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Capítulo 26

Al cabo de varias horas, sobre las 20:14h, cuando el atardecer está dando paso a la noche, Lee y Claire se han puesto en contacto con una agencia inmobiliaria, que les está buscando una casa algo aislada del propio pueblo de Broadchurch, pero sin salir de él. Ahora mismo están visitando una de ellas, de madera blanca y espacioso interior, que no tiene mala pinta. La mujer encargada de la visita, los guía por la casa.

—Es muy tranquila, pero está a seis o siete minutos andando del pueblo, y a cinco de la playa —dice su guía, saliendo al patio trasero, con el matrimonio siguiéndola en silencio—. Hay colegios estupendos —añade, habiendo salido al jardín, el cual linda con la propiedad de otros vecinos: un matrimonio con una hija que salta en una cama elástica.

En cuanto Ashworth y Ripley ven a la familia, quienes los saludan con una sonrisa cordial y encantadora, no pueden evitar que las vivencias de Sandbrook vuelvan a ellos. Es como estar viendo a otra versión de la familia Gillespie, y no pueden soportarlo. Podría repetirse todo nuevamente, y eso significaría que se verían obligados a huir y esconderse nuevamente. Esta vez, además, no cuentan con la protección de Alec Hardy, al menos Claire. De modo, que mudarse a esta casa, queda completamente descartado.

Tras terminar la visita de rigor, el que antaño fuera un matrimonio camina hasta la playa de Broadchurch, donde las olas chocan con la arena de la orilla. El recuerdo de lo sucedido en el pasado llena sus mentes y les impide pensar con claridad. Es como una espina clavada de la que no pueden librarse.

—No podemos hacerlo —es Lee quien pone en palabras lo que ambos están pensando en este momento en concreto: hay demasiado dolor, demasiados recuerdos... No podrían vivir en paz allí. Estarían atormentados cada día del resto de sus vidas.

—¿Entonces qué hacemos?

—Volveré a Francia cuando sea el momento oportuno —sentencia Lee, observando el horizonte—. Podrías venir conmigo, si quieres —añade en un tono esperanzado, desviando su mirada hacia ella.


Son aproximadamente las 22:34h. La noche ya ha caído por completo sobre Broadchurch. Abby Thompson, quien, por descontado, ha tenido una maravillosa experiencia sexual, se ha despertado y se ha preparado un café en una taza con forma de balón de fútbol. Tras salir de la cocina de Oliver Stevens, pasea por la oscura sala de estar. De pronto, algo llama su atención. En la mesa de la estancia hay diversos recibos, y entre ellos, hay uno que indica el ingreso de una importante suma de dinero, lo cual parece ciertamente sospechoso. Rápidamente memoriza los datos del remitente y le cantidad expuesta en el cheque, antes de casi sobresaltarse al escuchar el portazo de la puerta principal cerrándose. La luz se enciende a los pocos segundos, y tras Abby aparece Lucy Stevens. Parece que acaba de terminar su turno en la redacción del Eco de Broadchurch, y ha llegado cansada a casa, colgando su bolso de una de las sillas de la sala de estar.

—Será una broma —observa a Thompson con incredulidad e ira a partes iguales. Por un lado, incredulidad ante el hecho de que su hijo se haya atrevido a traer a esta despreciable mujer, que tanto daño está haciendo a su comunidad a su casa, e ira por el hecho de que camine tan campante por su vivienda.

—Hola —saluda la abogada castaña con una sonrisa lo más inocente posible, sintiendo que la mujer frente a ella parece querer golpearla hasta en el carné de identidad.

—No la quiero en mi casa.

—Bueno, mala suerte —sentencia la abogada en un tono indiferente, como si no le importase lo que esta mujer piense de ella—. Me he tirado a su hijo esta noche —asevera en pocas palabras, contemplando cómo la mirada de Lucy se torna peligrosa, al mismo tiempo que su rostro enrojece por la ira y la vergüenza.

—¿Dónde está?

—Durmiendo... Más bien roncando —responde la mujer, dándole un nuevo sorbo al café—. Y yo despierta.

—¡OLLY! —exclama Lucy, ahora encolerizada, tras salir momentáneamente al pasillo que conduce a las escaleras de la planta superior. Espera que el grito que le ha dado a su hijo sirva para despertarlo, puesto que quiere darle una buena regañina—. ¡Debería darle vergüenza! —le espeta en un tono molesto.

—Eh, no lo hace tan mal...

—Hablo de lo que le está haciendo a este pueblo —sentencia Lucy casi en un gruñido.

—Solo hago mi trabajo —se defiende la abogada en un tono intrascendente.

—¿Qué? ¿Cree que Joe se va a librar? —le espeta en un tono irónico—. ¿Cree que todo este juicio acabará mañana? —añade con una pregunta retórica, intentando soliviantarla mínimamente, pero Abby se mantiene tranquila, como si todo esto estuviera ya escrito.

—Sí, eso espero.

—Odio a los putos abogados —murmura para sí misma la hermana de la agente Miller, antes de volver al pasillo, subiendo las escaleras al primer piso, dirigiéndose al cuarto de su hijo—. ¡Olly! ¡Levántate de una jodida vez y saca a esa mujer de mi casa!


Entretanto, Ellie y Tom que se han vestido con ropa vieja, tal y como ella había indicado, están ahora pintando las paredes del dormitorio principal. El blanco queda mucho mejor que el amarillo mostaza que había en ellas anteriormente. Ni siquiera recuerda cómo la convenció Joe para pintarlas de ese color tan horrible. En fin. Ahora eso no importa. Esta es su casa: de sus hijos y de ella. Él ya no tiene nada que ver con ellos. Y ya ha encargado que, mañana mientras está en el juzgado, le cambien la cerradura de las puertas principal y trasera. Es el momento de limpiar cualquier rastro de Joe en la casa, por pequeño que sea.

Tom pinta enérgicamente, realmente contento por poder hacer una actividad con su madre que le permita desquitar su estrés. Observa la parte superior de las paredes, la cual es la primera que han pintado nada más llegar a casa: ya está seca. Con algo de suerte, está noche terminarán de pintarla y podrán irse a descansar. Mañana, de todas formas, tiene pensado acompañar a su madre al juzgado, pues quiere apoyarla. Es su manera de disculparse por no haber estado con ella, no habiéndola apoyado anteriormente. Y aunque Ellie le ha dicho que no es necesario, aprecia sus buenas intenciones.


Por su parte, Beth Latimer se ha despertado por tercera vez esta noche. Lizzie no para de llorar en sus brazos, por mucho que intenta calmarla. Ya le ha dado el pecho varias veces, la ha hecho eructar y le ha cambiado el pañal, pero continúa sollozando. La joven madre sospecha que, probablemente, se deba a que está acostumbrada a que Mark la acune y la calme. Pero eso por el momento se ha acabado, pues teniendo en cuenta lo sucedido en la vista judicial de hoy, no cree que su matrimonio pueda seguir adelante si su marido no decide cambiar de actitud. Es en ese preciso momento, cuando aún intenta calmarla, que escucha claramente el sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose. A los pocos segundos, Mark asoma la cabeza por el umbral de la puerta de la sala de estar. Ya ha tardado en aparecer... Ha estado fuera prácticamente todo el día, y ni siquiera ha llamado para decir si iba a volver. Ella le dedica una mirada severa, y él, que incluso ahora prefiere evitar discusiones sin sentido, decide marcharse a la habitación a descansar. Beth está poco menos que atónita: ¿es en serio? Después de horas fuera de casa, sin saber si está bien, ¿y decide marcharse como si nada a la cama? Se merece, como mínimo, una explicación al respecto, pero ya la recibirá mañana, o eso espera. Se queda sola en la sala de estar, acunando a su hija, con la esperanza de que, al cabo de un rato, el sueño por fin la llame y ambas puedan descansar.


Alec, que aún no puede conciliar el sueño, tiene la mirada fija en el techo de la habitación. Quiere descansar, pero tras lo sucedido en el hospital, no deja de pensar en lo incómoda y violenta que debe haberse sentido Lina. Decide escribirle un mensaje, por lo que, sin hacer demasiado esfuerzo, extiende el brazo derecho hacia su mesilla de noche, en donde se encuentra su teléfono móvil. Cuando lo desbloquea, para su sorpresa, se percata de que le han llegado nuevos mensajes. Maldice en su mente: tenía el teléfono en silencio debido a las reglas del hospital. Por eso no se ha percatado de la llegada de dichos mensajes. Con un suspiro, decide abrirlos, y para su alborozo, son mensajes por parte de la sargento taheña.

18:30 Siento haberme marchado así del hospital.

18:30 No quería ser un estorbo.

18:30 Bueno, no un estorbo, pero ya me entiendes.

18:30 Ha sido... Incómodo. Y no quería complicar las cosas.

18:40 Estaba muy preocupada. Espero que te encuentres bien.

18:40 Recuerda que tienes que tomar las pastillas durante dos días.

18:40 No me hagas ir allí y hacértelas tragar.

Parece que se los ha escrito hace varias horas, pero conociéndola, puede que esté despierta.

No te preocupes por lo del hospital. 23:12

Lo siento: no sabía que Tess iba a aparecer. 23:12

Entiendo que haya sido incómodo para ti. 23:12

Ahora estoy bastante mejor. 23:12

Y efectivamente, tal y como esperaba, la pelirroja de ojos azules está despierta. No tarda en responder a sus mensajes, y el hombre de delgada complexión siente que el alivio lo recorre. Lee los mensajes, y casi puede escuchar su dulce voz diciendo las palabras.

23:12 Oh, ¡cuánto me alegro de que estés bien!

23:12 Siento no haberte escrito...

23:12 Tenía cosas sobre las que necesitaba pensar.

Sí, yo también necesitaba pensar en algunas cosas. 23:12

Aunque admito que esperaba que me llevases tú a casa. 23:12

He echado de menos nuestras charlas. 23:12

23.12 También yo. Ha sido raro conducir el coche sin hablar contigo.

23:12 Admito que me habría encantado llevarte a casa.

23:13 Siento que no haya sido así.

No te preocupes por eso. 23:13

Y respecto a lo que quería decirte... 23:13

23:13 ¿Sí? ¿Qué pasa, Alec?

El escocés nota cómo le tiembla la mano derecha, con la cual está tecleando en el teclado del móvil. Duda sobre decírselo, confesarle la verdad sobre lo que siente por ella, pero niega con la cabeza: no quiere hablar de un tema de tanta trascendencia a través de mensajes de texto.

No tiene importancia, en serio. 23:13

23:13 Oh... Ya veo.

23:13 Por cierto, Daisy me ha escrito.

23:13 ¿Le has dado mi número?

¿Te molesta? 23:13

23:13 ¡Para nada!

23:13 Es una chica estupenda, y muy curiosa.

23:13 Hemos estado hablando durante horas.

¿Sobre qué? 23:13

¿Algo interesante? 23:13

23:14 De todo un poco.

23:14 Desde referencias frikis, hasta series de actualidad.

23:14 Aunque nuestro tema de conversación central eras tú.

Al leer ese último mensaje, al hombre de cabello castaño y vello facial lo recorre un escalofrío. Espera que Daisy no se haya ido de la lengua o haya dicho algo extraño. El corazón le palpita en el pecho, esperando a que ella continúe escribiendo.

23:14 Es muy divertida.

23:14 Tiene la teoría de que estás enamorado de mí.

Ay. Dios. Mío. Alec cierra los ojos con fuerza. En cuanto recupere las fuerzas, cree que va a matar a Daisy. La va a matar a cosquillas hasta que se quede sin aire y le ruegue clemencia. Entonces se la denegará, y seguirá haciéndole cosquillas. Ni siquiera sabe qué responder ante esos mensajes, aunque si supiera que, al otro lado de la pantalla, la taheña de ojos azules tiene el corazón en el pecho, esperando su respuesta, probablemente acabaría por confesárselo todo.

De modo que te ha dicho eso... 23:14

Vaya con Daisy. 23:14

Cómo le gusta bromear. 23:14

Casi en el mismo momento en el que escribe esos mensajes, quiere golpearse a sí mismo.

23:16 Eso mismo he pensado yo.

23:16 Quiero decir, somos amigos, ¿verdad?

Claro que somos amigos. 23:16

Le encantaría decirle la verdad, pero no se ve a sí mismo con las agallas suficientes, al menos de momento, para confesárselo. Quizás surja otra oportunidad, pero antes siquiera de poder planteárselo, recibe algunos mensajes por su parte. Esto sella su destino.

23:18 Se está haciendo tarde. Deberías descansar.

Buenas noches, Lina. 23:18

23:18 Buenas noches, Alec.

Alec bloquea el teléfono y tras dejarlo sobre la mesilla de noche, cierra los ojos con pesadez, y siente las lágrimas agolparse en sus córneas.

"¿En qué estaba pensando? Debería haberle dicho que Daisy decía la verdad... ¿Por qué lo he justificado como una broma? Estoy en la zona amigos, y todo por culpa de mi cobardía", piensa, claramente mortificado ante sus propias acciones. "Ahora sí que he perdido por completo cualquier oportunidad que pudiera tener con Lina... Dios. Soy un idiota". Las lágrimas caen por sus mejillas incluso cuando intenta impedírselo. Se coloca tumbado sobre el costado derecho, dándole la espalda a la puerta de la habitación. No quiere que su exmujer, que continúa en su casa, despierta aún, lo vea sollozar.

Por su parte, Tess, que efectivamente, sigue despierta, comienza a revisar todos los archivos que hay colocados en la pared de su exmarido mientras se toma un café. No reconoce su letra en las notas adhesivas, por lo que deduce que será o bien de Coraline Harper, o bien de Ellie Miller, pues como le ha comentado, ellas son las artífices de este despliegue de información. Comprueba los datos y las conexiones, y se sorprende gratamente con el nivel de profesionalidad y análisis de ambas compañeras. Se dedica a observar el perfil psicológico que hay colgado en la pared sobre Ricky Gillespie, y le sorprende lo completo que es, incluso detallando alguna hipótesis sobre su nivel de involucre con Claire Ripley y Lisa Newbery. Evidentemente, es obra de la analista del comportamiento de cabello carmesí. Asimismo, la subinspectora le echa un vistazo a la información que han recogido sobre Thorp Agri Services, así como sobre el hombre al que vieron merodeando por la zona del adosado de los Gillespie. No puede sino admirar el trabajo que han realizado, pues han sido realmente concienzudas. Probablemente, estará toda la noche despierta revisando cada detalle de su investigación, pero al ser una subinspectora, está acostumbrada. Es parte de su trabajo.


Mientras tanto, a varios kilómetros de allí, la joven mentalista de cabello carmesí ha dejado el teléfono móvil sobre la mesilla junto a su cama. Está sentada en la cama, con las rodillas contra el pecho, como tantas veces ha visto hacer a su adorado jefe. Esperaba que su charla con Daisy tuviera algún tipo de verdad tras ella, pues la adolescente le había asegurado mientras charlaban que su padre estaba enamorado de ella. Al intentar confirmarlo, sin embargo, Alec lo ha interpretado como una broma inocente, y ella, como una idiota, se ha encasillado a sí misma y a él en la zona amigos. No ha pensado siquiera en confesarle lo que siente por él. Pero claro, tras lo sucedido en el hospital, y a pesar de los ánimos que le han dado su madre y su buena amiga, no se ha atrevido a hacerlo.

"¿En qué estaba pensado? Claramente no iba a admitir algo así por las buenas, y soy tan imbécil que nos he encasillado a ambos en la zona amigos. Probablemente, al llamarnos «amigos», he truncado todas sus esperanzas acerca de nosotros", piensa erráticamente, maldiciendo para sus adentros su nula sagacidad. "He perdido mi oportunidad, y no creo que vaya a presentarse otra, al menos por el momento. Menuda idiota soy...".

Suspira pesadamente, pues, como ella misma ha dicho esa tarde, en caso de que no consiguiera confesar sus sentimientos, se contentaría con permanecer a su lado como amiga... Aunque, de presentarse la oportunidad, no la dejará escapar. Eso seguro. Con un ademán algo cansado tras todas las emociones que le ha tocado vivir hoy, la taheña de piel de alabastro se despoja de su ropa de trabajo, y se cambia, colocándose el camisón, antes de sumergirse en la calidez de las sábanas, con el recuerdo de la noche en el hotel de Sandbrook aún fresco en su mente. Cierra los ojos, dejando que el mundo de los sueños oníricos la lleve de la mano, intentando evocar el recuerdo de cómo se sentían los brazos del hombre que ama alrededor de su cuerpo, sujetándola y protegiéndola de todo mal.


El lunes 27 de mayo llega rápidamente, y el plazo del aplazamiento vence en la sesión del juicio que deberá celebrarse hoy. Tras prepararse a conciencia, Jocelyn Knight entra a la sala del juzgado número uno a las 08:30h, junto a Ben Haywood. Tienen que conseguir que se desestime el sobreseimiento del caso, como sea. No pueden perder esta pelea, o de lo contrario, será imposible ganar la guerra. Una vez dentro del tribunal, la veterana abogada se mantiene en su habitual asiento, observando por la periferia de su visión que Sharon Bishop y su socia, Abby Thompson, entran a la estancia. El jurado y los visitantes del caso entran entonces a la sala del tribunal, con Coraline Harper sentándose junto a Ellie Miller. Los Latimer, Beth y Mark, se han sentado juntos en su habitual tribuna, y con ellos se encuentra Nige Carter. Cerca de ellos, Lucy Stevens se ha sentado junto al reverendo, Paul Coates. Maggie Radcliffe está sentada junto a Oliver Stevens, al otro lado de la jaula de cristal en la que se encuentra Joe Miller.

Ambas abogadas se levantan de sus respectivos asientos, y Jocelyn procede con su alegato.

—Ninguna prueba se vio comprometida, ni hubo intimidación física —expone de forma clara y concisa, habiendo entregado las pruebas y declaraciones a la jueza Sharma antes del inicio de la sesión—. Tenemos una declaración jurada del agente que estuvo presente: fue, en resumidas cuentas, un desafortunado incidente —recalca palabra a palabra—. Pero el proceso judicial puede seguir su curso —asegura en un tono confiado—. Esto no significa que el acusado no vaya a tener un juicio justo.

—Está claro que ha habido fallos en esta investigación y en la conducta de los agentes —comienza la jueza Sonia en un tono solemne—, pero opino que, aun así, el acusado puede seguir teniendo un juicio justo —asevera de manera serena, paseando su vista por la sala—. Así que, por eso, voy a denegar su solicitud, Sra. Bishop —todos los presentes en la sala parecen respirar aliviados en cuanto esas palabras salen de su boca.

—Gracias, Señoría.

Ellie y Cora intercambian una mirada aliviada, y se dan la mano, realmente contentas porque la jueza haya desestimado la petición de la defensa. Los Latimer por su parte se miran, aliviados y felices. Maggie Radcliffe, sentada en la tribuna junto a Olly, no puede dejar de observar a Jocelyn con orgullo. Una vez la sesión se suspende para ser retomada al día siguiente, cerca de las 09:00h, Ellie y su buena amiga salen a tomar el aire, al igual que muchos de los involucrados en el caso, entre ellos el equipo legal de Joe, que se retira a una de las pasarelas interiores para hablar con más tranquilidad.

—No pienso perder contra ella, Abby —le asegura la mujer negra a su compañera en un tono decidido—. Vamos a luchar hasta el amargo final —sentencia, tomándose un café de la máquina expendedora junto a su socia, quien nada más escuchar su determinación, asiente con la misma confianza, pues ella tampoco está dispuesta a perder ante el equipo legal de la familia.

—Creo que tengo algo —menciona Abby de pronto, recordando aquella carta y cheque que encontró la noche anterior en la casa de Lucy Stevens—. Podría ser jugoso —observa la mirada llena de confusión y curiosidad de su jefa, y procede a contarle aquello que ha descubierto en las horas previas a su presencia en el juicio.


Jocelyn Knight baja las escaleras del juzgado de Wessex acompañada por Ben y Maggie. Los tres sonríen por su más reciente victoria. No pueden evitar felicitarse por haber conseguido truncar los planes de la defensa de Miller.

—¡Lo has conseguido! —la halaga la editora del periódico, posando la mano derecha en el hombro izquierdo de la abogada de cabello rubio-platino, provocando que la letrada sonría—. ¡Has vuelto a coger las riendas!

—Por unos buenos carbonara —la abogada de ojos verdes devuelve el cumplido, haciendo alusión a lo mucho que han estado trabajando este fin de semana, leyendo, grabando y memorizando los archivos del caso para conseguir la desestimación del sobreseimiento del caso. Los tres se carcajean nada más escuchar sus palabras—. Tenemos mucho trabajo que hacer —añade, antes de meter la mano izquierda en su bolso, buscando algo—. Ah, por cierto, os he comprado esto —saca de la bolsa una caja de galletas, y sus compañeros se sorprenden gratamente.

—¡Todavía hay milagros...! —se maravilla Maggie.

—Vaya, muchísimas gracias —agradece el joven abogado de cabello rubio, tomando en sus manos la caja de galletas.

En ese preciso momento, el teléfono de la abogada de cabello rubio-platino empieza a sonar, indicando la llegad de una llamada entrante. Reconoce el tono, pues es el que le ha adjudicado al personal de la residencia en la que su madre se hospeda. Contesta el teléfono con un ademán tranquilo y ciertamente alegre, pues aún está intoxicada de felicidad por su reciente victoria en el tribunal.

—¿Diga?

—Sra. Knight, soy Andrew Darlington, de la residencia —se presenta su interlocutor con un tono educado y bajo, aunque la letrada detecta un leve resquicio de nerviosismo en su voz.

—Oh, estoy trabajando —comenta en un tono casual la abogada—. ¿Podría llamarme luego?

—Me temo que no —niega Andrew en un tono suave, como si estuviera preparándose para darle las noticias más duras de su vida—. Su madre ha sufrido una caída —en cuanto escucha esas palabras, el rostro de Jocelyn se queda blanco como la cal—. Lo siento, pero no hemos podido hacer nada por ella: ha fallecido.

La abogada de ojos oliva traga saliva, intentando mantener la compostura, y cuelga la llamada. Decide que, después de salir del juzgado y dejar algunos de sus enseres de trabajo en casa, se acercará a la residencia para identificar el cuerpo y aprobar que le realicen la autopsia y los demás procedimientos pertinentes.


La analista del comportamiento ha salido de la sala del juzgado de Wessex junto a su compañera de cabello castaño. La controladora de tráfico se ha asegurado de conseguirles a ambas unos cafés, y a los pocos segundos, tras comprobar que la taheña está apoyada en la barandilla de cristal, se acerca a ella, entregándole el cappuccino. La madre de Tom decide llamar a Hardy para comunicarle lo que ha descubierto con respecto a Claire, así como el devenir del juicio. La muchacha de veintinueve años, que está tomándose el cappuccino con evidente satisfacción, se mantiene a la escucha.

—Hola, Ellie.

A diferencia de lo que la castaña esperaba, es Tess quien contesta al teléfono de Hardy. Se vuelve hacia su amiga de cabello carmesí, gesticulando con la boca el nombre de la subinspectora, lo que provoca que la muchacha asienta lentamente, antes de rodar los ojos, cruzándose de brazos. Está claro que a Cora no le agrada demasiado que Henchard haya decidido quedarse con Alec, y teniendo en cuenta sus sentimientos personales al respecto, a Ellie no le extraña.

—Oh, esperaba que lo cogiera él —dice la controladora de tráfico cordialmente.

—Está dormido —responde la mujer morena al otro lado de la línea, en un tono bajo

—Vale... Dile que el juicio sigue en marcha —rápidamente, la castaña de ojos rizados decide ponerla al día—. Pero, además, y tú también tienes que saberlo, Claire Ripley me ha enseñado una fotografía: llevaba puesto el colgante de Pippa —le cuenta, economizando en palabras tanto como le es posible—. Cora ha advertido que, probablemente, hemos enfocado este asunto desde la perspectiva errónea: ¿y si el colgante nunca fue de Pippa? ¿Y si era de Claire?

Tess reflexiona sobre lo que la joven sargento ha expuesto, y concede que, con casi toda probabilidad, tiene razón. Probablemente el colgante fuera originalmente de la peluquera, y por ello, necesitan recuperarlo. Como sea. Pero primero, necesitan ver esa fotografía y comprobar esa hipótesis por parte de la joven de veintinueve años.

—Creo que la teoría de Coraline tiene serias probabilidades de ser correcta —alaba, y Ellie abre los ojos por la sorpresa, como si no se esperase esas palabras, pues teniendo en cuenta lo sucedido ayer, pensaba que sentía una gran animosidad respecto a su amiga—. ¿Puedes hacerte con la fotografía?

—Está en su muestrario: en su casa.


A varios kilómetros de allí, en su pequeña y acogedora casa de madera, Claire, que ha estado toda la noche reflexionando sobre cuál debe ser su siguiente paso, observa la fotografía que tanto llamó la atención de Ellie ayer. Se observa a sí misma, sonriéndole a la cámara, con el colgante al cuello. Entonces, es cuando los recuerdos de lo sucedido hace varios años llegan a su mente.

Tess está besándose con Dave en el aparcamiento del hotel. Lleva la prueba clave del caso de Sandbrook en su coche, precintada, en una bolsa dentro de su bolso. Han decidido celebrar el éxito de lo cerca que se encuentra la resolución del caso con una sesión de sexo apasionado. Ambos están engañando a sus cónyuges, pero no les importa, al menos, no en este momento. El remordimiento ya vendrá después, como siempre lo hace. Aunque en el caso de Tess, hace mucho que dejó de pensar en ello. Continúan besándose, hasta que una leve alerta aparece en su mente: ¿y si alguien del departamento los ve? ¿Y si algún familiar suyo los ve?

—Aquí no —rompe el beso, acariciando amorosamente el rostro de Dave—. Alguien podría vernos —añade, y él asiente al momento, tomándola de la mano, encaminándose al hotel, después de que ella bloquee el coche.

Sin embargo, unos minutos más tarde, alguien que estaba vigilando el aparcamiento desde las sombras, se acerca al coche de la subinspectora. Con un objeto contundente, lo que parece un bate, rompe el cristal de la ventanilla trasera. La alarma antirrobo del coche empieza a sonar como loca, pero al ladrón no le importa. Está vestido enteramente de negro, y porta unos guantes que hará imposible su identificación por huellas dactilares. Retira los trozos de cristal del asiento y el bolso, rebuscando en su interior. Finalmente, lo encuentra: el colgante con forma de corazón.

Una vez lo tiene en sus manos, se asegura de sustraer también algunos efectos personales, de modo que parezca un hurto sin importancia. Cuando ya está satisfecho, el ladrón se aleja del coche de la agente de policía, habiéndose colocado una chaqueta con un gorro negro que oculta su rostro. Claire Ripley desaparece entonces del escenario del crimen, llevándose con ella la prueba clave del juicio de Sandbrook.

La mujer morena de ojos verdes parpadea en varias ocasiones, logrando volver a enfocarse en el presente, y no en su pasado. Con un ademán escalofriantemente tranquilo, la peluquera sujeta la fotografía sobre el fregadero de la cocina en su mano izquierda, mientras que en la derecha sujeta un mechero de gas. Sin miramientos, enciende la mecha, y comienza a quemar la fotografía. Una vez empieza a quemarse, la llama expandiéndose por ella, la mujer de piel clara y ojos oliva deja caer la foto en el fregadero, antes de desaparecer del lugar.


Tess es quien responde a la puerta cuando la sargento pelirroja llama, y Coraline se encuentra parpadeando sorprendida cuando la puerta se abre, con tres vasos de bebida en sus manos: una tila y dos cappuccinos.

—Oh, hola —dice de forma nerviosa, obviamente algo intimidada por ella. Rápidamente se reafirma: la subinspectora ha hablado con Ellie por teléfono hace una hora. ¿Qué más esperaba? ¿Que se fuera?

—Buenos días —dice Tess, e incluso lo acentúa con una sonrisa, por si las propias palabras no bastan para distinguirla del verdadero propietario de la casa—. Todavía está dormido.

—Vaya, ¿un «buenos días»? Eso es nuevo —de alguna manera, la sonrisa de Tess en respuesta parece una bienvenida más fría que la habitual sonrisa brillante con la que Alec la recibe. La chica de pelo brillante pasa junto a Tess al salón y empieza a desabrocharse los botones de la chaqueta—. He ido rápidamente a la casa de Claire después de salir del juzgado —comenta en un tono serio—. Se ha ido y el lugar está vacío.

Sólo cuando mira a Tess, con la chaqueta completamente desabrochada, se da cuenta de que, técnicamente, no la han invitado a entrar. Se sonroja mucho. Y a juzgar por la forma en que Tess la mira, sus acciones tampoco han pasado desapercibidas para ella.

—Oh, lo siento —murmura la chica de ojos cerúleos—. Normalmente suelo entrar sin más —sólo cuando las palabras salen de la boca de la mentalista, ésta se da cuenta de lo íntimas y extrañas que suenan. Casi parece que ella y Alec tienen una relación.

Sonríe cohibida. Si se tratara de otra persona, podría parecer una grosería, pero al llevar tanto tiempo trabajando y siendo amiga de Alec, nunca había pensado tanto en ello hasta ahora.

—No es mi casa —dice Tess mientras levanta las manos y se encoge de hombros. Aunque diga eso, la analista de comportamiento sigue sintiéndose como una intrusa, y comprueba que hay un cierto ademán de celos en el tono de la morena mientras habla—. Veo que has traído café —advierte, mirando las tres tazas que la joven de veintinueve años ha colocado en la mesa del salón.

—Oh, espero que no te importe: pensé que te vendría bien un cappuccino —dice la sargento taheña con una sonrisa nerviosa—. También he traído una tila para Alec —casi siente la necesidad de meterse debajo del sofá para ocultar su cara de vergüenza, al notar la mirada crítica con la que Henchard la observa—. Lleva un tiempo tomándola, y mi madre quería desearle una sana recuperación —Coraline sabe que no tiene que dar explicaciones a la exmujer de Alec, pero siente la necesidad de hacerlo. No quiere tener una rivalidad con ella.

—Gracias —Tess acepta finalmente el ofrecimiento, y sujeta una de las tazas de cappuccino en sus manos. Toma un sorbo y sonríe encantada—. ¿Cómo sabías que me gusta el cappuccino? —cuestiona bastante impresionada—. Seguramente no lo habrás deducido por mi comportamiento, ¿verdad? —Tess bromea con una sonrisa, pero cuando se da cuenta de que la joven no se ríe, abre la boca y los ojos, estupefacta—. No puede ser... ¿lo has hecho?

—Oh, no, no... Sólo estaba bromeando —se excusa la analista de comportamiento con una sonrisa, logrando que la morena suspire aliviada—. En realidad, ha sido Daisy quien me lo ha comentado...

Tess se siente intrigada por ese nuevo dato, ya que no esperaba que su hija hablara tan libremente con esta joven sargento. Pero, al fin y al cabo, parece bastante difícil guardarle rencor, y eso es algo que está empezando a ver ahora, aunque no puede dejar que un leve sentimiento de animosidad continúe presente en su interior.

—Déjame adivinar: se quedó extasiada cuando se enteró de que a las dos nos gusta el cappuccino —Tess sonríe con cariño.

—Tienes toda la razón —afirma la mujer de ojos azules con una sonrisa.

—Esto está muy bueno: ¿ha preparado tu madre las bebidas?

Tess intenta charlar con esta chica que obviamente ha capturado el corazón de Alec y, sorprendentemente, no encuentra a la chica repugnante, pero al mismo tiempo no puede deshacerse del sentimiento de celos en su corazón. Es como si la chica le gustara y le disgustara al mismo tiempo. Las emociones son ciertamente complicadas...

Tras recibir un gesto de asentimiento por parte de la taheña, la mujer de pelo negro se aleja para mirar la pared llena de papeles y notas adhesivas. La joven se queda atrás para colgar su chaqueta en el respaldo de una silla. La puerta del dormitorio está abierta y la muchacha de ojos cerúleos echa un vistazo al rostro dormido del hombre al que ama antes de apartar la mirada. Es una tontería: ya se ha sentado junto a su cama en el hospital dos veces, y han compartido cama en un hotel, pero de alguna manera, con Tess pululando por el salón, Cora siente que está a punto de hacer algo que no debería. Es lo mismo que sintió cuando la de ojos verdes se presentó en el hospital. La misma sensación de inferioridad y de intromisión. Ese sentimiento que le decía que no debía estar a su lado.

La mentalista sacude rápidamente la cabeza, liberándose de esos pensamientos, y se une a la subinspectora, que sigue mirando la pared llena de notas y papeles por igual.

—Como iba diciendo— prosigue la joven—, Claire se ha ido y la casa de campo está vacía, pero de hecho he encontrado un montón de ceniza en el fregadero —la informa rápidamente, habiéndose cruzado de brazos—. Es evidente que ha quemado la foto.

—¿Estás segura de que era el mismo colgante? No tenía un aspecto precisamente único —pregunta la mujer de cabello oscuro y piel sonrosada, con la mirada todavía fija en la pared.

Coraline siente que la molestia la invade, pero respira profundamente para calmarse.

—Estoy completamente segura: tengo una excelente memoria eidética —asegura en un tono confiado—. Además, cuando estuve en su casa, me di cuenta de que los Gillespie tienen una foto de Pippa con él puesto —declara cada argumento de manera clara y concisa—. Por si fuera poco, según me ha contado Ellie, Claire se comportó de forma muy extraña cuando vio la fotografía. Probablemente no recordaba que la foto estaba allí. Sin embargo, ahora la ha quemado, y eso sólo puede significar que...

—Claro —dice Tess, interrumpiéndola a mitad de la frase. La forma en que habla es una forma vaga que puede significar «tienes razón» o puede significar «si tú lo dices». Provoca que la taheña apriete los dientes—. Bueno, ahora no podemos probarlo.

Cuando la mujer de cabello oscuro está a punto de poner un poco de azúcar a su cappuccino, la chica de pelo carmesí coge rápidamente el cuenco de azúcar de su lugar habitual, pues ya conoce la casa del escocés casi como la palma de su mano. La mentalista puede sentir que Tess la observa de cerca, y la perspectiva de tener que justificar esto también la irrita.

—Sabes, es divertido —la subinspectora continúa, ahorrándole a Coraline el esfuerzo de romper el silencio—. No estoy segura de que Alec haya hecho nunca un amigo del trabajo. Tú y Ellie Miller podríais ser las primeras —lo dice con una sonrisa conspiradora y las cejas levantadas, como si se tratasen de dos amigas, cuchicheando sobre alguien a quien conocen. La taheña no quiere entrar en ese juego espinoso—. Tampoco estoy segura de que se haya encariñado alguna vez con alguien que haya trabajado con él, a excepción de mí, claro —esa última frase la dice con una sonrisa maliciosa y una mirada crítica dirigida a la joven con piel de alabastro—. Rememorando el pasado, creo que casi todo el mundo en nuestro departamento lo odiaba.

La analista del comportamiento intenta ignorar la pequeña burla que le ha lanzado Tess y decide encogerse de hombros de forma inocente. Sonríe con cierta tristeza.

—Bueno, siendo sinceros, la mayoría de mis compañeros de la academia me odiaban por mis habilidades analíticas, y lo mismo ocurre con parte del departamento de policía de Broadchurch, así que supongo que estamos bien avenidos.

La exmujer de Hardy, cuya mirada ya se ha desviado hacia la pared del salón, no está en absoluto preparada para este nivel brutal de honestidad por parte de una casi desconocida, así como por su respuesta ante su malintencionada burla, motivada únicamente por los celos que aún siente en su interior.

Esta es la tercera vez que Cora se encuentra con Henchard, y aparte de su reticencia a reabrir el caso, la mujer de pelo oscuro parece una persona agradable. Sin embargo, como experta analista del comportamiento que es, la pelirroja no ha podido evitar notar esa capa de frialdad que se esconde bajo su habitual disposición amable y su calidez.

Sabe que Tess la está evaluando, como si quisiera aseverar si es adecuada para Alec. Ella está haciendo exactamente lo mismo con la mujer de ojos verdes, como si intentase determinar eso mismo.

"Dios: parecemos dos adolescentes con un encaprichamiento", no puede evitar que ese pensamiento aparezca en su mente, sonriendo para sus adentros ante esa comparación. "Detectives... ¿Cómo puede alguien soportarnos?".

La subinspectora, que pasa delicadamente los dedos por el mapa de Sandbrook que hay en la pared, exhala profundamente, antes de volverse hacia la joven que está detrás de ella, sonriéndole con lástima.

—Realmente os ha metido a ti y Ellie en esto, ¿no es así?

El sentimiento de defensividad brota nuevamente, y Coraline se yergue un poco más. Objetivamente, puede ver de dónde proviene la preocupación. Es un caso desagradable, y Henchard ha visto hacerle cosas horribles a quienes se acercan a él. A seis metros de distancia duerme un hombre que ha estado, literal y figurativamente, a punto de ser aplastado por él.

—He pasado por cosas mucho peores en mi pasado —afirma la chica con piel de alabastro y ojos azules con una seguridad que casi parece desafiante, pues no es una chica indefensa. La mujer de cabello oscuro recuerda automáticamente los tweets que ha leído sobre lo que le ocurrió a esta chica en particular con el presunto asesino de Danny Latimer, y no puede evitar sentirse avergonzada—. Además, Ellie necesita algo en lo que centrarse que no sea el juicio —añade antes de suspirar—. Las dos lo necesitamos.

—Ya veo... Siento haber sacado el tema —Tess se disculpa, habiendo agachado el rostro, pero cuando lo levanta para mirar a la muchacha a los ojos, recibe una de las dulces sonrisas características de la mentalista, que es su forma de decir, «no te preocupes». Cada vez empieza a serle más complicado el guardarle una cierta animosidad a esta joven—. ¿Cómo va el juicio?

—Es una mierda —dice la joven con franqueza, negando con la cabeza.

—Nunca son fáciles —concuerda la mujer de ojos verdes.

La pelirroja cree que decirlo así es quedarse corto. Estar en un juicio así, es tener tu propio momento de debilidad expuesto ante todo el mundo, y ver cómo se retuerce y se manipula para convertirlo en otra cosa. Es ver la vida de aquellos, a los que has empezado a querer, hecha trizas día tras día. Sí, definitivamente, decir que «nunca son fáciles», es un eufemismo.

—Supongo que Alec ya te ha contado lo que realmente pasó cuando... —se interrumpe momentáneamente— ...el colgante de Pippa fue robado, ¿verdad? —pregunta Henchard de forma vaga, casi como si esperara que la joven que ahora está a su lado se riera de ella y la vilipendiase.

—Yo estaba allí cuando habló con los periodistas —admite la sargento con un tono de voz bajo, antes de fijar la mirada en la exmujer del escocés—. No hizo falta que me lo dijera directamente: lo deduje antes de que lo revelase.

La mujer de ojos verdes mira con nostalgia y tristeza a la mujer de la que Alec está enamorado. Incluso dejó que Coraline le acompañara en un momento tan íntimo... Confió en ella lo suficiente como para contarle la verdad sobre su pasado.

El hecho de que confiase tanto en esta joven como para contarle aquellas vivencias tan personales es algo que, en sus muchos años de matrimonio, nunca hizo con ella, pues siempre sintió que había un muro que los separaba. Claro que, ella misma se encargó en parte, se erigir ese muro.

En ese mismo momento, ambas mujeres llegan a un punto de entendimiento mutuo.

Por un lado, Coraline entiende ahora por qué Tess se muestra tan recelosa de este caso, tan poco dispuesta a involucrarse. Esa es la respuesta más habitual al fracaso y a la culpa: correr lo más rápido posible en la dirección opuesta con la esperanza de dejarlo atrás. La sargento Harper no puede culparla, ya que es exactamente lo que habría querido hacer cuando tuvo que testificar contra Joe como resultado de sus propias experiencias traumáticas. Comprende que, en cada historia hay dos partes involucradas, y Alec, por desgracia, probablemente no esté exento de culpa en lo que se refiere al deterioro de su matrimonio, pues debió enfocarse exclusivamente en el caso, pero eso no excusa el comportamiento de Tess. A pesar de ello, entiende los motivos que llevaron a la morena a cometer adulterio, ya que comprende lo torturada y poco querida que debió sentirse, cuando su marido estuvo centrado en el caso durante semanas.

La chica de ojos cerúleos mira por encima de su hombro, hacia el dormitorio, donde puede distinguir el pálido rostro del hombre que ama, encima de una pila de almohadas. Parece más contento mientras duerme que cuando está despierto. Ella sabe que, un hombre tan dedicado a su trabajo, sólo lo pondría en peligro por algo que ama aún más. Se lo ha demostrado tantas veces ya, que puede afirmar con seguridad que Alec Hardy es un gran hombre. Siente una oleada de afecto y amor en su pecho, y con él, la energía necesaria para afrontar este caso. Puede ser tentador, pero Coraline Harper no va a huir. Le hizo una promesa a Alec, y piensa cumplirla, cueste lo que cueste.

Por otra parte, Henchard comprende ahora cómo ha llegado su exmarido a amar a esta singular joven. También puede entender por qué la joven de ojos azules está tan empeñada en resolver este caso, ya que sabe perfectamente cuánto dolor ha causado a los implicados en él, incluido Alec. Como la persona de buen corazón que ha demostrado ser, no puede evitar echar una mano, aunque eso signifique aguantar a alguien como la de cabello oscuro, que desde el momento en que la ha visto, ha intentado hacerla sentir inútil e insignificante. La pelirroja es claramente mejor persona que ella, y la madre de Daisy puede verlo ahora: se ha comportado como una niña malcriada, sin pensar siquiera en los sentimientos de los demás, salvo los suyos propios.

Haciendo malabarismos con su taza de cappuccino en la mano derecha, la chica de veintinueve años recoge los archivos del caso del sofá, y los lleva a la mesa situada en la parte delantera de la habitación, justo debajo de la ventana, bajo la atenta supervisión de la subinspectora.

—Bien —anuncia tras carraspear—. Será mejor que nos pongamos a trabajar.

Tess asiente con la cabeza, antes de ponerse manos a la obra, a fin de ayudar a la taheña de piel clara. Comienza a comparar perfiles, archivos y papeles con la joven sargento. Mientras trabaja con la joven, la mujer de ojos verdes sólo puede pensar en que está dispuesta a hacerse a un lado, para que esta dulce relación florezca. Ya ha aceptado la derrota.

Ellie, que estaba asegurándose de que Fred y Tom estuvieran a buen recaudo con la canguro, aparece en casa del inspector escocés a los pocos segundos, sorprendiéndose exponencialmente al comprobar lo armoniosamente que parecen trabajar la subinspectora y su buena amiga. Tras colgar su chaquetón naranja del perchero cercano, se apresura a echarles una mano.


Claire Ripley está recostada en la cama de una clínica, hablando con una persona que la observa detenidamente. El tono de voz de la morena de ojos verdes es suave, bajo, confidente. Confía por completo en la persona que está con ella, y por eso mismo, ha decidido contar con él para que la ayude.

—Te pasas la vida pensando que estás completa, y entonces conoces a alguien y te das cuenta de que solo eres la mitad de algo —comienza a reflexionar en voz alta, antes de suspirar y sonreír—. Y la gente se ríe de ello, diciendo «¿has conocido ya a tu otra mitad?». Y luego, cuando conoces a esa persona, sabes que es cierto —un tono melancólico queda arraigado en sus palabras, y la sonrisa, hace unos segundos esperanzada, se ha tornado triste—: solo estás completo cuando estáis juntos... —cierra los ojos con pesadez antes de desviar la mirada—. Nunca acaba bien, ¿verdad?

—¿El qué? —cuestiona el hombre frente a ella con un marcado acento escocés, retirándole un mechón de pelo de la frente, colocándoselo al costado, tras la oreja.

—El amor —responde ella en un tono suave—. Te hace fuerte y luego te destroza —asevera, como si ella supiera perfectamente a qué se refiere—. Pase lo que pase, una mitad siempre pierde a la otra.

—Está bien —intenta calmarla el hombre trajeado, recostado de costado a su lado.

—No, qué va...

—Está bien... —insiste el de cabello lacio, observándola apenado.

En ese preciso momento, Alec Hardy abre los ojos abruptamente. Un sueño. Era solamente un sueño de su pasado. Un recuerdo de un momento que le tocó vivir con Claire. Recordando los eventos de la noche, gira su rostro hacia la izquierda, a la puerta de su habitación, y se sorprende gratamente al encontrar a su querida Lina allí, sentada frente a la mesa de la ventana. A su derecha se encuentra Tess, y ambas parecen absortas en algo en concreto. Detrás de su brillante subordinada, el escocés de ojos pardos puede ver la silueta ligeramente definida de Miller.

—¿Qué pasa?

En cuanto las tres mujeres escuchan su voz, fijan su atención en él. El escocés siente que un ramalazo de alegría y cariño lo llena por dentro en cuanto Coraline gira su rostro hacia él, dedicándole una de sus dulces y bellas sonrisas.

—Buenos días —dice Henchard en un tono amable. Tiene una taza en su mano derecha, mientras revisa unos archivos, y por un momento parece intercambiar una mirada cómplice con la pelirroja antes de acercarse hacia la cocina—. Ahora te llevo la tila —comenta en un tono casual mientras él se incorpora de la cama—. Tara la ha preparado para ti, y Cora la ha traído —añade, antes de escucharse el característico sonido del microondas funcionar.

El escocés frunce el ceño mientras se levanta de la cama, esforzándose por ponerse el jersey con un solo brazo, pues no debe hacer movimientos bruscos ni alzar el izquierdo por encima de la cintura. No entiende cómo es que Tess parece de pronto más cómoda con la pelirroja, ni cómo es que ahora la llama por su nombre de pila... Claro que, por suerte, su abreviatura cariñosa solo la usan Tara y el. Aun así, es totalmente sorprendente. Parece que ambas quieren mantener una relación cordial por algún motivo. La mente femenina le provoca ligeros escalofríos. Espera que no hayan malmetido en su contra mientras estaba durmiendo.

Ellie Miller le sonríe amablemente, habiéndose quedado de pie junto a su querida taheña, quien continúa sentada frente a la ventana. Ésta lo observa con una mirada amable y cariñosa al mismo tiempo, y por un momento, el escocés piensa que va a salírsele el corazón por el pecho.

—Buenos días, Alec —dice la muchacha en un tono dulce, saludándolo.

—Buenos días, Lina —responde él por costumbre, antes de sentir que ambos se ruborizan, pues son perfectamente conscientes de que están, en cierta forma, manteniendo una conversación algo intima frente a Tess, quien ahora tiene el vaso de tila en su mano derecha, removiendo su contenido con calma, pero ésta no parece molesta por ello, al menos que él pueda captar.

La analista del comportamiento, sin embargo, a pesar de que puede ver una enorme cantidad de resignación y aceptación en la mirada y comportamiento de la subinspectora, no puede evitar detectar un resquicio, aunque mínimo, de celos. Con presteza, la joven de piel clara se levanta de la silla y se apoya en la estantería cercana cuando Alec pasa a su lado, colocándose aún el jersey, antes de sentarse en una silla de la cocina que Ellie ha colocado con anterioridad. El hombre con vello facial se percata de que hay una chaqueta colgada del respaldo, y la reconoce al momento, pues es parte del uniforme de sargento de su protegida.

—Claire ha dejado la casa, y he encontrado una pila de cenizas en el fregadero —la sargento que se dedica al análisis del comportamiento procede a informar a su jefe sobre los recientes acontecimientos—. Está claro que es allí donde ha quemado la fotografía en la que se la veía con este colgante —una vez su compañero y protector se ha sentado en la silla con el respaldo acolchado, la joven le entrega una fotografía de la hija de Cate y Ricky.

—¿Estás diciendo que el colgante de Pippa, en realidad era de Claire?

—Es la conclusión más lógica —afirma la joven mentalista.

—Aquí tienes —Henchard le hace entrega a su exmarido de la tila preparada por Tara.

—Claire lo llevaba en la fotografía que vi —asiente la castaña vehementemente, ocupando la silla que su buena amiga ha dejado vacía—. Debió regalárselo a Pippa en algún momento —asevera, percatándose de que Tess parece estar comprobando algo importante en la pared llena de papeles y notas de ambas.

—Y ahora a quemado la foto —Hardy empieza a atar cabos—. Tiene miedo —asevera, y cruza una mirada confiada y ciertamente enérgica con su subordinada favorita—. Me gusta cuando les entra miedo —el taciturno inspector intercambia una sonrisa con su novata, y su exmujer sonríe disimuladamente, pues es agradable verlo feliz.

—¿Entonces qué? —Ellie necesita darle un sentido a todo esto—. ¿Claire mató a las chicas y Lee la está encubriendo? ¿Cuál sería su móvil? —parece reflexionar para sí misma antes de suspirar—. Tal vez estuviera preparando a Pippa para Lee.

—No lo sé, Ell —admite la joven analista del comportamiento—. Pero algo me dice que aquí hay mucho más de lo que parece a simple vista —asevera en un tono entre curioso y reflexivo, colocando una mano en su mentón—. Ricky, Claire, Lee... Todos ocultan algo, y no me gusta no saberlo —hace una mueca de disgusto, antes de percatarse de que Tess parece absorta en algo, por lo que decide apelar a ella—. ¿Qué es lo que has visto?

—Gary Thorp... Sabía que me sonaba este nombre —responde la exmujer del escocés, antes de volverse hacia la mentalista que se dedica a analizar el comportamiento—. Mira esto —añade, entregándole un papel a la muchacha taheña—. Estaba en la lista de invitados de la boda a la que fueron Ricky y Cate.

—¡Sabía que también me sonaba! —coincide la de ojos cerúleos nada más ver el papel, chasqueando los dedos, pues acaba de recordarlo—. Llego a confirmar su asistencia, pero misteriosamente, no llegó a asistir, ¿verdad? —cuestiona, y la mujer de ojos verdes asiente con satisfacción, pues ha comenzado a valorar positivamente su forma de trabajar, así como su profesionalidad, retractándose mentalmente de lo que antaño pensase sobre su inexperiencia en el campo de la investigación criminal.

—¿Conoce a Ricky y a Cate? —cuestiona Alec, quien, al igual que Ellie, está aún sorprendido por la cordial dinámica que hay entre su exmujer y la mujer de piel de alabastro—. No hemos hablado con él —sentencia, indicándole indirectamente con su tono de voz a Coraline, que ese será su siguiente paso.

—Porque no había una conexión evidente hasta ahora —responde Henchard en un tono sereno—. Gracias al trabajo de Cora y Ellie, ahora tenemos algo con lo que continuar —comenta en un tono orgulloso, alabando el trabajo de ambas amigas, quienes se sonríen cálidamente—. Yo me encargo —ante sus palabras, nota la mirada parda del escocés en su persona—. Y no significa que vayamos a reabrir el caso —asevera nada más ver la petición a punto de realizarse por parte de Hardy, lo que, inevitablemente, provoca que Ellie ruede los ojos, pues está francamente harta de su negativa a hacerlo. Sin embargo, la sargento pelirroja, que ya sabe qué la motiva a no hacerlo, simplemente tensa en una delgada línea los labios—. ¿Qué tenéis pensado hacer?

—Cora —Hardy apela a ella por su nombre de pila de forma cariñosa, y sinceramente, no le importa hacerlo frente a su exmujer—, va a darle a Claire una última oportunidad de confesar.

—Oh, ¿en serio? —se sorprende Ellie, observando a su buena amiga, quien parece momentáneamente sorprendida por lo que el escocés tiene planeado.

—Oh, sí —afirma él en un tono inequívocamente rencoroso y algo vengativo, antes de dar un sorbo a la tila, degustando el sabor que tanto ha llegado a apreciar desde hace tiempo—. Nuestra querida novata es la mejor analista del comportamiento del mundo, y será capaz de manipular a Claire para que se ponga nerviosa —aprecia, y la aludida se ruboriza ante el halago—. Vamos a prender fuego bajo sus pies.

La muchacha se excusa entonces, sacando su teléfono móvil para realizar la llamada a la mujer de Ashworth, a quien en todo momento ella ha considerado ligeramente sospechosa. Mientras marca su número de teléfono, siente cómo le tiemblan las manos, antes de observar cómo Tess sale de la casa, claramente dispuesta a volver a Sandbrook para poder investigar a Gary Thorp. Cuando pasa a su lado, antes de marcar el botón de llamada, le coloca una mano cordial en el hombro a modo de apoyo, dedicándole una sonrisa desprovista de animosidad. La mentalista reciproca la sonrisa a los pocos segundos, contemplando cómo sube a su coche y se marcha, antes de apretar el botón de llamada.

—¿Diga? —la voz de la peluquera suena adormilada al otro lado de la línea telefónica.

—Hola, Claire, soy Cora —se identifica en un tono suave—. ¿Dónde estás?

—Como si te importase.

—Ellie vio la fotografía, y yo el montón de cenizas en el fregadero —asevera, y por un momento, a la morena la recorre un escalofrío ante el tono casi monótono de sus palabras—. ¿Por qué llevaba Pippa Gillespie tu colgante en una de las fotografías?

—No era mío... Me lo regaló mi abuela —responde la mujer de ojos verdes en un tono sereno, sintiendo que no puede engañar a la compañera de Alec, de forma que, decide decir la verdad, al menos, parte de ella.

—¿Por qué has quemado la foto, Claire? —su tono es casi acusador, y no recibe una respuesta. La aludida se queda callada, y la analista del comportamiento interpreta el silencio como lo que verdaderamente es: una estrategia para ganar tiempo e inventarse una excusa.

—¿Sabes? Estoy harta y cansada de que mi vida se defina por esto —como la joven taheña esperaba, nuevamente adopta el papel de víctima—. No dejan de arrastrarme a algo con lo que no tuve nada que ver —la chica de veintinueve años niega con la cabeza: debería saber que esa estrategia no funciona con ella.

—¿Y por qué sigues ocultándonos cosas? —decide continuar presionándola un poco más.

—La verdad no ayuda...

—Les dará paz a las familias implicadas.

—¿Eso crees? —el tono de la mujer de Ashworth ha cambiado ligeramente, y se hace evidente un toque de ironía y sarcasmo a partes iguales en esa pregunta retórica—. Tus amigos, los Latimer, los padres de ese niño que asesinó tu violador... —la taheña cierra los ojos al escuchar esa palabra, intentando no pensar en lo terrible de sus propias circunstancias—. ¿Ahora están en paz? —no puede evitar notar el filo cortante de sus palabras, claramente llenas de desprecio y rencor contenido—. No, no lo creo —sentencia, escuchándose al fondo el sonido de las gaviotas y de las olas rompiendo contra la orilla.

—Lisa Newbery —la analista del comportamiento decide cambiar de estrategia, pues a pesar de notar el rencor en sus palabras, también ha sido capaz de detectar un resquicio de miedo—. Necesitamos saber si está viva o muerta, y si hay algún cuerpo que encontrar...

—Yo tenía una vida, Coraline, y acabó destruida —sentencia en un tono pesimista y funesto la que antaño trabajase como peluquera—. Y sus efectos siguen viniendo a por mí —añade tras unos segundos de silencio—. ¿Cuándo va a acabar esto? —cuestiona, antes de colgar la llamada.

La joven de cabello cobrizo cuelga el teléfono, guardándoselo en el bolsillo del pantalón de trabajo, antes de suspirar pesadamente. Ha conseguido que Claire admita que es la propietaria del colgante, lo cual le daría un móvil para querer recuperarlo. También ha conseguido ponerla nerviosa, tal y como su jefe quería, de modo que, con un talante más o menos calmado, regresa al interior de la casa, para así, comentarles el resultado de su conversación.

Tras hacerlo, deben decidir qué van a hacer a continuación. Por un lado, ahora que Tess se ha marchado a Sandbrook, Alec siente que puede respirar tranquilo y por ello, que tiene una mayor libertad para moverse y hacer lo que quiera. Por otro lado, Ellie, que quiere ir a casa a descansar para prepararse para la sesión judicial de mañana, decide marcharse tras despedirse animadamente de sus amigos.

—Conozco esa mirada —sentencia la taheña una vez el hombre que ama y ella se quedan a solas, contemplando cómo sus ojos pardos tienen un brillo pícaro—. Estás maquinando algo, ¿verdad? —él simplemente le dedica una sonrisa lo más inocente que puede—. Voy a acompañarte, sea lo que sea lo que pretendas —asevera en un tono decidido, tomando su chaqueta—. Además, tengo que asegurarme de que no haces esfuerzos innecesarios ahora que tienes un nuevo corazón.

—Gracias a ti —comenta él, antes de observar cómo ella sonríe disimuladamente, intentando que no se evidencie lo halagada que se siente con el cumplido, acompañándolo al exterior de la vivienda, cerrando la puerta.

—No seas idiota —lo amonesta ella en un tono bromista.

—Vamos a ver a Ashworth —sentencia el Inspector Hardy, cerrando la puerta con llave antes de colocarla bajo el tiesto—. Tú has puesto nerviosa a Claire, y ahora, es el momento de hacerlo con él...

—¿A qué estamos esperando entonces?

La muchacha se encamina hacia su coche con una sonrisa animada y enérgica, realmente contenta por haber retomado esta dinámica entre ellos, aunque no puede dejar de pensar en cómo le gustaría que, esa pequeña intimidad que había entre ambos volviera de la misma manera. Alec por su parte, está pensando en eso mismo, deseando poder volver atrás en el tiempo y confesarle aquello que siente por ella, antes de que Tess apareciera para arruinar ese momento. Ambos se montan en el coche azul brillante de la analista del comportamiento sintiendo, nuevamente que están en el punto de partida: muy cerca, pero al mismo tiempo, muy lejos el uno del otro.


El coche azul de la Sargento Harper conduce rápidamente por la carretera del pueblo de Broadchurch, hasta llegar a la granja al pie de la colina, en cuyo molino Lee Ashworth se ha estado hospedando desde que consiguió el empleo. Una vez la muchacha estaciona el coche al pie de la colina, ambos compañeros se apean del vehículo, comenzando a caminar hacia el molino de ladrillos rojizos. Alec camina con cierto esfuerzo, pero no es nada comparado con cómo caminaba cuando aún tenía el corazón roto. La joven de ojos azules se ofrece como apoyo, y él, a pesar de intentar declinarlo por no ser una carga, literalmente hablando, termina aceptando su ofrecimiento y sujeta su mano derecha en su izquierda. A ambos los recorre una familiar calidez y cariño cuando están tomados de las manos mientras caminan. Es como si el destino sugiriera que es así como deben estar, a pesar de que los recientes acontecimientos se hayan encargado de distanciarlos levemente, producto de sus inseguridades personales respecto a sus sentimientos.

Lee Ashworth, que desde que se separó de Claire ha estado esperando que lo llame, alza el rostro al notar que, por la periferia de su visión, dos personas se acercan a su posición. Se levanta del suelo en el que se encontraba descansando, y va al encuentro de ambos agentes de policía.

—¿Dónde está Claire? —cuestiona Hardy mientras caminan al encuentro de Ashworth.

—¿No lo sabe?

El hombre de fornida complexión también está desconcertado, pues se supone que el inspector escocés debería saberlo con seguridad, ya que tan empeñado está en meterse en sus asuntos. Pero si ni Hardy lo sabe, entonces el arquitecto debe empezar a preocuparse. Pero claro, quiere confiar en su mujer, y en que lo llamará cuando necesite de su ayuda, como siempre ha hecho.

—Ha dejado la casa —sentencia la Sargento Harper en un tono sereno, aún caminando de la mano del inspector que adora, finalmente quedando cara a cara con uno de sus principales sospechosos del caso.

—¿Por qué ha hecho eso? —cuestiona Lee, ahora curioso por los motivos que ha podido tener la peluquera para abandonar su lugar seguro.

Sin embargo, los dos compañeros no responden a su pregunta, sino que se limitan a intercambiar una mirada, antes de soltar sus manos, por mucho que les disguste la pérdida de contacto físico entre ambos. Alec es quien habla entonces, tras carraspear y tomar aliento. Decide comenzar con su plan: es hora de poner nervioso a Ashworth.

—Hemos venido a darle las gracias.

El hombre de ojos azules y cabello oscuro está desconcertado.

—¿Por qué?

Es la taheña de piel de alabastro quien responde en esta ocasión.

—La policía de South Mercia ha autorizado que se reabra la investigación del caso de Sandbrook —la muchacha de veintinueve años le dedica una sonrisa segura y determinada mientras se marca ese farol, comprobando para su deleite, que el hombre frente a ella parece algo nervioso con esa noticia—. Nuevas pistas, nuevas pruebas... —enumera, contemplando que Ashworth mete las manos en el bolsillo del pantalón, evidentemente nervioso.

—No lo habríamos hecho sin usted —lo alaba Hardy, provocando que el hombre corpulento que ahora lo observa con una mirada confusa, lo escanee de pies a cabeza, como si se hubiera vuelto loco por agradecerle algo como eso—. Toda la información que nos dio... —Alec toma aliento algo trabajosamente, pues su corazón está adaptándose aún al marcapasos—. No tardaremos mucho en resolverlo.

—¿Se encuentra bien? —el hombre de cabello oscuro mira al inspector escocés como si le hubieran salido otras dos cabezas. Le da escalofríos la sola idea de que este hombre le agradezca lo que hizo al recopilar la información, y se pregunta si no tendrá algo más preparado—. Hoy veo algo diferente en usted.

—Estoy mejor que bien, Lee —el uso de su nombre lo hace ponerse aún más nervioso, y más la sonrisa que aparece en los labios aliviados y satisfechos del hombre con vello facial—. He renacido —no sabe a qué se refiere con eso, pero definitivamente, al arquitecto lo incomoda: es como si fuera una persona completamente distinta.

—¿Qué...?

—Pensé que este caso me mataría —admite el hombre de cabello lacio, antes de suspirar—. Pensé que moriría sin saberlo, habiendo fracasado y entonces me operaron —decide contárselo, pues ahora su salud no está comprometida y Lee no tiene con qué amenazarlo—. Lina estuvo a mi lado, manteniéndome anclado a la vida —añade, rodeando los hombros de la aludida con el brazo derecho en un gesto protector, provocando que ella se ruborice ligeramente, pues está claro que lo ha hecho por el impulso y la adrenalina del momento—. Y después, al despertarme, y ver que estaba vivo, porque no esperaba estarlo —da un ligero apretón al hombro derecho de su protegida, como agradeciéndole nuevamente su presencia y apoyo—, ¿sabe qué fue lo primero que sentí?

—¿Qué?

—Ira —sentencia el escocés con un punto de dureza en la voz—. Pero verdadera ira —el hombre con fuerte complexión parece momentáneamente achantarse ante sus palabras y ademán decidido—. Por los Gillespie, por Pippa, por Lisa... —da una bocanada de aire, disfrutando de cada momento de su nueva oportunidad—. Llevaba años sin sentir ira: es un sentimiento precioso —es franco en sus palabras, y da una mirada a su compañera taheña, quien la corresponde con una sonrisa cariñosa—. No la había sentido porque estaba agotado... Estaba cansado y destrozado —nuevamente toma aliento para intentar calmar la energía que lo recorre de arriba-abajo, pues su nuevo corazón late con fuerza—. Y ahora tengo una nueva vida —asevera, acariciando el hombro de la mujer que ama—. Pero usted, en cambio, está exhausto —decide usar uno de los pequeños trucos que ha aprendido de su brillante novata, y analiza brevemente el comportamiento no-verbal de Ashworth—, harto de huir... Harto de no poder escapar de lo que ocurrió, ya lo sé —Cora observa de reojo a su jefe con orgullo, pues ella misma ha detectado esa misma ira en Lee.

—Usted no sabe nada sobre mí.

—Oh, al contrario Sr. Ashworth —niega la analista del comportamiento, interviniendo en la conversación—. Creo que ya tenemos las pistas suficientes, ¿verdad, Alec? —el aludido, comprendiendo el plan de su querida taheña, asiente al momento con una sonrisa—. Lo que me queda por comprender, sin embargo, es si está mintiendo para proteger a alguien más —el rostro de Lee palidece ligeramente—. Oh, veo que he dado en el clavo —no se resiste a fanfarronear ligeramente—. Probablemente esté protegiendo a Claire —asevera, antes de cruzarse de brazos—. Al principio creí, tonta de mí, que Claire era la que mentía para protegerlo a usted, pero es al revés —Lee la observa con el amago de una sonrisa nerviosa en los labios, intentando aparentar tranquilidad, con sus ojos azules fijos en los de la mentalista.

—No puede confiar en ella —sentencia Alec con gran confianza.

—Se equivoca.

—Ah, ¿sí? —cuestiona el inspector con una ceja arqueada y un tono irónico—. ¿Le dijo que estuvo embarazada? —añade, y ve cómo los engranajes en la mente de Ashworth empiezan a girar vertiginosamente con miles de preguntas.

—¿Cuándo?

—A juzgar por las fechas, desde antes de que Lisa y Pippa desaparecieran —responde el inspector, quien le ha confiado esa información a la taheña en el trayecto hasta la vivienda de Ashworth—. Durante el tiempo que estuvo detenido.

—Miente —Lee esboza finalmente una sonrisa burlona, no creyendo en sus palabras.

—Pregúnteselo —lo reta la joven de veintinueve años en un tono desafiante.

—¿Qué pasó con el bebé?

Alec mantiene su vita fija en el arquitecto de complexión fuerte, pero su mente divaga hasta sus recuerdos, en los cuales, ha pensado brevemente esta mañana, nada más despertarse. Recuerda la clínica, cómo se mantuvo junto a Claire, y cómo ella le hizo prometer que no se lo contaría.

—Pregúnteselo —dice únicamente Hardy, antes de marcharse del lugar junto a su persona amada, entrando en su vehículo y conduciendo lejos de allí, habiendo dejado solo al arquitecto.

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