Capítulo 16
Coraline se sienta en la mesa cercana a la sala del juzgado número uno. Tiene en sus manos una taza de cappuccino. Unas ligeras ojeras, no tan pronunciadas como las de anoche, son ligeramente evidentes bajo sus ojos azules. Finalmente, su compañero la despertó, tal y como le prometió que haría, y ella tomó su relevo, analizando los archivos restantes que Lee Ashworth les trajo. La joven de veintinueve años desvía su vista hacia el piso bajo, donde puede ver a su madre, Tara, sentada en uno de los bancos, esperando a que se inicie esta tercera sesión del juicio. Alec, sentado a su izquierda, se está tomando una tila, antes de sacar sus pastillas para controlar su arritmia cardíaca. Ellie por su parte, está sentada a la derecha de la taheña, haciéndolos participes de todo aquello que Claire ha declarado.
—¿Rohipnol? ¿Seguro que dijo Rohipnol? —cuestiona el inspector escocés, antes de sacar la pastilla del tubo de plástico, partiéndola en dos, antes de tomársela con un vaso de agua fresca.
—El Rohipnol es un psicotrópico que produce una potente somnolencia —apostilla la joven con piel de alabastro en un tono sereno, dando un sorbo a su cappuccino, sintiendo como el cálido liquido baja por su garganta, ayudándola a despejarse ligeramente—. Y teniendo en cuenta su dinámica autodestructiva, no me extrañaría que lo hubieran utilizado alguna vez... —masculla, antes de reflexionar en voz alta—. No es un fármaco ilegal, porque está aprobado por la agencia europea del medicamento, pero llegó a ser prohibido por un tiempo debido a su uso para cometer actos de violencia sexual en los años 90... ¿Quizás Lee Ashworth pudo hacer uso del Rohipnol para incapacitar a Claire mientras cometía el crimen? —como ya va siendo costumbre, la joven mentalista parece entrar en una especie de trance, intentando comprender los mecanismos mentales del posible asesino—. Aunque las pruebas que nos hizo llegar anoche no cuadran con ese modus operandi... —coloca una mano en su frente, saliendo del trance al momento—. Esto empieza a provocarme dolor de cabeza —suspira pesadamente, antes de tomar otro sorbo de su café.
—Claire dijo que se despertó y que le vio limpiando la casa —comenta Ellie, antes de observar a su buena amiga de ojos azules—. Hice uso de las técnicas que me enseñaste, y había algo en su comunicación no-verbal que indicaba que estaba mintiendo sobre algo, pero no sé sobre qué.
—De modo que ha cambiado su versión nuevamente —la joven de orbes celestes se cruza de brazos, apoyando su espalda en el asiento.
—Nunca me ha contado eso —Alec parece estar procesando todavía las palabras de Ellie, claramente confuso y hasta cierto punto, dolido, por la poca confianza que Claire parece tener en él, teniendo en cuenta que está haciendo todo lo posible por protegerla y ayudarla.
—Oh, ¿por qué está siendo tan capullo con todo eso?
El tono de Ellie es algo amonestante. La castaña está hasta las narices de que su amigo y compañero no se quite la venda de los ojos: cualquiera con dos dedos de frente se habría percatado ya de que Claire Ripley no es una testigo fiable. No se puede confiar en ella, ni en sus declaraciones. Entiende que se haya involucrado personalmente en el caso, pero ahora necesita que alguien lo haga espabilar.
—¿Disculpe? —Hardy expresa su confusión y ofensa por esas palabras.
—Vivía al lado —esta vez, es la Sargento Harper quien continúa hablando, pues ella misma comparte la opinión de su amiga sobre Claire—. Tenía acceso a ambas viviendas. Su historia es inconsistente —deja clara las evidencias punto por punto, para que así, su querido inspector pueda empezar a verlo todo un poco más claro—. La mujer a la que proteges es una sospechosa, Alec —rompe el tratamiento formal frente a Miller para que el escocés se percate de la seriedad de sus palabras, y lo que eso dice de su actitud respecto al caso de Sandbrook: no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Alec Hardy asiente en silencio al escuchar las palabras de su subordinada y protegida. Reconoce que ha estado ciego todo este tiempo. Que se ha dejado manipular por Claire tanto como ha querido. Ahora, tras trabajar nuevamente codo con codo con sus compañeras, es capaz de ver la verdad que ha querido ignorar desde hace tiempo.
—Lo sé —responde en una voz queda, intercambiando una mirada con Lina.
—¿Qué? —Ellie está sorprendida por lo rápido que ha admitido su error—. Dijo que estaba protegiéndola.
—No —él la corrige—. Dije que estaba manteniéndola a salvo para que no se fugase.
—¿Desde cuándo lo piensa? —se escandaliza su compañera de cabello castaño—. ¿Y por qué no nos lo había dicho? —lo amonesta, y contempla cómo el hombre con vello facial agacha el rostro, claramente algo avergonzado por sus acciones.
—Me estaba volviendo loco —confiesa—. Harper me ha estado ayudando a ver la verdad desde el principio —la alaba, haciéndola sonreír ligeramente, antes de contemplar cómo toma un sorbo de su cappuccino—. Por eso les pedí que me ayudaran. Necesitaba que alguien fuese objetivo, ya que yo había perdido la perspectiva.
—¡Por el amor de Dios...!
En ese preciso instante, el hombre trajeado alza la vista, contemplando que Jocelyn Knight se dirige hacia ellos con pasos rápidos, con sus tacones escuchándose en todo el lugar. Traga saliva: esto solo puede significar que finalmente van a llamar a Ellie a declarar. Definitivamente, está preocupado.
