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Capitulo 2: He vuelto

Un año después...

Imperio Demioriel, Castillo Reaumilux....

Diversas personas dentro del castillo corrían de un lado para otro. Sirvientas y mayordomos; llenos de nerviosismo y prisa, apresuraban los pasos del otro, con el fin de poner cada adorno en su respectivo lugar.

Escaleras adornadas de finas telas bordadas en oro en cada escalón. Candelabros en forma de telarañas decoraban los techos de cada sala; elaboradas en oro puro. Estatuas hechas en mármol que personificaban a los héroes de la cruzada contra el Rey Demonio. Cada parte del castillo estaba adornado, de tal manera que, se viera como si fuéramos a presenciar la llegada de los dioses al mundo terrenal.

Fufufu... Están las estatuas de todos, menos la mía. Como si nunca hubiera existido. —pensé infantilmente.

Entre la prisa de las sirvientas y el afán de tener todo listo de los mayordomos, los protagonistas de esta divertida obra teatral descendían de aquella escalera extremadamente ornamentada.

La familia real... La familia protegida por los dioses... El tesoro de este imperio...—dije para mí mismo burlonamente.

Vestidos de la manera más pomposamente posible, aquella familia descendió las escaleras y, en un actuar inmediato, todos los sirvientes del castillo se inclinaron ante aquella familia bendecida por los dioses.

Al llegar al suelo, todos los presentes alabaron las finas ropas que vestían cada miembro de esta familia. Aunque para ellos, simplemente eran ruidos molestos e innecesarios.

*Slap*

Fue la bofetada que Angelica; la primera princesa, le dio a la sirvienta que estaba más cerca de ella.

—¡Pueden callarse de una maldita vez! —dijo eufóricamente Angelica.

Ante la bofetada de la princesa, la sirvienta se desvaneció en el suelo.

—¡M—¡Mis más sinceras disculpas, princesa! —dijo con miedo la sirvienta mientras llevaba su cabeza al suelo.

Ante esta respuesta, la primera princesa se impacientó.

—¿Mis más sinceras disculpas? —dijo mientras se acercaba a la mesa cerca de las escaleras en busca de su azote.

—¡Tus sinceras disculpas me importan una mierda! ¡Sucia rastrera inferior! —dijo azotando cruelmente a la sirvienta.

Frente a los constantes ataques hacia la sirvienta, las demás buscaban una pizca de compasión por parte de los demás miembros de la familia real, pero; para su desdicha, sus rostros no se inmutaban ante este acto cruel.

—¡Limítense a hablar cuando se les ordene! ¡Seres inferiores! ¡Detesto oírlas hablar! ¡Con esas voces tan chillonas que hacen que mis delicados y bellos oídos se estremezcan de tan solo oírlas! —dijo mientras la seguía azotando ante las miradas llenas de miedo por parte de las sirvientas.

—P—p—por... favor... Princesa... Perdóneme... Por... mi... imprudencia...—dijo aquella sirvienta en el suelo agonizando con sangre en su rostro.

Al verla en ese estado, Angelica mostró una sonrisa sádica; revelando su verdadero ser.

—¿Crees que te mereces mi perdón, asquerosa sirvienta? —dijo mientras le pisaba el brazo.

Al escuchar esas palabras, la sirvienta tuvo miedo de contestar.

—Dime, plebeya. —dijo Angelica pisando con fuerza su brazo. —¿Vas a responder o no?... Porque si no lo haces...—dijo mirando a su hermano.

Este al verla, sonrió y, sacando su espada, se acercó a la chimenea y puso su espada en ella, haciendo que la punta de dicha arma poco a poco adquiera un tono de color naranja brillante.

Al ver que su espada ya tenía dicho color, el príncipe la sacó de la chimenea y se la mostró a la primera princesa. Ella al ver esa espada, sonrió sádicamente.

—Dámela, Héctor.—

Héctor le entregó aquella arma.

Angelica agarró el arma y le apuntó a la sirvienta.

—¿Me responderás o no? —dijo apuntándole con la punta de la espada cerca de sus ojos.

