Capítulo 2: La caza amarga
La atmósfera en la pequeña posada era densa y sombría, en sintonía con los oscuros pensamientos del cazador. Fuera, la lluvia golpeaba las ventanas y el viento aullaba como un lamento lejano. Cada trago de té que tomaba no lograba disipar la amargura que sentía. Revivía una y otra vez la escena en su mente: su esposa, poseída por la fuerza siniestra de la locura, empuñando un arma ensangrentada mientras su hijo yacía inerte en el suelo.
El cazador había dedicado su vida a cazar bestias y criaturas abominables que acechaban las calles de la ciudad maldita en la que vivían. Pero esta vez, el horror había golpeado demasiado cerca de casa. No podía comprender cómo su amada esposa había sucumbido a las tinieblas que acechaban en cada rincón de su mundo.
La culpa también lo atormentaba. ¿Habría sido capaz de hacer algo para prevenir esa tragedia? Se reprochaba no haber reconocido los signos tempranos de la corrupción que se había apoderado de su esposa. Pero ahora, ya no había vuelta atrás. Solo quedaba el dolor y la necesidad de encontrar respuestas.
A medida que los días pasaban, el cazador se encontraba cada vez más obsesionado con la verdad detrás de lo sucedido, y lo único que hacía era mirar el techo. La posada se había convertido en su refugio, un lugar donde podía ahogar sus penas en la soledad de su habitación. William había intentado consolarse con el sueño, pero sus tormento lo acompañaban, sumergido en su propia agonía.
La ciudad estaba infectada por una maldición, una plaga que se alimentaba de la sangre y la oscuridad en los corazones de los habitantes. Esta maldición había transformado a su esposa en un ser irreconocible, una marioneta de los seres primordiales que se ocultaban en las sombras, eso fue lo que él entendió de las palabras del anciano.
De repente, un sonido en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Se levantó lentamente y fue a abrir, encontrándose con un cazador de aspecto curtido y una sonrisa amistosa en el rostro.
—¡Mi viejo amigo! ¿cómo estás? —dijo el cazador visitante entrando a su habitación sin esperar permiso.
—Estoy bien, gracias Morthel —respondió el cazador, un poco incómodo con la efusividad de su amigo.
—Te veo un poco abatido, ¿pasa algo? —preguntó Morthel, notando la tristeza en los ojos de su amigo.
—No es nada importante —respondió el cazador, tratando de sonar convincente.
El cazador no quería hablar de su pérdida, así que decidió cambiar el tema.
—¿Qué te trae por aquí?
—Necesito tu ayuda, William —respondió su amigo Morthel—. Hay un monstruo en el pueblo que está causando estragos y asesinando personas. Necesitamos darle caza antes de que sea demasiado tarde.
El cazador pensó en la propuesta de su amigo. No estaba seguro de estar en condiciones de ayudar, pero la idea de cazar a un monstruo le resultaba tentadora. Además, la caza siempre había sido su pasión.
—Está bien —dijo, finalmente—. Te ayudaré.
Los dos cazadores asientan la cabeza.
El gremio de cazadores estaba conformado por hombres y mujeres intrépidos que dedicaban sus vidas a rastrear y enfrentar a las criaturas más retorcidas y terroríficas que merodeaban en las sombras de la noche. Cada miembro del gremio se especializaba en un aspecto particular de la caza, ya fuera el uso de trampas ingeniosas, el dominio de estrategias astutas o la maestría en el arte de la observación. Sin embargo, William destacaba entre ellos, quién desafiaba las convenciones, él se ganó su reputación de una manera única y singular.
William era una figura enigmática, incluso entre sus compañeros cazadores. Su apariencia robusta y su mirada intensa daban la impresión de que estaba en constante alerta, listo para enfrentar cualquier amenaza que pudiera surgir. Pero lo que realmente lo distinguía era su enfoque directo e «imprudente» hacia la caza. Mientras que otros cazadores pasaban horas meticulosamente planificando sus estrategias y configurando trampas elaboradas, William simplemente tomaba su arma y se adentraba en la oscuridad, siguiendo su instinto con un valor casi temerario.
En una época en la que los cazadores dependían de su astucia y su habilidad para establecer emboscadas, la audacia de William era algo desconcertante. Sin embargo, su tasa de éxito hablaba por sí misma. Los rumores sobre sus hazañas se difundían como el fuego, y después que se volvió un cazador, no pasó mucho tiempo antes de que fuera considerado como «el mejor cazador en el gremio», incluso siendo superior a los cazadores que tenían las artes oscuras a su favor. Sus compañeros admiraban su valentía y envidiaban su destreza innata, aunque muchos cuestionaban su enfoque aparentemente impulsivo.
