
Capítulo 19
Ya llevan viajando en coche durante cerca de tres horas. Ellie ha decidido dejar que Coraline tome el relevo al volante, por lo que ahora mismo, la castaña está sentada en la parte trasera de su coche, descansando un poco los brazos. La joven de veintinueve años conduce con calma, con su vista fija en la carretera. Por un momento desvía la mirada al espejo retrovisor, comprobando cómo un coche se le acerca ligeramente, por lo que, para quitárselo de encima, adelanta al coche que tiene delante. Continúa conduciendo con suavidad, sintiéndose cómoda con el ligero silencio que se ha formado en el interior del vehículo. Sin embargo, Alec no paree estar demasiado cómodo, como ella bien advierte, y lo ve tocar el botón de la radio por la periferia de su visión: está intentando encontrar una emisora interesante que llene el silencio.
—Tendríais que veros —comenta de pronto la agente de cabello rizado desde la parte trasera—: parecéis Thelma y Louise —advierte, resistiéndose las ganas de carcajearse ante esa perspectiva—. Usted podría ser Susan Sarandon —añade, posando sus ojos en su jefe, quien le da una breve mirada molesta por el espejo retrovisor interior—. ¿Puede dejar la radio? —le pide tras unos segundos, escuchando cómo el escocés sigue cambiando de emisora—. Si no encuentra ninguna emisora que le guste, apáguela —le indica, y Hardy hace lo que le ha pedido, apagando la radio a los pocos segundos.
La sargento taheña no puede evitar que una breve sonrisa aparezca en sus labios ante aquellas palabras por parte de su buena amiga. Es divertido el contemplar cómo se han invertido las tornas en este instante, con Ellie dándole órdenes a su inspector, y con Alec acatándolas en silencio. Decide romper el silencio que se ha instalado entre ellos por su cuenta. Desvía su mirada celeste hacia el hombre que ama, antes de hablar con calma.
—Dado que no vamos a escuchar la radio, ¿por qué no nos cuenta su teoría? —retoma el trato formal a pesar de que están en presencia de Ellie—. Con todo lo que sabe, ¿qué cree que pasó en Sandbrook? —indaga con un tono claramente intrigado, pues Alec no ha revelado demasiado sobre su implicación en el caso.
—Alguien entró en la casa de los Gillespie, secuestró a las chicas, y se deshizo de los cuerpos —el escocés de delgada complexión apenas tarda demasiado en responder a la pregunta de su protegida, comenzando a explicar sus hipótesis acerca del caso de Sandbrook.
Nuevamente, Ellie agradece la presencia de Cora en su dinámica de equipo: Hardy parece dispuesto a responder a cada pregunta de la joven sin apenas insistirle demasiado. Puede que no lo admita, pero la pelirroja es su talón de Aquiles, y viceversa. Decide meter baza en la conversación, ahora que la mentalista ha allanado el camino.
—¿Por qué Lee Ashworth?
—Ricky y Cate Gillespie dijeron que Pippa solía ir a la casa de al lado a ver a Lee —responde Alec, desviando sus ojos castaños hacia la ventana, contemplando los campos que están atravesando, así como los espantapájaros.
—Si Ashworth estuvo en su casa, a la fuerza, debían haber encontrado pruebas forenses.
—Lo hicimos, Harper —responde el hombre de cabello lacio, asintiendo ante las palabras de su compañera y protegida. Como siempre, su avispada mente conecta los hechos sin tener que darle demasiadas explicaciones—. Su ADN estaba por todas partes —añade, antes de girar su rostro para observarla—. Encontraron un mechón de su pelo en la almohada de Pippa.
—¿Cuál fue su argumento? —cuestiona Ellie, habiéndose cruzado de brazos.
—Que había estado allí muchas veces, y es cierto, pero... —el veterano agente de policía hace una pausa significativa—. No supo explicar cómo llegó su pelo a la almohada —añade en un tono sereno, antes de suspirar, recordando perfectamente los días en los que tuvo que ocuparse de los interrogatorios—. En un momento dado, dijo que lo pusieron allí para incriminarlo.
—¿Quién?
—Probablemente Ricky, el padre de Pippa, Ellie —sentencia la analista del comportamiento, quien detectó el tono lleno de desprecio con el que Ashworth se refería a él—. Algo me dice que Lee tiene una vendetta personal contra Ricky Gillespie, a juzgar por cómo quiere dar a entender que intentó inculparlo.
—Así es —afirma Hardy, asintiendo. Está de acuerdo con las palabras de su mentalista—. Pero en este caso, cuanto crees que te acercas, todo se desvanece —sentencia en un tono ligeramente pesimista, mientras su mirada castaña continúa fija en la carretera.
—¿Por eso sigue? ¿Porque no puede estar seguro? —interviene Ellie, confusa. Está claro que este caso tiene bien atrapado a su amigo y compañero, pero no logra comprender qué lo motiva a continuar. Qué lo hizo enfermar.
—La encontré, a Pippa Gillespie —confiesa finalmente el hombre de delgada complexión con un tono atormentado en cada palabra que sale de sus labios—. Estaba en el río —los ojos azules y castaños de sus dos compañeras se posan en él, atentas y llenas de lástima al escucharlo. Los ojos de Hardy de pronto parecen estar empañados por una profunda y espesa niebla, como si estuviera rememorando sus peores pesadillas, algo que, en cierta parte, es real—. En cuanto la vi, allí, en la superficie, no lo pensé dos veces y me lancé a por ella —relata, recordando aquel día, lleno de lluvia, son su ropa empapada pegándosele al cuerpo—. Era más profundo de lo que pensaba. El agua me arrastraba —continúa, desvelando poco a poco la razón tras su temor al agua, y en parte, de sus pesadillas más terribles, donde aún siente cómo se ahoga—. Estuve luchando contra la corriente durante varios minutos, y cuando logré liberarme, llevé su cuerpo a la orilla —continúa su relato en un tono que baja de intensidad a cada palabra—. Llevaba allí cerca de tres días. El agua pudre los cuerpos —los recuerdos que aún lo atormentan le aprisionan la garganta, casi impidiéndole hablar. Recuerda cómo caminaba por el río, sintiendo el peso del cadáver de la niña en sus brazos, cansados por la lucha contra la corriente—. Tenía la misma edad que mi hija —su tono se resquebraja al revelar ese detalle, desviando su mirada nuevamente hacia el paisaje exterior que se ve tras la ventana del coche. Coraline lo observa de reojo con una gran tristeza, luchando porque las lágrimas no le caigan de los ojos—. Aún puedo sentir su peso, y el agua chorreando de su ropa sobre mí —describe, sintiendo que su corazón se le oprime—. ¿Qué clase de persona deja a una niña así? —cuestiona el escocés, cuya voz finalmente deja entrever que está a punto de sollozar por la tristeza.
La mujer de piel de alabastro nota que Ellie también está luchando por no sollozar, habiéndola observado frotarse los ojos con el dorso de la mano, a través del espejo retrovisor. Mientras mantiene su mirada en la carretera, decide apartar su mano izquierda del volante, posándola en el dorso de la mano derecha de Alec, quien automáticamente se estremece ante su tacto. Realmente necesita su consuelo en estos momentos, incluso aunque Ellie esté delante, y piensa dárselo. Él simplemente voltea su mano derecha, quedando sus dos palmas juntas, antes de propinarle un pequeño apretón. El hombre con vello facial acaricia el dorso de su pálida mano con el pulgar en un gesto cariñoso, dejándole saber a su apreciada Lina, que agradece su consuelo y apoyo en estos momentos. La agente de cabello rizado y castaño los observa con una tierna mirada desde la parte trasera del vehículo, antes de ver cómo la mujer de cabello carmesí vuelve a posar su mano izquierda en el volante, continuando su conducción con calma.
En Broadchurch, a varios kilómetros de distancia, Olly Stevens ha decidido acercarse al lugar en el que está actualmente trabajando Lee Ashworth. Poco le importa que Alec Hardy haya decidido que no es asunto suyo. Puede hacer lo que quiera. Ha conseguido la información de su empleador, incluyendo su dirección, gracias a la respuesta al anuncio que llegó a las oficinas del Eco de Broadchurch. Aparca su coche al pie de la colina, a fin de no dar la impresión de estar acosándolo, y camina con pasos lentos pero decididos. Aún tiene su bandolera colgada de la clavícula izquierda, llena de algunos recortes de prensa sobre Sandbrook y el hombre que ha aparecido de esa forma tan inadvertida en su pequeño pueblo. Lo observa reparar una valla de alambre de pinchos, apuntalando esta con un martillo al poste de madera, a fin de sujetarla con firmeza.
—¡Sr. Ashworth! —lo llama Oliver, provocando que el aludido deje de martillear, girando su rostro para observarlo—. Lee, ¿verdad? —cuestiona, apelando al hombre por su nombre, contemplando cómo deja de estar en cuclillas, levantándose, aún con el martillo en las manos: es alguien mucho más alto que él, y definitivamente más musculoso y fuerte.
—¿Quién es usted? —cuestiona el principal sospechoso del caso de Sandbrook.
