba de su contabilidad? —cuestiona Hardy mientras saca su libreta, quedándose junto a Lina, percatándose de que el joven de cabello claro se achanta ligeramente en su presencia, aunque lo comprende: su estimada colega tiene la habilidad de hacer a la gente confiar en ella rápidamente al ser experta en manipular la mente y el comportamiento, mientras que él prefiere ir al grano.

—No, que yo sepa.

—¿Alguna vez ha visto a Cate, o a su marido, Ricky?

—Sí, una vez —afirma el joven de cabello rubio, respondiendo a la segunda pregunta del inspector escocés—. Él me dejó dinero una vez, cuando tuve problemas —desvía los ojos arriba a la izquierda, y como la joven taheña ha advertido que es diestro, sabe que está accediendo a su memoria, y, por tanto, diciendo la verdad—. El dinero me llegó por su sobrina, Lisa.

—Así que, conocía a Lisa Newbery —supone la Sargento Harper en un tono suave, mientras el joven asiente lentamente, como si estuviera dudando sobre admitir o no el hecho de conocer a esa chica en concreto.

—Salimos un par de veces.

—¿Algo serio? —Ellie, que se ha mantenido silenciosa hasta ese momento, interviene.

—Ojalá —suspira el joven de ojos marrones y cabello claro—. Me enamoré de ella —admite en un tono nervioso, casi esquivo, que no pasa desapercibido para la taheña, quien arquea una ceja imperceptiblemente—. Creí que era mi media naranja, pero ella no sentía lo mismo por mí.

—¿Por qué no dijo nada cuando Lisa desapareció? —inquiere Alec en un tono suspicaz.

—No estaba en condiciones.

—¿Por qué no? —quiere saber Ellie, quien habla con un tono suave, pues está notando cómo el chaval está aún muy afectado por aquello, casi hasta el punto de echarse a llorar.

—El negocio iba mal porque no le prestaba atención, y mi vida empezó a desmoronarse muy rápido —le contesta el joven Thorp, negando con la cabeza de manera desesperanzada—. Todo se descontroló muy rápidamente.

—¿Cómo se descontroló?

—Solía seguirla a veces —admite, respondiendo a la pregunta de Miller, aunque no pasa desapercibida para él, la mirada penetrante que el Inspector Hardy tiene puesta sobre su persona—. Me quedaba fuera, esperando, dondequiera que ella estuviera... No estoy orgulloso.

"Y como yo deduje, aquí tenemos a nuestro acosador y merodeador nocturno. Esto se corrobora perfectamente con los avistamientos, pues Lisa hacía de canguro para varias familias de la zona", piensa para sí misma la analista del comportamiento, casi felicitándose mentalmente por el trabajo bien hecho, aunque la mirada orgullosa que Alec le dirige es bastante para ella.

—De modo que se quedaba fuera incluso cuando ella hacía de canguro —comenta la muchacha de veintinueve años en un tono suave, notando que él asiente ante sus palabras, observándola realmente avergonzado.

—¿Incluso cuando estaba en casa de los Gillespie? —cuestiona Ellie en un tono amable, y Gary Thorp vuelve a asentir, pero esta vez, con mayor vehemencia.

—¿Dónde estuvo la noche que desaparecieron las dos chicas? —Alec no se anda por las ramas y va directamente al grano: si no puede darles una coartada sólida, se convertirá por definición, en uno de sus sospechosos principales.

—En el hospital —Gary apenas parpadea—. Intenté suicidarme.

El joven de cabello rubio desvía la mirada a arriba a la derecha, por tanto, la analista del comportamiento advierte que miente: no fue al hospital por un intento de suicidio, sino que algo sucedió. Algo, lo bastante grave como para que necesitase ir allí... Tiene que conseguir los informes médicos de Gary Thorp, y espera que Tess pueda echarle una mano. Por ello, la muchacha de ojos cerúleos manda un mensaje rápidamente.


Trascurre aproximadamente media hora hasta que Tess Henchard se reúne con los tres compañeros de la ley en una gasolinera cercana, pues tras hablar con Gary Thorp, Hardy la ha llamado para hablar con ella sobre lo que han descubierto con relación a este chico que, como ahora saben, era el acosador de Lisa. Igualmente, el escocés ha decidido que deben ir a ver a Ricky Gillespie a su lugar de trabajo, para contrastar si realmente le dio dinero a ese joven... Y por qué. Es algo poco habitual, en especial cuando el joven solo era un conocido de la familia y se ocupaba de una empresa de servicios agrícolas. No tiene mucho sentido. Tras estacionar los coches en el aparcamiento, los agentes de la ley charlan entre ellos, apoyados en los vehículos.

—Un placer volver a verte, Cora —le extiende la mano a la joven sargento.

—Lo mismo digo, Tess —corresponde la mentalista, estrechando la mano de la morena—. ¿Has conseguido lo que te he pedido?

Ante la pregunta de la analista del comportamiento, Ellie y Alec intercambian una mirada confusa, pues no tienen conocimiento de que la taheña haya contactado con ella.

—Aquí tienes —afirma la morena, sacando un archivo de su bolso, entregándoselo a la joven de ojos azules como el cielo—: el informe médico y el alta de Gary Thorp.

—Gracias —le agradece la ayuda en un tono amable, acentuándolo con una sonrisa, que la mujer de ojos verdes pronto corresponde.

La exmujer del escocés comprueba que la muchacha escanea con celeridad las hojas, y queda impresionada por la rapidez con la que lee y procesa la información. A los pocos segundos, la joven de piel de alabastro le devuelve el fichero.

—Como sospechaba, Gary Thorp nos ha mentido: sí que fue al hospital, pero no por un intento de suicidio como nos ha asegurado —sentencia, informando a sus compañeros sobre sus pesquisas—. En el informe se detalla claramente que Gary Thorp acudió a urgencias por un fuerte traumatismo que le fracturó la nariz, y no por heridas compatibles con autolesiones. De modo, que algo pasó esa noche... Algo de lo que no nos ha hablado.

—Oh, eres muy buena —la alaba Henchard en un tono satisfecho, provocando que la jovencita de cabello carmesí esboce una sonrisa ladeada.

—Lo mismo digo —la mujer de veintinueve años reciproca el cumplido.

—De hecho, gracias a tu análisis, ahora me cuadra mucho más que Gary Thorp hiciera una llamada al 999 a las 2:57h, pero que no se personase en el hospital hasta las 3:32h.

—Por tanto, eso significa que, o bien la lesión no era tan importante como creía, o bien...

—...Que estaba más lejos de su casa de lo que debía aquella noche, y tardó más tiempo en llegar al hospital —finaliza la subinspectora por Coraline, quien asiente al momento, pues ambas están en la misma página.

—Así que, no tiene coartada hasta casi las cuatro de la madrugada de la noche en que desaparecieron las chicas —intercede el hombre con cabello castaño lacio, habiendo presenciado algo estupefacto el intercambio de información y las conclusiones de ambas agentes, resistiendo el impulso de pellizcarse, pues el hecho de que se relacionen cordialmente parece sacado de un sueño—. Eso tiene que ser suficiente para que un equipo forense vaya a su negocio.

—No —niega Tess casi al momento—. Sigue siendo circunstancial.

—¡Por el amor de Dios! —el hombre trajeado con ojos pardos empieza a desesperarse seriamente con la insistencia de su exmujer de mantener cerrado el caso—. ¡Reabre la maldita investigación! ¿Qué es lo que necesitas?

—Ya te lo he dicho: no va a suceder —la mujer de ojos verdes y piel clara se encoge de hombros, habiendo metido las manos en el bolsillo del pantalón—. No, a menos que tengamos nuevas evidencias fuertes y concluyentes.