Mucho de esto se supo gracias a las reuniones del gremio, que eran ocasiones en las que los cazadores compartían historias, consejos y estrategias.
Los dos experimentados cazadores se pusieron en marcha al día siguiente. Un aullido lleno de dolor y furia había resonado por todo el pueblo de Keywel, pero aun así continuaron, decididos a enfrentar lo desconocido que se cernía sobre el lugar.
El sol apenas lograba penetrar la densa bruma que envolvía el pueblo, otorgándole una atmósfera lúgubre y misteriosa. A medida que William y Morthel avanzaban por el camino empedrado, sus pasos resonaban de manera ominosa en el silencio que reinaba, como tambores anunciando una tragedia inminente. Los edificios, aparentaban estar desahabitados, y las sombras que se alargaban amenazadoramente despertaban un sentimiento de inquietud en los cazadores, como si las mismas sombras ocultaran secretos oscuros.
William y Morthel avanzaron con cautela por las calles de Keywel, cubiertas por espesas nubes que parecían ser el reflejo del miedo que asolaba el lugar. Al caminar hacia el norte, se encontraron con un entorno donde la decadencia y el horror se entremezclaban de manera perturbadora.
Las casas a su alrededor estaban cubiertas de una pátina oscura y rodeadas de arbustos que parecían más un manto funerario que follaje en el suelo. Las ventanas rotas mostraban simplemente la negrura, una pequeña muestra de lo que les aguardaba en el interior de aquel pueblo, sumido en la muerte y el desespero. El viento soplaba con un susurro helado, haciendo que las hojas secas y marchitas crujieran bajo sus pies a cada paso. Un sentimiento de inquietud se apoderó de ellos mientras avanzaban por estrechos callejones empedrados, donde las sombras se alargaban y se retorcían de formas siniestras, como si fueran garras acechantes.
A medida que se adentraban más en el norte del pueblo, los murmullos ininteligibles de los residentes, mezclados con gemidos angustiados, resonaban en el aire, como un coro de almas atormentadas. Los habitantes estaban en constante tensión, encerrados en sus hogares con miedo a las bestias al acecho en las tinieblas, presos de su propia paranoia.
El olor a humedad y a sangre impregnaba el ambiente, como si una epidemia de tinieblas hubiera envuelto cada rincón de Keywel y el pueblo mismo exhalara su agonía. Los edificios en ruinas parecían susurrar historias de desesperación y sufrimiento a medida que William y Morthel avanzaban en su viaje fatídico, como testigos silenciosos de los horrores que habían presenciado.
Los faroles titilantes apenas lograban iluminar el camino, sumergiendo las calles en una penumbra todavía más inquietante, como si la luz misma temiera lo que pudiera revelar. El silencio era roto ocasionalmente por los aullidos distantes de las bestias que se ocultaban en las profundidades de la oscuridad, un recordatorio constante de que estaban en territorio hostil, rodeados de peligros desconocidos y sombras que acechaban en cada esquina.
Las bestias eran sometidas por los cazadores fácilmente, pero con la llegada de la maldición de la sangre los cazadores encargados del trabajo fueron alertados y enviados al Distrito Central con el objetivo de hacer un "plan de contingencia", cuando en realidad, Los Altos Cazadores solo buscaban su propia protección. No les bastaba con cobrar sumas exorbitantes de dinero a las personas por su protección, e incluso carecían de humanidad, sino que además, eran unos cobardes.
Por eso, William y Morthel habían decidido actuar para evitar que el caos se siguiera propagando.
Ambos sabían que debían mantenerse alerta en todo momento. Cada paso se convertía en un desafío, pues la tensión y la angustia se adherían a su piel como una segunda sombra. Su único objetivo era llegar al norte del pueblo, lejos de esta pesadilla viviente y encontrar alguna ayuda en su trayecto.
Ellos, con corazones palpitantes y miradas vigilantes, continuaron su viaje, desafiando la desesperanza que se respiraba en cada rincón de Keywel, en busca de la esperanza de luz que pudiera liberar a aquel pueblo de su terrible destino.
Morthel se detuvo, y después, William también lo hizo, un poco más adelante lo hizo.
Morthel frunció el ceño mientras reflexionaba sobre la situación.
—Es raro que la bestia no haya llegado más lejos —musitó Morthel, su voz cargada de preocupación—, pero, como no es el caso, debemos ir a otro lugar.
—¿Por qué lo dices? —preguntó William, intrigado ante las palabras de Morthel.
—Sé bien que tienes una forma particular de trabajo. —Morthel siguió el caos del pueblo con sus ojos—. Pero si vas a matar a esta criatura conmigo, no podemos ir directamente hacia ella.