—Oh-oh... —su voz es casi un susurro—. Creo que vienen a por usted —señala, y ambas mujeres giran sus rostros, posando sus ojos en la veterana abogada, quien finalmente llega hasta su mesa.
—Van a llamarla —sentencia la abogada, quedándose sus ojos verdes fijos en la mujer del acusado—. Sé que cree que lo ha hecho antes, pero no así —apostilla, contemplando que Ellie está a punto de asegurar que se encuentra preparada—. Esté tranquila, y cíñase a los hechos. No entre al trapo con nada —da sus instrucciones de forma clara y concisa, sin dobles interpretaciones—. No se emocione.
—Lo sé —responde la castaña, asintiendo con la cabeza.
—Como será la segunda testigo de hoy en ser llamada al estrado, se le permitirá entrar a la sala —le notifica, y la mujer de cabello rizado intercambia una mirada confusa con su jefe: ¿la segunda en declarar? ¿Quién es entonces el primer testigo?
Coraline Harper se muerde el labio inferior de manera disimulada. No ha confesado a sus amigos la razón de su nerviosismo y secretismo. Asimismo, tampoco les ha indicado la razón de la presencia de su madre en el tribunal, pero, por fortuna, ambos se han imaginado que ha decidido personarse allí para prestarles apoyo a los implicados. Cuando Jocelyn se marcha, el anuncio del inicio de la sesión se emite por los altavoces del juzgado, instando a testigos y visitantes que empiecen a acercarse a la sala número uno.
La sesión comienza con su habitual dinámica: los asistentes entran, ocupan sus asientos en las palestras, y entonces entra la jueza Sonia Sharma. Todos se ponen en pie, y vuelven a sentarse cuando ésta se lo indica. La joven con piel clara se ha sentado a la derecha de su inspector, pues debido al hecho de que deberá declarar, quiere tener la posibilidad de acceder al estrado sin demasiados impedimentos, y el hecho de tener que levantarse del asiento, pasando frente a sus amigos sin poder mirarlos a la cara, es algo que se asemeja a la tortura. No ve el momento en el que la acusación la llame a declarar. Siente que le sudan las manos, entrelazadas como es costumbre, sobre su regazo. Su madre, Tara, está sentada cerca de la familia Latimer, apretando su bolso contra su pecho. Tiene la mirada esquiva, y solo la fija en su hija. Intenta darle ánimos. Solo entonces, Coraline siente una sesión que le oprime el pecho, impidiéndole respirar. La ansiedad empieza a dominarla, pero consigue sobreponerse al pánico que la atenaza, recordándose que esto lo hace por Danny. Por los Latimer. Es el momento de enfrentar sus propios demonios.
Jocelyn se levanta entonces del asiento, y con una voz clara, habla.
—La acusación llama a declarar a la Sargento Coraline Harper.
Los murmullos no se hacen esperar. Todas las miradas, incluyendo las de la familia Latimer, se posan en la muchacha de cabello carmesí, que se levanta de su asiento, comenzando a caminar hacia el estrado. Pero no hay mirada que exprese más sorpresa que las de Alec Hardy y Ellie Miller. El primero logra conectar la presencia de Tara Williams en el juzgado hoy, con el nerviosismo de la noche anterior de su novata. Chasquea la lengua, sintiéndose impotente por no haberlo notado. La analista del comportamiento siente sus ojos en su nuca, y tiene que hacer un esfuerzo para mantener la cabeza alta. Los dos agentes de policía intercambian una mirada incrédula y preocupada. ¿Cómo es que su amiga debe declarar? ¿Por qué? ¿Qué la ha llevado a ocultárselo? Preguntas incesantes, una detrás de otra, se agolpan en sus mentes mientras la contemplan tomar su lugar en el estrado.
Un miembro del juzgado se le acerca con un libro en la mano, antes de entregarle un papel.
—Coja el libro con la mano derecha —ella hace lo que le ha pedido, antes de tragar saliva—, y lea la tarjeta.
—Declaro y juro solemnemente que lo que aquí estoy a punto de declarar, es la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad —una vez lo hace, se arma de valor para mirar al frente, posando sus ojos cerúleos en Jocelyn, quien la contempla con orgullo y serenidad, intentando transmitirle calma. Es solo una joven, al fin y al cabo. El miembro del jurado toma de vuelta el libro y la tarjeta, dejando que la muchacha coloque sus brazos a sus costados—. Agente de policía 626, Coraline Harper, sargento adjunta a la brigada de investigación criminal de Broadchurch —se presenta al jurado y los asistentes a la sesión con su cargo actual.
—Sargento Harper, ¿cuánto tiempo lleva trabajando en la brigada de investigación criminal de Broadchurch? —Jocelyn empieza su interrogatorio con una pregunta sencilla, al fin de facilitarle las cosas a la muchacha, a quien advierte algo inquieta.
—Once meses y veintiocho días —responde con claridad la joven.
—Se graduó con matrícula de la academia de policía a los veintiocho años, habiendo cursado sus estudios en Gales y Londres, ¿no es así?
—Así es —afirma Coraline, asintiendo con la cabeza—. Se me permitió entrar en la academia antes de tiempo debido a mi memoria eidética, y a la recomendación de uno de mis profesores.
—¿Puede clarificar por qué tuvo que continuar su formación como agente de policía en distintas partes del territorio inglés?
—Debido al hecho de sufrir de Trastorno de Estrés Post Traumático —confiesa tras suspirar, atreviéndose a posar su mirada celeste en el jurado, intentando por todos los medios el ignorar todas las miradas que hay sobre ella en estos instantes.