—Tienes tres nuevos sospechosos —el acento escocés del hombre de delgada complexión empieza a acentuarse con cada palabra que sale de su boca—. El colgante de Pippa se lo dio Claire, como le dijo a Lina —Henchard suspira pesadamente, aunque no deja de encontrar tierna la forma en la que el hombre frente a ella continúa apasionándose así por su trabajo—. La coartada de Ricky Gillespie está hecha trizas. Hay un vacío en su coartada, en sus movimientos de esa noche —asevera, pues gracias a los testimonios de Cate y Tiffany Evans, han conseguido esa nueva evidencia tan importante—. Y Gary Thorp acechando a Lisa Newbery. No tiene coartada para la noche en que ella murió. Y ahora sabemos que no intentó suicidarse, pero terminó en el hospital de todos modos —argumenta con la información que su brillante taheña acaba de recabar en apenas unos segundos—. Tres sospechosos, una docena de pistas que la investigación original nunca tuvo —finalmente resopla, hastiado—. ¿Qué es lo que quieres? Por favor, cielo —nada más esa última palabra cruza sus labios, se reprende mentalmente por ello: los viejos hábitos de cuando aún trabajaban codo con codo son demasiado difíciles de olvidar—. Oh... —les da la espalda a las tres mujeres, maldiciendo en su fuero interno, pues no quiere ni pensar en la opinión que Lina tendrá ahora de él.

Ellie rápidamente dirige una mirada preocupada a su buena amiga, y comprueba que parece estar ligeramente afectada por cómo se ha referido el Inspector Hardy a su exmujer: su piel se ha tornado ligeramente pálida, más que de costumbre, y tiene los brazos cruzados fuertemente bajo el pecho, y una mirada gacha, como si intentase olvidar lo que acaba de escuchar.

Tess, por su parte, está sutilmente sorprendida por lo que acaba de escuchar, y apenas puede creerlo. Que él la haya llamado así, algo que, cuando estaban casados apenas hacía, solo al momento de trabajar juntos en la escena de un crimen... Rueda los ojos: parece una broma pesada, y ella lo interpreta así.

—Acaba de... ¿Acaba de llamarme «cielo»?

Aunque la subinspectora se siente ligeramente halagada, con un sentimiento de superioridad sobre la joven de veintinueve años, éste pronto desaparece, siendo reemplazado por la vergüenza y la pena, pues no quiere ni imaginarse lo que la pobre muchacha estará pensando, y lo mucho que debe dolerle el hecho de haber escuchado eso de los labios del hombre que, claramente, ama.

—Mierda... —musita Alec en voz baja, cerrando los ojos con pesadez—. Mierda, mierda...

—Yo una vez llamé «mamá» a una profesora —intercede Harper en un tono lo más sereno posible, tragando saliva, e intentando concentrarse en su trabajo, para así, no dejar a su cerebro conjurar multitud de hipótesis acerca de, porqué el hombre que ama, ha apelado así a su exmujer—. Hoy es el día en el que todavía no puedo recordarlo sin hacer una mueca de dolor.

—¿Por qué no quieres hacer esto? —finalmente, cuando el escocés ha retomado la compostura y el control sobre su mente y su labia, se encara a su exmujer, ahora algo molesto por el hecho de haberla llamado así, y que ella parezca tan complacida consigo misma, como si aún lo tuviera en la palma de su mano, o al menos, así lo ve él.

—Quiero hacerlo, pero todavía tengo una carrera que proteger —sentencia la morena en un tono ligeramente altanero, antes de montar en su coche, arrancando el motor, para después comenzar a conducir, alejándose de allí.

Ellie intercambia una mirada con su jefe, como si quisiera decirle que es algo soberbia, y gesticula un «eso duele», indicándole que, a pesar de que a veces quiera estrangularlo, en esta ocasión está de su parte, al igual que su amiga de ojos azules. Ambas saben que Tess no tiene derecho a decir eso, cuando la carrera que tiene ahora, la que tan desesperadamente quiere proteger, es gracias al escocés de cabello castaño, quien cargó con toda la culpa de lo sucedido en Sandbrook. Los tres ingresan al coche de la castaña, dispuestos a interrogar nuevamente a Ricky Gillespie.


