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Capítulo 13

Ambos policías salen de la cabaña de la castaña con pasos pesados y una actitud poco menos que pesimista. Entonces ingresan en el vehículo de la mujer taheña, quien esta vez toma el volante. Después de lo ocurrido en la cabaña, ni por asomo piensa permitir que el escocés conduzca. Tras encender el motor y arrancar, procediendo a conducir hacia Broadchurch por la carretera que atraviesa los fiordos ingleses, el veterano hombre decide romper el silencio que se ha instalado entre ambos. Aunque lo primero que sale de sus labios es una regañina.

—Te has expuesto demasiado —mantiene la mirada al frente, en la carretera, en cuyo horizonte ya se avista el cielo casi oscuro de la noche. Está anocheciendo deprisa. Han pasado más tiempo del que esperaban conversando y discutiendo con Claire.

—Lo tenía todo controlado —asevera ella sin perder la calma, manteniendo su mirada fija en la carretera—. Estaba preparada para cualquier tipo de eventualidad que se presentase.

La tensión que, hasta unos escasos momentos no estaba ahí, se impone en el coche. Sí, es cierto que a ambos les ha dejado mal sabor de boca esa reunión con Claire, pero de empezar ahora a reprocharse el uno al otro, podrían acabar arrepintiéndose de sus palabras.

—Era más fuerte que tú —le recuerda el hombre sentado a su lado, expresando su honda preocupación por su bienestar—. Podría haberte reducido sin esfuerzo, y aun así has decidido que era buena idea enfrentarte a él...

—Alec, por si no lo recuerdas, estaba agrediéndote, y no iba a permitirlo —rebate la taheña en un tono serio, desviando momentáneamente sus ojos azules hacia su inspector, agradecida por su preocupación. El fiordo inglés, ahora casi sumido en la noche, a excepción de unos leves coletazos en el cielo llenos de un color azul y rojizo, da poco a poco paso al bello bosque que precede a la autopista—. Por fortuna, no ha habido nada que lamentar. —añade, pues sabe que, en caso de que Lee Ashworth quisiera presentar una denuncia, sus acciones se verían como un acto de defensa personal.

—Lo habría habido si te hubiera pasado algo.

—¡Por el amor de...! —tiene que morderse el labio para evitar soltarle un improperio por su obstinación. Está tentada a dar un volantazo con el coche, pero contiene su frustración—. ¡Estabas en peligro! ¿¡Qué querías que hiciera!? —cuestiona, algo exasperada, pues, aunque entiende su preocupación, no puede evitar sentirse algo insultada: no es tan débil como él cree. Ya no es una novata que necesita constantemente de su protección, aunque sea algo que añore—. ¿Pedir refuerzos? —su voz ahora roza la ironía, arqueando una de sus cejas—. Habría sido divertido explicarle a Ava Stone por qué demonios estoy ahora investigando y metiendo las narices en el caso de Sandbrook, cuando se supone que no estoy de servicio, a pesar de estar en activo —añade, desviando el coche en una de las intersecciones que llevan a la carretera que lleva a Broadchurch.

—¡Yo no era el único que estaba en peligro, Coraline! —contrataca Hardy en un tono que equipara la exasperación de ella—. En ese momento no era mi situación la que me preocupaba, ¡sino la tuya! —se expresa, elevando su tono ligeramente—. ¡No habría sabido qué hacer si por mi culpa, por arrastrarte a este maldito caso, algo te hubiera sucedido! —finalmente, al expresar de forma tan clara sus sentimientos sobre lo sucedido, la taheña se obliga a serenarse y escucharlo—. ¿Lo entiendes? No podría seguir viviendo en paz, no, siendo consciente de que te he puesto en peligro a sabiendas... —su tono baja poco a poco de volumen, habiendo admitido por primera vez, y en su presencia, una ligera parte de lo mucho que la estima y aprecia en su corazón. No podría soportar perderla. No a la mujer de la que se ha enamorado tan profundamente—. He perdido ya ha demasiada gente por Sandbrook... Y no pienso dejar que suceda nuevamente.

La joven analista del comportamiento suspira hondo, recapacitando y tomando en cuenta las palabras de su adorado inspector. Definitivamente, estaría mintiendo si dijese que esa leve confesión de su preocupación por ella no la ha emocionado. Se le encoge el corazón solo de imaginar la preocupación que ha invadido al escocés a su izquierda al contemplarla ponerse en peligro. Entiende ahora, empatizando con él, lo aterrado que estaba. Mantiene la vista al frente, y hace un esfuerzo porque las lágrimas no aparezcan en sus ojos y caigan por sus mejillas. Él tiene razón: Sandbrook ya se ha cobrado demasiadas vidas. Alec ya se ha echado a la espalda las culpas de todas ellas. No puede permitir que también cargue con la suya, en caso de que algo le sucediera.

