Capítulo 15
Para cuando Ellie se presenta en la rustica y bonita casa de Claire, ya es mediodía. Ha cambiado su habitual atuendo de sargento de policía por un conjunto más festivo y holgado. Es el tipo de ropa que solía usar cuando salía a cenar o a tomar algo por ahí con Beth y sus amigas, además de con Joe. El conjunto es sencillo, consistente en una camiseta de tirantes blanca, una chaqueta de lana negra no demasiado larga, pantalones vaqueros y unas bailarinas negras. Asimismo, se ha engalanado el cuello con un collar de cuentas negras y blancas. Tiene su bolso marrón colgado de la clavícula izquierda.
Toca la puerta, y Claire aparece en su campo de visión, nada más abrirla. La observa con una ceja arqueada, algo sorprendida y suspicaz por verla allí.
—¿Qué quieres? —cuestiona, y parece escanear con su mirada verde su entorno, como si esperase encontrar a Hardy agazapado tras unos matorrales cercanos.
Ellie espera que las lecciones que ha ido aprendido de su buena amiga taheña hayan servido de algo, pues ahora debe disimular y fingir que necesita despejar su mente. Va a necesitar cambiar su comportamiento de manera que Claire no lo advierta, para así, sonsacarle información. Necesita, como le ha dicho su amigo y jefe, acercarse a Claire. Entrar en su círculo de confianza: convertirse en su amiga. No es que apruebe los métodos de Alec Hardy, pero hasta ella reconoce que se están quedando sin alternativas. Y sinceramente, prefiere encargarse ella misma de esta parte del trabajo, pues tácitamente, Hardy y ella parecen haber acordado el no exponer a Coraline a más situaciones desagradables.
—Oye, sé que metimos la pata —se sincera, disculpándose implícitamente por lo sucedido el día anterior, mientras comprueba el comportamiento no verbal de la morena—. Pero ¿cómo pudiste decir que necesitabas protección, y luego marcharte con él? —indaga en un tono confuso, colocando sus manos en sus caderas, adoptando esa actitud de madre tan característica suya, la cual le servía antaño para hacer que Tom confesase alguna de sus travesuras. Pensar en él hace que por un momento la congoja vuelva a su pecho, aprisionándoselo con fuerza.
—Lo sé —admite Claire tras suspirar—. Debería haber sido más fuerte. Lo siento —se disculpa en un tono más bajo, resistiéndose a la idea de preguntarle a la castaña sobre el paradero y la situación de la pelirroja, pues la curiosidad la invade: queda claro que hay un asunto no resuelto entre la mentalista y el inspector. En lugar de eso, decide acercar posturas con Ellie—. ¿Cómo estás tú?
—Llevo varios días sentada en los juzgados sin saber si van a llamarme o no —responde la expolicía en un tono factual, dejando entrever su evidente cansancio y frustración por ello—. He conseguido que mi canguro, cuando Cora no puede hacerlo, se quede con Fred esta noche —le confiesa, y Ripley parece mínimamente sorprendida por la dedicación que la pelirroja de piel de alabastro profesa a sus allegados—. Están locamente enamorados —bromea, y ambas se carcajean—. Había pensado en emborracharme. ¿Qué me dices? —le propone, habiendo planeado esta pequeña excusa para intimar con ella desde esa mañana, cuando Alec Hardy se lo ha pedido.
Claire parece algo reacia a abandonar aquellos muros que antes consideraba una prisión. Medita cada palabra, y el ofrecimiento de esta mujer, que está pasando por una experiencia similar a la suya, hasta que finalmente, una sonrisa agradecida cruza sus labios. ¿Por qué no? Hace tiempo que no sale a divertirse, y diría que se lo ha ganado con creces tras los acontecimientos de los últimos días.
Entretanto, la casa de los Latimer está a rebosar de flores, felicitaciones, globos, juguetes y comida por el nacimiento del nuevo miembro de la familia. Beth se ha esmerado en decorarlo todo, aspirando con evidente deleite la fragancia a flores frescas que ahora inunda la sala de estar, gracias a los múltiples ramos que ha ido colocando por las distintas habitaciones. Chloe, que está en su habitación, se encuentra chateando con Dean por teléfono. Le expresa su disgusto por su marcha, puesto que ni siquiera se despidió de ella, y solo supo que se había marchado a estudiar por un mensaje enviado dos días más tarde. Él admite que fue un gesto cobarde, pero que debía alejarse de Broadchurch, y por consiguiente de ella. Del ambiente. Chloe le dice que es un imbécil, espetándole que nunca la ha querido en realidad, y opta por bloquear el número, impidiéndole contactar con ella nuevamente. Al menos hasta que se le pase el enfado. Por su parte, Mark abre la puerta principal, cuyo toque los alerta a Beth y él de la llegada de Paul Coates, el vicario, a quien han invitado para que pueda darle la bienvenida a la bebé a la comunidad.
—He traído unas galletas. Pensé que ya tendríais un montón de flores, así que... —comenta el joven de cabello rubio y ojos claros, entrando a la sala de estar con una sonrisa—. Oh, mírala: es preciosa —observa a la pequeña niña en brazos de Beth, admirando lo bonita que es. Tras hacere entrega a Mark de las galletas, se quita la chaqueta, quedándose únicamente con el jersey de punto que lleva sobre una camiseta con el alzacuello blanco, que delata su ocupación.
—¿Quieres una cerveza? —cuestiona Latimer, quien ha depositado la caja de galletas en la encimera de la cocina—. ¡Chloe, Paul está aquí! ¡Vamos a empezar! —exclama, llamando a su hija para que baje a comer con ellos y celebrar la llegada de su hermanita a la comunidad.
—¡Ya voy! —se la escucha gritar desde arriba, haciendo un esfuerzo por ocultar su tristeza, algo de lo que Beth se percata, decidiendo charlar con ella más tarde. Necesitarán privacidad, y no piensa ignorar sus sentimientos. Esta vez no. Tiene que saber que puede hablarle de lo que sea.
Paul, que ya lleva mucho tiempo sobrio, se limita a sonreír de forma algo incómoda ante el ofrecimiento por parte del patriarca de la familia.
—No, estoy bien —indica en un gesto amable, antes de aproximarse a la joven madre y la recién nacida—. Hola —la saluda, sonriendo en cuanto la bebé emite algunos sonidos de satisfacción—. ¿Algún nombre ya? —pregunta a Beth, quien resplandece como nunca, realmente dichosa por tener a su niña en brazos. Es el pilar de su felicidad en este momento.
—Elizabeth —responde, haciendo alusión al nombre de su madre, y al suyo propio, para así, continuar la tradición familiar—. Lizzie. Por mamá —los ojos castaños de Beth se llenan de lágrimas ligeramente al recordar a su difunta madre, a quien echa muchísimo de menos, y a quien, está segura, le habría encantado conocer a la pequeña Lizzie.
Mark sale entonces de la cocina con una cerveza en su mano izquierda.
