Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14

Sharon Bishop se encuentra ahora en una penitenciaría alejada de los juzgados de Wessex. Ha recorrido un largo trayecto en coche para llegar hasta allí, y así poder ver a Jonah, su hijo, a quien condenaron injustamente por un crimen que no cometió. Simplemente se encontraba en el lugar equivocado en el momento equivocado. La abogada negra conoce perfectamente cómo es su hijo, así como su talante: es imposible que él hiciera aquellas cosas de las que se le acusa.

La abogada repasa en voz alta el caso con su hijo, quien está sentado frente a ella en una mesa dispuesta para las visitas de familiares y abogados.

—Han solicitado más información sobre los detalles del arresto, y las declaraciones de los testigos —le comenta en un tono factual y profesional. Está acostumbrada a hablar así con sus clientes, pero el joven que tiene frente a ella es su hijo. Y no es nada fácil—. Luego veremos si hay alguna base para una apelación.

Jonah, que ya ha escuchado mil y una veces el termino apelación, simplemente se encoge de hombros, abatido. Cuando habla, su voz es desganada. Es como si hubiera perdido las fuerzas para levantarse y pelear.

—Vale...

Como madre, a Sharon le parte el corazón ver esto, pero como abogada, no puede dejar que termine de desmoronarse.

—Tienes que mantener una actitud positiva —le recuerda, y Jonah decide contestar en un tono pesimista.

—Me quedan seis años más aquí. ¿Cómo voy a ser positivo?

Bishop suspira pesadamente, y decide que es el momento de abandonar su papel de abogada para centrarse en su papel de madre. Toma asiento en la silla frente a la de su hijo, entrelazando los dedos de sus manos en un gesto cercano y conciliador.

—¿Qué tal la comida? —no sabe qué más podría preguntarle, dadas las circunstancias, así que opta por abordar un tema de conversación habitual entre madre e hijo. Sin embargo, el joven negro la observa con una ceja levantada, pues es una pregunta un tanto extraña en esta situación.

—¿Hablas en serio? —cuestiona, incrédulo, dejando en evidencia con esa pregunta retórica que, la comida de una cárcel no es precisamente de cinco estrellas—. ¿Cómo va tu juicio? —indaga, pues ha visto cómo el caso tenía un gran seguimiento mediático en la televisión.

—De momento bien —asegura Sharon, quien claramente cree que tiene la sartén por el mango—. Es pronto —añade, antes de que la sirena de fin de reunión suene, con sus ojos castaños posándose en su reloj de muñeca, percatándose de la hora—. Oh, tengo que irme —le informa en un tono apresurado, recogiendo sus papeles, bolso y abrigo, levantándose de la silla—. Tengo un largo camino de vuelta, y me esperan en los juzgados —se explica, como si necesitase justificarse ante él, cuando Jonah comprende perfectamente el tipo de trabajo que realiza su madre—. Siento no poder quedarme más —contempla cómo su hijo se levanta de la silla brindándole un abrazo cariñoso—. Te quiero.

—Yo también te quiero, mamá —responde Jonah, rompiendo el abrazo a los pocos segundos, habiéndose asegurado de que ninguno de los otros reclusos de su módulo los haya visto, pues sabe cómo se las gastan en sitios así.

—Intenta ser fuerte —le pide, pues para Sharon, su hijo lo es todo.

—Sí. No te preocupes por mí.

—Vale —asiente con la cabeza, no demasiado convencida, pero se fía de la palabra de su hijo. Al fin y al cabo, es un chico honrado de buen corazón—. Volveré tan pronto como pueda —se despide finalmente, antes de comenzar a caminar para salir de la sala, y por consiguiente del recinto penitenciario. Le duele horrores dejar a su hijo allí, sin protección, pero sabe que, ahora mismo, lo mejor que puede hacer por él, es creer en su inocencia e intentar demostrarlo como sea.


Al mismo tiempo, en una acogedora y campechana residencia para la tercera edad, Jocelyn Knight se encuentra visitando a su madre. La ayuda a desayunar, a asearse, y la colma en atenciones y cariño cuando va a visitarla cada mañana. Hoy ha decidido pasarse por la residencia antes de ir al juzgado de Wessex. La edad no ha sido amable con su madre. Lo ve cada vez que sus ojos verdes se enfocan en las distintas fotografías de su juventud, cuando aún tenía las fuerzas necesarias para valerse por sí misma. La demencia se ha ido asentando cada vez más fuertemente en su mente, y Jocelyn teme que ya no le quede mucho tiempo que pasar con su madre.

Una vez la ha atendido como es debido, se despide de ella con un casto y afectuoso beso en la frente, y por unos instantes, la alegría y la vida vuelven a estar presentes en los ojos esmeralda de su madre. Le alivia ver que aún la reconoce a pesar de todo. Tras cerrar la puerta de la habitación, habiendo recogido sus pertenencias, se dispone a dirigirse al juzgado de Wessex. Esperaba no encontrarse a nadie por el camino para no retrasarse, pero por desgracia, parece que la vida no es exactamente complaciente con sus deseos.

El gerente del hotel, que también lleva la contabilidad personalmente, la sigue por el pasillo de la planta baja del complejo.

—Sra. Knight —apela a ella, y la veterana abogada de cabello rubio plateado tiene que contener las ganas de poner los ojos en blanco—, esperaba encontrarla aquí —empieza a hablar, como si no le importase que la mujer a su lado tenga cosas más importantes de las que ocuparse—. Es por su factura. Hay algunos retrasos. Retrasos importantes —le comenta, ojeando en sus manos el libro de cuentas en el que se detallan los pagos que Jocelyn efectúa a la residencia a cambio del cuidado de su madre. La abogada tensa la mandíbula: ya sabe que hay pagos atrasados. Pero hasta este caso, estaba viviendo de sus propios ingresos acumulados, y ahora que ha empezado a ganar dinero nuevamente al ejercer, podrá ponerse al día con ellos.

—Mire, estoy en mitad de un caso... —como si no lo supiera ya todo Broadchurch.

—Por supuesto —el gerente la interrumpe, como quien oyese llover—. Pero si pudiera encontrar la forma de ponerse al día con sus... No nos gustaría que perdiese su plaza —añade dejando clara la implícita amenaza: si no paga los plazos a tiempo, echarán a su madre fuera de la residencia.

Jocelyn, ahora desganada y malhumorada, toma en sus manos el papel en el que se detallan sus gastos y dinero atrasado, escaneándolo con su mirada esmeralda.