Cuando está segura de que no hay ningún temblor en su voz que le impida hablar con claridad y calma, finalmente abre la boca para replicar:

—Lo siento —se disculpa, provocando que el veterano hombre la observe, algo asombrado porque la joven no decida continuar discutiendo—. Siento haberte preocupado tanto, pero al igual que tú, no quería quedarme quieta y arriesgarme a que algo te pasase —esta vez, es el turno de la muchacha de ojos cerúleos para dejar al descubierto sus sentimientos por el escocés. Se mantiene en silencio unos segundos, antes de continuar—. Tienes razón: Sandbrook ya se ha cobrado más vidas de las que se merece —afirma mientras toma una curva—. Pero te equivocas en una cosa, Alec —comenta, y desvía su mirada hacia él, observándolo a los ojos—: si estoy aquí, ahora, contigo, es porque así lo he decidido, no porque tú me hayas influenciado —se apresura en corregirle—. Juntos hasta el final, ¿recuerdas? —su pregunta es retórica, instándolo implícitamente a rememorar aquel acuerdo al que llegaron hace años para cubrirse las espaldas y ayudarse mutuamente—. Aunque, sí admitiré que el caso me suscitó curiosidad desde un principio, y puede que haya influido en mi deseo de ayudarte —bromea, consiguiendo que ambos se carcajeen levemente, aligerando un poco la tensión entre ellos—. No deberías echarte sobre los hombros la culpa de todas esas muertes —asevera entonces en un tono compasivo y amable—. Lo sabes, ¿verdad?

Él asiente en silencio, reflexionando sobre sus palabras, antes de suspirar pesadamente. Lo último que quiere es terminar el día con una discusión. Carraspea, algo incómodo nuevamente por el silencio que se ha formado entre ellos, aunque en esta ocasión, comprende que es debido al hecho de que ambos están tomando en consideración los pensamientos y sentimientos de la otra persona. Tras trabajar codo con codo durante tanto tiempo, el escocés puede aseverar que ya empieza a adoptar algunas de las estrategias de analista del comportamiento por parte de su subordinada aventajada.

—¿Qué piensas de la declaración de Claire? —cuestiona de pronto, pues necesita sacarse la espina que se encuentra clavada en su costado. Necesita saber si sus suposiciones son solo suyas, o si su querida novata también ha notado algo extraño en su ademán y comportamiento.

La muchacha de veintinueve años se mantiene en silencio por unos instantes, reflexionando.

—Es... Extraña, por decir algo con un mínimo de sentido —comienza, dando su punto de vista sobre la situación que han vivido las últimas horas—. No me interpretes mal —se apresura en pedirle, pues es consciente de su cercana relación con su testigo, y no quiere herir sus sentimientos—, pero está claro que Claire está ocultándonos algo importante. Algo que guarda relación con Sandbrook, con el caso, con la campanilla prensada, y con el remitente del misterioso sobre —el escocés la escucha en silencio, emitiendo un leve sonido de confirmación, indicando que está de acuerdo con ella—. Sabemos que su relación con Lee Ashworth es tóxica y codependiente. No pueden vivir el uno sin el otro, pero tampoco pueden convivir mucho tiempo. Aun así, cuando Claire se ha visto forzada a abandonar la casa de Ellie, no ha gritado pidiéndonos ayuda. Es más: casi estaría dispuesta a jurar que parecía incluso concorde a ejecutar ese plan de escape —pisa el freno en uno de los semáforos, los cuales preceden a la carretera de entrada al pueblo que se ha vuelto su hogar desde hace meses—. Su actitud evasiva al hablar del caso, al enseñarle la campanilla y al explicarle yo el significado tras sus colores... Anhelo y tristeza. Es alguien que la conoce muy personalmente, y ella lo sabe, por mucho que haya intentado ocultarlo en su reacción —suspira con pesadez, continuando su travesía por la calle que pronto los hace entrar en Broadchurch—. Desde luego deja claro, al menos bajo mi punto de vista, que sabe más de lo que parece. Y, por si fuera poco, nos ha mentido cuando ha declarado que te lo ha dicho todo, cuando su mirada se ha desviado ligeramente y su tono de voz se ha tornado calculador, escogiendo cada palabra con cuidado —desvía la mirada momentáneamente, enfilando su coche hacia la calle que conduce a la casa provisional de Alec—. Conozco esos síntomas: estaba recordando algo con viveza —afirma, pues ella misma experimenta esos mismos signos cuando debe recordar algo de su pasado—. Algo traumático, o que al menos, tuvo un gran impacto en ella en el pasado —concluye, finalizando su pequeño monologo, antes de detener el coche en la calle en la que se encuentra la casa de su jefe—. Bueno, ya hemos llegado —anuncia en un tono más aliviado y sereno.

—Sí, ya hemos llegado —asiente él en un tono no tan entusiasta. No quiere separarse de ella todavía. No, sintiendo además que hay cierto asunto no resuelto entre ambos—. Oye, yo...

—Más te vale pedirle disculpas a Ellie por tu cabreo de este mediodía —lo interrumpe ella en un tono algo severo—. Sé que no ha sido intencionado, pero ya sabemos, tanto tú como yo, por lo que está pasando —él asiente en silencio ante sus palabras, observando que ya poca luz queda del atardecer—. No necesita que nosotros también le pongamos las cosas difíciles —añade en un tono más suave, antes de inclinarse hacia él, atreviéndose a depositar un casto y afectuoso beso en su mejilla—. Buenas noches, Alec —se despide de Hardy, quien momentáneamente no registra la acción de su taheña hasta que sus labios se han alejado de su rostro.

—Buenas noches, Lina —se despide finalmente, reciprocando aquel gesto afectuoso por su parte con una sonrisa suave, apresurándose en abandonar el vehículo, cerrando la puerta tras de sí. Sin embargo, antes de que la taheña pueda encender nuevamente el motor, el escocés golpea delicadamente con los nudillos de su mano derecha el cristal de la ventanilla del copiloto, por lo que ella procede a bajarla—. Ten cuidado al volver a casa.

—Lo tendré —afirma la muchacha, sintiendo cómo su corazón se llena de tibieza al sentir su preocupación y cariño por ella. Arranca el coche entonces, y comienza a conducir hacia la casa de su madre.


Nada más estacionar el vehículo en el aparcamiento, Coraline Harper nota que las luces de la sala de estar están encendidas: su madre está despierta todavía, y no suele ser lo habitual, pues se acuesta temprano de forma rigurosa. Está claro que algo ha mantenido despierta a su madre. Algo lo bastante preocupante como para impedirle dormir a pierna suelta.

—¿Mamá? —cuestiona, algo preocupada, abriendo la puerta principal, depositando sus llaves en la pequeña mesita cercana, tras despojarse de su abrigo, colgándolo en el perchero a su izquierda—. Mamá, ¿qué haces levantada a estas horas? —indaga, vislumbrando al fin a Tara sentada en el sofá de la sala de estar, con una expresión preocupada en el rostro.

—Oh, ¡Lina! —Tara se levanta con celeridad del asiento, acercándose a su hija y envolviéndola en un fuerte y cariñoso abrazo—. Oh, Lina... —su voz está teñida por a preocupación, y en su mano derecha sujeta un sobre que tiene escrito el nombre de su hija. Sin embargo, no hay remitente.

—Mamá, ¿qué es eso? —cuestiona, habiéndose posado sus ojos cerúleos en el sobre, leyendo su nombre en el dorso. Decide analizar la caligrafía, pues es una que ella ya conoce con anterioridad—. Es de Jocelyn Knight, ¿verdad? La abogada de los Latimer.

Tara asiente en silencio, entregándole el sobre.

—El socio de esa abogada ha venido a entregarte esta carta hace varias horas. Ben, creo que se llama —se explica Tara Williams mientras su hija la ayuda a sujetarse de su antebrazo, caminando con ella de vuelta al sofá, donde ambas se sientan para poder hablar tranquilamente—. Me ha dicho que... —debe obligarse a parar en un intento por dominar el temblor de su voz—. ...Que van a llamarte a testificar pasado mañana por unas pruebas que les has presentado —su voz da paso poco a poco a la desesperanza, pues, aunque no conoce exactamente el contenido de las pruebas, sabe perfectamente su origen—. Lina, ¿sabes lo que estás haciendo? ¿Sabes a qué te estás exponiendo si esto sale a la luz?

—Mamá, lo sé —afirma la taheña en un tono sereno—. Pero no puedo quedarme de brazos cruzados, y dejar que las pruebas que tengo contra el acusado del juicio de Danny se pierdan en un baúl lleno de recuerdos rotos y polvorientos —se explica lo mejor que puede, pues sabe que, ahora que Tara tiene conocimiento de que va a declarar, querrá estar presente. No quiere hacerla pasar por esto, pero la conoce lo suficiente como para discernir que no hay forma de disuadirla. Eso lo ha heredado de ella, al fin y al cabo—. Papá y tú me enseñasteis que no debo darle jamás la espalda a la injusticia —ante la mención de Curtis, los ojos de ambas se tornan vidriosos—. Y lo que se está cometiendo en este juicio atenta contra todo lo que yo defiendo, y contra todo en lo que yo creo como persona, y como policía —Tara empieza a asentir lentamente. Conoce el carácter obstinado de su hija, pues también es el suyo. Y conoce su sentido de la justicia mejor que nadie: esta no es una decisión que haya podido tomar por un impulso, sino que ha sopesado cada pro y cada contra, y ha decidido qué es lo mejor—. Tengo que hacer esto. Necesito hacer esto. Por los Latimer. Por Danny... Y por todas las personas que en algún momento hayan sufrido algo como esto.

Tara sonríe, dejando al fin que las lágrimas que con tanto esfuerzo se estaba empeñando en retener, caigan libres por sus mejillas como una cascada. Está orgullosa de ella. ¿Cómo no estarlo, cuando está a punto de ponerse en la primera fila de un enfrentamiento judicial realmente encarnizado? Entonces se abraza a su hija y ambas sollozan en silencio, confortándose la una a la otra.

—Entonces, Lina Harper —su madre habla entre sollozos—, haz lo que debas —le da su bendición para aquello que se dispone a hacer en los días venideros—. Tu padre y yo estaremos ahí para apoyarte todo el tiempo.

Tras unos minutos para consolarse, la joven mentalista pone a su madre al corriente sobre lo sucedido este día, aunque mantiene los detalles de Sandbrook en secreto por la promesa que le hizo a su querido jefe. La señora Williams, quien, como madre, conoce a Lina mejor de lo que Lina se conoce a sí misma, sonríe a sabiendas mientras la escucha, ya que ha notado el aumento de estima y afecto en su voz al referirse al Inspector Hardy. Está claro como el día que su hija está irremediablemente enamorada del hombre, y nada podría hacerla más feliz. Coraline merece ser feliz, al menos una vez en su vida. Y poco le importa a Tara que él sea un poco mayor que su estrellita. Lo único que realmente le importa es que Alec puede hacerla feliz. Y por lo que ella ya ha presenciado, el testarudo inspector parco en palabras también se preocupa profundamente por ella.

La madre de la avispada joven se retira a su habitación, cuya puerta cierra tras ella. Se sienta en la cama, observando la fotografía que está sobre su mesilla de noche: el día que Curtis y ella contrajeron matrimonio. Suspira, recordando aquellos bellos tiempos de su pasado, pero niega con la cabeza: el pasado ya no se puede cambiar. Ella no sabe perfectamente. Solo queda vivir con sus consecuencias. Cuando finalmente accede a acostarse en su mullida cama, mientras el sueño la invade, Tara no puede evitar sentir un cosquilleo recorrer su cuerpo ante la posibilidad de hacer de celestina entre esos dos. Apenas unos minutos después, cuando se encuentra ya entre los brazos de Morfeo, un correo electrónico llega a su smartphone, provocando que la pantalla se ilumine. El asunto está titulado como «Manutención». Cuando llegue la mañana lo revisará, aunque deberá hacerlo cuando su querida hija no esté presente, pues es un asunto delicado, y ahora mismo ya tiene bastante presión sobre sus hombros.


Por su parte, Coraline se queda despierta, sentada en la mesa de la cocina, revisando la correspondencia que está dirigida a ella, encontrando otro sobre en cuyo dorso está escrito su nombre, aunque a diferencia del de Jocelyn, en este se utiliza una variante del alfabeto cirílico. Este detalle la hace fruncir el ceño, y niega con la cabeza: parece que su pasado está persiguiéndola una vez más, y nuevamente, han logrado dar con ella. Teme lo que vaya a suceder si ignora esta advertencia, por lo que, con un leve movimiento, desgarra el sobre, sacando la carta de su interior. Es consciente de lo que contiene dicha carta sin siquiera tener que leerla.

Sin perder un segundo, decide mandar un mensaje a unos antiguos amigos suyos:

He vuelto a recibir una carta. 21:01

Han vuelto a localizarme. 21:01

A los pocos segundos no le sorprende recibir una respuesta por parte de su amigo.

21:01 Están empezando a cabrearme de lo lindo.

21:01 Yo también he recibido una carta hace un día.

21:01 Parece que esta vez tendremos que meter las manos en este asunto.

Su otra amiga, parece conectarse en este instante, y tras unos segundos, también responde.

21:01 ¿A vosotros también?

21:02 ¿Por qué nos hacen esto? ¿No les basta con lo que nos hicieron hace años?

Coraline suspira, observando los mensajes, y responde al último comentario de su amiga.

Me parece que no. 21:02

Está claro que quieren hacernos salir de nuestros escondites. 21:02

Y para ello están utilizando sus típicos trucos... 21:02

Su ultimo amigo, se conecta finalmente, y responde lo que todos ellos están pensando en este preciso instante.

21:02 Pero han olvidado un pequeño detalle: ya no somos unos jóvenes inocentes.

21:02 Sabemos defendernos si hace falta.

Coraline asiente para sí misma, totalmente de acuerdo con las palabras de su amigo, y escribe sus últimos mensajes antes de decidir leer la carta que Jocelyn le ha enviado esta tarde.

Creo que deberíamos reunirnos dentro de tres días. 21:02

Ahora que trabajo de policía, debería sernos más fácil ir a por ellos. 21:02

Pero ya sabéis lo que esto implica. 21:03

Lee las respuestas de sus compañeros antes de bloquear el smartphone.

21:03 Nada ilegal. Todo acorde a las leyes para evitarnos problemas.

21:03 Y deberemos borrar este chat a fin de dejar la menor huella digital posible. No deben rastrearnos de ninguna forma.

21:03 Hablamos dentro de dos días para concretar el lugar de la reunión.

La mirada azul de Coraline ahora está fija en el sobre de color blanco inmaculado que Ben Haywood le ha entregado a su madre esta tarde. Se pregunta cuál será su contenido, pero conociendo a Jocelyn como cree conocerla tras haberla analizado brevemente en aquella reunión en su casa, queda claro que quiere advertirla sobre el juicio de pasado mañana, cuando deberá testificar. Cierra los ojos por unos instantes, intentando no pensar en las terribles circunstancias que la han llevado a estar allí, en la mesa de la cocina de su casa, con un sobre blanco con su nombre. Se repite que debe hacer esto. Que es necesario que lo haga.

La muchacha se arma de valor y saca la carta del interior del sobre, comenzando a leerla:

Estimada Sargento Harper,

Me pongo en contacto con usted con el único motivo de advertirla sobre aquello que se tratará en la vista en la que deberá testificar. Ya he entregado las pruebas al personal del tribunal, y como los procedimientos han sido los correctos, son válidas y legales. No habrá problemas al momento de reproducir las pruebas en la sesión, puesto que el tribunal se encargará de facilitarnos el equipo necesario para ello. Además, ya disponemos de una transcripción de la prueba más importante que tenemos contra Joe Miller, la cual se facilitará al jurado al inicio de la sesión.

Respecto a la defensa de Joe Miller, no debe preocuparse por ella: no es estrictamente necesario el informarlos sobre dichas pruebas, puesto que demuestran la culpabilidad del acusado de un crimen reincidente contra otro menor de edad. Y como usted bien sabe, los crímenes contra menores no prescriben en el territorio de Reino Unido.

En cuanto a lo que deberá esperar en el juicio... Intente mantener la calma. No pierda los estribos, pase lo que pase e insinúe lo que insinúe la defensa. Conteste con claridad y concisión. Lo primero que abordaremos será su Trastorno de Estrés Post Traumático, así como sus causas y consecuencias, a fin de que la defensa no pueda argumentar algo en su contra. En cuanto se presente la prueba CDL421, se le dará la opción de salir de la sala al momento de ser reproducida en el tribunal. Queda a su discreción el aceptar o no la sugerencia.

En todo caso, las pruebas hablan por sí solas, y son suficientes para crear una duda razonable en el jurado sobre la reincidencia y culpabilidad del acusado en el caso de Daniel Latimer.

Atentamente,

Jocelyn Knight


A unos pocos minutos de distancia de la casa de Tara Williams, Beth continúa con la labor de parto, ahora asistida por la comadrona en la piscina hinchable. La noche ya ha caído, y las cigarras y búhos llenan el silencioso ambiente exterior con sus sonidos. Ellie se encuentra sentada en el rellano de la escalera, esperando a que la bebé de su amiga nazca. De igual manera, la mujer de cabello castaño y rizado ha decidido hacerle compañía a Chloe, también sentada junto a la pared externa a la habitación con la piscina. Tiene la espalda apoyada en la pared, con los brazos sobre las rodillas, esperando pacientemente a que su madre de a luz. Tiene la cara pálida, pues está preocupada por su estado debido a los gritos que se escuchan sin cesar desde hace horas.

—Tranquila —se escucha decir a la comadrona en un tono suave—. Intenta ir respirando más despacio...

La adolescente de cabello rizado se vuelve entonces hacia Ellie, posando sus bonitos ojos azules en la mejor amiga de su madre, a quien, siendo sincera, echaba de menos tener cerca. En ocasiones, el ambiente de su casa le resulta demasiado asfixiante.

—Ya puedes irte —le indica en un tono suave, casi amigable. Es algo que la exagente de policía extrañaba: la sensación de sentirse apreciada y querida. Claro que, tiene a Cora y Hardy, que la apoyan incondicionalmente a pesar de las discusiones que hayan tenido en las últimas horas. Sabe que podrá contar con ellos para lo que necesite.

—Tranquila. Esperaré contigo —Ellie contesta sin miramientos, pues ni siquiera necesita pensar en la respuesta. No piensa dejarla sola ahora que necesita cualquier tipo de apoyo. Y más, teniendo en cuenta que Mark no ha aparecido aún por el domicilio—. ¿Has llamado a tu padre?

—No contesta —respondo la adolescente en un tono preocupado—. ¿Estará bien? —hace un gesto con la cabeza hacia la habitación en a que se encuentra su madre, en su semblante dibujándose una expresión algo atormentada, pues no quiere que algo les suceda a ella y su hermanita.

—Sí. Estará bien —la tranquiliza la veterana madre en un tono amable, mientras asiente con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras—. Así suele ser: lleva su tiempo... —añade, rememorando claramente sus propias experiencias, cuando tuvo que dar a luz a Tom.

Los gritos de Beth vuelven a escucharse con claridad, y ambas posan sus ojos en la habitación. Chloe, sin embargo, desciende la mirada a sus manos, reflexionando sobre todo lo que ha sucedido hasta esta semana, incluyendo el juicio de esta mañana. Sabe que su madre, debido a la tristeza y la ira, se ha empecinado en culpar a Ellie, cuando todo indica que la pobre mujer a su lado no es culpable de lo sucedido. Solo Joe Miller es el culpable.

Gira su rostro para observar a la que fuera sargento de policía.

—¿De verdad no lo sabías? ¿Lo de Joe y Danny?

Ellie observa a la hermana de Danny con sorpresa: es la primera persona de la familia que le brinda la oportunidad de defender su inocencia sin juzgarla por ello en el proceso. Es un auténtico alivio, y suspira.

—No —su negación es sincera, y Chloe puede notarlo en su ademán—. Habría hecho algo.

—¿Cómo puedes vivir con ello? —ni siquiera la mujer de cabello castaño tiene una respuesta adecuada para esa pregunta tan complicada, pero hace un esfuerzo por darle una a la adolescente.

—No tengo otra opción. Como el resto... —sentencia, antes de frotar afectuosamente la pierna de la jovencita rubia. Espera consolarla de alguna forma. Quiere indicarle que no está sola en esta lucha contra Joe.

Chloe reciproca el gesto, colocando su mano derecha sobre la de Ellie, acariciando su dorso. Ambas se miran con una mutua comprensión, respeto y afecto, hasta que el repentino sonido de la puerta principal, abriéndose y cerrándose de pronto, las sobresalta. La adolescente de ojos claros cierra los ojos con hartazgo y pesadez, pues sabe perfectamente quién es la persona que acaba de entrar en su hogar. Rápidamente se levanta del suelo, asomándose sobre la barandilla de la escalera, observando a su padre, Mark, quien acaba de llegar de Dios sabe dónde.

—¿¡Dónde coño estabas!? —le espeta en un tono airado, provocando que Mark alce el rostro observándola desde el piso bajo. En cuanto posa sus ojos en su hija, se sorprende.

—Chlo, ¿qué haces levantada? —cuestiona, preocupado, subiendo los primeros escalones que llevan al primer piso, encontrándose a la mujer del asesino de su hijo allí, sentada en el rellano—. Ellie, ¿qué haces aquí? —cuestiona, aún en shock, antes de que su sentido del oído capte finalmente los gritos adoloridos que provienen de la habitación adyacente—. Oh, Dios mío... —masculla, mortificado, antes de entrar a la estancia como un huracán, seguido por su hija, dispuesto a prestarle su apoyo a Beth.

Ellie se queda sola en el rellano de la escalera, contemplando algo impotente cómo Mark y Chloe corren a ayudar y apoyar a Beth. Es un triste recordatorio de que ella ya no tiene a nadie que la apoye como esposa y madre, y admite en su fuero interno, que es algo muy doloroso. Ojalá su vida no se hubiera complicado tanto... Ojalá que su vida no se hubiera ido al garete por culpa de Joe. Contempla incluso el deseo de no haber conocido a Joe, pero se retracta: no cambiaría a Tom y Fred por nada del mundo.

—¿¡Dónde estabas!? —se desgañita la matriarca de la familia Latimer, casi desgarrándose la garganta en el proceso—. ¡Cabrón!

—Ya estoy aquí —le dice Mark en un tono más sereno, pues sabe que no sirve de nada dar excusas ahora. Tiene que mantener a su mujer lo bastante distraída como para que pueda dar a luz sin demasiadas complicaciones—. Dame la mano...


La luna brilla en la oscura noche. El despertador de Sharon Bishop empieza a sonar con la alarma programada, y la abogada negra que defiende a Joe Miller abre los ojos con pesadez, pues aún le parece que acaba de acostarse. No tiene siquiera sensación de haber descansado. Se despereza, con las ligaduras de sus huesos chasqueando por el esfuerzo y el cansancio que la invaden. Estira su brazo derecho hacia el despertador de su teléfono móvil, contemplando la hora allí visible: las 03:30h. Es de madrugada, pero no tiene ninguna otra alternativa. Tiene que estar en la otra punta de Reino Unido y volver a tiempo para el juicio de las 09:30h, por lo que se levanta de la cama, enciende la lámpara de la mesilla de noche, dispuesta a prepararse para el viaje que le espera.

Recoge los documentos pertinentes a los casos de los que deberá ocuparse este día y los guarda en su maletín, se viste con su habitual atuendo formal, se peina y maquilla, y sale del hotel Traders, no sin antes pasar por la cafetería del propio establecimiento aún abierta para aquellos huéspedes con problemas de insomnio o con horarios irregulares. Con la taza de café en su mano izquierda y su maletín de letrada en la derecha, se dirige hacia su coche, aparcado fuera del hotel. Le espera una larga travesía en coche, y por suerte se ha agenciado el café bien cargado para evitar caer dormida al volante.


Son las 06:12h de la mañana. Alec se ha despertado por el súbito sonido de su teléfono móvil, sonando característicamente con la melodía de una llamada entrante. Antes de acostarse ha llamado a Ellie para saber si se encontraba bien tras su discusión del mediodía anterior, pero al no recibir una respuesta, ha decidido esperar a que se a ella quien lo contacte a él. Cuando descuelga, lo primero que hace es preguntarle si se encuentra bien, con Miller respondiéndole que así es.

—Respecto a lo ocurrido ayer... —comienza a decir el testarudo escocés.

—No se preocupe —responde Miller en un tono amigable—. Entiendo que estaba bajo mucha presión y no lo dijo con malas intenciones —añade con compasión, y casi puede imaginar cómo al momento, una sonrisa de alivio cruza el rostro de su amigo—. ¿Qué hay de Claire y Lee Ashworth? ¿Consiguieron Cora y usted encontrarlos?

—Por fortuna así es —responde el Inspector Hardy mientras se despereza lentamente—. Coraline pudo empatizar con Ashworth para dilucidar que la había llevado a su casa, así que allí nos dirigimos —comienza a contarle los pormenores de su pequeño encontronazo con su sospechoso—. Aunque nuestra estimada pelirroja tuvo que usar la fuerza para reducir a Ashworth después de que éste intentase incapacitarme.

—Dios mío —se horroriza la veterana sargento—. ¿Y está bien nuestra amiga?

—Ella está bien —afirma el hombre de cabello castaño lacio—. El que salió malparado fue Ashworth —Alec estalla en una leve carcajada—: lo dejó inconsciente con un movimiento de judo en unos diez segundos —añade en un tono orgulloso, que provoca que su compañera al otro lado de la línea telefónica sonría.

—Bueno, al menos sabemos que Claire está a salvo gracias a ambos —Ellie suspira aliviada, pues por un momento, ayer pensó que el caso de Sandbrook se había perdido para siempre—. ¿Qué va a hacer ahora?

—No lo sé —comenta Alec, saliendo de su casa, en su ropa de cama: una camiseta de color gris de manga corta, y pantalones holgados de pijama, largos, color azul marino. Inhala el aire fresco de la mañana por la nariz—. Claire no quiere hablar conmigo, y sospecho que, si cierta avispada novata decide ir a su casa, recordará nuestra discusión de ayer, y rechazará su ayuda y consejos —suspira con pesadez, acercándose con unos pocos pasos al río que recorre el pueblo, y queda frente a su casa—. Necesito que hable con ella.

—Entiendo —afirma Ellie, antes de que un tono orgulloso y dichoso impregne su voz—, pero eso puede esperar —le indica, preparándose para darle la buena nueva—. Beth acaba de tener a su bebé. Una niña.

—Oh, que bien —se congratula Alec, aunque su tono, aún impregnado por su cansancio al haberse despertado tan temprano, apaga un poco su alegría—. Deles la enhorabuena de mi parte.

—Sí. Lo haré.

—Yo mismo se lo comunicaré a Coraline.

—Bien —Ellie asiente para sí misma, dejando que una sonrisa algo pícara asome a sus labios por unos segundos. Definitivamente, estos dos agentes de policía son extremadamente suspicaces para sus casos, pero cuando se trata de examinar y deducir sobre ellos mismos y sus propios sentimientos, especialmente si tienen relación con aquella persona a quien han entregado su corazón, son muy cortos.

—Nos vemos en los juzgados.

—Sí, vale —afirma la expolicía de cabello rizado de tonalidad castaña, antes de colgar la llamada, suspirando pesadamente para sí misma, antes de darse media vuelta, observando el hermoso cielo color coral que indica la llegada de un nuevo día.

Armándose de valor, Ellie Miller entra en la casa de los Latimer a través del patio, encontrando a Beth recostada en el sofá, tapada con una manta cálida, con la pequeña bebé en sus brazos, con su bonita y regordeta cabecita apoyada en su clavícula derecha, profundamente dormida. Chloe se ha arrodillado frente al sofá, acariciando la pequeña mata de pelo rubio de su hermanita recién nacida.

—Hola, hermanita... —saluda a la pequeña aun sin nombre, antes de posar su mirada cerúlea en su progenitora—. Bien hecho, mamá. ¿Estás bien? —cuestiona, intentando cerciorarse de que se encuentra bien tras una noche prácticamente sin dormir.

—Lo estaré hasta que se me pase el efecto del calmante... —responde la joven madre en un tono suave, sonriendo aliviada al haber pasado finalmente por aquel calvario de dolor. Aún tiene en su cuerpo la sensación de que va a partirse en dos, pero al menos el medicamento ya ha hecho su efecto. Está aún algo adormilada.

Solo entonces, cuando Ellie entra en la estancia, todas las miradas de la familia Latimer pasan de la bebé a ella. La estancia se mantiene en silencio por unos segundos. Finalmente, es la expolicía quien rompe ese arrollador silencio con sus palabras. Es consciente de que Beth aún no la ha perdonado en su mente y corazón, y que probablemente no lo hará en mucho tiempo, pero no puede evitar querer darle su enhorabuena.

—Enhorabuena, Beth.

La joven madre da una mirada ladeada a su hija antes de hablar, nuevamente adquiriendo su voz un tono lleno de desprecio, aunque en menor intensidad que aquel que empleó el día anterior.

—Saca a esa mujer de mi casa...

—Beth... —incluso Mark, que le había preparado algo de comida a su mujer, está ojiplático por el rechazo de Beth a enmendar la relación con Ellie Miller, teniendo en cuenta, además, lo mucho que los ha ayudado estas últimas horas. Quién sabe si Beth o la niña habrían sobrevivido de no haber recibido la rápida y certera ayuda de la castaña de cabello rizado...

—Mamá... —también Chloe quiere convencer a su madre de reconsiderar su postura.

—Ya.

Mark simplemente se decide a agachar el rostro, haciendo caso a las palabras y órdenes de su mujer, realmente apenado porque la situación con su buena amiga se haya torcido tanto. Hacía semanas reían, lloraban y se enfadaban juntos, cuando Joe aún no había causado tal ingente daño en todas sus vidas. Todo ha sido culpa suya, e incluso ahora, está indirectamente provocando la caída de Ellie. Está provocando su aislamiento, y eso es tremendamente descorazonador.

—Lo siento, Ell —es lo único que es capaz de mascullar el patriarca de la familia.

—No te disculpes —ordena Beth en un tono férreo, antes de desviar su mirada de su familia, centrándose de nueva cuenta en la pequeña vida que hay ahora en sus brazos.

—Tranquilo —dice la exsargento de policía en un tono conciliador y amable, habiéndose girado hacia Mark para hablarle, antes de posar su vista en Beth, a quien sonríe cálidamente—. Me alegro por vosotros.

Ellie Miller sale entonces de la casa de su amiga, antes de dirigirse caminando por la verde campa que queda entre sus casas. No sabe a dónde irá ahora, además, teniendo en cuenta que el día de hoy hay otra sesión del juicio. Puede que necesite detenerse en su propia casa a descansar un poco, aunque aún no lo ha decidido. ¿Acaso está preparada para volver a entrar allí? ¿Para vivir allí? Lo primero que necesita es poner sus asuntos en orden, y eso incluye recuperar a Tom. Será un viaje largo, pero por primera vez en meses, ahora es capaz de ver una ligera luz al final de este oscuro túnel.

Por su parte, Beth, aún afectada por el calmante que le ha administrado la comadrona para el parto, bosteza algo cansada. Ahora deberá volver a habituarse a despertarse a las tantas de la mañana para cuidar de su pequeña. Aunque no lo cambiaría por nada del mundo.

—Hoy iré al juzgado, aunque sea hasta arriba de calmantes —sentencia, entregándole a s u hija a su marido, quien se ha acercado a ella con una sonrisa enternecedora en el rostro. Tiene los ojos vidriosos al contemplar a su pequeña.

—Hola... Hola —le habla el patriarca a la niña, como si ésta pudiera entender todo aquello que le dice—. ¿Cómo te vas a llamar? —cuestiona en un tono cariñoso, sentándose en el sillón de la sala de estar, frente al sofá, bajo la atenta mirada de su mujer y Chloe—. Soy tu padre. Lo soy —la bebé hace unos pequeños sonidos al escuchar su voz, como si apreciase su tono—. ¿A que eres preciosa? —le acaricia la cabecita, la cual tiene algo de cabello rubio como el de Chloe—. Eres bienvenida aquí, mi amor —le asegura, antes de notar que está haciendo un soberano esfuerzo por contener las lágrimas—. Vamos a cuidar de ti. Vamos a cuidar muy bien de ti, ¿sabes? Muy bien —asevera una y otra vez, como si estuviera recitando alguna especie de encantamiento, pues lo ocurrido a Danny está aún demasiado presente en sus vidas—. Y vas a ser muy querida. Muy, muy querida —le acaricia la pequeña y bonita nariz que ha heredado de su madre, lo que provoca que la recién nacida empiece a moverse poco a poco—. Esta vez lo haremos bien —sentencia con un tono confiado, intercambiando una mirada con Beth, quien sonríe desde el sofá con una actitud cansada: finalmente parece haber recuperado a Mark, después de tanto tiempo pensando que lo había perdido.


La joven agente de policía de cabello carmesí abre los ojos, cansada por haberse quedado hasta tarde leyendo la carta que la abogada de los Latimer le ha mandado, y se frota el puente de la nariz, claramente agotada. Por lo visto, de alguna forma, probablemente sonámbula, ha conseguido llegar hasta su cama. Gira el rostro hacia su derecha, encontrando su teléfono móvil sobre la pequeña mesita de noche. Lo desbloquea, contemplando la hora: 07:30h. Suele levantarse no poco después de esa hora habitualmente, sin embargo, todavía tiene la sensación de que necesita dormir. El agotamiento empieza a pasarle factura a su propia mente, siendo consciente de que apenas es capaz de poner en orden sus ideas sin sufrir una cefalea por ello. Oh, va a necesitar un buen cappuccino bien cargado para ser capaz de funcionar esta mañana...

Justo en ese momento, la joven recibe un mensaje en su teléfono móvil, por lo que se dispone a leerlo rápidamente: es de Alec. En cuanto lee lo que ha escrito, una suave y dulce sonrisa hace acto de presencia en sus labios.

07:31 Beth Latimer ha dado a luz a una niña.

07:31 Miller se ha quedado allí toda la noche, ayudando a los Latimer.

Aunque aún le duele la cabeza por la falta de sueño, la muchacha de ojos azules responde.

¡Qué bien! Me alegro por ellos. 07:31

Espero que la relación entre Ellie y los Latimer mejore después de esto. 07:31

Creo que es el momento de que todos dejen de culpabilizarla. 07:31

No tarda en recibir la respuesta de su jefe.

07:31 Sí. Eso mismo pienso yo.

07:32 Nos vemos en el juzgado, Coraline.

Sí. Allí nos veremos, Alec 07:32

Finalmente, la joven mentalista bloquea el teléfono y se dispone a prepararse para asistir a los juzgados. Aunque lo primero es lo primero: una buena taza de cappuccino para entonar el cuerpo. Tras prepararse, baja a la cocina, donde su madre ya se encuentra despierta, preparando el desayuno. Ambas se saludan cariñosamente antes de sentarse a la mesa, sin ser consciente la joven de veintinueve años, del correo electrónico que Tara ha enviado hace varios minutos, el cual ha recibido respuesta.


Entretanto, a varios kilómetros de la casa de Coraline, el Inspector Hardy se encuentra sentado en las escaleras que conducen a la puerta principal de su vivienda. Frente a sus pies, y en su regazo, están desplegados todos aquellos documentos que tiene en su poder del caso de Sandbrook. Los está revisando nuevamente sin descanso desde que se ha despertado. No ha querido involucrar a su brillante subordinada, pues desde su discusión de anoche, si a aquello se lo puede llamar así, no quiere molestarla. Y algo en su fuero interno le dice que la joven no ha descansado demasiado la noche anterior, aunque, ¿quién la culparía? Con un suspiro pesado decide ponerse nuevamente manos a la obra, tomando en sus manos el fichero que tiene a sus pies, en el cual hay fotografías de Lee Ashworth y de Pippa Gillespie.


Claire Ripley acaba de despertarse en su cama, rememorando con viveza lo sucedido el día anterior. No puede creer que Lee haya vuelto después de tanto tiempo. Igualmente, no puede creer que haya discutido de esa forma tan intensa con Alec, cuando sabe perfectamente que, en esta situación en la que se encuentra, necesitará su apoyo para mantenerse a salvo de todo aquello relacionado con Sandbrook. Incluyendo a su marido, si hace falta. No puede dejar nada al azar.

Hablando de su querido Lee... De pronto, su teléfono suena, indicando una llamada entrante. Apenas tarda dos segundos en decidir contestar.

—Hola.

—No te seguiré No iré a la casa —asevera el exarquitecto—. No te lo pondré difícil. Pero cuando me necesites, aquí estaré.

La mujer de cabello moreno cierra los ojos con pesadez, pues esas palabras logran reconfortarla mínimamente. Saber que Lee sigue apoyándola le da fuerzas para continuar con su día a día, a pesar de que es plenamente consciente de que su relación es del todo menos normal. No hay forma de explicarlo sencillamente, pero sabe que se necesitan, para lo bueno y para lo malo.

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