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Capítulo 7: La celebración profana

¡Bienvenidos pedazos de mierda! —La voz de Traboul hizo eco y levantó los brazos en señal de bienvenida, y entonces, silencio absoluto.

Las personas allí presentes, los hombres con traje y corbata y las mujeres con vestidos negros, estaban mirándolo con la vista inquieta. El demonio líder era un sádico, y no había forma de saber que era lo que hacía con esas personas. Traboul movió sus dedos y uno de sus sirvientes respondió a la orden. El sirviente tenía una bandeja de plata con vino, Traboul agarró la botella y se sirvió alcohol. Luego miró al frente y sonrió levemente y luego se puso serio.

¿Por qué creen que están aquí? ¿Para divertirse? ¿Para pasar un buen rato? —Esbozó y se tomó un sorbo de vino—. Bueno, les contaré algo. Si creen que están aquí para cualquiera de esas cosas están muy equivocados. —Sonrió de oreja a oreja—. Verán, si habrá diversión claro que sí. Pero la diversión no será para ustedes, será para mí.

»¿Y cómo te vas a divertir? Se preguntarán. —Al escuchar eso último todos se pusieron tensos y comenzaron a ojearse entre ellos—. Simple mis queridos invitados, ustedes van a bailar, y será el mejor baile que verán en sus vidas. —Juntó el dedo pulgar con el índice, y los besó—. Será perfecto.

Los invitados al escuchar eso no estuvieron más tranquilos. Sin embargo no les quedó de otra más que obedecer. Muchos de ellos se fueron a las esquinas de la sala para pensar, sin poder reflexionar debidamente. Pero, la realidad era que estaban intranquilos, inquietos, pensando en algo y parece que eso tenía que ver con Traboul. Estaban sudando, y muy impacientes.

¿Que hacemos aquí? —preguntó un hombre.

No lo sé.

Yo ni siquiera sé cómo llegué aquí. Me secuestraron —dijo otro hombre.

¡A mí también! Yo estaba en otro lugar, ni siquiera sé dónde estoy —susurró una mujer, exaltada.

¿Y esos? ¿Q-Qué son esas cosas? —cuestionó un hombre señalando a unos demonios.

Sí ¿Que haremos? No me da buena espina.

¿Estamos en una fiesta? Ese tipo dijo que se iba a divertir. No quiero imaginarme que hará.

Este lugar, se ve horrible. Hay una peste.

Yo estaba en el Distrito de la Torre del Reloj, y unos tipos me pusieron una bolsa en la cabeza y aquí estoy.

¿Que nos harán? —dijo una mujer, temblando.

Alguien avanza por un pasillo, los pasos hacen eco lo que da una atmósfera enigmática. Es el cazador, quien camina por los pasillos de la mansión con pasos firmes y decididos. El ambiente es majestuoso y la arquitectura impresionante a pesar de que algunas veces parecía el infierno, con altos techos adornados con intrincados diseños y lámparas colgantes que proyectan una luz cálida y suave sobre los lujosos muebles y obras de arte, de demonios, que decoran las paredes.

Las alfombras mullidas y de colores oscuros amortiguan sus huellas. William lleva un traje impecable, ajustado a su figura, sin embargo, se sentía un poco asfixiado porque no estaba acostumbrado a llevar traje, la última vez que usó uno fue el día de su boda que ocurrió hace muchos años. Traboul le dijo que tenía que vestir para la ocasión. Aún tenía su espada, pero su traje de cazador y sus demás armas los escondió fuera de la vista de Traboul. Su paso es seguro pero tembloroso, y estaba chasqueando los dedos por el nerviosismo que tenía.

Al pasar por las puertas entreabiertas, se asoman espacios de otras habitaciones, dejando entrever la sangre y putrefacción. A través de los amplios ventanales, puede ver los exuberantes jardines que rodean la propiedad, llenos de demonios que vigilan las entradas.

A lo largo del recorrido, el cazador parece perderse en sus pensamientos, pensando en una forma de sacarle información a Traboul, su cabeza daba vueltas sin parar buscando una manera. Cada tanto, detiene su caminar para admirar alguna pintura o escultura que capta su atención, las imágenes eran de muchos demonios y muchos llevaban traje, observando los detalles con una mirada aguda y de asco.

El silencio y la tranquilidad reinan en estos pasillos, solo interrumpidos por los susurros de William. A medida que se acerca a la puerta, el cazador puede sentir una enorme presión en los hombros. Y entonces bajó la cabeza y respiró hondo. Lo que no esperaba era lo que pasaría después.

La fiesta de Traboul fue un evento lujoso. La tensión llenaba el aire mientras los camareros servían champán y aperitivos como corazones, hígados, dedos, ojos, cerebro y manos humanas. Los invitados están en extremo preocupados por lo que les sirven, horrorizados por las cosas que tenían en frente. La fiesta era un derroche de sangre y extravagancia, dejando a todos los invitados estresados y con un enorme miedo cernido sobre ellos.

Traboul miraba a los invitados como ganado. Estaba planeando lo evidente, y los invitados lo sabían y por eso no podían evitar cometer algún error. Traboul era un demonio poderoso, pero era más que todo un sádico enfermizo. El único que sabía lo que iba a pasar con ellos en este momento era Traboul, quien siguió hablando.

Tanta gente. Los he reunido aquí porque quiero que experimenten el verdadero significado del miedo y la emoción. Verán, no hay adrenalina más intensa que la que proviene del terror. —Mientras un camarero pasaba agarró un ojo—, pero antes coman y hablen. Lo van a necesitar.

Las personas empezaron a ponerse todavía más inquietas, no podían creer que habían caído en un macabro juego. Ahora no les quedaba más opción que seguir las reglas del demonio. Traboul era cruel y sabía que tenía que hacer que se calmaran para luego hacer su jugada. Las personas no estaban contentas y querían escapar.

William llegó a la sala de la fiesta y vio como las personas estaban allí hablando en grupos pequeños. El cazador se preguntó que hacían ahí, si eran demonios con apariencia de humanos o si en verdad eran personas normales.

Traboul observó por encima de su hombro y reconoció a William. El demonio decidió acercarse a él, ya que era su invitado especial. El cazador notó que Traboul iba a donde estaba él, y entrecerró los ojos y su mirada se volvió afilada.

Traboul posó su mano sobre el hombro de William.

Así que sí viniste, bueno en realidad no tenías muchas opciones. —Bajó la mirada y notó la espada del cazador en su cintura—. ¿En serio la trajiste aquí? Jeje. —Sonrió levemente—. Yo si te haría daño pero no aquí. Te necesito ¿Recuerdas?

William solo ojeó a los lados y puso su mano sobre su espada.

No quiero que estos putos roben mi espada —contestó, furioso.

Traboul sonrió mostrando sus dientes.

¿Enojado? Relájate y disfruta de la fiesta. —Y de repente, un silencio sepulcral, mientras el ruido de los instrumentos humanos sonaba a la distancia. Los dos se miraron fijamente —. Si arruinas la fiesta mato a la niña. ¿Oíste?

Traboul se dirigió hacia el lugar donde estaba anteriormente. Se deleitó y dijo:

Bueno perras, ¡Que comience la diversión!

El cazador miró con incredulidad al demonio, y se preguntó qué pasaría ya que no iba a poder hacer nada. Estaba con las manos atadas. Obvio que quería hacer algo pero sería demasiado arriesgado y tenía que saber lo que sucedió con Adeline. Se cruzó de brazos, impotente.

Entonces, escuchó algo, ¿Música? Pero la música sonaba extraña, no parecía que estuvieran usando instrumentos, si no piedras o algo parecido. William volteó encima de su hombro, y atisbó algo que no le gustó.

En la celebración profana los latidos palpitantes del miedo y la perversión resonaron en el aire mientras William se encontraba en el corazón de la siniestra velada de Traboul. Sus ojos recorrieron nerviosamente la habitación, observando la grotesca escena que se desarrollaba ante él. Traboul, el vil demonio con una sed insaciable de poder y control, se deleitaba con la agonía que infligía a los inocentes. Desde el espeluznante rincón de la habitación, emergió una orquesta infernal, transformando sin piedad a los seres humanos en instrumentos de tormento.

Cuando comenzó la música de pesadilla, William observó, incapaz de apartar los ojos de la interpretación retorcida.

Los demás invitados abrieron los ojos y comenzaron a sudar y a llorar, muchos se pusieron de rodillas en el suelo mirando con horror la escena que tenían en frente.