—¿Cómo la ve últimamente? —cuestiona, pues necesita saber hasta qué punto están atendiendo como es debido a su madre. Necesita saber si le prestan la atención necesaria.

—Oh, no molesta. No molesta nada —esa no es la respuesta que esperaba escuchar. Empieza a impacientarse y enfadarse: a esta gente solo le importa llenarse sus bolsillos de dinero. Oh, si pudiera hacerlo, cuidaría ella misma de su madre en su propia casa—. ¡Dígame cómo desea que lo resolvamos! —exclama el gerente al observar la expresión contrariada de la abogada, quien se ha dado media vuelta, caminando con presteza hacia la salida, ahora sí, dirigiéndose hacia el juzgado de Wessex.


Entretanto, en una de las oficinas del Eco de Broadchurch, la cual se ha instalado en la vivienda de la hermana de Miller, Lucy Stevens está poniéndose al día sobre su nuevo trabajo: clasificar los anuncios que quieran ponerse en el periódico local. Debe encargarse de fijar y cobrar las tarifas correspondientes. Está entusiasmada: desde que Ellie le dio aquel dinero, hace ya tanto tiempo, su vida ha mejorado. Ha dejado de apostar a juegos online y se ha rehabilitado por completo. Puede que su hermana no lo diga abiertamente, pero sabe que está orgullosa de ella.

Olly baja entonces como un huracán del piso superior, donde se encuentra su dormitorio.

—Nos vamos a los juzgados —le indica a su madre, habiéndose vestido formalmente con un traje negro y corbata a juego. Su madre pasa a su lado, llevando en sus manos un montón de archivadores y ficheros.

—¿A quién le toca hoy? —cuestiona, claramente curiosa.

—Más pruebas policiales —menciona Maggie, quien baja también del piso superior, donde estaba adecentándose ligeramente el cabello y el maquillaje—. ¿Tienes claras las tarifas de los anuncios? —cuestiona entonces, echándole una mirada por el rabillo del ojo a la madre de su mejor reportero en ciernes.

—Mag, me encanta este trabajo —responde Lucy, dejando claro que sabe qué es lo que su nueva jefa espera de ella, y no piensa decepcionarla—. ¿A que hacemos un gran equipo? —intenta que su hijo responda a su pregunta, pero para variar, se encuentra tecleando en su ordenador, en una de las mesas cercanas: se ha propuesto ser el informante principal del caso de Joe y Danny, aunque esto la desagrade—. Eh, tu periódico está a salvo en mis manos —asevera, antes de dar una mirada hacia la puerta, por donde entra un hombre joven y bien musculado—. Oh, un cliente. Buenos días —saluda a Lee Ashworth, quien acaba de personarse allí. Sin embargo, para su alivio, Lucy no lo reconoce—. ¿Qué podemos hacer por usted?

—Nos vemos, mamá —se despide entonces Olly, intercediendo en la conversación antes siquiera de que Lee pueda responder a la pregunta. Cuando pasa por su lado, al joven periodista le parece reconocer el rostro de ese hombre, por lo que se lo queda mirando unos segundos antes de atravesar el umbral. Cuando ha salido, el joven sobrino de Ellie no puede evitar quedarse observando a Ashworth por la ventana: su cara le es extremadamente familiar, pero no sabe por qué.

Lucy, que se percata de que su hijo está espiándolos, se acerca a la ventana.

—Largo, vamos —le exhorta, antes de sonreírle de forma cariñosa—. Conduce con cuidado.

Cuando Lee Ashworth se ha asegurado finalmente de estar a solas con Lucy, hace su petición.

—Me... Me gustaría poner este pequeño anuncio, por favor —sentencia, sacando un papel del bolsillo de su chaqueta de camuflaje verde, sobre una camiseta color gris claro—. Servicios de mantenimiento —añade, clarificando su solicitud de empleo, entregándole el trozo de papel a Lucy, quien lo toma en sus manos con una sonrisa.

—Sí, claro. Siéntese —le indica, haciendo un gesto hacia una de las sillas frente a su escritorio particular, sentándose ella misma en su propio asiento. Empieza a teclear en el ordenador casi al momento el contenido del anuncio.

Lee Ashworth permanece pensativo por unos instantes antes de decidirse.

—Quizá podría ayudarme con una cosa —se inclina ligeramente hacia Lucy con la intención de adoptar una actitud más cercana y accesible—. Acabo de mudarme a esta zona —se explica, y la mujer con el cabello teñido de rojo le sonríe amablemente: sabe lo que es empezar de cero en un pueblo como Broadchurch—. ¿Dónde está la comisaría?


Una hora más tarde aproximadamente, el juzgado de Wessex se ha preparado para su consiguiente sesión. Alec Hardy y la joven sargento entran en la sala del juzgado, seguidos por los Latimer. Tras sentarse en su habitual sitio, junto a su inspector, Coraline Harper se percata al momento de cómo el vientre abultado de Beth ha disminuido desde anoche, y se alegra de que la familia al fin pueda tener una razón para ser felices. Mark le coloca un cojín en el asiento a su mujer para que pueda sentarse más cómodamente, mientras que Chloe, se ha quedado con su hermanita fuera de la sala del juzgado. Abby Thompson, como era de esperar, ha llegado antes que Sharon a la sala, pero pronto puede ver a su jefa entrar por la puerta. En cuando lo hace, una sonrisa aliviada aparece en su rostro. Por su parte, Ben Haywood y Jocelyn Knight ya se encontraban en la sala, pues tienen como norma general el llegar antes que nadie para preparar como debe ser su estrategia.

Nada más sentarse la abogada negra en su asiento, Thompson procede a ponerla al día sobre quienes deberán testificar en esa segunda sesión del juicio.

—Ahora es el turno del equipo forense —sentencia en un tono confiado, antes de rebuscar en sus ficheros particulares, encontrando un pequeño post-it amarillo del que pueden echar mano en esta situación—. ¿Recuerdas que te hablé de esa mujer de la limpieza a la que le encanta cotillear? —le indica, arqueando una de sus cejas, y su jefa asiente al momento.

—Claro que lo recuerdo —afirma la abogada de ojos oscuros—. ¿Qué pasa con ella?

—Mira esto —responde Abby, entregándole la pequeña nota adhesiva de color amarilla.

Sharon la lee en silencio con sus ojos, y una sonrisa triunfal aparece en su rostro.

La jueza Sonia Sharma entra entonces a la estancia y todos los presentes se levantan para saludarla. Tras hacerlo, vuelven a sentarse, y la segunda sesión del juicio comienza.

