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Capitulo 5: La amiga de la infancia, Charlotte

Desierto Haoiri, a 50 kilómetros al sur de la capital...

—¿Ya llegamos, Elliot? —

—Falta poco. Ya lo notarás cuando lleguemos. —

—Ok. —

Con el paisaje arenoso rodeándonos, cabalgamos hasta cierto lugar donde Elliot esperaba parar.

Grande fue mi sorpresa al llegar a nuestro destino.

—Elliot, esto es...—

—Así es. Un oasis. —

Un hermoso oasis en medio de este árido desierto está frente a mí. Al verlo, bajé del caballo y corrí hacia aquel paraíso.

—Ah... Esto es... simplemente hermoso. —exclamé.

—¿Te gustó la sorpresa? —

—¡Claro que sí! —

Al presenciar tan majestuoso lugar, corrí hacia el pequeño lago que emergía de este oasis y me sumergí en él. Al estar en el agua, me vi reflejada como un espejo; dando a entender que esto era agua cristalina y pura, en verdad.

Con mi cuerpo sumergido en el agua, mire a Elliot para ver su reacción. Al verlo, él simplemente me mostró una sonrisa.

Al verlo reír, recordé la primera vez que nos vimos...

Esos ojos... De solo verlos, me cautivan...

Me levanté y con el agua resaltando las curvas de mi cuerpo, me acerqué hacia Elliot.

—Oh... ¿Qué piensas hacer? —

Lentamente, me acercaba hacia él.

Y, al parecer, Elliot ya captó mis intenciones...

—Ya veo... Si es así, te seguiré el juego. —dijo quitándose su capa de cuero y la prenda que cubría la parte superior de su cuello.

Al quitarse esa ropa, pude notar su cuerpo bien tonificado. Con ligeras marcas de heridas que fueron causadas por los castigos antes de morir. Sin importar ello, el solo hecho de ver su cuerpo bien trabajado, despertaba cierta sensación en mí.

Elliot se levantó de aquella roca donde reposaba y, lentamente, se acercaba hacia mí.

Con cada paso que daba, contemplaba su hermoso cuerpo y, al poco tiempo, ya estaba en frente de mí.

—Y.... Morrigan, ya estoy aquí. ¿Qué quieres de mí? —dijo mirándome a los ojos.

Aquellos ojos dominantes y llenos de una voluntad inquebrantable...

—... Lo quiero todo de ti...—dije agarrando a Elliot y empujándolo contra la arena.

Con nuestros cuerpos en la arena y nuestros rostros a pocos centímetros del otro, deje salir una exhalación profunda.

Al notar mi reacción, Elliot; como si fuera un ataque sorpresa, me puso contra el suelo. Esta vez, él estaba sobre mí...

—Desde la primera vez que nos vimos... Esto fue lo que siempre quisiste, ¿no es así, Morrigan? —

—... Sí... Desde que te vi... Siempre lo deseé...—dije tocando su mejilla.

—Entonces, no te haré esperar más...—

Con esas palabras, Elliot me cerró los labios con un beso apasionado; con nuestras lenguas entrelazadas, intentando devorarnos mutuamente.

Con ese primer ataque, Elliot, con sutileza, empezó a mover sus manos en dirección hacia mi espalda. Con ambas manos ahí, me empezó a quitar lentamente las tiras del vestido. Lentamente, quitaba tira por tira, haciendo que me impacientara un poco, pero a él le gustaba mi reacción.

Con los nudos completamente libres, él me miró y, con fuerza, rompió la parte delantera del vestido, dejándome al descubierto.

—... No me detendré hasta estar satisfecho, Morrigan. —

—... En eso estamos de acuerdo, Elliot. —

Con nuestra lujuria en su punto más álgido, el beso apasionado fue la gota que derramó este vaso lleno de un éxtasis de placer...

Una lujuria que nos envolvía y nos hacía desear aún más...

********

Con el sudor de nuestros cuerpos impregnados en el otro, quedamos completamente agotados a la sombra de aquella palmera cerca de la laguna.

Me acerqué hacia Elliot para poder recostarme sobre su pecho y escuchar el latido de su corazón.

—¿Aún no estás satisfecha? —

—Quizás...—dije mientras movía mi mano alrededor de su pecho.