William apartó su vista de Morthel, y expresó su resolución:
—Bien. Entonces... —lo observó de nuevo— ¿a dónde vamos?
—Iremos a ver al que es muy "amable" y "cortés". —Su tono lleno de ironía—, y cuyo amor por la pólvora y el alcohol es más grande que a sus propios hijos, si es que tiene —Sé detuvo—. Le pediremos ayuda al viejo Vingel Richtman.
William alzó una ceja, lleno de incertidumbre.
—El viejo Richtman es complicado, ¿estás completamente seguro?
—Vingel es amigo mío, bueno... —Sé acaricio el mentón— en realidad, no lo sé, así que no estoy muy tan seguro sobre ello. Pero necesitamos sus barriles de pólvora.
—Si tú lo dices —William encogió los hombros.
William y Morthel avanzaron en silencio hacia para recibir ayuda del viejo Vingel Richtman. Cruzaron una calle, el suelo estaba cubierto de rojo y escombros, una metáfora muda de la caída de aquel lugar. Las lámparas parpadean y apenas lograban iluminar su camino, dejando la mayoría de las callejuelas en penumbras y alimentando su inquietud.
Cada ruido, incluso el más insignificante, parecía resonar en sus almas, aumentando su paranoia y desconfianza.
Finalmente llegaron a su primera parada: el almacén de Richtman.
La fachada del edificio exhibía un aspecto sombrío y solemne, con revestimientos de madera minuciosamente elaborados, no obstante, las ventanas se hallaban repletas de partículas de suciedad, lo que impedía la contemplación del interior y confería la impresión de un sitio desatendido por el transcurso del tiempo. Las fisuras en las paredes posibilitaban que la luminosidad del entorno se infiltrara, generando sombras danzantes que parecían susurrar advertencias a los visitantes.
Al acercarse a la entrada, los murmullos del viento parecían arremolinarse alrededor de ellos, envolviéndolos en un abrazo gélido y perturbador. Un cartel oxidado que colgaba de la puerta indicaba a medias el nombre de Vingel Richtman, como si el paso del tiempo hubiera borrado su identidad, dejándolo en el olvido.
Al abrir la puerta, un chirrido ronco se extendió por el aire, como si el edificio mismo protestara por ser perturbado. El interior del almacén reveló una escena deslumbrante y caótica. Estanterías de madera vieja, cubiertas de polvo y telas de araña, alineaban las paredes.
El almacén estaba lleno de objetos oscuros y herramientas de caza de antaño. El olor distintivo de la pólvora se mezclaba con el aroma acre del tabaco que el viejo adoraba. El polvo suspendido en el aire resaltaba la penumbra del lugar, dando a entender que no era un almacén común y corriente, sino un santuario de misteriosas reliquias y secretos ocultos.
Los barriles de pólvora se alineaban en una hilera ordenada, cada uno custodiado con cuidado y meticulosidad. La luz tenue que penetraba por pequeñas rendijas en las paredes revelaba las inscripciones talladas en los barriles, símbolos de la destreza y el conocimiento de Richtman en el arte de la pólvora. Los barriles parecían contener una esencia poderosa y peligrosa, un fuego latente esperando ser desatado.
En el centro del espacio, se encontraba Vingel Richtman en una silla de ruedas, su enigmática figura desafiando su fragilidad. Su cabello era blanco y desordenado, que emanaba sabiduría y experiencia. A pesar de su edad avanzada, su postura era recta y erguida, una muestra de su voluntad inquebrantable.
Cada barril parecía contener una historia propia, etiquetados con inscripciones enrevesadas. El brillo sutil, pero amenazante, de la pólvora en los barriles revelaba el poder oculto que esperaba ser liberado.
—Señor Richtman —inquirió Morthel, ofreciéndole su mano en un gesto amigable.
El anciano lo escrutó con desdén y lo dejó con la mano suspendida en el aire. Su siguiente acción consistió en observarlos detenidamente.
—¿Sus nombres? —La voz de Richtman era grave y áspera, resonaba en el almacén, llenando el espacio con una sensación de autoridad imponente.
—Yo me llamo Morthel Scothson y...
—Y yo soy William Loughty.
El anciano trató de rebuscar en los recovecos de su memoria, esforzándose por identificar quiénes eran.
—A usted no lo conozco. —Miró a Morthel. En realidad, el viejo si sabía quién era él—. Pero sí tengo conocimiento de quién es él. —Indicó a William.
—¿Me conoce?
—Sí. Su reputación le precede, al menos entre los cazadores.