—Bienvenida al mundo, Lizzie —dice Paul, antes de inclinarse ligeramente hacia la bebé, realizándole la señal de la cruz en la frente con el pulgar de la mano derecha. Sin embargo, Mark interviene, apartándole la mano en un gesto rápido.
—¿Qué haces? —intercede, claramente molesto—. No.
—Le daba la bienvenida —se excusa Coates, claramente sorprendido por su actitud.
—Mark... —Beth está igual de sorprendida que el vicario, observando a su marido con una mirada crítica.
—No, colega. Dios no está presente en esta casa —asevera en un tono apenado, algo depresivo incluso, recordándoles implícitamente lo sucedido con Danny, así como el juicio que están teniendo que soportar estos días—. Es algo que ha quedado claro.
—No estoy de acuerdo —el hombre de cabello rubio habla con serenidad.
—No es nada contra ti, pero mantén eso al margen.
—No puedo. No es posible.
Beth siente que está en medio de una discusión religiosa, y ahora mismo no está ni de humor ni con la paciencia necesaria como para hacerle frente, así que se limita a concentrarse en Lizzie, besando su ahora algo peluda cabecita.
—Para mí sí —recalca Mark en un tono que no acepta réplica alguna.
La noche ha caído finalmente. Tras cenar algo en un restaurante del pueblo, Claire y Ellie se han acercado a un pub en Weuymouth, para así pasárselo bien durante unas horas. Después de una buena cena, se necesita un buen cóctel, o un chupito en el caso de Ellie. Claire, por su parte, ha pedido un mojito bien fuerte, como a ella le gusta. Nada más sentarse a la barra, el barman las atiende con una sonrisa perlada, que deja al descubierto sus impolutos dientes, entregándoles sus bebidas.
—Aquí tienen, señoritas —ellas sonríen ante el cumplido, pues está claro que no son precisamente unas jovencitas, pero siempre es agradable que alguien del sexo masculino las halague.
—Gracias —dice Claire, tomando el vaso en sus manos, antes de darle el primer lingotazo—. Vaya... —aprecia con satisfacción, pues siente cómo el líquido, frío, pero a la vez cálido, baja por su garganta, y posteriormente se deposita en su estómago.
—Llevaba años sin salir por Weuymouth —le confiesa a la peluquera, teniendo que subir ligeramente el tono de voz debido a la música de discoteca que se proyecta por los altavoces—. Desde que era una adolescente.
—Cuéntame lo del juicio —le pide la morena en un tono serio, pues está interesada en saber cómo van desarrollándose los acontecimientos, no solo por Ellie, sino porque así, tendrá una idea aproximada sobre cómo de disponible estará Alec para poder hablar con él... Y a ser posible, sin la presencia de su perrito faldero de cabello carmesí.
—Tengo que sentarme y esperar —resopla Ellie, claramente contrariada—. Nadie puede contarme lo que está pasando hasta que no declare, porque soy una parte cercana al acusado del juicio, por lo que me paso el día mirando a la gente, intentando ver pistas —se explica con mayor detalle, comprobando que Claire saca el trozo de lima de su mojito, mordisqueándolo con evidente deleite—. Suerte que Cora me ha enseñado a analizar mejor las expresiones de las personas. Al menos así, tengo algo con lo que pasar el tiempo...
—¿Y qué hay de Coraline? ¿Ella sí puede entrar? —cuestiona Ripley, confusa.
—Sí. Hasta donde yo sé, ella no va a declarar, y, por ende, puede entrar en la sala —responde, siendo, como la mayoría, inconsciente sobre los planes de Jocelyn Knight—. Tampoco es que sea una parte esencial en el caso, ya que únicamente era una oficial cuando sucedió todo, y por ello, no se le da mayor relevancia —se encoge de hombros—. Y sinceramente, me alivia que sea así. Una preocupación menos con la que cargar sobre sus hombros... Aunque las abogadas pueden cambiar de opinión cuando les venga en gana, así que —sujeta en su mano derecha el chupito de vodka—, cruzo los dedos para que no sea el caso —concluye, antes de bebérselo de un trago, con Claire haciéndole un gesto al barman para que le traiga otro mojito, en esta ocasión, para la castaña—. ¿Pero sabes otra cosa? No dejo de pensar en Joe, mi marido, sentado en el banquillo —continua, apelando a su experiencia común, recordando lo que su amiga taheña le dijo en una ocasión: «lo mejor para ocultar tus intenciones y sonsacar la información a alguien es envolver tus propias vivencias con algunas capas de mentiras y verdades, además de apelar verdadera, o falsamente, a las vivencias de la otra persona»—. Es como... Una pesadilla, que no termina.
Claire asiente lentamente, pues reconoce en Ellie a la mujer asustada y torturada que ella misma fue en el pasado, cuando sucedió todo lo de Sandbrook. Se ve a sí misma en Miller, y no puede evitar empatizar con ella. Tras dar un nuevo sorbo a su mojito, suspira pesadamente.
—Lo siento —esas palabras significan mucho para Ellie, pues es una de esas pocas veces en las que siente una autentica comprensión por parte de otro ser humano sobre su situación particular—. ¿Siempre ha sido Joe? —indaga, intentando aliviar su mente de esas preocupaciones—. ¿O alguna vez has sentido algo por otro? —cuando continúa su interrogatorio, por llamarlo así, siente el habitual cosquilleo que le produce el hacerse confidencias entre mujeres.
La hace sentirse viva. No se había sentido así desde que llegó a Broadchurch.
Ante esas preguntas, Ellie deja que sus recuerdos la lleven de la mano por su pasado, y sonríe con deleite, recordando los tiempos de su juventud. Cuando aún era inexperta, inocente, y feliz.
—Había un tío en el trabajo. Hace años —Claire emite un sonido que podría ser perfectamente el equivalente a la frase «ya sabía yo»—. Me gustaba mucho —rememora, antes de negar con la cabeza, dando un sorbo al mojito que tiene sobre la barra—. No, en realidad, no fue así. Quería casarme con él —expresa, recordando bien a ese hombre que conoció, a quien desearía volver a ver en algún momento, solo para poder olvidarse un rato de sus quebrantos—. Lo supe la primera vez que nos vimos: ¡bam! —hace un gesto hacia su pecho, como si su corazón se fuera a salir—, muy fuerte.
—¿Y por qué no lo hiciste? —Claire, que está acostumbrada a dejarse llevar por las pasiones y lo arrebatos carnales, no comprende cómo Ellie no pudo aprovechar esa oportunidad, y más, si tenía tan claro que quería casarse con ese hombre. A ella no se le habría ocurrido ni pensarlo dos segundos antes de hacerlo.
—Tenía diez años más que yo —se sincera Miller en un tono bajo—. Tenía mujer e hijos.
—¿Alguna vez se lo dijiste? —cuestiona la morena, arqueando una ceja, dando nuevamente un sorbo al mojito.