—Olly Stevens, del Eco de Broadchurch —se presenta, enseñándole una tarjeta del periódico local—. Le vi el otro día en nuestras oficinas, cuando vino a poner su anuncio.
—No di mi nombre.
—Sí, bueno. Entiendo por qué —Olly se encoge de hombros, comprendiendo que quisiera mantener su anonimato—. Le reconocí. Sé algunas cosas sobre su caso —sentencia, ofreciéndole implícitamente el ayudarlo a contar su historia, su versión, sobre lo sucedido. Comprueba que el musculoso hombre parece no inmutarse siquiera ante sus palabras.
—No quiero hablar con usted —decide ignorarlo, dándole la espalda con la intención de volver a su trabajo. Dicho y hecho, comienza a martillear nuevamente el alambre de pinchos contra el poste de madera.
Pero si algo caracteriza a Oliver Stevens es su persistencia. No piensa darse por vencido. No por el momento. Decide que, lo mejor dadas las circunstancias, considerando su resistencia a colaborar con él, es presionarlo ligeramente. Camina hasta quedar a su espalda.
—¿Por qué ha venido hasta aquí? —continúa con sus preguntas.
—No quiero hablar con usted.
—¿Es porque el Inspector Hardy está aquí?
Ante la mención del apellido y el cargo de ese hombre, a quien culpa en gran medida de sus actuales circunstancias, Lee se vuelve tan rápido hacia Oliver, que por un momento parece que va a partirse el cuello. Se ha erguido nuevamente, adoptando una posición y postura algo dominante frente al reportero. Su altura y complexión ayuda en su propósito: infundirle incomodidad y miedo al joven.
—¿No he sido claro? —le espeta en un tono molesto, amenazante.
Oliver retrocede dos pasos. Su envergadura y actitud lo han achantado ligeramente. Pero no lo suficiente como para rendirse. Al menos por ahora.
—¿No quiere explicar su versión de la historia?
—No quiero —recalca en un tono severo, lleno de desprecio. Los medios de comunicación, en especial los periodistas, lo hacen enfurecer. Todos ellos propiciaron su desgracia. Todos ellos, incluyendo a los policías.
—Una conversación. Cinco minutos, aquí y ahora —insiste Olly con su habitual carácter animado—. Limpiará su nombre, y todos pasarán página —continúa hablando, realmente entusiasmado por la idea de esa exclusiva—. A nuestros lectores les encantaría leerlo.
—Tiene que irse, ya —Lee decide que ha tenido suficiente. Empuja ligeramente al joven periodista en potencia, alejándolo de él y de su lugar de trabajo.
Oliver Stevens finalmente parece captar el mensaje. Suspira con pesadez, caminando lejos del sospechoso principal de Sandbrook. Baja la colina. Pero mientras lo hace, saca su teléfono móvil, en el cual hay unas dos fotografías del hombre con el que acaba de hablar. Se monta en su coche una vez llega a él, arranca el motor, y conduce, perdiéndose en la distancia, de camino a Broadchurch.
Unas dos horas más tarde, Ellie ha vuelto a tomar el volante tras haber parado en un bar de carretera a comer algo. Ha sido un momento surrealista el ver comer algo a su jefe, puesto que es muy quisquilloso con la comida, pero el talante suave de su buena amiga ha conseguido calmarlo. Si no fuera por ella, está segura de que el inspector no habría comido nada. Mientras conduce nuevamente por la carretera, toma una rotonda, siendo consciente de que la pelirroja está tecleando un mensaje con su teléfono móvil, antes de sonreír: está claro que Tara está preocupada por ellos y les ha dado recuerdos. Seguramente les haya aconsejado que se cuiden y no se sobre esfuercen. La castaña tamborilea con sus dedos ligeramente en la superficie del volante del coche.
—No dejo de repasar mi testimonio, pensando en lo que debería haber dicho de forma diferente —confiesa, recordando que sus dos amigos estuvieron ausentes cuando la hizo, aunque les ha contado los pormenores en pocas palabras mientras la pelirroja conducía—. En las respuestas que no debería haber dado.
—Lo hiciste lo mejor que pudiste, Ell —comenta la muchacha de ojos celestes, inclinándose desde su asiento hacia delante, posando una mano en su hombro izquierdo. Es una de esas pocas ocasiones en las que utiliza el mote cariñoso de su amiga, habiendo empezado a hacerlo cuando la castaña le pidió que hiciera de canguro para Fred la primera vez.
—Menudo epitafio, Cora —comenta su amiga en un tono irónico—: «Ellie Miller lo hizo lo mejor que pudo» —nada más pronunciar esas palabras, siente un leve apretón en su hombro a modo de consuelo. Le dedica una sonrisa suave a la sargento de policía sentada en la parte trasera del coche—. ¿Y si Joe se libra?
—No lo hará —el tono de Harper es cortante, decidido. No quiere que su amiga se plantee siquiera esa posibilidad. Es imposible. Las pruebas, los testimonios... Todo está en su contra. Haría falta una intervención demoníaca para evitar que fuera condenado.
—¿Y si lo hace?
—No lo hará, Miller —esta vez es Hardy quien habla en un tono serio. Es de la misma opinión que Lina. No puede siquiera imaginar la posibilidad de que Joe Miller quede libre. Significaría que el sistema judicial es ciego, y por una vez, a pesar de sus propias vivencias, quiere creer que la verdad y la justicia prevalecerán.
—No sé lo que haría...
—Lo entiendo —apostilla Cora en un tono compasivo, acariciando su hombro con amabilidad, antes de volver a sentarse en el asiento como debe.
El silencio vuelve a reinar en el coche en cuanto los otros dos agentes se percatan de que, en caso de que Joe quedase libre, también la pelirroja de ojos azules podría acabar siendo un daño colateral, además de sentirse culpable por no haber podido evitarlo.
—Izquierda y segunda a la derecha —sentencia Alec, dándole indicaciones a su amiga castaña, quien tuerce en una intersección, entrando al pueblo de Sandbrook, comenzando a callejear. El cielo se ha oscurecido, pues dentro de poco llegará la tarde, y con ella, el anochecer. Pronto llegan a un barrio residencial lleno de adosados—. Y ahora, aquí a la izquierda —señala, con Ellie siguiendo sus instrucciones—. Sí. Esos adosados de ahí —señala dos casas siamesas, idénticas hasta el más mínimo detalle, una junto a la otra.
—¿Quién vive aquí ahora? —pregunta Ellie tras detener el coche, contemplando las casas.
—Los Gillespie son dueños de ambas casas —sentencia el escoces con un tono sereno, explicándoles a sus compañeras la relevancia de aquel lugar—. Le alquilaron la de la derecha a Lee y a Claire —hace una pausa, pues hacía mucho tiempo que no volvía a ver aquellas edificaciones. Los recuerdos y las emociones se hacen presentes nuevamente, aunque se obliga a dominar sus emociones—. Cate sigue viviendo en la de la izquierda.
—¿Después de todo lo que pasó? —cuestiona Ellie, confusa.
—Seguro que quería quedarse aquí por si Lisa volvía a casa —intercede la joven de cabello cobrizo, logrando empatizar con ella, pues cuando perdió a su padre, Curtis, ella habría deseado quedarse en Cardiff, pero tras lo que le sucedió con Joe... Le fue imposible—. Aún mantiene la esperanza.
—Vayamos al hotel —sentencia Ellie tras unos segundos, arrancando nuevamente el coche, encaminándose hasta el hotel, en cuya página web realizó una reserva de dos habitaciones.
La tarde ha caído en Broadchurch. El cielo se ha tornado naranja con el descenso del sol, y la brisa de la tarde mece las flores y las hojas de los árboles cerca de la cabaña de Claire Ripley. Ésta continúa algo intranquila tras la marcha de Alec y sus dos acólitas, pero intenta permanecer tranquila. Tiene la televisión encendida, en cuyo programa están dando un drama actual. Intenta prestar atención, pero sus pensamientos la distraen. Seguro que todo va a salir bien. No está en peligro. Ya no. No tiene nada que temer. No de Lee. Se revuelve algo intranquila en el sillón, cerca del sofá. De pronto, unos consistentes golpes en la puerta principal la hacen sobresaltarse. Tiene una ligera corazonada, que se intensifica al momento de utilizar el mando para apagar la televisión. Se levanta con cautela del sillón, desviando ligeramente su mirada hacia la alianza que lleva en su mano derecha. Camina poco a poco hasta la puerta principal, sintiendo que su corazón palpita en su pecho como si hiciera cabriolas. Cuando llega a la puerta, observa el exterior a través de la pequeña ventana que hay en ella: no hay nadie. La abre con cuidado, encontrando una bolsa repleta de comida en el suelo frente a la entrada. Da un paso hacia ella, y por el olor que desprende, es comida italiana. Pasea su mirada por sus alrededores, y de pronto, sus ojos verdes se posan en una silueta musculosa a pocos metros de su casa: es su marido.
Lo ve teclear algo en su dispositivo electrónico, solo para recibir un mensaje de texto en su propio teléfono móvil. El mensaje dice lo siguiente: «mira dentro». La morena sigue las indicaciones del mensaje, arrodillándose junto a la bolsa, oliendo la fragancia a pasta boloñesa que tanto le gusta. Llega otro mensaje a su teléfono móvil: «tu favorita».
Decide aceptar el ofrecimiento. Se yergue y sujeta la bolsa en su mano izquierda, mientras en la derecha sujeta aún el teléfono móvil. Entra de nueva cuenta en su casa, cerrando la puerta tras ella, esta vez, siendo perfectamente consciente de que Lee observa todos y cada uno de sus movimientos.
Ellie Miller, Alec Hardy y Coraline Harper han llegado al hotel en el pueblo de Sandbrook, solo para llevarse una grata sorpresa, sarcásticamente hablando, claro: han perdido las reservas de la agente de cabello castaño. Alec ha estado a punto de montar un escándalo en la recepción del hotel, hasta que sus dos amigas han intercedido, consiguiendo calmar los ánimos. La recepcionista del hotel les ha conseguido dos habitaciones, pero por desgracia, una de ellas ya cuenta con un inquilino que, para su buena o mala suerte, está dispuesto a compartirla. Tomando en cuenta el carácter y la personalidad algo tosca del escocés, lo que indudablemente significa tomar en cuenta su reticencia a socializar, han decidido que lo más adecuado es que Ellie comparta la habitación con el inquilino. Además, según les ha asegurado la recepcionista, el inquilino solo ocupará la habitación dos noches más, incluyendo esta. De esta forma, la primera habitación la ocuparán el Inspector Hardy y la Sargento Harper, lo que ha provocado que ambos se ruboricen ante tal perspectiva. Tras tomar sus maletas, los tres agentes de la ley se han dirigido a sus respectivas habitaciones.
La mentalista de ojos azules tiene la tarjeta de la habitación en su mano cuando llegan a la puerta correspondiente. La muchacha de veintinueve años abre la puerta, antes de escuchar la voz algo barítona del hombre que adora, quien aún está bastante molesto por el inconveniente que les ha sucedido.
—¿Cómo pueden haber perdido la reserva de Miller?
—Bueno, al menos hemos conseguido las últimas habitaciones —suspira la taheña en un tono sereno, empujando la puerta con fuerza, con su protector ayudándola a sujetarla—. Gracias —le sonríe ella en cuanto el hombre le sostiene la puerta para dejarla entrar, reciprocando él el gesto.
La mujer con piel de alabastro y el hombre de delgada complexión entran en la habitación con la maleta y bolsa en la mano respectivamente. Cuando la puerta se cierra tras ellos, la chica de ojos como el mar se queda poco menos que petrificada al contemplar la habitación: solo dispone de una cama de matrimonio. Oh, Dios. Siente cómo el rubor aparece en sus mejillas. Su corazón late desbocado. Quiere morirse en ese preciso instante. Traga saliva en cuanto siente la presencia de su inspector tras ella, irradiando su calor corporal en su espalda.
—Dormiré en el coche —sentencia Alec en un tono claramente nervioso, observando que la muchacha frente a él deja su maleta en el suelo.
—No seas tonto...
—Si el equipo legal de Joe se entera... —empieza a decir él, antes de que la joven de veintinueve años lo interrumpa, volviéndose hacia él en un movimiento tan súbito, que provoca que queden muy cerca el uno del otro.
—Ya nos han acusado de ello, Alec —le recuerda la muchacha, desviando su mirada avergonzada de su rostro. No es la situación ideal que ella hubiera imaginado en algún momento, pero ahora mismo, deben aceptar sus actuales circunstancias—. ¿Qué más pueden hacernos? —inquiere en un tono irónico, encogiéndose de hombros—. No seas tonto, y menos con tu enfermedad...
—No estoy enfermo.
—¿En serio quieres discutir eso? ¿Ahora? —inquiere la muchacha, colocando sus manos en sus caderas, habiendo dado un paso hacia el escocés sin percatarse de ello—. Alec, estás enfermo, y no pienso permitir que duermas en el coche, en vete a saber qué condiciones —comienza a sermonearlo como si fuera su pareja, algo que el hombre con vello facial no parece encontrar molesto en absoluto—. Mira, ha sido un viaje largo. Cada uno se queda una mitad de la cama: yo dormiré bajo las sábanas y tú sobre ellas, bajo la manta —propone en un tono suave, antes de percatarse de su cercanía y trato en extremo familiar, casi íntimo. Se ruboriza al instante—. Intenta no roncar —bromea, haciéndolo sonreír, antes de arrodillarse junto a su maleta, abriéndola, para así, sacar de su interior el camisón que se ha traído de casa.
Alec no puede evitar seguir sus movimientos, sin siquiera ser consciente de ello. No puede impedir que el corazón le lata con fuerza en el pecho, pues esa familiaridad que le ha demostrado, además de su preocupación, lo hacen preguntarse si no está en realidad flirteando con él. Sus pensamientos se detienen en seco al contemplar el camisón que su compañera saca de la maleta, optando por darle la espalda, pues se ha ruborizado violentamente, y su respiración es nerviosa. Se reprende mentalmente. Ahora no es el momento de pensar en ¿y sí...?, sino en prepararse para descansar tras un día de viaje agotador.
—Voy a cambiarme para descansar —menciona ella en un tono sereno, encaminándose al cuarto de baño incorporado de su habitación, pasando junto al hombre que ama, sintiéndose estremecer al notar cómo sus brazos se rozan.
—Bien —responde Alec tras carraspear, habiéndose estremecido igual que ella—. Yo estaré... —hace una pausa en cuanto la observa cerrar la puerta de su cuarto de baño—. ...Aquí —finaliza casi en un susurro, quedándose solo en la habitación del hotel.
El hombre de cabello castaño y vello facial se sienta en el lado izquierdo de la cama, acariciando su nuca en un gesto nervioso, pues no puede evitar sentir que esta situación es demasiado conveniente: estar en una habitación, a solas, con la mujer que adora... Menuda broma tan cruel del destino. Es como si el mundo quisiese darle a entender que jamás podrá llegar a alcanzar una verdadera felicidad. Nunca podrá sentirse querido nuevamente, porque, simplemente dicho, está roto. Suspira pesadamente, antes de tomar su teléfono móvil, escribiéndole un mensaje a la agente con la que deberán reunirse mañana para intentar reabrir el caso de Sandbrook.
Entretanto, Claire ha abierto los contenedores de comida que había en la bolsa que Lee le ha dejado en la puerta. Se ha servido un plato de pasta boloñesa, y se ha sentado en el suelo, habiendo apoyado la espalda contra la puerta de la entrada. Empieza a comer a los pocos segundos, degustando cada bocado, pues hacía tiempo que no tomaba un plato de pasta tan delicioso. Lee aún recuerda cómo le gusta la comida italiana, y eso la hace sentirse realmente dichosa. Por su parte, su marido está sentado al otro lado de la puerta, con la espalda apoyada en la susodicha, esperando pacientemente a que la morena termine de comer. Se mantienen en silencio unos minutos, hasta que el arquitecto decide romperlo.
—¿Cómo está? —cuestiona Ashworth desde el otro lado de la puerta en un tono cariñoso.
Claire no contesta, pero tras dar dos bocados más al plato de pasta, parece reflexionar sobre qué debería hacer. Piensa sobre su pasado, sobre su relación de pareja, sobre sus sentimientos... Hasta que decide rendirse al impulso que lleva intentando dominarla desde que volvió a verlo. Con un movimiento rápido, la mujer de ojos color verdes deja el palto de pasta y la servilleta de papel sobre la cómoda cercana, antes de levantarse del suelo, abriendo la puerta principal de par en par. Apenas ha abierto la puerta, Lee entra como un relámpago, abrazándose a ella, comenzando a besarla apasionadamente. La besa con tanta pasión que la empuja ligeramente contra la pared de la entrada, acariciando su cabello, sus pechos, su cuerpo... Toda ella. Claire por su parte siente esa intoxicante sensación llena de pasión recorrer su cuerpo. Es como si su marido hubiera encendido nuevamente la mecha que hay en su interior. Acaricia su cabello corto y su torso, sintiendo que un delicioso escalofrío la recorre de arriba-abajo como electricidad estática. Busca con desesperación los pliegues de su camisa, al igual que él busca los de ella.
En la habitación de hotel, Cora ha cambiado su habitual uniforme de sargento por su camisón de dormir, con mangas cortas, largo hasta la mitad del muslo, y de color azul pastel. En sus pies hay ahora unas zapatillas de casa de color blanco. Sale del baño con su ropa de trabajo en sus manos, guardándola doblada en la maleta que ha colocado a los pies del lado derecho de la cama. Una vez llega hasta la cama, la pelirroja abre las sábanas del lado derecho, con la intención de introducirse bajo ellas con cuidado. Nota que la mano izquierda de su protector y amigo está impidiéndole meterse a la cama, por lo que habla en un tono suave.
—Estás sobre las sábanas.
Alec finalmente deja su teléfono a un lado, pues estaba escribiéndole un mensaje de buenas noches a Daisy, su hija, quien se ha enterado de su vuelta a Sandbrook. Por lo visto, está deseando verlo. El escocés desvía su mirada hacia la muchacha, contemplando de cerca esas cicatrices que ella dejó al descubierto en el juzgado. No encuentra nada repulsivo en ellas, sino que, para él, son un testimonio innegable de su fuerza de voluntad, de lo mucho que ha sufrido, y cómo ha conseguido sobreponerse a todo a pesar de ello.
Cuando se percata de que está observándola sin hacer nada, finalmente sale de su trance.
—Lo siento —se disculpa no solo por observarla de forma tan descarada, sino por retener las sábanas. Retira la mano que tiene presionadas las sábanas, antes de levantarse de la cama, dejando su teléfono móvil sobre la mesilla. No se ha molestado siquiera en cambiarse, pues está acostumbrado a dormir con la ropa del trabajo, día sí y día también.
—Gracias.
La chica de veintinueve años, evidentemente sonrojada por haberse percatado de cómo la mirada castaña del inspector la observaba, se recuesta en la cama bajo las sábanas, tapándose hasta el pecho con ellas. Cuando su cabeza toca la almohada, no puede evitar sentir cómo el cansancio la invade poco a poco. Contempla cómo Alec, ahora de pie junto a la cama, se despoja de sus gafas, depositándolas en la mesilla de noche. Tras hacerlo, el escocés se recuesta sobre las sábanas, tapándose con la gruesa manta hasta el pecho.
—Voy a apagar la luz —anuncia Cora en un tono sereno, antes de presionar el interruptor.
—También yo —anuncia él, alargando su brazo derecho hacia la lámpara sobre la mesilla.
La estancia queda entonces en penumbra, con ambos tortolitos recostados boca-arriba, su mirada perdida en el techo. Sus corazones laten rápidamente al encontrarse tan cerca el uno del otro, y en tal inusual posición. El silencio que se ha creado entre ellos es ligeramente incómodo, pero al mismo tiempo, ninguno preferiría estar en otro lugar que no fuera ese.
La joven de piel clara y ojos celestes pronuncia la pregunta que ha estado plagando su mente desde esa mañana.
—Al final no has llegado a contestar, Alec. ¿Te acostaste con Claire Ripley?
"¡Mierda, mierda, mierda! ¡Idiota!", exclama en su mente la joven, reprendiéndose mentalmente en cuanto se percata de las palabras que han salido de su boca. Mortificada, se tapa la boca con la mano. "¿¡Cómo se te ocurre preguntarle eso!? ¡Ahora probablemente me odie por inmiscuirme en su vida privada! ¡Dios!". Cierra los ojos con fuerza, antes de escuchar la réplica de su inspector.
—Duérmete, Coraline.
Nota un ligero tono severo tras sus palabras, como si estuviera dolido solo porque ella haya insinuado algo como eso. Parece como si su opinión fuera algo que le importa demasiado y no quiere decepcionarla. En el fondo, es cierto. No ha afirmado su acusación, y tras tanto tiempo juntos, ya conoce a su compañero lo suficiente como para atribuir este silencio a una negativa flagrante. Entonces la sargento de policía lo nota colocarse de costado, dándole la espalda. Genial: ahora está molesto con ella. No lo culpa por ello, pero no soslaya que un leve pinchazo de dolor se haga presente en su corazón ante el aparente rechazo.
Alec, que se ha girado, dándole la espalda a la chica que esta noche dormirá a su lado, cierra los ojos con pesadez: ¿por qué de pronto Lina parece tan interesada por saber algo como eso? No lo comprende. La imagen de Claire, recostada frente a él, llega a su mente de pronto, recordando manifiestamente aquel día en el que la estuvo apoyando como un amigo. Y pensar que los rumores han podido hacer tanto daño a su reputación... Incluso ahora, amenazando con resquebrajar la confianza que se ha forjado entre su novata y él. Piensa en volverse hacia ella para aclarar este evidente malentendido, pero entonces escucha su calmada respiración: se ha dormido.
Aproximadamente sobre las 22:30h, en el parque de caravanas de Broadchurch, Tom Miller está aún en la autocaravana número tres, Ha decidido quedarse allí tras la discusión de esa mañana con Mark Latimer. Ha estado reflexionando sobre sus palabras, lo admite, pero su mente no está preparada aún para aceptar la realidad que lo rodea. Ha encendido la consola que en su momento le regalase Coraline Harper, la cual ha trasladado a la caravana, y está jugando animadamente al FIFA. Necesita distraerse de su desgraciada y francamente terrible vida. Los videojuegos ofrecen la vía de escape perfecta. Un mundo de evasión al alcance de un simple mando. Mientras juega la final de un torneo, se sobresalta al escuchar el característico sonido del manubrio de la puerta intentando ser girado, para así, abrir la susodicha. Tom pone en pausa el juego, dejando el mando de la consola sobre la mesa en la que se encuentra la televisión. Se levanta del sillón en el que se encuentra sentado, observando cómo el manubrio se mueve de manera agitada. Cuando la puerta se abre de pronto, por ella entra un perro color canela que conoce bien: Vince.
Susan Wright entra a la autocaravana unos segundos después que su mascota. Se queda observando al muchacho que conoció hace casi un año aproximadamente. A los pocos minutos, Tom está sentado nuevamente en el sillón de hace unos minutos, acariciando el suave pelaje de Vince, quien parece algo más anciano de lo que recordaba. La mujer de cabello rubio está cocinándose la cena en este preciso instante.
—Has estado usando mucho este sitio, ¿verdad? —cuestiona Wright, mientras revuelve con una cuchara de madera un guiso de garbanzos en una olla.
—Sí.
—Pues se acabó, porque he vuelto —sentencia de forma cortante la mujer rubia—. Ya puedes recoger tus cosas y marcharte esta noche —añade en un tono sereno, pues ha vuelto a Broadchurch con un único propósito, y ahora mismo no le apetece lidiar con un adolescente problemático—. No quiero visitas —desvía su mirada de la olla antes de posarla en el adolescente rubio, quien está acariciando al can—. No suele recordar nunca a la gente.
—¿Por qué se fue? —cuestiona Tom, quien aún recuerda el día en el que se encontró la caravana número tres vacía, cuando se había personado allí para sacar a Vince a pasear, tal y como Susan le ofreciera en su momento.
—¿Y eso a ti qué más te da?
—Bueno... —hace una pausa indecisa, dejando de acariciar al perro, quien se acerca a su dueña—. Han arrestado a mi padre por asesinar a mi mejor amigo. A Danny —se explica, implicando que no tiene un lugar seguro en el que recluirse.
—Ya me he enterado —afirma la mujer en un tono algo comprensivo, como si por un ínfimo instante simpatizase con el jovencito en su casa.
—Dice que es inocente.
—Todos lo hacen —sentencia Susan en un tono indiferente, pues es una declaración que ya ha escuchado en muchas otras ocasiones—. ¿Cómo está tu madre? —cuestiona la dueña del can con curiosidad, recordando perfectamente las últimas palabras que intercambió con la agente de policía de cabello castaño: «¿cómo pudo no saberlo».
—Ahora... Vivo con mi tía —responde Tom en un tono algo dubitativo, pues aún siente un gran conflicto en su interior por el juicio, por el grado de participación de su madre en él.
—Eso no suena nada bien —parece compadecerse momentáneamente del adolescente, antes de hacerle un gesto con la cabeza hacia la puerta de la caravana—. Vamos, vete —le ordena en un tono seco—. Puedes usar la bolsa que he traído para llevarte esa consola de videojuegos —añade, contemplando que el chaval de cabello rubio parece indeciso sobre llevarse sus pertenencias esta noche.
Tom asiente algo distraídamente, antes de tomar en sus manos la bolsa de gran envergadura que Susan ha traído consigo. Desconecta los cables de la consola de videojuegos, antes de guardar esta, con sus juegos y mandos en la bolsa. Una vez ha guardado todas aquellas pertenencias que se trajo a aquel lugar de evasión, el adolescente cierra la cremallera de la bolsa. Sujeta entonces la bolsa en su mano derecha, antes de salir de la autocaravana a paso ligero.
Una hora más tarde, a las 23:30h, la pequeña y campechana cabaña de Claire Ripley está sumida en el más profundo de los silencios. La luz pálida de la luna entra por la ventana de la habitación en la que Lee y Claire están acostados bajo las sábanas, ambos desprovistos de ropa, perlados en sudor. Al fin han podido consumar nuevamente su amor mutuo tras años de desesperante separación. Oh, cómo anhelaban volver a tocarse, descubrir cada parte el uno del otro... Ahora que respiran algo ajetreados, intentando recuperar el aliento, pueden decir que ha sido una experiencia casi extracorpórea, llena de pasión y desenfreno. Algo que no cambiarían por nada. Lee está acostado boca-arriba en la cama, con su mujer junto a él, recostada boca-abajo. La observa de reojo, contemplando esas ligeras marcas rojizas en su piel, donde él la ha sujetado con fuerza mientras hacían el amor.
—¿Con cuántos hombres te has acostado desde que me marché? —la voz del que antaño fuera arquitecto es apenas un susurro, arrastrando las palabras.
La pregunta puede parecer inocente, pero ambos saben que su relación no es precisamente cerrada. Y conocen las consecuencias de intentar abrirla. Dependen el uno del otro de forma obsesiva, enfermiza... Tóxica. Ambos son personas en extremo celosas con sus parejas, y si a esa característica se le añade un componente de agresividad y venganza, el coctel molotov está listo para explotarles en las caras.
