La llegada
Finalmente habíamos bajado de ese maldito avión. No recuerdo haber sentido tanto miedo en toda mi vida. Durante las tres horas que duró el vuelo no tuvimos nada más que turbulencia. En un momento, durante la turbulencia más fuerte, recuerdo haber apretado con mucha fuerza la mano de Susana mientras con la otra me sostenía del asiento. Por un momento, pensé que no lo lograría. Pensé que encontrarían mi frío cadáver en el suelo, calcinado. Esperen, ¿si estaba calcinado podrían encontrarlo?
-Eres un exagerado – rió Susana al comprobar que la turbulencia había pasado. Al parecer hablé en voz alta. – Y no invoques a la mala suerte de esa forma, recuerda que si mueres yo muero contigo.
-¡Aw, qué linda! – sonreí al verla.
-No es por eso. Estamos en el mismo avión, idiota – volvió a reírse.
Después de eso, intenté enfocarme en los juegos que había descargado para mi celular. La batería estaba al 79% por lo que me quedaba mucho por delante. Prometí a mamá y a Carly enviarles un mensaje cuando bajase del avión. No quería quedarme sin batería en plena llamada.
Durante el vuelo, nos dieron una pequeña refacción. No fue la mejor del mundo, y debo admitir que sólo hizo que me diera náuseas.
-¿Cómo crees que sea nuestra universidad? – Susana se vio bastante emocionada.
-Leí por allí que es una de las más antiguas de todo el estado – tomé algo de Coca Cola para que se me quitase la náusea. - ¿Quién sabe? Tal vez nos encontremos con fantasmas o cosas así.
-¡Eso sería increíble! – se entusiasmó Susana, le encantaban todos los programas de fantasmas y cosas paranormales.
Tiempo más tarde, vimos por primera vez a la famosa Nueva York. Había crecido con historias acerca de los altos rascacielos, las calles congestionadas y, según mi madre, los mil y un drogadictos que vivían en las calles. Al llegar vimos que estaba muy nublado, amenazaba con una posible lluvia. Tal vez tormenta en la noche. Luego de un rato, Susana y yo nos encontrábamos en el aeropuerto buscando nuestras cosas. Realmente, no sabía qué hacer después de esto. Las pocas veces que he viajado con mamá ella se ha hecho cargo de mí y de Carly. Ahora me tocaba hacerlo por mí mismo. Ah, y por Susana, claro.
-¿Está muy lejos la universidad? – le pregunté a Susana.
Inmediatamente sacó su celular y revisó google.
-Según esto, la Universidad de Worshester está a tres kilómetros de aquí. Lo único que tenemos que hacer es tomar un taxi.
Esa explicación me había dejado mucho más tranquilo. Nos fuimos al área para recoger nuestro equipaje y salimos del aeropuerto con una de esas carretillas enormes. Nos fue más difícil ahora, ya que no teníamos el carro para movernos. Tuvimos que esperar uno de los famosos taxis amarillos que aparecen en las películas. Aunque no tenía nada que ver con la realidad, tuvimos que esperar más de veinte minutos para que apareciera uno sólo.
-¡Finalmente! – exclamó Susana, quien me ayudaba a meter todas las cosas en el equipaje y parte del asiento trasero.
Sostuve la puerta para que Susana entrara al taxi. Iríamos algo apretados, pero no habría problema alguno. Mientras más apretados mejor, ¿no lo creen?
-¿Adónde se dirigen? – preguntó el taxista. Era un hombre gordo, casi calvo. Fumaba un cigarro y tenía un horrible bigote denso. Parecía una puta oruga.
-Nos dirigimos a la Universidad de Worshester – le comenté.
Tan pronto como el taxista aceleró, el contador que tenía en la parte delantera comenzó a girar. Susana me contó que lo utilizaban para cobrarte. Mientras más gira, más te cobra, lógicamente. Ese pequeño viaje en taxi nos ayudó para recorrer mejor la pequeña ciudad. Bueno, es mil veces más grande que el pequeño pueblito de Kansas dónde nací y crecí. Veíamos a toda la gente que caminaba por la acera, algunos con sus paraguas en mano y sus cafés en la otra. Otros tenían el periódico, pero la gran mayoría tenía su celular en la mano. Me sorprendía ver cómo no los atropellaban al cruzar la calle.
Las historias que veía en las caricaturas de niño acerca de Nueva York eran ciertas. El bullicio de la gente y del tráfico, los grandes rascacielos que casi tocaban el cielo y los miles de negocios con sus luces brillantes que lastimaban los ojos. ¡Era increíble!
-Cierren la boca – rió el taxista al vernos a través del retrovisor.
Luego de unos cruces a otras calles, llegamos a lo que era la Universidad de Worshester. Vimos cómo cientos de estudiantes entraban y salían de la misma. La gran mayoría tenía sus maletas o se despedían de personas en algunos carros. El taxista nos dejó en la calle que quedaba enfrente con la entrada a la universidad. Nos ayudó incluso a sacar todas nuestras maletas del lugar.
-¿Cuánto le debemos? – quiso saber Susana.
-Son... $20.95, niños – dijo exhalando el humo del cigarro.
Le entregué un billete de 20 y uno de cinco.
-Quédese con el cambio, muchas gracias por ayudarnos – le agradecí y tomé todas las maletas que podía.
Estaban más pesadas ahora que teníamos que caminar hasta llegar a los dormitorios. Veía a todos los estudiantes hablar entre sí, caminar o simplemente descansando en el césped. Leyendo algún libro o jugando videojuegos como algunos. Otros se pasaban un ovoide de fútbol americano mientras que otros escuchaban a un tipo que tocaba la guitarra.
-¡Esto es increíble! – Susana soltó por un momento las maletas y comenzó a girar, como si estuviese bailando. - ¡Al fin lo logramos! ¡Lo logramos, Daniel!
Susana me abrazó fuertemente. Se quedó un buen rato allí.
-Sabes que amo estos momentos, pero tus maletas pesan todo un mundo. ¿Qué mierdas empacaste? ¡¿Rocas?! – bromeé.
Susana se rió y me volvió a ayudar con sus maletas. Yo llevaba las mías en la espalda y dos de ella en cada brazo.
-¿Cómo lo haremos? ¿Nos dividimos y cada quien busca su cuarto? – Susana y yo habíamos entrado al edificio. Era una preciosa edificación de ladrillo añejo rojo. Le daba cierta elegancia y misterio al lugar. Las columnas tenían un diseño bastante acabado.
-Iremos a tu cuarto de primero. Luego te dejaré para que desempaques y así yo encuentro mi cuarto – subí un escalón despacio, sino me vendría de cara.
Por todos lados veía a personas perdidas, unos traían un mapa en la mano y alguna brújula (¿?) en la otra. Por su parte, algunas chicas se abrazaron al verse y otros se presentaban ante un grupo de personas.
-¿Puedo ayudarlos con sus maletas? – se ofreció una figura.
Al levantar la vista, me di cuenta que se trataba de un tipo. Con el cabello acolochado y un serio problema de acné.
-Te agradecería que me ayudaras con esto – se me había adormecido el brazo.
Le entregué las maletas que sujetaba en mi brazo izquierdo. Eran las más pesadas, y en cierto punto fue mi culpa no haberlas distribuido muy bien. Tengo más fuerza en el brazo derecho que en el izquierdo.
A medida que avanzábamos, pude enterarme mejor de cómo estaban las cosas. Richard, el sujeto que nos ofreció ayuda, era realmente un estudiante de años más avanzado. Se ofreció como guía para los recién ingresados a cambio de algo de ayuda para sus clases.
-¿Cuál es tu habitación? – le preguntó Richard a Susana.
-Según un correo que me enviaron, es el 113.
-Espero que no sea muy lejos – suspiré.
-En realidad no, está en el segundo nivel. Síganme – ordenó Richard.
Subimos unas escaleras en forma de caracol mientras esquivábamos a toda una multitud de estudiantes que bajaban a toda velocidad por la misma. Apenas si podía escuchar a Susana, quien no paraba de decir lo increíble que era la universidad y lo inteligente que fue haber cambiado su decisión de estudiar allí.
-¿Por qué no vas por tu habitación? – sonrió Richard. Nos encontrábamos en frente de la puerta la cual tenía un distintivo "113" en la puerta. – Así te presentarás a tu compañero de cuarto.
Vi a Susana inmediatamente, ella me devolvió el gesto con una sonrisa.
-No te preocupes, estaré bien – me dio un beso y luego me quitó las maletas.
-Bien, volveré rápido.
Ahora el desplazarme era mucho más fácil; sólo tenía tres mochilas ahora. Y todas eran mías. Me di cuenta de algo importante en ese momento, mientras me dirigía a mi habitación: estaba en el área de dormitorios de chicas. No había visto un solo hombre, salvo Richard, en aquella zona. Lo único que espero es que la habitación de Susana no esté tan apartada de la mía. ¡Claro! Como si me importase eso realmente.
Yo también había recibido un correo con mi número de habitación. Era la 1727. ¡Imaginen si habían más de mil setecientas habitaciones en toda la universidad! ¡Eso significaba que era enorme!
Tuve que recorrer media universidad para enterarme que el edificio dónde estaba mi habitación estaba a solo 100 metros del edificio dónde Susana viviría. Mientras caminaba por los pasillos buscando mi habitación, veía a todos sonreír o molestarse. Unos jugaban a las luchas y otros disfrutaban de sus videojuegos. Afortunadamente, yo traje el mío.
Mi habitación estaba abierta de par en par, eso significaba que mi compañero de cuarto había venido ya. Intenté formular toda una serie de posibles saludos. No quería sonar tan emocionado, pero tampoco tan frío.
"Hola, soy Daniel Mason. ¡Qué tal!", no ése se oía pésimo.
"Hola, maldito...", peor.
Todas las posibles combinaciones que se me ocurrían se fueron esfumando cuando entré a la habitación. El tipo se encontraba colgando un póster de Star Trek en la cabecera de su cama. Realmente me gustaba Star Trek, pero siempre me consideré más fanático de Star Wars y de Darth Vader, el mejor puto personaje en la historia de la humanidad.
-¿Hola? – toqué la puerta.
El tipo volteó la cabeza inmediatamente. Tenía un arete en la oreja y el cabello completamente liso y negro.
-Ya escogí la cama, viejo. Tendrás que aguantarte.
Vi el lado de la habitación que estaba vacío. Tiré mis cosas a la cama y me acerqué a él.
-Soy Daniel. Daniel Mason – sonreí extendiendo la mano.
-Luke Mayers – me dejó con la mano tendida.
-Es un gusto, Luke.
Dejó de hacer lo que estaba haciendo y se levantó rápidamente. Se me acercó mucho e infló el pecho.
-Escúchame atentamente. No soy tu amigo por el momento, sólo soy con el que tendrás que vivir durante los siguientes cinco años. Espero que no seas el típico lunático que se toca todas las noches mientras me mira dormir, de lo contrario tendremos problemas.
-¿Qué? ¡No! ¡Descuida! Tengo una novia – hice un esfuerzo para no reírme a carcajadas.
-Muy bien, entonces no hay nada de qué hablar.
Luke se dio la vuelta y siguió arreglando el póster de su habitación. De todos los compañeros en el mundo y me tuvo que tocar el conflictivo. ¡Genial!
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