Sin mostrar sorpresa, William habló:
—Tenemos algo importante que desearíamos compartir con usted.
William y Morthel sentían la magnitud de su conocimiento y habilidades, sabiendo que estaban frente a un experto de renombre en el arte de la pólvora y la caza. Sin embargo, también había una tensión palpable en el aire, ya que Richtman parecía ser un hombre malhumorado y poco inclinado a la generosidad.
—¿Qué es lo que me tienen que decir? —indagó el veterano cazador.
—Se trata de sus barriles de pólvora, necesitamos que nos entrege uno.
El viejo se tanteó la barbilla.
—Están de caza, entonces. —Su mirada se volvió penetrante—. ¿Están al tanto de lo que sucede con el llamado Segundo Abismo?
Los dos cazadores intercambiaron miradas furtivas antes de responder.
—Según las informaciones disponibles, una maldición ha caído sobre el pueblo de Wysterville —mencionó Morthel.
—Sí, estoy al tanto de ello; los cuervos que envían me mantienen al tanto. —Parecía que su anterior pregunta fue retórica.
—Y, ¿que más sabe sobre ello? —lo miró arrugando el entrecejo.
—La maldición de la sangre, hasta ahora, sabemos que surgió en una iglesia que no estaba consagrada. —Las palabras de viejo los sorprendió, y la tensión en la habitación se volvió aún más palpable.
La consagración es una ceremonia la cual permite que el mal no entre a una iglesia. Al no estar consagrada significaba que todos los males todavían en vagar sin consecuencias por la iglesia. Pero lo que más le intrigaba a William, era que en Wysterville solo había una iglesia, así que tenía que saber más cosas.
—Tengo entendido que muchos de ustedes están reuniéndose en el Distrito Central, ¿por qué será? —planteó con sarcasmo—. Creo que lo mejor es trabajar para evitar que el caos siga y no usar a tus chupamedias como escudos humanos.
—¿Sabe a cuantos distritos a llegado la maldición? —cuestionó Morthel.
—En los mensajes que trajeron los cuervos hace unas horas, me llegó esa información. Les pregunté, solo para estar informado.
—¿Y que sucedió? —interrogó William.
—No los he abierto, acabo de llegar, y el viaje hasta acá fue agotador, claro, para él. —Colocó su mano sobre sus labios—. ¡Godgrid ven aquí!
Después de unos segundos de la llamada, unos pasos resonaron en la distancia. Cuando los escucharon cerca de la puerta, se produjo un breve silencio. Entonces, la puerta crujió y se abrió lentamente. Del umbral entraba un joven de aspecto flácido y cabello desalineado. Los movimientos de su cuerpo eran inquietos, reflejando el respeto y miedo que le tenía al viejo.
—Entrégame los papeles que están en el fondo —ordenó Vingel—. Mi aprendiz, evidentemente necesita más entrenamiento, pobre muchacho. —Observó el suelo.
Godfrid se apresuró a donde le indicó. Se detuvo junto a un tablero de madera, y recogió los documentos con manos temblorosas. Tras eso, se los entregó al viejo, quien, sin siquiera mirar, le arrebató uno de la mano, obligándolo a permanecer de pie, por si acaso deseaba leer otra carta, y además, le dio unos lentes.
Richtman dejó descansar los lentes en su entrecejo y orejas, y siguió la carta moviendo sus ojos de un lado de un lado a otro.
—Parece que los Altos Cazadores hicieron algo bien por primera vez. —Continuó leyendo con interés—. Han concentrado sus esfuerzos en hacer una trinchera en Wysterville para evitar el avance de la maldición. Los cazadores atricherados están muriendo rápidamente y les cuesta detener a la masa de malditos sangrientos, o los enfermesos de la sangre.
»Sin embargo, parece que un número considerable de enfermos están tomando otra ruta, concretamente hacía la Torre del Reloj y otros sectores cercanos, además de Wysterville.
Wysterville y la Torre del Reloj, eran dos lugares que correspondían al Distrito de la Torre del Reloj, siendo este último el lugar más represantivo del distrito, por eso el nombre.
—¿Algo que decir al respecto? —preguntó William, tratando de averguiar algo sobre su amada.
—La pregunta real no es si enfocaron sus esfuerzos en otro asunto, sino porque dejaron a otros lugares sin sus únicas defensas. No son tan imbéciles como para no haberlo pensado. —En su voz yacía mucho veneno.
»Eso es, más o menos, todo que sé al respecto.
William apretó el puño, sintiendo la frustación en sus venas. Tenía que seguir adelante si quería respuestas.
El viejo los observó con interés al pensar que estaban de caza.
—Dicen que la criatura que atacó a este pueblo es Scorbes.
William y Morthel intercambiaron miradas de incredulidad con Vingel.
—La Decadencia —sentenció William, sin inmutarse.
—¿Está seguro? —La preocupación en la voz de Morthel era palpable.
—Muy seguro.
—¿Crees qué es buena idea? —Se volvió hacia William.
—No hay nadie más que lo pueda hacer.
Morthel se tuvo que resignar ante tal hecho.
—Bien. Entonces, Vingel, supongo que aquí nos... —Extendió su mano una vez más, esperando esta vez recibir la mano, pero el viejo no le devolvió el gesto.
—Esperen —interrumpió el aprendiz—. Disculpen, pero.... ¿me puedo ir con ustedes?
—¿Por qué lo preguntas? —cuestionó William.
—Su familia vive en el lugar donde ocurrió el ataque —contestó el viejo.
William lo examinó con una mirada penetrante y fría.
—Está bien, pero debes estar consciente de que te puedes morir.
—No me importa. —El joven mostró una valentía inquebrantable al estar dispuesto a enfrentar ese peligro.
Los dos cazadores y el joven se marcharon, William levantó un barril de pólvora y le dijo a Godfrid que lo cargara, y este se lo llevó a la espalda.
El viaje se tornó largo y agotador, cada paso se sentía como una lucha contra la propia oscuridad del mundo que los rodeaba. La bruma se volvía más espesa a medida que avanzaban, ocultando detalles del paisaje y distorsionando la percepción de la realidad. Los bosques parecían retorcerse y moverse, como si estuvieran vivos, y los ruidos lejanos resonaban como ecos distorsionados.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, los cazadores llegaron al norte. Pero no encontraron la bienvenida que esperaban. El caos reinaba en las calles adoquinadas, las casas de arquitectura gótica se alzaban como monumentos a la decadencia y el sufrimiento. Ventanas rotas y puertas desgarradas evidencian la lucha desesperada que había tenido lugar allí. El aire estaba cargado con un olor metálico y el sonido de las campanas resonaba, mezclándose con los gritos de terror de los habitantes.
Los cazadores avanzaron con cautela, sus armas a punto y sus sentidos agudizados, Godfrid los observa desde lejos, a quién le dolía la espalda por cagar el barril. Las calles eran un laberinto de caos y destrucción. En cada esquina había señales de la lucha que había tenido lugar, manchas de sangre en las paredes, marcas de garras en el suelo y restos destrozados de lo que habían sido seres humanos. Las casas, aunque magníficas en su diseño, ahora parecían monumentos a la desolación.
El pueblo, estaba desgastado por el tiempo y la falta de cuidado. Los cazadores lo examinaron.
Las nuevas bestias aparecieron hace años y la bestia que había asolado el lugar, parecía que una de ellas. Se sabía que eran una criaturas nacidas de la oscuridad, seres que se alimentaban de la sangre y el miedo de sus víctimas. Los ojos de las bestias brillaban con un resplandor rojo intenso y sus rugidos hacía temblar a los valientes.
Los cazadores se sumergieron en la búsqueda de la bestia, siguiendo pistas y rastros de destrucción que les llevaron a los lugares más oscuros y olvidados del pueblo. Cada paso los acercaba más al corazón de la oscuridad que había arraigado en ese lugar. Finalmente, después de una busqueda agotadora, notaron algo que los hizo estremecer.
Los cazadores, de repente, se sintieron observados fijamente, pero ello evaluaban el entorno para matar a su presa.
Los árboles se contorsionan y el sonido de sus propios latidos cardíacos y sus respiraciones entrecortadas se mezcla con el susurro incesante y macabro, creando una sensación de paranoia y angustia constante.
Así de las sombras emergió un ser salido del mismo infierno, todo mientras su cuerpo flotaba.
La Decadencia o Scorbes era una criatura monstruosa de aspecto surrealista y aterrador. Su forma central se asemejaba a un cerebro gigantesco, distorsionado y retorcido, con una textura rugosa y arrugada en su superficie. Su cuerpo estaba cubierto de una gran cantidad de ojos de diferentes tamaños, dispuestos caóticamente por toda su superficie. Estos ojos miraban en todas direcciones, creando una sensación de vigilancia constante y perturbadora.
La criatura empezó a emitir pulsaciones que envían ondas de energía oscura por todo el escenario, dificultando la movilidad de William y Morthel.
William, armado con una espada imponente y una mirada decidida en su rostro, lidera la carga mientras Morthel, con su confiable ballesta y su destreza en el manejo de las armas a distancia, se mantiene a su lado, listo para apoyar en cualquier momento necesario.
La batalla comenzó con un asalto frenético de William, quien se lanzó hacia Scorbes con su espada desenvainada, cortando a través de la carne de la criatura y provocando una viscosa mezcla de sangre y fluidos oscuros que salpican en todas direcciones. Morthel utilizó su ballesta para lanzar proyectiles y romper las defensas de la bestia, y así proteger a su compañero.
La criatura emitió un rugido de furia.
La boca se asemeja a una abertura irregular y deformada, con dientes afilados y desiguales que sobresalen en ángulos extraños.
Mientras tanto, la boca retorcida de Scorbes se abre de par en par, de ella, emergía una criatura aún más horrenda, similar a una bestia retorcida y deforme, y parecía ser como una especie de lengua para Scorbes.
Esta criatura parecía estar conectada de manera grotesca con el cerebro central de Scorbes, ya que sus órganos y placenta emergen retorcidos y distorsionados, como si estuvieran siendo arrancados y retorcidos violentamente. La placenta y los órganos de esta criatura adquirían formas inusuales y asquerosas.
El monstruo rugió y, rápidamente, atacó a Morthel con sus garras. Morthel lo esquivó y disparó una flecha, pero el monstruo la atrapó en el aire y la rompió con sus dientes. William aprovechó la distracción, saltó y le asestó un golpe en el cuello, profundo. El monstruo y la criatura central gritaron de dolor y retrocedieron.
William y Morthel se miraron. Sabían que esa era su oportunidad.
Mientras tanto, Godfrid miraba la lucha asombrado, al voltear vio a un niño pequeño que había quedado atrapado bajo los escombros de un antiguo edificio. Sus ojos se llenaron de determinación a rescatarlo «¡Hermano!», pensó con angustia.
Al llegar al lugar, Godfrid vio a lo lejos a la criatura retumbante con múltiples ojos. Sin embargo, la valentía de Godfrid no se vio disminuida por el peligro que enfrentaba, aunque estaba aterrorizado. Con cada paso que daba, su determinación crecía y su deseo de salvar a su hermano se volvía aún más fuerte.
Godfrid escarbó entre los escombros. Finalmente, sacó a su hermano del lugar donde estaba atrapado. El niño estaba asustado, pero se animó al ver a su hermano mayor.
—Te amo hermano —dijo el niño con su tierna risa.
—Yo también. —Lo abrazo fuerte.
Juntos, se escondieron entre los escombros mientras las William y Morthel luchaban contra el ser asqueroso. William los vió, estos sonrieron y él también.
Godfrid se fue a colocar el barril de pólvora detrás de una roca que estaba más adelante. Se fue corriendo entre rocas y escombros en el camino, evitando que Scorbes lo detectase. Tras un rato, colocó el barril al lado de una roca gigante. Espero a que William y Morthel volteasen, y cuando lo hicieron, se fueron corriendo a la posición de la roca. Godfrid abrió una fosforera, y encendió un cerillo con la caja. Luego tocó la mecha con el cerrillo, y la chispa empezó a consumir la mecha. Godfrid corrió velozmente hasta donde estaba su hermano.
Cuando William y Morthel se estaban acercando a la enorme roca, Scorbes se detuvo. Los ojos de la criatura se fijaron en la mecha. El monstruo no se movió, y los dos cazadores se percataron de que descubrio su plan, y tantos ellos como los hermanos colocaron sus manos sobre sus orejas. Tras unos segundos, un sonido aturdidor, pedazos de roca volaron por los aires, y una humereda se extendió hacia el cielo.
Ahora solo quedaba pelear hasta el final.
William frunció el ceño, se acercó al monstruo secundario con su espada en alto, mientras Morthel disparaba flechas a su espalda. El monstruo se centró en William y lo atacó con ferocidad. William bloqueó los golpes con su espada y contratacó con la hoja afilada. La lucha era intensa y ninguno de los dos cedía terreno.
La boca grotesca en el centro del cerebro se retorció en una sonrisa macabra cuando Scorbes lanzó su ataque. Ondas psíquicas surgieron de su mente retorcida y se extendieron en todas direcciones, intentando aplastar sus mentes con una presión abrumadora. Los dos compañeros resistieron con fuerza, protegiendo sus mentes con sus voluntades.
Determinado a poner fin a esta pesadilla, William continuó su avance. Se movió en zizag, se colocó de bajo de la criatura y su arma chocó contra la carne retorcida de Scorbes, causando un chisporroteo de energía oscura. Cada golpe era una lucha contra la aberración, y el horror que emanaba de Scorbes aumentaba con cada herida infligida.
