El día llegó
Metí la última maleta en la parte trasera del carro, no tuve que forcejearla tanto ya que no tenía tantas cosas en las tres maletas que llevaba. Además, cuando llegue a la casa de Susana tendría que hacerle más espacio a ella para que meta todas sus cosas en el carro. Estaba seguro que había vaciado toda su habitación; yo apenas había guardado todos mis pósters, ropa y algunas cosas muy personales que no puedo mencionar aquí. Me había llevado la foto dónde estoy con mamá y con Carly el día de la graduación del colegio.
-¿Eso es todo, hijo? – preguntó mi mamá, quien traía una caja llena de zapatos. Esa tendría que estar en la parte trasera.
-Eso es todo – afirmé sonriendo.
Era el día en que toda madre temía que llegase. Aunque yo también estaba nervioso, apenas si pude dormir anoche. El hecho de pensar que me esperaba todo un nuevo camino por delante hacía que me temblasen las manos. Mi corazón me recordaba una y otra vez lo nervioso que estaba. Parecía que tuviera un maldito taladro en el pecho. Tenía que mentalizarme y pedirle algo de ayuda al Creador para lo que se vendría en el futuro. ¡Claro que tenía miedo! ¡Me estaba cagando completamente! ¡Mierda!
El sol apenas si estaba saliendo por el horizonte. El vuelo saldría en unas cinco horas, pero tanto Susana como yo queríamos estar antes en el aeropuerto para evitar contratiempos.
Carly y mamá se habían acercado. Todo estaba listo para ir por Susana al aeropuerto.
-Gracias por dejarme usar tu carro, mamá – sonreí levemente. No era fácil para mí todo esto, menos para ellas.
-No te preocupes por eso, mi niño – se acercó y me abrazó muy fuerte. – Recuerda que te amamos mucho y que siempre serás nuestro orgullo. Ten mucho cuidado en la universidad, ya hemos hablado de todo lo que puede pasar adentro...
-No olvides divertirte, pásatelo en grande, hermanito – sonrió Carly con los ojos vidriosos.
-Y quiero que nos llames cuando aterrices, y cuando llegues a la universidad. Y también cuando te instales y antes de irte a dormir y...
-Entiendo, entiendo. Quieres que te llame – reí. Luego volteé a ver a Carly. – Recuérdame comprarle un celular a mamá, que tenga Whatsapp.
-También he querido comprarle uno – rió ella.
Mi madre me abrazó de nuevo y comenzó a llorar. Llorar a mares. Carly también se unió al abrazo con la misma reacción. Intenté no llorar, por todos los medios, pero me fue imposible.
-Haré de tu cuarto un gimnasio privado, y lo sabes – ahora abrazaba solamente a Carly.
-Salúdame a Josh cuando puedas. Y cuídense, las dos – vi a ambas y me metí al carro.
Iba a irme cuando me detuvo mi mamá de nuevo.
-Salúdame a Susana, dile que también le deseo lo mejor.
Le levanté el pulgar y arranqué el carro. Después de unos segundos, puse primera y me alejé lentamente. Vi cómo mi madre, mi hermana y el paisaje que veía a diario durante los dieciocho años que duré allí comenzaba a hacerse cada vez más pequeño. Con el corazón en la mano me dirigí a la casa de Susana, quedaba a pocas cuadras de la mía. Usualmente, cuando Susana y yo salíamos en una cita tardaba horas para salir arreglada. En realidad, no era algo que me molestaba. Siempre salía hermosísima.
Sin embargo, esta vez pasó algo extraño. Cuando pasé por su casa me di cuenta que ella y su hermana mayor, Elizabeth, se estaban despidiendo en la entrada de su casa. Susana tenía muchísimas maletas ya preparadas. Casi me felicitaba por haber llevado poco equipaje ya que no hubiésemos tenido suficiente espacio en el baúl.
Cuando me estacioné enfrente, ambas se echaron a llorar mientras se seguían abrazando. Comenzaron a hablar en español, ni siquiera entendí lo que decían por lo que comencé a llevar las maletas de Susana al carro. Eran demasiadas, incluso tuve que meter algunas en el sillón trasero.
-Prométeme que te cuidarás, no quiero tener que enterarme que estás en eso de las drogas y todas esas mierdas – le advirtió Elizabeth hablando en inglés nuevamente.
-Lo-lo prometo – dijo Susana limpiándose las lágrimas.
-Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti, Susi. Eres la primera Martínez que va a la universidad – la tomó por los brazos una última vez y la vio a los ojos. – Haz que me enorgullezca aún más. Quiero verte salir por la puerta grande cuando todo esto acabe.
-Lo haré, tenlo por seguro.
Elizabeth dejó de verla y ahora me veía a mí.
