Capítulo 12
Entretanto, en la cocina, Alec deposita la navaja multiusos de Lee Ashworth sobre la encimera de madera, cerca del fregadero. Ha cerrado la puerta de la estancia para evitar que sus invitados escuchen su conversación con Miller y Harper. La muchacha pelirroja está de pie, apoyada contra dicha encimera de madera, cruzada de brazos, con la cabeza ladeada, escuchando su charla con Ellie gracias a su buen sentido del oído.
Hay algo en esta situación que no acaba de gustarle a la muchacha de veintinueve años, y sabe que pocas veces se equivoca su instinto.
—Estoy en posición —le informa Miller a su jefe, manteniéndose en el exterior de la casa, cerca de la entrada y de su coche—. Fuera —clarifica por si acaso no la ha podido escuchar bien, pues la cobertura de ese barrio, y en especial de su casa, suele ser bastante horrible.
Alec se despoja de su abrigo, pues en la casa hace el suficiente calor como para no necesitarlo. En cuanto se dispone a dejarlo sobre la mesa, nota que su subordinada lo toma en sus manos, dejándolo colgado suavemente del respaldo de una de las sillas de la cocina. Una vez lo hace, él le dedica una breve sonrisa agradecida.
—¿Seguro que está a salvo? —cuestiona Ellie al otro lado de la línea telefónica.
—Claro —afirma el inspector en un tono factual, casi indiferente—: lo estoy grabando todo —asevera, y ve cómo casi al momento, Lina empieza a agitar su mano derecha como si se hubiera quemado, en un gesto claro de que a la castaña de cabello rizado no le va a hacer ni pizca de gracia.
—¿Qué? ¿¡Cómo!? —Ellie está completamente sorprendida y consternada a partes iguales, pues no era consciente de que este fuera el plan de Hardy desde un principio.
Le había prometido a Claire, bueno, ella y Cora se lo habían prometido, que estaría a salvo. A saber, cómo se va a tomar este abuso de confianza si alguna vez llega a enterarse de esta trampa.
—Cámaras —responde Alec finalmente casi en un susurro, como si tuviese miedo de que Claire y Lee pudieran escucharlo. Mira a sus costados, como si estuviera esperando encontrarse a alguno de ellos allí, espiándolos. Por fortuna, no es así. La única presente en esa estancia, con él, es su apreciada Coraline.
—¿¡En mi casa!? ¿¡Eso es legal!? —se exaspera la mujer de piel clara y ojos castaños, claramente descolocada y enfadada porque su jefe se haya aprovechado de su ingenuidad y amabilidad. ¡Dios! Con que gusto le propinaría ahora una patada en el trasero—. ¡Espero que Cora le haya indicado que es una pésima idea! —exclama, y la aludida sonríe momentáneamente al escuchar su evidente frustración—. ¿Por qué no me lo ha dicho antes? —consigue calmarse mediante hondas respiraciones—. Debería haberlo hecho, señor.
—Ya te he dicho que no le iba a gustar... —masculla Coraline por lo bajo, rodando los ojos.
—Se lo digo ahora —el escocés ignora el comentario de su subordinada. Parece igual de exasperado que Ellie, pues esta situación tampoco es de su agrado—. No pienso dejarla sola ahí dentro —asevera, dejando constancia de su preocupación por el bienestar de Claire, aunque solo esté motivada por el hecho de que ella es su principal baza para conseguir pruebas que relacionen a Lee con el caso de Sandbrook.
La que antaño fuera una sargento de policía, está a punto de apostillar algo ante la contestación tan típicamente hosca de su compañero de trabajo, cuando es interrumpida. Por la periferia de su visión contempla como alguien se le acerca caminando por la calle, pero no es hasta el instante en el que escucha la voz de Beth, que finalmente se gira para observarla, con su rostro expresando el más vivo horror. Es la última persona que esperaba ver ese mediodía.
—Ellie... —la voz de la joven madre suena contenida, pero llena de rabia, como si se tratase de un perro asilvestrado que está dispuesto a hincarle el diente a lo que sea que se le ponga por delante.
—Oh, Dios... —la mujer de cabello rizado está mortificada. La expresión facial de Beth le dice todo lo que necesita saber en este momento. Antes siquiera de que abra la boca, sabe exactamente lo que va a increparle esta vez.
—¿Sabes que ha pasado hoy en el juzgado? —la pregunta de la embarazada es retórica, casi sin alzar la voz, mientras camina con pasos medianamente rápidos hacia la expolicía. Siente unas ganas terribles de abofetearla. De golpearla como ella hizo con el asesino de su hijo. Quizás así conseguiría algo de alivio.
—Beth, lo siento —Ellie comienza a disculparse antes siquiera de escuchar su reproche. Ya se ha convertido en una costumbre.
—Hemos perdido su confesión —sentencia Beth, revelando ahora la razón tras su disgusto—. Por tu culpa —necesita culpar a alguien por su propia impotencia ante el juicio. Necesita desquitarse por la injusticia que se está cometiendo en nombre de la verdad.
Algo en su fuero interno, la parte racional de su mente que aún considera perdonar y olvidar su rencor hacia la mujer que tiene delante, le dice que lo que le sucedió a Danny no es culpa de su amiga. Le dice que ella no podía saberlo. Le dice que, en caso de haberlo hecho, se lo habría confesado desde el primer momento, porque son amigas desde hace mucho. Pero la parte irracional, la parte visceral de su mente, le está pidiendo a gritos que culpe a Ellie por cómo su mundo se ha desmoronado a su alrededor. Porque ella estaba durmiendo con el asesino de su niño. Porque ella es una policía y ni siquiera se planteó la posibilidad de sospechar de su propia familia. Porque, debido a su reacción impulsiva, han perdido la confesión de Joe, que era la prueba más importante que tenían en su contra.
Beth quiere lastimarla. Quiere hacerle pagar sus transgresiones, pero en su estado no le conviene enzarzarse en una pelea. Y aunque está tentada a escuchar a la parte racional que aún la mantiene cuerda día tras día, en este preciso momento, en este instante, deja que sus impulsos más animales tomen el control. Se acerca aún más a Ellie, invadiendo su espacio personal, provocando que la veterana policía tenga que intentar poner distancia entre ellas, por miedo a un enfrentamiento.
—¿Qué es esto? —espeta la castaña de pelo corto en un tono irónico—. ¿Crees que puedes volver aquí y pasar por delante de mi ventana como si no hubiera pasado nada? —su voz está subiendo de tono a cada palabra que pronuncia.
Entretanto, en la sala de estar, Lee Ashworth y Claire Ripley están escuchando la discusión entre Ellie Miller y Beth Latimer. Con celeridad, la mujer de cabello oscuro se abotona nuevamente la camisa, mientras que su marido observa el panorama exterior por la ventana. Ahora sería el momento más indicado para escapar de su constante vigilancia, y así poder estar juntos nuevamente, a pesar de los riesgos que esto conlleva. Intercambia una silenciosa mirada con Claire, y ambos parece que piensan lo mismo en ese preciso instante.
Por su parte, Alec, quien aún continua con el teléfono conectado por una llamada al de Ellie, empieza a escuchar una segunda voz, la cual, a pesar de estar distorsionada, conoce bien: es la madre de Danny. Entonces es cuando todo se tuerce y la voz de Beth se impone, lanzándole a Ellie toda clase de acusaciones e injurias. El escoces teme que esta discusión tan inoportuna eche a perder su operación, por lo que, sintiendo que el cuerpo le tiembla ligeramente por los latidos de su corazón que han comenzado a acelerarse por el miedo y la incertidumbre, intenta que Ellie responda a su voz al teléfono.
—Miller —la llama, escuchando los gritos de Latimer—. Miller, ¿qué ocurre? —su voz empieza a aumentar de tono debido a la incertidumbre
Por su parte, Beth sigue increpándole a Ellie su aparente confabulación con Joe. Ahora que ha empezado a desquitar toda su rabia no puede parar. Es como un veneno que recorre cada parte de su ser, implorándole que haga justicia. Justicia por Danny. Decide entonces provocar a la castaña de cabello rizado, quien aún tiene su teléfono móvil en su mano izquierda: coloca sus manos en los hombros de Miller y la empuja con las pocas fuerzas que es capaz de utilizar.
—¿Es esto lo que le hiciste a Joe?
Ellie trastabillea hacia atrás, claramente sorprendida de que Beth la haya empujado.
—Por favor, no me empujes —le pide en un tono lo más calmado posible, pues dadas las circunstancias, si su amiga insiste en continuar esta agresión, se verá obligada a defenderse, y esto es lo último que quiere hacer.
—¿Por qué no? Lo estoy disfrutando —sentencia la castaña de cabello liso—. Haré más que empujarte en un momento.
—¡Quítame las manos de encima! —exclama Miller, adoptando una actitud defensiva.
—Oblígame, ¡vamos!
—¡Este no es el momento! —intenta hacerla razonar, pero por cómo está hablando y reaccionando su amiga, sabe que nada de lo que le diga ahora conseguirá llegar hasta su mente racional. Ahora mismo solo puede defenderse—. Por favor, no hagas esto...
Los dos policías que aún continúan en el interior de la vivienda de pronto son capaces de escuchar la discusión que proviene del exterior sin la necesidad de utilizar el teléfono del escocés. Sin embargo, Alec necesita saber que Ellie se encuentra bien.
—Miller, ¿puede oírme?
Nuevamente, no recibe respuesta, pues su compañera y amiga está ahora enzarzada en una discusión, que desgraciadamente, no tiene pinta de llegar a buen puerto.
Beth vuelve a empujar a la expolicía con una ira atroz.
—¿Creías que, si le pegabas, incluso agrediéndole, tendría una oportunidad de librarse en el juicio? —en cuanto le espeta esto, para la sargento de policía queda claro como el agua que Beth ahora mismo no está pensando con claridad, sino que está dejándose llevar por sus emociones más primitivas.
—Dios, no...
—¡Si se libra por tu culpa...!
—¡No va a librarse! ¡Es culpable! —responde Ellie, dejando salir algo de su propia frustración e impotencia, que rivalizan con las de su amiga embarazada—. ¡Todos lo sabemos!
En ese preciso instante, debido en gran parte a la ira que la invade y al estado de estrés al que se ha sometido desde que ha salido de casa hace unos minutos, Beth siente cómo un cálido líquido baja por sus piernas: ha roto aguas.
—Mierda... —musita, claramente adolorida, pues las contracciones empiezan a los pocos segundos—. ¿Ves lo que has hecho? —se revuelve nuevamente contra la madre del mejor amigo de Danny, posando su mirada castaña en la de ella—. ¡Aléjate de mí, joder! —exclama en cuanto advierte que Ellie intenta acercarse a ella para ayudarla.
La Oficial Harper intercambia una mirada preocupada con su jefe, y se dispone a dirigirse a la sala de estar. Cuando llega a la puerta cerrada intenta abrirla, pero ésta no cede ni un milímetro. Lo intenta nuevamente, esta vez utilizando su propio peso para hacerla ceder. Nada. La puerta sigue sin moverse. Está claro que alguien la ha atrancado desde el otro lado con algún objeto robusto. En ese instante, nota al hombre que adora a su lado, cuya expresión facial es la viva imagen de la preocupación. El Inspector Hardy le hace una señal para embestir juntos la puerta. Así lo hacen, consiguiendo apartar una pesada silla, abriendo la puerta de la sala de estar de par en par. Lo que encuentran allí, o más bien lo que no encuentran, los hace palidecer a ambos: la estancia está vacía, y la ventana abierta. No hay rastro de Claire Ripley y Lee Ashworth.
"¡Maldita sea! ¿¡A dónde pueden haber huido!? ¡Tendría que haber supuesto por su ademán que se iría con él! ¡Ya nos advirtió de que su relación era tóxica y codependiente!", reflexiona para sí misma la muchacha de cabello taheño, observando que su inspector sale escopeteado fuera de la vivienda, pasando junto a Beth y Ellie, quienes están en la calzada, inmóviles.
El Inspector Hardy corre como alma que lleva el diablo hasta el puente cercano, el cual pasa sobre un río, pero no tiene modo alguno de averiguar el paradero de sus dos fugitivos. Entonces decide correr hacia algunas de las viviendas cercanas. Tal y como la joven analista ha supuesto, Alec ahora está recorriendo las inmediaciones y las casas de los vecinos, incluyendo sus jardines, con la vana esperanza de que alguno de ellos los haya visto marcharse. Sin embargo, recibe una negativa tras otra, y empieza a desesperarse profundamente. No puede perder a Claire. No puede hacerlo. ¡Es su mejor baza en este caso!
"Veamos las cámaras. Puede que me den una pista sobre su paradero", piensa entonces la mujer de piel de alabastro, aproximándose a la cámara que ha dejado escondida en la estantería del salón. En ese momento, Ellie entra a la estancia, por lo que Coraline opta por entregarle la cámara de vídeo a la castaña, para que pueda ver al mismo tiempo que ella lo que sea que ha sucedido. En el vídeo grabado se ve a Lee Ashworth encontrar la cámara que tienen ahora en sus manos, antes de apagarla, para así, evitar que los sigan de cualquier forma. Comprueban las otras cámaras. Las ha apagado todas. Ambas chasquean la lengua: han perdido su mejor oportunidad para conseguir más datos sobre el caso de Sandbrook.
—¿¡Qué están haciendo!? —la barítona voz de Hardy resuena como un estruendo en la habitación, hasta entonces silenciosa, provocando que ambas mujeres se sobresalten por un ínfimo instante.
—Comprobar las cámaras —responde Harper en un tono profesional, retomando su actitud de sargento de policía. Ahora mismo tiene que hacer lo posible por intentar aplacar la evidente ira y frustración que invaden a Alec—. Ashworth las ha encontrado y las ha apagado todas —se explica lo más calmadamente que puede. Ahora mismo no les sirve de nada soliviantarse todos a la vez—. No podemos saber a dónde ha ido.
—Estaba delante, ¿¡por qué no los ha visto!? —le espeta a Ellie, cuyo rostro se torna contrariado.
—¡Estaba discutiendo con Beth!
—¿¡Pero a usted qué le pasa!? —Alec está revolviéndose y atacado a todo lo que tiene delante, como si se tratase de un perro rabioso. Entonces vuelve su vista castaña hacia su subordinada, extendiendo su mano hacia ella—. Harper, deme las llaves —le ordena—. Deme las llaves del coche —pide nuevamente en un tono más firme, y la aludida alza las cejas en sorpresa, al igual que su compañera y buena amiga de cabello castaño—. ¡Ya! —exclama al contemplar que su subordinada no parece tener intención de moverse.
La que antaño fuera sargento de policía intercede entonces.
—Se supone que no puede conducir —le recuerda en un tono serio—. ¿Qué va a hacer?
—Ir a buscarlos, porque usted no ha hecho lo que acordamos —el tono de voz de Hardy es tan tenso que incluso le raspa la garganta a cada palabra que sale de su boca—. ¡Harper, las llaves!
En cuanto escucha que su jefe le reclama el no haber hecho su trabajo, Miller ya no tiene paciencia de la que echar mano. Está harta. Finalmente, se le cruzan los cables. No va a dejar que nadie más la mangonee hoy. Ya es suficiente.
—No, esto no es culpa mía. No me lo recrimine —Ellie se defiende de sus acusaciones en un tono férreo, señalándolo con el dedo a modo de advertencia. Si insiste en culpabilizarla, no piensa quedarse callada—. ¡Estoy harta de que todos me echen mierda encima de la que no soy responsable! —nota cómo su voz se quiebra ante esa última frase, pues las ganas de llorar han vuelto a ella. No esperaba que Hardy le fuera a recriminar algo, no, además, cuando es perfectamente consciente de su situación personal—. ¡Estoy harta de aguantar críticas por cosas que no he hecho!
Alec extiende nuevamente la mano hacia su subordinada taheña, y la joven intercambia una mirada preocupada con Ellie, quien asiente con desgana. Con un hondo suspiro, la muchacha de veintinueve años saca sus llaves de su propio bolso, antes de sujetarlas firmemente en su mano derecha por unos segundos, para después entregárselas.
—Voy con usted, señor —sentencia Coraline en un tono serio que no admite réplica alguna—. Si tan empeñado está en conducir para encontrar a Claire, no voy a dejarlo solo —se explica rápidamente, economizando en palabras, pues el tiempo apremia.
El Inspector Hardy simplemente le dedica un rápido asentimiento de cabeza a modo de agradecimiento por su apoyo.
—Hasta luego, Miller —se despide el escocés en un tono desganado y hastiado, comenzando a caminar hacia la entrada principal a paso ligero. Cuanto antes emprendan la búsqueda, antes podrán encontrar a esos dos.
—¡Espero que se estrelle, y que tenga un infarto mientras lo hace! —exclama la castaña cuando lo ve desaparecer de la entrada del salón. Solo entonces se dirige a su buena amiga taheña, utilizando un tono más calmado con ella—. Evita que cometa alguna locura.
—Lo haré, no te preocupes —afirma ella, antes de salir corriendo de la casa, pues su jefe da grandes zancadas, y algo le dice que no va a esperarla en su actual estado de frenesí. Pero pase lo que pase, no piensa permitir que le suceda algo estando al volante.
La muchacha de ojos cerúleos se sienta en el asiento del copiloto de su coche en el momento justo en el que su inspector arranca el motor. Apenas le da tiempo a ponerse el cinturón de seguridad cuando nota que el coche está desaparcando velozmente. En cuanto se estabiliza en el asiento del copiloto, observa al hombre que adora de reojo. Tiene serias dudas de que Alec vaya a respetar ahora mismo alguna regulación de tráfico, y eso es preocupante, no solo porque la multa se la harán llegar a ella, sino porque esa conducción algo temeraria podría provocarle una arritmia. Lo observa conducir con cierto esfuerzo para colocar las marchas, pero en cuanto se percata de que, al menos de momento, parece estar lo suficientemente calmado y en control de su cuerpo, comienza a observar por la ventana. Escanea con sus ojos azules el entorno que los rodea, esperando encontrar alguna pista que los lleve hasta Claire y Lee. De pronto, por la margen derecha de su coche, parece observar a una pareja que encaja sospechosamente bien con el físico de sus dos fugitivos. El Inspector Hardy también parece darse cuenta de ello porque aminora la marcha, pero tal y como ella sospechaba nada más enfilar esa misma calle, solo son dos transeúntes. Continúan la marcha en silencio por unos segundos, hasta que Alec decide intentar poner sus ideas en orden en voz alta. Para ello, decide contar con la ayuda de su brillante novata, quien en tantas ocasiones anteriormente lo ha ayudado a desvelar la verdad tras los hechos, y quien podría entender la mente de un perturbado como Lee Ashworth.
La observa de reojo, notando que sus preciosos orbes azules escanean su entorno. Aminora un poco la marcha para poder hablar con ella tranquilamente. Espera que su ademán frenético no la haya amedrentado ni la haya hecho revivir alguno de sus momentos traumáticos.
—Lina, detesto pedirte que hagas esto, porque se lo mucho que te afecta —comienza, y automáticamente, los ojos de ella se posan en él—. Pero necesito que empatices con Lee Ashworth —le ruega, y ella asiente casi al momento. Ni siquiera necesita que se lo repita.
—De acuerdo —entrelaza sus manos en su regazo, pues hacer una conexión empática, como lo llama ella, siempre es algo dañino para su psique—. ¿Qué es lo que quieres averiguar?
—Piensa: si fueras Ashworth y acabaras de recuperar a tu mujer, ¿a dónde la llevarías? ¿A dónde irías?
—Es un obseso del control y un manipulador —ella empieza a empatizar con él, cerrando sus ojos, concentrándose en lo poco que ha podido analizar del matrimonio Ashworth—. Sabe cómo coaccionar a Claire para que haga aquello que él quiere sin hacer preguntas —añade, rememorando la descripción que hizo Claire de sus encuentros sexuales—. Necesita tenerla recluida en un lugar seguro para él, pero que también sea seguro para ella. La necesita a salvo y con vida. Por tanto, tiene que ser un lugar que ella conozca, y al que él pueda acceder fácilmente, sin necesidad de intermediarios —habla a toda velocidad, yendo a la zaga de su cerebro, pues sus procesos mentales son más rápidos que ella—. Debe ser un lugar fácil de controlar —abre los ojos de golpe, pareciendo que se ha quedado momentáneamente sin aire, y por un instante, el escocés teme que le haya exigido demasiado, que la haya echo ir demasiado lejos—. La cabaña a las afueras de Broadchurch —sentencia ella finalmente en una voz agotada, intercambiando una mirada con su superior, quien asiente al momento, pisando el acelerador, conduciendo a toda velocidad hacia aquella casa que mantiene alquilada para la morena.
Ellie por su parte, una vez se ha repuesto mínimamente de la discusión que ha tenido tanto con Beth como con Hardy, toma sus llaves y sale de su casa al contemplar a la primera aun intentando llegar hasta su casa. Decide que, dadas las circunstancias, no puede hacer otra cosa que no sea apoyar a su amiga, por mucho que dicha amiga no quiera verla ni en pintura ahora mismo. Corre todo lo rápido que le permiten sus piernas hacia la mujer que está empezando el proceso de parto. La expolicía sabe que este proceso puede durar horas sin el equipo y el personal médico adecuado, por lo que, como madre veterana, piensa ayudarla, aunque tenga que hacerlo a la fuerza.
—Beth, ¿¡qué estás haciendo!? —exclama, consternada porque Beth esté apoyándose en la barandilla del puente, claramente adolorida y haciendo un soberano esfuerzo por mantenerse erguida y en pie.
—Ellie, no te acerques a mi —asevera la joven madre mientras rueda los ojos, haciendo nuevamente un esfuerzo por alejarse de allí, ahora que parece recuperar algo de fuerza.
—¿Has llamado a Mark? —la veterana policía hace caso omiso a su amenaza implícita, continuando su caminar hacia la parturienta, quien cada vez queda más cerca de su alcance.
—No tengo mi móvil —responde Beth con la voz contenida debido al dolor que tiene que soportar—. He salido corriendo, y ahora estoy así por tu culpa —incluso con el dolor que la recorre entera, la castaña aún tiene reservas suficientes de energía para culpabilizar a Ellie de todo lo sucedido.
—Voy a llamarle yo —Ellie finalmente llega hasta Beth, quedándose a su lado, intentando sujetarla con el brazo derecho, mientras que con el izquierdo marca el número de Mark en su teléfono móvil—. Cálmate —la instruye, colocándose el teléfono en la oreja izquierda—. ¿Tenías contracciones antes de romper aguas?
—¡Aléjate de mí! —Beth insiste nuevamente en que la mujer de cabello rizado guarde las distancias, aunque decide responder a su pregunta—. Llevo varios días teniéndolas intermitentemente, pero la matrona dijo que eran contracciones preparto —no sabe por qué diantres está hablando con ella, con la mujer a la que culpa de todo lo malo que ha ido sucediendo estos últimos meses, pero quizás, solo quizás, una parte de su mente racional ha empezado a imponerse a la parte visceral.
—Salta el contestador —se exaspera la que antaño fuera sargento de policía, colgando la llamada.
—¡Cómo no, joder! —maldice la parturienta entre dientes.
—Llamaré a Lucy —sugiere Ellie en un tono urgente, pues no es higiénico ni recomendable que Beth camine hasta su casa sin ayuda alguna. Además, a saber cuándo podría nacer la criatura—. Ella te llevará al hospital...
—No, yo... No voy a ir... Al hospital —sentencia la joven madre en un tono determinado entre leves jadeos por el dolor—. Voy a parir en casa.
—Dios mío, ¿por qué vas a hacer eso? —se horroriza Miller, pues el dolor que deberá soportar Beth siendo tan joven, y sin el equipo adecuado, es horrible. Incluso imaginárselo le duele mentalmente.
—¿¡Quieres largarte ya!?
—¡Vaca estúpida, intento ayudarte! —Ellie ya se ha hartado nuevamente del talante de Beth ese mediodía. Con una voz tirante y demandante, finalmente la logra hacer callar—. Vas a tener un bebé y ni siquiera puedes caminar, así que apóyate en mí.
A Beth no le queda otra que acatar las órdenes de Ellie Miller. Había olvidado lo feroz que era su talante cuando pierde los estribos, y eso que únicamente la ha visto así en contadas ocasiones. Normalmente cuando regañaba a Tom. Suspira con hastío, pero pasa su brazo izquierdo por los hombros de la mujer de Joe, caminando gracias a su ayuda. Esto es una tregua... Por ahora.
—No te quiero aquí —sentencia mientras aprieta los dientes, intentando sobreponerse a otra de las contracciones.
—Pues mala suerte —espeta Ellie en un tono irónico mientras camina con ella.
Ambas mujeres caminan con pasos lentos por la verde campiña que queda entre sus viviendas, encaminándose a la casa familiar de los Latimer. Entretanto, Ellie se asegura de llamar a la comadrona para que acuda cuanto antes a la casa. Igualmente, también se apresura en mandar un mensaje a Chloe Latimer para que se persone en el hogar familiar, pues necesitará toda la ayuda posible hasta que llegue la comadrona.
En ese mismo instante, a unos cuantos kilómetros de allí, en su casa del acantilado, Jocelyn Knight está discutiendo el avance del caso en el tribunal. Y a diferencia de un desasosegado Ben, la brillante y veterana abogada de ojos verdes está bebiéndose una copa de vino rosado tan tranquilamente.
—La confesión del acusado excluida, y la defensa cuestionando la integridad de la investigación criminal... —el joven abogado enumera los hechos acaecidos en esta primera sesión del juicio—. ¿Deberíamos preocuparnos?
—¿Tú lo estás, Ben?
Sí, puede que hayan perdido la confesión del acusado, y sí, puede que estén poniendo en duda la profesionalidad del cuerpo de policía de Broadchurch, pero aún tiene un As en la manga, y es el momento idóneo para hacerle partícipe de ello. Pero con lo alterado y nervioso que está Ben Haywood, Jocelyn duda que pueda compartir con él la información de la que dispone en estos momentos. Probablemente le entrará por un oído y le saldrá por el otro a menos que consiga calmarlo.
—Sí, un poco —admite el joven de cabello rubio y rizado, antes de suspirar pesadamente—. ¿Por qué tú no? —cuestiona, finalmente haciendo la pregunta que tanto deseaba Jocelyn que hiciera—. ¿Y por qué sonríes ahora? —la sonrisa de su jefa es algo contagiosa, lo que provoca que las comisuras de los labios de Haywood se eleven ligeramente.
—Porque, querido Ben —bebe otro trago de su copa de vino—, tenemos en nuestro poder un comodín que nos hará ganar un buen tanto contra la defensa de Joe Miller —le indica, sujetando en su mano izquierda el fichero y la grabadora que utilizó el día que la analista del comportamiento fue a verla, hace ya semanas—. Aquí tienes la transcripción de la conversación grabada, junto con las pruebas recopiladas por la Sargento Harper.
Los ojos de Ben escanean el fichero que contiene las pruebas, antes de leer la transcripción de la conversación. A cada palabra que lee y cada prueba que contempla, un gran asombro y expresión triunfal asoman en su rostro.
—Pero Jocelyn, ¡esto es...! —apenas disimula su entusiasmo—. Coraline Harper es un genio —alaba, antes de que su sonrisa se borre de un plumazo—. Pero si estas pruebas se hacen públicas, se estará poniendo en peligro. ¿Sabe ella...?
—Sí. Ella sabe perfectamente a lo que se expone al entregarnos esta información —lo interrumpe Jocelyn—. Lo ha hecho por voluntad propia, porque confía en que lograremos ganar el caso y conseguir justicia para Danny Latimer —la voz de Jocelyn se torna determinada ante esta oportunidad que les ha sido brindada para dar la vuelta al caso—. Oh, Sharon no va a ver venir esto... Vamos a dejarla descolocada —se carcajea, antes de dar un último trago a su copa de vino—. Esta misma mañana, tras reunirme con la jueza, me he encargado de hacer llegar las pruebas al supervisor del tribunal, y por suerte, ya se ha confirmado que no hay manipulación externa o interna, y, por tanto, son legítimas —añade, pues sabe que una de las pruebas, crucial para demostrar su acusación, deberá ser tratada con cuidado—. Por ello, también dispondremos de los aparatos necesarios para su reproducción en el juzgado —añade, con evidente satisfacción—. Así que, no te preocupes. Defenderemos nuestro caso minuciosamente. No nos dejaremos zarandear por cada nuevo acontecimiento.
—Entonces, lo siguiente que me pregunto es... ¿Deberíamos reconsiderar nuestra estrategia?
—Ben, los hechos están de nuestra parte —sentencia Jocelyn, dejando la copa sobre la mesa, examinando con la mirada alguno de los libros de su despacho particular—. La familia, pruebas forenses, autopsia, los medios, testigos oculares... Y el comodín que nos ha brindado la señorita Harper —nuevamente una sonrisa orgullosa y determinada asoma a sus labios, alabando mentalmente la valentía de esa joven mujer, que tanto está arriesgando por Danny y su familia—. Todo es consistente. Todo es bueno.
—No, quiero decir... —Haywood parece dubitativo—. ¿Vamos a llamar a Ellie Miller como testigo, después de lo que le hizo a su marido? —finalmente hace la pregunta que estaba muriéndose por hacer desde que ha sacado el tema de cambiar su estrategia.
—El Inspector Hardy aún tiene que terminar de declarar —sentencia la abogada de la familia—. Además, tengo pensado llamar a la Sargento Coraline Harper pasado mañana al estrado. Tenemos que dar un uppercut antes siquiera de que lo puedan prever —se explica rápidamente—. Después de que ambos hayan declarado, y solo después, decidiré si llamo a Ellie Miller a declarar —concluye, antes de volverse hacia su compañero en esta batalla legal—. Me gustaría que le hicieras llegar esta carta a Cora Harper —saca un inmaculado sobre del cajón de su escritorio de madera caoba, entregándoselo a Ben. En la superficie del papel puede leerse el nombre completo de la sargento de policía de cabello carmesí—. Asegúrate de que llegue a su casa. Y que sea de forma discreta —lo exhorta, y el joven abogado de cabello rubio asiente al momento—. Tenemos que prepararla mentalmente para lo que se le vendrá encima.
—Entendido —afirma Ben, antes de tomar su chaqueta en sus manos—. Voy ahora mismo a su casa para dejarle la carta —añade, saliendo por la puerta de la oficina a los pocos segundos.
"Pobre chica...", es lo único que puede pensar la veterana abogada de cabello rubio platino, posando sus ojos verdes en el horizonte en el que se mimetizan el cielo y la mar. La línea que los separa se ha vuelto borrosa al transcurrir el día, y el sol ya ha comenzado su descenso. El atardecer dará paso a la oscura noche dentro de unas horas.
En el hotel Traders, al mismo tiempo que el equipo legal de los Latimer, Sharon Bishop y Abby Thompson repasan su estrategia para la sesión del juicio de mañana. La joven aprendiz de Sharon está encargándose de ocultar su sala de reuniones con unos trozos del Eco de Broadchurch, el periódico local, pegando estos en los cristales de la puerta que da acceso a la estancia.
La abogada negra repasa en voz alta los hechos acaecidos en el juicio, antes de lanzarse a hacer suposiciones sobre la estrategia que seguirá Jocelyn. Necesitan estar preparadas para cualquier eventualidad que se presente, y algo le dice que su antigua mentora está guardándose aún algún que otro truco en la chistera.
—La pregunta es si la acusación va a llamar a la Sargento Miller —cavila Bishop mientras pasea de un lado a otro de la estancia—. Su credibilidad está dañada por la paliza —rememora el boquete que hizo a la acusación de Knight y sonríe con sorna—. Si yo fuera Jocelyn, minimizaría los daños no llamándola...
—Pero... —Abby, que finalmente ha terminado de empapelar los cristales camina hacia la mesa en la que tienen todos los documentos y pruebas que van a presentar en el juicio—. Preferimos que suba al estrado para poder interrogarla.
—Sí. Así es —afirma Sharon, dando un sorbo a vino tinto que tiene en su copa—. Imagino que podremos solicitarlo, porque es clave para la acusación... —Sharon parece reflexionar ahora para sí misma, pero no sobre el juicio que tienen entre manos, ni sobre la sesión de mañana. Más bien parece perdida en sus propios pensamientos problemáticos. No deja de pensar en Jonah...
Abby, que se ha acercado finalmente a la mesa de pruebas, toma en sus manos un gran fichero en el que ha recopilado unas cuantas declaraciones y pruebas en contra de Ellie Miller. Con una sonrisa orgullosa, deja el fichero cerca del lugar de Sharon en la mesa.
—He tenido algunas ideas que podrías utilizar con ella —se sincera, esperando la aprobación de su jefa como un cachorrillo que espera que su amo le dé una golosina por haber realizado correctamente una orden. O al menos, así es como la ve ahora mismo Bishop.
—Tranquila. Ya se me ocurrirá algo —desestima por completo el trabajo de Thompson, lo que provoca que ésta, en un ligero berrinche propio de una niña pequeña, frunza el ceño y tuerza la boca en una mueca algo molesta.
—Claro, pero he hecho el trabajo —se queja la joven abogada—. Podrías leer lo que he redactado...
—¡Abby! —la interrumpe su jefa en un tono de advertencia, indicándole que no debe sobrepasar su límite, ya que la superiora, sigue siendo ella. Además, hay algo en la actitud de Abby que se le antoja maliciosa, como si disfrutase del sufrimiento ajeno que provocan en este juicio. Ni siquiera ella es tan desalmada, pero su querida perrita está hecha de otra pasta—. Prefiero prepararlo yo.
—Claro, vale. Sí... —la castaña finalmente se da por vencida. ¡Dios la libre de discutir algo con Sharon hasta la saciedad! Sabe perfectamente que esta es una guerra imposible de ganar. Su jefa, para bien o para mal, es demasiado testaruda.
—¿Puedes ir sola a los juzgados por la mañana? —cuestiona la abogada negra en un tono serio, pasando junto a la mesa y su compañera de trabajo en un ademán algo nervioso—. Tengo una cita a primera hora —no quiere dar más explicaciones, puesto que es un asunto familiar, por lo que recoge su abrigo, dispuesta a marcharse velozmente de esa estancia—. Nos vemos allí —se despide, antes de salir por la puerta, dejando a Abby allí, sola con todo el papeleo.
Unos minutos más tarde, en la casa de los Latimer, Beth se encuentra apoyada en el sillón de la sala de estar, a la espera de la llegada de la comadrona o de su hija, Chloe. La parturienta grita debido al dolor, aunque al mismo tiempo, es una excelente forma de distraerse de él. Tiene la camiseta azul celeste subida sobre el vientre, dejando este al descubierto, de forma que no la aprisione la tela de la prenda. En ese preciso instante, la puerta principal de la casa se abre y se cierra con celeridad. Es Chloe, que acaba de llegar, alertada por un mensaje proveniente de Ellie, quien aún se encuentra en la casa.
—¿Mamá? —cuestiona Chloe al escuchar que su madre grita de dolor, lo que provoca que empiece a preocuparse—. ¡Mamá! —la joven adolescente corre junto a su madre nada más ver que ha empezado a dar a luz. Se coloca tras ella, intentando acariciar su espalda para intentar relajarla un poco—. Mamá, ¿estás bien? —le pregunta, dándole su mano izquierda a su madre para que pueda apretarla y descargar algo del dolor.
Ellie aparece entonces en la sala de estar, pues ha estado preparando la piscina hinchable del cuarto superior. Tiene las mangas de la chaqueta y la camina arremangadas hasta los codos prácticamente.
—Chloe, ayúdame a subir a tu madre arriba —sentencia la expolicía en un tono serio, demandante. Es el mismo tono que usaba con Tom cuando quería que hiciera algo—. Tenemos que subirla a la piscina. Ya la he preparado.
—Chloe, no la quiero aquí —le dice la joven madre a su hija adolescente—. Haz que se vaya —pero la muchacha rubia simplemente se limita a observar en silencio a Ellie, a quien no esperaba ver allí, y mucho menos ayudándolos cuando todos ellos la han ignorado, vilipendiado y calumniado por lo que sucedió entre Joe y Danny.
—Calla —la mujer de cabellera rizada casi parece gruñir cuando pronuncia esa palabra, aprovechando la tesitura para colocar el brazo derecho de Beth alrededor de sus hombros. Una vez hecho, indica a Chloe con un gesto que coloque el brazo izquierdo de su madre alrededor de sus propios hombros.
Por su parte, ahora conduciendo a toda velocidad por el pequeño bosque que lleva a la verde y bella campiña inglesa en la que se encuentra la cabaña de Claire, Alec Hardy y Coraline Harper continúan en una tensión constante, pues esperan haber acertado con su hipótesis de que sus fugitivos se encuentran allí. Como no saben qué van a encontrarse una vez lleguen a la cabaña, la muchacha taheña de piel de alabastro se ha asegurado de equiparse con su pistola reglamentaria del cuerpo de policía. Puede que ahora no esté exactamente de servicio, pero sigue siendo una agente de policía en activo, y nada le va a impedir apretar el gatillo para impedir cualquier tipo de agresión.
La mujer de veintinueve años nota cómo su compañero y protector respira de forma algo agitada, lo que la hace preocuparse enormemente por su estado. En un gesto para intentar tranquilizar sus ánimos, coloca su mano derecha en el hombro izquierdo de él. El escocés interpreta el gesto al momento como un indicativo de que debe relajarse, o de lo contrario, su novata lo obligará a detener el coche y lo llevará de vuelta a su casa, aunque sea a rastras. Tras unos dos minutos, habiendo abandonado ya el verde bosque por los bellos fiordos ingleses, sus ojos cerúleos contemplan entonces cómo la casa queda a la vista a unos pocos pasos de su posición.
De pronto, Cora siente una súbita sacudida cuando Alec detiene el coche sin previo aviso, lo que provoca que su cinturón de seguridad impida que se propine un buen golpe contra el salpicadero del vehículo, reteniéndola en su posición, aunque el choque contra el cinturón en su clavícula izquierda va a dejarle un buen moratón, al menos hasta mañana.
—Alec, ¿qué estás...? —la muchacha ni siquiera es capaz de terminar la frase, pues observa consternada cómo el hombre que la hace suspirar sale del coche aún en marcha, corriendo hacia la cabaña como si su vida dependiese de ello—. ¡La madre que...! —maldice por lo bajo, apagando el motor de su coche, soltando su cinturón y tomando las llaves del vehículo de cuatro ruedas en sus manos. Una vez cierra el coche, comienza a correr hacia la casa—. ¡Alec! ¡Alec, espera! —exclama, pero para ese entonces, su amigo ya está muy lejos, y ni siquiera parece que la escuche—. ¡Será testarudo, el muy idiota! —exclama entre dientes, decidiendo dar un rodeo por la parte trasera de la vivienda, para así entrar por la sala de estar, cuya puerta da al patio trasero, según advirtió la última vez que estuvo allí. Podría tratarse de una encerrona, y por eso mismo, debe estar preparada para defenderlos tanto a Alec como a sí misma de ser necesario.
El Inspector Hardy, que acaba de entrar a la casa, vocifera una y otra vez el nombre de Claire, esperando recibir algún tipo de respuesta.
—¡Claire! ¡Claire! —exclama, avanzando hacia la sala de estar, antes de percatarse de que Lee Ashworth sale a su encuentro—. ¿Dónde está? —cuestiona en un tono que raya la desesperación y la ira incontenida.
Sin embargo, nada más Lee tiene delante al inspector escocés, solo le basta con propinarle un buen agarre y un empujón con la mano abierta en el pecho, mientras que con la izquierda sujeta su espalda, para hacerlo caer boca-arriba al suelo de madera de la estancia. El golpe seco que recibe Alec al caer con tal fuerza bruta, es suficiente para hacer que se le corte momentáneamente la respiración. Lucha por respirar, y contempla impotente cómo Lee Ashworth se inclina sobre él, adoptando una posición despótica.
—¿Dónde está quién? —se burla el que antaño fuera arquitecto, colocando su pie derecho sobre el pecho de Hardy, a sabiendas de que su estado de salud es delicado. Solo debe dosificar su fuerza, y presionar un poco más su pie contra la caja torácica del hombre con vello facial para provocarle un daño irreversible—. Nos espío... —lo acusa en un tono claramente molesto.
Alec hace lo que puede para desembarazarse de esa situación. Intenta con sus manos apartar el pie de su pecho, sintiendo una opresión extremadamente dolorosa que le impide respirar. Al mismo tiempo, empieza a ver cómo los bordes de su visión se oscurecen poco a poco. El oxígeno está empezando a fallarle.
—¿Dónde está Claire? ¿Qué ha hecho con ella? —es lo único que es capaz de preguntar Alec entre dolorosas y débiles bocanadas de aire.
Por su parte, la muchacha taheña se ha introducido con gran habilidad y sigilo en el patio trasero, y consigue abrir la puerta que da a la sala de estar sin demasiados problemas, pues está, para su nula sorpresa, desbloqueada. Está claro que su testigo no-oficial no se toma demasiado en serio su propia seguridad. En ese preciso instante, observa cómo Lee Ashworth tiene presionada su pierna derecha sobre el pecho del hombre que ama. Empieza a verlo todo de color rojo. Siente un impulso visceral por sacar su arma y pegarle un tiro en dicha pierna para evitar que siga dañando a Alec.
"No, eso sería un abuso de autoridad. Tienes que calmarte, Coraline. Eres una agente de la ley, y una analista del comportamiento... ¡Centra tu mente!", se regaña en un tono serio, caminando lentamente hasta quedar a la espalda del marido de la mujer morena.
—No somos sospechosos. No somos prisioneros —sentencia Lee, antes de sentir de pronto el frío cañón de un arma contra su nuca.
—¿En serio pretende que nos creamos esas declaraciones cuando está intentando asfixiar a mi compañero? —cuestiona con una voz de ultratumba la joven de veintinueve años, presionando un poco más el cañón del arma contra su nuca.
—Oh, mire por donde... Su novia ha venido a rescatarlo.
Los ojos algo desenfocados de Hardy se posan entonces en su querida novata, a quien puede ver ligeramente tras el marido de Claire. No puede creer que esté arriesgándose tanto en este momento: Lee es mucho más fuerte que ella y podría hacerle daño. ¡No puede permitirlo!
—Cora... ¿Qué haces, insensata? —logra musitar en un tono preocupado, mientras intenta, nuevamente en vano, liberarse de la presión que ejerce Ashworth en su pecho.
—Bailar samba. ¿A ti qué te parece, Alec? —cuestiona la muchacha en un tono irónico, tomándose el tiempo para bromear e intentar que no se preocupe por ella—. Ahora va a escucharme, señor Ashworth —se dirige nuevamente al hombre al que tiene encañonado, antes de dar sus órdenes con la mayor sangre fría de la que dispone—: ponga las manos en alto, donde yo pueda verlas, y apártese del Inspector Hardy. Despacio. No haga movimientos bruscos que me indiquen una respuesta agresiva, o me veré obligada a realizar un disparo a su arteria carótida, y le aseguro que no será nada agradable. Morirá por hemorragia masiva entre dos y cinco minutos después —sentencia factualmente, con Lee Ashworth sonriendo levemente ante la aparente osadía de esta joven tan pequeña en comparación con él—. Y se lo garantizo: yo no pienso auxiliarlo.
—Bien, bien —Lee alza las manos—. Como usted diga, agente —indica, llevado sus manos a la nuca, cerca del arma. A los pocos segundos, gracias a un movimiento brusco, intenta asir el arma de la joven.
Sin embargo, la analista del comportamiento, quien ha sido capaz de prever sus acciones por el tono de su voz y la forma en la que estaba posicionando sus brazos, rápidamente se deshace del arma, enfundándola de nuevo, antes de dar un paso rápido hacia él, ahora que han quedado frente a frente, ejecutando una técnica de judo conocida como Kata-gatame. La función principal de esta técnica de combate es realizar una estrangulación sanguínea al oponente con el fin de dejarlo inconsciente.
Coraline, aprovechando el impulso que ha tomado al dar el paso hacia Ashworth, ha pasado su brazo derecho bajo la barbilla de éste, colocándolo cerca de su clavícula izquierda, mientras que ha pasado su brazo izquierdo bajo el hueco de la axila derecha. Gracias a este agarre, la muchacha ha conseguido dejar atrapado el bíceps del brazo derecho de Lee, por lo que no puede desembarazarse de este movimiento. Cuando ha conseguido sujetarlo eficientemente —provocando una gran presión en el brazo de Ashworth, el cual está presionándose cada vez más contra su propio cuello por la fuerza que la mentalista ejerce—, la pelirroja con piel de alabastro procede a desestabilizarlo. Coloca su pierna derecha tras la flexión de la rodilla derecha de Lee, y empuja su propia pierna con todas sus fuerzas hacia atrás. Esto provoca que Lee pierda el equilibrio. Solo entonces, Harper se vale de la propia fuerza de Lee además de la gravedad, para hacerlo caer al suelo con todo su peso. El estruendo de la caída resuena en toda la casa. Una vez lo tiene en el suelo, habiendo dejado el hombro atrapado de forma que interrumpe el flujo sanguíneo, utilizando su antebrazo para oprimir la arteria carótida del marido de Claire, la muchacha comienza a ejercer aún más presión. Está claro que su objetivo es dejarlo inconsciente. Y, de hecho, lo consigue pasados unos diez segundos.
En cuanto percibe que Lee Ashworth no representa ninguna amenaza para nadie, finalmente suelta su agarre, incorporándose del suelo. Alec, por su parte, intentando regular su respiración y el latir de su maltrecho corazón, apenas puede creer lo que han visto sus ojos: ¿cómo y cuándo ha aprendido su novata a hacer algo como eso?
—¿Estás bien? —cuestiona Coraline casi sin aliento, habiéndose incorporado del suelo, ayudando a Alec a levantarse de él—. ¿Te ha hecho daño?
—Estoy bien —afirma Alec, incorporándose con su ayuda—. ¿Cómo has...? ¿Qué has...? —el escocés ni siquiera es capaz de terminar las frases, pues respira de forma agitada. Nota al momento cómo la muchacha le propina un leve masaje relajante entre los omóplatos para hacerlo relajarse y mejorar su respiración.
—Es una técnica de judo aplicada al combate —responde ella rápidamente—. La aprendí en la academia —sabe que no debería mentirle sobre esto, pero aquello de su pasado que aún conserva oculto, podría ocasionar daños colaterales a aquellos que ama en caso de salir a la luz. Su mirada azul se posa entonces en el marido de Claire, a quien observa de reojo, aún inconsciente en el suelo de la cabaña—. No te preocupes, recuperará la consciencia en unos... —hace una pausa para mirar su reloj de muñeca—. Tres segundos.
Dicho y hecho, tal y como la muchacha ha vaticinado, a los tres segundos, Lee empieza a toser, incorporándose con la ayuda de Claire, quien acaba de aparecer en la sala de estar. Ha presenciado con evidente sorpresa la fuerza y el instinto de protección que la analista del comportamiento posee. Queda cada vez más claro para ella, que Coraline Harper va a ser un obstáculo en su camino, pero por desgracia, no puede permitirse el lujo de apartarla de Alec. También la necesita a ella para protegerse.
—Menuda agente de policía es usted, Sargento Harper: habría podido dispararme cuando he intentado arrebatarle el arma, como bien me ha indicado, pero en lugar de eso ha decidido no hacerlo... Sus principios la honran —Ashworth no se resiste a hacer una apreciación sobre su forma de trabajar.
—Habría malgastado energía y una bala —se defiende ella agudamente en un tono férreo, nada amigable, aunque no deja de lado ese leve tinte bromista en sus palabras—. Y no quería dejar esto lleno de sangre.
—Vaya, la pequeña analista, además de tener un piquito de oro, sabe cómo pelear... —comenta Lee, claramente asombrado, y en cierta parte excitado por haber sido víctima de un estrangulamiento tan original e inesperado. Claro que, él nunca le ha hecho ascos a un buen juego de rol sadomasoquista.
La Oficial Harper se limita a ignorar su comentario, concentrando ahora sus energías en comprobar que su inspector respire acompasadamente. Lo observa concienzudamente, revisando que no tenga alguna herida visible en su torso, y suspira aliviada para sus adentros cuando comprueba que así es. El hombre con cabello castaño y vello facial finalmente recupera el aliento, y se dirige a Claire, no sin dejar de observar por la periferia de su visión a su querida novata, quien oculta más sorpresas de las que él esperaba.
—¿Estás bien? —cuestiona casi en un susurro.
—Sí —afirma la morena de ojos verdes.
—¡Claro que está bien! —indica Lee, tosiendo al intentar recuperar el aliento.
—¡Quiero que salga! —exige el protector y confidente de la pelirroja en un tono demandante, pues quieran o no, esa casa sigue siendo alquilada por él.
—¿O qué? ¿Va a hacer que su chica me arreste?
Hardy acaba por perder los papeles ante esa pregunta, y su tono se eleva unas décimas.
—¡Fuera, ya!
Lee lo observa con esa mirada azul suya tan característica, llena de rencor y desprecio.
—Usted no decide cuanto tiempo puedo pasar con mi mujer —sentencia palabra por palabra como si fuera un mantra, sujetando a Claire por el cuello, habiendo rodeado sus hombros con el brazo derecho. Entonces la obliga a besarlo, con la morena desviando su mirada hacia el inspector de policía, como si le pidiese ayuda indirectamente—. ¿Entendido? —socava tras romper el beso, con su tono de voz habiéndose endurecido imperceptiblemente—. Les contaré, a usted y su amiguita, todo lo que pasó por alto en Sandbrook, ¡cuando deje de ir a por mí! —ambos hombres vuelven a estar ahora frente a frente, y por un momento pareciera que va a volver a sucederse un enfrentamiento, pero Lee Ashworth da una mirada hacia la agente de policía de ojos cerúleos y recapacita, recordando lo fácilmente que lo ha dejado incapacitado esa pequeña mujer. Opta entonces por alejarse, encaminándose hacia la entrada de la cabaña—. Te llamaré, nena —se despide de su mujer, habiéndose detenido momentáneamente para observarla.
Después, cruza el umbral de la puerta principal y desaparece de la vista de los tres. Esto provoca que el veterano agente de policía por fin pueda respirar más tranquilamente, al igual que su compañera pelirroja. Sin embargo, como suele decirse, la calma precede a la tempestad, y ésta llega con toda la fuerza de un huracán en cuanto Alec empieza a gritarle a Claire, claramente airado y decepcionado porque se haya escapado junto a su marido.
—¿¡Qué coño estás haciendo!? —le espeta, inclinándose sobre ella, antes de sentir que su novata lo detiene, posando una mano en su pecho, impidiéndole tomar una posición dominante con Claire, instándole con una sola mirada de sus ojos azules, a que mantenga la calma y se serene. Ahora no es el mejor momento para buscar pelea.
Entretanto, a varios kilómetros de allí, en la casa familiar de los Latimer, Beth ahora se encuentra dentro de la pequeña piscina hinchable, llena de agua, continuando su labor de parto. Ellie está a su lado, sujetando la mano izquierda de Beth en su derecha, mientras que, con su reloj de muñeca en su mano izquierda, cuenta los segundos de duración entre cada contracción, para así tener una idea aproximada de cómo se desenvuelve la situación. Chloe observa a las dos adultas con una mezcla de sorpresa y admiración: sorpresa porque Ellie, a pesar de las palabras de su madre, pueda mantener la calma, y admiración, por el significativo esfuerzo que su madre está haciendo para traer al mundo a su hermanita. Al fin y al cabo, la adolescente ni siquiera recuerda el día que nació Danny, pues era aún demasiado pequeña como para retenerlo en su memoria. Nunca se habría imaginado que un parto pudiera ser así. En las películas al menos, no es tan gráfico ni sangriento como lo que está observando. Por un momento piensa que va a marearse, pero mantiene el tipo: tiene que apoyar a su madre, ya que su padre, para variar, no está con ellas en este preciso instante.
—Ahora son cada cuarenta segundos —comenta Ellie en un tono calmado, pues ella debe mantenerse serena por las dos. Beth es quien debe descargar su energía y frustración en cada contracción—. Lo estás haciendo muy bien.
En ese preciso instante, el timbre de la puerta principal de la vivienda suena fuertemente, por lo que la adolescente de cabello rubio pega un leve salto por la sorpresa al escucharlo.
—Ya voy yo —sentencia Chloe, apresurándose en bajar a la entrada, escuchándose como sus pisadas descienden por las escaleras a toda velocidad. Casi pareciera que va saltándolas de dos en dos.
—¡Necesito el gas y el aire! —exclama Beth, refiriéndose al oxígeno, pues el masivo esfuerzo que está haciendo en estos momentos la está dejando para el arrastre. Además, está segura de que pronto necesitará algún calmante para el dolor. No recordaba que los partos de Chloe y Danny hubieran sido así de dolorosos, pero claro, ambos nacieron en hospitales, y no en casa.
La voz de Chloe se escucha entonces desde la planta baja, claramente aliviada:
—¡Es la comadrona!
—Gracias a Dios... —masculla Ellie por lo bajo, realmente aliviada de que haya llegado a tiempo. Ella no es una experta, al fin y al cabo, y no cree que pudiera serle de más utilidad a Beth en estos momentos.
Beth se agita entonces en el agua, respirando agitadamente por el esfuerzo.
—¡Viene otra...!
—Mantén la respiración —le aconseja la veterana sargento de policía, observando a su amiga gritar desesperadamente para dejar salir el dolor.
En casa de Claire, los ánimos al fin se han calmado mínimamente con la intervención de la Sargento Harper. Ahora, su testigo no-oficial está sentada en el sillón de su sala de estar, con el Inspector Hardy a su izquierda, frente a ella, de pie. Aún continúa enfadado a juzgar por su ademán intranquilo y respiración trabajosa. Quiere mantener la calma, pues es consciente de que no va a solucionar nada si vuelve a gritarle a Claire, pero necesita respuestas. Y las necesita ya.
Viendo que su inspector no está en un ademán conveniente ahora para hablar con Ripley, la pelirroja de ojos cerúleos decide empezar ella la conversación. Comprende que Lee haya achantado a Claire y la haya obligado a marcharse con él, pero si tan segura estaba de que no le haría daño, ¿por qué no pidió ayuda a gritos para evitar que se la llevase? ¿A qué está jugando? Hay algo que sigue sin encajarle en todo esto a la analista del comportamiento.
Tras cruzarse de brazos, la muchacha de veintinueve años suspira con pesadez.
—Claire, ¿por qué te has ido con él?
—Porque estaba aterrada —esa es exactamente la excusa que Coraline esperaba escuchar salir de sus labios—. Llevaba un año y medio sin verle, y he hecho lo que me dijisteis que hiciera —su tono se torna acusador entonces, observándola con sus ojos verdes casi sin parpadear.
—Haberme llamado —intercede entonces Hardy, manteniendo la compostura.
—Oh, sí, claro —la morena utiliza un tono bromista cuando pronuncia sus siguientes palabras—: «Espera, Lee, cielo. Le daré un toque a Alec para decirle dónde estoy».
—¿Y qué? —el escocés finalmente está lo bastante calmado como para continuar la conversación en un tono sereno, o al menos, todo lo que le es posible, dadas las circunstancias—. ¿Habéis salido por la ventana? —cuestiona, rememorando que la ventana de la casa de Ellie se encontraba abierta de par en par, algo que también había notado su brillante Harper.
—Atravesamos un par de jardines, y paramos el primer taxi que vimos —responde la mujer que antaño era peluquera, en un tono que realmente parece transmitir su indecisión e inseguridad por todo lo que ha sucedido en las últimas horas.
¿Y lo has traído aquí? ¿El único sitio que no conocía? —le espeta el hombre con vello facial castaño, claramente incrédulo: no puede creer que Claire haya sido tan tonta y descuidada. No piensa dejárselo pasar. Esta vez no. Ha ido en contra de sus órdenes explícitas.
—¡No tenía elección! —se defiende la de ojos esmeralda con vehemencia—. ¡Has puesto cámaras sin decírmelo! ¡Y cuando las encontró, pensó que yo estaba involucrada!
—¡Quería saber qué decía! —exclama Alec, perdiendo por un instante su compostura con ella. Claire es capaz de sacarlo de sus casillas sin el más mínimo esfuerzo. Todo lo que hace es por protegerla, ¿y así es como se lo agradece?
—No confiabas en que fuera a decirte la verdad, ¿no? —acusa Claire, negando con la cabeza, antes de levantarse velozmente del sillón, encarando a ambos policías—. Ninguno confiabais en mí —sugiere entonces, dejando claro que sospecha de la implicación de la sargento en la operación.
—No la metas a ella en esto —el hombre de delgada complexión sale en defensa de su analista del comportamiento, antes de bajar el tono, colocando las manos en sus caderas—. ¿Quieres hablar sobre la verdad? ¿Sí? —Claire asiente al escuchar la pregunta por parte de su supervisor. El veterano inspector saca entonces de su chaqueta el sobre con la campanilla prensada que encontró hace semanas—. ¿Qué es esto? —indaga en un tono imperativo y algo impaciente, pues está acabando con su paciencia.
—No lo sé... —la morena parece no reconocer el sobre, negando con la cabeza, pero por la mirada ligeramente nerviosa que Coraline detecta en sus ojos, sabe que está mintiendo. Además, su tono ha subido una octava al pronunciar su negación.
—¿No? No me mientras, Claire —el Inspector Hardy abre el sobre, dejando a la vista la campanilla prensada. Está claro que, tanto él como la Sargento Harper no confían en las palabras y la palabra de Claire. No, después de haber contemplado cómo se escabullía para estar nuevamente con Lee.
—Es una campanilla —sentencia la que antaño fuera peluquera en un tono factual, como si estuviera revisando el catálogo de una tienda online. De pronto, su tono ha adquirido una tonalidad más calmada, más calculadora, o eso parece discernir la taheña de piel de alabastro—. Me la enviaron así —comienza a contarles en un tono mucho más calmado que el de hace unos instantes—. A un antiguo apartado de correos que utilizaba cuando pedía productos de peluquería —continúa, explicando el origen del sobre y la flor, antes de sentarse nuevamente en el sillón, pues este tipo de discusiones la agotan mentalmente hablando. Y no quiere discutir con Alec. No allí, y menos aún con su perrita faldera siguiéndolo a todos sitios.
—¿Quién te la envió, Claire? —cuestiona la antigua novata, claramente curiosa por ello, pues cuando Ellie les comentó aquel día que había visto esa campanilla, la joven sargento se impuso la tarea de buscar su lugar de procedencia, encontrando que la coincidencia más cercana se hallaba en Sandbrook.
A pesar de que la carta no tiene un remitente visible, está segura de que Claire Ripley conoce perfectamente el origen de la carta, así como al remitente. Está ocultándoles esta información deliberadamente, y es algo que la desquicia.
—No lo sé, Coraline...
—¿Qué significa esta campanilla? —continúa la pelirroja en un tono serio, ahora cruzándose de brazos—. En el lenguaje de las flores el color azul representa el amor constante, pero esta flor tiene tintes purpuras, que significan pesar, aflicción, perdón y lamento —hace un listado de los significados de la flor en las distintas variaciones cromáticas que es capaz de observar—. Por tanto, no es difícil asumir que quien te la envía, te expresa su cariño y amor, pero que, al hacerlo, hay un remanente de pesar y tristeza en su recuerdo, como si quisieran que no olvidases algo del pasado —ante sus palabras, nota cómo momentáneamente, la coraza que protege a Claire Ripley parece resquebrajarse, y en su rostro se dibuja una expresión consternada y preocupada—. ¿Se te ocurre alguien que te pudiera ver de ese modo?
—Oh, ¿ahora eres una experta en floriografía? —cuestiona con ironía la mujer de Ashworth, quien posa sus ojos verdes en los azules de la muchacha, arqueando su ceja izquierda. Recibe entonces una dura y determinada mirada por parte de la pelirroja. Rápidamente parece rectificar, y desvía la mirada hacia el suelo, reflexiva, nuevamente erigiendo esa coraza que utiliza para protegerse—. Yo... No lo sé.
—¿Por qué la guardaste? —intercede Alec, presionándola, pues ha notado como la morena ha adquirido una actitud defensiva en cuanto han empezado a cuestionar su veracidad y sus acciones. No es algo nuevo para él, pues se lo ha visto hacer a multitud de sospechosos en los casos, pero Sandbrook es distinto. Claire es distinta. Y está personalmente involucrado en el caso. Por eso agradece contar con la ayuda de Miller y su brillante Harper.
En cuanto escucha esa pregunta en un leve tono acusador por parte del hombre que la ha estado protegiendo, parece como si un resorte hubiera hecho a Claire levantarse de su asiento con celeridad.
—Para que encontraras algo al fisgonear en mis armarios —en un ademán íntimo, demasiado intimo para la sargento de orbes azules, la morena se acerca a Alec, dando con sus dedos índice y corazón de su mano derecha, pequeños pasos por la superficie de su chaqueta, cerca de su pecho, deteniéndose al llegar a su hombro. El tono que ha empleado es hasta cierto punto despectivo, y se ha asegurado de que la joven analista contemple cómo de cercana es su relación con Hardy al realizar ese pequeño gesto con sus dedos—. Márchate. No quiero verte. No quiero hablar contigo —sentencia entonces, cambiando por completo su comportamiento, haciendo un gesto hacia la puerta principal de su casa con su mano izquierda—. Cora, haz que se marche, por favor —implora entonces a la taheña, esperando que la muchacha esté de su parte—. Te lo ruego...
—Alec, creo que... —la mujer de veintinueve años intenta mediar en la situación, pues está claro que no van a conseguir nada más de Claire hoy. No está por la labor de colaborar, y algo le dice que, si su querido inspector continua presionándola, la morena se encerrará aún más en sí misma. Al menos, está aliviada al comprobar que la peluquera parece aún considerarla una amiga, o lo más cercano que haya en este tipo de situaciones.
—Claire...
—Vete —sentencia nuevamente la mujer de Lee en un tono frío, interrumpiendo al inspector, quien, como la taheña había previsto, intenta nuevamente entablar conversación con ella.
El Inspector Hardy decide jugarse su última carta en este momento. Brindarle a Claire una última oportunidad para que se sincere con él sobre Lee, sobre Sandbrook. Si no es capaz de hacerlo, tendrá que admitir, por duro que sea hacerlo, que la mujer a la que ha estado protegiendo todo este tiempo, puede estar personalmente implicada en el caso. Ya no podrá verla únicamente como una testigo. Su actitud no deja entrever otra posible implicación.
—Si hay algo que no me has contado, sobre lo que pasó entre Lee y tú, o en Sandbrook, es el momento —hace una pausa, pues aún le es dificultoso respirar debido a la leve rencilla con el aludido, además de su reciente estallido de furia. Hace lo posible por calmarse.
La mirada esmeralda de Claire no se aparta de su mirada castaña, y parece que casi no parpadea. Está evocando en su mente un recuerdo muy específico de hace muchos años, cuando su marido y ella aún residían en Sandbrook. Recuerda perfectamente aquella noche. Aquella noche en la que todo su mundo se vino abajo. En su mente resuena aquella terrible conversación, y lo que le preguntó a él mientras lo abofeteaba hasta en dos ocasiones: «¿Qué has hecho? ¿¡Qué has hecho!?».
Cuando finalmente sale de ese breve trance en el que se encontraba sometida, la morena parpadea, y habla.
—Te lo he contado todo —su tono es monótono, desprovisto de emoción—. Márchate.
Está ocultándole información, o eso es lo que parece advertir Hardy en su ademán. El hombre con vello facial castaño quiere confiar en ella. De verdad que quiere hacerlo. Pero tras todo lo que ha vivido, tanto personal como profesionalmente, sabe que, si las pruebas apuntan en una dirección concreta, no es justo ni sensato el ignorarlas. Decide que, por el momento, lo mejor es retirarse y esperar. Puede que la morena de ojos verdes recapacite y quiera colaborar, pero teniendo en cuenta cómo ha ido esta conversación, teme que no sea el caso.
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