—Y.... y—y—yo...—dijo la sirvienta agonizantemente.

Un sudor frío recorrió por todo el cuerpo de aquella sirvienta.

—Muy tarde. —dijo Angelica con una sonrisa sádica en su rostro.

En ese instante, con un ligero corte, la punta de la espada pasó por los ojos de aquella sirvienta, quemándolos en el acto.

Gritos de dolor y agonía hacían eco en todo el castillo. Pese a ello, Angelica no se mortificó por eso, peor aún, la empezó a patear para que se callara. Luego de patearla, ordenó a las demás sirvientas que se deshicieran de eso y, con una sonrisa perversa, las amenazó con hacerles lo mismo si llegaran a contar esto a alguien.

—¿Ya terminaste con tus "jueguitos", Angelica? —dijo el emperador impetuosamente. —Estamos perdiendo tiempo y....—dijo el emperador mirándola directamente a los ojos a Angelica. —Tú sabes que no me gusta perder el tiempo. —

Al notar esa mirada feroz, los demás miembros de la familia agacharon la cabeza, ante el temor de la ira del emperador.

—S—sí, padre. —dijo Angelica temerosamente.

—Bien. Vámonos. —dijo el gobernante del imperio Demioriel. —¡Comandante Imperial, vámonos! —

Con esa orden, Diana, la jefe del ejército imperial, ordenó a la guardia imperial que escoltaran a la familia imperial durante su trayecto hacia la plaza principal de la capital.

En el camino hacia la puerta principal del castillo, los demás sirvientes del castillo se inclinaban ante ellos.

Diana; leal servidora de la familia imperial estaba junto con la familia imperial; protegiéndolos y vigilando ante una posible amenaza.

—Su alteza. —

—Dime, Diana. —dijo el emperador.

—¿No podría reconsiderar esta celebración? —

—Otra vez con este tema, jefa del ejército. —dijo el emperador con cierta molestia.

—Es que, su majestad, los incidentes vienen ocurriendo desde hace tres meses. —dijo Diana. —Diversos puestos militares están siendo atacados, dejando un baño de sangre con los cuerpos de los soldados.—

—Si es eso...—dijo Angelica. —Solo mueve más soldados hacia esos puestos militares. —dijo fríamente. —Los plebeyos darían su vida por protegernos. —

—Así es, Diana. —dijo Héctor. —Esos simples plebeyos ofrecerían su vida con tal de protegernos. Al menos sus vidas valdrán para algo. —dijo el príncipe con una sonrisa indiferente.

—Concuerdo contigo, querido hermano. —dijo la segunda princesa con una sonrisa cálida en su rostro.

—Ya escuchaste, Diana. Solo mueve a los soldados a esos puestos vacíos y listo. —dijo el emperador fríamente.

¿Cuán crueles pueden ser estas personas? Pero, aun así, les juré lealtad. En especial a Angelica...—pensó Diana.

—A—aun así, majestad...—replicó Diana. —También están los incidentes con los nobles de las provincias del imperio. Uno a uno está muriendo por una "explosión" en su corazón. Debemos tener mucho cuidado, majestad. —

—Poco me importan la muerte de unos simples nobles. Ellos viven únicamente para servirme y si mueren, ya no tendrían utilidad. —

—Pero...—enfatizó Diana. —Lo más peculiar de sus muertes es que dejan una frase en la pared hecha con su propia sangre. —

—¿Y cuál es la frase, Diana? —preguntó Amanda.

—"Bendita sea la familia imperial"—dijo Diana con un tono serio.

Al escuchar esa frase, todos los miembros de la familia imperial, en un primer momento, se sorprendieron, para luego echarse a reír.

Frente a esto, Diana se quedó perpleja.

—Aun muertos, siguen siendo fieles a mí. —dijo el emperador aun riéndose. —Me gusta esa muestra de lealtad, aunque no sirve de mucho. —

—Así es, padre. Al menos son leales hasta la muerte. —dijo Héctor despectivamente.

—Si es así...—dijo Angelica. —Entonces, no tendremos ninguna preocupación por matar a unos cuantos nobles. Ya que todos tienen una lealtad tan fervorosa que morirían por nosotros. ¿O me equivoco, comandante Diana? —dijo mostrándome una sonrisa tan pura y engatusadora que haría deleitar hasta al más fuerte.

—S—sí, princesa Angelica. —dijo Diana un poco ruborizada por esa sonrisa.

A medida que iban avanzando hacia la plaza, los ciudadanos saludaban a la familia imperial, algunos tiraban flores hacia ellos, otros tiraban rosas, otros cantaban para ellos; cada una de las personas en esta tierra alababa por tener a la vista a la familia bendecida por los dioses.

Entre aplausos y ovaciones, la familia imperial mostraba una sonrisa para responder estas alabanzas hacia ellos. Desde el emperador hasta el último hijo de Héctor, cada uno mostraba una sonrisa que hacía cautivar a los ciudadanos y, estos al mirar esas hermosas sonrisas que daban, aplaudían más y más.

—¡Que viva la familia imperial! —

—¡Bendita sea por toda la eternidad! —

Esas frases hacían aumentar el orgullo excesivo que tenía esa familia. Como si fueran enviados del cielo para gobernar a esta insignificante y asquerosa plebe.

Llegados a la plaza, en el centro estaban el líder de la iglesia con su séquito clerical y el mago imperial, Mauricio, a la espera de su llegada.

—¡En posición! ¡Alcen armas! —ordenó Diana a los soldados.

Estos levantaron sus armas de manera sincronizada; como era de esperarse del ejército imperial. Alzadas las armas, una alfombra roja y dorada estaba lista para que la familia bendita pasara por ella.

A medida que pasaban por la alfombra roja, el emperador observó todo lo que le rodeaba: Gente que lo alaba, poder militar, político y económico, oro, joyas. Todo lo que deseaba estaba a su alcance.

Frente a ello, sintiéndose satisfecho, se rio ligeramente.

Este mundo es mío, absolutamente mío. —pensó el emperador Alejandro para sí mismo.

Fufufufu... Esa sonrisa tuya, Alejandro, esa arrogante sonrisa... Pero pronto voy a cambiarla...—dije con una sonrisa de oreja a oreja.

Esta ceremonia era un hecho importante para el emperador.

A partir de este día, todo el mundo se arrodillará ante él... El gran emperador Alejandro...

Nada puede salir mal... O eso es lo que están pensando, eh...—dije burlonamente.

Ya en el medio de la plaza, toda la familia imperial, junto con el mago imperial y la jefa de la guardia imperial, esperaban a que el líder de la iglesia, junto a su séquito, les diera las bendiciones.

El líder de la iglesia se puso frente a toda la familia imperial y, en un gesto de respeto, se inclinó, junto con su séquito, frente a ellos.

—¡Estamos todos reunidos hoy para presenciar el inicio de una nueva etapa en la historia del imperio! —dijo el líder de la iglesia. —¡Con la muerte del Rey Demonio, se inicia un perdido de paz y prosperidad para el imperio! ¡En la batuta de esta era está el emperador Alejandro junto con la familia imperial gobernándonos! ¡Paz y prosperidad para el imperio! —

Al escuchar eso, la gente empezó a aplaudir.

—¡Viva la familia imperial! —

—¡Larga vida al emperador Alejandro! —

Algarabía y aplausos sonaban con fuerza en la multitud, llenando de orgullo a esa familia.

—Ahora...—dijo el líder de la iglesia. —Comenzaremos con las bendiciones para que estén protegidos con la bendición de los dioses. –

Toda la familia imperial asintió.

Ahora... Solo falta escuchar esas benditas palabras y TODO ESTE MUNDO SERÁ MÍO. —dijo el emperador para sí.

Una ligera ansiedad fluía por la familia imperial a la espera de las bendiciones que está por decir el líder de la iglesia.

El líder de la iglesia ordenó a un arzobispo que le diera el bastón sagrado para que pudiera iniciar el ritual.

Teniendo el bastón en sus manos, el jefe de la iglesia comenzó el ritual.

—Dioses. Por favor permitan que esta familia traiga prosperidad y paz al imperio durante toda la eternidad. —

—Dioses. Permitan que esta dinastía pueda perdurar y gobernarnos durante toda la eternidad. —

Finalmente... Las últimas palabras de bendición...

—Dioses. Protejan a esta familia y su emperador durante todos los años de vida que están por venir. —

Con estas palabras... Empieza mi control sobre todo este mundo... ESTE MUNDO ES MÍO...

Sin embargo, las palabras que pronunció el líder de la iglesia cambiarían el rumbo del mundo para siempre.

—"Bendita sea la familia imperial"—

—¡...!—

Toda la familia imperial quedó sorprendida ante estas palabras que, previamente, Diana les había informado.

"Bendita sea la familia imperial" era la frase que los nobles dejaban antes de morir brutalmente y, también, era la frase que estaba escrita con los cuerpos de los soldados asesinados.

En ese instante, la cabeza del líder de la iglesia fue cortada, haciendo que la sangre salpicara a toda la familia imperial.

—¿Qué? —dijo el emperador.

Rápidamente, Diana ordenó a la guardia imperial que protegieran a toda costa a la familia imperial.

Pánico invadió al séquito al ver a su líder muerto, intentaron acercarse al cuerpo de su líder, pero algo los detuvo.

No podían moverse

—Chicos, aún no pueden moverse. Tienen que esperar su turno—dijo burlonamente una voz ligeramente familiar.

—Esa voz...—dijo Héctor.

—E—es imposible...—dijo el emperador.

—Él... él está muerto...—dijo un poco asustada Angelica.

Al presenciar la muerte del líder de la iglesia, la gente intentó huir de aquel lugar, pero al igual que el séquito, algo les impedía.

—¿Cómo es posible que se vaya el público? —dijo burlonamente esa voz. —No, no, no. Ustedes tienen que quedarse. —

Con esa frase dicha, la gente de la ciudad se quedó quieta.

—¿Q—qué está pasando? –

—N—no puedo moverme. —

Y, con una orden, voltearon mirando, nuevamente, a la plaza.

—Eso está mucho mejor. —dijo aquella voz.

—¿Q—qué está pasando, abuelo? —dijo el hijo mayor de Héctor. —

—No lo sé, Aurelio. —dijo el emperador. —¡Diana, sácanos de aquí! —ordenó.

Al escuchar esa orden, Diana ordenó a la guardia imperial que escoltara a la familia imperial hacia el castillo.

Sin embargo, para su sorpresa, no podían moverse.

—¿Qué está pasando? ¡Muévanse! —ordenó Diana.

—jefa Diana, no puedo moverme. —dijo un soldado.

Los demás soldados confirmaron lo mismo.

—¡Diana! ¡¿Por qué no nos sacan de aquí?!—replicó Angelica.

—Princesa, es que... los soldados no pueden moverse... Algo los impide...—

—¡¿Qué?!—gritó Angelica. —¡Sácanos de aquí, Diana! ¡Es una orden! —

—Oi, oi. Tan rápido se está alterando la primera princesa. —dijo aquella voz.

En ese instante, frente al cuerpo del líder de la iglesia, una neblina oscura comenzó a emerger.

Ojos grises que reflejan su espíritu inquebrantable, cabello color negro azabache lacio y fino, un hermoso rostro que alguna vez cautivó a ambas princesas y un cuerpo ligeramente bien formado.

Aquel héroe que hace un año lo habían traicionado y matado en frente de todos, ahora está parado en frente de ellos.

—¡E—es imposible! ¡T—tú... tú estás muerto! —dijo Angelica.

—¡No! ¡Tú estás muerto! —dijo el emperador

—Ha pasado un largo tiempo. —dijo el héroe que alguna vez salvó este mundo. —¿Me extrañaron?—

En frente de ellos, estaba él.

El héroe Elliot hacía su aparición.

—¡Imposible, te vimos morir! —gritó Héctor.

A estas palabras, el héroe se rio, dejando impaciente al príncipe.