Entretanto, en Broadchurch, Claire se encuentra en a playa, recostada boca-arriba en las pequeñas piedras, con dos de ellas en los ojos cerrados, para así, evitar que el sol la ciegue. Escucha unos pasos que provienen de lejos, acercándose pausadamente hacia ella. Sabe que es Lee, puesto que ella misma lo ha llamado para que pueda venir a verla. Se incorpora, quedándose sentada en las piedras de la playa, antes de quitarse las que le cubren los ojos, volteándose ligeramente, observando a su marido, quien camina lentamente hacia ella. Sonríe levemente. Ella le devuelve la sonrisa, antes de fijar su vista en el mar, con Lee colocándose en cuclillas a su lado.

—¿No te ha seguido nadie? —cuestiona la peluquera en un tono sereno, sintiendo cómo el arquitecto de fornida complexión posa su mano derecha en su hombro izquierdo en un gesto cariñoso—. No saben que estoy aquí... —añade, antes de tomar la mano que Lee tiene apoyada en su hombro, y besarla afectuosamente.

Él corresponde el gesto, besando su mano y su mejilla, antes de intercambiar un afectuoso beso en los labios con la morena de ojos verdes. Acaricia su cabello moreno, un castaño oscuro casi negro, antes de que una expresión molesta se dibuje en su rostro, sujetando con fuerza la coleta de la peluquera. Ella intenta liberarse de su agarre, pero Lee es más fuerte y alto que ella, y la levanta del suelo, sujetándola aun por el pelo, sin demasiados esfuerzos. Rápidamente el hombre de fuerte complexión y ojos azules la lleva por el pelo hasta las aguas del mar, sujetando su cabeza contra el agua, amenazando con ahogarla.

—¿¡Cuándo pensabas decírmelo!?

—¡No lo sé! —exclama ella en un tono casi aterrorizado, intentando mantener la cabeza por encima del agua, en un esfuerzo por evitar ahogarse.

—¿¡No lo sabes!? —Ashworth empuja su cabeza bajo el agua, con Claire resistiéndose.

—¡Suéltame! —la mujer de ojos oliva hace todo lo posible por resistirse a la fuerza de su marido, consiguiendo evitar por unos instantes el tragar agua, antes de que él vuelva a sacarla—. ¡Suéltame! —exige nuevamente en un tono desesperado, sintiendo que el agarre en su cabello se intensifica.

—¡Estabas embarazada! —acusa Lee en un tono colérico.

—¡No estaba lista para contártelo, y luego te arrestaron! —se excusa ella, finalmente liberándose de su agarre, ambos quedando sentados en la orilla, con el agua aun empapándolos de cintura para abajo—. No sabía qué iba a pasar: estaba muy asustada —admite en un tono apenado y preocupado, casi comenzando a sollozar, posando sus manos en los hombros de su marido, intentando convencerlo de que realmente no se lo ha confesado por el miedo que sentía ante la incertidumbre.

—¿Qué pasó con el bebé? —cuestiona Ashworth en un tono realmente apenado.

—Decidí abortar.

Ante su confesión, Lee acaricia su rostro mientras asiente, pues comprende lo difícil que le habría resultado criar a un niño sola, con él estando detenido y acusado de asesinato. Era la mejor decisión, dadas las circunstancias.

—¿Cómo llegó a enterarse Alec Hardy?

—¿Alec? —está sorprendida ante su pregunta—. ¿Alec te lo ha contado?

—¿Cómo se enteró? —insiste Lee en un tono urgente.

—Vino a la clínica conmigo —responde Claire entre lágrimas, recordando aquella charla que mantuvieron tras el procedimiento, con el inspector intentando consolarla, cuando ella le hizo prometer que no se lo diría a Lee—. Se quedó conmigo...

—¿El bebé era mío? —cuestiona el hombre de ojos azules, acariciando el rostro de su mujer, pues ya la conoce lo suficiente como para saber de lo que es capaz, y sus sospechas acerca de su relación con Hardy o Ricky Gillespie no están del todo resueltas. La sujeta entonces por el cuello de la chaqueta, sacudiéndola levemente, intentando conseguir una respuesta—. ¿El bebé era mío?