-Cuídate tú también, Daniel. Y cuídala mucho. Es todo lo que tengo – se acercó rápidamente y me abrazó.
-No te preocupes por ella. Estaremos bien, nos la pasaremos de puta madre.
Besé a Susana como saludo y le abrí la puerta delantera para que pudiera entrar. Cuando aceleré vi que Susana giró la cabeza para ver el paisaje, al igual que yo lo hice.
-Susi, ella estará bien – tomé su pierna e intenté tranquilizarla. – No te preocupes por ella.
-No me preocupa ella, me preocupa lo que suceda de aquí en adelante.
-Vamos, eres una de las personas más listas que conozco – le sonreí. – Te irá bien, de eso estoy seguro.
-¿Cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes tener tanto optimismo?
-Es lo que nos queda, ¿no?
Recuerdo cuando Susana me contó que estudiaría en Nueva York conmigo. No en la misma carrera, pero sí en la misma universidad. Al principio no sabía qué decir, o qué hacer. Me hace pensar que, si es que en algún punto en el futuro ella y yo terminamos, habrá hecho una pésima decisión. Y eso me preocupa, me preocupa el haberla atado a mí sin querer. Cuando le hablé a Carly ella concluyó con un "Eres un puto suertudo, Daniel. ¿Tienes idea de lo que daría para que Josh estudiase conmigo?". Dejaré que el tiempo lo decida, pero no puedo evitar preocuparme por eso.
El proceso del aeropuerto siempre es tedioso, pero al menos ya habíamos pasado por lo peor. Habíamos dejado nuestras maletas en el área de equipaje y ahora estábamos esperando a que el tiempo pasara para poder entrar al bendito avión. Susana y yo estábamos intentando no pensar mucho en lo que nos faltaba. Aunque debo admitir que me daba algo de emoción el pensar lo que nos quedaba por delante. Digo, tendríamos amigos, fiestas y tanto ella como yo estudiaríamos lo que nos gustaba. Ella estudiaría arquitectura; yo ingeniería civil. Es curioso como ella y yo estábamos incluso relacionados en eso. Era mi mejor amiga desde que entré a esa tienda aquella tarde de verano, hace ya más de dos meses. Recuerdo cuando le pedí que fuera mi novia, no fue tan incómodo como yo pensaba, pero vaya que estaba nervioso. Me estaba cagando del miedo.
-¿En qué piensas? – quiso saber Susana mientras se recostaba en mi hombro. Tenía los audífonos puestos, por lo que deduje que estaría escuchando su música.
-No lo sé, estoy ansioso – admití. Yo también escuchaba música. En mi caso se trtaba de algo tranquilo. As long as I see the light de Creedence Clearwater Revival, aunque mi música era más de heavy metal, no quería alterarme mucho.
-Yo también. Y mucho.
-¿Podría pedirte un favor?
-¿De qué se trata?
-Odio los aviones – sonreí tímidamente. - ¿Podría tomar tu mano hasta que hayamos despegado?
-No veo otra forma de eso, Daniel – sonrió Susana mientras me besaba mi mejilla.
Había conseguido pastillas para el mareo, libros, música e incluso había descargado un juego para mi celular. Nos esperaba un viaje de poco más de tres horas. No era mucho, pero no quería darle oportunidad a mi mente de pensar que estamos en una enorme caja metálica que vuela a casi ochocientos kilómetros por hora y que en cualquier momento pueda sufrir una avería mecánica y caer en picada hacia el suelo. Sí, odio volar. Lo odio mucho.
-Espero que mis compañeros de cuarto no sean raras – opinó Susana.
-Yo sólo pido que no sean idiotas, aunque "raras" también entra en la clasificación – reí.
Finalmente, el momento llegó. Vi que nos habían indicado que era momento de abordar el avión. Saqué mis pastillas del bolsillo y me las tomé sin agua ni nada. No fue difícil tragarlas, ya que estaba salivando mucho. Recité el Padre Nuestro unas ochenta veces al menos desde que abordé al avión hasta que me senté.
-Llegó la hora – dijo Susana mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
-No me presiones.
Y de sólo pensar que esto es el comienzo. Esto sería lo que más rápido pasaría. Nos esperaba toda una vida por delante, todo un mundo de nuevas posibilidades más allá del pequeño pueblito de Kansas que dejamos atrás. Tenía la presión de ser exitoso, por mi madre, por Carly. Por Susana. Más por ellas, quería demostrarme a mí mismo lo que soy capaz. Quería demostrarme que puedo ser todo lo que me proponga.
-Damas y caballeros, abróchense sus cinturones – escuché a los pilotos hablarnos a los pasajeros.
No había mucha gente a mi alrededor, eso era bueno. Tomé la mano de Susana inmediatamente mientras sentía cómo el avión comenzaba a moverse.
-Me arrepentí, quiero bajarme.
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