—Con ninguno —sabe que está mintiéndole, pero la excitación de hacerlo y ser descubierta es demasiado como para dejarla pasar. Es como una droga que necesita para seguir con vida día a día.
—¿Estás segura? —el tono de Lee es esquivo, pues no sería la primera vez que le miente.
—Creo que me acordaría —sentencia ella en un tono sereno—. ¿Y tú qué?
—Igual.
Claire deja escapar una risotada irónica. Las palabras de su marido parecen sinceras, pero conoce lo bastante a Lee como para saber cómo es capaz de encandilar a cualquier chica con tan solo unas bonitas palabras. Y su atractivo sexual es indudable.
—¿En serio? —esta vez es ella quien pone en duda su fidelidad.
—Nada de sexo... —niega categóricamente—. ...Con hombres —finaliza en un tono serio antes de empezar a reírse escandalosamente, provocando que la morena recostada a su lado se carcajee por instinto. Sin embargo, la risa de la peluquera cesa a los pocos segundos, posando una mirada severa en él.
—¿Y con mujeres? —su tono es casi semejante al hielo.
—¿Las chicas francesas cuentan?
—¡Maldito cabrón...! —exclama ella en un tono que se encuentra a medio camino entre la sorpresa y la ira.
Tras unos segundos de observarse en un absoluto silencio, Lee se mueve de su posición en la cama, recostándose sobre Claire, adoptando una posición dominante. Del odio al amor solo hay un paso, como se suele decir, y en este caso no es la excepción. Siempre que tenían un desacuerdo, terminaban por solucionar sus diferencias con una sesión de sexo desenfrenado y rudo.
—He vuelto por ti —asevera Lee en un tono bajo, lleno de deseo, antes de dejar un recorrido de besos húmedos desde su cuello hasta sus omóplatos.
—¿Qué pasará con nosotros? —cuestiona Claire en un tono preocupado, pues las recientes acciones y palabras de Alec Hardy la han puesto extremadamente tensa y preocupada. No puede dejar de pensar en que el escocés ha empezado a sospechar algo.
—¿Qué les has dicho?
—Nada.
—Más vale que me estés diciendo la verdad, Claire —amenaza Lee mientras susurra en su oreja, provocando que un escalofrío la recorra de arriba-abajo. Empieza a besarla nuevamente desde el cuello hasta la espalda, antes de comenzar a acariciar sus pechos.
—¿Podrías atarme esta vez? —pide la morena en un tono sereno, logrando que sus palabras tengan el efecto deseado en su marido, excitándolo.
Ashworth empieza a besarla con pasión en el cuello, antes de tomar una corbata de uno de los cajones de la mesilla de noche, para así atar sus muñecas en el cabezal de la cama. Esta noche apenas acaba de empezar, y tiene pinta de ser una extremadamente divertida.
Alec Hardy despierta de pronto aproximadamente a las 02:21h. Se pregunta qué lo ha hecho despertarse, pero los leves sollozos desesperados que provienen del otro lado de la cama lo hacen adivinarlo. La leve luz, que entra a través de las rendijas de la persiana de la ventana, lo ayudan a ver. Su protegida está revolviéndose en su lado de la cama, con los puños apretados fuertemente y con lágrimas atravesando sus pálidas mejillas, dejando un surco de marcas rojizas. La escucha hablar en sueños: está teniendo una terrible pesadilla.
—Por favor, no... No me hagas daño... —musita entre lágrimas, intentando liberarse de aquello que la atenaza en su sueño.
Las palabras que acaban de salir de la boca de la pelirroja de ojos azules hacen que el escocés se petrifique momentáneamente en su lado de la cama: esas palabras son las mismas que dijo cuando no era más que una adolescente, cuando Joe... Se pregunta entonces: ¿lleva teniendo pesadillas desde su testimonio en el juicio? Habiéndose girado hacia ella para contemplarla, suspira. No debería sobrepasar los límites, pero tampoco puede dejarla sufrir así. Apenas procesa sus pensamientos antes de decidir despertarla. Tras sentarse en la cama, inclinándose ligeramente en dirección a la joven de veintinueve años, coloca su mano izquierda en el hombro derecho de ella. La sacude ligeramente.
—Coraline —la llama en un tono bajo, intentando no sobresaltarla—. Cora, despierta —la sacude algo más firmemente, lo que provoca que la muchacha abra los ojos, sentándose en la cama de sopetón, respirando agitadamente—. Tranquila. Estás a salvo —le dice en cuanto comprueba que su querida pelirroja intenta apartar sus manos, realmente aterrorizada—. Estoy aquí, Lina. Solo era una pesadilla —sentencia en un tono cariñoso, notando cómo el delicado cuerpo de la mentalista empieza a temblar, pues aún mantiene su mano izquierda en su hombro.
—A-Alec... Yo... —la voz de la joven con piel de alabastro tiembla, al igual que lo hace todo su cuerpo—. Lo siento mucho... Lo siento... —no puede evitar disculparse por haberlo despertado de tan brusca manera.
Incluso en la oscuridad, y solo gracias a la luz que se filtra por las rendijas de la persiana, la mujer británica puede notar cómo el escocés niega con la cabeza.
—Eh, eh, eh... No te preocupes —responde él, acariciando ahora sus antebrazos para intentar apaciguarla. Siente una ligera sensación de déjà vu, pues le recuerda a aquella vez en su habitación de hotel, cuando tuvo que tranquilizarla tras haberle confesado la verdad acerca de su trauma—. No estás sola —le asegura en un tono suave, antes de recostarse nuevamente en la cama—. ¿Necesitas un abrazo? —le ofrece, extendiendo los brazos para darle espacio, y casi al momento, nota que Coraline se acerca a él levemente tras recostarse en la cama. Su corazón le da un vuelco ante su novedosa cercanía e intimidad, quedando relegada al olvido su leve amonestación de hace unas horas—. ¿Quieres hablar de ello? —le pregunta, notando que el cabello de la taheña queda justo bajo su barbilla, apreciando una leve presión en su pectoral izquierdo, donde ella ha apoyado su cabeza.
"Solo la estoy reconfortando. En este momento necesita apoyo emocional y un contacto físico que ayude a su mente a centrarse en el presente. En el ahora", se recuerda a sí mismo mientras, de una forma un tanto insegura, rodea el cuerpo de Coraline con los brazos, dejando, por consecuencia, que la analista del comportamiento se abrace a él.
Harper niega con la cabeza al escuchar su pregunta, manteniéndose callada. Ambos saben acerca de qué estaba soñando, y no necesitan ponerlo en palabras. Alec simplemente lo ha preguntado por pura cortesía. Mientras el temblor de su cuerpo va remitiendo poco a poco, la mujer de ojos azules siente cómo la calidez que irradia del cuerpo del hombre que ama la envuelve. Es como si se tratase de una manta protectora, que la mantiene aislada del mundo y de sus peores demonios. Percibe cómo en ese abrazo tan cálido e íntimo, él se mantiene a su lado, propiciándole todo su apoyo en un gesto tan simple. Un gesto que consigue conmoverla, estremeciendo su corazón. El silencio vuelve a invadir la habitación por segunda vez, con el sonido de sus respiraciones como única sintonía.
A los pocos segundos, la voz ronca del Inspector Hardy resuena suavemente en la habitación.
—Respecto a tu pregunta... —hace una pausa antes de suspirar—. No lo hice: no me acosté con Claire —sentencia, sorprendiendo a la chica de piel clara como la porcelana, quien no esperaba que fuera a confesarle algo como aquello tras su aparente discusión.
—Alec, no tienes por qué...
—Lo sé —la interrumpe en un tono dócil, aun acariciando sus antebrazos mientras la abraza—. Pero no quiero que haya secretos entre nosotros —asegura en un tono sereno, aprovechando que la oscuridad limita su visión para sonreírle con ternura—. ¿Crees que podrás dormir ahora? —cuestiona en un tono preocupado, antes de romper aquel abrazo que los ha hecho acercarse un poco más.
—Creo que sí —afirma la muchacha, recostándose en su lado de la cama, habiéndose quedado de costado para observarlo, notando que él ha hecho exactamente lo mismo—. Siempre que estés ahí para mantener mis pesadillas a raya —bromea con un tono inequívocamente dulce, flirteando con el escocés sin ser plenamente consciente de ello.
—Lo estaré, siempre que tú estés también ahí para mantener las mías a raya —responde él en un tono que rivaliza con la dulzura de ella, devolviéndole el flirteo—. Buenas noches, Lina —a diferencia de su primera despedida nocturna, esta es mucho más cordial e íntima.
—Buenas noches, Alec.
La mañana llega unas horas más tarde, siendo la pelirroja la primera que despierta de su profundo, y francamente reparador, sueño. Está a punto de levantarse para cambiarse de ropa, cuando siente que algo se lo impide: una mano tiene sujeta su propia mano derecha. Sus ojos celestes se posan en Alec, quien respira acompasadamente, durmiendo boca-arriba en la cama, con su mano izquierda extendida hacia la suya, habiéndola sujetado con firmeza y ternura a partes iguales. La muchacha deja que una sonrisa enternecida se esboce en sus labios, antes de inclinarse hacia el escocés, besando el dorso de la mano que tiene sujeta la suya. Este gesto por parte de la taheña logra provocar que Hardy, aún dormido, suelte su mano, antes de empezar a desperezarse, parpadeando rápidamente para dejar que sus ojos castaños se ajusten a la luz matinal que entra por las rendijas de las persianas de la habitación.