Un hombre, desnudo y acobardado por el miedo, se transformó en el tambor, su piel pálida se enrojecía con cada golpe salvaje. El demonio, con un brillo depredador en sus ojos, lo golpeó repetidamente con un palo con clavos, sacando chorros de sangre con cada golpe ensordecedor. El sonido resonó con un ritmo extraño, convirtiéndose en una melodía inquietante que resonó en la habitación.

A continuación, una mujer fue atada al suelo, su cuerpo flexible arqueándose en agonía. Sus manos y pies fueron perforados con las cuerdas de un arpa, convirtiéndola en un instrumento involuntario en la sinfonía macabra del sufrimiento. Chispas de electricidad malévola corrieron por sus venas cuando otro demonio la sumergió en una horrible danza entre la vida y la muerte. Sus gritos, antes llenos de angustia, se fusionaron con las escalofriantes notas del arpa, convirtiéndose en una inquietante armonía de dolor.

El corazón de William se aceleró, la repugnancia amenazaba con consumirlo. Ansiaba desatar su ira, derribar a los demonios uno por uno, pero era consciente de su poder y del imposible sacrificio que podrían exigir como retribución.

El gran salón de baile se desbordó con un mar de figuras, cuyas grotescas risas resonaban en las paredes de mármol. La luz parpadeante de las velas arrojaba sombras espeluznantes sobre sus rostros inmóviles, haciéndolos parecer como meros espectros que acechan en la noche. Traboul, hacía alarde de su dominio sobre las almas desventuradas que cayeron bajo su oscura influencia. La sola idea hizo hervir la sangre del cazador. Pero sabía que tenía que mantener su juicio sobre él, porque las pistas sobre su amada estaban muy cerca.

Hora de bailar —susurró Traboul e hizo un gesto con la mano, dando una orden.

Un repentino jadeo escapó de los labios de William cuando fue testigo de un acto de crueldad indescriptible.

Los secuaces de Traboul, obedientemente leales a su sádico maestro, arrastraron a víctimas indefensas a la pista de baile. Sus movimientos eran espasmódicos y robóticos, sus ojos vacíos de cualquier chispa de esperanza. Los látigos restallaron en el aire, dejando verdugones carmesí en la carne expuesta de los bailarines. Fue un espectáculo repugnante que revolvió el estómago del cazador.

Justo cuando William pensó que se había vuelto insensible a los horrores que se desarrollaron, una hermosa figura emergió de la multitud, de las sombras. Una mujer con un encanto seductor colgaba a su alrededor como un sudario, atrayendo la atención de William como una polilla a una llama. Se movía con la sensualidad de una serpiente, atrayéndolo más cerca con cada elegante paso. Sus movimientos eran seductores, su cuerpo ondulaba al ritmo de la sinfonía del sufrimiento. Sus ojos, una vez llenos de un destello de humanidad, ahora se habían convertido en un vacío desolado. La orden de Traboul la controló, manipulando su mente, obligándola a esta perversa danza alrededor de William. Observó su rostro y algo no era normal en ella, un claro recordatorio del mal que los consumía a todos.

La voz de Traboul atravesó el aire:

Oye acércate más a él —ordenó a la prostituta para unir su danza grotesca con el propio tormento del cazador.

El miedo se entremezcló con la curiosidad, provocando una tensión eléctrica dentro de él. Sus ojos se encontraron otra vez con los de la prostituta, por un momento fugaz, y pudo ver más de cerca sus ojos sin brillo, sin embargo lo que logró vislumbrar esta vez fue una chispa de vida que se perdió dentro de esta pesadilla infernal.

Pero William no podía permitirse que la simpatía nublara su juicio, no cuando estaba cerca de detrás de la muerte Adeline y su hijo. Él desvió la mirada a regañadientes, resuelto en su determinación de sacar información de la boca de Traboul. Cada fibra de su ser gritaba por venganza, pero sabía que tenía que esperar su momento, reunir fuerzas para la inevitable confrontación. Se mantuvo cauteloso, porque sabía que dentro de este manicomio, nada era lo que parecía. No pudo evitar preguntarse si esta enigmática joven de la noche no era más que otro peón en el retorcido juego de Traboul. ¿Era una damisela en apuros o simplemente otro instrumento de tormento?

Antes de que pudiera decidir si confiar en ella, una orden que bramó desde las sombras llegó a los oídos de William.

Baila, amigo mío —ordenó, mientras bebía vino.

Cada fibra de su ser se rebeló contra un acto tan degradante, pero no tuvo más remedio que cumplir. Entró en la pista de baile como si caminara hacia la horca, sus movimientos rígidos y forzados, reflejando a los bailarines sin alma que lo rodeaban. Mientras la música latía en la habitación, la mente de William se arremolinaba con los recuerdos anteriores de esta fiesta mortal. Se prometió a sí mismo que soportaría cualquier humillación, se embarcaría en cualquier búsqueda, si eso significaba encontrar las respuestas que tanto buscada. El peso de su determinación es su único consuelo en este despreciable lugar.

Pero incluso mientras William bailaba, sus ojos nunca dejaron de explorar la habitación. Era un cazador en busca de presas, buscando cualquier señal de debilidad en la fortaleza de la locura de Traboul. La tentadora mujer siguió orbitando alrededor de él, cada uno de sus movimientos era una seducción calculada.

De repente, una sonrisa escalofriante se dibujó en el rostro de la prostituta mientras ella también sucumbía a la posesión demoníaca que corrompía todos los rincones de la mansión del líder demonio. Sus rasgos alguna vez hermosos se torcieron en una grotesca máscara de dolor, y dejó escapar un grito espeluznante que atravesó el caos de la fiesta.

Y entonces, la noche alcanzó su espantoso clímax. Las juergas se transformaron en derramamiento de sangre cuando los secuaces de Traboul masacraron sin piedad a los invitados restantes. Romper cuellos, rebanar gargantas: la habitación pronto se inundó con el olor pútrido de la muerte. William observó horrorizado, con el corazón dolorido por las vidas trágicamente extinguidas ante sus ojos, incapaz de evitar su desaparición prematura.

Con una oleada de adrenalina, William se apartó de la pista de baile y corrió hacia la fuente de la angustia. Sus pasos fueron impulsados por la urgencia de saber sobre Adeline, sino también por esta alma perdida que había vislumbrado momentáneamente la luz entre la oscuridad.

Su rabia y dolor hervían a fuego lento bajo su piel, un caldero listo para hervir. Pero apagó las llamas de su ira, recurriendo a las reservas de su alma oscura y atribulada. Sabía que tenía que soportar las tentaciones infernales si quería tener una oportunidad contra Traboul.

Los ecos de la celebración profana se desvanecieron en la noche, William prometió desentrañar los secretos que encerraba Traboul. Con cada onza de su ser, se comprometió a enfrentar las fuerzas demoníacas que buscaban sumir al mundo en la oscuridad eterna.

A través de pasillos bordeados por obras de arte torturadas y corredores adornados con sueños rotos, el cazador se aventuró más profundamente en las entrañas de la mansión laberíntica de Traboul. Y allí la encontró, desplomada sobre el frío suelo de mármol, su cuerpo atormentado por agonizantes convulsiones. Fue una visión que desgarró el corazón de William, una visión alimentada por los poderes de Traboul, ni siquiera sabía cómo era la hija de Edmund, Maryan, pero el demonio se la mostró. Cuando extendió la mano para consolarla, para ofrecerle un poco de consuelo en este mar de desesperación, sintió una sensación de hormigueo subiendo por su brazo y atravesó su cuerpo, no estaba en realidad allí. Se sintió impotente, y sabía que había sido egoísta.

«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó, sin reconocer quién era. La niña era un alma inocente que había caido en las garras de Traboul, y había sido lo suficientemente egoísta como para verlo. Su esposa era importante para él, pero esa herida era muy grande. Y, mientras tanto, dejaba que todos se murieran. No quería morir con esa imagen de sí mismo, quería ser mejor de lo que alguna vez fue, y lucharía por que así fuese.

Traboul se iba metido en su mente, pero ¿cómo? ¿Qué fue lo que hizo? Ni siquiera la repulsiva criatura Scorbes logró penetrar en su cabeza, y él sí. Tenía que ser algo más. Y William creía que se estaba relacionado con la misma mansión. Traboul la alteró con su brujería demoníaca.

El cazador se encontraba atónito por lo que acababa de presenciar, un sádico que lo único que anhelaba en esta vida era matar. Un demonio que no solo tenía sed de sangre, sino de muerte. En medio de ese tumulto de emociones de los eventos anteriores el cazador no podía sacarse de su mente la imagen de la masacre de Traboul. No todavía, no debía, pero tampoco podía intervenir porque si lo hacía ya no habría salida. Lo único cierto es que, en este momento, al cazador solamente le quedaba una opción, esperar. Y la espera sería insoportable y áspera, no conseguiría su objetivo de inmediato si usaba sus mejores cartas en este instante. Para Traboul este era un juego, una diversión, y solo jugándolo lograría ganar, pero este juego tenía que jugarlo con sus propias reglas no con las de Traboul.

William mantuvo su trayecto y continuó reflexionando del asco y repulsión que sentía. En su recorrido percibió que su entorno estaba raro en cierto sentido. Él contempló el lugar, estudió las escaleras, las pinturas, los jarrones. Después de un rato examinando el lugar no encontró lo que buscaba, parecía que no había nada. Sin embargo, cuando inclinó su cabeza, sus ojos se iluminaron y se encorvó hacia el suelo, analizó detenidamente el piso intentando encontrar lo que había llamado su atención. Al seguir revisando el suelo notó algo, que parecía que era lo que buscaba, colocó su dedo medio y el pulgar sobre el mármol y examinó lo que había recogido.

Se sentía grumoso y compacto, era tierra, y las pequeñas partículas se deslizaban entre sus dedos. Al cazador se le hizo un poco extraño encontrar tierra pero no tanto, y entonces, notó algo más que lo puso en alerta máxima. Atisbó pequeños granos de tierra caer desde arriba, eran diminutos y no muchos podrían darse cuenta de tal hecho.

Entonces, el cazador levantó la vista, temiéndose lo peor. Observó a alguien en las vigas con una capucha que lo hacía ver como un borrón negro con ropa y botas de cuero negras. «¡Un asesino!». Pensó desasosegado pero no sorprendido, y posó su mano en la empuñadura de su espada.

El desconocido hizo un salto de fe de espaldas, se fue de cara hacia el piso y cuando cayó rodó, y se puso de pie, de frente al cazador. Ese salto fue una demostración de habilidad, trataba de intimidarlo, pero lo que no sabía el desconocido era que William lo hizo miles de veces.

El desconocido desenvainó su espada y compuso una danza con ella, estaba inseguro de esta batalla, y luego bajó la espada hacia su campo de visión. William relajó sus brazos y los dejó caer, bajando la guardia. Su reto era evidente y el desconocido lo sabía.

El desconocido desapareció y apareció en frente de William y lanzó su espada, William desvió su cuerpo y esquivó el ataque, sin esfuerzo, el desconocido trató de darle una potente patada, pero William se mantuvo sereno, lo golpeó con el pie provocando que se tambaleara y como si tuviera púas en las botas el desconocido puso su pie atrás y logró recuperarse, pero su espada cayó lejos. Tras eso se abalanzó rápidamente hacia el cazador para propinarle una ráfaga de terribles golpes mientras corría. Él, sin alterarse, golpeó la muñeca del desconocido con su puño como si fuera un martillo y luego ascendió hasta su cara para golpearlo también. Sin embargo el desconocido bajó su cuerpo como un arco y evitó el ataque.

El encapuchado estaba sudando y le costaba seguirle el ritmo al cazador. Pero luego, el encapuchado volvió a correr hacia el cazador con los puños extendidos; en un rápido movimiento William ya tenía la mano del desconocido detrás de su propia espalda, preparándose para romperle el brazo.

Ya me harté de este juego. Hora de acabarlo —dijo mientras levantaba más su brazo.

Cuando escuchó su voz soltó un jadeo y dijo:

¡Espera! —pronunció una voz femenina, que era un poco conocida para él, pero solo se parecía a otra voz.

William dejó de levantar su brazo y escuchó con atención lo que tenía que decir, estaba curioso.

Yo te estaba buscando. —Evocó la mujer, un poco agitada por la pelea—, el hombre de afuera me dijo que estabas aquí. No te reconocí de inmediato, pero ahora sí. Y creí que eras un demonio.

Sus intenciones no parecían ser malas, se notaba que estaba en medio de algo más importante.

Bien, habla. Si me convences te suelto el brazo, si no...bueno creo que ni necesito decírtelo.