—¿Alguna vez informó a la Comisaria Jenkinson, su superiora, de que sufría de tal trastorno?
—No lo hice, pues la ley no me impedía trabajar en el cargo, debido a que el TEPT no era incapacitante, y al hecho de que, en ese preciso instante de tiempo, al incorporarme a la brigada de investigación criminal, no había signos de dicho trastorno, puesto que habían sido suprimidos.
Sharon Bishop anota las respuestas que está dando la muchacha, además de revisar los documentos que se le han facilitado sobre el caso y el testimonio.
—¿Recibió asesoramiento psiquiátrico para tratar el trastorno?
—Así es —afirma con rotundidad—. Fui tratada por la Dra. Stephanie Drake —contempla cómo los miembros del jurado examinan el diagnóstico médico que se le hizo hace años—. Debido al hecho de que me quedé prácticamente catatónica, la Dra. Drake me diagnosticó como un caso grave de TEPT, y por ello, se decidió probar una terapia de choque.
—El jurado tiene ahora en su posesión la prueba FLK755, en la que se detalla su diagnóstico —comenta la abogada de la familia Latimer—. ¿Podría decirnos en qué consistía esa terapia? Ha mencionado que los signos del trastorno habían sido suprimidos —Jocelyn comprueba con satisfacción que su rival no tiene intención de impugnar alguna pregunta por el momento, pues al ser la pelirroja una testigo sorpresa, tiene que hacer grandes esfuerzos por ponerse al día—. ¿Tuvo algún efecto secundario en usted?
—Se me colocaron lo que la Dra. Drake denominó «fuertes mentales». Es una técnica poco ortodoxa de la rama de la psicología, que consiste en utilizar la terapia y ciertos psicotrópicos prescritos para aislar el trauma en una parte recóndita del cerebro, a fin de que la persona se recupere en casi plenas facultades —explica, y puede notar al momento cómo sus amigos se miran con preocupación, aunque la mirada de su querido escocés no está tan llena de incertidumbre como la de Ellie, pues esta parte de su historia la conoce—. Sin embargo, conlleva un leve riesgo para la psique del paciente. El tratamiento provoca, que algunos de los recuerdos previos a algunos años antes del trauma se distorsionen o borren por completo del subconsciente.
—Ha mencionado que se encontraba prácticamente catatónica —rememora Jocelyn en un tono suave—. ¿La razón tras ese estado incapacitante es el trauma que sufrió?
—En efecto.
—Sé que esto es difícil para usted —la observa con lástima evidente por hacerla pasar por esto—, ¿pero podría explicarnos en sus propias palabras cómo desarrolló ese TEPT?
Sharon interviene por primera vez entonces, levantándose con celeridad del asiento.
—Su Señoría, no veo la razón para continuar con esta línea de interrogatorio —expone en un tono sereno—. ¿Qué relación tiene la experiencia personal y el trauma de esta testigo con el caso que nos ocupa?
—Su Señoría, las circunstancias y la razón del trauma de la testigo son vitales para comprender su relación con este caso, además de la naturaleza de este.
Sonia se limita a asentir tras escuchar el razonamiento de Knight.
—Voy a denegar la impugnación de la pregunta, Sra. Bishop —se dirige a la abogada negra, quien se sienta en su lugar con el ceño fruncido—. Puede responder, Sargento Harper.
—Tenía quince años cuando desarrollé el TEPT debido a la brutal agresión sexual que sufrí —cierra los ojos, concentrándose en aquel momento—. Caminaba hacia mi casa tras finalizar mi día lectivo en el instituto, por una de las callejuelas. Era mi atajo habitual. Me encontraba grabando una felicitación de cumpleaños en vídeo para uno de mis familiares, pues debido a mis estudios, no me sería posible visitarla para celebrar su día especial —continúa hablando en el tono más calmado del que puede, antes de tragar saliva—. Entonces me sorprendieron. No lo escuché caminar detrás de mí. Me sujetó con fuerza de los brazos. Intenté desembarazarme de su agarre, pero no lo conseguí, pues era más fuerte que yo. Mi teléfono, que aún continuaba grabando mi felicitación, cayó al suelo en el forcejeo —aprieta los puños con fuerza al recordar cada detalle con intensidad—. De pronto, sentí que me obligaban a tumbarme boca-abajo en el suelo del callejón cercano, por el olor a humedad, ya que no podía ver nada debido a que me habían tapado los ojos con lo que parecía una tela opaca. Quise escapar nuevamente, pero mis muñecas y cuello fueron sujetos por un alambre de pinchos, los cuales se me clavaron en la piel, impidiéndome hacerlo —nota las miradas horrorizadas de los presentes, incluso en la defensa de Miller, algo que la sorprende: después de todo, puede que aún conserven algo de humanidad—. Entonces escuché cómo mi atacante se desabrochaba el cinturón, obligándome a permanecer en esa posición mientras retiraba mi ropa inferior. Quería gritar, pero el alambre se clavaba con aún más fuerza en mi cuello al intentarlo —hace un esfuerzo por no llorar. No quiere darle la satisfacción a Sharon Bishop de verla vulnerable—. En ese momento escuché su voz. Me dijo: «no grites y no te muevas, zorra asquerosa, o te haré daño. Si intentas escapar o quitarte la venda de los ojos, pienso hacértelo pagar» —comprueba cómo los ojos del reo, que ahora la observan con detalle, se abren poco a poco a cada detalle que sale de sus labios—. Empezó a agredirme sexualmente entonces. No sé cuánto tiempo duró aquello, pero sí sé que, al terminar lo que hizo, volvió a susurrarme al oído. Me aseguró lo siguiente: «si le cuentas a alguien lo que ha pasado, echaré por tierra tu reputación. Esto es lo que te mereces por rechazarme. Si abres la boca, me pienso cerciorar de que no puedas acceder a ninguna carrera y trabajo. Te encontraré, y acabaré lo que hemos empezado» —a cada palabra que sale de sus labios, las miradas de Ellie Miller y Alec Hardy se tornan más horrorizadas. No pueden creer lo que están escuchando. El segundo siente unas irrefrenables ganas de correr hasta ella y brindarle un abrazo. Quiere protegerla de alguna forma, pero se obliga a mantenerse en el asiento—. Entonces se fue. Me dejó allí, en estado catatónico, durante varios minutos, hasta que recuperé mínimamente el sentido, recogiendo mi teléfono, el cual para entonces había dejado de grabar. No recuerdo mucho más de aquel día. Ni siquiera sé cómo logré llegar a casa...
La estancia se queda en un terrible y pesado silencio entonces, cuando la joven finalmente relata lo que le sucedió, haciendo una pausa para tomar un poco de agua del vaso que se le ha proporcionado. Jocelyn la contempla con simpatía, esperando unos segundos antes de continuar con su interrogatorio.
—Van a hacerle entrega de varias pruebas —comenta la abogada de ojos verdes, antes de hacerle un gesto a uno de los miembros del juzgado, quien se acerca al estrado, entregándole dos hojas—. Las pruebas ART424 y GRT325 del lote del jurado —recalca, provocando que los aludidos examinen las pruebas—. ¿Puede confirmar que, aquello que aparece en la prueba ART424, son las lesiones que aquella agresión le produjo en cuello y muñecas?
—Sí, puedo confirmarlo —asiente la muchacha, habiendo tomado la hoja en la cual hay impresas dos fotografías de las cicatrices que tan bien conoce desde hace años—. Son las cicatrices que aún poseo en mi cuerpo.
—Su Señoría, me gustaría pedirle a la Sargento Harper que, a fin de que el jurado pueda aseverar con sus propios ojos la veracidad de las pruebas y los hechos, deje al descubierto dichas lesiones.
Una nueva oleada de murmullos se produce en la sala al escucharse la petición de Jocelyn.
—Estará de broma... —masculla por lo bajo el Inspector Hardy, claramente molesto.
—¿En serio puede pedirle eso? —Ellie está mortificada.
—Eso parece —responde él malhumoradamente, cruzándose de brazos.
La jueza debe ordenar a los presentes que guarden silencio, pues el murmullo se ha elevado considerablemente a raíz de la petición.
—Voy a permitirlo, pues es necesario para confirmar la veracidad de las pruebas —afirma Sonia, quien habla antes incluso de que Sharon Bishop pueda objetar algo al respecto—. Sargento Harper, por favor, muéstrenos las lesiones.
La joven con piel de alabastro asiente lentamente, antes de desabrochar los botones superiores de su camisa blanca, dejando al descubierto la cicatriz que rodea su cuello de forma tan clara. Casi parece que estuviera en carne viva. Claro que, es un tipo de cicatrización conocida como queloides. Poco común y algo desagradable a la vista para aquellos que no están acostumbrados. Posteriormente, la pelirroja se despoja de su reloj de muñeca y la pulsera de su mano izquierda, dejando al descubierto los mismos patrones de cicatrices en sus muñecas. Se asegura de que tanto el jurado como los asistentes puedan ver las lesiones, y comprueba que algunos apartan la vista, claramente sobrecogidos.
—Gracias, Sargento Harper —asiente Jocelyn, contemplando que la muchacha vuelve a abotonarse la camisa, colocándose la pulsera y el reloj donde corresponde—. En la prueba GRT325 del lote del jurado, se encuentra el informe médico que se le realizó 24 horas más tarde de dicha agresión sexual, ¿no es así?
—Correcto.
—¿Puede leer el diagnóstico en voz alta, por favor?
El veterano inspector de policía se mueve intranquilo en su asiento.
—Esto empieza a rozar la tortura —expresa, y comprueba que Miller es de su misma opinión.
La mujer de veintinueve años traga saliva antes de leer el diagnóstico.
—«Mujer de 15 años, presenta traumatismos extragenitales por medio de un objeto lacerante en cuello y muñecas. Tras el examen físico, se han encontrado traumatismos genitales por penetración forzada y violenta en vagina y cuello uterino. Rastros de semen endurecido en el vello pubiano».
La abogada de cabello rubio platino lamenta tener que hacerla pasar por todo este horror, pero es necesario para demostrar su argumento.
—Ahora, se le hará entrega al jurado de la transcripción de la prueba CDL421, cuyo contenido se reproducirá y visualizará a continuación en la pantalla de la sala, provista para ello —anuncia Jocelyn, y una nueva oleada de murmullos llena la estancia. El jurado toma en sus manos la transcripción, al igual que el equipo legal del acusado.
—Sargento Harper —Sonia interviene, dirigiéndose a la muchacha—, puede salir de la sala mientras se reproduce el contenido grabado, si lo desea.
—No, gracias, Su Señoría —niega la joven mentalista, cruzando una mirada apenada, incluso arrepentida y culpable con su madre.
No quería que ella se viera obligada a contemplar aquello que le hicieron hace ya tantos años. La ve haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas de sus ojos. Una leve oleada de culpa invade a la taheña, aunque ha de obligarse a recordar que lo que le sucedió no es culpa suya. Tal y como su protector, el hombre que ama, le dijo hace tiempo. Contempla cómo Alec y Ellie la observan con lástima, mortificados incluso.
Cierra los ojos en cuanto escucha las primeras palabras de aquel vídeo que grabó:
—«Probando: ¡1, 2, 3! Hola, querida Donna. Aquí tu prima, Lina —se la ve sonreír en la grabación—. Lamento no poder estar contigo en tu día... Ya sabes que estoy estudiando a tope. Pero para compensarlo, quería grabarte esta felicitación —la jovencita taheña carraspea, como si se preparase para recitarle la canción de cumpleaños—. ¿¡Qué demoni...!?».
En ese preciso instante, se observa cómo un hombre musculoso, joven, vestido enteramente de negro, la amordaza desde atrás, arrastrándola al callejón cercano, con el teléfono cayéndose de las manos de la niña, golpeándose contra el suelo. Por mala o buena suerte, éste termina en un ángulo que permite ver cómo el hombre obliga a la adolescente a colocarse boca-abajo contra el suelo del callejón.
—«Cállate. Cállate o te mato —se escucha decir a su asaltante en un tono bajo, contemplándose en la grabación cómo saca del bolsillo de su abrigo negro un alambre de pinchos, antes de enroscarlo en el cuello y muñecas de la niña. Entonces, se observa al hombre retirar su pantalón y boxers, antes de deshacerse de los pantalones y ropa interior de Coraline. La pequeña de quince años intenta moverse, pero el hombre, más fuerte que ella, se lo impide, apretando el alambre—. No grites y no te muevas, zorra asquerosa, o te haré daño. Si intentas escapar o quitarte la venda de los ojos, pienso hacértelo pagar».
—«¡No, por favor! ¡Por favor, no! ¡No me hagas daño! —se escucha que la jovencita de cabello carmesí ruega una y otra vez, antes de gritar de dolor en cuanto aquel hombre empieza a agredirla sexualmente—. Por favor, por favor...» —la adolescente está rogando mientras solloza, pero su llanto eclipsa sus palabras. Cuando se hace más intenso, se ve al agresor aumentar la presión del alambre en el cuello y las muñecas de ella, a fin de hacerla callar. Esto provoca que la piel se le desgarre, comenzando a sangrar.
La agresión continúa aproximadamente durante media hora, antes de que el adulto eyacule en el interior del conducto vaginal de la muchacha, con un leve gruñido satisfecho, con la pequeña pelirroja ahora completamente inmóvil en el suelo del callejón. Se lo ve inclinarse sobre ella, antes de hablarle nuevamente.
—«Si le cuentas a alguien lo que ha pasado, echaré por tierra tu reputación. Esto es lo que te mereces por rechazarme. Si abres la boca, me pienso cerciorar de que no puedas acceder a ninguna carrera y trabajo. Te encontraré, y acabaré lo que hemos empezado» —el hombre entonces se aleja de la niña, quien parece encontrarse en un estado de shock inmenso, antes de caminar, despojándose del pasamontañas que llevaba. La grabación se detiene entonces, dejando en una imagen estática el rostro del agresor sexual.
En ese preciso instante, la estancia se queda en un silencio helado. Todos los implicados en el caso de Danny reconocen perfectamente a la persona que hay bajo el pasamontañas, a pesar de que el fotograma que se muestra está algo descolorido y difuminado por la antigüedad del vídeo: es el acusado, Joe Miller.
Sharon y Abby se quedan completamente pasmadas en cuanto sus ojos se posan en el rostro de su defendido. Ninguna de ellas esperaba, ni por asomo, que la testigo sorpresa de Jocelyn tuviera una prueba que pudiera poner en jaque de tal forma la defensa del acusado. Se miran entonces, intentando actuar con presteza, para así, intentar darle la vuelta a la situación cuando deban interrogar ellas a la muchacha.
Tara Williams está sollozando en silencio. Esa grabación ha estado en su poder desde que su hija volvió aquella tarde del instituto, con la ropa desgarrada, los ojos rojos debido al llanto desconsolado, y una mirada perdida, desprovista de emoción alguna. Nunca se había atrevido a visionarla. No le hizo falta más que ver sus ropas para dilucidar lo que acababa de pasarle. Ahora que es consciente de lo sucedido, no puede evitar que su corazón se contraiga con pesar. Consigue alzar la vista para posarla en la jaula de cristal donde se encuentra el culpable del trauma de su hija. Lo contempla con ira, con rencor. Desearía haberlo identificado antes para poder hacer justicia en nombre de su hija.
Los Latimer intercambian una mirada llena de preocupación y compasión entre ellos, pues ahora comprenden lo mucho que esta chica, esta valiente sargento de policía, se ha expuesto para ayudarlos en este juicio. No pueden sentir otra cosa que no sea una extrema sensación de agradecimiento. Apenas pueden creer que la joven sea un alma tan pura y buena, que hasta se ha expuesto a las habladurías de los demás, solo por ayudarlos a ellos y a Danny.
Por su parte, Ellie Miller está estupefacta y llena de resentimiento: ¿¡cómo pudo Joe hacerle algo como eso a una niña pequeña!? ¿¡Cómo!? Su cabeza le palpita fuertemente. Quiere atravesar el cristal que la separa de él y propinarle una paliza hasta matarlo. Su amiga, su querida y buena amiga, a quien invitó a su casa a cenar sin el menor conocimiento de su pasado... Fue violada por su marido. ¿Por cuánto tiempo ha estado soportando la pelirroja esa carga sobre sus hombros? ¿Cuánto tiempo ha estado guardando silencio sobre aquello, por miedo a lo que los demás podrían pensar de ella? La verdad de estos hechos cae como una losa sobre sus hombros: ¿cómo no pudo ver los indicios en la cena? ¿¡Cómo no lo notó!? Ahora, la castaña se echa la culpa por no haber sido lo suficientemente perspicaz.
Pero en este preciso instante, no hay nadie en la sala del juzgado número uno que sienta una ira tan irrefrenable como la de Alec Hardy. Está lívido. Está colérico. Y eso es quedarse corto. Ni siquiera hay palabras que puedan expresar el nivel de ira que lo recorre ahora mismo de arriba-abajo. Sus ojos castaños, que durante la reproducción del vídeo han pasado de la pantalla a su querida novata, la han contemplado estremecerse y cerrar sus orbes celestes para evitar sentirse enferma ante esos recuerdos tan aterradores. Su pobre Lina... ¿¡Cómo pudo ese despreciable homúnculo hacerle eso!? Quiere matar a Joe Miller. Y ahora mismo está seguro de que sería capaz de hacerlo, de no ser porque un fuerte cristal lo separa de él. Clava su mirada ardiente en el acusado, cuya boca está abierta con pasmo, habiendo reconocido al fin a la muchacha que ahora se encuentra en el estrado, testificando en su contra.
El marido de Ellie Miller intenta obviar las miradas que ahora se han quedado clavadas en su persona, pero cada vez se le está haciendo más difícil. Joe hace lo posible por mantener la calma, pero no puede evitar sentir un escalofrío por la mirada asesina que Alec Hardy y Tara Williams le dirigen. No puede alzar el rostro para mirar a Coraline Harper a los ojos. Es simplemente incapaz.
Jocelyn, quien se había sentado en su asiento para visualizar el vídeo, se levanta nuevamente, dirigiéndose a la silenciosa mentalista, quien ha mantenido los ojos cerrados en todo momento, intentando aislarse lo máximo posible de aquello que se estaba reproduciendo en la pantalla.
—Sargento Harper, ¿puede identificar al hombre que la agredió, cuyo rostro aparece reflejado en la grabación?
Coraline parpadea rápidamente, fijando su vista azul en la abogada veterana. Ha salido de un ligero trance, y respira con algo de nerviosismo. Se le está haciendo complicado el hecho de bloquear de su mente sus recuerdos.
—Es el acusado, Joe Miller —sentencia con confianza, dominando el temblor de su voz—. Reconozco su voz y su rostro.
—Gracias, Sargento Harper —agradece la abogada de los Latimer, quien no puede estar más orgullosa de cómo se ha desempeñado la analista del comportamiento—. Por favor, permanezca en el estrado —le ruega, antes de tomar asiento.
Ahora viene la parte más difícil: Coraline Harper deberá defenderse de las acusaciones y palabras tergiversadas de Sharon Bishop. Knight espera que la joven sea capaz de mantenerse serena.
Sharon se levanta, comenzando su interrogatorio.
—Entiendo que esta situación es del todo inusual y dolorosa para usted, así que intentaré ser concisa —le comenta a la mujer de cabello cobrizo, utilizando una expresión que Beth Latimer conoce bien, pues es la misma que utilizó con ella antes de atacarla personalmente—. ¿Cuándo conoció a la Sargento Ellie Miller, la mujer del acusado?
—Cuando me gradué de la academia y me asignaron el puesto de oficial —responde Coraline en un tono algo más sereno que el de hace unos minutos, mientras testificaba sobre lo sucedido—. Conocí a la Sargento Miller el 6 de abril del año pasado. Empecé a trabajar bajo sus órdenes a partir de aquel momento.
—¿Cómo describiría su relación con la que antaño fue su supervisora?
—Teníamos, y aún mantenemos una buena relación. Somos buenas amigas —da una ligera mirada hacia la aludida, quien asiente con una sonrisa amable.
—¿Cuándo conoció al Inspector Alec Hardy?
—El 11 de julio del año pasado.
—¿Cómo describiría su relación con el Inspector Hardy mientras aún trabajaba en el cuerpo?
—Era cordial y profesional —responde la muchacha en un tono factual—. Trabajamos codo con codo para esclarecer la muerte de Daniel Latimer.
—Cordial y profesional... Por supuesto —Sharon repite sus palabras, como si no las creyese—. Sargento Harper, ¿cuánto hace que el Inspector Hardy y usted mantienen una relación íntima? —ante su pregunta, el rostro del aludido pierde el color, tornándose pálido al momento. Ellie parece querer abofetear a la abogada por lo que está intentando implicar.
—¿Qué?
Cora está sorprendida: ¿de dónde se ha sacado esa idea? No tiene ni pies ni cabeza. Sí, es cierto que está enamorada de Alec, pero su relación jamás ha trascendido los límites de simples compañeros de profesión y amigos. No ha sucedido nada entre ellos. Y sinceramente, no cree que jamás vaya a haberlo. No después de todo lo que ha sucedido.
—¿Continúan manteniendo dicha relación?
En cuanto escucha esas palabras, Jocelyn intercambia una mirada sorprendida con Ben: Sharon intenta desacreditar a su testigo.
—No. Nunca hemos tenido, ni tenemos, esa clase de relación.
—¿He de recordarle, agente Harper, que se encuentra bajo juramento?
Jocelyn se levanta de su asiento con celeridad. No piensa permitir esto.
—Su Señoría, ¿dónde están las pruebas?
—A eso voy, Su Señoría —intercede Bishop con sorna—. Usted se alojaba en el hotel Traders cuando trabajaba en el caso de Danny Latimer. Casualmente, su habitación se encontraba junto a la del Inspector Hardy —comienza su alegato, y la muchacha de piel de alabastro siente que la tensión le baja a cada palabra—. La noche del 31 de julio, ¿dónde se encontraba usted?
—Estaba en el hotel Traders —responde la joven analista del comportamiento, contemplando de reojo cómo Alec se rasca la frente, claramente incómodo y mortificado, pues él recuerda tan bien como ella a qué noche se refiere esa arpía.
—¿En su habitación?
—No —niega lentamente con la cabeza—. Estaba en la habitación del Inspector Hardy.
—¿Estuvieron solos?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo estuvo usted allí?
—No lo sé —Coraline empieza a sufrir un leve arranque de ansiedad. Traga saliva, y entrelaza los dedos de sus manos tras el estrado. Intenta calmarse.
—Según un testigo ocular, entró a la habitación del Inspector Hardy a las 23:05h, y regresó a su habitación sobre las 02:07h —recalca, habiendo conseguido esa información gracias a una de las empleadas de la limpieza del hotel, quienes estaban cotilleando sobre la cercana relación que parecían mantener esos dos huéspedes de hace casi un año—. Poco más de tres horas —desamparada, contemplando que su declaración intenta ser desacreditada, la joven de ojos azules aprieta los dedos con fuerza, y por un momento teme que vaya a romperse los huesos—. ¿Qué hicieron usted y el Inspector Hardy, solos en su habitación de hotel, durante tres horas, mientras aún se llevaba a cabo la investigación sobre el asesinato de Daniel Latimer?
—Hablamos sobre el caso —contempla cómo Alec rueda los ojos, claramente molesto por las insinuaciones de esa abogada. Lo ve morderse el labio inferior debido a la injusticia que está presenciando—. Me ayudó a tranquilizarme al sufrir un ataque de ansiedad, producto de mi TEPT.
—Hablar... —el daño ya está hecho nada más pronuncia Sharon esas palabras con cierto tinte irónico, como si fuera imposible que un hombre y una mujer pudieran quedarse a solas sin tener relaciones sexuales—. ¿Cuándo trabajaba en el caso de Danny Latimer, sufrió ataques de ansiedad de forma recurrente, agente Harper?
—Solo después de iniciarse la investigación y reencontrarme con el acusado.
—¿Cuándo se reencontró con el acusado?
—La Sargento Miller nos invitó a mí y al Inspector Hardy a cenar en su casa.
—¿Tuvo algún ataque derivado de su TEPT en esa cena?
La joven siente un escalofrío: ¿cómo puede saber eso? Nadie sino, Ellie, Alec o ella saben ahora la verdad. De pronto, su mente conecta los hechos: Joe Miller. Está claro que debió notar algo extraño en ella, y a su abogada no le ha costado conectar ambos hechos entre sí.
—Así es. Tuve que excusarme para vomitar en el servicio.
Sharon Bishop continúa presionándola.
—¿En qué consisten esos ataques derivados de su trauma, agente Harper?
—En flashes rápidos de imágenes, sensaciones o sonidos relacionados al trauma.
—De modo que es alguien inestable mentalmente.
—Eso no se sostiene —sentencia la muchacha, dispuesta a defenderse con uñas y dientes—. Alguien que sufre de este trastorno no es necesariamente inestable emocional o mentalmente. Todo se deriva de su grado de TEPT, y cuando me uní a la investigación, mi estado era leve.
—Agente Harper, ¿de verdad pretende que nos creamos que es usted una persona cuerda, cuando no es siquiera capaz de discernir aquello que es real de la ficción, debido a esas alucinaciones sensoriales?
Jocelyn se levanta del asiento nuevamente.
—Su Señoría, la especulación no es una prueba.
—Estoy de acuerdo —asenté Sonia—. Sra. Bishop, cíñase a los hechos y las pruebas.
—Sí, Su Señoría —asiente la abogada negra en un tono sereno, claramente disfrutando del mínimo resquicio de inquietud que ha provocado en la testigo—. En realidad, usted no fue agredida sexualmente por el acusado, ¿no es así? —le espeta, y al a joven se le hiela la sangre: esa es exactamente la pregunta que deseaba no tener que enfrentar.
—Fui agredida por Joe Miller.
—Usted aceleró la investigación del asesinato de Danny Latimer con sus supuestas habilidades especiales, en cuanto contempló que el Sr. Miller encajaba en la descripción del hombre que la agredió. Entonces se lo notificó a su superior, el Inspector Hardy, con quien mantenía una relación sentimental, y decidieron inculparlo del asesinato de Danny Latimer.
—No aceleré la investigación. Colaboré gracias a que estoy especializada en realizar análisis del comportamiento no verbal y las micro expresiones. Tengo una excelente memoria eidética para recordar los gestos y las expresiones faciales de cualquier persona. Mis superiores en la academia pueden corroborarlo —se defiende—. Mis experiencias personales no tienen nada que ver con el hecho de que Joe Miller fuera el asesino de Danny Latimer.
Sharon hace caso omiso a sus palabras, continuando con su alegato.
—¿Cómo podemos creerla? —intenta desacreditarla—. ¡Una agente que, según ha admitido, tiene una excelente memoria, pero no pudo recordar a su propio agresor! —exclama, señalándola con el brazo izquierdo.
—Su Señoría, no podemos desacreditar la profesionalidad de la testigo únicamente porque, debido a la terapia para tratar su trauma, no consiguiese recordar a su agresor —Jocelyn interviene nuevamente, pues esto empieza a asemejarse a una cacería de brujas.
—No ponga en tela de juicio las habilidades profesionales de la testigo, Sra. Bishop —la amonesta la jueza, provocando que la aludida asienta lentamente.
Tanto Alec Hardy como Ellie Miller como Tara Williams sienten que les hierve la sangra a cada palabra que sale de los labios de la abogada negra. Ni siquiera saben cómo pueden mantenerse sentados ante semejante despropósito del que están siendo testigos. Sin embargo, los tres saben perfectamente que la pelirroja estaba exponiéndose a sabiendas a este tipo de interrogatorio, lo que los hace preocuparse. El intentar desprestigiar la palabra y la declaración del testigo, creando dudas sobre su integridad, no es una táctica poco ortodoxa.
El escocés de mirada castaña tiene sus ojos fijos en su querida subordinada. Que el equipo legal de Joe esté intentando desacreditar a Coraline solo confirma que la consideran un auténtico peligro para su defensa. Espera que se encuentre bien, pero a juzgar por cómo sus bellos ojos azules se desvían ligeramente hacia sus manos, el hombre con vello facial sabe que no es así. Empieza a notársele la ansiedad.
—¿Acaso recuerda cuándo y donde conoció al hombre que aparece en la grabación?
—Tenía catatonia, y debido al tratamiento mis recuerdos se suprimieron. Me fue contraindicado el recordar mi trauma de golpe, a fin de evitarme mayores daños psicológicos —sentencia la muchacha con un ligero filo de hielo en sus palabras—. Conocí al Sr. Miller en mi último año de instituto, antes de entrar en la academia de policía. Impartía clases de primeros auxilios en varios de los cursos —explica en un tono más contenido, no sin dejar de sentir cómo la ansiedad se ha hecho más intensa. Ahora tiene palpitaciones en el pecho y empieza a sentir que se le hace más difícil el respirar—. Asistí a una de sus clases extracurriculares, pues consideré que me sería de ayuda en mi futura profesión, pero cuando me ofreció darme clases extras, me negué. Le indiqué que no lo necesitaba. Él se molestó por ello, e insistió en ofrecérmelas en mi casa, tras el horario lectivo.
—No tenía motivos para acercarse a una alumna —rebate Sharon—. A menos que usted intentase seducirlo en aquella primera clase extracurricular, interpretando aquel hombre su interés como la promesa de algo más.
—Eso es una suposición —sentencia Harper en un tono férreo—. No puede saber lo que sucedió aquel día, porque no estaba allí —siente que las palpitaciones de su pecho se intensifican poco a poco debido al estrés—. Sé lo que pasó: ¡Joe Miller abusó sexualmente de mi cuando tenía quince años! —su voz se eleva finalmente unos cuantos tonos, pues la presión está empezando a hacerla perder la calma.
—Encubrió su enfermedad a sabiendas para no arriesgarse a perder su trabajo, y así, continuar con su plan de inculpar a Joe Miller del asesinato de Danny Latimer, porque satisfacía su obsesión y sus fantasías, ya que encajaba en el perfil del hombre que la agredió sexualmente —alega Sharon en un tono sádico—. Proyectó su trauma y sus sentimientos personales en el caso, a fin de conseguir la resolución que deseaba, ¿no es así? —le espeta, y la joven de cabello taheño baja la vista hacia el estrado, completamente silenciosa de pronto.
—Sargento Harper —la voz de la jueza Sharma suena lejana—, ¿se encuentra bien?
Lina Harper siente cómo su pulso se ha acelerado hasta límites insospechados. La presión de su pecho se vuelve entonces insostenible. Parpadea en varias ocasiones, intentando enfocar su vista en sus manos, pero poco a poco empieza a notar que los límites de su visión se tornan oscuros. Intenta apoyar las manos en el estrado para lograr estabilidad, pero no le es posible. Siente que está cayendo mucho antes de perder el sentido. La joven de veintinueve años finalmente sucumbe a la ansiedad y la presión, desplomándose en el estrado, propinándose un sonoro golpe en la cabeza contra una de las esquinas, haciendo brotar la sangre. Todos los presentes se horrorizan al contemplar esto.
—¡Llamen a los médicos! —exclama la jueza Sharma en un tono urgente.
Tara Williams por poco salta de su asiento para ir a socorrer a su hija, al igual que Ellie Miller y Alec Hardy. Es el ultimo quien, incluso con el corazón desbocado por el miedo, consigue sujetar en brazos a Harper para evitar que se haga un mayor daño. Ellie saca un pañuelo de su bolso, presionándolo contra la herida en su cabeza, a fin de detener el flujo de sangre. La madre de la analista del comportamiento, por su parte, intenta que recupere la consciencia, sin éxito.
—¡Desalojen la sala: haremos un descanso! —añade la jueza, contemplando cómo los médicos del tribunal entran a la estancia, colocando a la inconsciente mujer en una camilla de urgencias. Tras asegurarse de que está segura, Sonia abandona la estancia.
La pelirroja cuyo cabello ya es casi canoso por completo, acompaña al exterior a los médicos de urgencias, quienes se apresuran en llevar a Coraline al hospital más cercano. El escocés de cabello castaño le indica a Ellie que piensa acompañar a Tara y su hija al hospital, a fin de estar al tanto sobre su estado de primera mano. La castaña no objeta su decisión, y desea que su buena amiga se encuentre bien. Observa cómo Tara Williams y Alec Hardy entran en la parte trasera de la ambulancia, y antes de cerrarse las puertas, nota cómo el testarudo hombre toma la mano de la inconsciente joven entre las suyas. La ambulancia se aleja entonces a toda velocidad.
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