—No. Estuve a punto de hacerlo una vez, pero pensé: «¿qué sentido tiene?» —suspira, por un momento deseando poder retroceder en el tiempo y cambiar las cosas—. Lo gracioso fue que, una noche, antes de irse, lo último que hizo fue darse la vuelta, mirarme, y sonreírme —una sonrisa suave asoma a sus labios. Quien sabe lo diferente que sería su vida ahora si hubiera dado aquel paso—. De toda la gente que había allí, se giró y me miró a mi —para Ellie no pasa desapercibida entonces el gesto melancólico que de pronto Claire expresa en sus ojos, como si estuviera recordando algo extremadamente triste, o deseando incluso que Lee la hubiera elegido así a ella—. Pienso mucho en ello últimamente.
—¿Y por qué no hiciste algo? —insiste la peluquera.
Como la sargento castaña ha advertido, la mujer de ojos verdes está preguntándose por qué Lee y ella no han tenido nunca esa clase de relación amorosa, normal, en una pareja. Lo admite: resiente un poco todo lo que pasó en el pasado, así como esa dinámica suya tan autodestructiva. Pero aún suspira por Lee... No puede evitarlo.
—Son cosas que ocurren —responde rápidamente la de cabello rizado, decidiéndose a intentar coaccionar a Claire para que revele algo sin percatarse de ello. Lamenta manipular así la conversación, pero tiene que ayudar a Hardy—. La vida pasa, y antes de que te des cuenta, ya es demasiado tarde —su mirada castaña queda fija entonces en la mirada oliva de su testigo, quien traga saliva perceptiblemente.
A los pocos segundos, como si necesitase excusarse para alejarse un rato y reflexionar, habla.
—Voy al baño —informa a su nueva compañera de borrachera, por así decirlo, sonriéndole amigablemente.
Ellie corresponde el gesto, y la observa alejarse, perdiéndose entre la multitud de personas presentes en el pub. Va en dirección al servicio, claramente. Esto le deja solo con unos minutos de oportunidad para fisgonear entre sus pertenencias. Especialmente en su teléfono móvil. Nada más estirar su brazo derecho al bolsillo izquierdo del abrigo de Claire, sabe perfectamente lo ilegal que es lo que está a punto de hacer, pero es imperativo. No puede dar marcha atrás ahora. Saca el teléfono móvil de Claire y lo deposita en la barra.
Con celeridad saca su propio teléfono del bolso, abriendo la aplicación digital de notas. Comprueba el registro de llamadas entrantes y salientes de la morena, observando que únicamente se ha realizado una llamada, mientras que se han recibido dos. Y ambas provienen de distintos números de teléfono. Empieza a anotar dichos teléfonos en la aplicación de notas, y cuando ha terminado de hacerlo, clasifica la nota con la fecha actual para no despistarla: 15 de mayo de 2014. Entonces se apresura en guardar su teléfono en su respectivo bolso, antes de tomar en sus manos el de Claire, buscando en el historial del navegador del móvil. Allí encuentra varias búsquedas realizadas recientemente: «Lee Ashworth culpable», «Lee Ashworth juicio», «Lee Ashworth colgante».
Guarda el teléfono de la morena donde lo ha encontrado, después de trastabillear ligeramente, pues el pequeño dispositivo electrónico se le resbala de las manos, debido en gran medida a los nervios por hacer algo tan ilícito. Tras conseguirlo, adopta una expresión neutral en el rostro, para así, intentar que Claire no se percate de que ha estado husmeando en sus efectos personales.
Claire Ripley llega entonces a la barra, quedándose de pie junto a Ellie, antes de susurrarle con confianza.
—Oye —da una ligera mirada hacia atrás, al barullo de gente que ahora está bailando al son de la música—, dos tíos nos están mirando. A mi izquierda —hace un gesto por encima de su hombro izquierdo, y Ellie sigue con su mirada castaña sus indicaciones, contemplando que, efectivamente, hay dos hombres algo más jóvenes que ella, que las están observando con evidentes intenciones de pasar un rato divertido.
—No... —está incrédula. Esos chicos, al ver que los observan, las saludan con sus copas de licor—. Dios mío, tienes razón...
—¿A cuál prefieres? —pregunta la morena sin miramientos.
—No, no, no puedo —la expolicía parece mortificada por la implícita sugerencia de Claire—. Nunca he hecho algo como esto.
—Ellie, Ellie, escucha —la peluquera la interrumpe al momento, dejándola efectivamente callada. No va a permitir, al menos en su presencia, que esta mujer, cuya autoestima ahora está por los suelos, se hunda aún más. Va a levantarle el ánimo. Como sea. Al fin y al cabo, la necesita de su parte—. Oye, el mundo te está dando por culo —no se muerde la lengua en dejar las cosas claras—. Te mereces algo bueno —añade, y ambas intercambian una mirada, antes de sonreír tímidamente a esos hombres, quienes también se miran con deleite, contentos por conseguir un ligue de una sola noche—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo?
Ante esa pregunta tan poco ortodoxa, Ellie opta por carcajearse nerviosa, y con ello, es suficiente para que Claire comprenda que la mujer a su lado lleva sin acostarse con un hombre desde hace meses. Probablemente desde que supo lo que su marido le hizo a aquel niño inocente. no la culpa. Pero esto va a cambiar hoy. Esta misma noche. La mujer de Lee Ashworth se gira hacia los chicos, y les hace una coqueta señal para que se acerquen a la barra. Si van a intentar acostarse con ellas, ¿qué menos que invitarlas a unas cuantas copas?
Coraline Harper aún está en la casa de Alec Hardy, revisando algunos de sus documentos sobre Sandbrook. Nada más llegar a la casa esa mañana, ha empezado a revisar todo lo que su compañero recopiló en su momento, tal y como le ha pedido que hiciera. Un bostezo llega a sus labios, y se tapa la boca con la mano derecha. Observa su reloj: son las 23:45h. Lleva horas examinando archivos y carpetas, y francamente, está a punto de quedarse dormida estando sentada en el sofá. Se masajea el entrecejo, pues la cabeza le palpita con una cefalea intermitente. Ha estado entrecerrando los ojos en las últimas tres horas en un esfuerzo por enfocar las palabras, que, debido al agotamiento, han empezado a difuminarse.
En ese preciso instante, una llamada entra a su teléfono móvil: es su madre.
—Hola, mamá, ¿qué pasa? —dice nada más descolgar el teléfono.
—¿Estás bien, Lina? —la voz de su madre suena preocupada al otro lado de la línea telefónica—. ¿Dónde estás?
"Maldita sea. Pensaba que la había llamado para decirle que estoy en casa de Alec. Se ve que lo he obviado por completo al estar tan agotada...", piensa para sí misma la joven de ojos azules, chasqueando la lengua con frustración.
—Oh, no te preocupes —se apresura en tranquilizarla—: estoy bien. Estoy en casa de Alec, revisando unos archivos —se excusa, observando la silueta de su jefe, quien está en la cocina de la pequeña casa—. Ya sabes... Trabajo.
—Oh, ya entiendo —la voz de su madre se torna algo pícara, y Lina se muerde el labio: ¿acaso es tan obvio que le gusta pasar tiempo con él? Si alguien es capaz de notarlo es su madre, al fin y al cabo—. Será mejor que no te esfuerces más de la cuenta, ¿de acuerdo? —le indica en su habitual tono amonestante, haciéndola sonreír cálidamente—. Mañana tienes un día ajetreado por delante...
—Lo sé —afirma ella antes de suspirar pesadamente—. Te quiero, mamá.
—Y yo a ti, estrellita —responde Tara con cariño—. Descansa —se despide, antes de colgar la llamada.
Alec, que se ha despojado de su chaqueta y corbata, aparece por la sala de estar, habiéndole preparado un cappuccino como a ella le gusta, colocándoselo sobre la mesita frente al sofá. La observa guardar su teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón sobrio.
—¿Tu madre?
—Sí. Con todo lo que ha pasado hoy, no me he acordado de decirle que no me esperase levantada —se sincera, y Alec deja que una sonrisa aparezca en sus labios al escucharla, aunque no puede evitar preocuparse, pues su neófita no suele pasar por alto las cosas—. Al rico café... Gracias —suspira Cora en un tono ronco, tomando en sus manos la tibia taza de cappuccino, dando el primer sorbo con tal placer, que parece como si llevase años sedienta—. Oh, está buenísimo —aprecia, lo que hace que su compañero sonría.
—¿Estás bien? —le pregunta el escocés en un tono amable, preocupado por las evidentes ojeras que ahora advierte bajo sus ojos azules, además claro, por el evidente lapso en su memoria al no avisar a su madre—. Llevamos horas con esto —comenta, percatándose de que la noche ha caído en el exterior—. Quizá te convendría echar una cabezada, Lina...
—Sí, puede ser —concuerda ella en un tono adormilado, antes de desperezarse, escuchándose claramente el crujir de sus ligamentos, los cuales chasquean sonoramente por el cansancio—. Pero prefiero terminar esto antes de irme a dormir —admite en un tono determinado, y por un momento, el Inspector Hardy está tentado a llamarla «adicta al trabajo», pero se contiene, pues ella podría decir lo mismo sobre él—. Aunque tampoco es como si fuera a poder dormir... No esta noche —comenta en un tono más bajo, pues la presión de mañana, de lo que deberá hacer, al fin ha caído sobre ella.
Por fortuna, el hombre frente a ella parece no haber escuchado su última frase.
—Te veo preocupada —asevera el hombre del que se ha enamorado—. Y esta no es tu típica cara de «estoy preocupada», sino tu cara de «esto me está causando un insomnio terrible y me tiene en un sinvivir» —clarifica cuando ella intenta negarlo con la cabeza—. Es por el juicio, ¿verdad?
La mentalista opta por asentir en silencio, pues como se suele decir, la confianza da asco, y ya se conocen muy bien el uno al otro. Ha dado en el clavo, aunque no precisamente sobre el verdadero motivo. Sí, tiene que ver con el juicio, pero no por aquello que él cree. Esta vez no tiene que ver con su TEPT.
—Sí. Es por el juicio —responde ella, economizando en palabras, como suele ser costumbre cuando no se trata de trabajo—. No es nada del otro mundo. Ya sabes lo tensa que me pone el tener que estar allí, sobre todo ahora, con esas abogadas del demonio tergiversándolo todo...
Considera por un momento el contárselo todo, en cómo ha planificado con Jocelyn su intervención mañana, pero decide no hacerlo. No es que quiera mentirle. Nada más lejos de la verdad. Pero no quiere que intervenga o le ponga las cosas difíciles. Además, no podría hacer nada por cambiar las cosas, aunque sospecha que lo intentaría. Así es él, y específicamente con ella. Siempre intentando ayudarla y protegerla, como si se tratase del mayor de los tesoros, algo que —ella piensa— es imposible. Aún sigue negándose a ver la verdad tan evidente que para otros es como cristal, al igual que sucede en el caso del inspector.
Ambos están ciegos respecto al otro.
—Lo entiendo perfectamente, créeme —afirma él antes de tomarse la medicación para su arritmia cardíaca—. Si necesitas hablar... —se interrumpe de pronto, pues un movimiento en la periferia de su visión ha captado su atención. Se vuelve despacio, como si estuviera siendo observado por un depredador, y efectivamente, en cierto sentido es así: Lee Ashworth está en el exterior de su casa, esperando pacientemente a que hable con él. En su mano izquierda hay una bolsa de plástico que parece contener algo de valiosa importancia—. Quédate ahí —le ordena a su subordinada, quien ahora estira el cuello para intentar ver la puerta principal, pues Alec obstaculiza su línea de visión.
—¿Qué? ¿Por qué? —ahora está nerviosa. El tono de voz de su jefe es tenso, lleno de peligro, y su comportamiento no-verbal indica que está en guardia, preparándose para un ataque—. Alec, ¿qué pasa? —hace amago de levantarse e ir hasta el perchero, de donde está colgada su chaqueta, con la pistola reglamentaria en su bolsillo izquierdo, pero él la detiene con una mirada severa.
—Es Lee Ashworth —sentencia él en un susurro, antes de dar un paso hacia la puerta principal, abriéndola con sumo cuidado—. Usted y yo no tenemos nada más que decirnos —es categórico en su rechazo a mantener una conversación con él, pero su sospechoso no piensa ceder. No en esta ocasión.
—Yo tengo mucho que contarle —rebate Lee, alzando la bolsa de su mano izquierda—. A usted, y a su subordinada —añade, desviando la mirada al interior de la casa, observando que la muchacha que tan fácilmente lo incapacitó, se encuentra también allí. El veterano inspector de cabello lacio no tiene más remedio que dejarlo entrar: al menos piensa escuchar lo que quiera decirle, antes de darle con la puerta en las narices, y no figurativamente hablando.
Cuando Lee entra a la estancia, comprueba que la mentalista está desarmada, pero advierte que se pone en guardia nada más verlo. Se sienta más erguida en el sofá, con Hardy ocupando el espacio a su lado, como si quisiera impedir que se le acercase demasiado.
—Hola, Sargento Harper —la saluda, y la taheña se limita a observarlo con desgana.
—¿Qué es lo que tiene en esa bolsa? —cuestiona Coraline, yendo directamente al grano, antes de darle un buen sorbo a su cappuccino.
—Notas, entrevistas, los movimientos de la gente esa noche —responde el sospechoso, dejando sobre la mesita de la sala todos aquellos documentos que ha ido recopilando mientras se encontraba exiliado en Francia. Nota cómo los ojos azules de la joven de veintinueve años se fijan automáticamente en ellos, empezando a escanearlos con la mirada. Agradece mentalmente que la chica esté dispuesta a darle una oportunidad para defenderse, aunque la mirada acusatoria y molesta de Alec Hardy no expresa eso—. Sabía que no querría limpiar mi nombre, así que, empecé a hacerlo yo mismo —apela al inspector, y este respira hondamente—. A hablar con la gente.
El hombre con vello facial es escéptico respecto a sus palabras.
—¿Y ellos hablaron con usted?
—Bueno, les dije que era usted —sentencia Lee, como si aquello no fuera ilícito o demasiado importante, dejando a ambos agentes de policía en un ligero shock, del que pronto se reponen—. Sí. Ahora sé lo que es ser como usted. Sospechar todo el tiempo... —hace una pausa, negando con la cabeza—. Debe devorarle vivo. Sobre todo, si está equivocado.
—La suplantación de la identidad de un agente de la ley es ilegal, y se castiga con una pena de cárcel de tres a cuatro años —recita con calma la muchacha de cabello cobrizo, habiendo desviado momentáneamente sus ojos de los documentos que Lee Ashworth ha traído a la casa de su protector y amigo—. Deberíamos denunciarle por ello, pero algo me dice que no ha venido únicamente aquí a expiar sus pecados, ¿me equivoco? —cuestiona irónicamente, provocando que el aludido asienta, procediendo a ocupar una silla frente a la mesita de la sala de estar, tomando en sus manos uno de los ficheros en los que la analista del comportamiento parecía estar interesada—. ¿Qué es esto? —cuestiona la sargento de policía, tomando en sus manos el fichero que le tiende. Con un último sorbo, se termina el café.
—Ricky y David Gillespie —clarifica Ashworth—. Los padres de las dos chicas. Dos padres, dos hermanos —añade, y contempla cómo Coraline Harper analiza el documento, antes de entregárselo a Alec Hardy, quien apenas le echa un vistazo por encima—. Apenas les investigaron.
—Lo hicimos —rebate el hombre con cabello castaño, negando con la cabeza, antes de apartar el fichero, dejándolo apoyado en la superficie del sofá. No quiere perder más el tiempo con este asunto.
—No lo suficiente —niega Lee, esta vez posando sus ojos azules en los de Harper, a quien espera convencer para que investigue el caso y sus declaraciones. Necesita que convenza a Hardy para que investigue sus alegaciones—. Lisa me contó, que Ricky se le insinuó al llevarla a casa en coche, después de hacer de niñera.
—¿Intentó ligar con su sobrina? —el tono de la muchacha de cabello cobrizo se eleva mínimamente. Ya es bastante horrible que un desconocido quiera abusar de una menor de edad, pero que lo haga alguien de su propia familia... Es absolutamente repugnante. Siente que la bilis se le forma en la boca del estómago, y se obliga a mantener las náuseas a raya.
—¿Y el tipo que estuvo merodeando por la urbanización tres semanas antes?
—No pudimos demostrar que existiera —nuevamente, Alec hace caso omiso a las alegaciones de Ashworth, descartando el fichero que le entrega, colocándolo sobre aquel que habla de los hermanos Gillespie, en la superficie del sofá.
—Cuatro mujeres diferentes lo han corroborado.
—Nada de esto es nuevo —la voz del inspector es clara y concisa: ya se le ha acabado la paciencia, y no está dispuesto a escuchar nada más.
—¿Por qué iba yo a matar a una niña de doce años?
—¿Y por qué encontramos su colgante en su vehículo? —espeta Alec en un tono molesto, inclinándose hacia su principal sospechoso, a quien sinceramente no soporta. No piensa dejar que Ashworth se juegue la carta de «la presunción de inocencia es válida hasta que se demuestre lo contrario».
—Solíamos llevarla a clase, como favor a Cate —responde Lee, levantándose del asiento—. Se le debió de caer entonces —añade, y esa afirmación hace que la sangre empiece a hervirle en las venas al escocés: sabe perfectamente que no puede ser el caso, porque la evidencia demuestra lo contrario.
—Lo llevaba puesto el día que murió —gruñe, raspándose la garganta en el proceso. Se levanta del sofá, y nota como una amable mano sujeta su antebrazo derecho para evitar que pierda la compostura. Agradece mentalmente la presencia de Lina allí, porque de lo contrario, no sabe si sería capaz de mantenerse sereno.
—Obvió cosas —sentencia Lee, como si aquello fuera una verdad universal.
—Tiene que irse. Vamos —no lo soporta más: tiene que alejarlo de Lina y de él. O hace lo que le ha pedido, o está seguro de que ni la presencia de la pelirroja conseguirá evitar que lo agarre por la ropa y lo expulse de su casa—. Márchese.
—Lea todo esto —le pide Ashworth como última tentativa—. Intente que lo haga, sargento. No puede seguir cometiendo el mismo error una y otra vez —añade con un tono suave, y nota cómo el escocés de delgada complexión está a un paso de echarlo a la fuerza de su casa—. Investigue a los Gillespie, y a ese tipo que estuvo merodeando por allí —finalmente parece darse por vencido y está despidiéndose, caminando hacia la puerta principal.
Sin embargo, la voz de la joven Sargento Harper lo detiene en seco.
—¿Por qué le envió a Claire una campanilla silvestre púrpura?
—¿Qué? —Lee parece confuso—. ¿Cómo iba a hacer eso desde Francia, señorita Harper? —cuestiona, y la muchacha decide guardar ese dato en su disco duro. Puede que tenga algún tipo de relevancia más adelante—. ¿Acaso hay campanillas silvestres en Francia? —socava con ironía, antes de salir por la puerta, caminando lejos de allí, perdiéndose en la oscura noche.
Tanto Alec como Coraline se acercan a la puerta cerrada, contemplando cómo ha desaparecido de su vista. El inspector de cabello castaño está tenso de los pies a la cabeza. La mentalista por su parte no está ahora tan tensa como hace unos minutos, sino que parece más bien intrigada por las acusaciones y las investigaciones que ha llevado a cabo Ashworth.
—¿Qué piensas de esto? —es lo único que pregunta él cuando finalmente recupera la calma.
—¿De lo que ha traído Ashworth? —él asiente ante sus palabras, con su mirada castaña aún fija en el horizonte nocturno—. Bueno, no hay nada de malo en echarle un vistazo. Al fin y al cabo, ¿no querías asegurarte de no haber cometido errores? Queramos o no, tenemos que examinar las pruebas que nos ha entregado para descartar cualquier tipo de error —razona lógicamente, lo que provoca que él la observe de reojo—. Aunque esto significa que tendré que quedarme aquí a pasar la noche... Esos documentos no van a leerse ellos solos —se despereza, mientras Alec se gira con una sonrisa de disculpa en su rostro.
—Lo siento —musita en un tono ronco, sintiendo también cómo el cansancio lo ha invadido poco a poco esa noche—. Seguro que estás agotada y yo estoy dándote aún más trabajo... —niega con la cabeza—. ¿Por qué no descansas unos minutos? Prometo despertarte para que tomes el relevo de lo que haya revisado.
—¿En serio puedo fiarme de que me despertarás? —bromea ella con una ceja arqueada, habiéndose cruzado de brazos—. ¿No te quedarás despierto toda la noche revisándolo tú todo? —apostilla, pues conoce lo suficientemente bien al hombre que ama y su dedicación al trabajo.
Es uno de esos detalles que comparten. Uno de los que provocan que lo encuentre alguien tan interesante y atractivo. Aunque ni por asomo piensa admitirlo en voz alta.
—No, a no ser que sigas durmiendo con esa cara tan plácida —la observa ruborizarse y se carcajea levemente, comprobando que la joven parece querer que la trague la tierra, desviando su mirada de su rostro—. Claro que voy a despertarte. Te lo prometo.
—Entonces deja que por lo menos te prepare una tila... —comenta ella, deseando esquivar ese comentario como sea, dirigiéndose al a cocina a paso ligero. No puede evitar pensar que Alec estaba flirteando con ella. Tiene que ser una equivocación, pero eso no evita que su pulso se acelere y sus pupilas se dilaten—. Te espera una noche muy larga —añade antes de carcajearse, logrando contagiarle su risa.
Un rato después, cuando Coraline se ha tumbado en su cama, Alec va a ver cómo se encuentra, y sonríe suavemente, habiéndose apoyado en el dintel de la puerta de su habitación. Es extraño verla allí, recostada en su cama, pero no deja de producirle una cierta sensación de familiaridad, como si aquello fuera lo que debiera ser. Como si estuviera... Bien. Intentando desviar sus pensamientos a un lugar más sereno, se sienta en la esquina cercana de la cama. Comprueba que la respiración de su novata es tranquila: finalmente se ha dormido. Debía estar agotada, pues apenas han pasado seis minutos desde que le ha preparado la tila. Con delicadeza, utiliza una manta para arroparla, y la ve agitarse ligeramente.
"Espero que no tengas pesadillas esta noche", desea, mientras acaricia su cabello taheño con ternura, sintiéndose estremecer con su tacto. No puede evitar que se le desboque el corazón al estar tan cerca de ella. Nuevamente, desearía poder decirle aquello que siente, pero se detiene en cuanto se percata de sus pensamientos. No es el momento, ni el lugar, para dejarse llevar por sus sentimientos personales... Y nada le garantiza que ella los corresponda. Se levanta con cuidado, pues no quiere despertarla, y se dirige a la sala de estar tras entornar la puerta de la habitación. "Ahora tengo que ponerme manos a la obra, y dejarle el menor trabajo posible para cuando vaya a tomar mi relevo", reflexiona, sentándose de nueva cuenta en el sofá, colocándose sus gafas de cerca, comenzando a examinar los documentos que Ashworth les ha traído.
A varios kilómetros de allí, fuera del pub en una feria donde hay unas atracciones para niños, Claire y Ellie, que están acompañadas por esos mismos hombres que han conocido en el bar, están esperando a un taxi. Han bebido demasiado, pues no han dejado de invitarlas a bebidas. No se puede decir que no lo agradezcan, pero la castaña casi no puede mantenerse erguida sin bambolearse de un lado a otro. Está segura de que, si alguien la empujase ahora, caería de bruces al suelo. Incluso sus pensamientos son un auténtico caos. Claire por su parte parece más tranquila que ella, y está comiendo unas patatas fritas de una bolsa que han comprado en uno de los establecimientos de la feria. El hombre que parece interesado en ella intenta tomar una de las patatas, pero ella se resiste. Es su comida. Si quiere una patata, que se compre las suyas. Sin embargo, decide ser complaciente y le entrega una, provocando que la devore con deleite.
—¿De verdad vamos a hacerlo? —cuestiona Ellie, quien, debido a su embriaguez, arrastra las palabras al hablar—. No creo que pueda...
—¿No? —Claire estalla en una carcajada al ver a su compañera de cabello rizado trastabillear por guardar el equilibrio.
—Mierda —maldice entre dientes, provocando otra oleada de carcajadas en la morena de ojos verdes, quien aprovecha para comerse otra patata—. He bebido más de lo que creía.
—Y yo —se carcajea la que antaño trabajase de peluquera—. Eh, no —aparta con brusquedad la mano del hombre sentado a su lado, quien intenta nuevamente robarle una patata frita. Esta vez sí que no se lo va a permitir.
—¿No podemos pasar de ellos? —intenta convencerla Ellie, quien no está ahora mismo muy por la labor de acostarse con nadie—. ¿Y a dónde vamos a ir? Mi casa es demasiado pequeña y está muy lejos de aquí...
—Iremos a la mía. Vamos —propone, poniéndose en pie, dispuesta a parar un taxi—. Mira, ahí viene uno —señala el vehículo que se acerca a ellos, antes de hacer una señal con el brazo para que se detenga—. ¡Eh, taxi! ¡Por aquí, amigo!
Por su parte, Jocelyn, que conduce su coche de vuelta a Broadchurch tras quedarse en el juzgado de Wessex revisando varios documentos imprescindibles para el juicio de mañana, decide hablar con Ben por el manos libres. Aún necesita que haga un par de cosas por ella. Cuando contesta, la voz de Haywood denota su cansancio y su poca disposición actual a echarle un cable, por lo que decide armarse de paciencia.
—Jocelyn, por favor, dime que no me llamas para pedirme que haga más cosas —se queja el joven abogado, pues no ha parado de trabajar desde la finalización de esta segunda sesión del juicio—. Acabo de empezar con la pila de documentos que me dejaste ayer —añade, mientras la abogada de cabello rubio platino enfoca su cansada vista en la carretera, siendo consciente de que empieza a difuminarse todo aquello en lo que posa sus ojos—. No puedes esperar que pase todo esto a archivos de audio antes de mañana. ¡Ya es más de medianoche!
—Algunos de nosotros nos vamos a casa ya —sentencia la veterana abogada en un tono serio—. Si lo hubieras hecho durante el día, no tendría que llamarte y no estaría hablando contigo —lo amonesta como si se tratase de un niño pequeño.
—¡He hecho todo lo que me has pedido! —exclama el joven, evidentemente agotado.
—Necesito resúmenes en audio de los archivos personales de Ellie Miller —Jocelyn considera confesarle que está enferma, y que por eso necesita que haga todo esto por ella, pero lo descarta tan rápido como se lo ha planteado—. O que dijo en sus interrogatorios policiales, así como las quejas interpuestas contra ella.
—Vale —Ben finalmente parece recapitular, y Jocelyn escucha cómo anota lo que le ha pedido con rapidez, probablemente en un bloc de notas junto al teléfono—. Bien.
—¿Ya has interrogado a sus colegas?
—Sí.
—¿Y qué te han dicho?
—Voy a por los expedientes —comenta el joven abogado, recordando que algunos de los compañeros de la Sargento Miller no han hecho sino alabar su ética y profesionalidad, además de mencionar la cercanía con la Sargento Harper—. ¿Significa eso que vamos a llamarla?
—¿Y por qué no tengo todas las fotos de las lesiones de Joe Miller? —Jocelyn hace caso omiso a su pregunta, entrecerrando los ojos ligeramente cada vez que se cruza con un vehículo en dirección contraria, cuyas luces la ciegan momentáneamente. En ese momento se percata de que debe girar en una intersección, pues únicamente le quedan tres kilómetros para llegar a Broadchurch—. ¡Mierda! —da un volantazo, pero el coche empieza a deslizarse sin control por el asfalto mojado, casi estrellándose contra otro vehículo que circulaba en dirección contraria. El conductor de éste presiona el claxon.
—¿Jocelyn? —la voz de Haywood es presa de la preocupación, pues claramente ha escuchado la queja de su jefa y el claxon del coche—. ¿Puedes oírme? —cuestiona nuevamente, al mismo tiempo que Jocelyn, en un intento por estabilizar el coche, termina estrellándose contra una cuneta. Aunque por fortuna no iba a demasiada velocidad, salta el airbag—. ¿Hola? ¿¡Jocelyn!? —el abogado rubio empieza a desesperarse, pues ha escuchado el estruendo del impacto y del airbag—. ¡Voy a buscarte!
Jocelyn, que se ha apeado de su coche, camina con pasos algo dubitativos debido al impacto. Aún o ve todo algo difuminado, pero por fortuna, no tiene nada roto. O al menos, eso cree. Se encuentra bien. Debido al shock del golpe apenas registra la intención de su socio de ir a buscarla. Para cuando finalmente ha procesado sus intenciones, ha pasado una hora, pero Ben ya se ha personado allí con su propio coche, y la ayuda a trasladar sus documentos y material de abogacía a su propio maletero. Una vez se asegura de que su jefa esté sentada correctamente en el asiento del copiloto, arranca el motor, comenzado a conducir hacia Broadchurch.
Jocelyn insiste en que la lleve a su casa, por lo que Haywood no tiene más remedio que obedecer, enfilando la calle que los lleva a la vivienda de la mujer de cabello rubio platino. Nada más atravesar la puerta, sin embargo, Ben empieza a cuestionar sus decisiones, realmente preocupado por el accidente, pues ha visto lo malparado que ha quedado el coche.
—Que el taller recoja mi coche por la mañana —le pide a su socio en un tono serio.
—Tienes que ir a un hospital —insiste por cuarta vez el joven rubio—. Podrías haberte lesionado.
—Estoy bien —Knight casi escupe las palabras.
—¿Qué ha pasado? —el joven insiste en saber la razón tras su siniestro.
—Estoy bien —recalca nuevamente la mujer, esta vez en un tono más bajo, tomando en sus manos su bolso con sus documentos y pertenencias—. De verdad. No tienes por qué preocuparte —añade, antes de contemplar cómo su subordinado asiente en silencio, decidiendo respetar su privacidad. Confía en que se lo contará cuando lo crea necesario.
—Buenas noches —se despide Haywood, saliendo de la casa, ingresando en su coche.
Jocelyn se queda sola entonces. Siente que las piernas le flaquean por la pérdida de la adrenalina debido al siniestro, y se deja caer suavemente en el rellano de las escaleras, las cuales conducen a su habitación. Escucha cómo Ben enciende el motor de su coche y se aleja de allí. Su corazón palpita desbocado en su pecho, y hace lo posible por calmarse: podría haber muerto. Ese pensamiento ha empezado a atormentarla sin parar, y se ha intensificado nada más atravesar el umbral de su puerta. Su terquedad ha provocado el accidente. Solo entonces, mientras sube paso a paso y con sumo cuidado las escaleras a su habitación, se pregunta si debería empezar a confiar nuevamente en otras personas.
Ellie, tras una infructuosa noche de sexo esporádico, se encuentra sentada en la cama de la habitación de invitados de la casa de Claire Ripley. No planeaba acostarse con alguien, y no puede decir que haya sido un encuentro satisfactorio. No ha sido lo que esperaba: no le ha brindado el alivio ni la distracción que esperaba conseguir, sino todo lo contrario. No ha dejado de pensar en Joe, en todas aquellas veces que la ha tocado anteriormente. Fija su vista castaña en la ventana de la habitación, observando el cielo nocturno, que, dentro de unas horas, dejará ver las primeras luces del alba. Se pregunta: ¿cómo es que se ha quedado tan sola de pronto? Sin marido, quien era su pilar de apoyo; sin Tom, su hijo que no quiere relacionarse con ella; sin Beth, que la culpa por no haberse percatado de ello... Por si fuera poco, es consciente de que todo Broadchurch la calumnia, y eso le parte el alma en dos.
En ese preciso instante, observa que la luz de la sala de estar se enciende, y Claire empuja suavemente su puerta, sonriéndole con amabilidad. Aún está en pijama, al igual que Ellie, y lleva dos tazas de té en sus manos. Debido al silencio de la noche, se escuchan claramente los ronquidos del hombre con el que la morena se ha acostado.
—Hola...
—Hola —la saluda Ellie, limpiándose las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos debido a lo sola y desamparada que se siente—. Se acaba de ir —menciona, haciendo un gesto hacia su cama vacía.
—¡Qué suerte! —susurra la mujer de Lee con alivio, antes de hacer un gesto por encima de su hombro—. El mío sigue roncando —se carcajea por lo bajo, cerrando la puerta de la habitación de Ellie con el pie izquierdo. Camina unos pocos pasos, quedándose junto a la cama de la castaña, antes de entregarle la taza de té—. Aquí tienes —nada más entregársela, Claire se hace un hueco en la cama de su nueva amiga, tumbándose bajo las sábanas, a su lado. Está claro que, de momento, no tiene intención de volver a su cama, donde se encuentra el otro hombre—. ¿Qué? —cuestiona, observando a su compañera de borrachera, antes de tomar un sorbo de su propia taza de té. Ha advertido las lágrimas que parecían querer caer de sus ojos castaños—. ¿Te encuentras mejor?
—No, solo me ha despejado —responde Ellie en un tono sereno, negando con la cabeza, antes de dar un sorbo a su té. Claire parece algo contrariada por no haber conseguido levantarle el ánimo, por lo que apoya su espalda en el cabezal de la cama. La sargento de policía deja la taza de té en el alfeizar de la ventana, antes de girarse hacia su compañera de cama—. Claire —llama su atención en un tono sereno, pues debe intentar que le cuente algo más—, ¿qué pasó aquella noche?
Ripley parece quedarse momentáneamente sin aliento, como si estuviera revisando mentalmente cada declaración que ha hecho de aquella noche, como si intentase encontrar la mejor opción para esta situación. Finalmente, desvía la mirada a sus manos, donde sujeta su taza de té, y suspira pesadamente.
—No lo sé —acaricia con las yemas de sus dedos la superficie de la taza.
—Claire...
—Lee me drogó —responde de pronto la morena en un tono bajo, interrumpiendo a la castaña de cabello rizado. Parece como si estuviera atemorizada por la aparición del aludido en cualquier momento—. Solía tener esa cosa... Rohipnol —parece esforzarse por recordar el nombre, entrecerrando los ojos—. Le compró una botellita a alguien, y esa noche me drogó, y me desperté en mitad de la noche.
La que ejerciera de sargento de policía la observa concienzudamente: hay algo en la voz de Claire que la hace sospechar. Está cambiando nuevamente su versión, como ya les advirtió Alec que había hecho en otras ocasiones. Suerte que Cora le ha enseñado a percatarse de esos ligeros cambios en el tono, o en los imperceptibles tics de las personas. Puede notar que Claire ha desviado la mirada por unos segundos al mencionar que la drogó, lo que parece ser una mentira, pero no parece mentir sobre el uso del Rohipnol... ¿Entonces qué pasó realmente? Decide seguirle el juego. Escuchar esta versión de su historia.
—No fue lo que contaste a la policía —recalca Miller, recordando haber leído sus declaraciones en los ficheros de Sandbrook de Hardy.
La contempla negar lentamente. Cuando la morena vuelve a hablar, su voz está quebrandose ligeramente, pero la castaña ya ha aprendido lo suficiente de su amiga mentalista para detectar que es intencionado.
—Noto cómo vuelvo a sentirme atraída hacia él ahora que ha vuelto...
—Claire, dime la verdad —insiste Ellie, quien no se cree ese quiebre en su voz, ni como le tiembla el labio inferior—. ¿Dónde estabais la noche que desaparecieron esas chicas?
—Él me drogó —recalca cada palabra en un tono más firme que la anterior, reafirmando esta versión de lo sucedido. Su mirada oliva se ha quedado fija en el rostro de la policía, casi sin pestañear—. Me desperté a las cinco de la mañana, y estaba limpiando. Estaba limpiando toda la casa.
Jocelyn Knight se ha personado en el juzgado de Wessex a primera hora junto con Ben Haywood. Ha llegado el día de darle la vuelta al caso. Está en este momento reunida en la sala del tribunal número uno con Sharon Bishop y Abby Thompson, discutiendo con la jueza Sonia si debería permitírsele declarar a la Sargento Ellie Miller.
—La Sra. Miller es la esposa del acusado, y como tal, no puede ser llamada a declarar —alega Jocelyn, pues sabe que, de salirse Sharon con la suya, podrían poner a Ellie en un brete, y no quiere eso en absoluto—. La defensa no tiene pensado llamarla, Su Señoría.
—También es una de las agentes clave de la investigación —rebate Bishop en un tono lleno de superioridad—. Creo que el jurado merece oír lo que tenga que decir —añade, dando una mirada a la mujer a su izquierda con evidente disfrute personal, pues sabe que su alegato es válido, y podría hacer que Sharma considerase su petición.
—Dado que Su Señoría ha excluido la confesión, ¿cómo podemos esperar que el jurado separe las pruebas de la Sra. Miller como esposa, de las pruebas como policía?
Sonia Sharma parece reflexionar. Tensa la boca en una delgada línea.
—Mi norma siempre consiste en confiar en el jurado —da su respuesta, dejando claro que permitirá que Ellie Miller testifique al ser llamada—. Suelen ser bastante capaces para desligar el papel profesional del personal de los testigos —sonríe a ambas abogadas, notando que el equipo legal del acusado intercambia una mirada triunfal—. ¿Está lista su testigo para declarar, Sra. Knight?
—Así es, Su Señoría. La Sargento Harper está lista —responde Jocelyn, disfrutando enormemente de la expresión de sorpresa que se dibuja en los rostros de Sharon y Abby—. Me he tomado la libertad de pedir que se entreguen las pruebas correspondientes al jurado, así como el equipo necesario para la visualización de una de ellas.
La defensa de Joe Miller acaba de quedarse claramente en estado de shock. La abogada negra, no esperaba que su antigua mentora tuviera interés en llamar a declarar a la que antaño fuera una oficial en el cuerpo de policía, al momento de ocurrir la investigación sobre el asesinato de Daniel Latimer. ¡Se suponía que no era alguien relevante para la defensa o la acusación! ¡Por eso no han contemplado siquiera llamarla!
—¡Su Señoría, la defensa no ha sido informada sobre esta eventualidad! —exclama, intentando mantener la poca compostura que le queda tras esta noticia bomba—. La Sargento Harper era únicamente una oficial al momento de sucederse el crimen. Era una novata inexperta. ¿Cómo podemos asegurar que el jurado sabrá apreciar correctamente sus declaraciones, sin dejarse llevar por su inexperiencia?
Sharon está lívida: ¡no puede creer que Jocelyn le haya colado un gol por la escuadra antes siquiera de empezar esta tercera sesión del juicio! ¿Por qué debe declarar esa testigo en concreto? ¿Acaso se les ha pasado algo por alto? No deja de cavilar sobre ello, cuando sus pensamientos son interrumpidos por la abogada de la familia Latimer.
—Si se me permite, me gustaría recalcar las palabras de mi estimada colega de hace unos instantes —no puede evitar disfrutar con aquella pequeña venganza—: la Sargento Harper es una agente clave en la investigación, habiendo participado en la mayor parte de ésta, y estoy segura de que el jurado merece escuchar aquello que tenga que decir —nota cómo Bishop la taladra con la mirada. Carraspea, volviendo su vista hacia la jueza—. Su Señoría, las pruebas y la declaración de esta testigo se sometieron a las pruebas correspondientes para su admisión, además de ser entregadas el primer día en el que empezó este litigio, garantizándose así la cadena de custodia —argumenta Jocelyn, explicándose en un tono extremadamente sereno y confiado—. Esta testigo es vital, no solo por su papel en la investigación del caso de Daniel Latimer, sino por el hecho de que puede demostrar la reincidencia del acusado, Joe Miller, en lo referente a crímenes contra menores de edad —finaliza, antes de apostillar rápidamente—. Su Señoría, me gustaría pedir encarecidamente a la defensa que no atosigue a la testigo en su interrogatorio, pues ésta sufre de un leve TEPT, y podría provocarle un ataque de ansiedad, obligándola a abandonar el estrado.
La jueza parece satisfecha con el alegato de Jocelyn, y asiente lentamente.
—Permitiré la visualización de las pruebas y la declaración de esta testigo. Dejaremos su interpretación a discreción del jurado —redacta en su cuaderno de notas, antes de posar su mirada en la defensa de Joe Miller—. Por otro lado, Sra. Bishop, le ruego encarecidamente que no achante a la testigo, a fin de que pueda declarar con la mayor concisión posible.
—Sí, Su Señoría.
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