A los pocos segundos, Brian Young, jefe del departamento forense de la policía de Broadchurch, sube al estrado a testificar sobre las pruebas forenses encontradas en la cabaña. Jocelyn empieza su alegato, preguntando a Brian acerca de aquellas pruebas que se encontraron en la cabaña, y que, por tanto, relacionan la muerte de Danny con aquel lugar, además de la posible presencia de Joe Miller allí.

—En la parte inferior izquierda de la puerta, encontramos manchas de sangre, que más tarde fueron identificadas con el tipo de sangre de Danny. Eran una coincidencia perfecta —se explica en un tono profesional, antes de que Jocelyn continúe con su interrogatorio.

—¿Qué se encontró en el coche del Sr. Miller cuando fue examinado?

—Encontramos rastros del líquido de limpieza que se había utilizado para limpiar la cabaña donde Danny fue asesinado —rememora perfectamente el momento en el que tuvieron que examinar el coche familiar de los Miller, y no puede dejar de pensar en lo mal que lo debe estar pasando Ellie. Además, ella aún no puede entrar en la sala del juzgado a no ser que se piense llamarla a declarar, como a alguno de los testigos allí presentes.

—¿Se encontró algo más? —incide Jocelyn, deseando dejar claro que los rastros del líquido de limpieza no deberían estar presentes en el coche del acusado.

—Una bolsa de plástico que concordaba con unas fibras que encontramos en el suelo de la cabaña, y en las botas encontradas en la casa del Sr. Miller.

—¿Lo que da a entender que llevaba bolsas de plástico para cubrir sus zapatos, no es así? —Jocelyn apunta ese detalle, a sabiendas del hecho de que servirá como punto crucial para empezar a resquebrajar mínimamente la defensa de Sharon de Joe Miller. No puede esperar a hacerle un boquete a esa defensa cuando testifique cierta sargento de policía de ojos color azul celeste.

Sin embargo, Sharon no está dispuesta a admitir esa pregunta especulativa, y se levanta.

—La implicación no es una evidencia válida, Su Señoría.

La jueza, Sonia Sharma, asiente lentamente, antes de indicar su objeción a ese tipo de línea de interrogatorio.

—El jurado puede sacar sus propias conclusiones sobre aquello que está implícito, Sra. Knight —la amonesta ligeramente en un tono sereno, a pesar de que entiende por dónde quiere ir la veterana abogada de ojos esmeralda—. No es necesario que usted lo haga por ellos.

—Entonces lo dejaré ahí —asiente Jocelyn, realmente contenta por haber podido, al menos, crear esa duda razonable en el jurado—. Gracias, Sr. Young —solo entonces vuelve a sentarse en su asiento, cediéndole el turno del interrogatorio a la defensa del acusado.

Brian, que no está acostumbrado a testificar en un juicio de este calibre, debe respirar hondamente y dar un buen trago al vaso de agua que tiene en el estrado. Esta situación se escapa de su control y lo pone nervioso. Y ese nerviosismo es exactamente lo que Sharon Bishop piensa explotar en su beneficio, a pesar de sus recientes declaraciones contra su defendido.

La abogada con cabello rizado de color negro se levanta entonces del asiento.

—Las primeras huellas dactilares que se encontraron en la cabaña dentro de las 48 horas posteriores a la muerte de Danny, ¿fueron identificadas positivamente? —tiene decidido por dónde quiere ir en su línea de interrogatorio, y no le bastará mucho más para crear la duda en el jurado de que Mark Latimer, padre del niño, podría haber tenido también un motivo oculto para estar en la cabaña. Debe desviar la atención de su acusado.

Brian Young traga saliva, pues sabe que sus palabras pueden ser malinterpretadas de muchas formas, y más por esta abogada, a quien ya ha escuchado y visto actuar en la anterior sesión. Esto no tiene buena pinta, y por la expresión contrariada en los rostros de Cora Harper y Alec Hardy, no parece que vaya a ir a mejor.

—Sí, eran de Mark Latimer.

En cuanto escucha su nombre, Mark niega con la cabeza, mientras Beth, su mujer, posa su mirada sorprendida en él. ¿Por qué estaba en la cabaña? Por un momento está tentada a preguntarle por qué, pero de pronto recuerda que previamente lo llamaron para arreglar la cañería que se había roto, por lo que siente que el alivio la invade. Sin embargo, al mismo tiempo, siente que el agobio de ayer vuelve a ella: ¿a dónde quiere ir a parar esa maldita abogada?

—¿El padre de Danny? —Sharon quiere que lo clarifique para que no haya duda alguna.

—Sí.

Abby observa a su jefa con una sonrisa socarrona: está claro que está recreándose mínimamente en esta situación.

—¿Las huellas del padre de Danny fueron las primeras huellas encontradas en la escena del crimen? —la ironía en sus palabras podría cortar el aire debido a la fuerza de dichas implicaciones. Joe Miller observa a su abogada defenderlo, sin siquiera parpadear. No le importa lo que tenga que hacer para librarse. Pero debe hacerlo cueste como cueste.

"Maldita sea esa Sharon Bishop. Ya veo cómo se las gasta en el tribunal. Queda claro que hará lo que sea por tergiversar nuestras palabras en todo momento para encontrar aquella cara de la verdad que más le convenga para defender a Joe. No le importa a quién tenga que pisotear para lograr su veredicto de no-culpabilidad", reflexiona para sí misma la Sargento Harper, habiéndose cruzado de brazos, con el ceño fruncido, antes de negar con la cabeza levemente. "Tendré que andarme con pies de plomo mañana. Oh, todo esto me revuelve el estómago...".

El Inspector Hardy, notando su evidente incomodidad, disimuladamente roza su mano, la cual tiene apoyada en su rodilla izquierda, contra la mano derecha de ella, también sobre su propia rodilla. Ella asiente imperceptiblemente, indicándole así que le agradece su incondicional apoyo, como ya es costumbre.

—Sí. Pero más tarde fue descartado porque descubrimos que...

—Solo nos interesan los detalles forenses, gracias —Sharon lo interrumpe en ese preciso instante: ahora mismo no necesita que de detalles al jurado sobre la aventura de Becca Fisher y Mark Latimer. Ya tendrá tiempo más tarde para poner el foco en ese posible móvil para el asesinato del niño de once años.

Jocelyn, sin embargo, decide intervenir nuevamente para que el testigo clarifique por qué se descartaron las huellas de Mark Latimer encontradas en la cabaña del acantilado, a fin de esclarecer los hechos, pues tienen relación con las pruebas forenses encontradas. No servirá para hacerle un sustancioso daño a la defensa de Joe, pero al menos la agrietará un poco.

