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Capítulo 18

El 17 de mayo llega con un amanecer cargado de luz y calidez. Alec Hardy se encuentra descansando en su cama tras los inquietantes sucesos de la sesión de ayer. Los recuerdos del caso de Sandbrook, específicamente de aquel río, lo atormentan cada noche. Con el agua arrastrándolo hasta el fondo, sin ninguna oportunidad para salir a la superficie. Siente que se ahoga cada vez más profundamente. Entonces, por primera vez en años, el sueño cambia: en lugar de encontrar a Pippa Gillespie, encuentra el cuerpo sin vida de una adolescente Coraline Harper. Despierta con un sobresalto, perlado en sudor, tosiendo violentamente, luchando por respirar. Cuando se percata de que solo ha sido un mal sueño, comienza a sollozar. La pena, la impotencia... Todo se le viene encima de una vez. Se tapa el rostro con las manos, sollozando sin vergüenza alguna. Al fin y al cabo, no hay nadie que pueda escucharlo. Está solo allí. Es consciente de que el caso está pasándole factura nuevamente, y ahora ya no está seguro de si su corazón podrá soportarlo por mucho más tiempo.

Tras levantarse de la cama, vistiéndose para la sesión judicial de esa mañana, el escocés decide contactar con su médico, quien es quien debe hablar con la doctora que debe fijar la fecha para la intervención del marcapasos. Lo mejor que puede hacer en este momento es sobrevivir. Debe intentarlo, al menos por Daisy... Y por Coraline. Tras desayunar ligeramente, el hombre con vello facial está anudándose la corbata mientras charla con la secretaria de su médico particular.

—Sí, sigo esperando al Sr. Davies —la informa, antes de escuchar su pregunta, procediendo a contestarla rápidamente—. No, no quiero cambiar una cita —anudarse la corbata con una mano mientras intenta sujetar el teléfono móvil con el hombro es harto complicado—. Quiero hablar con él sobre el empeoramiento de mis síntomas —por desgracia, parece que éste no está disponible en estos momentos—. ¿Qué? ¿Es un mortal superior que no llama a la gente para avisarla? —se molesta, claramente indignado porque su médico haya decidido tomarse ahora unas vacaciones—. ¿Mi médico de cabecera? ¿En serio? —se mortifica cuando la secretaria le sugiere que hable con él, antes de colgar la llamada, claramente irritado—. ¡Será...! —está a punto de maldecir, habiéndose logrado hacer el nudo de la corbata con una sola mano, antes de percatarse de que Olly Stevens, el sobrino pródigo de Miller, está en la puerta de su casa—. Dios, ¿qué quieres?

Hardy no tiene tiempo, ni ganas, para mantener una intrascendente charla con este chaval. No ahora mismo. Ha quedado con Coraline para que venga a buscarlo para llevarlo al juzgado de Wessex. No quiere que Stevens la atosigue por la sesión de ayer. Además, lo más probable, como ya ha demostrado la estadística, es que acaben discutiendo. Mejor ahorrarse la saliva.

Sin embargo, el sobrino de su compañera de cabello rizado se auto invita a pasar dentro.

—Lee Ashworth vino a nuestras oficinas el otro día —sentencia Olly mientras observa cómo el inspector de cabello castaño se baja el cuello de la camisa—. Al principio no lo reconocí, pero luego... —saca dos hojas de papel de su bandolera—. ...Revisé los recortes de prensa sobre Sandbrook —se los muestra al veterano agente de policía, cuya expresión facial es una mezcla entre hartazgo, molestia y tormento. Tiene la boca cerrada en una delgada línea, como si estuviera conteniéndose por no abofetearlo—. Toda una coincidencia que ambos estén aquí —la acusación de Oliver no está exenta de amenazas: está claro que pretende indagar sobre ello.

—¿Tu editora sabe que estás aquí? —Alec decide hablar como un padre que amonesta a un hijo que se ha portado mal. Está comportándose como un crio, así que piensa tratarlo como tal.

—Estoy un poco harto de cómo me habla —espeta el joven reportero en un tono arisco—. ¿Es peligroso? ¿Qué hace aquí? —hace las preguntas con calma, habiendo entrecerrado ligeramente los ojos—. Creo que lo sabe.

—Déjalo estar —advierte Hardy en un tono severo.

—¿Por qué? Puede tener una historia que contar —Olly no se achanta ante la advertencia del inspector. Nunca han conseguido congeniar, pero este parece ser el punto de ruptura entre ambos. Ninguno piensa ceder—. Tengo la cortesía de preguntarle a usted primero.

El hombre de delgada complexión empieza a hartarse soberanamente de su actitud de superhéroe. Se piensa que indagando en la mierda de los demás salva vidas, pero no es así. Solo entorpece su trabajo. Haría mejor en dejar de meter las narices donde no le llaman.

—Qué gente: creéis que salváis al mundo, pero solo hacéis que sea más difícil vivir en él —el tono de sus palabras arrastra un tinte amargado, pues recuerda vívidamente cómo a causa de los periodistas y sus ansias de hacer de justicieros, su vida y su trabajo quedaron completamente arruinadas—. ¡Lárgate! ¡Vamos! —exclama, y Oliver finalmente retrocede ante su tono, marchándose de su casa a los pocos segundos con un talante claramente contrariado. El escocés se da media vuelta para tomar su abrigo, cuando escucha un nuevo toque en la puerta—. ¡Te he dicho que te largues! —brama sin siquiera darse la vuelta.

—Vaya, alguien se ha levantado hoy con el pie izquierdo, al parecer —en cuanto escucha la suave voz de su novata de cabello taheño, el inspector se gira rápidamente, contemplándola: está apoyada en el dintel de la puerta, con las llaves de su coche en su mano izquierda—. Si lo prefieres, puedo volver luego...

—¡No! —Alec casi grita para evitar que se marche, antes de darse cuenta de que lo dice en broma—. Perdóname, Cora. Es que... —se disculpa, apenas terminando la frase, y ve en sus ojos que no le da mayor importancia—. Te veo mucho mejor —aprecia, y la mentalista sonríe cálidamente.

—Un día entero bajo el cuidado de mi madre tiene ese efecto —se jacta, y Hardy debe admitir que no duda de su palabra. Tomando en cuenta lo atenta y afectuosa que es Tara Williams, no le extraña que su analista del comportamiento haya mejorado significativamente en cuestión de horas—. Tienes mala cara —advierte su protegida, acercándose a él con unos pocos pasos, antes de rozar ligera y brevemente su mejilla izquierda con su mano derecha—. ¿Pesadillas?

Él asiente en silencio, sintiendo como si una descarga eléctrica lo hubiera atravesado al contacto de sus dedos con su piel. No necesitan decirse más para comprender por lo que el otro está pasando. Alec mantiene su mirada fija en los hermosos ojos cerúleos de la chica de veintinueve años. Y pensar que el día anterior creyó que podría no volver a verla...

—Aunque algo me dice que no estás así de irascible por las pesadillas —la muchacha, que lleva en sus brazos su chaqueta de trabajo, coloca una mano en su mentón, reflexionando por unos segundos—. Déjame adivinar: has discutido con Olly Stevens.

—¿Tan evidente es?

—Sí: lo llevas escrito en la cara —se carcajea ella, haciéndolo sonreír—. En realidad, no. Me he cruzado con él nada más aparcar el coche. Parecía contrariado —se explica, dando una ligera mirada al exterior de la vivienda—. ¿Qué ha pasado?

—Sabe que Lee Ashworth está en Broadchurch —se explica el inspector, vistiéndose con el abrigo, antes de salir con ella de la vivienda, cerrando la puerta con llave—. Pretende indagar sobre ello —añade mientras ambos caminan hacia el coche de la sargento de policía.

—Oh, ya veo el problema —comenta la mujer con piel de alabastro, entrando a su coche junto a su compañero, arrancando el motor a los pocos segundos—. Podría dar al traste con nuestro plan para resolver el caso de Sandbrook —masculla entre dientes, desaparcando el vehículo, notando por la periferia de su visión que el hombre con vello facial asiente—. Te he traído una tila —informa haciendo un gesto al sujeta-bebidas que hay cerca de su palanca de marchas, donde hay dos tazas de plástico. Sin duda alguna, una de ellas está llena de cappuccino—. Las ha hecho mamá —añade mientras conduce, haciendo alusión a las bebidas—. Es su forma de agradecerte que te quedases conmigo ayer.

Alec Hardy se limita a sonreír, tomando la taza de tila en sus manos, sintiéndose valorado y apreciado por la madre de su compañera. Esa es una sensación que no esperaba volver a sentir desde que se separó de Tess. Reconoce que es realmente reconfortante. Agradece en su fuero interno la amabilidad de Tara Williams, y mientras toma un sorbo de la bebida, se pregunta si volverá a asistir al juzgado.


Ellie Miller está charlando con su hermana, Lucy Stevens, en el puerto de Broadchurch. Ambas se han reunido allí para charlar sobre lo sucedido el día anterior, habiéndose agenciado unos sándwiches de atún, pues están francamente hambrientas. Además de los sándwiches, se han asegurado de abastecerse de café. La sesión de hoy promete ser también un auténtico espectáculo.

—Oye, ¿tú sabes si lo hizo?

—¿Qué quieres decir? —cuestiona Ellie, quien está confusa por la pregunta de Lucy.

—¡Coraline! —exclama la pelirroja teñida en un tono confidente—. O sea: ¿se lo tiró? —cuestiona, intentando averiguar si lo dicho en la sesión anterior del juicio es cierto. Comprueba cómo su hermana abre los ojos con incredulidad y pasmo, además de molestia—. «¡Oh, más fuerte, Hardy!» —no consigue aguantarse la risa, realmente divertida ante su propia broma.

—No tienen esa clase de relación, Lucy —recalca Ellie con gelidez. Aún está muy molesta por la forma en la que se intentó desacreditar a su amiga.

—Oh, venga ya —Lucy es escéptica—. Está claro como el agua que ambos se atraen como dos asteroides en rumbo de colisión. Solo hay que esperar a que salten las chispas —añade, pues ella, al igual que su hermana, se ha percatado del aura tan íntima que los rodea—. Y francamente, no culpo a Cora por sentirse así por él —admite—. A mí me gusta su aspecto. Me gustan los hombres atormentados, y creo que a tu amiga pelirroja también—da un mordisco a su sándwich—. Ambos lo han pasado fatal, y creo que lo mejor para ambos es emparejarse.

—Aunque sea cierto que se gusten —Ellie finalmente está dispuesta a admitir que ella también es consciente de esa atracción mutua entre ambos agentes—, nada de lo dicho en el juicio es cierto. Y asegúrate de que a la gente le quede claro —sentencia en un ademán protector, dispuesta a evitar cualquier daño colateral por culpa de esas dos abogadas del diablo.

—¡A quién le importa! Todos saben cómo funciona un juicio —asevera la madre de Olly, dando otro bocado a su sándwich, contemplando que su hermana da un sorbo a su café.

—No, qué va —Ellie se apresura en corregirla—. No lo sabes hasta que estás ahí, contando la verdad, y dejando que te tachen de mentiroso.

Lucy traga el bocado con esfuerzo, y parece reflexiva momentáneamente.

—Me toca esta mañana —confiesa algo nerviosa—. ¿Algún consejo?

—Tu cíñete a los hechos.

—Vi a Joe aquella noche —sentencia con convicción, dando otro mordisco al sándwich.

—No, viste a un hombre que no sabías quién era —la amonesta—. No añadas cosas.

—Las dos sabemos que era él, Ell, y soy la única que lo vio aquella noche.

—Tu cíñete a la verdad, y todo irá bien —la agente de policía da por zanjada la discusión, tomando un sorbo de su taza de café.

Mientras el líquido recorre su garganta, con su mirada castaña fija en el horizonte, se pregunta cómo se encontrará su buena amiga de cabello cobrizo. Cuando la vea, piensa asegurarse de brindarle un fuerte abrazo.


A varios kilómetros de allí, Jocelyn Knight está preparándose en su casa para la cuarta sesión del juicio que está a punto de celebrarse. Tras esa breve, pero intensa, experiencia cercana a la muerte de la noche anterior, reconoce que le ha costado pegar ojo. Ha recapitulado en sus notas y archivos de audio los pormenores del caso de la sesión anterior del juicio. A pesar de los contratiempos provocados por Sharon en su acusación, como el intentar desacreditar la credibilidad de Coraline Harper y Ellie Miller, Jocelyn no puede estar más orgullosa de cómo la sargento pelirroja gestionó el interrogatorio. Definitivamente, ha sido su mejor comodín contra la defensa. Mientras revisa alguno de sus archivos, Ben Haywood hace acto de presencia, entrando por la puerta corredera abierta de su sala de estar.

—Bien, me alegra verte —el hombre de cabello rubio parece estar reconfortado al ver a su socia y jefa en buen estado—. ¿Cómo te encuentras? ¿Alguna molestia en el cuello? —cuestiona en un tono alegre, caminando hasta dejar su maletín de oficio encima de la mesa de la oficina particular de su jefa.

Sin embargo, en vez de responder a sus preguntas, la abogada de los Latimer se dedica a concentrarse en su trabajo. Ahora mismo su estado no es importante. Lo que es importante es el caso, y cómo su rival ha conseguido información privilegiada sobre sus testigos. Necesitan tenerlo todo bien atado para que Sharon y Abby no puedan pillarlos desprevenidos nuevamente.

—¿Por qué no sabíamos que la Sargento Miller visitó a la Sargento Harper y al Inspector Hardy en la habitación del hotel de éste último? —comienza a exponer sus preguntas en ráfagas rápidas, casi sin darle tiempo a responder a su pobre y exhausto compañero de profesión—. ¿Cómo es que no teníamos conocimiento de que el Inspector Hardy y la Sargento Harper estuvieron más de tres horas reunidos en la habitación de él? ¿Con quién han hablado ellos?

—No estoy seguro... —Ben parece estupefacto por el ánimo hasta cierto punto competitivo de su jefa. Parece que la experiencia de la noche anterior ha repuesto sus baterías a tope.

—Pues deberías —lo amonesta la mujer con cabello rubio platino—. No pienso perder este caso porque mi ayudante no sepa cada detalle —su tono es demandante—. Tenemos que ser mejores —lo alecciona, pues no es el momento para desfallecer, comprobando que Ben quiere apostillar algo para defender su trabajo. Lo interrumpe—. Ningún hecho sin comprobar. Ningún detalle es pequeño —finaliza, contemplando que el joven abogado se sienta en la silla frente a ella.

—Entendido.

Jocelyn se levanta entonces de su asiento, caminando hacia la presidencia de la mesa, donde hay pilas apiladas de documentos y ficheros. Cuando pasa junto a su biblioteca, llena de libros tanto de derecho como de lectura ligera, suspira pesadamente.

—Soy una boxeadora profesional. Soy una Willie Pep —decide utilizar una metáfora con Haywood para que pueda comprender su modo de pensar, además de su método para llevar este caso—. Y a Willie Pep nunca le gustó encajar golpes.

—Perdona —Ben se ha colocado sus gafas de cerca. La observa confuso, como si de pronto hubiera empezado a hablarle en griego antiguo—. Willie ¿quién?

—Todo lo que hay que saber sobre un juicio puede encontrarse en un ring. Y si estudias sobre boxeo, sabrás quién es Willie Pep —da sus órdenes con calma, antes de volver a sentarse en su asiento. Nota cómo Ben saca algunos ficheros de su maletín—. Después de Lucy Stevens, quiero dejar a la defensa con la boca ensangrentada. Les hemos propinado un buen uppercut con el testimonio y las pruebas de Coraline Harper, pero ahora tenemos que asegurarnos de dejarlos fuera de combate —explica su razonamiento utilizando términos de boxeo, antes de inclinarse hacia su socio—. Bien, ¿cómo voy a hacer eso, Ben?

—Eso es lo que venía a decirte —le comenta el joven de ojos azules en un tono ciertamente misterioso, antes de despojarse de sus gafas de cerca—. Puede que hayamos encontrado a alguien —le comenta, antes de entregarle un fichero que guardaba celosamente en el interior de su maletín. Comprueba que, mientras Jocelyn escanea las hojas, una sonrisa triunfal aparece en su rostro.


Mark Latimer acaba de volver de dar un paseo con su bebé, Lizzie. Se han despertado temprano, y como no quería despertar a Beth ni molestarla, se ha llevado a la niña a los acantilados del pueblo, a ver el amanecer. Ha sido una vista preciosa, y ha conseguido calmar los ánimos de la infante, quien ahora está en su sillita de bebé, emitiendo sonidos satisfechos. Por su parte, el patriarca de la familia está desayunando, tomando unas tostadas con mantequilla, observando el sol que destella entre las nubes blancas de esa mañana.

En ese momento, Beth aparece en la cocina, ya vestida.

—¿Por qué no me has despertado? —inquiere, confusa—. Me perderé el inicio del juicio.

—Pensé que necesitabas dormir —se excusa Mark con una sonrisa cariñosa, dejando el plato con las tostadas sobrantes sobre la encimera de mármol de la cocina, cerca del fregadero—. Venga, siéntate —le sugiere, acariciando su espalda en un gesto afectuoso en cuanto pasa a su lado—. Voy a prepararte un té.

—¿Qué mosca te ha picado hoy, cielo? —cuestiona, sentándose en la silla de la cocina que queda junto a la mesa, en cuya superficie se encuentra apoyada la sillita de bebé.

Beth sonríe mientras observa a Mark, ligeramente sorprendida por los gestos afectuosos y el ademán cariñoso de su marido esta mañana. Le agrada ver ese cambio en él: parece que finalmente pretende formar parte de esta familia. Es como si el nacimiento de Lizzie los hubiera conectado nuevamente.

—Lizzie y yo hemos visto amanecer —le cuenta a su mujer mientras saca una taza del armario esquinero. Nota cómo la mirada castaña de su mujer se torna sorprendida al escucharlo.

—¿La has sacado?

—Sí. El movimiento del coche la ayuda a dormirse —explica el joven padre, antes de sacar el azúcar y la leche de sus respectivos lugares, dejándolos sobre la encimera de mármol—. Luego nos hemos sentado y... Ha sido precioso, Beth —sus palabras están llenas de un tono extremadamente dichoso, como si realizar aquellas acciones con su hija fuera lo más maravilloso del mundo.

—Vaya... Me alegro por ti —sonríe la mujer castaña.

—Sí, y he estado pensando sobre tomarme un poco de tiempo —comenta Mark mientras le prepara un té a su mujer, caminando hacia la tetera para hacer hervir el agua—. Mi permiso de paternidad —clarifica, y nuevamente, Beth siente como si estuviera hablando con una versión de su marido que hacía años que no veía. Es como si hubiera rejuvenecido de pronto con la llegada de Lizzie. Como si estuviera desesperado por no dejar sola a su familia.

—¿Tu qué?

—Podría tomarme unas semanas, o un mes. Quizá más.

Esto empieza a resultarle realmente extraño a la joven madre. Decide ir directamente al grano, preguntándole a Mark a qué diantres se debe ese cambio tan drástico en su actitud.

—¿A qué viene esto?

—Por Lizzie —Mark hace un gesto con su cabeza a la bebé, que descansa tranquilamente en su sillita—. Me lo perdí con Dan y Chloe, ¿sabes? Todo esto —deja la taza de té en la mesa, para que Beth pueda tomársela antes de ir al juzgado—. Sentarme con ellos, verlos, darles de comer y hasta cambiarles los pañales... —enumera sus obligaciones como padre, en las cuales no estuvo demasiado presente con sus otros dos hijos—. No volveremos a vivirlo. Quiero aferrarme a ello esta vez.

Beth acaricia el costado de Mark en un gesto afectuoso, sintiendo el latir de su corazón bajo su palma. Como respuesta a su gesto, Mark se inclina sobre ella, besando su frente con afecto. Solo entonces su marido se marcha de la cocina, apresurándose en prepararse para salir cuanto antes hacia el juzgado de Wessex. La matriarca de la familia, habiéndose quedado ahora a solas con la bebé, le sonríe con agradecimiento. Parece que las cosas van mejorando para ellos después de todo. Le acaricia sus pequeños piececitos, y Lizzie se carcajea a placer.


Ellie Miller acaba de estacionar su coche en el aparcamiento del juzgado de Wessex. Se ha percatado mientras aparcaba, de que el coche de Coraline, un Mercedez Venz Vegar C 220 BT azul brillante, también está estacionado cerca del suyo. Este detalle la hace sonreír: se ve que su amiga finalmente se ha recuperado lo suficiente como para personarse en el juzgado. Aunque esto tampoco le extraña demasiado. Coraline Harper no piensa dejar que el miedo la paralice, y piensa demostrar su fortaleza asistiendo nuevamente a la sesión judicial. No piensa darles el gusto a las abogadas y a Joe de verla acobardarse. Es una de esas cualidades que admira en ella.

Se acerca al parquímetro para pagar el tiempo que vaya a mantener estacionado el vehículo, solo para comenzar a frustrarse, pues el mandito aparato no acepta sus monedas. Golpea el aparato para que le devuelva la moneda. Una vez la recupera, resopla con evidente hastío, buscando un billete. De pronto, alguien se le acerca por la periferia derecha de su visión.

—Aquí tiene —es la voz de Lee Ashworth. La agente de cabello castaño retrocede por reflejo—. Déjeme que la ayude —el hombre de ojos azules y cuerpo musculoso saca unas monedas de su propia cartera, dispuesto a pagarle el estacionamiento.

—Espero que no me esté siguiendo...

—Dice la mujer que dejó que me grabaran —responde él con ironía, comenzado a introducir las monedas en la ranura dispuesta para ello—. A usted y a Coraline las vapulearon ayer en el juicio. A la chica del Inspector Hardy le dio un ataque de ansiedad... Es lo que he oído —comenta, posando sus ojos en los de la agente castaña—. Duele, ¿verdad?

—Sí. Creo que el jurado no lo tuvo en cuenta —Ellie recoge su ticket con presteza, apresurándose en volver a su coche para colocar el papel en el salpicadero.

—Para ellos es como un juego —sentencia Ashworth, siguiéndola hacia su vehículo—. Usted no les importa, ni lo que ha perdido: un marido, un hijo, un trabajo... —comienza a enumerar, antes de detenerse cerca del coche de Miller.

—No he perdido a mi hijo —rebate la mujer del acusado en un tono severo—. Y ahora, llego tarde —intenta deshacerse de él como sea. La mujer de cabello rizado coloca el ticket en el salpicadero tras abrir la puerta del conductor.

—Hardy se acostó con mi mujer —sentencia en un tono acusatorio el que antaño fuera arquitecto—. Debería decirle a su amiga pelirroja, Harper, que no se haga ilusiones con ese inspector —le aconseja—. Esa es la razón por la que Hardy está obsesionado con el caso.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo o con Cora?

—Ha puesto a mi mujer en mi contra, aunque he intentado ayudarle a solucionarlo —se explica Lee, intentando coaccionarla para que lo ayude a conseguir que la peluquera morena vuelva con él—. Les entregué, a él y la agente Harper lo que había recabado, pero Hardy ni siquiera quiso escucharme —añade en un tono preocupado—. Solo quiero recuperar a Claire.

—¿Sí? Pues he hablado con ella, y más le vale alejarse —rebate Ellie Miller en un tono protector, lleno de seriedad—. Usted no le conviene —lo señala con el dedo antes de alejarse del marido de Claire, en quien no confía demasiado, aunque no puede evitar pensar en las acusaciones que ha realizado contra Hardy.

La sargento de cabello castaño y rizado ya conoce bastante a Claire como para saber que es capaz de seducir a cualquiera, ¿pero a Alec? ¿Habría sido capaz de hacerlo caer a sus pies? No, no puede ser. No concuerda con la personalidad de su jefe, pero una no puede ser lo bastante suspicaz. De igual forma, no quiere destrozar las esperanzas y los sentimientos que parece tener Cora por su amigo escocés, pero sería una necia si no intentase descubrir la verdad tras dichas acusaciones. Cuando está pasando el control del juzgado, observa a ambos agentes de policía allí, esperándola al otro lado. Nada más pasarlo, la mujer de Joe Miller se apresura en propinarle un abrazo de oso a su buena amiga.

—¡Ellie, me estás espachurrando! —exclama la muchacha taheña con una leve carcajada, habiendo correspondido el abrazo—. Estoy bien, en serio —le asegura, antes de bromear—. Pero como no me sueltes pronto, creo que voy a asfixiarme...

—Oh, ¡lo siento! —Ellie finalmente rompe el abrazo, sujetándola por los hombros—. No te haces idea de lo preocupada que estaba. Cómo me alegro de que estés mejor... —ambas se sonríen con confianza, provocando que una sonrisa suave aparezca en el rostro del inspector de carácter taciturno—. Cierto. Me he encontrado con Lee Ashworth fuera del juzgado —menciona, colocándose mejor el bolso—. Me ha pagado el parquímetro.

—¿Le ha pagado el aparcamiento? —Alec tiene los brazos cruzados y no puede disimular su sorpresa: le encantaría saber a qué está jugando Ashworth.

—Ha dicho que se acostó con Claire Ripley —sentencia Ellie en un tono que se quiebra a mitad de la frase, contemplando como un leve resquicio de dolor pasa como un relámpago por los ojos cerúleos de su amiga.

"¿Qué? Lee Ashworth ha dicho que ... No. Es imposible. No puedo pensar así de él. Es cierto que Claire Ripley, comparada conmigo, es una mujer muy seductora y atractiva, pero Alec no es así", la analista del comportamiento se ve obligada a reflexionar para sus adentros ante las palabras que Ellie acaba de pronunciar. "Seguro que Ashworth simplemente ha hecho esa conjetura, porque incluso él considera que no puede confiar del todo en Claire. Está intentando sembrar la discordia y la desconfianza entre nosotros". La joven de veintinueve años niega con la cabeza lentamente: en el peor de los casos, puede preguntárselo a Alec directamente, pero tampoco tiene el derecho de hacerlo... No es su pareja, y no es asunto suyo.

Hardy escucha esa alegación con un gesto hastiado en su rostro. Se limita a poner los ojos en blanco, como si la sola posibilidad de que eso sucediera fuera la broma más absurda que uno pudiera imaginar.

—Voy a ir allí, Miller —sentencia de pronto el hombre con vello facial, dando media vuelta y comenzando a caminar hacia las escaleras que llevan a la sala del juzgado—. Ya lo he hablado con Harper.

—¿A dónde? —indaga la mujer de cabello rizado.

—A Sandbrook —responde la analista del comportamiento, quien ha estado comentando esa idea con su compañero y protector, habiendo decidido que, dadas las circunstancias, lo mejor para tener una mínima oportunidad de reabrir el caso, es ir al origen de todo.

—Este fin de semana —recalca Alec mientras caminan a paso ligero—. Lo hemos hablado, y puede llevarnos —decide sin siquiera contar con la opinión de su amiga de cabello castaño, quien, al escuchar su plan, se mortifica al momento.

—¿¡Qué!? ¡No! ¡No soy un taxi! —se niega casi al momento—. Además, Cora puede llevarlo en su coche —argumenta—. Yo tengo cosas que hacer, y, además, ¡tendría que buscar una canguro de última hora para Fred!

—Allí hay una agente con la que puedo hablar para que reabran el caso —intenta convencerla—. Podrá verlo todo en persona —añade, argumentando que, de acompañarlos, podrá ver Sandbrook junto con el escenario de las misteriosas desapariciones de las dos niñas—. Deje a...

Fred —masculla Cora por lo bajo.

—...Fred con su hermana —finaliza Alec.

La agente de cabello rizado posa su mirada hastiada en su buena amiga, a quien observa encogerse de hombros, evidentemente nerviosa. La taheña sabía que la idea no la entusiasmaría en absoluto, por lo que, tras esta sesión del juicio, está decidida a indicarle a Ellie que, en caso de necesitar más tiempo para prepararse, puede salir un poco más tarde que ellos. Camina junto a su querido Hardy, subiendo las escaleras que conducen a la sala del juzgado con una suave sonrisa, rememorando cómo la han saludado los Latimer al verla allí: llenándola de abrazos y muestras de cariño.


Tras entrar a la sala del juzgado número uno, los tres compañeros ocupan sus respectivos asientos, notando cómo las miradas de los asistentes se tornan sorprendidas, posándose en la joven analista del comportamiento, a quien, por evidentes razones, no esperaban ver allí tras la sesión de ayer. La mujer con piel de alabastro siente la mirada del reo en su rostro, pero no hace amago siquiera de inmutarse. Los abogados de las distintas partes implicadas entran entonces en la sala, vestidos con sus habituales atuendos de profesión. La jueza, Sonia Sharma, entra a los pocos segundos en la sala, iniciándose la cuarta sesión del juicio contra Joe Miller.

Lucy Stevens sube al estrado a declarar, ataviada con un vestido celeste.

—¿Qué estaba haciendo la noche que Danny Latimer fue asesinado? —comienza Jocelyn.

—Estuve jugando un poco al póker online, y luego me acerqué a la ventana para cerrar las cortinas —responde con convicción, sintiendo la mirada curiosa de su hijo, Olly, también en la sala, en su persona.

—¿A qué hora fue eso?

—A las 04:47h de la noche —Lucy apenas parpadea al responder—. Lo vi en el ordenador.

—¿Y qué vio cuando se acercó a la ventana para cerrar las cortinas?

—A un hombre tirando una bolsa a la basura, al otro lado de la calle —aún recuerda aquella noche con claridad: la silueta de aquel hombre, de Joe, tirando una bolsa a rebosar de ropa al contenedor.

—¿Podría describir a ese hombre?

—Vi al acusado, Joe Miller.

En cuanto su hermana escucha esto, suspira pesadamente. Ellie rueda los ojos a continuación, claramente contrariada: no puede creer que haya ignorado sus consejos de esa forma tan evidente. Nota cómo sus amigos esgrimen una expresión tensa en el rostro, igual de contrariados que ella. Si Lucy insiste en declarar que vio a Joe, cuando evidentemente no fue así, significa que está poniendo en duda la investigación criminal, y, por tanto, poniéndole las cosas difíciles a la acusación.

—¿Está segura de la identidad del hombre?

—Es mi cuñado —se explica factualmente—. Creo que soy capaz de reconocerlo.

Jocelyn empieza a comprobar que Lucy Stevens es una testigo poco fiable, por lo que se apresura en hacer control de daños, para así, intentar darle la oportunidad de rectificar su testimonio.

—En su declaración a la policía, usted les dijo que no había podido identificar a la persona a la que vio.

—No. Sí se lo dije —al escucharla aseverar eso, el Inspector Hardy suspira con pesadez, intercambiando una mirada preocupada y hastiada con su taheña de ojos azules—. No sé por qué no lo incluyeron en mi declaración.

—¿Qué está haciendo? —susurra el escocés en un tono tirante, girando su rostro ligeramente hacia su derecha, donde se encuentra sentada Ellie. Ésta tiene una expresión cecina en el rostro.

—Ojalá lo supiera —masculla ella de vuelta.

—Gracias, Sra. Stevens.

La abogada de los Latimer, que ya ha comprobado que es imposible manejar a Lucy Stevens, decide darse por vencida en este interrogatorio. Prefiere que sea Sharon quien se encargue de esta testigo. Se sienta en su asiento con un gesto hastiado.

—Necesitaremos al agente que le tomó declaración —susurra Bishop a su compañera de profesión, quien se apresura en redactar su petición en su bloc de notas. Se levanta entonces de su asiento, iniciando su interrogatorio—. Viendo la fecha de su declaración, Sra. Stevens —posa su mirada en su archivo abierto sobre la mesa—, no acudió a la policía hasta 57 días después de ver al hombre, que afirma, era el acusado.

—No lo relacioné con la muerte de Danny hasta unas cuantas semanas después.

—¿En serio? ¿A pesar de ser la comidilla del pueblo? —Sharon utiliza un tono irónico en sus palabras, dejando perfectamente cristalino que no cree sus palabras ni por asomo—. ¿A pesar de que su propia hermana era una de las sargentos del caso?

—Sé que para usted esto es algo habitual, pero nosotros nunca habíamos pasado por algo así. Era nuevo —Lucy se justifica como le es posible, intentando obviar la mirada llena de desprecio que su hermana le dirige.

—Los hechos de su testimonio son: finalmente hizo una declaración, 57 días después de haber visto una silueta en una calle oscura, pero olvidó mencionar el nombre del hombre que afirmó haber visto.

Ellie tiene que morderse la lengua para evitar saltar de su asiento y abofetear a su hermana con la mano bien abierta. Le ha dicho que no lo haga, ¡y ella, con todas sus santísimas narices, la ha ignorado por completo!

