La luna brillaba sobre la ciudad de Station Square, proyectando una luz suave y plateada sobre la habitación de Amy. Ella estaba sentada en su sillón favorito, rodeada de cojines y con un libro abierto en su regazo. La lectura la había transportado a un mundo de fantasía y aventuras, pero su mirada se desvió hacia la mesita que estaba a su lado.

Sobre la mesita, había un portaretratos de plata con una foto de Sonic y ella de jóvenes. La sonrisa de Sonic y la mirada brillante de Amy en la foto parecían saltar de la imagen, recordándole los momentos felices y emocionantes que habían compartido.

Sin embargo, pasó mucho tiempo desde que se vieron por última vez, y la realidad de la vida había seguido adelante. Amy creció y siguió su camino, construyendo una vida propia y llena de propósito. No podía esperar mucho tiempo, esperando que Sonic regresara a su vida.

La incertidumbre y la duda habían sido sus compañeras de viaje durante mucho tiempo, pero Amy había aprendido a vivir con ellas. Había encontrado formas de llenar el vacío que Sonic había dejado en su corazón, pero no podía negar que una parte de ella siempre había permanecido fiel a él.

A medida que pasaban los años, Amy había comenzado a aceptar la idea de que quizás nunca volvería a ver a Sonic. Que quizás su amor había sido solo una ilusión de la juventud, algo que había sido hermoso en su momento, pero que no había sido destinado a durar.

Pero a pesar de todo, Amy no podía evitar sentir una chispa de esperanza en su corazón. Una chispa que se encendía cada vez que pensaba en Sonic, cada vez que recordaba su sonrisa y su risa. Y esa chispa era lo que la mantenía viva, lo que la hacía seguir adelante, incluso cuando todo parecía perdido.