—Buenos días —lo saluda la joven con piel de alabastro, habiéndose agenciado un conjunto de su maleta, con la firme intención de vestirse y prepararse para reunirse con Ellie.
—Buenos... Días... —responde él, antes de reprimir un bostezo.
—Será mejor que te adecentes un poco antes de que vayamos a reunirnos con Ellie en el restaurante —lo alecciona, comprobado que su inspector se sienta en la cama—. Voy a cambiarme: no tardaré —le asegura, riéndose por lo bajo al contemplar que el hombre con vello facial se esfuerza en despertarse, levantándose de la cama mientras se frota los ojos, claramente agotado.
Unos minutos más tarde, tras desayunar en el restaurante del hotel, los tres compañeros se han subido al coche de Ellie Miller, para así, acercarse a la casa de los Gillespie. En el desayuno y el camino hasta el coche, la sargento de cabello castaño les ha contado a sus dos amigos la gran amabilidad que ha demostrado con ella su compañera de habitación: una joven embarazada que se ha separado recientemente de su pareja algo tóxica. Han charlado durante horas sobre sus experiencias personales, sobre los niños y las delicias de la maternidad, así como sus dificultades. La mujer de Joe ha aprovechado para brindarle a la joven unos cuantos consejos como madre veterana, y la mujer embarazada le ha asegurado a Miller que es una gran madre y persona.
—¿Y qué tal vosotros? —cuestiona la mujer de cabello rizado—. ¿Habéis dormido bien?
En cuanto esa pregunta sale de sus labios, los dos compañeros se ruborizan ligeramente nada más entrar al coche de la controladora de tráfico. Alec se sienta en el lugar del copiloto, mientras que Coraline se sienta en la parte trasera del coche. Ellie, contemplando sus rostros y su negativa a responder a sus preguntas, mientras se abrocha el cinturón de seguridad, vitorea para sus adentros: finalmente parece que estos dos empiezan a acercarse... Románticamente hablando, claro. Tras arrancar el motor una vez sus dos amigos se han abrochado los cinturones, conduce el vehículo por el pequeño y pintoresco pueblo de Sandbrook. Pasan unos minutos callejeando un rato, hasta que finalmente encuentra el adosado, propiedad de los Gillespie, deteniendo el coche frente a él.
—Necesito que usted y Coraline entren al piso de Claire y Lee —sentencia Hardy una vez tienen delante el adosado. Nuevamente, como ya viene siendo una costumbre últimamente, el escocés ha utilizado el nombre de su persona apreciada sin pensar, pero no es algo que sus compañeras encuentren incómodo o desagradable, sino realmente dulce.
—¿Y cómo se supone que debemos entrar ahí? —cuestiona la pelirroja desde la parte trasera del vehículo.
—Hice una copia antes de devolver el original —responde el inspector de cabello lacio y castaño, antes de rebuscar con su mano derecha en el bolsillo interior de su chaqueta, del cual saca un manojo de llaves, entregándoselo a Ellie.
—¿¡Qué!? ¡No!
—Cora ha leído los expedientes, y usted conoce a Lee y a Claire —argumenta el hombre de delgada complexión—. Echen un ojo, y díganme lo que encuentren.
—¿Y qué va a hacer usted, señor? —cuestiona la muchacha taheña en un tono curioso.
—Hablaré con Cate Gillespie —responde su inspector, desviando su mirada castaña por el retrovisor interior hacia ella. No ha pasado desapercibida para Hardy la forma en la que se ha referido a él, y debe admitir que aún le gusta escucharlo de sus labios—. Veré si hay algo más que pueda contarme sobre aquella noche.
Las dos mujeres intercambian una mirada antes de asentir al mismo tiempo: tienen un plan. Tras estacionar el coche cerca del adosado, las dos sargentos de policía se quedan aún dentro del coche, observando cómo su amigo y compañero se acerca a la puerta de la izquierda, tocando ésta con los nudillos de la mano derecha. A los pocos segundos, observan cómo una mujer con cabello castaño oscuro abre la puerta, posando sus ojos claros en el inspector que llevó la investigación sobre la muerte de su hija y la desaparición de su sobrina.
—Cate, por favor, no me cierre la puerta.
—¿Qué quiere? —la voz de Cate es controlada, pues ha seguido el caso de Danny Latimer desde su debut en la prensa, desde que Beth hablase con ella, hace ya un tiempo.
—Cinco minutos —responde el hombre trajeado.
Saber que este inspector que tiene delante consiguió cerrar el caso de ese niño, encontrando a su asesino, le da cierta esperanza en sus capacidades. Decide darle una oportunidad, dejándole pasar al interior de su vivienda, con Alec Hardy cerrando la puerta tras él, momento que Coraline y Ellie aprovechan para acercarse a la vivienda de la derecha.
La mujer que antaño trabajase como sargento de policía, abre la puerta de la vivienda número 41 con la copia de las llaves que les ha facilitado su compañero, dejando al descubierto una cantidad ingente de correspondencia en la moqueta. Cierran la puerta tras ellas con el cuidado de no emitir un sonido demasiado estridente, pues esto sigue contando como allanamiento de morada, y no necesitan que se les impute un delito ahora que están en plena sesión judicial por el caso de Danny. La joven de cabello carmesí camina con pasos lentos, habiéndose ataviado con su conjunto de civil, consistente en una camiseta blanca de manga corta, unos vaqueros azul marino, unos botines negros y un chaleco largo de color marrón. Como de costumbre, lleva el cabello recogido en una coleta con un leve flequillo que oculta su frente. La muchacha de ojos celestes se percata al momento del suelo de madera clara que hay en toda la casa, yendo desde el recibidor hasta la sala de estar, pasando por la cocina a mano izquierda. En cuanto se coloca en el centro de la sala de estar, con Ellie siguiéndola a los pocos segundos, comprueba que apenas hay muebles, a excepción de un sofá y una silla de madera, como si toda la casa hubiera sido cambiada de arriba-abajo. En ese preciso instante, pueden escuchar la conversación de Alec con Cate Gillespie, al otro lado de la pared. Ambas mujeres no pueden resistirse al impulso, y se acercan al muro que divide ambas estancias, pegando su oreja a la superficie.
—Aún no me he rendido con su caso —sentencia Alec con un tono lleno de determinación—. He venido porque pensé que debía enterarse por mi —se sincera, habiendo colocado sus manos tras su espalda, proyectando una imagen de serenidad y amabilidad—. Lee Ashworth ha vuelto al país.
—¿A dónde? —el rostro de la madre de Pippa se ha tornado ligeramente pálido al escucharlo.
—No está cerca de aquí —la tranquiliza el escocés—. Lo tengo bajo vigilancia.
—Si le veo, lo mataré.
—Lo sé —afirma él, pues es plenamente consciente de lo que un padre es capaz de hacer por sus hijos. Él mismo, sin ir más lejos, haría lo que fuera por Daisy... Y perseguiría hasta los confines de la tierra a quienquiera que hubiera osado hacerle daño—. Sentí mucho lo de su separación de Ricky —expresa con evidente lástima, contemplando cómo Cate toma en su mano derecha una copa de vino tinto con una expresión atormentada.
—Es algo que se veía venir —sentencia la tía de Lisa en un tono factual.
—Bueno, tener que pasar por algo así...
—Estábamos mal desde mucho antes —lo interrumpe la mujer de cabello castaño, sonriéndole con amargura—. Toda esa chulería: restregándome que las mujeres lo adoraban. Nadie habría aguantado eso... —recuerda con acritud, antes de darle un trago al vino de la copa. Sus palabras arrastran un rencor sin límites—. Incluso en la casa de al lado, cuando sabía que le estaba mirando, con Claire —ante sus palabras, los ojos del inspector se abren con un ligero pasmo, posándose en su rostro—. Se aseguraba de que los viese.
—Perdone, pero... Nunca nos lo contó —sentencia Alec, claramente confuso a la par que ligeramente contrariado.
La mujer de cabello castaño nunca dijo que Ricky se insinuase a Claire, o viceversa. Nunca dijo que Ricky le fuera infiel, o que tuvieran serios problemas matrimoniales, lo que, en consecuencia, podría aumentar de un grado significativo su lista de sospechosos.
—Incluso cuando estaban matando a su hija... —Cate se sienta en el sillón cercano al sofá.
—¿En la boda? —la voz del hombre de delgada complexión resuena en toda la estancia con un ligero eco—. Estuvieron juntos en la boda... —rememora sus declaraciones de hace años, donde aseveraron que estaban juntos aquella noche en la que las niñas desaparecieron.
—Estaba tirándose a una de las damas de honor —intercede la mujer con piel clara y cabello castaño, antes de darle otro lingotazo al vino de su copa—. Tiffany Evans —pronuncia su nombre con desprecio, como si fuera un veneno que debe sacarse de la mordedura.