—Ja, ja, ja... Eso se puede arreglar... Si quieres...—

—¡No! ¡Quedé completamente satisfecha! —

Después de 3 horas intensas, estaba claro de que él tenía más control y fuerzas en esto que yo. Además, no podría recibir semejante "espada" en mí otra vez.

—Era broma, Morrigan. Si seguía, te ibas a desmayar. —

No podía negar eso.

—Ahora, Elliot. ¿Qué es lo que sigue? –

—No te lo dije ya. Nos vengaremos de todos los que nos traicionaron, Morrigan. No habrá piedad para ellos. —

—Y, ¿con quién quieres empezar primero? —

—Bueno, veamos... Ya dimos una buena impresión en la capital imperial... Aunque...—

—¿Aunque...? —

Elliot estuvo por un momento callado, sin embargo, no duró mucho tiempo.

—Es verdad... ¿Cómo me pude olvidar de ella? –

—¿De ella? —

Con una sonrisa en su rostro, Elliot se abalanzó sobre mí.

—Ya sé con quién voy a empezar, Morrigan. Pero primero...—dijo poniendo sus manos sobre mi rostro. —Hay que divertirnos. —

—¡¿Qué?! ¡¿No que estabas cansado?!—

—Mi "espada" dice lo contrario. —

Al ver aquella "espada" completamente desenvainada, solté una ligera exhalación de lujuria.

Esa arma estaba lista para atacar.

—Entonces... ¿Cuántos rounds más podrás resistir, Morrigan? —

Con esas palabras, Elliot empezó su feroz ataque contra mí...

********

Poniendo las últimas ligas de mi vestido y arreglando mi cabello, me dirigí hacia donde estaba Elliot. Él estaba esperándome cerca al caballo.

—¿Lista? –

—Aún me duelen las piernas, ¿sabes? —

—Tomaré eso como un sí. —

—Ya tienes a alguien en mente, ¿no? —

—¡Así es! –

—Déjame adivinar... Por la manera eufórica en la que hablas... Creo que ya sé quién es. ¿Quieres que te lo diga? —

—A ver si aciertas. —

—Es esa chica con la que vivías cuando eras niño, ¿cierto? —

—¡Pin, pon! ¡Correcto! ¡Mi queridísima amiga de la infancia, Charlotte! ¿Quieres que te diga que "juegos" tengo pensado para ella? —

—Claro que sí. —

Elliot creó un círculo mágico y, en él, proyecto todo lo que tenía planeado para Charlotte.

De solo verlo, involuntariamente, una sonrisa sádica salía de mí.

—¡Maravilloso! ¡Simplemente maravilloso! —

Con esas atrocidades en la mente de Elliot, ya me podía imaginar el rostro de aquella muchacha.

—Ya me convenciste, Elliot. Yo también tengo algo en mente. —

—Y, ¿Quién será tu próximo participante, Morrigan? —

—Fufufu... Solo diré que debo visitar una cierta ciudad de hipócritas e iluminarlos por el "buen camino". —

Con eso dicho, me subí al caballo.

Elliot hizo lo mismo.

—Oh... Ya veo. Creo que ya sé a dónde irás. —

—Así es. Lo podrás apreciar muy pronto. El cielo te dará la señal. –

Con esas palabras, agarre las cuerdas del caballo y lo azote. El caballo, en reacción, corrió, dejando a Elliot atrás.

—"Una ciudad de hipócritas", ¿eh? —susurré—Bueno, al menos, ya tiene un objetivo en mente. Ahora...—dije mientras me lamía los labios saboreando a mi futura presa. —Solo espera por mí, Charlotte. —

Con eso en mente, me dirigía hacia mi próximo destino...

Ducado de Goud, a 20 kilómetros al oeste de la capital imperial...

Al entrar en el ducado de Goud, dos columnas de mármol daban la bienvenida a los visitantes. Ambas columnas están adornadas de oro puro y telas finas. En medio de ambos pilares, se encuentra el nombre, la ciudad e inscrita una frase que, a simple vista, mostraba lo pretenciosa que es la ciudad: "El ducado donde el oro abunda".