La mujer encapuchada respiró hondo.

Está bien, verás me dicen la Silbadora de Negro. —Ese nombre, lo había escuchado antes, «Si ves a la Silbadora de Negro dile que la esperamos en el Distrito Central». Morthel, él le dijo que debía encontrar a una persona con ese nombre, sin embargo no estaba seguro—. Aunque solo llámame Silbadora.

¿Cómo sé que tú eres esa tal Silbadora?

Ella hurgó en su bolsillo y William le levantó la mano ante tal acción, ella apretó los dientes por el dolor. Pero al sacar su mano le mostró un medallón, tenía una llama de fuego circular con un triángulo en el centro, el símbolo de los cazadores del gremio. Además le mostró su mano y el cazador le quitó el guante. El símbolo también estaba en su mano y la olfateó, el olor a magia era evidente, una magia especial de los cazadores. Generalmente a los novatos se les coloca este símbolo antes del tatuaje de La Sombra, que es cuando ya son unos expertos.

Bien, te creo. —La soltó de inmediato.

La chica agitó el brazo por el dolor y se acarició el brazo. La mujer aparentaba ser una experta en el combate, pero no fue suficiente para luchar contra la experiencia y técnica del cazador, ni siquiera logró asestarle un solo golpe aunque estaba desarmado. No podía ver sus expresiones por su capucha pero sus movimientos le indicaban que le dolió la llave.

La Silbadora lo volteó a ver y el cazador la miró con intriga

De acuerdo, ahora que estamos bien debemos hablar —mencionó la encapuchada.

El cazador analizó un momento y dijo:

Si es para ayudarte con tus asuntos me temo que...

No, de hecho vine a ayudarte. Ya te lo dije, el hombre de afuera me lo contó todo.

Entonces bien —pensó que tal vez era lo que necesitaba, después de todo Traboul lo tenía vigilado y este sería su as bajo la manga, pero...—. Cuando entré, noté que Traboul...

¿Quién es Traboul...?

Un demonio, el dueño de esta mansión. —Ella bajó la cabeza y reflexionó—. Lo importante es que noté que esta mansión es una extensión de su mente.

Sí, también lo noté —respondió, sin sorprenderse—. ¿Cómo lo descubriste?

Se metió en mi cabeza y me hizo ver lo mismo que él, y nadie puede entrar en mi mente a menos que haya un factor externo —afirmó William.

Yo logré detectar una magia extraña, tenía que ser demoníaca y me di cuenta que todo el lugar era un solo ente con mente propia —sugirió la encapuchada.

William analizó un momento y entendió algo y habló:

¿Cómo entraste aquí sin que él lo supiera?

Soy una bruja. —Pausó—. Hice un escudo de contención a mi alrededor que me permitió ser invisible a los ojos de ese demonio —declaró.

Eres hábil y muy poderosa. —Sonrió un poco—, pero a pesar de todo no lograste vencerme —contestó, burlón.

La encapuchada se quedó en silencio y no pronunció palabra, fue un poco evidente que se había molestado pero el cazador no podía saberlo.

Ella, como si hubiera olvidado el comentario anterior, habló:

Solo nos queda separarnos, es la única forma de salvar a esa niña y vencer a ese demonio.

Además de salvar a cualquier otra persona que siga viva —añadió.

Ahora el cazador tenía otro flanco por donde atacar, este era su momento, el instante de contraatacar, y Traboul no se lo iba a esperar. Tenía que vengar a las personas que el vil demonio asesinó y masacró, no solo en esta fiesta sino en todas y cada una de las demás, aunque ni siquiera supiera quienes eran esas personas, pero era una cuestión de honor. No podía ni debía desistir, tenía que seguir adelante. La niña Maryan esperaba por él para que la recuperara y él lo haría, y esta vez lo haría bien. La tercera era la vencida. Solo hacía falta que alguno de ellos lograra escapar de Traboul con éxito y así salir de esta tortuosa situación.

Aunque se preguntó ¿Quien era esa Silbadora de Negro? ni siquiera sabe su nombre real, no sabe quien es. ¿Será que puede confiar en ella? ¿O será que es una infiltrada? ¿Quien será? Era una pregunta que resonaba como un eco en la mente de William, pero era su única opción y no tenía a nada más con qué contar, así que no debía dudar.

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