—Siempre mantuvo que estuvieron juntos esa noche: nunca mencionó eso —la voz de Hardy es grave por las implicaciones que eso conlleva: sin una coartada, o con una coartada dudosa, Ricky Gillespie se convierte en un potencial sospechoso, lo que, a su vez, da una mayor credibilidad a las acusaciones de Lee Ashworth.
—¿Y qué tenía que ver con usted? —le espeta Cate Gillespie, posando sus ojos claros en el rostro del hombre trajeado—. Ahora ya no hay nada que hacer —sentencia con desánimo y desesperanza, no advirtiendo que la mirada castaña de Alec se posa en una fotografía de Pippa, corriendo hacia la cámara por un prado de campanillas silvestres.
—Conseguiré que se haga justicia.
La voz del Inspector Hardy es serena, llena de determinación. Cate lo observa en silencio por unos segundos: quiere creer en él, en sus palabras, en sus intenciones. Pero ya han pasado muchos años. Y ya ha perdido la esperanza de encontrar justicia por el crimen de su niña. Ni siquiera cree que Lisa siga viva tras todos estos años. Los ojos azules de Cate Gillespie se tornan vidriosos por momentos.
—Es demasiado tarde...
—No lo es —asevera el hombre con vello facial, no desviando sus ojos castaños de los azules de esa madre que lo perdió todo hace años. Está decidido a resolver el caso, a darles justicia a los Gillespie y los Newbery. Hará lo que sea necesario para conseguirlo.
Por su parte, Coraline y Ellie han dejado de escuchar la conversación desde hace un rato, con la joven mentalista habiéndose agachado en el suelo, pasando su mano derecha por la mampostería: madera blanca. Hay algo en su mente que le grita en cuanto se percata del tipo de madera con el que está hecho el suelo, aunque en este preciso momento, no puede decir por qué lo hace. Se incorpora, contemplando cómo su buena amiga de cabello rizado se abre paso a través de las blancas cortinas de la sala de estar, dejando al descubierto las puertas que dan paso al jardín trasero. Abre las puertas con el manojo de llaves que le ha entregado el inspector de expresión taciturna, saliendo de la vivienda. La analista del comportamiento la sigue a los pocos segundos, observando cómo ambas casas son reflejos exactos la una de la otra, antes de percatarse de la presencia de una puerta que conecta ambos jardines, tal y como la pelirroja recuerda haber leído en las notas de Ashworth: él hizo la obra, para que así, las niñas pudieran pasar fácilmente entre las dos casas.
Unos minutos más tarde, Ellie, Alec y Lina están sentados en un pequeño bar del pueblo de Sandbrook. Han quedado allí con la agente de policía que podrá ayudarlos a reabrir el caso de Pippa y Lisa, y ahora que cuentan con posibles pistas, nuevos sospechosos, y una nueva versión de los hechos por parte de Claire Ripley, la suerte parece estar en su favor. Mientras esperan, los tres compañeros han pedido unas bebidas: Ellie un café con leche, Alec una tila, y la joven de veintinueve años un cappuccino. La de cabello rizado ha quedado sentada frente a Alec, mientras que la muchacha con piel de porcelana ha quedado sentada junto al inspector de delgada complexión. Aprovechan el tiempo de espera para intercambiar opiniones sobre lo que Cate Gillespie le ha contado al escocés. Una mujer entra al bar con evidente apremio casi cuando se han tomado la mitad de la bebida.
—Lo siento, lo siento —sentencia la mujer con un ligero aire elegante, caminando hasta ellos con rapidez—. Me he entretenido...
—No, tranquila —sentencia Hardy cordialmente, habiéndose levantado ligeramente del asiento—. Acabamos de llegar —asegura, aunque cualquiera sabría que miente por el estado tan avanzado de consumición de sus bebidas—. Esta es Miller —hace un gesto hacia su amiga de cabello castaño y rizado.
—Ellie —rectifica la aludida, habiéndose levantado del asiento, estrechándole la mano.
—Hola... —saluda la mujer de cabello moreno y ojos verdes, estrechándole la mano a Ellie.
—Y esta es Harper —el hombre trajeado presenta a su subordinada, quien también se ha levantado de su asiento—. Es decir, Coraline.
—Un placer —sentencia la aludida en un tono amable, extendiéndole la mano a la morena, quien se la estrecha a los pocos segundos.
La mujer sonríe con amabilidad, aunque Harper puede ver que, tras ese gesto aparentemente cordial, se esconde una imperceptible expresión de superioridad, incomprensión, y desconfianza.
"Su lenguaje corporal es algo tenso, notándose especialmente en su mandíbula y manos. Tiene la mandíbula contraída, con los dientes formando una sonrisa incómoda: no sabe qué hace aquí, y tanto la presencia de Ellie como la mía la molestan. Sus manos están apretadas ligeramente, denotando su desconfianza. Esta en guardia, preparándose para algún tipo de jugarreta. A juzgar por cómo se comporta, es una subinspectora, por lo que su suspicacia está justificada. En nuestra línea de trabajo debes estar preparado para cualquier cosa", la analiza rápidamente la mentalista, bastándole solo una breve mirada para suponer qué está pasando ahora por su cabeza. "En su mano izquierda hay rastros de una alianza, por el bronceado que posee su piel, a excepción de ese leve retazo del dedo anular. Pero dejó de colocársela hace mucho tiempo. La forma en la que mira a Alec es ciertamente familiar. Diría incluso que íntima...". La joven de veintinueve años la observa con algo más de intensidad, hasta que finalmente, la identidad de esta mujer queda revelada en su mente. "Ay, Dios... Es su exmujer".
—Lo siento. No sabía que... —la exmujer de Alec parece confusa por la presencia de la joven de piel clara junto a él. Parece que se haya hecho una idea equivocada sobre ellos, y a juzgar por la leve mirada de molestia y desprecio que le lanza a la novata, ha leído las recientes noticias sobre el caso de Danny en Twitter, donde se anunciaba su supuesta relación sentimental.
—Trabajamos juntos —recalca el hombre con vello facial—. Trabajábamos juntos —rectifica, pues él ya no está de servicio, a diferencia de Miller y su brillante subordinada.
—Eres la mujer de Joe Miller. El caso de Broadchurch —Tess Henchard, la mujer de cabello moreno, reconoce a Ellie. Se sienta a su lado tras despojarse de su chaqueta, quedándose en una camiseta negra con cuello de pico.
—En efecto —afirma Ellie con un tono amable.
—Y tú eres Coraline Harper —finalmente hace patente que ha reconocido la identidad de la joven mujer que ahora tiene frente a ella, sin dejar de lado su tono lleno de superioridad—. La testigo que testificó en el juicio el otro día —la aludida se limita a asentir, pues siente cierto aire de animosidad que proviene de la morena, y no le agrada demasiado. Es como si estuviera evaluándola con ojo crítico y de manera despectiva, como si la considerase una amenaza... ¿Pero por qué? La taheña no tiene la respuesta todavía—. No sé qué hago aquí —la subinspectora de cabello moreno y ojos verdes se limita a encogerse de hombros, pues cuando Alec le mandó un mensaje anoche, fue parco en explicaciones. Ni siquiera le dijo que había más personas en esta reunión, aunque claro, él es así.
—Se trata de Sandbrook —el rostro de su exmujer pasa de tener una expresión curiosa a una hastiada.
—Dime que no estás aquí por eso —la agente de policía con cabello moreno rueda los ojos.
—Escúchame —Hardy se inclina ligeramente en la mesa, hacia la que antaño fuera su subinspectora—. Lee Ashworth ha vuelto al país. Vive cerca de mi —le comenta en pocas palabras, notando cómo se avecina una negativa incluso antes de hacerle la sugerencia—. Hay motivos para reabrir el caso.
—No lo hagas.
—Posibles nuevas pruebas: una campanilla prensaba enviada a Claire Ripley anónimamente —el escocés insiste, dejándose llevar por la pasión que siente por su trabajo, con su voz adquiriendo un tono más enérgico a cada palabra—. Miller, cuéntele lo que le dijo sobre esa noche —ordena, como si aún estuviera en activo, haciéndole un gesto a su amiga de cabello castaño, quien asiente casi al momento: los viejos hábitos nunca cambian.
—Claire me dijo que la noche que las niñas desaparecieron, Lee la drogó con Rohipnol y durmió toda la noche —Ellie le cuenta los hechos a la subinspectora en un tono factual, tal y como ella se los escuchó decir a la peluquera—. Aseguró que, cuando se despertó, estaba limpiando toda la casa.
—Claire Ripley también está aquí... —la voz de Henchard se torna irónica.
—Ha cambiado su historia nuevamente —intercede la joven analista del comportamiento antes de dar un sorbo a su cappuccino, notando cómo la mirada verde de la exmujer de Hardy se posa en ella.