Si aquella frase no era lo suficientemente pretenciosa para los recién llegados, al entrar en aquel ducado, todo el suelo está pavimentado con distintas piedras preciosas y con el rostro de la gobernadora de este lugar inscrito en ellos. Con lujosas tiendas de ropa, calzado, comida, entre otros lugares que únicamente podían asistir miembros distinguidos de la ciudad.

Pasando entre las tiendas y casas lujosamente construidas en el centro de la ciudad, en medio de la plaza está una fuente. Adornada de oro y cristales preciosos, dicha fuente tenía en el medio una estatua construida en mármol. Dicha estatua era, por supuesto, de la dueña del ducado.

Al final del camino del ducado, se puede apreciar una enorme mansión. Dicha mansión era el lugar donde la dueña del ducado vivía.

Esa es mi próxima parada...

********

Al despertar, la vida de Charlotte de Goud empieza con sus sirvientas trayendo su comida. Servido en bandeja y cubiertos de oro, aquella mujer comía mientras observaba su habitación. Todo el lugar estaba adornado de materiales de oro y plata y su cama tenía telas finas con bordados de oro. Con esto, ella simplemente se rio, al ver que su más añorado sueño se hizo realidad.

Terminada su comida, ordenó a sus sirvientas que prepararan el baño. Rápidamente, las sirvientas se movilizaron para atender a los pedidos de su ama, ya que; según cuentan los rumores, si las órdenes que la ama da no se cumplen o no están a la altura de sus expectativas, dichas sirvientas nunca más vuelven a aparecer; todo esto según lo contado por las sirvientas con más años de trabajo para ella.

—¿Ya está listo mi baño? —

—Si, Señorita Charlotte. —

—Ya era hora—

Con una bata cubriendo su cuerpo desnudo, se dirigió hacia aquel baño. Al entrar, soltó su bata, dejando al descubierto su esbelta y contorneada figura.

El baño parecía un mini palacio. Tenía una pequeña fuente con la figura de ella en el medio. El suelo estaba adornado de mármol y con bordes de oro en cada cuadro. La bañera y la tina estaban hechas de oro puro. Todo el lugar podría valer casi todo el ducado entero.

Disfrutando de su refrescante baño, aquella mujer solo sentía orgullo al ver todo el lugar.

Con el tiempo suficiente para pensar en diferentes formas de tener más dinero en su poder, Charlotte salió de la ducha y se dirigió hacia el espejo del baño.

Se estuvo mirando por unos cuantos minutos, mientras admiraba su hermoso cuerpo y rostro.

Lo tenía todo: dinero, poder, belleza, juventud. Pero, aun así, ella sabía que algo más le faltaba...

—Si tan solo me hubieras aceptado...—suspiró.

Sabía qué era lo que le faltaba, pero no lo quiso admitir.

Echándose agua en la cara para intentar olvidar "eso", se secó su cuerpo y salió del baño.

Al salir, sus sirvientas la estaban esperando con toda la colección de sus ropas listas para que Charlotte pudiera usarlas.

—Veamos...—

—No. —

—Este tampoco. —

Entre la gran gama de vestidos de alta calidad que tenía a su disposición, no había uno que le llamara la atención.

Sin embargo, entre todos estos vestidos, hubo uno que le pareció peculiar.

—Yo no recuerdo comprar este vestido. ¿De dónde lo sacaste? —preguntó a su sirvienta.

—Lo encontramos dentro de su armario, Señorita Charlotte. —

Con esa respuesta poco asertiva, Charlotte se quedó viendo ese vestido por un rato. Había captado su atención, pero no sabía por qué.

Aquel vestido rojo carmesí con bordes dorados en la parte inferior del vestido y con un diseño de telarañas doradas en la parte del escote, daba una impresión positiva en Charlotte. Aunque le cueste creerlo, ese vestido era mejor que sus otros vestidos.

—Mejor lo utilizaré para la fiesta de hoy. Pero mientras tanto, usaré este para salir. —

Rápidamente, las sirvientas empezaron a vestir a Charlotte con su vestido elegido.

Con un vestido color caqui, Charlotte salió de su mansión y se dirigió hacia ciertos lugares que necesitaban de su presencia.

Mientras recorría las calles en su carruaje, se quedó pensando en aquel vestido rojo. Por mucho que intentara pensar en otra cosa, aquel vestido rojo venía a mi mente una y otra vez. No sé si era por el color del vestido o por su diseño, pero aquel vestido seguía en mi cabeza.

—Señorita Charlotte. Ya llegamos. —

—Es verdad. —dije intentando sacarme aquel vestido de mi cabeza.

Al salir del carruaje, me encontraba en uno de mis principales negocios rentables: La venta de esclavos.

Tras la muerte del Rey Demonio y, posteriormente, la rendición del ejército demoníaco, los territorios que antes pertenecían al Reino demoníaco, ahora estaban en manos del Imperio Demioriel. Entre todos los territorios que están en posesión del emperador, Goud fue; antes de su conquista, un territorio demoníaco. Ahora, con la concesión de este territorio a Charlotte por parte de la princesa Angelica, Goud; que anteriormente se llamaba Danious, ahora estaba en su total poder. Por ende, Charlotte podía hacer lo que quisiera con los demonios que estaban en su territorio y, para mala suerte de los demonios, Danious era un territorio con una alta cantidad de población demoníaca, haciendo rentable la venta de esclavos demoníacos.

Razón por la cual, aristócratas y mercaderes ricos venían a Goud para obtener un esclavo demonio.

Además, Charlotte los vendía a un bajo costo, siendo accesible a comprar en grandes cantidades dichos "objetos".

Por otro lado, está la comparación de precios con un esclavo humano. El esclavo humano valía cinco veces más que un esclavo demoníaco, haciendo que los compradores optarán por la segunda opción.

Con un negocio tan rentable como este, Charlotte no podía dejar pasar esta oportunidad y, gracias a sus conexiones con diferentes nobles del Imperio, ella es la proveedora principal de venta de esclavos en todo el imperio.

Si bien tiene otros negocios que dejan mucho que desear: Tráfico de drogas, comercio de armas y tráfico de terrenos en beneficio de los nobles, ninguno de ellos le genera tantas ganancias como la venta de esclavos.

Por ello, siempre viene a esta instalación para verificar, por ella misma, la compra y venta de sus productos.

—Vaya. Parece que traen más. —

Y, como es cotidiano, varios carruajes llegan a las instalaciones y, claro, con demonios capturados dentro. Los demonios estaban con grilletes en manos y pies para que no intentaran escapar.

—Señorita Charlotte. —dijo el cochero inclinando su cabeza y siguió su camino.

El cochero se detuvo en la entrada a las instalaciones. Bajó del carruaje y, llamando a tres soldados, se dirigió a abrir el primer carruaje con los demonios adentro.

Sacaron uno por uno a cada demonio formando una fila para que su dueña pudiera apreciar sus nuevas mercancías.

Los demonios, asustados y con temor a una posible brutal represalia en caso de que decidieran escapar, solo se quedaron en silencio ante la mirada fija de Charlotte.

Con una mirada fija y detallada, Charlotte examinaba cada "mercancía" por si encontraba algún defecto que haría peligrar su imagen de "productos de calidad" que tenían los nobles de sus esclavos.

Al ver esa mirada fría de Charlotte sobre ellos, los demonios tuvieron miedo y empezaron a ponerse nerviosos.

Sabían que algo estaba buscando en ellos, pero les aterraba que pasaría si lo encontrara en alguno de ellos.

Para desgracia de los demonios, Charlotte camino lentamente hacia un demonio. En específico, una madre demonio con su hijo.

—¿Puedo ver al niño? —preguntó tiernamente.

Sin embargo, esa falsa sonrisa ponía más nerviosa a aquella demonia.

—¡Él está bien! Solo está cansando. —

—No lo repetiré otra vez. ¿Puedo verlo? —

Con lágrimas en sus ojos, aquella madre soltaba lentamente a su hijo, dejando a merced de Charlotte.

—Oh... Si tenía razón después de todo. —

Aquel niño estaba con quemaduras en brazos y piernas.

—¿Quién fue el que trajo a estos demonios? —

—Fui yo, Señorita Charlotte. —

Con una sonrisa, se acercó hacia el cochero que, anteriormente, la había saludado.

—Así que fuiste tú, ¿eh? —

—Señorita Charlotte, yo...—

Antes de escuchar su excusa, Charlotte le dio un golpe contundente en su entrepierna, haciendo que este cayera de dolor.

Y, con fuerza, pisó su cara contra el suelo.

—¡¿Tienes idea de lo que has hecho?!—

—Señorita Char...—

—¡Cállate! —dijo pisándolo más fuerte.

—¡¿Tienes idea de lo que pasaría si algún noble viera ese "mercancía" toda defectuosa?!—

—Yo...—

—¡¿Tienes idea?!—

—Lo... siento...—

Sin embargo, lejos de apaciguar su ira, lo avivó más.

—¡¿Lo sientes?! ¡¿Dices que lo sientes?!—dijo cambiando el lugar donde pisaba; de su cara a su cuello.

—Ack...per...per...doneme...—

Casi a punto de matarlo, Charlotte lentamente fue calmándose. No podía perder la compostura a pocas horas de abrir las instalaciones al público.

Y, con molestia, sacó su pie de la garganta de aquel hombre.

—Gra... Gracias, señorita Charlotte. —

Con rapidez, Charlotte agarró su cabello.

—Si vuelves a hacer esa estupidez como esa una vez más...—dijo mientras sacaba una daga de su cintura y lo ponía en su cuello. —No necesito decirlo, ¿verdad? —

El hombre, al ver esa mirada fría y sin piedad de la señorita, tuvo temor. Nunca, en todos los días que estuvo trabajando para ella, vio una mirada así. Y, con esto, juro en su mente nunca más hacer una estupidez, todo sea para nunca ver aquella mirada que hasta al más fuerte hacía temblar.

—Bien. —dijo soltando su cabello. —Veo que ya entendiste. Ahora...me tendré que encargar de tu "error"—

Con esas palabras, Charlotte se dirigía hacia aquella "mercancía defectuosa".

Al verla venir, la madre del niño agarró a su hijo, intentando protegerlo de aquel monstruo en forma de mujer.

Finalmente, Charlotte estaba en frente de ellos.

—Ya te despediste de él, ¿verdad? —

—¡Por favor! ¡No maté a mi hijo! ¡Perdónelo! ¡Es solo un niño! ¡Máteme a mí, pero no a mi hijo! —

—¿Por qué te mataría a ti? Tú eres un buen producto para vender, en cambio, tu hijo no es apto para una buena venta. No te preocupes, lo haré lentamente para que no sienta dolor. —

—¡NO! ¡POR FAVOR! ¡NO LO HAGA! —

—Guardias. —

Intentó forcejear con aquellos soldados, pero era inútil. La fuerza de ellos era mucho mayor que la suya y, con facilidad, alejaron a su hijo de ella.

Charlotte se acercó hacia el niño y se agachó para verlo.

El niño, al ver a tan bella mujer acercarse hacia él, sintió calma y paz. Pensó que todo el dolor que sufrió su madre y él, durante todo el camino para huir de sus captores, finalmente se había terminado al ver a aquella mujer que parecía un ángel.

—Tranquilo, tranquilo. Ya todo terminó. —dijo aquella mujer.

El niño, al escucharla, empezó a llorar. No lágrimas de tristeza sino de felicidad. Finalmente, todo su dolor había terminado.

Intentando abrazarla, el niño se acercó hacia ella. En respuesta, ella se acercó y lo abrazó.

Con un cálido abrazó, el niño pudo tener paz. Esa paz que alguna vez soñó para él y su madre. Una paz que estaba tan cerca de él que pensó que duraría para siempre.

Sin embargo, la realidad es muy cruel...

Un hilo de sangre salió de la boca de aquel niño y, rápidamente, aquel hilo de sangre brotó aún más.

—¡NOOOOOOOOOOO! ¡HIJO, NOOOOOOOOOOO! —fueron los gritos de su madre.

Mientras su vida se desvanecía, el niño intentó mirar a aquella mujer que le había dado esa paz. Pero, al verla, solo pudo sentir horror. Una sonrisa sádica era lo único que podía ver en lo que alguna vez era el rostro de un ángel. Un monstruo en forma de mujer estaba frente suyo.

El niño volteó al ver a su madre. Esta estaba llorando mientras lo veía. Con su último aliento, el niño miró a su madre y, simplemente, sonrió.

El niño dejó de respirar.

Sacando la daga de su estómago, Charlotte se levantó y, dejando el cuerpo inerte del niño en el suelo, se dirigió hacia sus soldados.

—Desháganse de eso. —

Con esas órdenes, los soldados cargaron el cuerpo del niño y lo echaron al bosque, a merced de las bestias.

—Llevenlos adentro. Tenemos un negocio que abrir. —dijo Charlotte

Con el llanto y grito de aquella madre por la pérdida de su hijo, los demonios lamentaban en silencio todo el mal que están pasando. Querían hacer algo a aquella mujer, pero no podían, solamente caminaron hacia adentro de las instalaciones; guardando todo el rencor que tenía contra aquella mujer.

Dentro de aquel gran complejo, los soldados pusieron a los demonios en jaulas distintas, separándolos según su género.

—Vigílenlos. Que no causen ningún alboroto. —dijo un guardia.

Mirando desde su oficina, Charlotte esperaba a que sus clientes estén en la entrada de su instalación, listos para comprarle sus "productos".

—Señorita Charlotte, los clientes ya están aquí. —informó una sirvienta.

—Perfecto. —

Salió de su oficina y se dirigió hacia la entrada.

Al estar en la entrada, los soldados abrieron las puertas.

Tanto los aristócratas como los mercaderes se sorprendieron al ver tanta hermosura en una hermosa joven y, con el respeto debido, se inclinaron ante ella. Charlotte, en respuesta, hizo lo mismo con ellos.

—Señorita Charlotte. Dichosos los ojos que pueden contemplar tanta belleza. —dijo un aristócrata.

—Gracias, conde Fiust. —

Como efecto dominó, todos los presentes adularon a Charlotte. No por nada era considerada una de las tres bellezas de todo el Imperio, junto con Angelica y Amanda.

—Adelante. Siéntanse como en casa. —dijo Charlotte mientras los invitados entraban a su instalación.

A medida que caminaban, Charlotte veía como sus clientes miraban a los demonios, examinándolos detalle por detalle.

Al notar ello, Charlotte tuvo que hacer una jugada para ganarse su favor.

—Caballeros. Si gustan pueden degustar las "mercancías". —

Al escuchar eso, los aristócratas empezaron a reírse, algo que a Charlotte le pareció bien.

—Claro está, deben dejar una garantía monetaria por sí dicha "mercancía" se rompe. —

Con eso en mente, aristócratas y mercaderes dejaron grandes bolsas de dinero en la mesa, asegurando así la cuota de garantía que Charlotte exigía.

—Muy bien. ¡Guardias! Preparen los cuartos. —

Rápidamente, los soldados despejaron las habitaciones y sacaron a las demonias, llevándolas a dichos cuartos.

—Disfruten. —dijo Charlotte

Aquellos hombres ingresaron hacia esos cuartos. Charlotte les dio luz verde para que ellos puedan hacer cualquier cosa con ellas y no desaprovecharían tal oportunidad.

Con los gritos de mujeres abusadas por aquellos hombres ricos, Charlotte empezó a contar las monedas de oro que aquellos hombres acaudalados le habían dejado y se imaginaba cuánto iban a pagarle por aquellas esclavas.

Finalmente, luego de horas de gritos desgarradores y golpes contra las paredes, aquellos señores se retiraban de los cuartos.

Completamente satisfecha toda su lujuria acumulada, Charlotte vio la oportunidad perfecta para poder negociar el precio de los esclavos.

—¿Qué les pareció mis productos? Son de buena calidad, ¿verdad? —

Ellos asintieron.

—Es bueno saberlo. No se preocupen si dejaron "roto" algún producto, la garantía cubría con esos gastos, pueden estar tranquilos. —

Despejada su última preocupación, Charlotte comenzó a atacar.

—Bien, caballeros. ¿Ya se decidieron qué llevarse? —

—Por supuesto. Me llevaré a cinco esclavas de esa jaula. —dijo el marqués Dains señalando a unas niñas.

—Bien. ¿Alguien más? —

—Sí. Diez esclavos varones y 10 esclavas mujeres, ambos jóvenes. —dijo el conde Cafius. —

Entre más esclavos pedían, la ambición de Charlotte aumentaba aún más. Con cada caja llena de oro que traían para comprar, su insaciable sed por oro crecía aún más.

Con una buena cantidad de esclavos que salían de sus instalaciones directamente para las caravanas de sus nuevos dueños, Charlotte simplemente expresó una sonrisa que, a la mayoría, daba a entender cuál era su forma de ser.

Finalizada la venta de esos esclavos, Charlotte se dirigió hacia sus otros puestos comerciales: Ropa para damas, Perfumería, Medicamentos. Simplemente, entraba y observaba como iba el negocio, luego de cinco minutos, se retiraba del lugar.

Para ella, esos lugares solo le servían de fachada para su verdadero negocio: La venta de esclavos demonios.

Como es costumbre, Charlotte realiza una fiesta al mediodía invitando a todas las personas adineradas del ducado. Únicamente lo hacía para presumir de su fortuna hacia los otros nobles.

No por nada se le llamaba "La Duquesa Dorada".

Su fortuna superaba con creces la de todos los nobles de la capital imperial, aunque siempre estaba por debajo de la fortuna que la familia imperial había acumulado a lo largo de los años.

A su regreso, la mansión estaba lista para que se pueda realizar una de sus múltiples fiestas lujosas en su casa.

Dirigiéndose a sus aposentos, las sirvientas observaban a detalle cada rincón de la mansión, ante la posible queja de su ama por cómo se adornó su morada.

Sin quejas por parte de Charlotte, las sirvientas se fueron retirando hacia la entrada a la espera de los invitados.

Ya en su cuarto, Charlotte empezó a desvestirse y se fue al baño para darse un respiro de todo este trabajo diario.

Refrescada totalmente, Charlotte salió del baño y se dirigió hacia su closet.

Al abrir su closet, Charlotte ya tenía puesto los ojos en el vestido que iba a usar. Aquel vestido rojo carmesí que había estado en su mente durante toda la mañana, lo iba a utilizar hoy en la fiesta. Ese vestido era abrumador, resaltaba la presencia de la persona que lo empleaba, dándole aires de grandeza.

Con esa idea en mente, Charlotte se puso aquel vestido. Con una palmada, llamó a las sirvientas para que le pusieran los cosméticos más caros.

Finalmente, la "Duquesa dorada" estaba lista para impresionar a todos en la fiesta.

Hermosa desde la cabeza hasta los pies, su belleza solo se comparaba con las dos princesas imperiales; a las que les tenía cierta envidia por un motivo meramente personal.

Al salir de su habitación, los invitados ya estaban disfrutando de la fiesta. Caminó hacia la parte alta de las escaleras donde todos podían verla. Al estar ahí, las sirvientas avisaron que la anfitriona estaba aquí.

Al descender de las escaleras, todos aplaudieron.

Esto era lo que quería Charlotte.

Ya en la planta baja, los marqueses y condes elogiaron su belleza, dejando de lado a sus esposas que, con recelo, miraban a la Tercera Princesa.

Pero poco le importaba las miradas de esas meras mujeres y mucho menos las superfluas palabras de los marqueses y condes, lo único que quería era presumir toda la fortuna que tenía y restregárselos en la cara a estos inútiles nobles.

Con una sonrisa, Charlotte salió de la conversación que tenían con los nobles y se dirigió hacia la mesa para agarrar una copa.

Mientras bebía, recordaba como diferentes hombres le proponían matrimonio; desde los nobles de este ducado hasta los de la capital. Cada uno le sugería matrimonio enviándole diferentes regalos u obsequios que pudieran conmover su corazón. Sin embargo, ella simplemente los rechazaba, algunas veces de forma amable y otras, de manera cruel y burlona.

Lo único que querían de ella era su fortuna, aunque ella ya lo sabía.

Nadie pudo conmover el corazón de Charlotte.

Excepto una persona en particular.

Al recordarlo, Charlotte dejó escapar un profundo suspiro.

Imaginó todas las cosas que pudo haber hecho con él.

—Si tan solo no me hubieras rechazado...—suspiró Charlotte.

Tomando el último residuo de la copa, Charlotte lo bebió. No quería recordar a esa persona.

Charlotte subió las escaleras, mientras los invitados seguían conversando. Ya arriba, Charlotte tomó la palabra.

—Damas y caballeros. Un brindis por ustedes. Para que sigamos prosperando. Tanto nosotros como el Imperio. ¡Gloria al Imperio Demioriel! —

—¡Gloria al Imperio! —respondieron.

—¡Un brindis por la Duquesa Charlotte! ¡Gracias a ella, este ducado ha prosperado! ¡Viva, la duquesa Charlotte! —dijo el conde Cafius.

—¡Viva! —respondieron los otros nobles.

—¡Gracias a la duquesa, nuestro ducado es uno de los más ricos de todo el Imperio! ¡Viva la "Duquesa Dorada''! —

—¡Viva! —

Con esas palabras, Charlotte sonrió.

—Brindemos. —dijo tomando la copa.

Todo es mío... Poder, riqueza, fama, influencias... Soy dueña de todo...—pensé

Sin embargo, algo le faltaba y, desgraciadamente, ella ya sabía lo que era.

Oye, Elliot... ¿Por qué no quisiste ser mío? ...—dije melancólicamente mientras terminaba de beber mi copa.

Con los invitados distraídos entre sus conversaciones, Charlotte se quedó en el segundo piso viéndolos.

Aunque tenía toda la riqueza que uno pudiera soñar, de solo pensar en él, la hacía recordar de dónde venía y todo lo que vivió junto con él.

Ella detestaba su vida antes de ser rica, pero al menos en esa vida lo tenía a él a su lado y así ver que las cosas, junto con él, mejorarían.

Pero esas solo eran ideas estúpidas de niños, Charlotte quería salir de esa asquerosa pobreza que la rodeaba junto con él. No quería que él también tuviera ese destino.

Sin embargo, ella lo traicionó solo para cumplir con su sueño y.... eso nos deja hasta aquí.

Mientras pensaba en su vida pasada, una sirvienta le informo que le enviaron una carta.

—¿Quién la envía? —pregunté

—No tiene nombre, señorita Charlotte. Lo encontré en la puerta. —

—¿Qué? —dije mientras abría la carta.

Al ver el contenido de la carta, Charlotte se puso pálida.

—Señorita Charlotte. ¿Está todo bien? —

Tan solo tres líneas hicieron que la serenidad de Charlotte se desmoronará en cuestión de segundos, dejándola completamente pálida.

—E—es imposible... Es imposible... ¡Tú! —dije agarrando a la sirvienta de los hombros. —¿Sabes noticias de la capital? ¡Dime! –

—B—b—bueno... No se tiene noticias de la capital desde hace dos días, señorita. —

—Y, ustedes, ¿Saben que está sucediendo en la capital? —dije

—N—no, señorita. Pensé que usted sabía algo. No he escuchado noticias de la capital desde hace días. —respondió una sirvienta.

Cálmate, Charlotte... ¡Cálmate!... Es imposible... Es solo una broma... Es imposible que esté vivo... Así es, Charlotte... Solo es una broma... Pero, ese nombre... Solo una persona en el mundo me llama así... Entonces... ¡Entonces! ...—pensé mientras recorría gotas de sudor por mi frente.

Antes de siquiera darse cuenta, alguien abrió las puertas de la mansión tempestivamente.

Al voltear para ver quien fue, todos los invitados se quedaron paralizados, incluida Charlotte, al verlo.

El sujeto caminó hacia el centro del salón.

—Cuanto tiempo sin vernos, Lottie.—

Esa voz...

—No... Es imposible... Tú estás muerto... ¡Tú estás muerto! —gritó Charlotte.

—¿Qué no recibiste mi carta, Lottie? —

Dejando caer la carta que hace unos instantes había recibido, la Duquesa Dorada miró al hombre que alguna vez traicionó.

La carta decía:

Ahora voy por ti, Lottie

Tú solo espérame, ¿sí?

Con amor, tu amado Elliot...

Con miedo en los ojos, Charlotte vio en el rostro del hombre que alguna vez confió en ella. Una sonrisa que mostraba sus verdaderas intenciones.

Nos vamos a divertir un montón, Lottie...—dijo Elliot lamiéndose los labios.

La venganza contra la amiga de la infancia acaba de empezar...

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