—Sí que eres muuuuuy estúpido, Héctor. —dijo el héroe. —Estoy vivito y coleando, ¿no lo ves? —dijo sarcásticamente mientras se tocaba las partes del cuerpo que había recibido los hachazos antes de morir. —¿Ves las marcas de las hachas por algún lado? —

Ante esta sorpresa, un sudor frío recorrió a todos los miembros de la familia real.

—Supongo que...—dijo acercándose lentamente hacia la familia imperial. —Saben por qué estoy aquí, ¿no? —dijo con una sonrisa en su rostro.

Al escuchar esas palabras, miedo fue lo que sintieron cada miembro de la familia imperial. Con cada paso que daba, el miedo hacía presa de ellos.

—¡Alto ahí, demonio! —dijo Diana.

—¿Eh? ¿Demonio, dices? —dijo el héroe.

—¡Así es! ¡Eres un demonio disfrazado del héroe Elliot! ¡Aléjate o te enfrentarás a mí! —

Ahhhhh... Diana, la comandante del ejército imperial... Tan recta y justa... pero yo sé cuál es su verdadera naturaleza...—pensé mientras seguía avanzando hacia ellos.

—¡Te dije que no te acerques más! —dijo Diana con su espada en la mano.

Lista para atacar, ella se abalanzó contra el héroe, pero para su mala suerte...no podía moverse.

—¿Qué me has hecho? —dijo Diana con la espada en su mano a punto de golpear al héroe.

—¿Yo? Nada. Si solo estoy parado, Diana. —dijo con una sonrisa en su rostro. —Pero... ¿Qué es lo que has hecho tú? —dijo con una intención sádica.

La mano del héroe se posó en la cabeza de la comandante del ejército imperial.

—Ahora, dime, Diana...—dijo con una sonrisa sádica en su rostro. —¿Soy un demonio o soy el héroe Elliot? —

Al tocar su cabeza, todas las memorias del héroe pasaron en la cabeza de Diana. Todos los recuerdos de cómo fue traicionado, pasaron vívidamente en la cabeza de la comandante del ejército. Claro está, haciéndola sentir todo el dolor que el héroe sintió al ser torturado hasta la muerte.

Un agonizante dolor invadió a Diana, haciendo que esta gritará.

—Y bien, comandante del ejército imperial...—dijo el héroe. —¿Esto ha refrescado tu memoria? Porque si no es así, lo podemos repetir...—dijo el héroe con una sonrisa sádica.

—¡NO! ¡POR FAVOR NO! —grito Diana.

—Entonces, dime...—dijo el héroe. —¿Soy el héroe Elliot? —dijo mientras hacía repetirle las mismas escenas y, en consecuencia, el mismo dolor.

—¡SI! ¡TÚ ERES EL HÉROE ELLIOT! —gritó Diana.

—¿Segura? —dijo el héroe haciendo repetir nuevamente el dolor.

—¡SI! ¡TU LO ERES! ¡PARA ESTO! ¡POR FAVOR! ¡DUELE DEMASIADO! ¡PARA POR FAVOR! ¡PARAAAAAA! —

Ante las súplicas de Diana, el héroe soltó su cabeza, haciendo que esta cayera al suelo.

Con un chasquido, la guardia imperial que protegía a la familia imperial se alejó de ellos y se pusieron a unos pocos metros de ellos.

Ante estos hechos y el héroe Elliot acercándose, la familia imperial empezó a sudar.

—Ahora que Diana confirmó mi identidad...—dijo el héroe. —Saben por qué volví de entre los muertos, ¿no? —dijo en frente de ellos.

El emperador agachó la cabeza.

—Oye, ¿por qué agachas la cabeza?... Acaso, ¿sabes por qué estoy aquí? —dijo jalando su cabeza haciendo que lo mirara a los ojos.

Al verlo, un miedo invadió al emperador

Una sonrisa macabra era lo que el héroe le estaba mostrando al emperador.

—Así es...me gusta esa mirada, Alejandro...—dijo lamiéndose los labios. — ¡He resucitado de entre los muertos para poder vengarme de todos ustedes! —

Que comience el espectáculo...

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