Nuevamente, Tess la está observando de forma animosa, como si no agradeciese su entrometimiento en el caso. Algo que, en cierto sentido, es verdad. La muchacha pelirroja que tiene frente a ella apenas ha empezado su camino como policía, ¿y Alec pretende que colabore en un caso en el que ambos trabajaron durante tanto tiempo, arduo y tendido? ¡Esta novata casi no tiene experiencia de campo, por el amor de Dios! Aunque pronto detiene en seco sus prejuicios, pues admite que, tras tanto tiempo sin ver a Alec, esperaba hablar tranquilamente con él, a solas. No niega que se siente amenazada por la mentalista, pues ha oído hablar sobre su inteligencia a algunos de los compañeros que estudiaron con ella en la academia, y su reputación la precede. Algo en su interior, se revuelve como una loba salvaje al plantearse la posibilidad de que su exmarido haya podido enamorarse de esa jovencita. Sabe que no debería pensar así, pero no puede evitar que cierto grado de posesividad se trasluzca en su comportamiento: Alec fue su marido durante mucho tiempo... Y hay algo en ella, quizás un cierto orgullo al haber sido su primera mujer, que le impide dejarlo marchar completamente.
—¿Ha hecho alguna declaración? —cuestiona tras suspirar, decidiendo ignorar el comentario de la analista del comportamiento, habiéndose girado hacia Miller, dirigiéndole a ella la pregunta.
—Solo hablábamos.
—¿Va a testificar? —Tess continúa realizando preguntas protocolarias.
—No se lo he preguntado —sentencia Ellie, antes de ser interrumpida por Hardy.
—Un par de agentes. Es todo lo que necesito: vigilancia.
—Alec, ¡ni siquiera estás en activo! —espeta Tess en un tono severo—. A menos que tengamos una pista nueva y realmente significativa, no hay motivos para...
—¡Solo habla con tus superiores! —la tensión entre los dos excónyuges empieza a aumentar.
—¿¡Pero a ti qué te pasa!? —Tess finalmente estalla—. ¿¡Te crees que quiero volver a vivir eso después de lo que nos hizo!? —exclama, aunque nota al momento la mirada irónica que Alec le dirige, pues ella fue la principal causante del deterioro de su matrimonio.
Ellie, que, a diferencia de Cora no había atado los cabos sueltos, finalmente se percata de la identidad de la mujer que se ha reunido con ellos. Siente un escalofrío recorrer su espalda. Esta situación es del todo violenta, y se pregunta si su buena amiga estará llevándola bien. Al fin y al cabo, esta mujer tan imponente y con tanta presencia, fue una vez la persona más importante en la vida del hombre que la mentalista ama.
—Oh, Dios... Eres su mujer.
—¿No os lo ha contado? —Tess parece igual de mortificada que la castaña a su lado.
—En realidad, en mi caso no ha hecho falta —sentencia la pelirroja en un tono suave, comprendiendo la sorpresa de ambas mujeres. La mirada oliva de la subinspectora se posa en ella, esperando su explicación—. Tu ademán, la identificación que sobresale del bolsillo de tu chaqueta, tu forma de dirigirte a él, y el hecho de que haya un rastro de una alianza en tu mano izquierda, han sido suficientes para suponerlo —advierte la mentalista, dándole una ligera mirada de sus ojos azules su mano izquierda.
Puede que la contestación de Coraline peque de prepotente, pero si tiene la oportunidad de explicar sus deducciones, no piensa dejarla pasar. Además, es el momento idóneo para que esta subinspectora, que la ha prejuzgado nada más conocerla, empiece a apreciarla como la profesional que es, en vez de despreciarla por llevar menos tiempo que ella cómo policía. No va a permitirle achantarla y avasallarla, ni por su veteranía, ni por su relación con Alec.
Esta deducción provoca que Tess asienta lentamente, realmente sorprendida por sus capacidades mentales: sin duda alguna, esta muchacha está a la altura de su reputación... Aunque aún le falta mucho por aprender. Su animosidad se incrementa ligeramente, sintiéndose amenazada no solo como mujer, sino intelectualmente también. Pero hace un esfuerzo por no pensar en ello, y suspira pesadamente, asintiendo lentamente mientras se lleva la mano izquierda a la frente en un gesto cansado.
—No está mal —sentencia la morena, alabando su capacidad de análisis.
—Gracias —responde la chica de veintinueve años con una sonrisa amable.
Ellie Miller pasea su mirada desde Tess hasta Alec.
—Nos dijo que veníamos a ver a la agente que podría reabrir el caso.
—Sí, podría —concede Henchard en un tono serio—, pero no pienso hacerlo.
—El cuerpo de una niña sigue desaparecido —empieza a enumerar Alec—. Un asesino está libre. Hay familias que no encuentran consuelo... Y tú no quieres reabrir el caso —su voz va subiendo de tono conforme aumenta su indignación—. ¿Por qué? ¿Por políticas internas? O... ¿Por inconvenientes personales?
"No puedo decir que no esté de acuerdo con las palabras de Alec: si Tess se niega a reabrir el caso por cuestiones personales relacionadas con su divorcio, es realmente hipócrita, teniendo además en cuenta, que ella fue la principal razón que los llevó a distanciarse. Pero, por otro lado, no puedo ser tan dura con ella: como alguien que sufre de severos traumas del pasado, puedo comprender que no quiera revivir un momento que le causó tanto dolor emocional, no solo a ella, sino a su hija. Sin embargo, este no es el momento de pensar en nosotros mismos, sino en los Gillespie y los Newbery, que necesitan que alguien haga justicia por sus hijas", reflexiona para sus adentros la mujer de cabello carmesí, cruzándose de brazos ante la negativa de la morena a reabrir el caso. Sin embargo, puede comprender los puntos de vista de ambos, ya que es una figura neutral en el asunto, sin tomar en cuenta sus sentimientos personales al respecto.
—No me des lecciones de moral, Alec.
—¿Qué yo te doy lecciones? —ironiza el hombre con vello facial, habiéndose despojado de su chaqueta, dejándola colgada del respaldo de su silla—. ¡Pero si tú eres la maldita experta!
—Alec, no —masculla la pelirroja por lo bajo, preocupada porque la situación se descontrole, notando cómo la mirada verde de Tess se clava en ella con un ligero resquicio de agradecimiento y molestia: sabe que no es asunto suyo, pero no quiere que su inspector diga algo de lo que pueda arrepentirse más tarde.
—Voy a ver a los familiares todos los meses —se defiende la subinspectora en un tono férreo—. ¡Les llamo, les escribo y les visito porque yo no hui!
—No tenía elección —espeta el escocés en un tono dolido—: nadie me defendió —añade, antes de que su mirada castaña se desvíe ligeramente hacia la muchacha a su derecha, quien, a diferencia de Tess, ahora lo ve, siempre ha estado ahí para apoyarlo.
—¡Quizás deberías haber hecho más amigos...!
—¿Cómo Dave y tú?
El hombre con vello facial saca a relucir la infidelidad de su exmujer en el pasado, utilizándolo como munición contra ella, a pesar de que es plenamente consciente de que es un golpe bajo. Pero no puede evitar sentir aún un leve resquicio de rencor por lo que hizo, a pesar de intentar mantener una relación cordial por el bien de Daisy. Mantiene una expresión severa en el rostro, mientras que Tess se mortifica nada más escucharlo.
—Vale —la morena suspira pesadamente, tomando su chaqueta en sus manos. El escocés se reclina en su asiento, tomando un sorbo de su tila con un gesto ligeramente soberbio—. Voy a irme —anuncia la morena en un tono más calmado—. No llegues tarde a cenar esta noche —le pide en un tono amigable—: Daisy tiene muchas ganas de verte —argumenta, dejando claro que han hecho planes para que la adolescente pueda pasar algo de tiempo en familia—. Un placer conoceros —les dice a las mujeres que acompañan a su exmarido, mientras se viste con la chaqueta—. Suerte con el juicio —se despide rápidamente, caminando con presteza fuera del bar.
Ellie y Coraline se miran con incredulidad: su amigo y compañero se ha pasado unos veinte pueblos al echarle ese asunto en cara a Henchard. No tiene derecho a hacerlo, por mucho que lo frustre la idea de no poder reabrir la investigación del caso de Sandbrook. La castaña de cabello rizado se encarga de propinarle un leve golpe en la mano al escocés, observándolo, realmente contrariada por sus acciones.
—Increíble...
—No deberías haber hecho eso —sentencia la joven de veintinueve años antes de tomar un nuevo sorbo de su taza de cappuccino—. No se lo merecía, por mucho que te frustre el que no quiera reabrir la investigación —argumenta con un tono sereno, notando la mirada de su protector en su persona. Hace lo posible por ignorar su mirada severa, rememorando que, al igual que su compañero, esa noche ha quedado con alguien en Sandbrook—. Intenta olvidarte de esta discusión por el bien de Daisy... Llevas mucho tiempo sin verla, al fin y al cabo —finalmente gira su rostro para observarlo, y él asiente lentamente, aun en silencio.
Ellie le dedica una sonrisa amigable a la mentalista, feliz porque haya conseguido que Hardy la escuche. Es un avance. Normalmente, cuando su jefe y amigo se enfada y se ofusca, no hay nadie que pueda llegar hasta él. Le alegra que su comportamiento vaya cambiando conforme más tiempo pasan juntos. Aunque la mujer del reo sabe perfectamente que este cambio solo es posible gracias a cierta mujer con piel de alabastro y ojos cerúleos.
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