—¿Tienes que preguntarme eso? —inmediatamente, el rostro y la actitud de Claire dan un giro de 180º, pues pasa de ser una víctima desconsolada y nerviosa, a una mujer colérica, dominante y agresiva, que comienza a golpear a Lee en el suelo, tras conseguir desestabilizar su equilibrio—. ¿¡Tienes que preguntarme eso, después de todo lo que he hecho por ti!? —continúa golpeándolo con fuerza, habiéndose colocado sobre él, propinándole puñetazos en torso y cuello—. ¡Vamos! ¡Vamos! —lo insta a devolverle el golpe, pero él consigue apartarla de un empujón, haciéndole un leve rasguño en la nariz, quedándose sentada en la orilla.

—No te acerques a mi —asevera Lee en un tono determinante, señalándola—. No quiero volver a verte —tras decir esas palabras, el hombre de cabello castaño y ojos azules se incorpora y se marcha del lugar, haciendo caso omiso a los ruegos desesperados de Claire.


Ya es de noche cuando los tres agentes llegan al lugar de trabajo de Ricky Gillespie, que se dedica al trabajar como dueño de una empresa de construcción de la zona. Su lugar de trabajo está casi a las afueras de Sandbrook y de su antigua residencia. Ha estado trabajando durante todo el día, y por ello, no ha tenido otro hueco para recibir a los agentes salvo el fin de su turno laboral. Una vez les abre la puerta de su pequeño lugar de trabajo, que se reduce a una oficina en lo que parece ser un pequeño contenedor industrial, se sienta tras el escritorio. Ellie se apoya en la estantería cercana al asiento de Ricky, Coraline queda apoyada contra la puerta de entrada, de brazos cruzados, y Alec por su parte, queda de pie cerca de ésta última, con las manos en los bolsillos del abrigo negro que tan habitualmente ha llevado en su trabajo como inspector en el departamento de investigación criminal.

—Bueno, ¿a qué han venido? —cuestiona, curioso por su insistencia.

—¿Alguna vez le dio dinero a un tal Gary Thorp, Ricky? —la muchacha de veintinueve años está exhausta tras un día sin apenas pegar ojo, de modo que va directa al grano, sin ánimo de perder el tiempo.

—No, no sé quién es —su respuesta es demasiado rápida para el gusto de la analista del comportamiento, lo que, flagrantemente para ella, indica una contradicción: sí que lo conoce, y sabe perfectamente quién es.

—Salió con Lisa un par de veces —intercede Ellie en un tono suave, metiendo las manos en los bolsillos de su chaquetón naranja, pues las tiene heladas por el frío viento nocturno que se ha levantado—. Tenía una empresa llamada Thorp Agri Services.

—Sí. Si le dejé algo de dinero —admite finalmente, como si se hubiera esforzado por recordar el nombre y el rostro de ese joven en concreto—. Lisa me pidió ayuda: dijo que tenía problemas de liquidez, económicamente hablando, y que me lo devolvería.

—¿Por qué no nos lo contó entonces? —presiona el inspector de mirada parda seriamente.

—Eh... Porque no me pareció importante —contesta Ricky en un tono defensivo, desviando la mirada—. Y nunca surgió el tema —asevera, y sin ser consciente de ello, las miradas del inspector y su subordinada taheña se ven atraídas por un cuadro de campanillas silvestres, colgado cerca de la estantería en la que está apoyada Ellie, quien es quien continúa interrogando al padre de Pippa.

—¿Sabe que dirigía un negocio de incineración de animales?

—Dios —Ricky aparenta, o eso parece, estar mortificado y sorprendido—. ¿Creen que tuvo algo que ver? —ha dejado de apoyar la espalda en su cómoda silla de oficina, habiéndose inclinado ligeramente hacia delante, interesado de pronto en el estado de su investigación.

—¿Cuánto hace que tiene esta foto? —cuestiona en un tono tenso el hombre trajeado de delgada complexión, habiéndose acercado al cuadro junto a la mujer que ama, examinándolo con mirada suspicaz.