—No me olvidé —Lucy parece entrar momentáneamente en pánico—. La policía olvidó incluirlo en...

Sharon Bishop la interrumpe al momento.

—Y hoy, por primera vez, afirma que fue Joe Miller —Sharon alza los brazos, como si la mujer que está en el estrado estuviera tomándoles el pelo a todos—. Se está quedando con el jurado, ¿verdad? —espeta con ironía, intentando minar su determinación.

—Sé lo que vi.

—Puede que viera a un hombre, pero no vio al acusado, ¿verdad? —la abogada negra suspira pesadamente—. ¿Por qué ha cambiado su historia?

—Sé qué aspecto tiene mi cuñado —la madre de Oliver insiste en su versión de los hechos—. Puedo reconocerlo a kilómetros de distancia. Le vi allí fuera aquella noche.

Esta cuarta sesión del juicio hace un receso en ese preciso instante, pues Jocelyn debe presentar a la nueva testigo que ha encontrado esa misma mañana con la ayuda de Ben Haywood. De igual manera, la defensa de Joe necesita averiguar hasta qué punto son veraces las declaraciones de Lucy Stevens respecto a lo que vio aquella noche. Aprovechando la tesitura, el escocés y la muchacha británica de cabello taheño han salido de la sala para tomarse una tila y un cappuccino respectivamente. Necesitan calmarse como sea después del testimonio de la hermana de Ellie.

Y hablando de Ellie... Esta se dirige nuevamente a la sala, con el fin de aguardar hasta la reanudación de la sesión. Por el camino se encuentra a su hermana, y ni siquiera siente ganas de hablar con ella, pero Lucy no le da opción: es la primera en hablar, y cuando lo hace, con un tinte de orgullo impregnando sus palabras, la castaña de cabello rizado tiene que resistir el impulso de abofetearla.

—¿Qué te ha parecido? He estado genial, ¿verdad?

—Ni siquiera puedo hablar contigo.

La agente de policía que actualmente trabaja en control de tráfico pasa junto a su hermana sin mayor preámbulo, ignorándola por completo. Por su parte, la mujer vestida de celeste se dirige al exterior de la comisaría, dispuesta a llegar a su casa, donde Tom Miller se encuentra, esperándola.


El niño de doce años está utilizando el ordenador particular de su tía para consultar el perfil de Facebook de su primo Olly, quien está actualizando a cada momento el estado de juicio en su muro de mensajes. Los ojos azules del adolescente leen las ultimas actualizaciones, en las que Oliver ha escrito: «la defensa acusa de corrupción a la investigación criminal». «La Sargento Harper niega que mantuviera una relación amorosa con el Inspector Hardy. La Sargento Miller niega tener conocimiento sobre dicha relación íntima». Cierra los ojos con pesadez, sintiendo que sus hormonas, revolucionadas por la adolescencia, se alteran ligeramente ante la idea de que la atractiva pelirroja esté emparejada con ese hombre tan arisco. Por otro lado, no puede siquiera contemplar la posibilidad de ver nuevamente a su madre: sigue pensando que su actual situación es culpa suya. Que su madre no sospechase nada lo hace enfadar. Si su padre es culpable, ¿por qué entonces se está celebrando un juicio para demostrar lo contrario? No lo entiende.


Por su parte, las abogadas de Joe Miller se reúnen en el receso en uno de los pasillos interiores del juzgado de Wessex. Su contrincante ha vuelto a realizar una jugada maestra de último segundo, habiendo comunicado al tribunal en ese descanso la incorporación de una nueva testigo de la acusación. Sharon se sienta en una de las sillas allí dispuestas, y saca algunos de sus documentos de su maletín con el fin de revisarlos, sin ocultar su molestia por esta novedad.

Nota cómo Abby se sienta a su lado, también con su maletín en la mano.

—¿Cómo llevas lo de ese nuevo testigo de la defensa?

—Lo ha hecho deliberadamente —suspira la mujer negra con molestia—. Nueva testigo a última hora. Justo como hizo con Coraline Harper —añade, referenciando la sesión anterior, en la que recibió una ligera amonestación por parte de la jueza al provocarle un ataque de ansiedad a la testigo, habiéndole rogado encarecidamente que no lo hiciera—. No hay bases suficientes para que podamos oponernos, tal y como pasó ayer... —desvía su mirada de los documentos que tiene en su regazo, posando su mirada castaña en su socia—. ¡Está jugando sucio! —exclama en un tono que demuestra su sorpresa y contrariedad a partes iguales—. Me impresionaría, si no estuviera tan irritada.

—Aseguran que acaban de encontrarla...

—Sí, claro —ironiza Sharon, poniendo los ojos en blanco—. A Jocelyn le gusta acabar a lo grande. Sembrar la duda en las cabezas del jurado —le explica, recordando los métodos de la que antaño fuera su maestra y compañera.


Esa cuarta sesión del juicio se reanuda a los pocos minutos, tras haberse realizado los trámites necesarios para la incorporación y admisión del testimonio de esta persona que Jocelyn Knight y Ben Haywood han encontrado. Coraline Harper ocupa su asiento junto a Alec Hardy, quedando éste entre Ellie y ella. La agente de cabello castaño parece aún algo reticente a desplazarse ese fin de semana a Sandbrook, pero sabe que no tienen más opción si quieren avanzar en la investigación. Los tres amigos contemplan cómo las abogadas de ambas partes retoman sus posiciones en la sala del juzgado, con la jueza haciendo acto de presencia a los pocos segundos tras su aparición.

La testigo, ahora en el estrado, da su nombre y ocupación, antes de proceder a responder a la primera pregunta de Jocelyn, quien quiere que detalle cómo conoció al acusado, Joe Miller, para así, clarificar su relación. El reo tras la jaula de cristal observa a esa testigo con una mirada serena.

—El Sr. Miller y yo trabajamos juntos durante dos años, entre 1996 y 1998 —informa en un tono sereno, rememorando aquellos años con viveza—. Fuimos compañeros de turno trabajando como paramédicos en el hospital City de Cardiff —sentencia, y Tara Williams, también en la sala del juzgado, asiente.

Recuerda cómo esa testigo, cuando aún estaba en prácticas, fue una de las paramédicos que la llevaron al hospital cuando estaba por dar a luz a Lina.

—¿Puede describir al Sr. Miller como compañero? —cuestiona Knight, pues esta línea de interrogatorio les será muy útil para determinar y desvelar el auténtico carácter de su acusado.

—Un poco callado. Era bastante reservado —economiza en palabras, mientras que Joe se cruza de brazos tras el cristal.

—¿Cuándo dejaron de trabajar juntos?

—En noviembre de 1998 —la mujer apenas tiene que pensar para responder—. Dos días después del 5 de noviembre, cuando la quema de las hogueras —especifica, dejando claro que dejó de trabajar con el acusado el día 7 de noviembre—. Y lo solicité yo —ante sus palabras, los rostros de Mark y Beth Latimer se tornan sorprendidos, preguntándose por qué razón habría de pedir algo así.

—¿Por qué lo solicitó?

—Joe se ofreció a llevarme en coche para hacer unas compras —responde la testigo—. Era habitual que hiciera esa clase de ofrecimientos, así que acepté. El aparcamiento del supermercado estaba a rebosar cuando llegamos —relata, posando su mirada castaña en el jurado—. Entonces vio un sitio libre, y se disponía a aparcar el coche, cuando apareció un tipo en un BMW que venía en sentido contrario —gesticula con sus manos, como si estuviera representando a un coche estacionando—. Se le adelantó. Le quitó el sitio.

—¿Y qué hizo el acusado?

—Salió del coche, se acercó al conductor del BMW, y le pegó un puñetazo en la cara —responde, notando que su voz se torna algo quebradiza al recordarlo—. El tipo se desplomó sobre el coche, ¡y Joe empezó a darle patadas! —exclama, realmente mortificada—. ¡le dio una buena paliza!

Ante las aseveraciones por parte de la testigo, los ojos castaños de Ellie Miller se tornan horrorizados. Si esas acusaciones son ciertas, significa que Joe lleva años escondiendo su naturaleza violenta tras una máscara de cordialidad y simpatía. Por no hablar que, la declaración de esta testigo concuerda con el propio testimonio de la pelirroja sobre la violencia del acusado. Tanto su mirada como la de Hardy se posan en su compañera y amiga, quien parece igual de mortificada que ellos.

"De modo que no era solo conmigo y Danny... Joe Miller es una persona violenta por naturaleza. Tiene severos problemas de control de la ira. Tiene una personalidad controladora, manipuladora... Ha intentado encajar en la sociedad, pero sus impulsos han sido más fuertes que él. A juzgar por su personalidad y temperamento, es alguien reprimido sexualmente, probablemente homosexual, que rechaza su propia naturaleza e inclinación. No es alguien mentalmente inestable, sino alguien que, simplemente dicho, es incapaz de aceptar las consecuencias de sus actos. Niega sus propias acciones", reflexiona la joven de cabello taheño, habiéndose atrevido a desviar su mirada hacia el acusado del juicio.

—¿Y usted intentó detenerlo? —Jocelyn continúa con su interrogatorio.

—Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, sí —responde la testigo mientras asiente con la cabeza—. Pero cuando me acerqué, el tipo estaba sangrando. Acabó con tres costillas rotas —recalca, recordando el parte médico que tuvo que firmar—. Tuvieron que llevarse a Joe entre cuatro personas para evitar que siguiera propinándole golpes.

Sharon y Abby parecen sorprendidas por estas declaraciones, pues demuestran su violencia.

—¿Había habido alguna señal que indicara que el Sr. Miller podía tener cierta tendencia a la agresividad?

—Ninguna —niega la mujer de piel color caramelo—. Surgió sin más.

—Gracias —dice Jocelyn con una sonrisa comprensiva y amable, antes de sentarse.

Los tres compañeros y amigos intercambian una mirada preocupada. Los ojos de Alec y Lina se posan en su amiga de cabello castaño. Está realmente pálida: jamás en todos sus años de matrimonio con Joe se habría imaginado que fuera capaz de hacer algo así.

—¿Lo sabías? —cuestiona la analista del comportamiento en un susurro.

—No... No tenía ni idea —niega Ellie en voz baja.

Sharon Bishop suspira pesadamente para sus adentros mientras se levanta de su asiento. Jocelyn ha dado un golpe maestro con esta testigo. Está haciendo tambalearse su defensa desde los cimientos. Tiene que intentar hacer control de daños. Evitar que la presunción de inocencia de Joe Miller se resquebraje como una torre de naipes.

—¿Es un trabajo estresante el ser paramédico?

—Puede serlo —concede la testigo—. Pero aquel día tuvimos un buen turno, e incluso tuvimos tiempo libre —argumenta en un tono sereno, recordando que hasta se tomaron unas cervezas y charlaron de temas intrascendentes.

—¿Cuántas vidas salvó el Sr. Miller durante los dos años que trabajaron juntos?

—No lo sé.

—¿Dos, tres?

—Más bien, 50 o 60 —corrige la mujer, quien tiene una idea vagamente exacta del número, al haber trabajado codo con codo—. Pero eso no justifica lo que hizo.

—¿Pero alguna vez había visto signos de ese comportamiento antes de aquel día?

—Explotó, como una bomba de relojería —utiliza un símil para describir nuevamente aquel estallido de furia—. Vi cómo ocurría: fue como si un interruptor le hubiera hecho saltar, como si su personalidad hubiera cambiado de repente. ¡Me dio un susto de muerte! ¡Casi mata a un hombre!

—Gracias —Sharon hace lo posible por acallarla en ese momento, pues cualquier otra cosa que declare esta testigo es dañina para su defensa. Vuelve a sentarse en su asiento con una expresión contrariada, como si alguien la hubiera obligado a chupar un limón.

Ben Haywood, quien hasta ese momento se ha mantenido en silencio, se inclina de forma confidente hacia su jefa, susurrándole con un tono satisfecho.

—Willie Pep: 241 peleas, 229 victorias —rememora, habiendo estudiado a ese boxeador que Jocelyn ha utilizado esta mañana para ayudarlo a comprender su estrategia—. Se decía de él, que podía ganar un combate sin dar un solo golpe —concluye con un tinte de orgullo en sus palabras, provocando que Jocelyn le sonría complacida, antes de levantarse de su asiento, para así, dar por finalizada esa cuarta sesión del juicio.

—Y esto concluye el caso para la acusación, Su Señoría.


El viernes, 18 de mayo amanece nuevamente con un día soleado que baña todo Broadchurch. Hoy no habrá sesión en el juzgado de Wessex, pues se va a mantener en stand-by hasta el lunes próximo. También significa que nadie deberá declarar en el juzgado. Esto se debe a la necesidad de ambas partes implicadas para planificar su estrategia. Tanto defensa como acusación deben asegurarse de encontrar más testigos, pruebas y declaraciones para defender sus posturas.

Ellie Miller está esperando en el interior de su coche, en el asiento del conductor, con la pelirroja de ojos azules sentada en la parte trasera, en uno de los asientos destinados a los pasajeros. La castaña desvía su mirada hacia su amiga a través del espejo retrovisor, comprobando está revisando algo en su teléfono móvil. Más bien, parece estar escribiendo un mensaje a juzgar por lo rápido que teclea. Probablemente esté escribiendo a su madre, Tara, para asegurarle que tendrá cuidado allá donde van. Pero si Ellie prestase más atención, comprobaría que los mensajes están siendo borrados apenas son recibidos y leídos. Tras preparar las maletas nada más despertarse, han decidido ir a Sandbrook con Alec Hardy, quien, en este preciso instante, está hablando con Claire Ripley en la puerta de su campechana casa. Se han pasado por allí antes de marcharse hacia el pueblo que dio origen al caso, para así, advertirla sobre su ausencia los próximos días. Además, Alec necesita asegurarse de dejarle claro a su testigo que no debe acercarse a Lee Ashworth.

—Estaré fuera una noche, quizá dos —le comunica el inspector a la morena, pues tiene la intención de volver el domingo. Se ha ataviado con su habitual atuendo de trabajo, aunque en esta ocasión se ha despojado de la corbata y la chaqueta, dejándolas en el coche—. Cora le ha pedido a Bob, de la comisaría, que se pase dos veces al día —sentencia, antes de sacar una tarjeta de contacto—. Este es su número. Llámale si te preocupa algo —ordena en un tono algo más severo, antes de suspirar, observando sus ojos verdes, los cuales lo observan en un silencio casi arrollador—. ¿Sigues enfadada? —cuestiona, habiendo advertido que tiene los brazos cruzados.

—¿Por qué no pueden quedarse Ellie o Coraline conmigo? —cuestiona la que trabajase de peluquera, desviando su mirada oliva hacia el coche aparcado en la entrada de su casa, a pocos metros de su posición.

—Van a acompañarme.

—Oh... —Claire no puede evitar hacer un comentario al respecto—. ¿Una escapadita con tu novia? —sentencia en un tono bromista, refiriéndose a los rumores que recorren ahora el pequeño pueblo de Broadchurch sobre la relación entre la sargento y el inspector.

El hombre con vello facial se limita a mirarla de forma severa, advirtiéndole que no debe seguir por ese camino. Ya es bastante complicado que todos asuman que su relación va más allá de ser compañeros de trabajo y amigos, sin tener en cuenta además sus propios sentimientos personales respecto a Lina.

—Cuando vuelva, hablaremos sobre qué hacer a continuación —asevera sus intenciones, y por un momento, la mirada de Claire parece nerviosa, desviándose rápidamente de su rostro, como si no pudiera sostenerle la mirada. Pero el momento pasa tan rápido que parece no haber tenido lugar—. Recuerda, no te acerques a él. No es bueno para ti —aconseja como un hermano mayor a una hermana menor—. Cógelo. Vamos —le tiende nuevamente la tarjeta de Bob Daniels. Ella suspira con hastío, pero la toma en su mano derecha. Ya está sermoneándola otra vez—. Cierra las puertas —da una última orden antes de encaminarse hacia el coche de Miller, abriendo la puerta y sentándose en el asiento del copiloto.

Ellie arranca el motor cuando se ha asegurado de que el taciturno escocés se ha atado el cinturón de seguridad, antes de desaparcar el vehículo, conduciendo hacia el camino que sale de Broadchurch. El camino hasta Sandbrook será largo, probablemente llegando cerca del anochecer, aunque por fortuna, Cora y ella han acordado turnarse para conducir, ya que el hombre que las acompaña no debe hacerlo por motivos médicos.

Mientras el coche de la sargento de cabello castaño se aleja por la carretera, ninguno de sus ocupantes se percata de que Lee Ashworth, quien está oculto cerca del ronco de un árbol, está observando a Claire Ripley. De la misma forma, la expresión de la mujer morena al ver alejarse el coche pasa de una hastiada a una meditativa. Tras pasear su mirada oliva por el entorno que rodea su casa, la morena vuelve al interior de su casa, siendo en todo momento observada por su marido.


Por su parte, Sharon Bishop y Abby Thompson están paseando por los acantilados de Broadchurch. La brisa marina que llega hasta los acantilados les revuelve el cabello. El aire es fresco, casi gélido, pero es justo lo que necesitan para despejar sus mentes esa mañana. El juicio no está yendo tal cual esperaban, y esto les provoca una gran frustración. Tienen que pensar. Ser creativas. Deben demostrar sin ningún asomo de duda, que Joe Miller no es culpable.

—¿Qué tal has dormido?

—Fatal —responde la abogada negra en un tono seco—. Molesta por esas dos testigos sorpresa de Jocelyn —se sincera en un tono confidente—. No fui rápida.

—Lo hiciste bien —intenta animarla su compañera de altura.

—No. Pero aun así, nos queda mucho tiempo —comenta, pues el juicio aún dista mucho de terminar—. A ver, nuestra estrategia. En resumen: ¿qué tienen ellos? —cuestiona, pues según las armas de la acusación, ellas podrán planificar cómo responder, cómo actuar.

—Pruebas forenses de la cabaña —comienza a enumerar la abogada de piel clara y cabello castaño—. Patología que no descarta a nuestro hombre, ni demuestra que fuera él. Correos y rastros de llamadas de Joe a Danny. El móvil de Danny en posesión de Joe, y el supuesto avistamiento de la hermana.

—¡No me hagas hablar de eso...! —amenaza Sharon en un tono tirante, realmente molesta por la declaración de Lucy Stevens en el estrado el día anterior—. Así que —se calma, suspirando—, nuestra gran decisión es: ¿subimos a Joe Miller al estrado?

—El jurado sospechará si no lo hacemos —argumenta Abby, pues saben que, evidentemente, el jurado necesitará escuchar la versión de los hechos por parte del acusado.

—Sí, pero estaremos a merced de su actuación —niega la mujer de cabello moreno—. Además, no quiero que Jocelyn se ensañe con él —añade, tomando una brizna de hierba, utilizándola como una extensión de su brazo derecho para argumentar sus palabras—. ¿Cómo de sólida es su coartada para esa noche? —cuestiona de pronto, pues una idea ha empezado a formarse en su mente.

—Dice que estuvo en la cama, al lado de su mujer.

—Pero ella no puede corroborarlo porque se tomó un somnífero.

—Ni puede decir que no estuviera allí —apostilla Abby con un tono algo malicioso, sonriendo de oreja a oreja, siendo capaz de oler la oportunidad que se les presenta para defender la no-culpabilidad de su acusado.

—Pongámosle a prueba —sugiere la abogad negra en un tono confidente—. Tú y yo. A ver cómo lo hace —las señala a ambas con la pequeña brizna de hierba que sujeta aún en su mano derecha.

Abby asiente con rapidez, antes de suspirar, pues en caso de querer probar su teoría de la no-culpabilidad, necesitan un plan B.

—Necesitamos a un asesino alternativo —sentencia en un tono sereno—. ¿Por quién te inclinas? Hay opciones muy variadas y jugosas, ¿eh? —cuestiona con un tono realmente divertido, como si la sola idea de cargarle el muerto a alguien, irónicamente hablando, fuera algo extremadamente excitante.

—Abby —Sharon detiene su caminar por el acantilado, posando su mano izquierda en el antebrazo derecho de su compañera de trabajo. Esto provoca que la castaña de gran altura se detenga al momento, posando sus ojos en su jefa—. ¿Te estás escuchando?

—¿Qué?

—Estás hablando de la vida de la gente —la amonesta, pues ciertamente es un asunto espinoso. No puede creer que su socia y amiga tenga una personalidad tan complicada, incluso sintiendo disfrute ante la idea de apuñalar a alguien por la espalda—. Ten un poco de tacto.

—Por supuesto —Abby rectifica ligeramente, antes de alzar la vista al cielo—. Pero con el debido respeto, necesitamos una alternativa creíble —no ceja en su empeño—. ¿Quién tiene más papeletas?

—Creía que era bastante obvio —sentencia Sharon en un tono algo siniestro, refiriéndose claramente al patriarca de la familia Latimer, pues las pruebas están en su contra. Se ha detenido al borde del acantilado, observando el lugar en el que Danny fue encontrado.


A lo lejos, cerca de la cabaña del acantilado, se encuentra el aparcamiento de caravanas. Mark está ahora empujando el cochecito de su pequeña Lizzie por el camino que ahora conoce bien. Sonríe a su bebé, quien parece realmente interesada por el entorno que la rodea. Tras caminar por unos minutos, Latimer pronto llega a la caravana número tres, donde ha estado quedando en tantas ocasiones con Tom Miller. Toca la puerta de la caravana, con el hijo de Ellie abriendo la puerta a los pocos segundos. Entra entonces a la caravana, cerrando la puerta tras él.

En esta ocasión ni siquiera encienden la consola de videojuegos. La atención de Tom se centra en la bebé que Mark saca del cochecito, contemplando cómo la sujeta en brazos. Los ojos azules del adolescente, tan semejantes a los de Joe, se centran ahora en la bebé, contemplándola con evidente ternura. Coloca su dedo índice bajo la pequeña mano de Lizzie, con ella intentando agarrarlo como por acto reflejo.

—Recuerdo cuando Fred era así de pequeño —aprecia el mayor de los hijos de los Miller—. Solía cogerme el pulgar con la mano... Era adorable —el adolescente se ríe ligeramente, contemplando la redonda y bonita cabecita de Lizzie.

Mark Latimer traga saliva y carraspea. Ha llegado el momento de hablar con Tom respecto a su relación. Al fin ha abierto los ojos: no pueden seguir viéndose. Podría malinterpretarse, al fin y al cabo, y más ahora, teniendo en cuenta los cargos contra Joe. No descarta seguir ofreciéndole apoyo emocional, pues se siente responsable de él al no tener a una figura paterna presente en su vida, pero Tom necesita volver al seno de su propia familia.

—Tom, creo que tenemos que hablar —decide comenzar de forma suave, intentando no amedrentarlo—. No... No puedo seguir quedando contigo aquí —suelta finalmente la frase, algo preocupado por la reacción del joven.

—¿Por qué no? —Tom parece confuso.

—Con el bebé ya no tengo el mismo tiempo libre, y ahora tengo que pensar en ella, ¿sabes? —se explica Mark en un tono suave, acunando a la pequeña en sus brazos.

—Bueno, quizá... Podríamos quedar menos a menudo —sugiere el adolescente rubio.

A excepción de Mark, ahora mismo se siente perdido sin una figura paterna que lo ayude a guiarse por la vida. Hablar con su madre no es una opción en estos momentos, y tiene miedo a quedarse solo.

—No creo —niega Mark—. La gente podría hacerse una idea equivocada. No he estado pensando con claridad —intenta explicarse lo mejor posible, recordando que fue el chaval quien sugirió empezar a verse—. Pero eso no quiere decir que no vaya a seguir ahí para ayudarte y apoyarte, Tom —le asegura, contemplando que el jovencito parece a punto de llorar—. Pienso seguir ayudándote cuando lo necesites, porque eres el hijo de mi mejor amiga —añade, antes de suspirar—. Pero no podemos seguir quedando a solas. Deberías intentar volver a tener una relación con tu familia. Necesitas su apoyo ahora mismo, y yo debo mantenerme cerca de mi familia —ve cómo empiezan a caerle lágrimas por las mejillas a Tom—. Lo siento...

—Entonces, ¿eso es todo? —la pregunta retórica de Tom está lena de congoja—. ¿Vas a abandonarme? ¿Cómo mi padre? ¿Cómo mi madre? —espeta en un tono dolido, antes de ver al padre de su mejor amigo negar con la cabeza.

—Tu madre no te ha abandonado. No se ha ido —recalca en un tono serio, habiendo decidido tomar partido por Ellie, pues no la considera culpable de lo sucedido a su hijo—. Deberías hablar con ella. Recuperar la relación con ella puede ser un punto de inflexión para ti —le aconseja, intentando mediar en la situación familiar de los Miller—. Necesitas su apoyo, y ella el tuyo... Ambos estáis sufriendo por culpa de este juicio. Y cuando todo esto se haya acabado, volveremos a vernos como siempre lo hemos hecho, ¿de acuerdo?

—Vete —ordena el muchacho rubio. Su dolor ha dado paso a la ira.

—Lo siento —se disculpa nuevamente Mark, realmente apenado por haberle hecho daño al pobre niño, pues no puede evitar ver a Dan en él. Es un niño que está solo y necesita el apoyo de un padre, pero él no lo es. Ahora lo ve. Necesita a su familia. A Ellie.

—¡Vete! ¿Vale?

Tom se queda allí, solo, tras ver cómo Mark se marcha con Lizzie en el cochecito de bebé. Las lágrimas caen nuevamente por sus mejillas, y sus emociones son un descontrol: dolor, ira, tristeza, soledad... Ni siquiera puede decir cuál de ellas es la más intensa. Se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano, intentando hacerlas desaparecer, pero más lagrimas ocupan su lugar. Se sienta en el sofá de la caravana, contemplando la televisión y la consola de videojuegos en un completo silencio.


Por su parte, en la casa del acantilado de Jocelyn Knight, la veterana abogada se encuentra revisando los papeles del caso Miller en su oficina particular. Tiene las gafas de cerca puestas, a pesar de que las letras de los documentos se están volviendo cada vez más borrosas. Cierra sus ojos verdes con un gesto cansado, antes de casi sobresaltarse, pues alguien ha tocado la ventana de la oficina. Cuando alza la vista, desviándola de los papeles y archivos importantes, se encuentra a Beth Latimer allí, con un táper en sus manos.

Nada más levantarse del asiento, se dirige a la sala de estar, abriéndole la puerta corredera a la joven madre. Ésta le sonríe de oreja a oreja con agradecimiento. Le entrega el táper que tiene en las manos con un gesto amable, recibiéndolo Jocelyn con una sonrisa igualmente agradecida.

—¿Le gusta la lasaña? —cuestiona, haciendo alusión al contenido del táper.

—Oh, hacía mucho que nadie cocinaba para mí —la abogada con cabello rubio platino esta gratamente sorprendida por su amabilidad—. Muchas gracias.

—¿Cómo cree que vamos? —cuestiona Beth, sentándose en la silla de la mesa exterior que Jocelyn tiene colocada para desayunar viendo el mar de Broadchurch.

La aludida se sienta en la otra silla, observándola momentáneamente en silencio.

—Hemos expuesto un caso sólido —comienza Jocelyn, aún con el táper en sus manos—. Estate tranquila, Beth —intenta calmarla con sus palabras. No quiere que esta situación le provoque más ansiedad de la debida.

—Vamos a ganar, ¿verdad?

—Claro que sí.

Beth Latimer parece querer preguntarle algo, aunque no sabe exactamente cómo hacerlo. Desvía la mirada hacia el suelo, reflexionando para sus adentros, hasta que al fin parece decidirse. Levanta la vista y abre la boca, dejando salir esas preguntas cuya respuesta tanto quiere conocer.

—¿Qué le hizo cambiar de opinión? ¿Por qué aceptó el caso?

—Joe Miller encontró a un rottweiler para que lo defendiera —responde Knight, con sus ojos verdes posándose en el mar cercano, cuyas olas rompen contra la arena—. Sharon Bishop sabe manejar el sistema. Y tú Danny... —hace una significativa pausa, recordando a aquel pequeño que en ocasiones solía ver—. Solía repartirme el periódico —confiesa, comprobando que el rostro de Beth se torna sorprendido y enternecido a partes iguales.

—¿Estaba en su ruta? —cuestiona Beth tras carcajearse con dicha. Ahora ve mucho más claro cómo la vida de Danny afectaba a tantas personas a su alrededor.

—Era un buen chico —aprecia su abogada, a pesar de economizar en palabras—. Alguien tiene que defenderle.


Sharon Bishop y Abby Thompson se han apresurado en acercarse hasta el penal de Wessex, donde se encuentra detenido su acusado. Han conseguido reunirse con él, para así, comprobar si puede subir al estrado a declarar. Este hombre que está siendo acusado, puede ser su mejor o peor baza para este caso, pero todo depende de cuales sean sus respuestas. Sharon decide presionarlo para comprobar cómo reacciona y responde.

—¿Dónde estuvo la noche que Daniel Latimer fue asesinado, Sr. Miller?

—Estuve en casa, en la cama, con mi mujer —responde el reo con convicción.

—¿Tuvo algún contacto con Daniel Latimer la mañana anterior?

—No —niega rápidamente, quedándose de brazos cruzados.

—¿Le envió un mensaje cuando volvió de sus vacaciones? —Bishop continúa presionándolo, y por el momento, Joe Miller se mantiene calmado, aunque su voz tiembla ligeramente.

—No.

—Tenemos registros telefónicos que demuestran que se envió un mensaje desde su teléfono.

—Pues no fui yo —Joe niega nuevamente, descruzando finalmente los brazos. Se mueve nervioso en el asiento, como si finalmente pareciera tambalearse por la presión.

—¿Entonces quién?

—No lo sé —responde Joe, sintiéndose arrinconado poco a poco—. Mi mujer —añade, realmente dispuesto a dejar que Ellie cargue con el peso de sus propios actos, la ira reconcomiéndolo al recordar su declaración y la de Coraline Harper.

—Entonces, ¿por qué encontraron su ADN y sus huellas en el teléfono que se utilizó para enviar dicho mensaje?

—No lo sé.

Abby interviene entonces, decidida a intentar tambalear su defensa.

—¿Cómo llegó a la cabaña aquella noche?

—No fui a la cabaña.

—¿Qué productos usó para limpiar la cabaña? —insiste Abby, comprobando que, para su sorpresa, está aguantando bastante mejor la presión de lo que ambas imaginaban.

—Yo no limpié la cabaña.

Aún no han terminado, y cualquier vacile en su declaración, puede ser un paso en falso que haga caer su presunción de inocencia al vacío más oscuro. Joe traga saliva. Está sintiendo el pulso acelerándose en sus venas.

—¿Por qué movió el cuerpo de Danny del escenario del crimen, Sr. Miller?

—No fui yo. Yo no moví nada —niega vehementemente—. Llevaba días sin verle. Semanas...

—¿Fueron días o semanas? —intercede Sharon nuevamente, aumentando la presión.

—Semanas —rectifica Joe, empezando a desesperarse—. Habíamos estado de vacaciones en Florida. Tres semanas.

—¿Cuántas veces quedó con Danny antes de aquella noche?

Finalmente, la presión de la situación y las preguntas consiguen penetrar la defensa de Joe, quien parece un pez fuera del agua. Niega con la cabeza antes de suspirar pesadamente.

—No lo sé —cuando contesta, casi al momento en el que las palabras salen de su boca, el acusado cierra los ojos con pesadez: ha metido la pta. Se apresura en rectificar sus palabras en cuanto contempla las miradas tensas y algo decepcionadas de Abby y Sharon—. Nunca quedé con él. Nunca lo hicimos. Nunca quedamos —da las respuestas de forma breve, ansioso por haber cometido un error—. Solo era un amigo de mi hijo.

La abogada negra sale de la estancia a paso vivo junto con Abby, tras evaluar la capacidad de respuesta de Joe Miller frente a la presión de un interrogatorio, similar a aquel que puede encontrarse en un tribunal. Ambas tienen una expresión adusta y nada positiva en el rostro.

—Esto es un desastre —sentencia la veterana en un tono pesimista—. No podemos subirlo al estrado —añade antes de negar con la cabeza—. Vamos a necesitar un desfile de testigos favorables y de expertos. Todos ellos breves, directos, bien informados —empieza a dar las ordenes rápidamente—. No podemos demostrar su inocencia, de modo que desmontaremos la idea de su culpabilidad.

—Mierda, Sharon —masculla Abby por lo bajo—. Está claro que fue él.

—No —la abogada negra la detiene, sujetándola nuevamente por el antebrazo—. No quiero volver a oírte hablar así. No estamos seguras. Tiene derecho a una defensa —argumenta, exponiendo su punto de vista sobre el derecho.

—Sí. Perdona...

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