Capítulo 10
El fin de semana pasa tan rápido como ha llegado, sin siquiera dejar constancia de su presencia. De esta forma, el día tan esperado ha llegado: 14 de mayo. El juicio contra Joe Miller está a unas pocas horas de comenzar, y Jocelyn Knight está preparándose para personarse en el juzgado de Wessex. Mientras los rayos de sol se cuelan por la ventana de su oficina particular en su propio piso, la abogada de la familia Latimer está de puntillas sobre una de las sillas de la cocina, extendiendo sus brazos hacia una caja negra en la parte más alta de su estantería. En ella guarda su peluca, la que utiliza en el ejercicio de su trabajo. Una vez la ha asido, baja de la silla, colocando la caja sobre la mesa de la oficina. La abre con algo de reticencia, y en cuanto la prenda queda a la vista, miles de recuerdos la inundan en ese preciso momento. Recuerdos de sus casos anteriores, de las victorias y derrotas... Y de las personas que los protagonizan. Recuerda todo aquello mientras alza la peluca a sus fosas nasales, aspirando esa fragancia tan conocida para ella, y que tanto ha extrañado a pesar de su negativa inicial a continuar su trabajo. Cuando decide volver a la realidad, la vista que se enfoca en el horizonte tras la ventana es determinada: este es su trabajo. Tiene que defender a los Latimer. Y no piensa perder. Es el momento de ir a la batalla.
Entretanto, en la sala adyacente a la penitenciaría de Wessex, Abby Thompson está ayudando a Joe Miller a adecentarse para el juicio que está previsto que empiece esa mañana. Tiene en sus manos dos corbatas: una celeste y otra azul marino. Incluso un detalle tan discreto como elegir el color de una corbata podría ayudarlos en el juicio, pues ayudará a vender una imagen u otra del acusado al jurado. Joe, que va vestido de traje, está indeciso sobre cuál escoger. Por su parte, Sharon Bishop está sentada en el banco de la estancia revisando los últimos detalles del caso, y mientras lo hace, indica a Joe qué debe hacer mientras esté presente en la sala judicial.
—No se altere, no se ponga a farfullar, no niegue con la cabeza si algún testigo dice algo con lo que no está de acuerdo... Manténgase neutral y evite el contacto visual con los miembros del jurado —lo informa en un tono sereno, mientras que Joe, quien ha escogido la corbata celeste, se la empieza a anudar al cuello de la camisa blanca—. Mejor la azul marino —añade sin despegar la vista del fichero que tiene en su regazo, con Joe y Abby intercambiando una mirada ligeramente sorprendida, pero obedeciendo sus instrucciones sin rechistar a los pocos segundos.
Unos minutos más tarde, Sharon está esperando en el pasillo de los juzgados de Wessex a la jueza que debe llevar adelante este proceso judicial. Al igual que ella, Jocelyn está allí, también vestida formalmente con un traje de oficina negro, zapatos de tacón y su maletín de oficio. Ni siquiera se dirigen la palabra mientras esperan. ¿Para qué hacerlo? Ahora son enemigas, y no deben desvelar nada acerca de sus respectivas estrategias. Por si fuera poco, Sharon aún siente un profundo rechazo por Jocelyn tras su negativa de hace unos años, y está empecinada en ganar este caso con los medios que sean necesarios. Tras esperar unos diez minutos aproximadamente, finalmente una mujer de ascendencia hindú con un atuendo deportivo aparece por el pasillo. En su mano izquierda lleva un casco de bicicleta, mientas que en su derecha lleva dicho vehículo plegado sobre sí mismo. Colgado del hombro izquierdo está su bolso, en el cual lleva sus efectos personales.
—¡Lo siento! ¡Lo siento: me he perdido! —se disculpa Sonia Sharma al posar su vista castaña en las abogadas del caso del que debe ocuparse. Éstas le dedican unas leves sonrisas, como si quisieran tranquilizarla. Al fin y al cabo, el juicio no puede empezar sin su presencia—. He venido en bici y me he equivocado de camino —se lamenta con evidente mortificación la jueza, pasando junto a las abogadas en dirección a su despacho. Éstas se levantan de sus asientos nada más pasar la jueza frente a ellas, siguiéndola a los pocos segundos—. Aun me cuesta situarme... Sí —da una ligera mirada al número del despacho, cuyas llaves tiene sujetas en la mano izquierda, al igual que el casco. Es en ese momento cuando finalmente se vuelve hacia las dos abogadas con una sonrisa en los labios—. Bueno, ¿cómo están las dos? —cuestiona, antes de extenderle una mano a la abogada de Joe Miller, a quien ya conocía anteriormente—. Sharon, me alegro de volver a verla —la aludida le devuelve la sonrisa que le dirige con educación, estrechándole la mano con efusividad—. Jocelyn, creo que no... —le estrecha la mano, dejando la frase sin acabar, pues está claro que no se conocen con anterioridad.
Knight se apresura en corroborar las palabras de la jueza.
—No —la de ojos verdes habla con certeza, estrechándole la mano con firmeza.
Sonia entonces se vuelve hacia la puerta que lleva al despacho.
—Deberían ver el apartamento que me han dado —comenta en un tono algo hastiado, caminando hacia el interior. Ha venido prácticamente desde la ciudad para asistir a este juicio y está agotada—. Oh, por favor —hace un gesto hacia las sillas de cuero color negro que están situadas frente a su escritorio, indicándoles a las abogadas que se sienten. La abogada de ojos verdes cruza su mirada con la de ojos castaños en un gesto tenso, antes de sentarse ambas al mismo tiempo en dichos asientos—. Bien. Vamos a llevar esto con cortesía, dignidad y respeto. Por el tribunal, por nosotras y por todos los implicados —les pide a las abogadas una vez se sienta en la silla de cuero de su escritorio, frente a ellas—. Un niño ha sido asesinado. Su familia estará presente —recalca, habiendo revisado los entresijos del caso antes de personarse allí—. No es necesario agravar su sufrimiento.
Coraline Harper acaba de estacionar el coche en el aparcamiento del juzgado de Wessex. Tiene su cabello cobrizo recogido en su habitual cola de caballo, con un leve flequillo que le tapa la frente. Se ha ataviado con su tradicional atuendo de trabajo, el cual ha sufrido ligeras modificaciones por su ascenso a sargento de policía: ahora sobre una camisa blanca abotonada de manga corta —cambia la longitud de las mangas según la estación del año—, lleva un chaleco de vestir azul marino oscuro, casi negro, a juego con los pantalones lisos de estilo sobrio del mismo color. Asimismo, lleva sus mismos zapatos de tacón negros junto con unas medias color carne. Cuando sale del vehículo lleva colgada su chaqueta sobria —del mismo color que el pantalón— en su antebrazo izquierdo. No ha dormido apenas la noche anterior. No solo el juicio ha sido la razón tras su noche en vela. También las pesadillas de su pasado, que ahora se han vuelto casi reales. El proceso judicial que se va a llevar a cabo se le antoja harto complicado, y desde la charla que mantuvo con Jocelyn, teme lo que esté por llegar.
La joven sargento de policía camina con pasos ligeros hacia el juzgado de Wessex, atravesando sus transparentes puertas a los pocos segundos. Una leve sonrisa hace acto de presencia en sus labios al contemplar que Ellie y Alec están justo al otro lado del control de seguridad. Sin embargo, en cuanto el segundo posa su mirada castaña en ella, la mujer de veintinueve años no puede evitar que vuelvan a su mente los recuerdos de hace unas noches, cuando creyó —erróneamente sin duda—, que el inspector estaba interesado románticamente en ella. Un leve rubor adorna sus mejillas al recordar esas palabras que le dirigió esa noche, pero es capaz de controlar el latir de su acelerado corazón, pasando el control de seguridad sin demasiados apuros, aunque nuevamente, como ya le asegurase al escocés, el control vuelve a pitar como loco nada más atravesarlo. Esto provoca que Hardy tenga que suprimir una carcajada.
En cuanto el veterano inspector de policía observa a la muchacha acercarse a ellos, la recibe con un gesto y una mirada amables y hasta cierto punto cariñosos. Tampoco él ha olvidado los eventos que trascurrieron aquella noche que Coraline se quedó a dormir en su casa. Siente que el corazón le late con fuerza en el pecho, acelerándose con cada paso que da la muchacha en su dirección. Antes de poder siquiera deleitarse en sus recuerdos y sentimientos, Alec decide cortar por lo sano: están allí por el juicio de Joe Miller. Ahora tienen cosas más importantes de las que ocuparse.
—Buenos días —los saluda la joven originaria de Cardiff, recibiendo un abrazo cariñoso por parte de la mujer castaña.
—Buenos días, Cora —la saluda Ellie con evidente cariño, realmente contenta de verla.
—Buenos días —responde por su parte Alec en un tono suave, el cual no pasa desapercibido por parte de la castaña—. ¿Cómo está? —cuestiona, retomando su habitual trato formal en presencia de otras personas.
—Nerviosa —se sincera la muchacha, caminando con sus amigos hacia la planta superior del juzgado, donde se encuentran las salas—. Apenas he dormido la noche anterior —añade tras subir las escaleras, encontrando una mesa vacía en la que los tres pueden sentarse—. Pesadillas —su aclaración es escueta, pero es suficiente como para que el escocés y ella puedan comunicarse sin decir nada más. Coloca su abrigo colgado del respaldo de una de las sillas, sentándose en ella.
El aludido deja su abrigo colgado de la barandilla de cristal cerca de la mesa, y toma el asiento a su derecha, lo que deja un asiento vacío para la expolicía a la izquierda de la pelirroja.
—Yo tampoco he dormido demasiado —le comenta el hombre con vello facial en un tono bajo, aprovechando que la madre de Tom Miller se acerca a unas máquinas expendedoras—. Sandbrook y Lee Ashworth me tienen en un insomnio casi permanente —se sincera con ella, notando cómo casi al momento, la mano derecha de su subordinada se posa en su izquierda en un gesto de consuelo.
Él le sonríe como respuesta.
—Ya me lo imagino —ella reciproca la sonrisa mientras asiente lentamente. Decide cambiar de tema, pues nota la leve incomodidad en su propia voz al hablar de sus pesadillas—. ¿Ya has decidido cómo planear el encuentro?
—Tengo un plan, sí —asevera el escocés, quien con anterioridad ha hecho una llamada para concertar una reunión.
Mientras, Ellie regresa de las máquinas expendedoras, llevando en sus manos una pequeña bandeja de cartón con tres vasos de plástico, los cuales contienen una tila, un café con leche y un cappuccino.
—No he dormido nada... No me puedo creer que Joe nos haga pasar por esto —comenta en un tono desalentado la castaña, mientras coloca la bandeja con los vasos de plástico encima de la mesa—. Te he cogido un cappuccino, Cora —apela a su buena amiga, y nota al momento cómo se le iluminan los ojos en cuento le extiende el vaso de plástico.
—¡Ellie, eres mi salvadora...! Gracias —bromea la de piel de alabastro, consiguiendo arrancar unas leves risas a sus compañeros y amigos.
—Y a usted, le he cogido una tila —le indica a su jefe, entregándole el vaso de plástico—. Sé de buena tinta que le gustan bastante —aprovecha para guiñarle un ojo disimuladamente a su amiga pelirroja, lo que provoca que ésta casi se atragante con el cappuccino, sonrojándose rápidamente.
—Gracias, Miller —el agradecimiento de Hardy es algo seco, pero nada fuera de lo normal.
Ellie toma en sus manos su propia taza, suspirando pesadamente.
—Es increíble que tengamos que quedarnos aquí hasta que testifiquemos —la veterana policía deja constancia de su descontento, sentándose en el asiento que queda vacío—. Podrían ser días —añade, dando un sorbo a su café con leche—. O incluso semanas... —añade, posando sus ojos en su buena amiga, quien asiente empáticamente—. Voy a volverme loca.
En ese preciso instante, la analista del comportamiento nota cómo su Alec, —es decir, su jefe—, alza el rostro, habiendo posado su mirada castaña en la planta principal del juzgado. Tiene los ojos fijos en algo en concreto, y su gesto expresa claramente su seriedad. Incluso tiene la mandíbula tensa en un gesto claro de molestia, el cual ella logra captar sin problemas.
—¿Me está escuchando? —Ellie finalmente parece percatarse de que la atención de su jefe no está precisamente centrada en ella, por lo que cuando le espeta su falta de atención, lo hace en un tono hastiado. No es la primera vez que ocurre, y aunque detesta admitir que ya se ha convertido en una costumbre, no deja de ser descortés.
Sin siquiera limitarse a responderle a Ellie, el hombre de piel clara y ojos castaños se levanta de su asiento, y con pasos firmes se dirige a la planta baja del juzgado.
Coraline sigue la línea de visión de Alec hasta el piso bajo, al igual que Ellie, contemplando cómo Lee Ashworth se ha personado allí. Está apoyado en una de las columnas del lugar, con las manos en el bolsillo del vaquero. Lleva una camiseta de cuello de pico azul marino y una cazadora negra de cuero. Su mirada azul desafiante está posada en el veterano inspector que llevó el caso de Sandbrook.
"De modo que este es tu plan... Primero preparar el terreno, indicándole a Ashworth que tú tienes el control de la situación, y que no conseguirá nada si no colabora. Muy astuto", piensa la joven analista, habiendo comprendido al fin lo que su buen amigo y protector estaba planeando.
Es la primera vez que la castaña y la sargento de piel de alabastro ven a Ashworth desde tan cerca. Inmediatamente, observando cómo Hardy va al encuentro de este hombre, sienten la inequívoca sensación del miedo. Saben de buena tinta lo que Lee hizo en casa del hombre trajeado, y la amenaza implícita de la que dejó constancia, por lo que no pueden evitar preocuparse.
El Inspector Hardy camina hasta encontrarse con Lee Ashworth en el centro de la estancia. El marido de Claire aún mantiene esa actitud desafiante que amenaza con sacarlo de sus casillas en cualquier momento, pero se obliga a mantenerse sereno. Ahora tiene que ser sumamente cuidadoso para que su plan se desarrolle como debe hacerlo. No debe dar un paso en falso.
—Le verá —comienza Alec en un tono sereno, intentando dominar la rabia en su voz—. Yo decidiré cuándo, dónde, y cuánto tiempo. Le recogeré en un lugar que yo escogeré. Le enviaré los detalles por mensaje.
Sin mediar una palabra, la joven taheña se levanta de su asiento, tomando su chaqueta y el abrigo de su jefe en su antebrazo izquierdo, siguiendo a su amigo y protector con pasos ligeros. Si Ashworth está empeñado en montar una escena y provocar una pelea, ella estará ahí para impedírselo. Ellie, consternada por la expresión enfurecida y protectora que de pronto ha advertido en su buena amiga, se levanta también de su asiento, siguiéndola.
Lee Ashworth parece tomar en consideración las palabras del inspector que tiene delante, y a quien sigue culpando de su desgraciada vida, y del hecho de haberse tenido que ir del país. Traga saliva. Sus ojos continúan fijos en el rostro de Alec Hardy, una rabia centelleando tras ellos en cuanto pronuncia sus siguientes palabras:
—Así que siempre ha estado con usted...
El de complexión delgada ni siquiera hace caso a esa acusación, y continúa hablando.
—El encuentro será corto y estaré observando.
Lee Ashworth da un paso hacia Hardy.
—Usted no puede controlarnos —sentencia casi en un susurro, antes de desviar la mirada a la derecha del rostro del escocés, posando sus ojos en la pelirroja, quien acaba de bajar las escaleras y se encuentra observándolo con severidad—. Veo que tiene una nueva colega muy atractiva —masculla entre dientes, disfrutando por un ínfimo instante de la breve e instintiva reacción de Alec de apretar la mandíbula y los puños. Está claramente dispuesto a partirle la cara si decide continuar hablando de su subordinada así. Pero logra contenerse, y se da media vuelta, encaminándose hacia Miller y Harper, quienes lo están esperando—. Nos vemos —se despide entonces, no resistiéndose a lanzarle una ligera pulla, antes de marcharse del lugar.
Alec se ha detenido momentáneamente al escuchar esas palabras por parte de Ashworth, observándolo salir del juzgado. Suspira con pesadez: no puede creer que se haya dejado llevar por sus emociones, pero no ha podido evitarlo. Si Lina —es decir, Coraline— está involucrada, no piensa reprimir sus instintos de protección, a pesar de que sabe perfectamente que su novata sabe defenderse sola. Aunque no conoce a Lee Ashworth como él, y teme que pueda dañarla en algún momento. Retoma su caminar, reuniéndose con ambas mujeres al pie de la escalera, recibiendo su abrigo por parte de su protegida.
—¿Va todo bien? —cuestiona Cora en un tono suave, habiendo notado cómo el inspector ha rozado intencionalmente su antebrazo al tomar el abrigo, en un gesto amable y cariñoso.
Él asiente ante sus palabras, pero tiene el entrecejo fruncido. Está reflexionando sobre algo, y la analista del comportamiento cree saber qué es. Las siguientes palabras de Alec no hacen sino reforzar esa hipótesis que acaba de presentarse en su mente.
—Miller, necesito que haga algo por mi —apela a su otra amiga mientras suben nuevamente las escaleras.
—¿El qué?
—Necesito que vaya a su casa y la adecente.
Los ojos castaños de Ellie se abren con sorpresa y horror a partes iguales. ¿Acaso sabe lo que le está pidiendo? No ha puesto un pie en esa casa desde que supo que Joe era el asesino del mejor amigo de Tom. No sabe siquiera si está preparada para ello.
—¿Qué? ¡No!
El escocés intercambia una mirada con su protegida. Puede que ella no esté al tanto de sus planes, pero al ser alguien tan avispada, está seguro de que ha averiguado la razón que subyace a esa petición. Si no fuera importante no se lo rogaría a Miller, y los tres lo saben. Pero necesita que Harper la convenza para ausentarse un rato del juzgado.
—Por favor, Ellie —le ruega la mentalista, posando sus manos en los antebrazos de ella, frotándolos con afecto—. Sé que no es lo ideal, pero esto es importante para intentar resolver el caso —le indica, apelando a su sentido del deber, y logra ver cómo su resistencia se merma a cada palabra—. Necesitamos un escenario para el encuentro entre Lee y Claire.
Los Latimer acaban de llegar al juzgado, con Mark habiendo estacionado su furgoneta de fontanería en el aparcamiento cercano a la entrada. Ha querido asegurarse de que Beth camine lo menos posible debido a su estado. El patriarca de la familia viste un traje con corbata de color negro; Beth viste unos vaqueros junto con un vestido azul turquesa y una chaqueta oscura, además de unas deportivas; por su parte, Chloe, que lleva su cabello en una trenza que le cae por la clavícula izquierda, sobre el pecho, viste con un pantalón negro, una camiseta blanca de flores, una chaqueta vaquera turquesa y unas deportivas blancas, al igual que su madre.
Los tres están nerviosos, pues finalmente ha llegado el día que tanto estaban anticipando. Comienzan a dirigirse hacia el juzgado, sin percatarse, de momento, de la ingente presencia de los medios de comunicación, que revolotean a la entrada principal como moscas, esperando conseguir una mínima declaración por parte de la familia.
—¿Lo ves? —cuestiona Mark en un tono optimista, haciendo sonar las llaves de su furgoneta en su mano izquierda—. Tiempo de sobra.
—No me lo puedo creer: aparecer en la furgoneta de un fontanero —se mortifica Beth, pues es plenamente consciente de que, en algún momento, la prensa se les echará encima, y el hecho de haber aparecido en la furgoneta de trabajo de su marido, desde luego no los hará tener una imagen positiva.
—Diré en el taller que miren el coche —asegura Mark, quien antes de salir esa mañana, ha notado que el motor del coche fallaba. De ahí que hayan optado por usar la furgoneta—. No te preocupes.
Es en ese momento cuando Beth finalmente se percata de la presencia de los periodistas a la entrada del juzgado de Wessex. Tal y como imaginaba, los están esperando como un montón de buitres revoloteando alrededor de la carroña. No puede evitar emitir un gruñido de molestia y desazón.
—Vale. No os preocupéis —indica Mark, notando cómo Beth rodea los hombros de su hija con el brazo izquierdo, dispuesta a protegerla de los flashes de las cámaras y las preguntas intrusivas de los medios de comunicación—. Actuad con normalidad —les aconseja, colocando su brazo derecho en la espalda de Beth, ofreciéndole todo el apoyo que es capaz.
Paso a paso, la familia es capaz de abrirse camino entre la multitud de gente agolpada a la entrada, haciendo caso omiso a las preguntas que les dirigen, así como a los flashes de las cámaras que destellan frente a sus rostros. Mark logra apartar a las periodistas que se empeñan en presionar a Beth para que les responda, y finalmente llegan al interior del complejo. Los guardias de seguridad impiden la entrada a los periodistas, lo cual resulta todo un alivio para la familia.
Unos minutos más tarde, todos los asistentes al juicio se han personado en el interior de la sala número uno. Los policías a cargo del caso de Danny Latimer, el Inspector Alec Hardy, la Sargento Coraline Harper y la Sargento Ellie Miller, sin embargo, no se encuentran presentes en la sala judicial. Éstos están ultimando los detalles del plan que han puesto en marcha para lograr una confesión por parte de Lee Ashworth.
Chloe y Mark se han sentado en la tribuna de los espectadores, con Paul Coates tras ellos, apoyándolos en todo momento en estos duros momentos. Oliver Stevens y Maggie Radcliffe están sentados juntos en los asientos de los visitantes, con el primero anotando en su teléfono móvil todo lo que sucede en la sala. Nige Carter está sentado al lado de Paul Coates. Por su parte, Joe Miller ha ocupado su lugar tras los cristales que lo separan de los testigos, el jurado y los espectadores. En todo momento, a sus costados, se encuentran dos policías del tribunal, vigilándolo, por si en algún momento se vieran obligados a intervenir. El reo se ha sentado en la silla que le han proporcionado, y siente en todo momento la mirada severa y fría que el padre de Danny dirige hacia él, como si quisiera fulminarlo allí mismo con ella. Por su parte, Jocelyn Knight y Sharon Bishop se han ataviado con sus túnicas y pelucas de profesión, al igual que sus ayudantes: Ben Haywood y Abby Thompson.
Es la abogada de los Latimer quien comienza la sesión, dejando constancia de los pormenores del caso y de su alegato.
—El hombre del banquillo, Joe Miller, asesinó a Daniel Latimer. Luego, trasladó el cuerpo de Danny hasta la playa del acantilado Briar. Las pruebas forenses le sitúan en el escenario del crimen —pone énfasis en cada palabra que sale de sus labios—. El señor Miller se entregó a la policía diciendo que estaba harto de esconderse —sentencia, citando casi palabra por palabra lo recogido en el informe de Alec Hardy y Coraline Harper—. El señor Miller confesó a la policía. Los hechos son claros y les permitirán condenar al señor Miller por la muerte de Daniel Latimer.
El primer receso no se hace esperar, pues tras presentar el caso, los abogados de las respectivas partes implicadas deben planificar a qué testigos llamar. Por ello, aprovechando ese leve descanso, Maggie se ha acercado a la cafetería del juzgado, acompañada por Beth Latimer —quien no se ha visto capaz de entrar a la sala por el momento— y Olly Stevens. Mientras saca un billete de su cartera, la jefa del Eco de Broadchurch pide tres cafés bien cargados.
—Oh, suelta el móvil de una vez, ¿¡quieres!? —lo regaña Maggie con un tono de reproche.
—Estoy informando al mundo —se defiende el joven periodista sin demasiados escrúpulos.
—¿De lo que pasa aquí? —cuestiona Beth, quien no tenía ni idea de que el sobrino de Ellie fuera a hacer aquello.
—Sí —afirma Olly—. A la gente le importáis: quiere que se haga justicia.
—Todo saldrá bien, cariño —le asegura Maggie, recogiendo su taza de café, entregándole a la joven madre la suya—. Lo harás muy bien —intenta animarla. Sabe que Jocelyn va a hacer todo lo que está en su mano por ayudarla, a ella y a su familia, a conseguir que Joe Miller pague por lo que hizo—. Gracias —le dice a la amable mujer que la ha atendido, quien reciproca la sonrisa que le dirige.
—A usted.
—Todavía estoy un poco nerviosa —se sincera la mujer embarazada, acariciando su vientre.
En ese momento, Chloe Latimer se acerca a su madre. Parece haber ido corriendo a buscarla. Tiene una mirada y una expresión preocupada en el rostro. Por lo que se ve, está claro que la defensa de la familia acaba de llamar a su primer testigo.
—Mamá, te están llamando —sentencia la jovencita de cabello rubio en un tono bajo, algo nervioso. No quiere que presionen demasiado a su madre, y más aún cuando está en tan delicado estado.
—Vale —Beth acaricia el rostro de su hija con ternura, antes de dirigirse a la sala en la que está celebrándose el juicio contra el asesino de su hijo.
La matriarca de los Latimer sube al estrado con todos los poros de su piel en tensión. Está realmente nerviosa, puesto que no sabe qué esperar exactamente. Nunca ha presenciado un juicio, y mucho menos testificado en uno. Pero ahora no hay marcha atrás. Inhala y exhala para calmarse, y alza la vista, posando su mirada castaña en Jocelyn, quien se ha levantado de su mesa, dispuesta a interrogarla.
—Señora Latimer, ¿podría decirnos cuándo fue la última vez que vio a su hijo con vida?
Beth ni siquiera tiene que pensar para responder a esa pregunta. Lleva reviviendo aquella última noche de su vida en un bucle sin parar.
—Fui a verle sobre las 21:00h. Estaba escuchando música —sentencia en un tono confiado, y prácticamente es como si lo estuviera viendo en este preciso instante, con su cabello oscuro y sus auriculares, recostado en la cama—. Habíamos tomado el té todos juntos sobre las 18:00h. Mark —cuando menciona a su marido, su voz tiembla ligeramente—, había salido. Chloe y yo estábamos viendo la televisión. Danny estaba en su cuarto, leyendo, cuando a las 21:30h le dije que tenía que irse a la cama.
—¿Y no vio nada en Danny que indicase que había quedado con alguien más tarde? —cuestiona Jocelyn en un tono suave, habiendo entrelazado sus manos cerca de su cintura.
—No, nada. No vi nada que me hiciera pensar eso —niega la joven madre de cabello castaño, en un tono correspondiente a la decepción que aún la recorre al pensar en ello—. Revivo ese momento todos los días: cerrar la puerta de su cuarto, todo lo que no le pregunté... Cómo todo hubiese sido diferente si hubiera sido mejor madre —ante sus palabras, Chloe no puede evitar enjugarse unas pocas lágrimas que amenazan con caer por sus mejillas. No soporta ver a su madre en ese estado tan vulnerable y desolador.
—Gracias —la abogada de los Latimer asiente lentamente, como si quisiera decirle a Beth que lo ha hecho muy bien—. Quédese ahí, por favor —le ruega, pues ahora es el turno de la abogada de Joe Miller para intervenir.
Sharon Bishop se levanta de su asiento tras revisar unos documentos relativos a los Latimer.
—Como madre que soy —comienza a decir—, sé que esto es muy difícil —le asegura en un tono amigable—. Intentaré ser breve —comenta, contemplando cómo Beth asiente, agradecida por su amabilidad. Sin embargo, ante sus siguientes palabras, la leve serenidad de la joven madre se resquebraja lentamente—. ¿Cómo estaba su matrimonio en el momento de la muerte de Danny?
—Bien.
Sharon asiente con una sonrisa que se asemeja a la del gato de Cheshire, dejando claramente constancia no verbal de que no la cree. Al fin y al cabo, sabe perfectamente lo que sucedió entre Mark y Becca Fisher, también presente en la sala, y por ello, sabe que la afirmación de Beth no es tan cierta como parece.
—¿Usted o su marido han tenido alguna aventura?
Mark cierra los ojos con fuerza al escuchar aquella pregunta. Esperaba no tener que enfrentarse a la realidad. Enfrentarse al hecho de que todo el pueblo se enterase. Ahora esas esperanzas se han hecho añicos. Beth está en un tribunal, y no puede mentir bajo juramento.
—¿Qué tiene eso que ver? —se defiende la mujer encinta. Claramente no esperaba ese ataque, por lo que se vuelve hacia la jueza Sharma—. ¿Puede preguntarme eso?
—Sí puede —afirma Sonia en un tono factual—. Y el tribunal necesita que conteste.
Tras unos segundos de duro debate, finalmente, Beth recuerda lo que les dijo Jocelyn, y procede a contestar a la pregunta. No puede ni debe mentir en el estrado. Al final, todo acaba sabiéndose, como ella les dijo.
—Mi marido se acostaba con Becca Fisher —desvela, provocando el shock en los asistentes y amigos cercanos, como Olly Stevens y Maggie. Paul Coates por su parte simplemente traga saliva, pues, aunque aquella no es una revelación nueva para él, sigue siendo una pequeña espina clavada en su costado, pues Becca es ahora su pareja—. Es la dueña del hotel Traders.
—¿Y Danny lo sabía? —socava Bishop, claramente disfrutando de su poder en el tribunal.
—Sí —afirma Beth—. Más tarde me enteré de que sí —añade, pues recuerda el informe policial en el que se detallaban los correos que Danny enviaba a Joe y Tom Miller respectivamente, además de su perfil en redes sociales.
—¿Alguna vez pegó a Danny?
—No —responde con determinación.
—¿Y su marido?
Beth tensa la boca en una delgada línea. Ahora ve cristalino lo que la abogada de Joe está intentando hacer. Quiere crear una duda razonable sobre Mark, para así echarle la culpa de la muerte de Danny. No puede creerlo. ¿De verdad es capaz de hacer algo así por ganar un caso?
—¿Qué está pasando? —está completamente incrédula—. ¿A quién están juzgando aquí? —se vuelve hacia la jueza Sharma en busca de respuestas. Nadie le dijo que se atacaría a su familia.
—Tiene que responder a la pregunta, señora Latimer —le indica la jueza Sharma
Beth empieza a encolerizarse.
—¿No es suficiente que mi hijo haya sido asesinado por ese hombre de ahí? ¿Ni que haya perdido a mi madre hace tres meses, porque todo esto le rompió el corazón? —espeta, aunque su ira ya no se dirige únicamente a Sharon y a Joe, sino a todos aquellos que la están obligando a responder estas preguntas tan intrusivas—. ¡Ahora tengo que quedarme aquí, mientras usted me pregunta por cosas que no están relacionadas!
La mujer negra traga saliva: es consciente de que no debe alterar a Beth Latimer en su estado, y quizás debería cambiar su línea de interrogatorio para que así sea, aunque ni por asomo piensa hacerlo. Pero no puede evitar, como madre, sentir que la desesperación y la rabia de la castaña la recorren de arriba-abajo.
—Señora Latimer —Sharon interviene entonces con un tono sereno, intentando calmar sus ánimos—, su marido, Mark —hace un gesto hacia el aludido, sentado en el banquillo de los asistentes—, ¿pegó a Danny alguna vez? —insiste nuevamente, notando cómo el labio inferior de la joven madre tiembla debido a la rabia que la invade.
—Una —responde finalmente Beth tras posar su mirada castaña en su marido, quien está negando con la cabeza en silencio—. Solo una vez.
—Gracias —sentencia Sharon antes de volver a sentarse en su asiento, con la jueza Sharma y el jurado anotando las palabras de Beth en sus respectivos cuadernos de notas.
—No hay más preguntas, Señoría —esta vez es la abogada de la familia quien habla.
—Gracias, señora Latimer —intercede Sonia en un tono amable—. Puede retirarse.
Beth dirige una última mirada cargada de odio y resentimiento hacia Joe Miller y Sharon Bishop antes de abandonar el estrado. Siente que está a punto de estallar en un desconsolado llanto, y no tiene intención de darles esa satisfacción. En cuanto abandona el estrado, se dirige al servicio para refrescarse.
Al mismo tiempo, Alec Hardy se encuentra en el exterior de la sala del juzgado, apoyado en la barandilla de cristal del primer piso, cerca de la misma mesa en la que han tomado una bebida. A su lado, también apoyada en la barandilla, se encuentra Coraline Harper. Ésta está a tenta a su conversación con Ellie, quien se ha ausentado del juzgado siguiendo las instrucciones del escocés. Tal y como le ha pedido, se ha dirigido a su casa de Broadchurch.
—¿Alguien se ha dado cuenta de que no estoy allí? —cuestiona Ellie al otro lado de la línea telefónica, nerviosa porque alguien pueda haberse dado cuenta, y por ello, vayan a arrestarla, pues se supone que no debe abandonar el recinto.
—Cora les ha dicho que ha ido al baño —responde Hardy, nuevamente utilizando el nombre de su compañera sin percatarse de ello, lo que, de nueva cuenta, hace sonreír a la expolicía—. Tardarán días en llamarla, Miller —la amonesta, pues es la cuarta vez desde que la ha llamado que vuelve a preguntarle lo mismo—. ¿Ha llegado?
—No estoy segura de nada de esto, señor...
—Cálmese, Miller —le ordena el hombre de delgada complexión—. Necesito saber qué le dice. Solo tenemos una oportunidad, y tenemos que oírlo todo —da una ligera mirada de reojo a su protegida, quien se encuentra a la escucha. Ésta vuelve el rostro y le dedica una sonrisa suave, que él corresponde al momento.
—Creo que intenta provocarle —deduce la expolicía acertadamente—. ¿Por qué aquí? ¿Por qué no en una habitación de hotel o en un parque?
—Porque como le ha dicho nuestra novata —menciona, y la consiguiente reacción de su protegida, que se cruza de brazos y alza una ceja, le divierte—, necesitamos controlar los accesos al cien por cien. Tiene que ser un lugar que conozcamos bien. Es el mejor sitio —intenta convencerla de que es una buena idea, a pesar de que incluso él ha valorado los pros y los contras—. Es una localización neutral.
—Para mí no lo es —responde Ellie, quien al otro lado de la línea está ahora frente a su casa—. Aún no he vuelto a entrar...
En ese preciso instante, uno de los abogados del juzgado que están presentes para anotar y llamar a los testigos, sale de la sala del juzgado número uno. La joven de veintinueve años lo percibe en su visión periférica, por lo que gira su cuerpo levemente hacia aquel abogado. Antes siquiera de que abra la boca, la joven de cabello cobrizo siente un escalofrío recorrerla de arriba-abajo.
—Inspector Hardy —el abogado llama al escocés, haciendo un gesto hacia la sala para que lo siga.
La muchacha de ojos cerúleos siente que el alivio la recorre, pues estaba algo nerviosa por ser ella a quien llamasen. Sin embargo, sabiendo que es al hombre que tiene al lado a quien han llamado, una nueva oleada de preocupación la invade. Teme lo que vayan a preguntarle. Observa cómo su amigo chasquea la lengua, contrariado.
—Miller, me están llamando. Maldita sea —masculla entre dientes, claramente molesto por la inoportunidad—. Harper la llamará cuando haya acabado de testificar, se lo prometo —indica, antes de colgar la llamada.
El escocés siente entonces una confortable mano en su espalda, y reconoce al instante ese contacto físico, por lo que se estremece involuntariamente. Con una ligera mirada ladeada, se percata de que su apreciada Cora está prestándole su incondicional apoyo en esta situación. Suspira pesadamente para calmarse, dirigiéndose con ella a la sala del juzgado número uno.
A varios kilómetros de allí, Ellie ha colgado la llamada. Con un hondo suspiro para darse ánimos, la castaña se arma de valor, encaminándose a la que antaño fuera su casa. Las paredes exteriores siguen pintadas de un blanco inmaculado. Saca las llaves de su bolso. Sin importar todos los años que lleva abriendo la puerta principal de esa casa, sus manos tiemblan incontrolablemente, y le toma varios intentos conseguir introducir la llave en la cerradura. Cuando finalmente consigue abrirla, encuentra multitud de correspondencia en el suelo de la entrada. La recoge y la deposita en una pequeña mesa cercana a la entrada.
Tras atravesar el umbral de la puerta de la sala de estar, su mirada castaña se posa entonces en las fotografías familiares, en su mayoría de Joe con los niños, que están sobre el pequeño aparador junto a la puerta. En las escaleras aún se encuentra colocado el cordón policial. Lo desgarra con sus manos, subiendo al primer piso, sintiendo como si cada paso fuera pesado. Muy pesado. Cada paso la lleva más cerca del dormitorio que compartía con Joe. En cuanto asoma su rostro por la puerta, un recuerdo viene a ella involuntariamente: aquel en el que, cuando ella regresó tarde del trabajo, encontró a Joe dormido en su cama, con el brazo derecho rodeando protectoramente a Tom, quien también estaba dormido. Siente unas ganas irrefrenables de ponerse a llorar: ¿cómo ha podido torcerse tanto su vida? No lo entiende. No puede hacerlo.
Sintiendo una gran opresión en el pecho, como si alguien la estuviera desgarrando desde sus mismas entrañas, la castaña se sienta en las escaleras, observando el comedor y la entrada, visibles desde su posición. Rememora aquella cena en su casa, con Alec y Cora. Recuerda cómo se rieron y compartieron confidencias. Recuerda cómo Joe le aseguró que la quería... Ahora todo eso le parece demasiado lejano. Demasiado irreal. Demasiado falso. Y le provoca náuseas.
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