—Un año o dos —Ricky se inclina ara fijar su vista en el cuadro, pero la mirada llena de melancolía y dolor que hay tras sus ojos azules no pasa desapercibida para la analista del comportamiento, pues es casi incapaz de mirar la fotografía.

—¿Le gustan las campanillas silvestres? —intercede la pelirroja en un tono curioso, intentando manipular el comportamiento de Ricky de manera discreta, a fin de que no se percate de ello, y revele algo importante.

Efectivamente, comprueba que tarda unos segundos en responder, evidentemente, buscando una excusa para la presencia de ese cuadro, y en concreto, de esas flores, en su oficina de trabajo.

—Son bonitas... Son... —hace una pausa, buscando las palabras—. Son flores, así que...

Alec Hardy intercambia una mirada significativa con Coraline Harper, quien asiente levemente, pues ambos han llegado a esa misma conclusión: dedujeron que, quienquiera que enviase la campanilla silvestre a Claire, debía amarla, pero también debía rememorar un evento doloroso del pasado. Asimismo, quienquiera que hubiera enviado la campanilla, podría haber sido el asesino de Pippa y Lisa. Ambos se percatan de que Ricky tiene en su mesa un teléfono de empresa, y deciden comprobar una corazonada que les ha surgido. En silencio, ambos abandonan la oficina de Ricky, con Ellie siendo la única en despedirse del padre de la niña asesinada, cerrando la puerta tras ella. Tras dar unos pasos, alejándose levemente del contenedor que es el lugar de trabajo del hombre corpulento, la mentalista se gira hacia su buena amiga.

—Ell, ¿sigues teniendo el número que encontraste en el móvil de Claire?

—Sí, Cora —afirma la castaña en un tono confuso—. ¿Por qué?

—Llama.

La castaña no discute su sugerencia, pues la mirada que le dirige la taheña es extremadamente seria y urgente, al igual que la mirada parda que su jefe tiene posada en ella. ¿Pero qué mosca les ha picado ahora a estos dos? Odia que se comuniquen en silencio y no le cuenten nada, pero si tan importante es, lo hará. Saca su teléfono, marca el número, y pulsa el botón de llamada. No pasan apenas tres segundos cuando el sonido de una llamada entrante proviene del interior de la oficina de Ricky Gillespie.

"Es demasiada casualidad, pero como alguien dijera una vez: «cuando descartas lo imposible, lo que queda, aunque improbable, debe ser cierto». Por tanto, está claro quién llamó a Claire aquel día, y quien, por tanto, le envió la campanilla silvestre...", los pensamientos de la mujer de piel de alabastro fluyen por su mente como un tren a toda máquina, intentando darle un sentido a todo este caos de pruebas, testigos, y perfiles psicológicos que ha creado. "Si Ricky envió la campanilla a Claire, es debido al hecho de que la ama profundamente, por lo tanto, podemos asumir que se acostaron en alguna ocasión, y probablemente, el bebé que ella estaba esperando, no fuera de Ashworth, sino de él. Pero esa campanilla también expresa un dolor profundo y agónico, además de una angustia infinita, como si el peso de algo cayera sobre los hombros de ambos. ¿Y si Ricky y Claire están más involucrados en el caso de lo que creíamos?". La mujer de cabello carmesí empieza ya hasta a sospechar de su propia sombra, y niega con la cabeza, pues imaginarse todas esas posibilidades, y el intentar empatizar con los sospechosos sin haber obtenido todos los datos, le provoca una horrible jaqueca.

Ellie cuelga el teléfono entonces, y la llamada en la oficina de Ricky Gillespie se corta también. No necesitan más pruebas por el momento, de manera que se dirigen de vuelta a Broadchurch. Puede que lleguen de noche, pero al menos, ya tienen más pistas con las que trabajar sus suposiciones. Más sospechosos y más pistas... Pero ¿quién es el verdadero culpable aquí? Es difícil determinarlo, pero mientras conduce el coche, Ellie Miller está segura de que acabarán por averiguarlo. Porque no van a darse por vencidos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro