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Capítulo 24

Antes de ir a la sesión del juicio que se celebrará hoy, el 25 de mayo, donde Mark Latimer deberá testificar en contra de Joe Miller, la controladora de tráfico de cabello castaño ha decidido acercarse hasta la casa de Claire para intentar hablar con ella. Quizás pueda convencerla de que diga la verdad. Que admita lo que realmente pasó aquella noche que Lisa y Pippa desaparecieron sin dejar rastro. Conduce el coche por el bello fiordo inglés que precede a la casa de la morena de ojos verdes, habiendo atravesado el verde y frondoso bosque que le precede. De pronto, apenas está bajando la colina para dirigirse a la campechana casa, observa una figura de pie a la izquierda de su posición, sola, de pie, en el fiordo. Está vestida de negro de pies a cabeza, y observa el horizonte. Detiene el coche entonces: es Claire.

La que antaño fuera una sargento de policía se apea del coche, tras detener el motor y habiendo observado que no viniera nadie tras ella, acercándose a la figura oscura que destaca contra el bello paisaje inglés.

—¿Estás bien? —cuestiona, acercándose con pasos cautelosos—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Te ha contado lo que hizo ayer? —le espeta en un tono claramente molesto.

—Sí —afirma la mujer con el chaquetón naranja, caminando hacia ella.

—Oh, claro —Claire alza los brazos con un tono irónico—. Y te envía a ti, ¿verdad? —cuestiona tras cruzarse de brazos—. ¿Por qué no envía a Coraline? Ya que parece su mascota...

—Solo he venido a ver cómo estabas —sentencia la controladora de tráfico de cabello castaño, intentando ignorar las palabras que la mujer de ojos oliva ha dirigido contra su buena amiga.

—Puse mi vida en sus manos, ¡y me arrastró hasta aquí, a este agujero de mierda, para esconderme! —exclama la que antaño trabajase de peluquera, pues se encuentra realmente molesta por la decisión del inspector de cabello castaño—. Confié en él —se queja con una voz ligeramente entrecortada—. No he hecho nada malo, y ahora me deja tirada —sentencia con rencor, y para este momento, Ellie ya ha llegado a su lado—. ¿Puedo irme a vivir contigo? —cuestiona de pronto, cambiando su actitud de manera imprevista, sorprendiendo a la castaña de cabello rizado.

—No funcionaría —quiere encontrar la forma de negarse sin parecer brusca—. Vivo en un estudio diminuto cerca de la estación de Devon.

—¿Y en tu casa del pueblo? —insiste la mujer de cabello oscuro en un tono de súplica.

—No —esta vez, Ellie se niega de forma flagrante, pues ahora empieza a ver cómo su buena amiga ve a Claire: es una experta en jugar con las emociones ajenas para manipular a las personas, y es exactamente lo que estaba haciendo con Hardy hasta ahora. No va a permitir que le haga eso a ella.

—¿Por qué no?

—No quiero que vivas allí —finalmente deja las cartas sobre la mesa, exponiendo sus verdaderas intenciones. Además, en caso de recuperar a Tom, quiere disponer de su casa para rehacer su vida junto a sus hijos.

—Creía que éramos amigas —intenta hacerla sentir culpable, pero Ellie sonríe con ironía.

—¿En serio? —se cruza de brazos ligeramente—. Yo creo que has jugado con nosotros.

—¿Por qué iba a hacer eso?

Claire tarda unos tres segundos en responder, y como su compañera taheña le dijera, en caso de que no estuviera mintiendo, habría respondido al menos en un segundo, pues no necesitaría pensar una respuesta a esa acusación. Que lo haga ahora, significa que es consciente de que los estaba manipulando. Ellie agradece en su mente que Cora le enseñase algunos trucos de análisis del comportamiento, pues los encuentra en extremo útiles.

—No lo sé —admite la mujer de cabello castaño y rizado.

—No lo he hecho —asevera la morena—. Lo juro, no lo he hecho —insiste nuevamente con una voz y un tono llenos de tensión y desesperación—. Solo está celoso porque me he acostado con Lee.

—¿Por qué iba a estar celoso? —cuestiona Miller en un tono ligeramente acusatorio, pues sabe de buena tinta, gracias a la Sargento Harper, que la acusación de Ashworth sobre que el escocés se acostase con Claire, es falsa.

—Enfadado, ¿vale? Quería decir enfadado.

—O quieres que te protejamos de Lee, o no —la controladora de tráfico no tiene problemas en darle algunas lecciones—. No puedes tener ambas cosas —dice en un tono severo, lleno de reproche por cómo ha estado jugando con ellos como si fueran marionetas.

—Ya te dije que cuando le veo pierdo el control —se explica nuevamente la peluquera, usando la misma estrategia que antaño usara para justificar sus acciones con su marido—. Es... —hace una pausa significativa—. Es el sexo, Ellie —su tono expresa claramente su deseo, su pasión, su anhelo—. Es que... Algo pasa cuando estamos juntos. No puedo...

—Oh, por favor —suspira la castaña algo hastiada—. Ten un poco de autocontrol —le pide en un tono firme antes de suspirar—. Si quieres ser mi amiga, cuéntamelo todo: la verdad, pasado y presente, y luego, quizá, hable con Hardy y Cora sobre ti —ante la mención del nombre de la mentalista, el rostro de Claire palidece ligeramente, como si tuviera miedo de enfrentarse a esa mirada celeste suya, al igual que a sus habilidades.

—Lo haré —Claire asiente finalmente tras reflexionarlo por unos segundos—. Ven a mi casa esta tarde y hablaremos —sugiere en un tono amigable—. Quizá pueda arreglarte el pelo —añade en un tono cordial, haciendo un gesto hacia la mujer frente a ella.

—¿Qué? —Ellie parece momentáneamente desconcertada.

—Bueno... Es que llevo mucho tiempo sin arreglarle el pelo a nadie —se explica, evidenciándose por vez primera en su ademán lo realmente sola y aislada que se encuentra en este lugar—. ¿Por favor?

—Está bien.


Alec Hardy se ha acercado al hospital a primera hora de la mañana, cerca de las 07:30h, para hablar con la doctora que deberá realizarle la intervención del marcapasos unas horas más tarde, para que pueda darle indicaciones al respecto: qué hacer tras el postoperatorio, cómo evitar que el corazón se resienta... Etc. Obviamente, empieza a explicarle que deberá llevar una bolsa con ropa para su estancia en el hospital, para así, guardar la ropa que lleve puesta allí. El escocés no necesita saber estos pormenores, ya que está más preocupado por la propia intervención en sí.

—¿Sería posible que alguien me acompañase? —cuestiona en un tono esperanzado, pues aún tiene en mente la intención de Lina de acompañarlo, y contempla cómo su doctora asiente lentamente.

—No sería la primera vez que se realiza una excepción para que un acompañante se encuentre en el quirófano al momento de la colocación de un marcapasos, puesto que en ocasiones se ha demostrado que puede ayudar al paciente a relajarse, facilitando la cirugía —admite la doctora en un tono suave—. Ya me he encontrado algunos casos al momento de realizar estas operaciones, y no ha resultado nada inconveniente —sentencia con un tono amigable—. Pero es un procedimiento bastante largo —indica en un tono ligeramente preocupado—. ¿Estaría su acompañante dispuesta a permanecer más de dos horas sentada en una silla, dentro de un quirófano, mientras le intervienen?

Alec parece reflexionar momentáneamente sobre esa pregunta, pues si es cierto lo que ha leído para prepararse para la intervención, la operación podría ser algo larga y ligeramente sangrienta. ¿Acaso Lina estará preparada para aguantar una experiencia así? No está seguro, y no quiere obligarla a hacer algo que pueda encontrar mínimamente repulsivo o estresante. Y ya tiene demasiados traumas sobre su espalda como para añadirle uno más al montón...

Viendo su indecisión, la doctora le sonríe cordialmente.

—No se preocupe: le preguntaremos a su acompañante si quiere estar presente cuando lleguen al hospital después —le indica, y el hombre con vello facial siente que el alivio lo recorre al momento de escuchar su propuesta—. De esa manera, ella podrá decidir al respecto —añade, antes de volver al tema en cuestión—. Debo decirle que solemos hacer este procedimiento mediante anestesia local...

—¡Oh, no, no quiero ver el maldito procedimiento! —se horroriza el veterano agente de la ley con cabello lacio y castaño, abriendo los ojos con pasmo—. Pónganme anestesia general.

—Bueno, voy a ver si puedo convencer al anestesista —concede la doctora con una sonrisa amigable—. Bien —procede a explicarle rápidamente el procedimiento—, la herida es de aproximadamente dos pulgadas más o menos, en la parte superior del pecho, por lo que le sugerimos que permanezca la noche en el hospital —nada más escuchar esa última parte, Alec sabe que no piensa hacer caso a esa directriz: no va a quedarse en el hospital toda la noche, y menos haciendo que Lina lo acompañe en todo momento. En cuanto pueda, se largará a su casa: allí podrá descansar más tranquilo—. Volverá al trabajo de tres a siete días, después de lo cual, no debe hacer un esfuerzo demasiado intenso, y no deberá levantar nada con el lado izquierdo del cuerpo durante al menos seis semanas —continúa dándole las indicaciones pertinentes—. Ah, y no use su móvil en el lado izquierdo de su cuerpo tras la operación. Interfiere con el marcapasos.

El Inspector Hardy asiente lentamente, guardando en su memoria todos aquellos consejos y datos, aunque está seguro de que Lina acabará por sabérselo mejor que él gracias a su memoria eidética, y no dejará de recordarle qué puede y qué no puede hacer. Deja que una sonrisa suave adorne sus labios ante tal pensamiento. Tras salir del hospital, se sube al coche azul brillante de la analista del comportamiento, quien ya lo estaba esperando, pues ha sido ella quien lo ha acercado allí. Con una sonrisa suave, Coraline lo lleva a su casa antes de dirigirse al juzgado de Wessex, para que así, pueda recoger aquellos efectos personales y una bolsa para su estancia en el hospital.


En la casa familiar, cerca de las 8:00h, Mark Latimer está arreglándose el cuello de la camisa, y colocándose de forma correcta la corbata. En esta ocasión es a él a quien le toca subir al estrado, ye debe admitir que esta situación lo pone indudablemente tenso. Teme lo que la defensa de Joe pueda sacar a la luz sobre él o sus seres queridos, pero debe hacer esto. Por Dan. Porque es su padre y debe defenderlo. Tiene que hacer algo, o al menos, intentarlo.

—Le he dicho a Chlo que se quede en casa con Lizzie —sentencia Mark al sentir la presencia de Beth a su espalda, observándolo concienzudamente—. Tú tampoco deberías venir —añade, girándose para encararla.

—Buen intento —rebate ella en un tono sereno—. Voy a ir —añade, antes de acomodarle bien la corbata en un gesto cariñoso, pues piensa apoyarlo en este preciso instante, cuando todo es tan complicado e incierto para su familia—. Cuenta la verdad ahí arriba —le pide, y Mark por un momento cierra los ojos con fuerza: no sabe lo que le está pidiendo—. No pueden dudar de otro testigo.

La joven madre decide ir a emperifollarse, pues quiere estar mínimamente presentable en el juzgado, ya que los llantos de Lizzie llevan despertándola durante varias noches intermitentemente, y tiene unas ojeras horribles. Espera poder taparlas con algo de maquillaje, aunque ni siquiera está segura de que el maquillaje pueda tapar todo ese agotamiento. Mark por su parte, se queda allí, de pie frente a la ventana que da al jardín privado de la vivienda. Suspira pesadamente, intentando darse ánimos: que diga la verdad... Si fuera tan fácil hacerlo, lo habría hecho hace tiempo. Pero ahora ya no hay vuelta atrás. Tiene que dar la cara y enfrentarse a sus propios demonios.


En el juzgado de Wessex, en uno de los pasillos interiores, Sharon Bishop mantiene su propia batalla a través de la línea telefónica. Está teniendo una acalorada discusión con un importante cargo de la prisión en la que se encuentra internado Jonah. Ha decidido tomar cartas en el asunto, pues no piensa seguir permitiendo que su hijo sufra tan brutales palizas día sí, y día también. Puede que no le guste pensar así, pero ha decidido seguir el consejo que le dio ayer Jocelyn acerca de que esto es asunto suyo, y que debe enfrentarse a él ella misma.

—Lo que le pido —intenta mantener la calma mientras habla, pero con estos altos cargos que se creen que lo saben todo, es muy difícil—, es una cronología exacta por escrito de dónde estaba cada persona cuando agredieron a mi hijo —explica su petición de forma concisa, apoyándose en una de las barandillas del pasillo—. Quiero saber el nombre de los agentes y de los supervisores de servicio para poder presentar una queja disciplinaria concreta —en cuanto su interlocutor escucha la segunda parte de su demanda, parece empieza a darle excusas—. Oh, no, no, no —niega al momento la abogada negra en un tono intransigente—. No va a tardar tanto en hacerlo, porque no pienso dejarle en paz hasta saber que van a llevarlo a un lugar seguro —amenaza con rigidez en cada una de sus palabras, dejando constar su seriedad—. Y no intente tomarme el pelo porque soy incansable —asevera, antes de dar su ultimátum—. Tiene 60 minutos —cuelga la llamada entonces, guardándose el teléfono móvil en el bolsillo del pantalón—. Cabrón —masculla entre dientes, claramente hastiada.

—¡Buenos días! —saluda Abby, caminando hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola —la saluda Sharon menos entusiastamente.

—Van a hacerlo —la abogada de cabello castaño no se aguanta las ganas de decírselo—: Mark Latimer va a subir al estrado a testificar.

—Bien.

—¿Bien? —Thompson parece ligeramente contrariada por su falta de entusiasmo: pensaba que estaría más animada por saber esto, pues es su oportunidad perfecta para ganar un buen tanto en favor de su defensa—. Esto era lo que pretendías, ¿verdad? —cuestiona, logrando arrancarle a su jefa una disimulada sonrisa, entregándole el archivo de Mark Latimer.


Unos minutos más tarde, la sesión está a punto de iniciar, con todas las partes implicadas entrando a la sala del tribunal número uno. Mark pasa frente a la jaula de cristal que separa a Joe del resto de personas de la estancia, y le dirige una mirada llena de odio y rencor. Por su parte, Coraline, como siempre, decide sentarse junto a su inspector. Sin embargo, el escocés ha dejado su bolsa con efectos personales en el coche de la taheña, a fin de evitar que Miller se alarme, pues ninguno le ha comentado que la cirugía se va a realizar hoy. Ambos amigos intercambian una ligera mirada en cuanto Ellie pasa junto a ellos, sentándose junto a Maggie Radcliffe y Oliver Stevens, pero saben que ahora mismo necesita estar con su familia, y eso incluye al joven periodista. Tom Miller por su parte está sentado junto a su tía Lucy en la tribuna del lateral de la sala, justo a la derecha de la puerta de entrada, cerca de Beth Latimer y Nige Carter. No se atreve a mirar a su madre.

—¿Desea jurar o prometer? —cuestiona el miembro del jurado que le entrega el libro y a Mark, quien ya se encuentra subido al estrado de la sala del juzgado.

—Prometer —sentencia Mark con confianza.

Ha decidido prometer porque, en caso de que estuviera jurando, estaría indicando que es creyente, y por ello, jura por Dios y, de esta forma, lo pondría como testigo. Y no es el caso. Prometer, en cambio, que es por lo que se ha decantado, implica asegurar que va a decir la verdad sin poner como testigo a nadie ni a nada.

—Por favor, lea la tarjeta —le indica el hombre del juzgado en un tono sereno.

—Declaro y prometo solemnemente que lo que aquí estoy a punto de declarar es la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad —lee la tarjeta con una voz serena, habiendo posado sus ojos fijamente en el asesino de su hijo.

En este preciso instante, Becca Fisher entra a la sala del juzgado, y Paul Coates, que estaba sentado tras Beth y Nigel, se levanta, acercándose a ella. La pareja se sienta en la tribuna en la que se encuentran Alec y Cora, justo un escalón bajo ellos. Nada más verla aparecer, a la matriarca de la familia Latimer por poco le entran unas ganas irrefrenables de saltar sobre ella para obligarla a marcharse de la sala. Siempre que su familia está pasando por algún momento dificultoso, esa mala pécora encuentra la manera de inmiscuirse en él.

—La madre que la parió —Beth tiene que refrenarse por no solar más improperio que aquel.

—¿Seguro que quieres estar aquí hoy? —cuestiona Coates en un tono bajo, observando a su novia, quien simplemente intenta mantener una mirada y una expresión serias en el semblante, pues siente a kilómetros la animosidad que Beth dirige hacia ella.

—Quiero saber lo que se dice de mi —responde ella, observándolo finalmente, antes de contemplar cómo se inicia esta sesión del juicio, con Jocelyn levantándose de su asiento, dando paso a su interrogatorio.

—Sr. Latimer, ¿cómo de bien conoce a Nigel Carter?

—Muy bien —responde Mark rápidamente—. Lleva cuatro años trabajando conmigo.

—¿Confía en él?

—Con mi vida —asegura el fontanero sin ningún asomo de duda—. Y con la de mi hijo.

—¿Qué tiene que decir ante la acusación de que Susan Wright vio a Nigel Carter llevando el cuerpo de su hijo la noche de su muerte? —ataja esa línea de interrogatorio antes de que pueda hacerlo la defensa de Joe. Necesita quitarles cuantos más argumentos mejor.

—Obviamente confundió a dos personas calvas, porque no era Nige —asevera con confianza, mientras que el aludido, se limita a posar una mirad ligeramente nerviosa y suspicaz en el reo, que observa la sesión del juicio en silencio, con una expresión casi inmutable.

—Desde la muerte de Danny, ¿ha estado quedando con Tom Miller?

—Sí, así es —afirma el hombre trajeado en un tono suave—. Intentaba ayudarlo a superar esto —comienza a explicarse—. Pensé que, si hubiera sido al revés, me habría gustado que alguien apoyase a Danny —añade, antes de suspirar—. Pero debería haberlo pensado un poco más, porque... Parece un poco raro.

—¿Le dijo a Tom Miller que era culpable de haber matado a su hijo?

—No —la negación aparece en sus labios antes siquiera de que su cerebro pueda formular la respuesta—. Dije que me «sentía» culpable... Por no haber cuidado de Dan —clarifica sus palabras de aquel entonces para que no haya una duda sobre sus intenciones y acciones.

—¿Dónde estuvo la noche de la muerte de su hijo, Sr. Latimer?

Mark sabía que la pregunta iba a llegar antes o después, pero no por ello se le hace más fácil el responderla. Necesita unos segundos para recomponerse, pues, aunque Beth ya aseveró en su testimonio que él tuvo una aventura, es muy distinto el decirlo uno mismo.

—Estaba con Becca Fisher, la dueña del hotel Traders.

—¿Estaban teniendo una aventura?

—No —niega el suceso categóricamente—. Era la primera vez que pasaba algo como eso.

—¿Se acostaron esa noche?

—Sí —le rompe el corazón admitirlo, y no quiere ni mirar a Beth. No quiere ver su rostro desencajado, las lágrimas que surcan sus bonitas mejillas, sus ojos llenos de dolor y traición.

—¿Dónde?

—En su coche.

Ante es respuesta, la madre de Danny agacha el rostro, y Nige posa una mano en su hombro a modo de consuelo. Por su parte, Paul Coates agacha el rostro, no dignándose a mirar a los ojos a su actual pareja. Es muy duro escuchar estas declaraciones, incluso para él.

—¿Luego qué hicieron?

—Me llevó de vuelta al aparcamiento del acantilado —responde claramente, recordando aquella noche que, en aquel momento, le pareció tan maravillosa—. Recogí mi coche y tomamos caminos separados.

—¿Y se fue a casa inmediatamente? —la abogada de ojos oliva debe señalar la hora sin coartada de Mark, para que la defensa no pueda usarla en su beneficio para acusarlo. Debe responder con la verdad, y ambos lo saben.

—No —esta parte es la que llevaba temiendo desde ayer, y la razón de que haya intentado que Beth no asista a esta sesión del juicio—. Pasó una hora u hora y media.

—¿Dónde estuvo durante ese tiempo? —Mark guarda silencio entonces, pues aún quiere guardar este secreto: evitarle el dolor a Beth, pero sabe que es imposible—. Sr. Latimer, ¿dónde estuvo? —insiste la abogada con cabello rubio-platino, instándole a que responda a la pregunta.

El inspector de delgada complexión parece igual de interesado que Jocelyn en averiguar ese dato de su coartada, pues al momento de la investigación, se negó por activa y por pasiva a desvelar ese dato. Fue una de las razones por las que lo consideraron sospechoso en primer lugar. Desvía su mirada hacia su izquierda, donde se encuentra su brillante subordinada, y la contempla: tiene la mirada fija en Mark, como si intentase averiguar qué esconde tras ese rostro tan apenado y mortificado.

—Conduje por el valle y aparqué en la cima de la colina —empieza el padre de Danny, sintiendo que el corazón le late con fuerza en el pecho—. Y empecé a escribir una nota, una... Carta.

—¿Una carta a quién?

La analista del comportamiento apenas necesita observar la expresión mortificada y llena de dolor del testigo del estrado para comprenderlo. Cierra los ojos ante lo que evidentemente se avecina, pues provocará una ingente cantidad de daño en la madre de Danny. A diferencia de lo que la mayoría pueda pensar, no se trataba de una carta de suicidio. Es algo incluso más escalofriante y terrible, o al menos, eso piensa Cora.

—A Beth, mi mujer.

—¿Por qué se puso a escribirle una carta a su mujer a esas horas de la madrugada?

—Quería decirle que se había acabado —suelta tras unos segundos, desvelando la verdad tras esa hora sin coartada, que tan celosamente había guardado—. Que había conocido a otra persona, que nuestro matrimonio estaba roto —se le tornan los ojos vidriosos, pues por la periferia de su visión, contempla cómo Beth parece ahogarse—. Me volví loco. Fui como un chaval de catorce años atolondrado por un nuevo amor —intenta explicarse, y para Beth, esto es más de lo que puede soportar—. No estoy orgulloso...

La sesión se interrumpe para dar un descanso de varios minutos entonces.

Beth sale casi corriendo de la sala del tribunal, con Ellie decidiendo seguirla, habiendo tomado su bolso en sus manos, apresurándose en intentar consolarla. Escucha su llanto en las escaleras interiores del tribunal antes de encontrarla sentada en el rellano, sollozando desesperadamente.

—Vamos, Beth —la que fuera una sargento de policía se apresura en sentarse a su lado, observando que quiere escapar de ella, pero la sujeta tierna y cálidamente entre sus brazos—. Ven aquí, vamos, ven aquí —la insta, acercándola a su pecho de una manera maternal, y Beth, que continúa llorando, finalmente acepta a Ellie, olvidando su rencor por completo. Se abraza a ella, con la castaña de cabello rizado acariciando su brazo derecho afectuosamente—. Tranquila, tranquila, tranquila —intenta calmarla como le es posible, acunándola en sus brazos—. No es Mark. Ese no es Mark. Es Joe, haciéndonos esto a todos —le asegura en un tono sereno, mientras las lágrimas que Beth comienzan a secarse poco a poco, arropada por la calidez y la amistad de su amiga policía—. No dejaremos que gane, ¿vale?


Por su parte, Alec Hardy ha salido del juzgado de Wessex aproximadamente a las 09:45h, acompañado por su brillante Lina, quien, con un movimiento ligeramente dubitativo, se atreve a darle la mano, de forma que caminan a la par. La muchacha no es capaz de hacer contacto visual con su jefe, porque teme que podría ver lo ruborizada que se encuentra, pero espera que este gesto no lo haya disgustado, ya que pretende darle todo su apoyo para lo que está a punto de hacer. Él, efectivamente, no encuentra nada malo en ese gesto de la taheña, sino que, de atreverse a ello, le confesaría lo mucho que le gusta sujetar su mano en la suya, y lo mucho que le gusta tenerla a su lado. Pero decide esperar a después de la cirugía... Si es que sobrevive a ella. Caminan en un silencio cómodo hasta el coche de la joven, y se introducen en él, con la muchacha conduciendo hacia el hospital de Broadchurch.

Mientras conduce, la analista del comportamiento puede sentir la mirada del hombre que adora sobre ella, de modo que, para evitar distracciones al volante, decide sacar el tema.

—¿Qué ocurre, Alec? —cuestiona en un tono suave mientras adelanta a un coche—. Me estás mirando como si quisieras preguntarme algo...

—Bueno, sé que insistes en acompañarme al hospital...

—Y no pienso desdecirme —lo interrumpe ella en un tono serio, en caso de que estuviera intentando que se achantase. Él sonríe ligeramente al escuchar su irrevocable decisión, pero pronto recupera su seriedad.

—...No era eso lo que iba a decirte —la reprende amistosamente, y ella calla al momento, escuchándolo con atención—. He hablado con la doctora esta mañana, como ya sabes —ella emite un pequeño sonido a modo de confirmación—. Le he preguntado si podría haber alguien conmigo en el quirófano cuando... Me lo coloquen —le dice en un tono ligeramente nervioso, pues teme su respuesta—. Ha asegurado que no habría ningún problema, pero la operación es muy larga, y algo sangrienta, y...

—No voy a apartarme de tu lado —Cora ni siquiera necesita escuchar la pregunta que quiere hacerle, habiendo llegado hasta el hospital, procediendo a entrar al aparcamiento de éste. El corazón del escocés le da un vuelco en el pecho ante semejante declaración: ¿cómo no puede amar a esta extraordinaria mujer? Se pregunta qué ha hecho para merecérsela—. Voy a quedarme contigo durante todo el proceso, por largo que sea, y por mucho que haya sangre —asevera antes de detener el coche, finalmente girando su rostro para observarlo, destacando en él una bella y dulce sonrisa—. De modo —posa una mano en su mejilla izquierda—, que no te preocupes por nada —intenta tranquilizarlo, pues nota por su expresión corporal, está realmente aterrorizado—. Tú solo preocúpate de sobrevivir, ¿de acuerdo? —le dice, y él asiente lentamente, esbozando una sonrisa—. Bueno, vamos allá —comenta la muchacha de veintinueve años, saliendo del vehículo, antes de abrir el maletero, sacando la bolsa de su inspector—. Ya la llevo yo —dice al contemplar que Alec parece querer sujetarla.

Ambos tortolitos, ignorantes ante lo que el otro siente por ellos, caminan de la mano hasta el hospital, donde deberán reunirse con la doctora, para después prepararse para el procedimiento.


Una vez Ellie ha terminado de consolar a Beth, se dirige como alma que lleva el Diablo hacia su hijo, quien está en la planta baja del juzgado, junto a su tía Lucy, con la mochila del colegio a sus pies. El joven de cabello rubio no entiende por qué razón el juicio se ha detenido tan abruptamente, y decide comentárselo a la hermana de su madre.

—¿A qué estamos esperando?

—Espera un momento, ¿vale? —Lucy acaba de ver a su hermana bajar las escaleras del juzgado con una cara que da escalofríos. La expresión de la controladora de tráfico es tan aterradora, que intenta impedir que se acerque al adolescente, por miedo a una confrontación—. Ellie, antes de que digas nada... —intenta mediar, pero la castaña alza un dedo, advirtiéndole de que no siga, porque esto es entre ella y su hijo, y ahora no está de humor para discutir.

—No quiero hablar contigo —insiste Tom, quien, en el fondo, lo desea más que nada.

—¡Siéntate! —ordena la mujer de Joe en un tono imperativo. Ha usado ese tono típico de una madre, el cual se usa para hacer que los niños obedezcan sin rechistar. Tom, que llevaba tiempo sin oírlo, y sin ver a su madre así de enfadad, obedece al momento, sentándose en el banco, quedando su mochila a sus pies, junto a él—. ¿¡Has visto por lo que has hecho pasar a Mark y a Beth!? —le espeta en un tono realmente airado, logrando que su voz se escuche por todos los asistentes al juicio, quienes la observan con los ojos abiertos—. ¡Mark no estaría declarando de no ser por ti! —continúa hablando en un tono alto, y Maggie hace un amago de ir hacia ella, pero Paul Coates la detiene: no es asunto suyo—. ¡Sé que quieres proteger a tu padre, pero es un asesino y un mierda, y no se merece que sientas nada de eso por él! —finalmente, sus vecinos y conocidos parecen entender y ver que Ellie Miller nunca ha tenido nada que ver con las acciones de su marido, y que siempre ha estado de su parte—. ¡Mira lo que has hecho! ¡Has mentido bajo juramento en un tribunal, y espero que estés avergonzado! —continúa regañándolo como antaño hiciera, y Tom, incluso aunque está ligeramente amedrentado, siente ese cosquilleo familiar que echaba de menos—. ¿Lo estás? —cuestiona entonces, esperando una respuesta por su parte—. ¿¡Lo estás!? —insiste en un tono más alto, pues Tom no le ha contestado.

—Sí... Sí, mamá.

—Bien. Vas a venir conmigo, y vamos a volver a nuestra casa.

—No, no voy a... —Tom empieza a alzar el tono, pero Ellie no se lo permite.

—¡Lo harás, porque soy tu maldita madre! —este arranque de coraje y arrestos es lo único que necesitaba la castaña de cabello rizado para que la comunidad volviera a aceptarla, pues ahora, todos la observan con admiración y cariño—. ¡Y si tengo que arrastrarte mientras pataleas y gritas, lo haré! —asevera, y el adolescente no puede describir el alivio que siente en su fuero interno al escuchar a su madre hablar así. Estaba perdido, y ahora su madre lo ha encontrado y todo va a estar bien—. ¡Tu padre ya ha hecho mucho daño, y no dejaré que también nos destruya! ¿¡Lo entiendes!? —exclama, dando su ultimátum, antes de observar cómo el alivio y el cariño, la aceptación, aparecen en los ojos azules de Tom, quien ahora la observa entre lágrimas.

—Sí, mamá.

—Vale... —Ellie suspira aliviada, pues lo ha conseguido: ha recuperado a Tom—. Bien.


En el hospital, Alec ya se ha cambiado su ropa habitual por el camisón reglamentario, y le han colocado una vía para proporcionarle suero y morfina para el dolor, pues una operación así podría dolerle en cuanto despierte. Por fortuna, como les ha explicado la doctora nada más ver a los dos compañeros, el marcapasos es interno e independiente, de forma que, únicamente deberá ser sustituido en caso de un fallo del sistema, pero según sus palabras, este marcapasos no debería dejar de funcionar por lo menos hasta pasados unos 40 años, lo que alivia tanto al inspector como a la sargento.

—¿Quiere estar presente en el quirófano, Srta. Harper?

La taheña, tras dar una mirada ladeada al hombre que ahora descansa en una camilla, asiente vehementemente. No piensa dejarlo solo, tal y como le ha dicho esta mañana. Va a permanecer a su lado, sujetando su mano, hasta que despierte de la cirugía.

—Será mejor que se ponga esto —la doctora le hace entrega entonces de un conjunto estéril de ropa, gorro, mascarilla, guantes y calzas, para que, de esta forma, no contamine la estancia. La joven se retira momentáneamente para colocarse toda la parafernalia—. Tiene una pareja muy voluntariosa, Sr. Hardy —comenta la doctora, antes de suspirar. Él no la contradice—. Dentro de unos minutos vendrá un celador para llevarlo al quirófano, ¿de acuerdo? —cuestiona retóricamente, antes de salir de la zona del box de urgencias.

La analista del comportamiento aparece al cabo de dos minutos en el box, ataviada con la ropa, el gorro, las calzas y los guantes. Lo único que le falta por colocarse es la mascarilla. Alec no puede evitar sonreír al verla de esa guisa.

—Tan mal me veo, ¿eh? —bromea ella, tomando asiento al lado de la camilla, a su izquierda, de modo que pueda sujetar su mano, ya que en el dorso de la derecha le han colocado la vía para pasarle el suero y la morfina—. ¿Cómo estás? —cuestiona, observando sus ojos castaños, los cuales no se apartan de su rostro, como si quisiera memorizar cada detalle de él.

—Nervioso —responde él, antes de suspirar—. Asustado —admite con una voz temblorosa, y la muchacha inmediatamente y sin mediar palabra, sujeta su mano izquierda—. Gracias por hacer esto, Lina... —le dice en un tono entrecortado.

—De nada —dice ella, a pesar de que le dijo que no debía agradecérselo—. Tranquilo —le da un ligero apretón en la mano—: voy a estar así, a tu lado, apretando tu mano en todo momento, así que no estarás solo —le sonríe con cariño, intentando infundirle algo de valor con su confianza.

En ese momento entra un celador, quien debe llevar al inspector escocés al quirófano. Automáticamente, Alec aprieta la mano de su querida novata, pues está realmente aterrado. Ella le devuelve el apretón y se levanta de la silla, siguiéndolo mientras el celador mueve la camilla. La chica de veintinueve años camina junto a la camilla, aun sujetando la mano del hombre que ama, quien nuevamente tiene su vista posada en su rostro. Cuando llegan a la sala, la anestesista le sonríe a la muchacha taheña, quien ya se ha colocado la mascarilla para ese momento.

—Bueno, vamos a ponerle una máscara facial para anestesiarlo, ¿de acuerdo? —le plantea al inspector, quien asiente tras tragar saliva—. Necesito que se relaje —le indica, tras colocarle varios medidores en el pecho, a fin de controlar su ritmo cardíaco—. ¿Quizás su novia pueda ayudarlo?

La taheña de ojos cerúleos ni siquiera repara en el término que ha usado la anestesista para referirse a ella, puesto que, lo único que ahora la preocupa y en lo que quiere centrarse, es en calmar al hombre que ama.

—Bueno, ya estamos aquí —comenta, acariciándole el dorso de la mano, mientras observa que la anestesista prepara la máscara facial y el gas—. Tranquilo: estoy aquí, contigo —repite las palabras que antaño él le dijera a ella para calmarla, y el latido de su corazón en el electrocardiograma empieza a regularizarse—. No me voy a ir a ninguna parte —asegura, contemplando cómo le colocan la mascarilla—. Ahora, voy a contar contigo desde veinte, ¿de acuerdo? —le comenta, habiendo observado que la anestesista le hace un gesto para que continúe, pues va a empezar a meter el gas por el tubo transparente. El Inspector Hardy asiente levemente para no mover la mascarilla, y acaricia el dorso de su mano con el pulgar—. Veinte, diecinueve, dieciocho, diecisiete —la pelirroja empieza a ver cómo el gas pasa hacia la máscara—, dieciséis, quince, catorce —continúa la cuenta atrás en un tono suave para evitar que Alec advierta lo asustada que se encuentra en realidad—, trece, doce —los ojos castaños de él, que tantas veces ha contemplado, que tantas veces la han consolado y apoyado, empiezan a cerrarse poco a poco—, once, diez... —la muchacha se interrumpe en cuanto los ojos de él se cierran, y la anestesista le hace un gesto con la mano derecha con el pulgar arriba, indicando que ya está sedado—. Nos vemos en un rato, Alec —susurra la taheña, antes de ver que la doctora se acerca a su lado, por lo que se mueve ligeramente para dejarle espacio, pero sin dejar de sujetar la mano de su adorado y testarudo jefe.


El juicio se reanuda al cabo de unos minutos, cerca de las 10:05h, y tanto Ellie como el resto de los asistentes, ocupan sus respectivos asientos. Sin embargo, la controladora de tráfico no encuentra a sus dos amigos y compañeros, y se pregunta a dónde habrán ido. Probablemente, a resolver algún detalle de Sandbrook a casa del escocés, o eso es lo que piensa ella. Lamentablemente, tiene que silenciar y apagar el teléfono en la sala del tribunal, por lo que decide contactar con Cora más tarde, cuando acabe la sesión de hoy. Cuando alza el rostro, comprueba para su alivio y gozo, que Tom busca su mirada, y le ofrece una sonrisa disimulada y cariñosa, que ella corresponde, antes de poner su vista fija en el estrado.

Sharon Bishop se levanta de su asiento para comenzar su interrogatorio sobre Mark Latimer.

—Qué coincidencia que ni usted ni Nigel Carter tengan una coartada para la muerte de su hijo, ¿no cree? —comienza con una pregunta ligeramente capciosa, por lo que Jocelyn quiere protestar, pero por desgracia, la mirada severa de Sonia Sharma le indica que no lo haga, pues necesitan saber cómo de fiable es este testigo.

—Eso fue lo que pasó.

—¿Admite que estuvo en el aparcamiento que hay junto a la cabaña del acantilado, sobre la hora en que su hijo fue asesinado? —cuestiona mientras alza los brazos a modo de hacer énfasis en sus palabras.

—Así es, sí.

—¿Cuál es la distancia entre el aparcamiento y la cabaña?

—No lo sé —admite Mark en un tono indeciso—. 50 metros.

—Estuvo a 50 metros del lugar en el que fue asesinado su hijo...

—Sí.

—Casi a la hora exacta en el que fue asesinado.

—Sí.

La implicación de Sharon es clara, y los ojos de Mark se tornan vidriosos, pues se siente culpable por no haberse acercado a la cabaña, por no haber mirado dentro. Por no haber hecho nada por evitarlo. Es algo que lo perseguirá durante toda su vida.

—Así que, desde la cabaña, ¿es posible que Danny le viera con Becca Fisher aquella noche?

Becca parece palidecer momentáneamente ante lo que la abogada negra está implicando.

—Tiene que contestar, Sr. Latimer —sentencia Sonia en un tono sereno, pues el padre de Danny se ha quedado silencioso, claramente meditando la respuesta.

—Es posible, sí.

—No es cierto... —comienza la abogada negra en un tono acusatorio, marcando cada palabra que sale de su boca—. Que como Danny le vio con Becca aquella noche...

—He dicho que fuera posible, no que sucediera.

—...Usted lo estranguló en la cabaña del acantilado, y llamó a su compañero y colega, Nigel Carter, para que se deshiciera del cuerpo, a quien luego vio Susan Wright —sentencia la abogada sin perder un instante, apenas dejando que Mark intente meter baza para rebatir sus acusaciones.

—¡Eso no es cierto! ¡Nada de eso es cierto!

Jocelyn se levanta y objeta la pregunta.

—Señoría, ¿dónde están las pruebas?

—Cíñase a los hechos, Sra. Bishop.

La abogada rectifica la línea de interrogatorio, pero a ha conseguido su propósito: crear una duda razonable en el jurado acerca de la culpabilidad de Mark, y la inocencia de Joe Miller. Asiente antes de continuar con otra acusación.

—¿No es cierto entonces, que preparó esos extraños encuentros con Tom Miller, porque se sentía culpable de que su padre cargase con la culpa?

—¡Yo no maté a mi hijo! —exclama Mark, claramente colérico por sus insinuaciones, apretando los puños para contener la ira que lo recorre desde los tuétanos hasta las extremidades.

—¿Cómo consiguió entrar a ver a Joe Miller mientras estaba bajo custodia policial?

Jocelyn y Ben intercambian una mirada entre sorprendida y confusa, pues, nuevamente, este dato es algo desconocido para ellos, y su testigo no se lo ha dado. Otro dardo envenenado en su contra que ahora no pueden esquivar. La abogada de ojos verdes se muerde el labio, claramente molesta.

—No sé a qué se refiere —sentencia Mark, negando la acusación. Está intentando que su amigo, Bob Daniels, no se meta en un aprieto por su culpa, pues cometió una infracción grave del código de conducta policial al permitirle visitar al reo.

—¿Sobornó a un agente de policía?

—Señoría, esto no guarda relevancia con el testimonio del Sr. Latimer —protesta Knight.

—Es fantásticamente relevante, Su Señoría —rebate Bishop seriamente.

—Puede esperar, Sra. Knight —Sonia decide permitir esta pregunta, pues si es cierto lo que dice la abogada negra, la credibilidad de este testigo se vería comprometida, y Jocelyn se ve obligada a sentarse en su sitio, como un perro que camina agachado la cola cuando sabe que ha hecho algo mal.

—¿Cómo accedió a las celdas, Sr. Latimer? —reformula Sharon en un tono severo.

—El sargento al mando era un viejo amigo —se explica el patriarca de la familia en un tono apenado, pero se resiste a dar el nombre—. Me dejó entrar.

—¿Entró ahí para amenazar al Sr. Miller para que guardara silencio? —cuestiona Sharon, insinuando el contenido de la conversación que ambos mantuvieron allí—. ¿O para presumir de que estaba cargando con la culpa de un crimen que había cometido usted?

—No pasó nada de eso.

—Su Señoría, me gustaría plantear una cuestión de derecho —Sharon piensa dar su alegato final de esta sesión, y piensa hacerlo de manera contundente. A ver cómo se recupera la acusación de este envite.

—Seguro que sí, Sra. Bishop —afirma la jueza en un tono factual—. Miembros del jurado, necesito que salgan, por favor —les pide a las doce personas designadas para dar un juicio sobre el caso, de forma que no puedan verse involucradas ni influenciadas por aquello que la abogada de Joe Miller esté a punto de decir.

Los miembros del jurado empiezan a recoger sus pertenencias, pues no saben cuánto tiempo puede durar esta sesión de deliberación, y proceden a hacer mutis por el foro de manera silenciosa y ordenada.

—¡Dime que no sabíamos nada de esto! —exclama por lo bajo la abogada de ojos oliva.

—No aparece en ninguna declaración, ni en ningún documento —responde Ben Haywood, quien está tan confuso como ella—. Mark no nos lo ha contado.


Mientras está bajo los efectos de la sedación, Alec entra en el mundo de sus paisajes oníricos. Primero recorre las calles de Sandbrook a toda velocidad, y mientras lo hace, los rostros de Lisa Newbery, Ricky Gillespie, Lee Ashworth y Pippa Gillespie aparecen frente a él una y otra vez. Entonces el escenario cambia, y se encuentra en el senderó que recorrió ayer con Miller y Coraline, solo que, en su mente, está lleno de campanillas silvestres. De pronto, se ve a sí mismo, recostado en el suelo, en la cima de uno de los acantilados de Broadchurch, y de sus muñecas y piernas, bajo la ropa, sale el agua que atormenta sus sueños casi todas las noches. Nota el colgante de Pippa en su cuello, justo bajo su camisa, brillando ligeramente con la luz del sol que incide sobre él. Cambio de escenario: esta vez está en el agua, luchando con todas sus fuerzas para llegar hasta aquello que debe encontrar.

Sin embargo, una suave y cálida mano de pronto sujeta su izquierda y lo hace levantar, y de pronto, el agua no es tan temible, y no lo hunde hacia la oscuridad. Recorre con la mirada la extremidad de la mano que tiene sujeta la suya, hasta encontrarse que su entorno ha cambiado nuevamente. En esta ocasión se ve a sí mismo de niño, con su mano extendida, y otra pequeña mano que sujeta la suya. La dueña de aquella mano es una pequeña niña de cabello cobrizo. Aquella misma niña que antaño, cuando aún investigaba el caso de Danny, vio en sus sueños por primera vez. Escucha que esa pequeña niña tira de él, ayudándolo a caminar por la arena mientras dice con una voz ligeramente elevada, y propia de una niña: «¡Vamos, Alec, vamos!». Sigue a la niña, y está a punto de preguntarle su nombre, cuando ella se gira. Contempla unos ojos azules que conoce muy bien, y para cuando parpadea, la niña ha cambiado su apariencia: ahora frente a él, se encuentra Lina. Ésta le sonríe con dulzura, y le habla con una voz suave: «Despierta, Alec».

El Inspector Hardy despierta entonces de la sedación, encontrándose con que se encuentra en el box del postoperatorio del hospital. Sus ojos tardan un poco en ajustarse a la luz que hay en la estancia, y por fortuna, han corrido las cortinas de su box para darle mayor privacidad. Tras parpadear, se percata finalmente de cómo su corazón late rítmicamente y como debe en su pecho, y sonríe aliviado.

—Estoy vivo... —susurra casi sin poder creérselo, y la alegría inunda su cuerpo.

El hombre con vello facial castaño siente una leve presión en su mano izquierda, y rápidamente gira el rostro, observando que su querida y brillante pelirroja, sigue apretando su mano, incluso cuando se ha inclinado sobre su cama, utilizando el brazo que le queda libre como almohada, apoyando su cabeza sobre este. Se ha quedado dormida, pero parece estar relajada. Querría acariciarle el cabello, pero no sería sensato mover la mano en la que tiene la vía que le suministra el suero y la morfina para el dolor, y tampoco quiere despertarla, de forma que se conforma con sonreír ante su presencia.

Una enfermera, que debe controlar cómo se encuentra, descorre la cortina del box entonces, entrando con suavidad a la estancia. Da una mirada extremadamente tierna a la muchacha de piel de alabastro que descansa en el costado del colchón de la camilla, antes de acercarse al monitor del hombre de delgada complexión, para así controlar que todo vaya bien.

—Tiene suerte de tener una chica así —comenta la enfermera mientras apunta varios datos en su hoja médica—. Tiene muchísimo aguante: a pesar de lo aterrorizada que estaba por usted, se ha quedado despierta durante toda la cirugía, y no ha dejado de apretar su mano —añade, antes de finalizar su revisión—. La pobrecita solo ha podido dejar que el sueño la venza en cuanto ha sabido que todo había salido bien, e incluso estando tan agotada, ha insistido en quedarse a su lado, a pesar de haberle ofrecido una cama —le confiesa, manteniendo un tono bajo para no despertarla, notando cómo el hombre en la camilla le dedica una sonrisa y una mirada en extremo tiernas a la joven—. Bueno, todo está en orden —le asegura con una sonrisa—. Voy a dejarlos descansar —finaliza, antes de salir del box, cerrando nuevamente las cortinas.


Sharon Bishop, una vez el jurado ha abandonado la sala del tribunal, procede a hacer su alegato final. No piensa darle la oportunidad a su rival de contraatacar con más pruebas y testigos: esto se acaba hoy. Con una voz solemne, habiéndose levantado de su asiento con un gesto lleno de soberbia, comienza a hablar.

—Los investigadores de este caso han violado todos los códigos de conducta policial, una y otra vez —nada más escuchar eso, Ellie la observa con evidente ira—. Se trata de una investigación contaminada por los fallos, y plagada de errores —si bien la castaña de cabello rizado admite que hubo errores de procedimiento y algunos contratiempos, esto no significa que la investigación fuera un desatino—. La defensa solicita el sobreseimiento del caso, basándose en que ha habido un abuso del proceso judicial, y que, por tanto, el acusado no puede tener un juicio justo —sentencia con un tono claro, haciendo un gesto hacia el reo, quien continúa en la sala—. Señoría, le estoy pidiendo que desestime este caso.

Los Latimer, y en general, todos los presentes en la sala que han sido afectados por este asesinado y el caso de forma directa o indirecta ahogan un grito desesperanzado y desconsolado. No puede ser. No pueden estar insinuando que Joe Miller quede absuelto de toda culpa solo porque la investigación no fuera perfecta. Ellie se tapa la boca por el horror que está presenciando, y no quiere ni pensar en lo que podría decir Coraline si llegase a estar presente. En este preciso momento, agradece su ausencia, y ruega a Dios, si es que alguna vez la escuchó, que no permita que esto suceda. Que no permita que Joe camine libre sin ser juzgado por lo que hizo.

—Ahora escucharé su petición, Sra. Knight —sentencia la jueza Sharma con un tono suave.

—Solicito un aplazamiento mientras obtenemos una declaración de los agentes implicados —comienza Jocelyn, quien no piensa dejarse ganar ni amedrentar por su antigua alumna y compañera—. Solo entonces podremos determinar si ha habido algún abuso que perjudique a este juicio.

—De acuerdo —asiente Sonia tras reflexionar su petición durante unos segundos—. Tiene su aplazamiento, Sra. Knight —concede con un tono factual, antes de despojarse de sus gafas de cerca. Todos los implicados en el caso suspiran con gran alivio—. Hable con los agentes pertinentes, y escucharé a todas las partes antes de decidir.

—Gracias, Señoría.

Tras salir de la sala del tribunal, Ellie enciende su teléfono, y para su sorpresa, encuentra un mensaje por parte de Coraline. Se sorprende momentáneamente, pues su buena amiga nunca escribe si puede llamar por teléfono, de modo que se imagina que será cosa de Hardy, que la tendrá ocupada haciendo vete a saber qué. Se apresura en abrir el mensaje, y cuando lo hace, sus ojos se abren con pasmo al leer lo que allí hay escrito:

Ellie, ven al hospital. 12:48

A Alec le han colocado un marcapasos hace un rato. 12:48

No podía llamar: estaba con él en el quirófano. 12:48

Los va a asesinar. Los va a estrangular y los va a matar a ambos. Nuevamente, como antaño hicieran cuando encubrieron sus respectivas enfermedades, se han guardado este secreto sin decírselo. Oh, cómo la cabrean... ¡Les pegaría una patada en el trasero a cada uno si pudiera! ¿Y cómo es que Cora ha estado presente en el quirófano? Pobre muchacha. Como haya sido idea de Hardy, marcapasos o no, piensa decirle cuatro cosas.


Coraline Harper, que ya se encuentra despierta dese hace rato, y bastante aliviada, dicho sea de paso, está sirviéndose una taza de cappuccino de la máquina expendedora. De pronto, unos pasos rápidos y ligeramente molestos, que ella conoce bien, revelan la presencia de Ellie en el pasillo antes siquiera de que pueda verla. Toma la taza de plástico en su mano derecha, antes de girarse hacia su amiga, quien camina hacia ella con presteza.

—Antes de que digas nada —ve venir el reproche antes de que abra la boca, y decide adelantarse—: me hizo prometer que no te diría nada al respecto hasta después de la intervención —le cuenta, y puede ver que los engranajes de la mente de la castaña giran sin cesar, hasta llegar a una conclusión que casi la hace querer reírse. Es como si estuviera pensando: «será imbécil el muy capullo»—. Lo siento, Ell.

—No es como si no lo hubierais hecho anteriormente —comenta la castaña antes de suspirar—: lo de guardar secretos entre vosotros sin decirme nada sobre ello —la taheña agacha la cabeza levemente, pues sabe a qué se refiere. Ellie mira su reloj: son las 13:00h—. Bueno, ¿cómo está?

—Descansando en el box —responde la joven de veintinueve años, antes de empezar a caminar con su compañera hacia allí—. Creo que se recuperará pronto y volverá a ser el de siempre —da un sorbo a su cappuccino y casi se atraganta al ver la expresión de «genial, que buena noticia» que la antigua sargento pone—. ¿Vas a echarle la bronca? —supone, y efectivamente, la castaña de cabello rizado asiente, acercándose a la camilla, mientras que la pelirroja se sienta en su silla, tomando nuevamente la mano del hombre que ama.

Alec, que está ligeramente consciente, siente el inequívoco aroma del champú de coco de Lina, además de su cálida mano rodeando su izquierda, de modo que espera encontrar su rostro al abrir los ojos. Sin embargo, se lleva una no tan agradable sorpresa al ver a Ellie Miller con una cara de pocos amigos.

"Oh, no. Otra vez no...", piensa para sí mismo el escoces, recordando que la última vez, Miller le llevó una bolsa llena de uvas con pepitas como regalo por no haberle dicho nada sobre su condición cardíaca.

—¿¡Un mensaje!? —se indigna la mujer de cabello rizado en un tono bajo, mientras que los rayos de sol entran por la ventana de la habitación de los boxes de postoperatorio, iluminando la estancia con gran claridad.

—No empiece, Miller... —se queja Hardy en una voz ronca, claramente cansado.

—¡Se escaquea, le hace prometer a Cora que no me dirá nada, y le da indicaciones para que me envíe un mensaje después de la intervención, sabiendo que tendría el móvil apagado durante el juicio!

—Le pagaré para que se calle —bromea él en un tono sabe, provocando que la muchacha que sujeta su mano se ría ligeramente ante su ocurrencia, y siente que una enorme calidez y cariño recorran su cuerpo.

—Le pagaré más para que no sea tan idiota —rebate Miller, cruzándose de brazos.

—Lo conseguí: he sobrevivido —se alivia el escocés, y sus compañeras deben admitir que se alegran de que así sea, en especial la joven de cabello carmesí, quien no podría imaginar qué habría hecho si algo le hubiera sucedido.

—¿Por qué no me lo dijo?

—Se habría preocupado, y habría venido a sentarse a mi lado —responde el hombre de cabello lacio a la pregunta de su compañera castaña, quien rueda los ojos, claramente molesta.

—¿¡Pero a usted qué le pasa!? —exclama Ellie—. ¿¡Y por qué ha dejado que Cora lo acompañe, incluso en el quirófano!? —le espeta en un tono mortificado.

¿Acaso no sabe lo nerviosa y aterrada que debía estar la pobre chica? Ver a la persona que amas en tal tesitura no es algo agradable, y siendo Coraline alguien tan sensible... La experiencia debe haber sido terrible.

—Decidí hacerlo por propia voluntad, Ell —intercede la joven en un tono suave—. ¿Por qué no vas a por un café? Te veo tensa, y te ayudará a relajarte —sugiere, contemplando cómo Ellie suspira con hartazgo, antes de asentir.

—Vale —concede, antes de posar su mirada en Hardy—. No hemos terminado, ¿me oye?

El inspector y su sagaz subordinada la observan marchar a pasos rápidos hacia las máquinas expendedoras, e intercambian una mirada divertida: Ellie siendo Ellie. Es un alivio ver que ha recuperado su antiguo carácter e ímpetu. El escocés continúa observando a su novata, percatándose de lo ligeramente hinchados que se encuentran sus ojos, además de lo ligeramente rojos que se encuentran.

—Has estado llorando —advierte, y la muchacha asiente tras tomar otro trago al cappuccino.

—De alivio, no te equivoques —intenta quitarle hierro al asunto—. No es fácil ver a... —se interrumpe momentáneamente—. ...Alguien por quien te preocupas así, ¿sabes? —consigue decir, intentando enmascarar que realmente estaba así de aterrorizada porque lo ama—. Por eso no he evitado llorar tras saber que estabas bien —se explica, y Alec acaricia el dorso de su mano con cariño, sonriéndole.

—Estoy bien —le asegura en un tono suave, antes de carraspear—. Necesito que luego me lleves a casa —le pide, y la joven mentalista suspira pesadamente: los viejos hábitos nunca cambian, al parecer—. Si no te importa...

—Ya sabes que no —le responde ella con cariño, antes de notar que él aprieta su mano con algo más de firmeza, por lo que posa sus ojos azules en sus castaños. La emoción que desprenden la deja momentáneamente sin habla, y siente que un escalofrío la recorre. Su inspector nunca la ha mirado así, al menos, que ella haya notado—. ¿Qué pasa, Alec? —traga saliva, nerviosa por lo que sea que parece querer decirle.

—Lina —la forma de decir su nombre también ha cambiado: ahora es mucho más suave, dulce, y cariñosa, y la pelirroja empieza a sentir que el corazón le late acelerado y sus pupilas se le dilatan. Intenta no caer en la falsa esperanza que sigue manteniendo, de que él quizás corresponde sus sentimientos, pero no puede evitarlo—. Me dije que, si sobrevivía, debía...

—¿Sí? —ella habla casi susurrando, correspondiendo el tono suave y cariñoso de su voz.

—Debía decirte que yo...

Antes de que el escocés pueda decirle a su adorada y genial Coraline lo que siente por ella, una persona hace acto de presencia en la estancia: Tess. No sabe qué hace allí, pero maldice en su cabeza esta interrupción tan inoportuna por su parte. La enfermera que ha acompañado a su exmujer hasta allí se marcha entonces.

La mujer de ojos color oliva observa a su exmarido, postrado en la camilla, antes de percatarse de la mano que tiene sujeta: pertenece a Harper. Siente un ligero arranque de celos que la envuelven de los pies a la cabeza, y no resiste el tono ligeramente gélido que impregna sus palabras al hablar.

—Si necesitas que te lleven a casa, puedo hacerlo yo —comenta la mujer de cabello moreno, justo en el momento en el que Ellie regresa de la máquina expendedora.

La expresión facial de la controladora de tráfico de cabello castaño deja entrever su horror y angustia. Horror, porque al fin parecía que Hardy iba a dar el paso para confesarle sus sentimientos a su buena amiga. Y angustia, por la desazón y la desesperanza que debe estar sintiendo Coraline con la presencia de Tess allí.

—¿Qué haces aquí? —cuestiona el escocés en un tono serio, algo molesto por su aparición.

—De pronto se me ocurrió que podías morir, y sentí que tenía que venir a verte.

Nada más escuchar esa respuesta por parte de Henchard, la desesperanza y tristeza quedan patentes en Cora en cuanto retira la mano que, hasta ese momento, había estado sujetando con firmeza y cariño la de Alec. Está pálida y tiene las manos frías. Siente que cada bocanada de aire son cuchillos que atraviesan su garganta. La mentalista no puede seguir en esta habitación: se siente como una intrusa que ha interrumpido un momento familiar. El hombre de la camilla se siente desamparado al notar que la calidez que le proporcionaba Lina desaparece de pronto, y posa sus ojos en ella.

—Yo me encargo de él —asevera su dominancia la morena, como si quisiera demostrar que ella es mejor que la jovencita de ojos azules. Y en cierta forma, Tess piensa que es así, pues ella fue el primer amor y la primera mujer de Alec, y no parece querer abandonar esos títulos por el momento. Aún ama a este hombre, y lo quiere en su vida, a pesar de que sabe que es egoísta.

La mujer de cabello rizado castaño tiene que contenerse las ganas de soltarle una bofetada a esta mujer, que ha aparecido como si nada, y quien pretende hacer las cosas a su manera sin importarle lo que los demás sientan.

Cora casi no puede aguantar la tristeza que le oprime el pecho y le impide respirar. Ella jamás podría ser lo que Tess fue para Alec. Y mientras intercambian una mirada silenciosa, ambas mujeres lo saben. Ahora queda claro. Se levanta de la silla con presteza, intentando que ninguno de los presentes en la estancia note lo mucho que su corazón está rompiéndose. Ahora sería un buen momento para que alguien intentase arreglar su corazón roto. El hombre que ama ya ha recuperado el suyo, pero ¿qué hay de ella?

—Claro —afirma la muchacha en una fingida sonrisa despreocupada—. Será lo mejor —afirma, intentando salir de allí cuanto antes, alejándose de la camilla—. De todas formas, acabo de recordar que tenía que arreglar unos asuntos en casa —el hombre con vello facial contempla que desvía los ojos arriba a la derecha. Conoce lo suficiente sobre su forma de analizar el comportamiento para advertir que está mintiendo—. Le veré mañana, señor —recupera el trato formal, pero a diferencia de en ocasiones anteriores, al escocés no le produce dulzura o satisfacción, sino una gran tristeza y desesperanza.

Ellie, que tan oportunamente ha aparecido con su taza de café en las manos, se ofrece a acompañar a Coraline fuera del hospital, y la muchacha apenas pierde el tiempo en aceptar su ofrecimiento, caminando con su buena amiga fuera de la estancia, hacia sus coches, estacionados en el aparcamiento, dejando al Inspector Hardy con su antigua subinspectora.

—He hablado con los médicos —comenta Tess, dispuesta a hacerse cargo de él—. Recomiendan que te quedes a pasar la noche —añade, y puede ver en los ojos, ahora algo tristes, de su exmarido, la réplica incluso antes de que la ponga en palabras.

—Lévame a casa —pide en un tono desamparado, pues siente que hay algo entre Coraline y él que se ha perdido, o que se ha resquebrajado ligeramente, y no sabe cómo será capaz de recuperarlo.

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