Capítulo 3: Sangre en la piedra
El cazador estaba encima de una altiplanicie, observando el lugar de Old Town a la distancia. Su yegua, una fiel compañera en innumerables viajes, estaba cansada, pero aún faltaba camino para llegar a la ciudad. El cazador había llegado a su primer destino en una travesía que lo había llevado a través de bosques oscuros, caminos empedrados y ríos traicioneros. Sin embargo, lo que vio a lo lejos lo dejó consternado.
El sol estaba comenzando a ponerse en el horizonte, teñendo el cielo de tonos rojizos y naranjas. Old Town, antes del Primer Abismo, era un lugar que solía estar lleno de vida y comercio, ahora parecía un lugar olvidado por Dios. Los edificios de piedra, que alguna vez albergaron alegres tabernas y bulliciosos mercados, ahora se alzaban como tumbas silenciosas. Pero lo que más llamó la atención del cazador fue el humo que se elevaba en espirales desde el centro de la ciudad.
Entre los edificios, la columna de humo se alzaba hacia el cielo, como un siniestro faro en medio de la niebla. El humo no era como el de una simple fogata o una chimenea; tenía un tinte rojizo, como si estuviera impregnado de sangre.
La curiosidad se apoderó de él. Sabía que debía llegar a Old Town para cumplir con lo que le había pedido Morthel, pero no podía ignorar lo que parecía ser un signo de problemas en la ciudad.
Con cuidado, el cazador guió a su yegua por el empinado descenso de la altiplanicie hacia el valle que conducía a Old Town. La yegua avanzaba con paso seguro, confiando en su jinete. A medida que se acercaban, el cazador pudo sentir una tensión en el aire. La atmósfera parecía cargada de una energía ominosa que ponía sus sentidos en alerta máxima.
El camino lo llevó a través de un espeso bosque y viento parecía susurrar advertencias. Las hojas crujían bajo las pezuñas de su yegua, y las sombras ocultaba gradualmente el solo, sumiendo el bosque en sombras. Finalmente, encontraron un claro donde el cazador decidió detenerse.
La yegua se inclinó para comer pasto mientras el cazador la observaba.
—Buena chica —dijo, acariciandola.
Aunque todavía se preguntaba que estaba ocurriendo en Old Town. Durante mucho tiempo escuchó ciertos rumores que sugerían que Old Town era un lugar de mala muerte —como todo Londonveil—, y ahora podía confirmarlo, ya que nunca había puesto un pie en Old Town. Las bestias habían arrasado con la ciudad y se decía que algo no estaba bien allí, aunque solo eran rumores por lo que prefería no hacerles caso y se le olvidaban. Pero sabía que si decían eso era por una razón.
El cazador se acercó al borde del bosque y miró hacia Old Town. Desde aquí, la ciudad se veía aún más inquietante. La niebla que la rodeaba parecía espesarse, como si se estuviera cerrando sobre sí misma. El humo rojo seguía elevándose desde el centro de la ciudad, y ahora podía escuchar un sonido distante, un grito o un lamento que se elevaba en el viento.
Sin perder tiempo, el cazador revisó su vaina. Aseguró su espada en su funda y se ajustó el abrigo de cuero, preparándose para lo que pudiera encontrar en la ciudad. Sabía que debía avanzar con seguridad. Old Town era un lugar desconocido, y su reputación no lo hacía menos peligroso.
La ciudad, una réplica impresionante del Distrito Central de Londonveil, se extendía majestuosamente ante los ojos del cazador. Los edificios, imponentes estructuras de piedra, se alzaban con elegancia, combinando a la perfección la majestuosidad de la arquitectura gótica con la modernidad de amplios cristales que reflejaban los misteriosos secretos de la ciudad. Cada rincón estaba adornado con detalles exquisitos: múltiples columnas que terminaban en capiteles intrincados, botareles que añadían un toque de enigma a la ciudad y arbotantes que sostenían la ciudad como guardianes eternos. Arcos apuntados se alzaban en los callejones, y cúpulas en lo alto de los edificios se perdían en la niebla que cubría la ciudad. Era un lugar de belleza inquietante y decadencia sublime.
William había llegado a esta ciudad en busca de una presa peculiar. Morthel, le había hablado de una bestia incorpórea que acechaba en las profundidades de la ciudad. Su nombre se debía a la creencia popular de que carecía de un cuerpo físico que pudiera ser herido o destruido. Nadie había logrado verla claramente, y aquellos que habían intentado enfrentarla nunca habían regresado.
El cazador había aceptado el encargo de Morthel, sin aceptar recompesa, ya que eso le dejó de importar desde que su esposa murió, y solo quería hacerlo por la satisfacción personal de cazar una criatura única en su especie, una bestia antigua. Armado con su confianza y su pericia, se aventuró en las calles empedradas de Old Town, decidido a matar a la bestia.
Después horas de búsqueda infructuosa, el cazador comenzaba a sentirse frustrado. La bestia incorpórea parecía escurridiza, como una pesadilla que se desvanecía al contacto. Fue entonces cuando, en un callejón oscuro y abandonado, sus ojos se posaron en un objeto que yacía en el suelo. Se agachó y recogió una pistola, la rareza no era el arma en sí, sino que estaba cargada con munición, era más común la pólvora. La pistola parecía antigua pero bien cuidada, como si hubiera sido olvidada en el tiempo.
La producción de balas había mermado desde el Primer Abismo, y por eso era más común ver armas blancas. Eran pocos los que todavían seguían usando armas de fuego, porque, además, la munición era extremadamente cara, debido a su escasez.
El cazador la examinó detenidamente antes de asegurársela a la cintura. Esta inusual adquisición le infundió un nuevo sentido de determinación. Ahora estaba mejor preparado para enfrentar a la elusiva bestia incorpórea. Él había leído sobre el diseño de estas armas y sabía perfectamente como usarla.
Continuó su búsqueda, explorando callejones y pasadizos oscuros, cada vez más obsesionado con la idea de encontrar a la bestia incorpórea. La ciudad parecía moverse a su alrededor, cambiando de forma y revelando secretos ocultos en cada esquina.
Caminó por las estrechas callejuelas, su mirada afilada como la hoja de su espada. A medida que avanzaba, los edificios parecían cerrarse sobre él, lanzando sombras que danzaban como espectros en la penumbra. El silencio era opresivo, roto solo por el eco de sus propios pasos y el susurro del viento que se colaba entre las grietas de las antiguas estructuras.
La metrópolis que alguna vez fue próspera se había visto invadida por las bestias antiguas, y la maldición de la sangre no se había tardado en caer sobre la ciudad, aunque solo habían unos cuantos enfermos de la sangre. Mientras se movía por las calles, podía sentir el peso de sus armas contra su espalda, la espada plateada y la pistola que llevaba listas para enfrentarse a cualquier enemigo que encontrara. Sus agudos sentidos estaban en sintonía con el mínimo sonido o movimiento, cada sombra era un posible escondite para su presa. Subió una larga escalera que conducía a una arcada abandonada, la piel de la nuca le hormigueaba al sentir la presencia de algo siniestro. Los edificios a su alrededor estaban vacíos, excepto por el aullido ocasional del viento, y se sentía como si estuviera caminando por un cementerio.
Entonces, encontró el origen del humo. El viento frío de la noche siseaba en sus oídos mientras avanzaba hacia el destello de una hoguera en la distancia. Intrigado, se acercó con cautela, su espada empuñada y lista para cualquier amenaza que pudiera surgir. No obstante, lo que presenció era horrendo, pero no se inmutó.
En el centro de un pequeño claro, un grupo de personas se había congregado alrededor de una inmensa pira ardiente. En su interior, atado a un poste de madera, yacía otro cazador, atacado por unas cadenas. Su figura se retorcía en agonía, su piel envuelta en llamas que crepitaban y lamían su carne. El humo espeso y oscuro se alzaba hacia el cielo estrellado, mezclándose con el pestilente olor a quemado que inundaba el aire.
Estas personas, que se autodenominaban «Los Hijos de la Sombra», eran la encarnación de la locura que había consumido Londonvel. Creían que los cazadores eran la causa de todo el sufrimiento en la ciudad, y habían decidido hacer justicia por sus propias manos, entregando a uno de los suyos a una muerte espantosa.
La Sombra era de la primera generación de las nuevas bestias. Su aparición se dio tiempo seguido de que Ermaint: la hija del abismo, o la primera nueva bestia, hiciera su ataque incial. La Sombra fue la criatura más poderosa, solo superada por la Bestia ígnea: la bestia antigua original y también la que comenzó con el Primer Abismo.
La líder de este macabro ritual era una mujer de cabello negro, su rostro parcialmente oculto bajo un sombrero de ala ancha y un antifaz. Vestía una gabardina elegante adornada con detalles rojos. Su mirada estaba fija en el cazador moribundo, pero no había en ella ni alegría ni remordimiento, solo una implacable mirada.
William se fue a las sombras de un edificio, usandolo como un escondrijo, y miró la escena con incredulidad, sabía que debía intervenir. Observó a la líder del culto, tratando de discernir alguna señal de emoción en su rostro, pero sus facciones estaban ocultas tras el antifaz, lo que le confería un aura de misterio.
El cazador atado continuaba sufriendo, sus gritos ahogados por el fuego que lo consumía. Las llamas danzaban alrededor de él, devorando su carne y quemando su ropa en harapos humeantes. El público, conformado por cuatro Hijos de la Sombra, observaba con una mezcla de satisfacción retorcida y fervor religioso. Cada chispa que saltaba de la pira parecía alimentar su fanatismo.
William escuchó un murmullo distante que se fue haciendo cada vez más claro. El sonido de las voces se mezclaba con un tono ominoso:
—Pobre imbécil. Todos esos payasos serán polvo, tal como este —susurró un hombre clavo mirando la escena, asombrado.
—¿Quién diría que caería tan fácil? —Se complació otro hombre más bajo que los demás—. A nadie le importaba su miserable vida.
—Fue su mejor destino, hay que quitar a la mierda del camino—habló una joven, la cual tenía sonrisa constante, como si fuera su única expresión.
—Nuestra siguiente parada tiene que ser en el Distrito Central ¿no, Mándame Glonder? —inquirió el hombre bajo dirigiendose a la líder.
—No, hiremos a Wysterville. Necesitamos poner por el suelo a los cazadores por el Segundo Abismo —Sin expresión alguna, la mujer del antifaz, volteó hacia él, y su ojos, tan cristalinos como el agua, fueron suficientes para generar terror en el hombre de baja estatura, quién buscó a alejar su vista de la de ella.
»Yo mando, tú obedeces.
Mándame Glonder era la líder adsoluta de los Hijos de la Sombra formados en todo Londonveil, se decía que era una mujer inexpresiva. Al inicio, los rumores sugerian que formó el grupo por una causa que creía era justa, pero, con el paso del tiempo, ella dejó sus principios y empezó a matar sin piedad a todo el que quisieras detenerla.
El cazador atrapado en la hoguera continuaba bravando desesperadamente a la vez que su vida se consumía. Sus gritos se volvían cada vez más frenéticos, y el olor a carne quemada llenaba el aire. Las llamas lamían su piel y lo consumían poco a poco, pero el cazador se negaba a rendirse.
William sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. A pesar de la oscuridad que lo rodeaba, su mente estaba clara y su corazón ardía con la determinación de detener esta atrocidad. Pero este mundo se había enseñado que debía alejarse de hacer el bien, si quería que su vida siguiese teniendo la poca tranquilidad que aún tenía.
«¿Qué me habría dicho Adeline?», musitó para sí, creyendo que su dolor lo estaba cambiando, y no se percató hasta ahora. «No, este mundo esta acabado, y ella lo habría entendido». Se trató de convencer de ello, como si dos fuerzas dentro de él estuvieran luchando, por un lado, su propios deseos y, por otro, el deber ser. Y aun así, sabía que Adeline jamás hubiese dicho eso.
La líder de los Hijos de la Sombra se acercó al cazador en llamas, su mirada impasible. Sacó un cuchillo de su gabardina y, con un gesto lento y deliberado, lo clavó en el corazón del cazador. Un último alarido de agonía escapó de sus labios antes de que su cuerpo se convulsionara y se quedara inmóvil. La vida había abandonado sus ojos, pero las llamas seguían rugiendo.
William apretó los dientes, sintiendo una mezcla de ira e impotencia. Sabía que no podía permitir que esta locura continuara. Esperó a que la líder de los Hijos de la Sombra se retirara junto con su séquito, y entonces avanzó sigilosamente hacia la pira.
El calor era sofocante cuando se acercó al cazador calcinado. Su cuerpo estaba prácticamente reducido a cenizas, y el hedor a carne quemada llenaba el aire. Con cuidado, William introdujo su espada en el fuego, y tomó colores amarilos y anaranjados, cortó las cadenas que sostenían el cadáver y lo bajó del poste. Era un gesto tardío de misericordia, pero al menos el cazador no sufriría más.
Tras lo sucedido, siguió con su misión de matar a la Bestia
De repente, vio movimiento por el rabillo del ojo. Reaccionó de inmediato, agarrando su espada y girando para encarar a su oponente. Era una pequeña bestia, con garras afiladas y ojos brillantes, pero la despachó rápidamente y sin piedad.
El cazador continuó su búsqueda, con la esperanza de encontrar alguna pista que lo llevara a la bestia incorpórea. Mientras caminaba, vio señales del colapso de la ciudad: edificios que habían sido abandonados, calles que habían sido arruinadas por los monstruos que las habían invadido. Pero también vio señales de un mayor poder en acción. Símbolos ocultos grabados en los edificios, extrañas efigies que parecían latir con una energía de otro mundo. Comenzó a preguntarse si la maldición que había caído sobre Londonveil no sería simplemente el resultado de causas naturales. Pasaron horas mientras buscaba en la ciudad, cada vez más desesperado al no encontrar señales de la bestia. Le dolían los músculos por el agotamiento, y se vio obligado a hacer una pausa por un momento para recuperar el aliento.
De repente, escuchó un grito a lo lejos. Era un grito de dolor, de agonía. El cazador corrió hacia el sonido, su corazón latía con fuerza. Sabía que había encontrado a la bestia. Cuando llegó al lugar, encontró a un hombre en el suelo, cubierto de sangre.
El cazador escuchó algo y vio en todas direcciones, pensando que era la bestia y sus sentidos estaban en alerta máxima, su mano descansando en la empuñadura de su fiel espada. La niebla dificultaba la visión, pero podía escuchar el sonido de pasos resonando en la distancia.
Siguió el sonido, su corazón latía con fuerza en su pecho. Sin embargo, vio una figura humana en la distancia. Era una mujer, vestida con harapos andrajosos, con el pelo revuelto y desaliñado. Estaba murmurando para sí misma, y cuando el cazador se acercó, pudo oírla.
—La sangre, la sangre, me llama —susurró, con los ojos vidriosos. El cazador reconoció los signos de la maldición de sangre. La enfermedad convertía a sus víctimas en seres sin sentido, y ella estaba dispuesta a matarlo.
El cazador sabía que tenía que tener cuidado. Sacó su espada, listo para cualquier ataque.
Se acercó a la mujer, ella de repente se abalanzó sobre él, sus uñas afiladas en garras. El cazador paró su ataque con su espada cortando el aire.
La mujer dejó escapar un grito agudo, su cuerpo convulsionándose.
El cazador había escuchado que la maldición de la sangre se estaba extendiendo rápidamente y no sabía cómo era con exactitud, con excepción de algunos rumores. Sin embargo, la maldición era mucho peor de lo que él pensaba.
—Locos. No tienen esperanza, espero que no me salgan más de estos por ahora.
Al observar al hombre muerto vio un leve rastro de sangre en los adoquines bajo sus pies. Sus ojos se entrecerraron mientras lo seguían, su corazón latía con fuerza en su pecho cuando se dio cuenta de que se estaba acercando a su presa. El rastro lo llevó a una antigua iglesia, el cazador puso sus manos en la empuñadura de su espada y entró con cautela, sus ojos escaneando la oscuridad en busca de cualquier señal de movimiento. Estaba tan oscuro que apenas podía ver su mano frente a su rostro, mucho menos la criatura que estaba cazando. Pero podía sentir su presencia en el aire, un leve susurro de oscuridad que hizo que su piel se erizara.
A medida que se adentraba más en la iglesia, los susurros se hicieron más fuertes e insistentes, instándolo a avanzar incluso cuando sabía que estaba caminando hacia una trampa. Y entonces escuchó un sonido más fuerte que lo heló hasta los huesos. Era un gruñido bajo, un sonido primitivo y aterrador. Supo al instante que era la bestia incorpórea, y se preparó para la pelea. El cazador siguió el sonido, sus sentidos hormigueando con anticipación. Y en ese momento, volvió a oír el gruñido, esta vez más fuerte, y el tintineo del metal contra la piedra. Desenvainó su espada y avanzó con cautela, en alerta máxima ante cualquier señal de la bestia. Podía sentir su corazón latiendo en su pecho, su respiración entrecortada.
De repente, vio movimiento en las sombras. Cargó hacia adelante, con la espada levantada, y vislumbró a la bestia mientras se retiraba por las escaleras hacia el campanario. El cazador corrió hacia adelante, sus pasos resonando en el espacio vacío mientras perseguía a la bestia. Finalmente, se encontró cara a cara con la criatura y sus ojos brillando en la oscuridad. Era una bestia enorme y corpulenta, cubierta de piel y con garras afiladas como navajas. Sus mandíbulas goteaban saliva y le gruñó al cazador, desafiándolo a atacar.
El cazador sabía que iba a pelear, pero estaba listo.
—¿Bailamos? —dijo confiado.
Los dos se rodearon con cautela, cada uno buscando una abertura. Finalmente, el cazador se abalanzó hacia adelante y su espada estaba destellando en la oscuridad. Fue una batalla feroz, con la bestia incorpórea usando toda su astucia para evitar los ataques del cazador, pero William era habilidoso y decidido.
El cazador levantó su arma y cargó. Los dos chocaron en una ráfaga de golpes, y el sonido de su batalla resonó a través de la iglesia vacía. Cada vez que el cazador lograba asestar un golpe, la bestia gruñía y se lanzaba hacia adelante, desatando una andanada de ataques. A pesar de la rapidez de la bestia, el cazador pudo esquivar la mayoría de los golpes. Su adrenalina estaba bombeando, y estaba totalmente concentrado en la tarea que tenía entre manos.
Las bestias antiguas eran diferentes a las nuevas bestias, parecía que su fuerza y velocidad era mucho más grande que las de sus predecesoras. Y esta bestia era la prueba de ello.
A medida que la lucha se intensificaba, el cazador se dio cuenta de que su vida dependía de su habilidad para mantener a raya a la bestia. Cada vez que lograba asestar un golpe a su adversario, el rugido furioso de la criatura llenaba el espacio y esta se lanzaba hacia adelante con una furia renovada, desencadenando una serie de ataques despiadados. A pesar de la velocidad y ferocidad de la bestia, el cazador demostraba una destreza sobrenatural para esquivar la mayoría de los golpes. Su mente estaba enfocada, su corazón latía con fuerza y su adrenalina fluía, todo concentrado en la tarea que tenía entre manos: sobrevivir a esta batalla.
Sin embargo, la situación se volvía cada vez más desesperada. La bestia era un enemigo formidable, más formidable de lo que cualquier presa anterior había sido. William, el cazador, comenzó a cuestionar su capacidad para superar este desafío aparentemente insuperable. No entendía por qué esta criatura era tan excepcionalmente fuerte y veloz, y esta incertidumbre lo llenaba de ansiedad. Se había enfrentado a numerosos peligros en su vida como cazador, pero esta situación era completamente nueva para él.
Mientras luchaba por su vida, William observó atentamente a la bestia en busca de cualquier debilidad o patrón que pudiera explotar. Con movimientos precisos y calculados, trató de encontrar una oportunidad para acabar con su adversario. En un momento de desesperación, colocó la empuñadura detrás de su oreja con la hoja al frente, y se lanzó hacia la bestia, tratando de asestar un golpe certero que pusiera fin a la batalla de una vez por todas. Sin embargo, la criatura demostró ser aún más astuta de lo que William había anticipado.
La bestia, con una agilidad asombrosa, anticipó el movimiento del cazador y golpeó la espada con un movimiento rápido y preciso. El arma salió volando y cayó a varios metros de distancia, dejando a William desarmado y vulnerable ante su enemigo. La situación parecía desesperada, y la sensación de derrota comenzó a apoderarse de él.
Pero William no estaba dispuesto a rendirse sin luchar. A pesar de la adversidad, su mente rápida y entrenada le recordó que llevaba otra arma consigo: una pistola. Sin perder un segundo, sacó la pistola y apretó el gatillo. ¡PUM! El estruendo del disparo resonó en la iglesia mientras la bala se dirigía hacia la bestia. Sin embargo, la criatura demostró una vez más su sorprendente agilidad y esquivó la bala con un movimiento fluido, convirtiéndose en un borrón de movimiento que apenas podía ser seguido con la mirada.
William disparó en ráfaga, pero la bestia siguió esquivando con mucha facilidad. Y entonces el cazador se dio cuenta que no iba a poder vencerla, muchas veces no había sido capaz de salir victorioso, pero aunque no ganara mataba a sus presas, pero parecía que esta vez ni eso lograría.
—¡Mierda! —Su rostro expresando mucha preocupación.
La situación se volvía cada vez más desesperada para el cazador. Había perdido su espada y su primera oportunidad de usar la pistola había resultado ineficaz. La bestia parecía un enemigo invencible, y William estaba comenzando a cuestionar si sobreviviría a esta lucha. Aun así, no estaba dispuesto a rendirse. Su fuerza de volund lo impulsaban a seguir luchando, buscando desesperadamente una manera de superar a la temible criatura que tenía ante él.
La iglesia, que había sido un lugar de paz y oración, se había convertido en un escenario de caos y violencia debido al ataque de las bestias. La suelo estaba agritado, los vitrales rotos y el suelo marcado por las huellas de la intensa lucha. El sonido de los choques, los gruñidos de la bestia y el estruendo de los disparos seguían llenando el espacio, creando una cacofonía de sonidos que parecía resonar en el interior de la mente del cazador.
William se movía con agilidad y rapidez, buscando cualquier ventaja que pudiera encontrar. Con cada movimiento, evaluaba la situación, tratando de anticipar los movimientos de su enemigo y encontrar una oportunidad para atacar. Sabía que no podía permitirse cometer un solo error, ya que la bestia estaba constantemente alerta y lista para contraatacar.
Cuando movió el gatillo con su dedo nuevamente, escuchó un chasqueo, al arma se le había terminado las balas.
Entonces la criatura se abalanzó hacia delante sorprendiendolo, intento morderle con sus colmillos afilados como navajas. Los instintos del cazador se activaron se lanzó al suelo en un gran salto, esquivando el ataque, rodó por el piso y terminó de rodillas. Y cuando estuvo cerca de su espada, apretó la empuñadura.
Tras ello, se volvió hacia la bestia y balanceó su espada con todas sus fuerzas. Hubo un sonido repugnante cuando la hoja chocó con la carne de la criatura, y por un momento, el cazador sintió una sensación de triunfo. Pero entonces las fauces de la criatura se cerraron alrededor de su pecho y sintieron un dolor punzante cuando sus colmillos se clavaron profundamente en su carne.
El cazador gritó de agonía para luego tambalearse hacia atrás, apenas capaz de estabilizarse en pie. La sangre se filtraba a través de su ropa y podía sentir que su fuerza se desvanecía. Sabía que había sido un tonto al bajar la guardia.
El cazador se derrumbó en el suelo, su visión se oscureció al sentir el veneno de la mordedura de la bestia incorpórea corriendo por sus venas. Sabía que si no recibía ayuda rápidamente, moriría. Mientras su mundo se desvanecía en la oscuridad, se preguntó si su sacrificio valdría la pena. ¿Se salvaría Londonveil de su maldición o ya era demasiado tarde? ¿Qué llevo a su esposa a matar a su propio hijo? ¿Eso era lo que realmente ocurrió con ella? No conocia las respuestas, pero si sabía que no había hecho lo posible para intentar encontrarlas. Y con eso, la conciencia del cazador se desvaneció, dejándolo solo en la oscuridad.
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