Frotó las protuberancias en su frente, nervioso. No estaba muy seguro de que aquello estuviese funcionando.

Las rodillas de todos se chocaban y el pequeño contenedor desprendía múltiples olores que, juntos, podrían provocar náuseas: a pescado, por los tipos marino; a chamuscado, por los tipo fuego; a sudor, por la concentración de todos.

No lograba recordar qué le había impulsado a tomar la decisión de asistir a ese grupo de autoayuda, pero se desplegaba ante sí una lista de razones para lamentarlo. Sin embargo, no dejaba de presentarse semanalmente desde hacía un mes.

¿Tal vez había tomado gusto por oír las desgracias ajenas? Podía ser su forma para suplantar lo que habían perdido. Eso le habría dicho su psicólogo.

—¡Lo salvé de caer en aguas negras! —gangueaba alguno, trajeado y con grandes círculos de transpiración bajo sus musculosos brazos—. Volé, lo salvé, ¿qué me dijo? ¿Qué me dieron? ¿Ovaciones? ¡No! El mocoso me acusó de haberle hecho perder su videojuego y, los demás, siguieron a lo suyo.

Se murmuraron palabras de ánimo al unísono, confundiéndose unas con otras, mientras el que habló seguía llorando. Alguien le tendió un pañuelo.

La verdad era una y no la querían aceptar, por más que se presentase evidente: el mundo se había cansado de héroes. Resultaba hilarante, analizándolo, que un lugar que necesitase desesperadamente de ayuda se la negase de tal manera.

La facción purista aseguraba, con demasiada vehemencia, que era culpa de la tecnología. Los abnegados y puros de corazón, se echaban la culpa a sí mismos.

Él, por su parte, creía que se habían dirigido ahí de manera inevitable. Miraba a sus compañeros, uno a uno, con diversos poderes, con ganas de salvar al mundo (ya fuese por fama, adoración o verdadera filantropía) y se preguntaba, sintiendo cómo su poder fluía eléctrico por su cuerpo, si no era mejor rendirse y adaptarse.

La gente ya no les creía, porque sabían que no podrían eliminar toda la maldad y, si no podían, ¿entonces qué gracia tenía elevarlos a un eslabón superior? Los villanos hacía tiempo que habían disuelto su consejo, al notar que tampoco podían encarnar toda la crueldad.

Los habían puesto como figuras que representasen el bien y el mal que residía en toda una sociedad, pero ya se habían aburrido del juego.

Siguió frotando el mismo lugar, le dolía la marca de lo que era. También estaba cansado de héroes.