Ante eso, Morthel se movió para intentar encontrar un punto débil en la criatura secundaria. Vio que tenía una zona más suave en la parte inferior de su abdomen. Apuntó con su ballesta y disparó dos flechas seguidas a esa zona. El monstruo rugió de dolor y se tambaleó.
Mientras tanto, Godfrid y su hermanito, Geil, miraban la batalla desde la lejanía y sus ojos están iluminados ante la habilidad de los dos cazadores. El niño, curioso por ver más, asomó un poco su cabeza.
Los múltiples ojos de Scorbes se clavaron en él, al mismo tiempo que embestía a Morthel y William.
La criatura en forma de cerebro comenzó a palpitar con una fuerza que no era de este mundo, sus ojos observando al niño. El pequeño Geil sintió una energía que amenazaba con invadir su mente, y empezó a temblar del miedo, cuando se dió cuenta, estaba en un trance infinito.
Lo que Geil experimentó en ese momento fue un mundo completamente ajeno a la realidad, una especie de paisaje arcoiris que se desplegaba ante sus ojos, rodeándolo con una miríada de colores deslumbrantes. Dondequiera que mirara, todo estaba imbuido de estos mágicos tonos. Sin embargo, no se dejó engañar por el pasaije aparentemente bello, en realidad estaba atrapado, y eso lo puso muy nervioso.
Trató de gritar, pero se quedó sin voz, y se llevó la mano a la garganta, hundido en la desesperación. Y, lamentamente, su mente no era muy fuerte.
En frente de él, se alzaba ante él como una entidad grotesca que parecía desafiar la cordura. Los ojos de diferentes tamaños y formas se abrían y cerraban caóticamente en su superficie, sintiendose constantemente vigilado. Su sangre se volvió helada. Scorbes emanaba una oscura aura que llenaba el ambiente, haciéndole sentir una opresión en su mente.
«Sálvenme por favor», pensó, temblando de miedo, mientras observaba como el monstruo secundario abría lentamente el hocico.
Godfrid miraba como su hermanito estaba derramando lágrimas, al mismo tiempo, que sus ojos y su mente se habían perdido. Godfrid, se alteró, sin saber que le ocurría al pequeño. Él lo abrazó con fuerza.
«Nuestros padres estarían orgullosos de ti», pensó mientras sus lágrimas se unían con las de su hermanito.
Su vista no fue lo suficientemente rápida para lo que pasó después. Un borrón largo como una serpiente, le quitó a su hermano de sus brazos. Godfrid abrió los ojos, angustiado. Y, luego !PUM! se levantó humo, y escombros salieron por los aires, mientras el humo llenaba todo el lugar. Godfrid miró a todas direcciones, tratando de buscar a Geild. Se movió entre la espesa cortina de humo, hasta que se encontró lo que temía.
Observó con horror como el monstruo había aplastado a su hemano contra la pared de una casa. Todo el lugar estaba empapado en rojo. Las vísceras de su hermano estaba en cada esquina desde lugar, mientras el monstruo lo sostenía del cuello y se lo comía, con su hemano con medio cuerpo perdido, al mismo tiempo que los órganos seguían saliendo del cádaver de Geil.
Fue una escena que retorció el estómago Gorfrid, y lo todavía tarde de llorar. Golpeó el suelo, tratando de apartar su mirada.
El monstruo se acercó a Godfrid, quién soltó un jadeo, y se hecho hacia atrás. Lo último que vio el muchacho fue como el puño del monstruo se acercaba desde su alto, como un meteorito.
Cuando finalmente el humo se disipó, William y Morthel quedaron petrificados al ver al monstruo caer al suelo, su sangre salpicando en todas direcciones. Solo quedó una vasta mancha roja en el empedrado. Un brazo inerte impactó contra el suelo, seguido por una lluvia macabra de órganos que caían como si fuera cualquiera en el infierno.
William y Morthel se enojaron demasiado, apretaban los dientes y les palpitaban las venas de la frente. Todo esto fue destruido por ese monstruo abomiable y sedimiento de sangre. Debían matarlo de una vez por todas.
—¡Hoy es tu último día! —Gritó William, furioso.
William blandió su espada afilada con habilidad, cortando el aire con movimientos rápidos y precisos. La criatura secundaria era ágil y escurridiza, pero no podía igualar la destreza del cazador. Con un golpe certero, William cortó una de las extremidades de la criatura, haciendo que emitiera un chillido agudo de dolor. Sin embargo, la bestia no se detuvo, siguió atacando con ferocidad, su sangre negra goteando por el suelo.
Mientras tanto, Morthel estaba luchando contra la criatura en forma de cerebro, una tarea que demostró ser igual de desafiante. Apuntó con su ballesta y disparó una flecha al aire, tratando de mantener a raya a la criatura que intentaba atacar su mente. La bestia era poderosa y resistente, y Morthel tuvo que usar toda su hablidad para mantenerla a raya.
Mientras luchaban, Scorbes emitió un susurro incomprensible que parecía llegar directamente a sus mentes. La criatura tenía un control sobrenatural sobre su entorno, distorsionando la realidad misma para dificultar aún más la lucha de los cazadores.
La batalla se prolongó durante lo que pareció una eternidad. William y Morthel estaban heridos y exhaustos, pero sabían que no podían rendirse. Se acercaron a Scorbes, que seguía observándolos con sus numerosos ojos. La criatura emitió otro alarido ensordecedor y comenzó a liberar una energía oscura y retorcida que llenó el lugar.
El mundo a su alrededor se distorsionó, y los cazadores se sintieron como si estuvieran atrapados en un sueño febril. Las calles del pueblo se alargaron y se retorcieron, y las paredes de los edficios parecían moverse como si estuvieran vivas. Era como si estuvieran atrapados en un laberinto de locura.
William y Morthel se miraron el uno al otro con desesperación, pero se negaron a ceder ante la influencia corruptora de Scorbes. Se concentraron en su objetivo y avanzaron hacia la criatura, luchando contra la corriente de locura que los envolvía.
Cuando finalmente alcanzaron a Scorbes, se lanzaron sobre él con todas sus fuerzas. Morthel asestó una flecha con una precisión milmétrica a uno de los ojos de la criatura, haciendo que emitiera un grito horrible de agonía.
William, por su parte, clavó su espada en la boca de Scorbes, incrustandose en la otra criatura que suplantaba a su lengua. La criatura fue desgarrada y su torso se desprendió, mientras la sangre salta al suelo cubriéndolo en su monto escarlata.
Esto hizo que la criatura principal soltara un chillido ensordecedor.
Scorbes se desmoronó en una cascada de oscuridad retorcida. La abominación había sido derrotada, y Keywel estaba a salvo una vez más de su influencia corrupta.
William la observó con una mirada afilada, sin estar satisfecha con el daño que le había hecho al monstruo.
El cazador se paró frente al cadáver de la criatura con apariencia de cerebro.
—Esto es por ellos. —Su cara pasó de estar serena, a estar llena de pura ira.
Entonces levantó su espada y comenzó a clavarla repetidamente en la cabeza de la bestia. La sangre se disparaba con cada golpe, mientras la cara del monstruo empezaba a deformarse y a cubrirse de rojo, pero Morthel lo miraba mal.
El cazador envainó su espada, empapado en sangre de pie a cabeza. Buscó un río cercano y se metió, salió mojado, pero limpio.
Morthel entendía que estaba molesto por que el monstruo había asesinado a los hermanos, pero esa furia pocas veces la había visto en William. Además, el monstruo estaba muerto, y no era necesario hacerlo. Morthel también quería venganza, pero William jamás había hecho eso.
Entonces el cazador y su amigo se miraron, agotados pero victoriosos. Habían conseguido vencer al monstruo. Aunque se sentían culpables de no haber logrado salvar a los hermanos. Su tristeza se volvió demasiado grande, y se cuestionaron si habría podido hacer algo. Habían ganado, pero, ¿de qué servía? Muchas personas murieron a causa de Scorbes, y no podían traerlas devuelta.
Sin embargo, Morthel sacó su botella de whisky y la pasó a William. Brindaron por su victoria y se abrazaron.
—Tienes que volver al Distrito Central, los cazadores necesitamos a todos los miembros posibles —dijo Morthel.
—Tengo que hacer algo antes de eso —respondió el cazador, sin revelar que tenía que dirigirse a Wysterville.
—Y cuando pases por Old Town, recuerda que debes asesinar a la Bestia Incorpórea —añadió Morthel mientras reflexionaba—. Lo raro es que esta criatura no estaba registrada en los libros de Wester Wolf, así que probablemente es una bestia antigua.
—¿Algo más? —preguntó William, mostrando un ligero signo de impaciencia.
—Sí, si ves a la Silbadora de Negro dile que la esperamos en el Distrito Central —Contestó, levantándose.
William no sabía quién era la Silbadora de Negro, así que lo más seguro, era que ella si supiese su identidad.
Después de eso se despidieron y siguieron sus caminos. Ahora el cazador se sentía peor que antes, todo su mundo estaba de cabeza. Pero todavía seguía pensando en lo mismo, tenía que saber si era verdad los rumores sobre su esposa y su locura, además tenía que detener la maldición, pero primero debía seguir por el Distrito de la Catedral.
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