Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25

Claire Ripley se ha desplazado desde su casa hasta el lugar en el que Lee se ha instalado. Ha ido allí para hablar con él sobre qué deberían hacer, ahora que Alec ha decidido no ayudarla más. Le ha contado lo que ha sucedido: que Alec la llamó ayer y de la nada, ha decidido dejar de protegerla y alquilarle la casa porque no deja de cambiar su versión. El hombre de musculosa complexión observa a su mujer con una mirada ciertamente suspicaz, pues siempre ha pensado que hubo algo entre ellos, aunque no cuenta con pruebas fehacientes que lo demuestren.

—¿Por qué te ha echado? —quiere saberlo, pues seguramente Hardy tuviera motivos de peso.

—Por tu culpa —responde ella en un tono viperino—. Porque viniste y nos acostamos allí.

—Sí, y tú se lo contaste —asevera, y la mujer morena asiente lentamente—. ¿Y de qué más habéis hablado? —da un paso amenazante hacia ella, dejando traslucir en su comportamiento algo de agresividad y posesividad.

—No, necesitamos un plan —intenta dialogar ella, de pronto ligeramente acobardada por el aura llena de peligro que su marido parece dirigir hacia su persona.

—Teníamos un plan —recalca Ashworth, agachándose para poder mirarla a los ojos estando a su altura—. Y tú lo has jodido.

—Oh... —Claire lo observa con una sonrisa pícara—. Tú quieres hablar de joder, ¿verdad? —cuestiona en un tono ligeramente meloso, antes de cambiar de actitud como quien se cambia de máscara, propinándole un sonora bofeteada en la mejilla izquierda, lo que provoca que su marido la empuje contra la pared, sujetándola por el cuello con fuerza—. Vale, adelante —logra decir la mujer de cabello oscuro y ojos verdes tras intentar liberarse de su agarre, sin éxito. Al hablar su tono se resquebraja mínimamente, como si fuera a sollozar—. ¿Qué? ¿Qué vas a hacer, Lee? ¿Qué vas a hacer? —cuestiona entre leves bocanadas de aire, con su mirada aún fija en los ojos azules de su marido—. ¿Quieres estrangularme? —logra cambiar mínimamente el tono por uno ligeramente excitado a pesar de que la está estrangulando, pero claro, ese es su juego. El juego de ambos. Con el que más se divierten—. ¿Quieres pegarme? —cuestiona, antes de sentir cómo el arquitecto la sujeta por el cabello con su otra mano.

En ese momento, la mano izquierda de Claire, que por suerte está libre, recorre el lado derecho del cuerpo de su marido, pasando por sus costillas, hasta llegar a la hebilla del cinturón. Con mano experta, la peluquera de piel clara suelta dicho accesorio. Contempla a Lee para intentar adivinar si tiene su permiso, antes de introducir la mano izquierda en el pantalón. Su marido, que como es habitual, no se resiste a una sesión de sexo entre dominante y sumisa, comienza a corresponder. Pronto, la ira y el frenesí dan paso al sexo desenfrenado, rudo y salvaje al que ambos están acostumbrados, con Lee sujetando a Claire por los muslos para mantenerla sujeta, mientras que ella rodea su cadera con las piernas.

Una vez el frenesí y esa conducta de dominación ha terminado, sin embargo, ambos se abrazan y besan como si se perdonaran todo lo que hayan hecho, pasado y presente. Los problemas quedan olvidados... Al menos de momento. Ya habrá otra ocasión, otra discusión en la que tengan que volver a recurrir al sexo para evitar discutir y pelear entre sí.

Al cabo de varios minutos, Claire está de pie en la campiña inglesa, observando la costa y el pueblo de Broadchurch, nada más bajar la colina. Está pensando sobre su siguiente jugada con tal concentración, que no se percata de que Lee ha caminado hasta quedar tras ella. La morena se atusa el pelo ligeramente, pues debido a la fricción de sus cuerpos y al desenfreno, se ha desmelenado un poco. Finalmente, nota la presencia y el aroma de su marido a su espalda, y niega con la cabeza.

—No soy yo misma cuando estoy contigo —sentencia en un tono sereno, pues ahora que tiene algo de perspectiva, es capaz de ver lo tóxica y nada recomendable que es su relación con Lee, pero como le dijera a Ellie y a Coraline en su momento, es como una droga de la que no puede desengancharse fácilmente. Se pregunta si esta vez lo conseguirá.


Entretanto, en una carretera que va hacia Broadchurch, Beth Latimer conduce el coche familiar. Pisa el acelerador tan fuerte que cree que acabara encasquillándolo y se estamparán contra algún poste, una farola, o quizás un muro de granito. Incluso piensa en cómo le encantaría chocar con algo, solo para comprobar si el airbag del asiento del copiloto funciona. Sabe que no debería pensar así, que no debería desearle nada malo a Mark, pero sinceramente, ahora mismo no le importa. Después de lo que ha escuchado en el juicio, está tremendamente rabiosa. Encuentra un desvío hacia un mirador a apenas un kilómetro de Broadchurch, y decide tomarlo. Una vez el coche está lo bastante alejado de miradas indiscretas, apaga el motor, y sale del vehículo dando un sonoro portazo. El golpe de la puerta es tan contundente que unos pájaros cercanos echan a volar, despavoridos.

Mark, que se ha mantenido silencioso en todo el trayecto de vuelta, sale tras ella, intentando calmar las aguas, pues sabe que, si no lo hace ahora, probablemente su mujer vaya a reprocharle durante el resto de su vida el no haberle dicho las cosas. Y eso es exactamente lo que piensa hacer la castaña ahora, por lo que el padre de Chloe empieza por justificar sus acciones el día que supieron que Joe era el asesino de su hijo.

—Tenía que ir a ver a Joe, tenía que mirarlo a los ojos —le comenta en un tono realmente atormentado, pues ahora, por las acciones que hizo, están en peligro de perder todo el caso contra ese despreciable homúnculo—. No estaba pensando en el futuro, ¡estaba pensando en lo que le había hecho a Dan! —intenta excusar su comportamiento, pero Beth no piensa dejárselo pasar.

—¿Qué clase de matrimonio es este? —cuestiona con ironía, alzando los brazos en desconcierto—. ¡No compartes nada! ¡Me mantienes al margen de absolutamente todo! —acusa en un tono en extremo dolido, pues ahora no solo se trata de la infidelidad de Mark, sino del hecho de que él en ningún momento ha contado con ella como mujer y esposa.

—¡A ti no! ¡No se trata de ti!

—¿¡Por qué no se trata de mí!? —Beth pierde los papeles, y en este instante, agradece que Lizzie ya haya nacido para no tener que preocuparse por las complicaciones del embarazo: ahora puede enfadarse, chillar, patalear y desquitarse cuanto quiera—. ¿¡Por qué no puede tratarse de mí, por una vez!? —nuevamente, la colera y la importancia, que lleva enterrando en lo más profundo de ella desde que supo de su infidelidad, a pesar de haber intentado arreglar su matrimonio, reaparecen rápidamente. Es como una bomba de relojería, y ahora mismo, está perdiendo el control, y no le importa—. ¿Por qué estamos juntos, Mark? —cuestiona, pues desde hace mucho tiempo le parece que está sola en este matrimonio—. ¿Es solo porque Danny ha muerto?

—No... —la voz de Mark tiembla desesperadamente.

—Porque si es así, no te molestes: no te necesito —sentencia fríamente la castaña—. Puedo seguir sin ti —asevera con confianza, pues si su marido no está dispuesto a comprometerse como persona y como hombre, como pareja, este matrimonio no tiene sentido alguno.

—No me hables así —ruega el hombre de cabello oscuro y ojos azules.

—¿Qué vas a hacer? ¿Escribirme una carta? —la mofa de Beth sale con toda la intención de ser hiriente, y lo consigue, pues el hombre que ahora tiene delante, a quien ella amaba ardientemente, y aún lo hace a pesar de las circunstancias, cierra los ojos con fuerza.

—¡Es mejor que hablar del tema una y otra vez sin que cambie nada!

—¡Si vas a quedarte, tienes que aclararte! —ella da su ultimátum—. Cuéntamelo todo, o que te den —deja las cosas claras y el chocolate espeso. Nada de segundas oportunidades: ya las ha gastado todas, y no hay nada que pueda hacer para recuperarlas—. Y, por cierto, si este juicio se va al a mierda, será por tu culpa.

Mark asiente, como si quisiera reflexionar, y viendo que la conversación no va a ninguna parte, decide volver al pueblo a pie, pues necesita replantearse muchas cosas. Tampoco quiere volver a casa en el coche con Beth tras esta discusión tan acalorada, porque probablemente, seguirían discutiendo, así como en su casa, y no sería bueno para Chloe y Lizzie. La joven madre de cabello castaño contempla cómo su marido decide volver al Broadchurch él solo, y suspira tras posar su mirada castaña en el horizonte, pues necesita calmarse antes de volver a casa. No quiere que Chlo la note molesta por algo, y ya se inventará una excusa para la ausencia de Mark. Desde hace tiempo se le viene dando de fábula, al fin y al cabo, por mucho que lo deteste.


En la prisión de Wessex, Paul Coates, que se había jurado a sí mismo que no volvería a visitar a Joe Miller en prisión, está teniendo que tragarse sus palabras y su orgullo, pues ahora se sienta en la sala de visitas, frente al asesino de un niño de once años de su comunidad. Un asesino que, a diferencia de lo que él esperaba, no parece en absoluto preocupado ni arrepentido por sus actos. Al contrario: se lo ve motivado, ligeramente nervioso, pero exultando y claramente alegre, como si el desarrollo del juicio fuera lo que esperaba. Es como si le divirtiera en extremo ver cómo sus amigos, familia y compañeros son sometidos a duros y casi inhumanos interrogatorios por parte de sus dos abogadas. Paul no creía que fuera posible, pero casi podría jurar que tiene al mismísimo Lucifer frente a él.

—Al principio estaba un poco nervioso cuando me dijeron que no me harían subir al estrado —confiesa el reo mientras se rasca ligeramente la cabeza, en la cual ha comenzado a apreciarle una ligera mata de cabello rubio—. Claro que, ahora ya veo cuál era su estrategia: si hubiera tenido que enfrentarme a la abogada de los Latimer y al testimonio de Coraline Harper —decir ese nombre aún le provoca escalofríos, pues en ningún momento llegó a conectar completamente la identidad de esa adolescente con la mujer que conoció hace casi once meses—, el juicio podría haber tomado una dirección completamente distinta —añade con una sonrisa aliviada—. ¿Tú qué crees? —alza la mirada para observar al pastor de su comunidad, buscando una opinión sincera—. ¿Crees que lo desestimarán? ¿Crees que voy a ganar?

La audacia y la poca vergüenza de Joe casi atentan con el autocontrol que Coates mantiene sobre sí mismo. Recuerda su época de juventud, como un rebelde sin causa que nada tiene que ver con el hombre devoto y servicial que es ahora, y tiene el súbito impulso de partirle la cara. Pero se contiene: ya hace mucho que dejó esa vida atrás. Suspira pesadamente y entrelaza los dedos de sus manos, las cuales tiene sobre la mesa de la sala de visitas.

—Eres culpable, Joe —asevera sin pelos en la lengua.

—Creía que estabas de mi parte —comenta Joe en un tono confuso y herido.

—Y yo creía que podría ayudarte a aceptar lo que has hecho —confiesa el vicario en un tono agotado y claramente atormentado, pues en todo este tiempo ha estado ayudando a un hombre que no tenía intención de cambiar—. Pero no veo que asumas la responsabilidad de tus actos... ¿Cómo crees que lo verá Dios?

—Cuando era paramédico salvé muchas vidas —sentencia Joe tras meditarlo unos instantes—. Dios ha visto eso: sabe todo el bien que he hecho.

—No funciona así —Paul se horroriza: Joe está delirando si cree que las vidas salvadas «eliminan» o «restan» esa vida que ha quitado. No es una balanza en la que se pueda equilibrar el número—. Has visto cómo tu hijo mentía por ti bajo juramento, y, aun así, intentas librarte... —expone lo sucedido en la última sesión del juicio, y Joe parece reflexionar, ligeramente arrepentido y avergonzado en cuanto el vicario menciona a Tom—. Se acabaron estas visitas —sentencia con decisión, provocando que el reo lo observe, confuso y algo atemorizado—. Adiós, Joe.

—¿Paul? —Joe lo llama, el vicario se levanta de la silla, dispuesto a abandonar aquel maldito lugar y a aquel despreciable ser humano—. Paul, no te marches —sin embargo, el hombre con el alzacuellos lo ignora flagrantemente: no piensa volver la vista atrás.


Coraline Harper está en casa de su madre, Tara, cuando Ellie la llama por teléfono. Le pregunta si no le resultaría molesto cuidar de Fred, pues debe ir a ver a Claire Ripley para intentar averiguar la verdad tras el pasado que tan celosamente guarda, y la taheña no puede negarse. Ahora mismo, cuidar del pequeño de los Miller le dará la distracción idónea que necesita para no pensar en sus sentimientos y en el incómodo y violento momento del hospital. Cuando la controladora de tráfico aparece en la puerta de su casa, nota al momento que los ojos azules de la mentalista están hinchados y enrojecidos: ha estado llorando. Mira su reloj de muñeca entonces: aún tiene unos minutos libres. Tara, que lleva vigilando el estado de ánimo de su hija desde que ha llegado a casa esta mañana desde el hospital, deja entrar a Ellie, y se dispone a prepararles un café a ambas policías, quienes se sientan en el sofá de la sala de estar, con el pequeño Fred sacando sus juguetes, desparramándolos por la alfombra, completamente ignorante ante lo que sucede alrededor.

La castaña suspira, pues no sabe cómo empezar esta conversación con su buena amiga. No es que le haya confesado abiertamente lo que siente por Hardy, pero ya la conoce desde hace mucho, y ha aprendido a distinguir sus emociones. Además, su atracción era tan evidente, que le sorprende que el testarudo inspector no lo haya notado antes. Carraspea, y cuando Tara Williams entra a la sala de estar con las tazas de café en las manos, depositándolas en la mesita de café frente al sofá, está a punto de decir algo, cuando dicha mujer se le adelanta.

—Lina —es la primera vez que Ellie escucha esa abreviación del nombre de su compañera, encontrándolo ciertamente adorable—, creo que necesitas desahogarte —añade la antigua relojera en un tono suave, sentándose a la derecha de la muchacha pelirroja, quedando su buena amiga al otro lado—. No sé qué ha pasado, pero no puedes guardártelo todo dentro, cariño —le aconseja, acariciando su cabello suelo, que cae con suaves ondas por su espalda.

La analista del comportamiento deja escapar una risa ahogada, claramente herida.

—Creí que... —le cuesta formar las palabras sin sentir que va a ponerse a llorar. Respira para intentar dominar sus emociones—. Creí que él podría sentir algo por mí, pero... —traga saliva, sintiendo que las lágrimas le queman los ojos, amenazando con salir—. Eso ya no importa.

—Claro que importa —intercede Ellie, posando una mano en su espalda, acariciándola con lentos y reconfortantes gestos—. Tú amas a Hardy, ¿verdad? —es la primera vez que alguien se lo pregunta tan directamente, por lo que la chica de veintinueve años se queda momentáneamente sorprendida—. Llevo siendo testigo, prácticamente durante once meses, de cómo tu admiración y tu agradecimiento se convertían poco a poco en amor, Cora —le comenta en un tono amigable, observando que Tara sonríe, como si ella también lo hubiera advertido—. Y estoy segura, de que Hardy también te ama —le asegura en un tono suave—. He visto la forma en la que te mira, y cómo actúa cada vez que está cerca de ti: si eso no es un indicativo claro de que te quiere, que me parta un rayo.

Pero la muchacha niega con la cabeza, completamente desesperanzada.

—No me ha parecido que fuera el caso, Ell... —su tono es bajo, y tiembla ligeramente—. Ya has visto lo que ha pasado en el hospital —añade en un tono sereno que pronto se torna irónico—: creo que ha quedado bastante claro quién de nosotras estaba fuera de lugar...

Tara intercambia una mirada confusa y preocupada con Ellie, pidiéndole información, pues su hija no le ha explicado nada de lo sucedido. Y teniendo en cuenta su actual estado de ánimo, teme lo que haya sucedido.

—Tienes razón: ha quedado bastante claro —afirma la controladora de tráfico en un tono franco, que pronto se vuelve severo—. Su exmujer estaba fuera de lugar allí —asevera, y el rostro pálido de la analista del comportamiento, por cuyas mejillas caen lágrimas saladas, se alza, observándola con confusión—. Oh, vamos, Cora, ¡eres brillante! —la alaba, intentando animarla—. ¡Utiliza tu mente, por favor! —le pide en un tono más enérgico, dejando claro su disgusto y leve resentimiento por Tess— ¿A quién le dijo Hardy que iba a operarse para que le colocasen un marcapasos?

—A mí —responde la muchacha, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.

—¿A quién ha pedido que cuidase de su hija, en caso de que algo le pasara? —interviene Tara, cuya pregunta descoloca momentáneamente a la castaña de cabello rizado, pues esa es una clara señal de lo mucho que confía y adora el escocés a la sargento taheña.

—A mí.

—¿A quién le ha pedido que se quede con él en todo momento?

—A mí.

—¿Y a quién le ha pedido que lo lleve a casa?

—A mí...

—¿Lo ves ahora? —Ellie insiste en un tono esperanzado, pues desea que su buena amiga se percate de ello—. En todos esos momentos, Hardy no ha pensado en Tess, porque para él, ya es parte del pasado: la ha dejado atrás, y se ha concentrado en el presente, en aquello que lo rodea y ahora le importa, y eso te incluye a ti —intenta levantarle el ánimo, y Tara asiente lentamente, pues ve tan claro como la castaña, el cariño que le profesa el hombre de delgada complexión a su hija—. Además, ¿qué hace Tess aquí? Sí, es probable que supiera que Hardy se iba a operar, pero ¿qué la ha llevado a recorrer multitud de kilómetros, solo para verlo porque «pensaba que podría morir»? —inquiere de manera retórica—. Aún quiere aferrarse a la idea de que Hardy la ama, y a ti te ve como una enemiga a la que debe vencer, de ahí que te antagonice tanto, y haya impuesto sus decisiones a lo que él quería —añade, refiriéndose al momento en el que Henchard ha decidido encargarse del escocés—. Tiene miedo, y se siente amenazada.

—Ellie tiene razón, Lina —interviene su madre—. Por lo que me has dicho, incluso la hija de Alec te adora —la mujer de ojos cerúleos asiente vehementemente—. Pues entonces queda bastante claro: está celosa de tu relación con él —concluye factualmente, aun acariciando el cabello cobrizo de su hija—. Tess intenta deshacerse de ti para poder tener nuevamente a Alec bailando en la palama de su mano, porque es consciente de que, en un momento dado, fue la persona más importante para él —sentencia en un tono severo, como si supiera por experiencia cómo son esa clase de personas.

—Pues está claro que ha ganado la partida —musita la mentalista en un tono pesimista—. Alec no dijo nada cuando ella impuso su plan a lo que él deseaba —niega con la cabeza, nuevamente hundiéndose en la tristeza—. Nunca podré ser lo que ella fue para él en el pasado...

—No, nunca lo serás —sentencia Tara en un tono severo, antes de levantarle el mentón con delicadeza—: porque tú eres todo lo contrario, estrellita —le asegura, contemplando cómo su niña, su pequeña, la observa llena de curiosidad—. Eres exactamente lo que él necesita, y lo que ha estado buscando —sentencia en un tono suave, intercambiando una mirada cómplice con la controladora de tráfico, quien sabe exactamente a qué se refiere Tara—. Piensa en aquello que os diferencia, y sabrás lo que ve él en ti —sugiere, antes de empezar a enumerar—: eres compasiva; siempre te preocupas por el resto antes que por ti misma; eres empática con todos los que te rodean; eres leal, y defiendes a capa y espada a aquellos que amas —finaliza la lista con una sonrisa en el rostro, y contempla cómo su hija está llorando nuevamente, pero en esta ocasión no lo hace por tristeza, sino por orgullo y felicidad—. Ahora, déjame que te haga una pregunta, y quiero que contestes sinceramente —su hija asiente al momento—: ¿amas a Alec, no es así?

—Más que nada en este mundo —responde la muchacha en un tono cariñoso.

—Si tanto lo amas, defiéndete —la exhorta en un tono determinado—. Defiende tus sentimientos, porque son tan válidos y bellos como los de cualquiera —la mano que acariciaba el cabello de su hija se posa en su hombro izquierdo—. No dejes que nadie dicte tu felicidad, ni con quién debes estar, o a quien debes amar —la alecciona, y la joven de veintinueve años seca por completo sus lágrimas, habiendo recuperado su autoconfianza—. Nadie tiene el derecho de hacerlo. Nadie, excepto tú misma.

La joven mentalista taheña asiente vehementemente. Gracias a las palabras de ánimo de su madre y su buena amiga, ha recuperado la confianza en sí misma. No piensa encerrar ni enterrar sus sentimientos por Alec. Y no le importa lo que Tess piense de ello. Ella no tiene por qué justificarse ante nadie, y menos ante ella. Ama a su inspector, y aunque, a pesar de lo que le ha asegurado Ellie, en caso de que él no sintiera lo mismo por ella, se conformaría con ser su amiga, incluso aunque lo ame en secreto. Le prometió que se quedaría a su lado, y por todos los demonios que piensa hacerlo.

Con una carcajada llena de felicidad, Coraline Harper abraza a Ellie y a su madre, agradeciéndoles con ese simple y cariñoso gesto, que hayan conseguido sacarla de la oscuridad en la que se encontraba sumergida. Ahora, podría decir que tiene incluso energía de sobra para hacer frente al mundo y a cualquier adversidad que se presente en su camino.


Olly Stevens, que está buscando su siguiente gran exclusiva gracias al juicio, se dedica ahora a perseguir incansablemente a la socia de Sharon, Abby Thompson. La encuentra dando un paseo por la playa de Broadchurch, cuando ya es mediodía, cerca de las 14:03h, y la sigue rápidamente. Piensa conseguir una exclusiva como sea, y no le importa tener que hacer el trabajo de campo, dicho sea, con delicadeza. Abby, que va absorta en sus pensamientos, no se percata de que unos pasos siguen los suyos hasta que la fuerte colonia del reportero en potencia llega a sus orificios nasales, provocando que frunza el ceño y aminore su paso. Sabe que es él, pues lleva acechándola prácticamente desde que ha finalizado la sesión judicial de hoy.

—¡Hola, peluquita! —apela a la abogada de Joe con un mote, y la castaña no parece molestarse por ello—. Sigo queriendo escribir ese artículo —comenta Oliver en un tono lleno de confianza—: «La mujer bajo la peluca: la próxima celebridad legal» —detalla cómo sería el título del artículo mientras gesticula con sus manos en el aire—. ¿Qué opinas? —le pregunta, caminando a su lado, con la letrada vestida de sport sonriendo ligeramente ante el halago, aunque hace el esfuerzo por parecer molesta.

—¿Quieres dejar de ligar conmigo? —cuestiona en un tono falsamente molesto—. Soy de Londres: sé lo que estás haciendo —le asegura y el joven reportero parece ofenderse momentáneamente ante la acusación de que sus tácticas de ligue no son demasiado buenas.

—Oh, claro... Vale... —el periodista se queda callado, observándola en silencio.

—Puedo invitarte a comer —concede ella tras hacerse de rogar.

No es que le guste ver cómo los hombres compiten para intentar ganar su atención y afecto, pero reconoce que no le molesta hacerse la difícil con ellos: hay algo extremadamente gratificante cuando un hombre casi se pone de rodillas por conseguir algo de ella. La hace sentirse poderosa. Bien. Y piensa disfrutarlo mientras aún le quede lozanía y juventud en el cuerpo, vaya que sí.


Por su parte, en la casa del acantilado de Jocelyn Knight, la susodicha y su socio están revisando el caso para conseguir la desestimación del sobreseimiento del caso. Han conseguido las declaraciones de los agentes implicados, entre ellos de Bob Daniels, quien permitió la entrada de Mark al recinto de las celdas de los detenidos en la comisaría de Broadchurch. Tienen la mesa de la sala de estar llena de papeleo y archivos.

—Cuéntamelo otra vez —pide la abogada de cabello rubio-platino, observando con sus ojos verdes a Ben, que está sentado frente a ella, con sus gafas de cerca puestas para leer mejor los documentos que tienen entre manos.

—He hablado con el agente implicado —responde Ben, comenzando a repasar nuevamente la información que ha conseguido—. Dejó entrar a Mark, pero Mark solo habló con Joe a través de la ventanilla —continúa mientras repasa con la mirada el archivo que tiene sobre la mesa—. Afirma que conoce a los Latimer desde hace quince años.

—Así que, ha sido suspendido de todas sus funciones, pendiente de investigación —asevera Jocelyn en un tono suave, pues al conocerse los pormenores de la visita del padre de Danny a su asesino, Bob Daniels debe enfrentarse a algunos cargos por violar la ley de conducta policial.

—Hacedme un hueco —menciona Maggie, quien ha traído consigo unos platos de cerámica blanca extremadamente bonitos. Empieza colocando los platos en la mesa, pues ha preparado la comida—. Apartad esos papeles, vamos —insta a los abogados, quienes, ante su insistencia, no tienen más remedio que obedecer, comenzando a dejar a un lado los archivos del caso y los agentes implicados—. Solo es carbonara, pero es mejor que nada —comenta la editora jefe del Eco de Broadchurch mientras coloca los cubiertos para los tres.

—Genial —Ben parece hambriento, pero confuso al mismo tiempo—. Perdona, ¿por qué has cocinado para nosotros? —cuestiona, observando que Maggie vuelve a la estancia con una olla llena de espaguetis carbonara.

——¿Alguna vez te ha ofrecido comida desde que empezaste a trabajar con ella? —cuestiona la mujer de cabello rubio, sentándose a la mesa tras dejar la olla en la superficie de ésta.

—No.

—¿Ves? —Maggie se resiste las ganas de reírse a carcajadas: típico de Jocelyn.

—¡Claro que sí! —protesta Jocelyn.

—No, que va... —rebate Ben, intentando no sonreír en este momento tan cordial entre ellos.

—¿Y qué hay de esos pastelitos que te ofrecí? —cuestiona su socia en un tono confuso.

—¡Los compré yo!

—¿En serio? —Knight sonríe con picardía, pues sabe que la afirmación de Ben es cierta.

—Nunca cambiarás —sentencia Maggie con una sonrisa suave, antes de servirle a Haywood un plato bien rebosante de pasta carbonara.

—Eso es bueno —confirma la abogada de ojos oliva mientras asiente, antes de entregarle su plato a Maggie, quien se dispone a servirle también una ración.

—Oye, Ben —habla la periodista mientras sirve la comida—, Jocelyn tiene que contarte algo —añade, manteniendo su mirada azul fija en la verde de su amiga, quien la observa con los ojos entrecerrados, pues cree saber a qué se refiere.

—Ah, ¿sí?

—Ah, ¿sí? —repite Haywood, como un eco de su jefa.

—Sí, así es —recalca Radcliffe en un tono firme, antes de suspirar—. Es algo que lleva tiempo queriendo decirte en confianza —con esas últimas palabras, el tema de conversación que Maggie tan forzosamente está sacando a la luz, queda claro para la veterana letrada, quien deja escapar un suspiro hastiado y ligeramente sorprendido—. Díselo.

—Has cocinado para hacerme una encerrona —aprecia la abogada de cabello rubio-platino, quien nunca ha podido negarse a una comida tan apetitosa, y mucho menos cuando la ha cocinado su periodista favorita.

—¡Por supuesto! —Radcliffe ni siquiera lo niega, y, de hecho, asevera sus intenciones—. Arranca de una vez —la anima con una mirada amable y cariñosa, pues sabe que este tema no es agradable para Jocelyn, y el confesárselo a otra persona requiere de mucho valor.

—Mi vista está fallando —Knight se sincera con su socio por primera vez desde que empezaron a trabajar juntos, y habla en un tono pausado, casi tentativo, como si tuviera miedo a su rechazo. A su incapacidad como abogada—. Me estoy quedando ciega —admite la terrible realidad de la que se ha esforzado por escapar desde hace semanas, pero ya no tiene sentido huir de ella. No le queda más remedio que enfrentarla.

—¿Qué? —Ben está atónito y preocupado a partes iguales, observando a su jefa con los ojos y la boca abiertos, como si se tratase de un artículo o un recuerdo de un pasado olvidado. Casi le parece irreal aquello que le ha contado.

—Sufro degeneración macular —comenta la abogada, explicando su diagnóstico—. Empezó en el centro del ojo, como un pequeño agujero negro —el miedo a su eventual ceguera queda arraigado en sus palabras—. Al principio no le di mucha importancia, pero está yendo a peor —admite en un tono ligeramente pesimista—. Por eso necesito que lo leas y lo grabes todo; por eso dejé de aceptar casos... Bueno, hasta este.

—¿Estás siguiendo algún tratamiento?

Al contrario de lo que Jocelyn esperaba, fuera lo que fuera, Ben no se muestra indignado porque no se lo haya contado, ni por tener que trabajar con alguien enfermo, sino que demuestra genuina preocupación por ella y su bienestar. Es algo que la hace sentirse mejor.

—Me ponen inyecciones para intentar frenarlo... De momento.

—Lo siento...

Ben no sabe qué más puede decir. Pero quiere apoyarla como hasta ahora, y no piensa abandonarla. Es una gran profesional, y ha aprendido mucho sobre derecho con ella, y valora mucho su amistad.

—No lo sientas —Knight percibe su tristeza y compasión por ella, y se apresura en intentar tranquilizarlo. No quiere que se preocupe por ella más de lo debido—. Bueno, el cuerpo decepciona a la mente, y la mente decepciona al cuerpo... Nos pasa a todos.

—¿Estás bien como para seguir con el caso? —cuestiona el joven abogado rubio.

—Sí, lo estoy —a voz de la abogad de ojos verdes es firme y contundente—. Y no te atrevas a sugerir lo contrario —le advierte, y él asiente al momento, pues no pensaba hacerlo—. Necesito esto, Ben —le indica, pues quiere, por lo menos, antes de perder por completo la vista, luchar por un último caso que necesita desesperadamente algo de justicia—. Cómete tu carbonara —le dice con una sonrisa amigable, señalando el plato que se ha aliñado, pero del que aún no ha probado bocado—. Y tú deja de mirarme así —ordena a Maggie en un tono suave y cariñoso, pues la ha estado observando en todo momento con una mirada suave y dulce, realmente orgullosa de que haya decidido confiar en su socio y compañero de trabajo.

—De nada —es lo único que dice la periodista, antes de empezar a comer.

Maggie, ignora por completo la mirada llena de diversas e intensas emociones que Jocelyn le dirige. La letrada de cabello rubio-platino recuerda su conversación con el Inspector Hardy cuando vino a pedir su ayuda para la redacción de su testamento. Mientras se mete a la boca un bocado de pasta carbonara, la mujer de ojos oliva rememora el consejo que ese hombre le dio, y se pregunta si no será demasiado tarde para hacer algo al respecto.


Aproximadamente a las 16:20h, tras dejar a Fred al cuidado de Coraline, ahora mucho más animada tras su charla, Ellie se ha personado en casa de Claire, para así, poder hablar con ella mientras le arregla el cabello. Espera poder encontrar alguna pista mientras hablan acerca de sus verdaderas intenciones y motivaciones.

—No puedo quedarme mucho —le dice a la peluquera, que está peinándola suavemente y con evidente satisfacción—. Tengo que recoger a Fred, que está con Cora, y a Tom de casa de mi hermana, para llevarlos a casa conmigo, por fin...

—De modo que Coraline cuida al pequeño... Tiene mano con los niños —supone la mujer de Ashworth en un tono amigable—. Estarás muy contenta y aliviada de poder estar con tus hijos finalmente, ¿verdad?

—Pues sí —afirma Miller, intentando obviar el comentario sobre su buena amiga, quien, de manera clara, aún parece molesta por la aparición de la exmujer de Hardy, cuando parecía que las cosas al fin iban a avanzar entre ambos, aunque han conseguido animarla, de modo que, espera que el desarrollo de su relación continúe—. Tom, Fredy yo, juntos en casa.

—Lee y yo vamos a ir a ver una casa —sentencia la morena mientras la peina.

—¿En serio? —cuestiona la castaña, quien evidentemente no esperaba que la peluquera y el arquitecto decidieran hacer algo así, y más teniendo en cuenta lo tóxica que es su relación.

Aunque, por otro lado, que estén juntos podría ser beneficioso para mantenerlos bajo vigilancia. La castaña de ojos marrones chasquea la lengua disimuladamente: ya está empezando a pensar como Hardy...

—Sí, ¿por qué no? —cuestiona la morena, y Ellie se muerde la lengua, pues esa es claramente una pregunta capciosa, que busca saber cuál es su auténtica opinión al respecto.

Por fortuna, se percata de ello y cambia de tema.

—¿Conservas todo tu material de peluquería?

—Oh, sí: es mi bolsa mágica —afirma la peluquera, quien tiene un cinturón de herramientas colgado del pantalón, en el cual hay tijeras, pinzas, brochas... Todo tipo de enseres que requiere este trabajo en particular—. Cuando tuve que irme con Alec, fue lo primero que cogí —le comenta en un tono cordial, antes de hacer un gesto con la cabeza hacia un portafolio de cuero negro—. Tengo mi muestrario: sigue ahí.

—¿En serio? —la controladora de tráfico, que antaño fuera una sargento de policía, no se resiste a hacer la pregunta—. ¿Puedo verlo? —la pregunta provoca que una sonrisa complacida aparezca en los labios de Claire, quien desde hacía tiempo deseaba hablar con alguien sobre su trabajo. Lo echaba enormemente de menos.

—Sí, claro.

La mujer de cabello castaño y rizado se agacha ligeramente hacia la bolsa que contiene el muestrario de cuero negro, antes de abrirlo. En la primera página, escrito con una letra muy elegante, dice: «Muestrario por Claire Ashworth». A la agente de policía se le hace ligeramente extraño leer el nombre de casada de la peluquera, pero rápidamente pasa a la siguiente página, encontrándose con una bella fotografía en primer plano de una novia en su gran día, mientras que, al pie de la página, hay una fotografía en blanco y negro de Claire, peinando a dicha clienta. Miller se queda maravillada ante el espléndido trabajo de la peluquera, y no puede evitar emitir un sonido de sorpresa y admiración, lo que consigue arrancar una nueva sonrisa por parte de la morena.

—Se me da bien, ¿verdad? —cuestiona la mujer de ojos color verde, mientras continua peinando el cabello castaño de la que antaño fuera una sargento de policía.

—El otro día estuvimos cerca de tu antigua casa —decide comenzar a darle algo de información sobre sus actividades, para así comprobar qué información puede brindarle, sobre los Gillespie, concretamente, ya que eran vecinos.

—¿En serio? —el tono de Claire se endurece por un instante.

—Sí —afirma la castaña—. Vimos el río donde encontraron a Pippa, y paseamos por el bosque —le cuenta, sintiendo que, en un ligero movimiento de Claire, su cabello se estira levemente, produciéndole un leve pinchazo de dolor. No sabe si lo habrá hecho a propósito, pero es una reacción como otra cualquiera, y casi podría decir que está tensa—. Hable con Cate.

—¿Sigue bebiendo?

La pregunta de la peluquera de piel clara y cabello moreno parecería normal para cualquier otra persona, una llena de curiosidad, pero para Ellie, que ya lleva tiempo trabajando con una analista del comportamiento, no lo es. Detecta un tono de desprecio en sus palabras, además de uno lleno de envidia y ligera agresividad, como si Cate Gillespie no le agradase en absoluto.

Decide continuar indagando por ahí, a ver si la peluquera suelta prenda.

—Un poco, sí —responde a la pregunta de Ripley en un tono suave—. Supuse que empezó tras la desaparición de Lisa y la muerte de Pippa, ¿pero siempre fue así? —cuestiona en un tono curioso, intentando aparentar interés para que Claire hable con franqueza.

—Bueno, no quiero hablar mal de ella —comienza, y Ellie vitorea para sus adentros: lo ha conseguido—. No, después de lo que ha pasado, pero siempre tenía un vino en la mano —rememora en un cierto tono molesto—. Se aseguraba de que supieras que era caro —añade, dejando claro que su opinión de Cate no es muy favorable, y poco menos la considera una pija esnob de manual.

—Entiendo —la castaña continúa mirando el muestrario, intentando fingir un ligero desinterés para que continue hablando, lo cual consigue a los pocos segundos, pues nuevamente, escucha la voz de Claire a su espalda.

—Quizás fuese porque nos alquilaba su casa, pero siempre sentí que nos miraba por encima del hombro, a mí concretamente —comienza a despotricar, y a pesar de que ha dicho hace prácticamente unos segundos que no quería hablar mal de la madre de Pippa, parece que ha decidido que no le importa hacerlo—. Con Lee flirteaba, pero todo el mundo flirtea con Lee, y él corresponde, así que... —admite, y nuevamente, deja en evidencia lo tóxica que es su relación.

—¿Crees que pudieron tener algo? —cuestiona Miller, y las manos de Claire se detienen.

La mirada de la peluquera morena se encuentra ahora fija en el horizonte, en sus recuerdos.

Pippa está saltando en la cama elástica, como es costumbre, y Ricky se desvive por fotografiarla. Cate por su parte, se encuentra sentada en la silla del jardín de su casa, con un vino rosado en la mesa, justo frente a ella. Está charlando animadamente con Lee, quien ríe y bromea con ella. Claire, por su parte, los está observando con una mirada felina, posesiva, desde el interior de la casa de los Gillespie. De pronto, nota una presencia a su espalda: es Lisa. La joven rubia observa también a su tía hablando con Lee, y hace una mueca claramente disgustada. Posa una mano en la espalda de Claire, como si intentase apoyarla.

—La odio —sentencia la prima de Pippa en un tono rencoroso, como si considerase que su tía es la clase de mujer que, independientemente de su matrimonio, va acostándose con todos los hombres mínimamente atractivos que se encuentra en su camino—. Lo siento, pero es así —añade, al advertir la ligera mirada amonestante que recibe por parte de la peluquera, como si le indicase que no debería hablar así de su propia familia.

Pero Claire, a pesar de todo, piensa lo mismo que Lisa. Empieza a odiar a Cate. No soporta ver cómo flirtea tan coquetamente con Lee, atusándose el cabello, y llevando vestidos que resaltan su figura. Va provocando. Y comprobar que su marido le sigue el juego y corresponde al flirteo, bromeando y riendo con ella como si fueran adolescentes encaprichados, le provoca náuseas. Le encantaría bajar al patio y apartarla de él, pero causaría una escena.

Finalmente, la peluquera de ojos verdes y cabello oscuro sale de sus ensoñaciones, y retoma su trabajo, peinando el cabello castaño de la agente de policía, compañera de Alec. Le coloca varias horquillas en el cabello antes de suspirar.

—Nunca mostró interés por ella —niega vehementemente, a pesar de que las pruebas que hay en su memoria dicen exactamente lo contrario—. No le gustaban las mayores —añade en un tono ligeramente tenso, el cual Ellie capta al momento—. Quizá las jóvenes, pero no de la edad de Cate.

Mientras la peluquera habla, como perdida un poco en sus pensamientos, aún peinando su cabello, la mujer de Joe da la vuelta a la página, encontrando una fotografía de Claire en primer plano. Se la ve sonriendo, feliz. Pero no es eso lo que provoca que los ojos casi se le salgan de las órbitas, y que el corazón le vaya a mil por hora. En la fotografía que ahora está contemplando, Claire lleva puesto el colgante que Pippa llevaba cuando desapareció. La mujer de ojos verdes, que parece percatarse finalmente de la fotografía que la policía está contemplando, cambia su expresión serena a una tensa y más seria, antes de, casi arrebatarle el muestrario, guardándolo de nuevo en la bolsa.

—Vale, ya casi está —sentencia, evaluando su trabajo.

—Gracias —sentencia Ellie, claramente mortificada ante lo que acaba de descubrir.


Tras una realmente fructuosa y apetecible comida, Olly Stevens está caminando junto a Abby Thompson, acompañándola a su habitación del hotel Traders. No ha habido más que un descarado flirteo por su parte y una ligera inclinación por parte de Abby, pero el reportero espera que la cita, por así decirlo, no quede en una comida. Quiere más, y no se avergüenza de pensarlo. La abogada, por su parte, siente que la insistencia de este chico es halagadora, y reconoce que necesita desfogar sus propias frustraciones provocadas por el juicio, de modo que, si él le hiciera una insinuación abierta sobre una noche de sexo intransigente, ella no se negaría.

Caminan hasta quedar junto a la terraza del hotel en el que ella se hospeda. Oliver se detiene en seco, habiéndose girado para observarla. No sabe si es el momento oportuno, pero no pierde nada por intentarlo, de modo que realiza su sugerencia.

—Bueno, aquí estamos —da una mirada discreta al hotel—. Las habitaciones son cómodas, ¿verdad? —la tirada de caña es mucho más discreta de lo que esperaba la abogada de cabello castaño, pero es justamente lo que necesita, y piensa aprovechar el momento y el ofrecimiento.

—Vale, Olly —lo hace callar antes de que pueda decir algo más—. Lo que estoy a punto de decir no es por ti, es por mi —le asegura en un tono sereno, antes de morderse el labio de forma seductora, pues sabe que atrae a los hombres—. Hace siglos que no me acuesto con nadie —le confiesa abiertamente y sin tapujos—, y creo que me lo he ganado.

—¡Muy bien...! —él parece momentáneamente sorprendido por su confesión, pero al mismo tiempo, está nervioso y excitado por la posibilidad que acaba de plantearse.

Abby sonríe ligeramente al comprobar que, un poco más, y lo tendrá saltando de alegría y dándose palmadas en la espalda, felicitándose por conseguir acostarse con ella. Claro que, esto no iría a ninguna parte si ella no lo permitiera, de modo que, en cierto sentido, el mérito, es suyo.

—¿Dónde vives? —le pregunta, antes de argumentar, como está acostumbrada a hacer en el juzgado—. Porque mi jefa no puede enterarse de esto, o me matará, descuartizará, y enterrará mis restos donde nadie pueda encontrarlos —exagera ligeramente el carácter de Sharon para convencerlo, y efectivamente, el joven reportero traga saliva.

—Vivo por allí —señala la calle que lleva a su casa, encaminándose hacia allá en compañía de la avispada, y ciertamente soberbia abogada.


Son aproximadamente las 18:33h, cuando Ellie Miller abre la puerta de su casa en Broadchurch. Tiene a Tom a su lado, y a Fred en su cochecito, a quien ha recogido de la casa de Coraline, habiéndose asegurado de contarle lo que ha descubierto en casa de la peluquera con pelos y señales. La muchacha taheña se ha cruzado de brazos y ha dicho algo que ha helado la sangre de la castaña: «¿y si lo hemos interpretado todo al revés? ¿Y si el colgante nunca fue de Pippa? ¿Y si pertenecía a Claire?». En ese caso, si la respuesta a esas preguntas fuese afirmativa, significaría que el rumbo de la investigación ha cambiado por completo, y que Claire, como la analista del comportamiento sospechaba ya desde hace tiempo, está más involucrada de lo que creían. Sin embargo, la antigua sargento de policía niega con la cabeza: ahora mismo, tiene que concentrarse en remodelar esta casa, de modo que resulte un lugar seguro y acogedor para ellos, sin recuerdos ni emociones negativas que involucren a Joe.

—Vamos —insta a Tom a entrar, quien entra el cochecito de su hermano con cuidado, pues está dormido profundamente—. Ponte algo de ropa vieja —le ordena mientras se despoja de su chaqueta de trabajo habitual.

—¿Para qué tengo que ponérmela? —pregunta el adolescente, pues está confuso. No entiende qué quiere hacer su madre, pero obedece su orden, quitándose la chaqueta tras haber dejado la mochila en el suelo.

—Primer punto del día: vamos a pintar la habitación de arriba donde tu padre y yo solíamos dormir —sentencia, explicando el razonamiento tras sus intenciones, y Tom parece algo reticente a hacerlo, pero no por ello menos excitado por empezar.

—Yo no sé pintar...

—Esta noche aprenderás —asevera su madre en un tono confiado, observándolo con una sonrisa. Él corresponde la sonrisa y asiente, pues está realmente feliz de haber vuelto con su madre, y de volver a tenerla a su lado, apoyándolo—. Vamos a pintar la casa —deja claro sus planes para el resto de la semana—. Esto es nuestro, Tom: tuyo, mío y de Fred.

El adolescente de cabello rubio asiente y nuevamente sonríe, contento por estar en su casa. La observa desde otra perspectiva, y considera que, este nuevo comienzo, es justo lo que necesitan para empezar a ser felices. Fred, aún dormido en el cochecito, simplemente sonríe tiernamente, pues está soñando con los juegos a los que ha jugado con su niñera de ojos cerúleos favorita.


Entretanto, no muy lejos de allí, Tess aparca su coche en el exterior de la vivienda de su exmarido, justo frente a la verja de madera que da acceso a ella. El escocés es el primero en salir del coche, encaminándose hacia su casa, y por un momento, al observar su fachada, recuerda cómo Lina suele acompañarlo. Recuerda los momentos que ha compartido con su novata en esas cuatro paredes: ella ayudándolo a examinar pruebas, animándolo en los momentos en los que lo necesitaba, él confesándole que ella debería ser la tutora legal de Daisy en caso de que él no estuviera... La echa de menos, y se pregunta si estará bien. No lo ha llamado ni mandado ningún mensaje desde que ha abandonado el hospital esta mañana, y eso lo preocupa, pues no es propio de ella. Espera poder hablar con Lina nuevamente, pero después de lo sucedido con Tess, quien ha aparecido de una manera tan imprevista, quizás no quiera escuchar lo que siente. Ha sido una situación incómoda y violenta, y debido a encontrarse físicamente débil, no ha podido negarse e insistir en que Coraline lo llevase a casa. Teme haber perdido su oportunidad con Lina, y se reprocha no haberlo hecho antes. Maldice para sus adentros: ¿por qué tenía que hacer acto de presencia su exmujer justo en ese momento? Ella le ha dejado claro que jamás podrían volver a recuperar lo que perdieron, y él ya no siente lo mismo desde hace años, de modo que, ¿por qué está allí, ahora? No consigue comprenderlo.

Se acerca a la puerta, caminando lentamente y con un ligero esfuerzo.

—Tómatelo con calma —escucha que dice la subinspectora a su espalda, pues lo observa caminar ligeramente encorvado—. ¿A dónde vamos? —cuestiona, observando sus alrededores, mientras que el escocés rebusca entre unas macetas de la entrada, en donde usualmente Lina suele dejar la llave de la casa cuando va a buscarlo.

—Es aquí —sentencia, tras esbozar una sonrisa al comprobar que Lina, como siempre, la ha dejado bajo la maceta más antigua, pues como ya le dijera en su momento «un ladrón no miraría en una maceta que pareciera a punto de resquebrajarse al mínimo toque».

Toma las llaves en su mano derecha, tras sacarlas de debajo de la maceta, apresurándose en acercarse a la puerta para abrirla. Tess lo observa con una ceja levantada, y no puede evitar hacer un comentario ligeramente irónico.

—¿Aquí es donde vives?

—Oh, no empieces —sentencia el escocés en un tono indignado y molesto, abriendo la puerta principal de su casa, antes de entrar a ella.

—No me jodas, Alec —dice Henchard, pues no esperaba para nada que su exmarido viviera en semejante casa.

Es tan minimalista y simple que no le cabe en la cabeza que haya sido capaz de soportarlo: su exmarido siempre ha necesitado su espacio, y una casa lo bastante enorme como para poder moverse con libertad. Este pequeño piso apenas se lo permite, y la hace reír irónicamente: sí que ha cambiado, sí. Y saber que ella no es la causante de ese cambio, admite que le duele ligeramente.

Tras comprobar que todo está en su sitio, el hombre con vello facial decide refrescarse el rostro, antes de posar su mirada en la cama de su habitación, recordando lo tranquilamente que durmió en ella su brillante novata. Por consiguiente, de manera inconsciente, recuerda ese momento en concreto en el hotel de Sandbrook, donde pudo sujetar contra él a la mujer que ama. Rememora ese momento, casi pudiendo sentir cómo la estrecha contra él, y como ella, realmente tranquila, consiguió calmarse y dormir a su lado, con sus manos entrelazadas. Su mirada castaña baja hasta su propia mano derecha: añora sentir su mano en la suya.

Después de conseguir que Tess saque una silla plegable al exterior para sentir un poco los rayos de sol en su piel, el hombre de cabello lacio y expresión taciturna se sienta en ella, cerrando sus ojos. De pronto, escucha unos pasos a su espalda, y a los pocos segundos, su exmujer de cabello oscuro le coloca su abrigo en los hombros.

—¿Tienes suficiente calor? —cuestiona, y el escocés abre los ojos: no entiende qué hace allí, cuidando de él, como si aún fueran un matrimonio. Su relación está rota a pesar de ser cordial por Daisy, y es por eso por lo que no entiende la fijación de Tess por estar a su lado. No es que no aprecie el esfuerzo, pero no es precisamente a ella a quien querría tener allí, ahora, cuidando de él. Necesita a Lina—. Vale —camina hasta quedar frente a él, con el frasco de pastillas que le han dado para controlar el dolor de la intervención, así como el ritmo cardíaco—: dos de estas —le entrega las pastillas, que él introduce en su boca, antes de darle el vaso de agua, del cual da un breve trago.

—¿Por qué has venido? —cuestiona Hardy, quien necesita la respuesta a esa pregunta.

—¿Sinceramente? —Henchard suspira y sonríe nerviosa, sentándose en el muro, cerca del río y cerca de la silla de su exmarido—. Pensé que si morías sin que te dijera... —se interrumpe momentáneamente, sintiendo en su rostro esa penetrante mirada castaña que conoce bien—. Cuando robaron el colgante de mi coche...

—¿Cuando te estabas follando a Dave mientras seguíamos casados? —el filo, lleno de rencor, que llevan sus palabras cortan el aire como si tratara de mantequilla.

No es solo un rencor que se ha originado por las acciones pasadas de Tess, sino un rencor que se ha originado también por sus actuales acciones, por la oportunidad que ha perdido de estar junto a la mujer que ama, y quien, realmente siente que lo aprecia tal como es, y cuida verdaderamente de él. La persona con la que debe estar.

—Sí... —la mujer de ojos verdes parece brevemente avergonzada, admitiendo su culpa, agachando el rostro. Se ha sorprendido por el rencor y la mirada afilada y algo molesta que le dirige su exmarido, y se percata de que, casi con total seguridad, sea porque ella no es Coraline Harper—. Cargaste con la culpa: me cubriste para que no me cayese a mí —Henchard rememora los eventos de aquel día, y aún siente cómo se odia a sí misma por permitir, que su marido en aquel entonces, cargase con la culpa, habiéndolo perdido para siempre por una aventura—. Eres un buen hombre, Alec.

—Habrían arruinado tu carrera —sentencia el inspector en un tono factual—. Yo seguí con la mía... Creo —da un nuevo trago al agua del vaso, sintiéndose agradecido por primera vez a su mala suerte, pues por ello fue por lo que conoció a Lina.

—Solo quería que supieras que te quise por ello —traga su orgullo y sus pensamientos, haciendo un último esfuerzo para que Alec aún siga atado a ella, amándola y recordándola.

—Pero no lo suficiente —sentencia él en un tono despectivo, desviando su mirada.

Tess agacha el rostro nuevamente, sintiendo cómo el rechazo le ha cortado momentáneamente la respiración. Recuerda que Dave también perdió a su familia, y su mujer se quedó con la custodia de sus dos hijos. Mantuvieron su relación unos meses más, pero pronto se rompió, pues ya no tenían nada que los empujase a estar juntos. Lo único que los unía era la pasión y la adrenalina del encuentro. Nada más. Tess aún se reprocha el haber perdido a Alec por algo así, cuando en vez de una aventura, podría haber intentado hablar con él... Quizás acudir a una terapia de pareja. Pero no lo hizo, y ahora carga con las consecuencias de sus actos. Y una de ellas, inevitable como el tiempo, es el hecho de que su marido, a quien aún adora, ha pasado página y se ha enamorado de una mujer que es exactamente lo opuesto a ella.

Por mucho que le duela, deberá aceptarlo y pasar página.

—¿Dónde te quedarás esta noche? —cuestiona el escocés en un tono sereno.

—¿En tu sofá? —indaga ella algo dubitativa.

—¿Has visto ese sofá? —él intenta bromear, pues, aunque le encantaría decirle que se fuera al hotel Traders, sabe que ella no lo haría, pues quiere vigilar que no se exceda y haga alguna locura. De modo que, al menos por esta noche, dejará que se quede en su casa.

En ese preciso momento, el teléfono de la subinspectora de ojos verdes empieza a sonar con el claro tono de una llamada entrante. Se apresura en localizarlo, observando el identificador de llamadas. Una sonrisa aparece en sus labios en cuanto lee el nombre que hay allí escrito.

—Oh, es tu hija —comenta Tess tras descolgar, escuchando la voz de Daisy al otro lado de la línea telefónica—. Hola, Dais.

—¿Sabes algo de papá? —cuestiona la adolescente, quien, por el momento, se está quedando en casa de sus abuelos maternos—. ¿Estás con él?

—Sí, estoy con él —responde su madre en un tono suave.

—¿Y cómo está?

—Hecho una mierda —responde Tess, y Alec rueda los ojos, pues ahora sabe de dónde ha aprendido su hija esa palabra nueva—. Mucho peor de lo normal —escucha como Daisy ríe al otro lado de la línea.

—¿Puedes pasármelo?

—Quiere hablar contigo —le indica la subinspectora a su exmarido, quien deja el vaso de agua, sujeto en su mano derecha, dejándolo en el suelo—. ¿Necesitas que...? —empieza a preguntar, pero le indica que le entregue el teléfono, pues puede utilizarlo con la mano derecha.

—Hola, cielo —la saluda el hombre de cabello lacio y castaño, realmente feliz de poder hablar con ella, pues la hecha terriblemente de menos, a pesar de haber estado escribiéndose mensajes estos días.

—¿Cómo estás, papá? —cuestiona la adolescente en un tono preocupado.

—Bien —responde él en un tono cariñoso—. Solo es un trocito de metal, no te preocupes —le indica, y nota casi al momento cómo su hija se alivia al escucharlo—. El primer paso para ser el hombre de los seis millones de dólares.

—Tú siempre con tus referencias, papá —se carcajea la adolescente rubia—. ¿Quién es ese?

—¿Cómo que no sabes quién es? —cuestiona en un tono falsamente ofendido—. ¿Pero qué te enseñan en ese colegio? —espeta en un tono ligeramente bromista, consiguiendo que su hija ría nuevamente, al mismo tiempo que Tess ríe con suavidad, apreciando lo bueno y cariñoso que es Alec como padre.

—¿Está Cora ahí? —inquiere la jovencita con curiosidad y excitación a partes iguales—. Podría preguntárselo a ella. Seguro que sabe muchas cosas interesantes.

—Me temo que Cora no está conmigo ahora, pero seguro que, si se lo preguntas, estará encantada de responderte, cariño —le agrada ver el interés que Daisy profesa a su brillante compañera—. Me aseguraré de mandarte su número cuando pueda.

En cuanto el nombre de su compañera pasa por sus labios, Alec se percata al momento de la expresión molesta en el rostro de Tess. Es como si alguien la hubiera obligado a chupar un limón. Tiene el ceño ligeramente fruncido y ha resoplado, intentando disimularlo, eso sí. Para el inspector, que ahora sabe un poco sobre como analizar a las personas, finalmente queda claro. Ahora entiende por qué su exmujer está allí, y por qué actuó de esa manera en el hospital: está celosa de su relación con Lina, y tampoco le agrada que Daisy quiera pasar tiempo con ella.

Mala suerte para ella, porque no piensa renunciar a lo que siente por la sargento taheña, y su hija está claro que, en caso de que pudiera confesarle a la sargento lo que siente, apoyaría incondicionalmente su relación. Y, de todas formas, Tess no manda en su vida. No tiene derecho a decidir a quién puede o no puede amar.

—Más te vale hacerlo, papá —asevera la rubia de ojos azules con una sonrisa, aunque no deja de preguntarse por qué Cora no está con su padre, pues está claro para ella que eso de estar separados durante mucho tiempo, no es propio de ninguno. Algo ha sucedido, y probablemente, su madre tenga algo que ver, a juzgar por lo irascible y molesta que estuvo tras la cena en el restaurante... Es casi como si estuviera celosa de la felicidad de su padre. Suspira pesadamente: espera que su madre no intente una tontería—. Entonces, ¿está todo bien ahora? —inquiere, aun ligeramente preocupada por el estado de su progenitor—. ¿Ya no tienes el corazón roto, ahora que Cora está contigo? —no se resiste a hacerle la última pregunta, esperando que su padre finalmente admita, al menos a ella, lo que siente por la pelirroja.

—Sí, todo arreglado —afirma el escocés antes de sonreír con dulzura en cuanto escucha esa última pregunta por parte de Daisy—: ya no tengo el corazón roto.

Henchard observa al escocés con una mirada llena de lástima. Finalmente, admite la derrota, al menos en su mente. Lo que su corazón dice es otro cantar, al fin y al cabo. No puede evitar sentirse triste por la pérdida del hombre que tanto quiso en su momento, pero ahora es capaz de admitir que su comportamiento deja mucho que desear. Ella no es tan vengativa ni rencorosa. Y no tiene ningún derecho sobre Alec ni su vida. Él tiene la potestad de hacer lo que quiera, y de enamorarse de quien quiera.

Algo que sí puede admitir, sin embargo, es el hecho de que, gracias a la Sargento Harper, su exmarido es mucho más feliz. Ha conseguido sacarlo de su burbuja, donde siempre pensaba en sus casos, y nunca cuidaba de sí mismo. Ha evitado que esa visión de túnel, que propició su aventura y la destrucción de su matrimonio, se apropie de él. Y tiene que agradecérselo. Lo hará en cuanto la vea, aunque claro, eso no significa que la muchacha le caiga en gracia... Eso vendrá con el tiempo, pero hará lo posible por comportarse. Aunque puede que deje escapar algún que otro comentario afilado o envidioso. Es parte del proceso de aceptación.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro