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Capítulo 23 - Refugio

Como era normal, la joven madre de Yeik, Amanda Lix, se encontraba sentada en el pequeño comedor de su casa, viendo la televisión en su pequeño tiempo libre. Cuando el reloj marcara las 9:00 am, ella saldría de allí, se iría directamente a trabajar y volvería cuando el sol cayera. No obstante, dudaba realmente de que el sol llegara siquiera a aparecer esa tarde, pues las nubes habían cubierto el cielo repentinamente.

Por ende, para estar prevenida de lo que ocurriría ese día, miraba el canal de noticias con la esperanza de que apareciera el pronóstico del clima. Pero se había enganchado con otra nota que había aparecido. Y no era cualquiera, de hecho, era una grandiosa noticia para todos los habitantes de Stella Amoris: luego de recibir ayuda de la comunidad interplanetaria, se había instalado al fin la primera base interespacial en Stella Amoris, en reconocimiento a sus extensos períodos de paz en la población. Y eso no podía significar más que una cosa: la posibilidad de viajar hacia otros cuerpos celestes.

Era algo que la emocionaba. Sin duda, era lo primero que pensaba contarle a su hijo cuando lo viera más tarde. Sin embargo, para su sorpresa, Yeik apareció más temprano de lo que ella esperaba.

Luego de escuchar un portazo y de sentir unos fuertes pasos asomándose por un pasillo, el chico pasó caminando velozmente por el comedor y siguió de largo hacia otro pasillo.

—¿Yeik? ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en...?

La mujer no tardó en recibir un sonoro portazo como respuesta. Entonces, extrañada a más no poder, decidió levantarse y dirigirse hacia la habitación de su hijo; a punto de tocar la puerta, comenzaron a escucharse golpes desde adentro del cuarto. Y podía reconocer esos típicos ruidos, los cuales únicamente ocurrían cuando Yeik estaba enojado.

Esperó un poco, dejó que todo se calmara y finalmente escuchó el ruido del colchón de su cama, lo que significaba que su hijo finalmente había terminado con su alboroto y se había acostado boca abajo, rendido. Recién en ese momento, Amanda decidió llamar nuevamente:

—¿Hijo?

—¡Me importa una mierda si no estoy en la academia! —respondió Yeik, escudándose de su madre.

—No me contestes así, jovencito. Abre la puerta.

—¡Déjame en paz! ¡No voy a salir de aquí!

—¿Podrías decirme por lo menos qué fue lo que sucedió? —contestó la madre luego de un respingo. Sin embargo, esta vez no obtuvo respuesta alguna, y así se repitió con los posteriores intentos de la madre por hacer que su hijo entrara en razón. Ante la ineficacia, fue a revisar el reloj del comedor.

8:56 am. Pronto tendría que ir a trabajar.

A pesar de que comenzaba a agotarse su paciencia, respiró profundo e intentó por última vez:

—Está bien, hijo. Sé que ahora estás enojado. Pero cuando te tranquilices, recuerda que puedes contar conmigo siempre ¿Sí?

Ella esperó unos segundos más frente a la puerta, pero tampoco obtuvo respuesta y ya no podía perder más tiempo. Aunque quería quedarse para tratar de hablar un poco más con Yeik, éste claramente no correspondía de la misma manera su deseo, por lo que se dirigió hacia el comedor para buscar sus pertenencias e irse a trabajar.

Pero antes de lo hiciera, la puerta de la habitación del chico se había abierto. Amanda se detuvo al escuchar el pequeño rechino de las bisagras y se dio la vuelta para ver a su hijo, quien más que una expresión enojada, tenía una cara llena de angustia y resignación.

—De hecho... eres la única con la que cuento, mamá —susurró Yeik, apenas asomando la cara por la angosta ranura—. Pasa si quieres.

Dejó la puerta exactamente en la misma posición y se adentró a la habitación. Su madre, a pesar de que ya debía irse, fue lentamente y con cuidado para poder conversar finalmente con su hijo.

Cuando entró por aquella ranura, vio que el cuarto era un total desorden.

Los libros y útiles escolares estaban desparramados por todos lados, al igual que la ropa. Algunos muebles, como la mesa de luz y su escritorio se encontraban volteados. Y como detalle infaltable, su espada estaba clavada en la pared; Todo esto era alumbrado por solo una pequeña lámpara que se encontraba tumbada en el suelo, como todo lo demás.

Por último, echado en su cama y de espaldas, se encontraba Yeik. Su madre caminó hacia él esquivando obstáculos y se sentó a su lado:

—Cariño... ¿Por qué hiciste todo esto? ¿Qué fue lo que pasó?

—Hice todo mal... hice todo mal, mamá —. Yeik inmediatamente tomó la almohada que tenía en su cabeza y comenzó a golpearla una y otra vez—. ¡Hice todo mal! ¡Hice todo mal! ¡Perdí todo!

El de cabellos azules aumentó la velocidad de sus puñetazos e incluso trató de arrancar un pedazo de la tela. No obstante, su madre lo detuvo tomándole suavemente uno de sus brazos:

—¿Es por esto que estuviste de gruñón durante todo el mes?

Yeik se calmó de inmediato y se puso de espaldas a su madre. Sentía vergüenza al saber que ella se había dado cuenta desde hace mucho antes y que él solo se lo había ocultado:

—Sí, mamá. Y lo que sucedió es que los perdí. Ya no tengo amigos en quién confiar. Gache no me hablará nunca más y Yésika tampoco va a hacerlo. Nunca. Si me ves aquí y no en la academia, es porque me ha plantado dos cachetadas diciéndome que no quiere volver a verme jamás.

—¿Gache no te hablará nunca más? ¿Dos cachetadas de Yésika? —dijo Amanda, extrañada—. Algo muy malo debiste haber hecho para que eso sucediera.

Yeik procedió, así, a largar todo lo que no había contado. Habló sobre el incidente en el baño con Arlet, sobre el constante enfrentamiento que tenía con Rai, sobre la decisión de alejarse de sus amigos para volver con Yésika y de cómo, a pesar de todo el esfuerzo realizado por él, su compañera había decidido no volver a verlo.

Como él había dicho, todo le había salido mal.

En un momento dado, en un consecuente intento de expresar su preocupación, el joven Lix mezcló todo lo que tenía en su mente y comenzó a balbucear. Entonces, ante la imposibilidad de poder expresarse, Yeik se volcó hacia abajo y dejó caer su cara sobre el colchón.

Su madre, no obstante, había entendido todo lo que había querido decir. Se acercó más a él y comenzó a acariciarle la cabeza mientras esbozaba una sonrisa melancólica:

—Me haces recordar tanto a tu padre, Yeik...

—Dudo que siendo un ingeniero haya tomado decisiones tan estúpidas como las mías —contestó el muchacho, volteando la cabeza en dirección de su madre.

—Quizás los problemas no eran los mismos... pero cada vez que él volvía a casa hacía el mismo espectáculo que tú.

Yeik, un tanto asombrado por los dichos de su madre, se incorporó lentamente y quedó sentado en la cama, cruzando las piernas:

—Eso nunca me lo habías dicho.

—Hay muchas cosas que no te he dicho de tu padre, cielo.

El chico de cabellos azules quedó pensativo. Ella tenía razón, solo habían tenido una charla sobre él cuando tenía 6 años, en el cual solo pudo saber su nombre y que había muerto valientemente antes de que la guerra en Stella Amoris terminara. Fuera de eso, no habían ocurrido otra clase de conversaciones relevantes sobre ello. Sin embargo, Yeik volvió al mundo real y retomó el hilo de la conversación:

—Y... ¿por qué se enojaba él?

—Bueno... obviando que su carácter era igual al tuyo, tu padre en realidad no fue un ingeniero como cualquier otro, como alguna vez te dije —. Seguido, la mujer tomó el hombro de Yeik y lo miró directo a los ojos—. Él no trabajó con simples edificios, Yeik. Tu padre devolvió la paz y la prosperidad a todo Stella Amoris.

El joven quedó notablemente asombrado, pues acababan de cambiar totalmente la imagen que él tenía de su progenitor. La tan conocida guerra por los recursos entre las grandes ciudades finalizó gracias a la construcción del gran molino hidráulico "Werner", el cual devolvió el agua al resto de las ciudades y, con ella, también la confianza hacia Gaudiúminis. Y efectivamente, Werner era el apellido de quien había construido el edificio: Yakson Werner.

—No estás hablando en serio —dijo Yeik, incrédulo—. ¿¡El apellido de mi padre era Werner!?

—Así es, cariño. Y cada vez que le surgía un problema con el molino, se dirigía directamente a una habitación y se encerraba para golpear y desquitarse con todo lo que se encontraba.

—¿Ah sí?

—Y ocurría todo el tiempo —continuó la mujer—. La guerra impedía que tu padre continuara la construcción como lo planeado. Siempre surgía algún inconveniente o algún daño. Y que las cosas no salieran como él quería lo hacía enfadar muchísimo, al igual que tú en este momento.

Yeik volteó la mirada hacia otro lado e hizo silencio. No estaba exactamente orgulloso de que ese fuese su propio carácter natural.

—¿Pero sabes qué era lo que hacía él luego de sus rabietas? —preguntó Amanda con cierto misterio.

—Hmmm... pues, supongo que continuar con el molino ¿No?

—¿Comprendes entonces lo que quiero decirte?

El joven captó finalmente la idea. De nada servía descargar el enojo si no iba a continuar. Debía dejar el enfado de una vez y comenzar a planear nuevamente lo que iba a hacer para resolver su enorme problema con Gache, con Arlet y con Yésika.

Sin embargo, una duda apareció en su cabeza. Una duda que, comúnmente, suele ser mortal:

—Pero... ¿Qué sucede si no lo logro, ma? ¿Qué tal si no hago más que empeorar las cosas?

—¿Pero qué estoy escuchando? ¿Mi hijo que deslumbra alegría y positividad está siendo negativo? —preguntó la madre a modo de broma, mientras se reía de su propio chiste. Luego se acomodó en la cama para tener a Yeik más cerca—. Mira, cielo. Piénsalo de la siguiente manera: No tienes nada que perder.

—¿Qué quieres decir con que no tengo nada que perder? ¿Y mis amigos?

—No cuentas con ninguno de ellos en este momento ¿No? En todo caso, solo existen tres opciones: O lo intentas y recuperas su perdón, o lo intentas y no te lo dan. De todas formas, no puedes perder nada.

—¿Y cual es la tercera opción?

—La tercera opción es no intentarlo —dijo Amanda de manera muy severa—. Ahí perderás la única oportunidad de recuperar lo que es más valioso para ti. Si no lo intentas, ahí sí lo perderás todo.

Yeik mirando con mucha atención a su madre, asintió con la cabeza:

—De acuerdo. Entonces no voy a rendirme.

—Ése es mi niño.

Luego de unos segundos, la mujer envolvió a su hijo entre sus cálidos brazos y éste se lo devolvió inmediatamente, como si hubiese encontrado en ella el aliento que tanto necesitaba. Y si bien Amanda Lix tenía que haber estado yendo al trabajo en aquel instante, ella pensó que lo mejor era seguir mimando un poco más a su tan preciado tesoro.

Total, un día de descanso no iba a hacerle daño.

—¿Por qué rayos no me dijiste antes que papá había sido Yakson Werner? —se quejó el joven de cabellos azules, aunque con tono ciertamente jovial—. ¿Acaso te volviste loca?

—Perdón, cariño. Pero si te lo decía de más pequeño, se lo ibas a decir a todos y no nos iban a dejar en paz—respondió Amanda entre risas—. En fin, cambiando de tema, vi una noticia genial en la televisión ¿Quieres saber cual es?










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