—Su Señoría, con su permiso, me gustaría que el testigo clarificase sus últimas declaraciones, ya que guardan una estricta relación con las pruebas forenses —pide a Sonia, quien espera a que continúe con su petición—. Sr. Young, ¿por qué fueron descartadas las huellas de Mark Latimer encontradas en la cabaña del acantilado, la escena del crimen, 48 horas después del asesinato de Danny?

Sharon tensa la mandíbula, claramente contrariada: no se esperaba que su antigua mentora fuera a intervenir nuevamente, y menos aún, que pusiera en duda la razón para la presencia de las huellas de Mark en la escena del crimen. Ha sido una jugada inesperada, pero no es tarde para darle la vuelta a la situación. Brian, por su parte, parece aliviado de que la abogada de ojos oliva haya actuado para clarificar ese asunto, por lo que no tarda demasiado en responder.

—Fue descartado porque descubrimos que el Sr. Latimer había arreglado una cañería rota hacía varios días. La contabilidad de su casa, y la mujer que limpia la cabaña del acantilado lo confirmaron.

—Muchas gracias, Sr. Young —Jocelyn vuelve a sentarse.

Sharon toma varias bocanadas de aire para calmarse, pues el tercio de Knight la ha descolocado momentáneamente. Entonces posa su vista en el pequeño papel adhesivo que Abby le ha entregado, y tras suprimir una sonrisa llena de satisfacción, decide utilizarlo.

—¿Han trabajado juntos durante mucho tiempo usted y la esposa del acusado, la Sargento Ellie Miller?

—Desde hace poco más de cuatro años —responde Brian con una sonrisa amigable, pues Ellie es una buena amiga suya desde hace tiempo.

—¿Han estado sus encuentros siempre relacionados con el trabajo? —cuestiona Sharon, antes de soltar la bomba que estaba guardándose para este momento—. ¿Alguna vez ha tenido una aventura con la Sargento Miller? —en cuanto las palabras salen de su boca, disfruta de la reacción en sorpresa que se desencadena en los asistentes, a excepción, claro está, de Alec Hardy y Coraline Harper.

A Jocelyn le falta tiempo para levantarse de su asiento como un resorte.

—Su Señoría, ¿a dónde quiere llegar la defensa?

Alec y su agraciada subordinada intercambian una mirada preocupada. Saben perfectamente a dónde quiere ir a parar la defensa de Joe. Está claro que han conseguido información por parte de personal de la comisaría.

"Probablemente", se dice la joven de piel de alabastro, "habrá sido alguna de las chicas de la limpieza. Les encanta cotillear por las esquinas". La joven analista del comportamiento niega con la cabeza nuevamente y se muerde el labio: definitivamente odia los chismorreos de los pueblos. Por suerte, aquellos que se habían iniciado sobre su madre, Tara y ella, ya han remitido con el paso de los meses, habiéndose convertido en miembros queridos de la comunidad de Broadchurch. A Tara Williams es muy difícil no cogerle cariño, al fin y al cabo. "Papá siempre decía que mamá era capaz de hacerse amiga hasta de las piedras", rememora con añoranza, antes de salir de su paseo por los recuerdos, centrándose nuevamente en la sesión.

La jueza Sharma se despoja de sus gafas de cerca, también extrañada por la línea de interrogatorio que está siguiendo la abogada del acusado. Carraspea y arquea su ceja derecha.

—Sí, eso es exactamente lo que me pregunto yo también, Sra. Bishop

—Esta pregunta es relevante para determinar la integridad del testigo, Su Señoría —se defiende Bishop, pues conoce el reglamento y es consciente de que puede examinar esa parte de la declaración del testigo—. Creo que tengo derecho a indagar sobre ello.

—Está en su derecho, pero ¿podría mantenerlo pertinente, por favor? —le pide a la abogada, quien asiente lentamente, antes de girarse hacia el testigo en el estrado—. Puede responder a la pregunta, Sr. Young.

Brian se limita a tragar saliva ligeramente antes de contestar con un tono sereno.

—No hemos tenido una aventura.

—¿Alguna vez le sugirió a la Sargento Miller el tener una aventura? —empieza a intentar presionar al testigo con esa pregunta, pues necesita que de la respuesta que está esperando desde que ha decidido sacar el tema.

—Le pedí salir.

—¿Sabiendo que está casada? —se escandaliza Sharon, además de los otros testigos presentes en la estancia del tribunal.

—No creo que eso sea un crimen, ¿no es así? —Brian se encoge de hombros, inseguro sobre qué más contestar. No quiere poner en un brete a la pobre Ellie, pues es lo último que necesita en estos momentos.

—¿Hay mucho sexo extramatrimonial dentro del departamento de investigación criminal de Broadchurch? —cuestiona en un tono irónico, antes de volver a intervenir, sin darle tiempo al veterano forense a responder a la primera pregunta—. ¿Intentó invitar a salir a alguna de las otras mujeres con las que trabaja en el departamento de investigación criminal?

Brian suspira pesadamente y desvía la mirada hacia sus pies.

—Sí. Le pedí salir a la Sargento Coraline Harper —responde, sin percatarse de la mirada gélida y la tensión en la mandíbula del inspector escocés de cabello castaño, quien no aprueba esas acciones por razones meramente personales—. Dijo que no. No pasó nada, ni con ella, ni con la Sargento Miller.

Joe Miller entonces finalmente desvía la mirada del estrado y de su abogada, posándola en los dos policías, compañeros de Ellie, quienes están sentados a su derecha, tras el cristal que los separa. La expresión de su rostro es una llena de sorpresa, pues para él era desconocido que Brian Young hubiera intentado ligar con su mujer mientras aún se encontraban casados. Sin embargo, tanto el hombre de delgada complexión como la mentalista se limitan a ignorar la penetrante mirada del acusado.

Unos minutos más tarde, Alec Hardy se ve obligado a subir nuevamente al estrado para finalizar su declaración del día anterior. Al fin y al cabo, aún quedan pruebas que necesitan ser aclaradas, y solo él, además de su protegida, podrían aclarar su procedencia y su propósito.

Le hacen entrega de una prueba, en la cual se puede apreciar una fotografía del teléfono móvil de Danny, el cual estuvo desaparecido la mayor parte de la investigación criminal, hasta el día del arresto de Joe Miller. Da una mirada disimulada a la muchacha taheña que lo observa con la intención de brindarle su apoyo, y la contempla asentir imperceptiblemente.

Jocelyn, que se ha levantado nuevamente de su asiento, comienza su interrogatorio.

—¿Ese es el móvil que tenía en sus manos el acusado, el día que usted y la Sargento Harper lo arrestaron?

—Sí. Pertenecía a Danny Latimer —responde, el inspector escocés de delgada complexión—. Danny tenía dos móviles: este en concreto, es el que le dio el Sr. Miller —añade, desviando ligeramente su mirada hacia la jaula de cristal del acusado, cuyo rostro ha vuelto nuevamente a volverse imperturbable.

—¿Qué descubrieron en el registro de llamadas de ese teléfono móvil?

—Descubrimos que solo un número había llamado y enviado mensajes al teléfono móvil de Danny —aún recuerda con claridad el día que Lina y él descubrieron el contenido de los correos electrónicos y los mensajes del muro de redes sociales del niño de once años—. Era un número de móvil que pertenecía al Sr. Miller.

Jocelyn asiente, pues las pruebas forenses y las pruebas encontradas tanto en la escena del crimen como en la vivienda de los Latimer, son cruciales y demuestran de forma veraz y fehaciente la implicación y cierta culpabilidad del acusado.

—Cuando confiscaron el ordenador del Sr. Miller, ¿encontraron más pruebas de la comunicación entre el acusado y la víctima, Danny Latimer? —la abogada de la familia indaga en un tono sereno, mientras que, por el rabillo del ojo, se percata de que Sharon y Abby intercambian una mirada entre divertida y nada sorprendida, como si ya se esperasen que fuera a continuar por esa línea de interrogatorio.

El protector y amigo de la muchacha taheña coloca las manos a su espalda, adoptando una disposición accesible y relajada, pues confía en los métodos de Jocelyn Knight para llevar a cabo este interrogatorio en el juicio.

—Encontramos una cuenta de correo electrónico bajo un nombre falso, que solo se usaba para enviarle correos a Danny —informa al jurado, quienes evidentemente toman nota de esos datos.

En ese instante, a una señal de la abogada de ojos esmeralda, uno de los miembros del tribunal se acerca al estrado, llevando en sus manos un conjunto de hojas de papel grapadas entre sí con eficiencia.

—Le están haciendo entrega de una prueba —le clarifica al inspector, quien apenas necesita unos segundos para identificarla: el historial de correos entre Danny y Joe Miller, el cual consiguieron Lina y él aquella terrible madrugada—. La prueba MJC735, del lote del jurado —para este momento, Alec se ha colocado las gafas de cerca, para así, poder ver bien los correos que ahora tiene en sus manos—. ¿Puede confirmar que se trata de copias de correos enviados desde esa cuenta?

—Así es —Hardy ha vuelto a desviar su mirada hacia el jurado, asintiendo con vehemencia.

—¿Podría leer en voz alta, el correo enviado a Danny Latimer el 29 de mayo?

El hombre con cabello lacio traga saliva: esto es algo que no esperaba tener que hacer nuevamente, pero se arma de valor tras posar su vista en la mirada determinada de su querida Lina, quien también estaba con él cuando leyeron estos correos por primera vez. Finalmente, el veterano agente de la ley suspira, antes de comenzar a leer cada palabra:

—«Me encantó verte anoche. Siento que las cosas no vayan bien en casa. ¿Quieres que volvamos a quedar el jueves? Podría quedar entre nosotros» —lee con un tono de voz que se quiebra imperceptiblemente, pues los correos, aunque pueden pasar por inocentes, ahora que sabe la verdad tras cada palabra, le provocan un escalofrío que lo recorre de arriba-abajo.

—¿Y el del 25 de junio, de Danny al acusado? —le pide Jocelyn, no pasando inadvertida la mirada asombrada que Beth Latimer le dirige al acusado del asesinato de su hijo. No puede creer que se atreviera a proponerle eso a su Danny. A su niño.

—«¿Por qué nadie me entiende como tú? Disfruta de las vacaciones. Te echaré de menos».

—Gracias —la abogada de piel clara y ojos color oliva vuelve a sentarse.

La estancia queda en un breve silencio tenso, pues las palabras que ha escrito Danny en ese correo parecen haber sido escritas realmente por un adulto, que estuviera preparando a un niño para un encuentro puramente sexual e ilícito. Sharon debe actuar rápido para desviar las sospechas, y así lo hace, levantándose mientras sujeta en su propia mano derecha una copia de dichas transcripciones.

—¿Y podría leernos la transcripción del 16 de mayo, por favor?

El hombre del estrado accede no verbalmente a hacerlo, aunque a regañadientes.

—«Sé que tu padre se arrepentirá de haberte pegado. Puedes hablar conmigo cuando quieras».

Beth y Mark intercambian nuevamente una mirada, hasta que el patriarca de la familia finalmente desvía la suya hacia el reo: sabe perfectamente por lo que los está haciendo pasar. Sabe perfectamente que jamás podrá perdonarse por haberle pegado a Danny, porque ya no puede disculparse con él por ello. Porque Joe se lo arrebató, aprovechándose de su vulnerabilidad y confianza. Joe fija por un ínfimo instante su mirada en el padre de Danny, rascándose la nuca, antes de desviarla rápidamente, como si estuviera avergonzado u atormentado por sus acciones.

—¿Qué pruebas tienen para demostrar que el Sr. Miller usaba su móvil cuando se realizaron las llamadas o se enviaron los mensajes? —la abogada negra continúa con su interrogatorio, contemplando cómo el escocés se despoja de sus gafas de cerca, guardándolas en el bolsillo pechero de su chaqueta.

—Se enviaron desde su número privado —responde el Inspector Hardy en un tono serio.

—Pero alguien más podría haber cogido el teléfono y utilizarlo.

Oh, eso sí que no. El veterano agente de policía no piensa dejar que utilice esa línea de interrogatorio con él. Rápidamente se dispone a clarificar los hechos.

—Creemos que fue el Sr. Miller, puesto que las antenas de telefonía situaron el teléfono móvil en su casa.

La jefa de Abby contempla cómo el inspector es sagaz y sabe responder con certeza a sus preguntas, dejando poco o ningún margen para una sospecha que no sea sobre Joe, por lo que decide cambiar de estrategia.

—El ordenador con la cuenta de correo usada para escribir a Danny, ¿era un ordenador privado?

—Era el ordenador de la casa del Sr. Miller —responde Alec, recordando que, además del portátil de Tom, no había ningún otro dispositivo electrónico que se utilizase para redactar u enviar correos al niño.

—Era el ordenador familiar, ¿no es así?

—Así es.

—¿Estaba protegido con contraseña? —Sharon continúa sembrando pequeñas migajas de pan que sirvan para crear una duda razonable sobre la implicación y/o culpabilidad de Joe Miller.

—No, pero creemos que el Sr. Miller era el principal usuario de ese ordenador.

"Ya veo lo que intenta: quiere implicar que cualquier individuo que tuviera acceso a la casa, y, por ende, al ordenador, puede ser un sospechoso. Lo que significaría que esa persona es el auténtico emisor de dichos correos a Danny", piensa con celeridad la analista del comportamiento, a quien no le han bastado más que unas pocas palabras y el tono de la abogada de Joe para averiguar su propósito. "Esto dejaría abierta la posibilidad de que Ellie fuera sospechosa... ¿En serio este ser despreciable, es capaz de permitir que sus abogadas intenten hacerle tanto daño a la persona que dijo, que aseguró, querer? No sé ni por qué me lo pregunto, cuando la respuesta es obvia".

—Pero no era el único usuario, porque era el ordenador familiar —argumenta Sharon bajo la atenta y cuestionable mirada de Jocelyn, quien ahora tiene la boca tensa—. Accesible para cualquiera que viviera allí, o visitara la casa.

—Bueno, dudo que el bebé lo usara —el escocés no se resiste a rebelarse ligeramente, haciendo uso de su sarcasmo, lo que arranca una ligera e involuntaria carcajada en los miembros del jurado. Su protegida y persona querida también parece encontrar algo de humor en su respuesta, porque la ve ocultar su boca tras su mano derecha, en un intento de disimular su sonrisa.

La jueza Sharma se apresura en amonestarlo con una sonrisa suave, indicando que, si bien no piensa tolerar el sarcasmo en su sala, admite que tiene cierto punto gracioso.

—No me gusta el sarcasmo, Sr. Hardy —Alec agacha el rostro al escucharla, algo avergonzado: a veces su temperamento es más fuerte que él—. Cíñase a los hechos, por favor.

—Sí, Su Señoría.

—La mujer del Sr. Miller, la Sargento Ellie Miller, que está involucrada en el caso —comienza entonces Sharon, y tanto la taheña como el castaño automáticamente se ponen en guardia, como si estuvieran a punto de defender a su amiga de un ataque malintencionado—, también tenía acceso al ordenador mucho antes de que fuera confiscado, ¿verdad? —indaga, dejando abierta la posibilidad de poder llamar a la Sargento Miller a declarar en los días venideros.

—Sí, pero...

Bishop lo interrumpe.

—Así que, cualquiera que viviera en esa casa, incluyendo a la mujer del Sr. Miller, su colega, podría haber utilizado dicho ordenador hasta el momento en el que se produjo el arresto del Sr. Miller, ¿sí o no?

—Sí —responde entre dientes.

"¿De modo que este es su plan? ¿Desestabilizar cada palabra que digamos para conseguir que Joe Miller se salga de rositas? ¿Pero qué clase de abogada es? ¡Maldita sea!", la ira ahora recorre cada fibra del cuerpo del hombre de delgada complexión, quien no puede hacer nada por defender a su amiga, sintiéndose realmente impotente. Sabe lo que esta línea de interrogatorio significa, y no le gusta ni un pelo. Aprieta los puños tras el estrado.

—Gracias —sentencia Sharon, antes de sonreír con sorna, la cual enmascara con una falsa expresión de agradecimiento—. No hay más preguntas, Su Señoría —añade, sentándose nuevamente donde le corresponde.


Esta segunda sesión del juicio termina pocos minutos después. Coraline Harper y Alec Hardy salen de la estancia con pasos rápidos, dirigiéndose rápidamente a donde Ellie Miller se encuentra. La mujer de cabellera castaña rizada se ha quedado cerca de una de las mesas, tomándose el tercer o cuarto café de esa mañana, preguntándose qué diantres estará pasando en la sala, pues hasta que no declare no la pueden hacer partícipe de lo sucedido, al ser una parte implicada personalmente con el acusado de dicho juicio. Alza el rostro en cuanto escucha la voz rasposa y claramente molesta de su jefe, a quien ve caminar hacia ella junto a su buena amiga de piel de alabastro, también con una expresión molesta en el rostro.

—Esas abogadas... ¿¡Quiénes son!? ¡Nunca han hecho nada útil! ¡Solo se limitan a acusar! —se exaspera en voz alta, notando que su compañera de ojos cerúleos, que camina a su lado, se sobresalta ligeramente al escucharlo vociferar tan cerca de su oído. Se siente ligeramente culpable por hacerla achantarse, así que decide bajar su tono para expresar lo que piensa.

A un gesto de su brillante y analítica amiga, indicándole que los siga, Ellie se levanta de su asiento, tomando en sus manos su taza de café y su bolso. Hace ligeros esfuerzos por seguir las enormes zancadas de Hardy, quien, debido a su frustración, camina como si pretendiese hacerle surcos al suelo que pisa.

—¿Qué ha pasado ahí dentro? —cuestiona la que antaño fuera una sargento de policía, claramente preocupada e intrigada por el estallido de furia por parte de su amigo. Pocas veces lo ha visto así de soliviantado. Pero antes de que Coraline pueda responder, el escocés continúa hablando.

—Todo el sistema apesta. ¡Así es como gente como Ashworth se libra, y a la gente decente la tratan como a una mierda y se permiten difamarla...! —el hombre con vello facial está lanzado, y ni siquiera puede dejar de alzar el tono. Necesita liberar esa tensión que lo reconcome tras ese interrogatorio tan injusto.

—¿Difamar a quién? Dígamelo —le pide, antes de volverse hacia su compañera, contemplando que su jefe ahora no está muy por la labor de responder preguntas—. Dímelo, por favor, Cora —espera que su subordinada pueda aclarar sus dudas. Bueno, la que antaño fuera su subordinada, pues el cargo que ocupa actualmente es el equivalente al suyo.

—Lo siento, Ellie —niega la muchacha de piel clara, colocándose la chaqueta del uniforme de trabajo, sobre el chaleco sin mangas que envuelve su camisa blanca—. No puedo hacerlo. No hasta que hayas declarado.

—Pues dile que se calle —indica, haciendo un gesto hacia su jefe, quien se vuelve hacia ella con una ceja arqueada, falsamente ofendido—: me está poniendo nerviosa.

—Escuche —Alec cambia de humor y de tema al momento, pues ahora deben concentrarse en otros asuntos más apremiantes. Ya no se puede hacer nada por arreglar lo sucedido en esta sesión del juicio, pero pueden continuar trabajando en el caso de Sandbrook—. Necesito que sea la mejor amiga de Claire. Si no, Ashworth volverá a entrar en su vida. Vaya a verla —le confía en un tono sereno, dando sus órdenes en un tono seco, como es costumbre—. Averigüe si él está contactando con ella, o ella con él —añade, antes de percatarse de que la mirada de Ellie está fija al frente, en apariencia, sin prestar atención—, ¿me está escuchando?

—¿Bob? —cuestiona Ellie, encontrándose con el agente de policía de la comisaría de Broadchurch, amigo suyo y compañero habitual en su trabajo, en las escaleras que descienden a la planta baja de los juzgados de Wessex—. ¿Qué haces aquí? No sabía que te habían citado.

—Hola Ellie —saluda a su buena amiga con una sonrisa, pues al igual que muchos en la comisaría, creen en su desconocimiento sobre las actividades de Joe—. No he venido por eso, en realidad —se sincera—. Sargento Harper —saluda a la muchacha con su título reglamentario, asintiendo levemente con la cabeza—, me temo que deberán acompañarnos, usted y el Inspector Hardy —comenta, y la taheña se cruza de brazos, apareciendo en su rostro una expresión de desconfianza a la par que certeza—. Han presentado una denuncia contra ustedes, señor: por acoso. —le explica al enmudecido inspector de complexión delgada—. Un tal Lee Ashworth —en cuanto el nombre sale de los labios de Bob Daniels, los tres policías y amigos tienen que resistir el impulso de poner los ojos en blanco—. Afirma que usted lo recluyó, lo grabó ilegalmente —se dirige a Hardy en primer lugar, antes de volver su rostro hacia la taheña—, y que usted lo atacó físicamente.


Lee Ashworth, que gracias al anuncio en su periódico ha conseguido un empleo en una de las granjas cercanas al pueblo de Broadchurch, está reparando una de las verjas de madera con un martillo, asentando bien cada pilar en la tierra, para evitar así que el rebaño se escape. Se ha despojado de su habitual camiseta ajustada y su chaqueta de cuero, cambiándolas por una simple camisa negra de tirantes. Más fresca y cómoda para largas sesiones de trabajo que requieren esfuerzo físico. Mientras martillea ese tocón de madera que debe clavarse en la tierra del campo, el que antaño fuera arquitecto rememora alguno de sus momentos pasados en Sandbrook.

Estaba diseñando y erigiendo una puerta de madera entre sus dos jardines para que las niñas pudieran pasar de casa en casa con facilidad, pues era habitual que fueran a verlos varios días. Alza la vista entonces, observando a Lisa Newbery en la ventana de la casa de los Gillespie, peinando a Pippa, a quien tiene frente a su cuerpo, también observándolo desde la ventana. Lisa y él intercambian entonces una sonrisa íntima y ciertamente cercana, llena de un descarado flirteo. Sin embargo, la sonrisa de la jovencita de cabello rubio se borra nada más acercarse Cate Gillespie también a la ventana, cuyos ojos castaños tampoco pierden detalle de sus movimientos.

Lee Ashworth parpadea en varias ocasiones, saliendo del mural de sus recuerdos, martilleando nuevamente el tocón de madera con fuerza considerable, antes de percatarse de que un coche de la policía se estaciona a pocos metros de su posición. Con una sonrisa satisfecha, contempla cómo el Inspector Hardy y su pequeña compañera se apean del vehículo, seguidos por otro agente de la ley. Caminan hacia él con pasos lentos y unas expresiones adustas en el rostro.

—No me puedo creer que nos hagas hacer esto, Bob —masculla la muchacha de veintinueve años entre dientes, claramente ofuscada por el hecho de tener que resolver este asunto, cuando claramente se trata de una encerrona para poder humillarlos.

—Lo siento, Sargento Harper —se disculpa con ella su compañero, quien, con el paso del tiempo y su estrecha colaboración en los últimos meses, le ha tomado cierto cariño—. Pero es esto, o recurrir a asuntos internos, ya lo sabe.

—Sí, lo sé —afirma la joven, caminando junto al hombre con vello facial, quien respira algo agitado por el esfuerzo, lo que provoca que Coraline se mantenga a su vera, en caso de necesitar su apoyo—. Será mejor que esperemos aquí —sentencia, quedándose quieta de pronto—, indicándole a Alec que se detenga también—: ya estamos en un territorio neutral, y no me gustaría que se nos interpusiera otra demanda por acoso —añade en un tono irónico, que Bob capta al momento, sonriendo divertido ante su sagaz mente. El escocés junto a la muchacha también capta su intención y sonríe por dentro: adora verla hacer uso de su inteligencia de esta manera.

Bob le hace un gesto a Lee Ashworth para que se acerque a ellos. Una vez éste obedece esa orden implícita, los agentes de policía quedan frente a su principal sospechoso en la investigación de Sandbrook, con Bob entre ellos, como mediador. La tensión podría cortarse con un cuchillo, por lo que Daniels interviene, hablando en un tono calmado.

—Todos estamos muy tensos ahora mismo, así que, a ver si podemos solucionarlo aquí.

—El Inspector Hardy me llevó a una casa —empieza alegando Ashworth, antes de dar una calada a su cigarrillo—, me grabó en privado, y cuando me marché, me siguió junto con su compañera —añade, antes de posar su mirada en los ojos cerúleos de la pequeña mujer que tiene delante, observándola nuevamente de pies a cabeza, como si de un trofeo se tratase—. Después, ambos me atacaron, aunque la Sargento Harper se esmeró más que el inspector.

—Fue en defensa propia —asevera la sargento de policía en un tono férreo, dejando que su voz se impregne con un leve tinte de hostilidad.

—Reconozco que en su caso podría haber sido defensa propia —concede en un tono algo bajo, como si intentase seducirla, haciéndole un favor, solo para recibir una mirada asesina por parte del escocés de ojos castaños—. Pero no en el caso de él —señala con su mirada azul a Hardy, quien apenas necesita unos segundos para rebatir esa acusación.

—Usted me atacó a mí.

—¿Lo ve? —cuestiona Lee, desviando su mirada hacia Bob, antes de dar una nueva calada a su cigarrillo—. Así es él —añade, antes de suspirar—. De hecho, me retracto de la acusación realizada contra la Sargento Harper —sentencia de pronto, sorprendiéndolos—. Ahora que lo recuerdo mejor, intentó apartar al inspector de mí, para evitar que me agrediese más de lo debido —añade, lo que provoca que la joven mentalista tenga que resistir el impulso de repetir ese movimiento de judo, y así dejarlo inconsciente otro buen rato.

—¿Qué tiene que decir en su defensa? —cuestiona Daniels, observando al Inspector Hardy.

El hombre de delgada complexión, vestido con su habitual atuendo de trabajo, simplemente desvía la mirada unos segundos. Sabe lo que tiene que hacer, y no le gusta para nada: debe humillarse, tragarse su orgullo para evitarse mayores inconvenientes en lo venidero. Por ello, coloca sus manos frente a su cintura, sujetando la muñeca derecha con su mano izquierda en un gesto de arrepentimiento, aunque sea fingido.

—Me encuentro bajo mucha presión ahora mismo, con lo del caso —hasta la saliva parece quemarle la garganta nada más tragarla—. No debería haber hecho lo que hice —asegura, sintiendo que una leve brisa se levanta, revolviéndole el cabello—. La Sargento Harper intentó, en lo que era el ejercicio de su deber, disuadirme de ello —en cuanto dice esas palabras para defender su ética, Alec comprueba que la joven a su lado está a punto de apostillar algo, pero con una mirada castaña, logra silenciarla. Como ya le dijo alguna vez anteriormente, prefiere mancillar su reputación a que lo hagan con la de ella.

Lee Ashworth parece conforme con las palabras de Hardy, limitándose a dar otra calada.

—Vale... —indica, comprobando que el inspector y su cachorrita se dan media vuelta, dispuestos a marcharse de allí, pero para su desgracia, aún no ha acabado con ellos—. Pídame perdón —le exige, sintiendo un ramalazo de placer al entrever la frustración en dos pares de ojos, castaños y azules.

—¿Qué? —esta vez es Coraline quien alza mínimamente la voz, realmente contrariada por su burda y descarada petición.

"Realmente quiere ver cómo nos humillamos, ¿verdad? Estaría incluso dispuesto a hacer que nos arrodillemos y le besemos los zapatos. Si eso es lo que Ashworth está buscando, reglamento o no, nada impedirá que le propine una buena patada en las pelotas", piensa para sí misma la mujer de veintinueve años, apretando los puños con fuerza. Cuando terminen aquí, piensa tomarse una tila para aplacar su frustración e impotencia... Si es que le es posible, dadas las circunstancias.

—Pídame perdón —recalca el marido de Claire Ripley, soltando el humo del cigarrillo, dejando que la brisa se lo lleve. Los tres saben que no solo le está exigiendo una disculpa por su encerrona, sino por esa vendetta personal, que, según Ashworth, Hardy lleva años teniendo en su contra. Piensa humillarlo, hacerlo arrodillarse si hace falta, hasta conseguir la disculpa que necesita. Y piensa disfrutar de cada segundo.

El que fuera el encargado de investigar el caso de Sandbrook coloca una mano en el hombro de su protegida, instándola a calmar sus ánimos. No quiere darle la satisfacción a Ashworth de verlos a ambos soliviantados. Tragando saliva, y con ella, parte del orgullo del que aún dispone, habla.

—Lo siento.

—¿Cómo dice? —Lee se hace el loco, como si no lo hubiera escuchado. Ni en todas las posibilidades que se ha imaginado a lo largo de los años, ha contemplado la idea de que Alec Hardy, orgulloso como es, acabe por ceder ante él, pidiéndole las disculpas que se merece desde hace tiempo.

—Lo siento —recalca el hombre trajeado en un tono más elevado—. Le pido perdón por cualquier error de juicio —su voz suena tirante, llena de desprecio. Dios sabe lo mucho que le quema el tener que pronunciar estas palabras. Lo detesta. Es como si estuviera obligado a tragar veneno.

—Bien —intercede Bob, contemplando que, evidentemente, la relación que parece haber entre sus compañeros y este hombre es realmente hostil, y no quiere propiciar un segundo enfrentamiento—. Pues no se hable más del tema —añade, comenzando a caminar junto a sus jefes colina abajo, hacia su coche patrulla. Comprueba cómo ambos tienen ahora una expresión ceniza en el rostro—. ¿Vienen? —cuestiona, una vez han llegado a su coche, pero para su sorpresa, contempla cómo ambos continúan caminando lado a lado.

—Daremos un paseo, Bob, no te preocupes —responde Harper, habiéndose detenido levemente para encararlo—. Y gracias —añade, antes de seguir a su protector, confidente y hombre que ama, quien nuevamente camina con largas zancadas—. Alec, intenta tranquilizarte —le recuerda, logrando posicionarse nuevamente a su lado. Ha notado que su respiración es algo forzada y trabajosa, y lo último que necesitan ahora es que ingrese nuevamente en el hospital, como ya sucediera hace meses—. Vamos, te acompaño a casa —sugiere, posando su mano derecha en su antebrazo izquierdo, solo para sorprenderse en cuanto él la toma de dicha mano, caminando con ella.

El coche patrulla de Bob pasa entonces velozmente a su lado, en dirección al pueblo.

—Necesito que me ayudes —sentencia con desánimo, haciendo un claro esfuerzo por calmar su ánimo, siguiendo su consejo y palabras. Poco importa que anoche intentase disuadirla de ayudarlo. Ha comprendido que ella es quien decide qué quiere hacer—. ¿Podrías utilizar esa brillante mente tuya, para intentar ayudarme a percibir si he cometido un error? —cuestiona, y la pelirroja asiente al momento, ayudándolo a caminar más pausadamente.

—Lo que sea con tal de ayudar —afirma Cora, recibiendo una sonrisa aliviada y agradecida por parte de su compañero y protector, habiendo dejado atrás esa discusión de la noche anterior. Han retomado su habitual dinámica, algo que, en su fuero interno, los hace muy felices a ambos.

El Inspector Hardy está considerando al fin la posibilidad de que Ashworth diga la verdad. ¿Por qué motivo si no, estaría tan empecinado en hacer de su vida un calvario? Nadie que fuera culpable de forma tan evidente se empeñaría en remover cielo y tierra para demostrar que no es así. Además, su sospechoso ya ha asegurado, en multitud de ocasiones antes, que él no es el responsable de los asesinatos de Sandbrook. Pero siempre hay dos verdades en cada historia. Recuerda que siempre ha instado a Miller y Harper a que no confíen en nadie, que sean suspicaces, pero él mismo está ignorando sus propios consejos en este caso en concreto. Es demasiado personal. Necesita una opinión ajena a la suya, ajena al caso, y ahora mismo, Lina es la mejor opción. Caminan poco a poco hacia el pueblo, vislumbrándose a lo lejos la casa de madera azul del escocés al cabo de unos minutos. En todo el recorrido, ni siquiera reparan en que aun caminan tomados de las manos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro