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XV

Guantes de oro resultó ser una bodega amplia, con un olor a humedad bastante impregnado, de poca ventilación y carente de concurrencia. Un hombre de avanzada edad barría con lentitud la parte trasera donde la rubia pudo notar varios sacos de colores perfectamente separados uno de otro. Justo en el centro se alzaba un rin de lona roja percudida, con cuerdas gastadas donde dos hombres (la asistencia total de la clase) protagonizaban una ardua lucha de reveces, chochets y ganchos.

— ¡Buenos días! —enunció la rubia después de cinco minutos de ininterrumpida batalla donde espero en un incómodo silencio cortado solamente por la pesada respiración de los hombres y una que otra exclamación de dolor cuando un gancho certero encontraba su destino.

Un tipo de barba espesa giró la cabeza, pero antes de que pudiera articular alguna palabra su rival, de cabeza rapada llena de tatuajes, le atinó un poderoso gancho que terminó doblándolo en menos de un segundo. Naomi ahogó un pequeño gritito de sorpresa combinado con miedo.

—Regla número uno: nunca te distraigas. Muy buen golpe —escupió en una especie de felicitación desde el piso al tiempo que sujetaba la mano del sonriente salva trucha (apodo que la rubia le acababa de otorgar al sujeto de cabeza rapada) para volver a ponerse de pie.

—Lo siento. Eh, yo... ¿las clases son a las siete?

Salva trucha soltó una ronca carcajada que mostraba unos cuantos dientes de metal y otros de oro lo que le hizo experimentar a Naomi el impulso de salir corriendo y salvar su vida.

— ¿Quién te recomendó?

La rubia inclinó la cabeza a un lado, era obvio que no esperaba esa respuesta, ni ese gimnasio y menos esas personas como profesionales del deporte.

—Sabes que olvídalo yo...

— ¿Quién te recomendó? —Repitió salva trucha dueño de una poderosa voz que resonó por toda la bodega causando que las piernas de Naomi se volvieran de gelatina—. Eso preguntó Gus, muñequita.

—Eh, sí. Bueno es algo... privado —Naomi buscó en su mochila la hoja donde el psicólogo le había apuntado la dirección, caminó hasta el rin y estirando la mano le otorgó el papelito.

Gus asintió, miró a Naomi de arriba a abajo, le dio una fuerte palmada en el hombro a su compañero, mismo que asintió mirándolo a los ojos como si hubieran tenido una profunda charla y le regresó el papel a la rubia.

—Sígueme muñequita... —ordenó el hombre barbudo llamado Gustavo bajando de un ágil salto desde el rin.

—Me llamo Naomi por cierto —respondió cruzando los brazos.

—Está bien Naomi, sígame usted, por favor... —dijo soltando un sonoro suspiro de resignación, más una exagerada reverencia sarcástica hizo a la rubia pasará de ¨pensar en irse¨ a un ¨definitivamente me largo de aquí¨.

—Olvídalo me voy. Ya sé porque este lugar esta solo —exclamó la rubia girando velozmente mientras su larga caballera rubia bailaba a escasos centímetros del rostro de Gus.

Temblaba de pies a cabeza y a paso veloz se encaminó a la salida repitiéndose en la mente todas las groserías que su mamá le juró que las señoritas no debería siquiera pensar.

— ¡Esta solo porque es privado! —Gritó salva trucha desde arriba del ring, Naomi se detuvo —, eso, muñequita, quiere decir que no está abierto al público...

—Sé que significa privado, gracias —soltó entre dientes, sentía hervir cada vez más la sangre, aun así lanzó un suspiro hizo el orgullo a un lado y se dio la vuelta—, entonces, ¿por qué me...?

—Mi primo, tu ¨doctor¨ —interrumpió Gustavo con la misma sonrisa burlona con la que había hecho la reverencia segundos atrás—, a veces me manda a gente que necesita sacar su ira.

Naomi soltó una risita entre dientes, la situación se volvía cada vez más redicula.

—Y ti muñequita se te nota que te urge sacarla —enunció el tatuado sosteniendo todo el peso de su cuerpo en una cómoda posición entre las cuerdas.

—Me llamo Naomi, Naomi Cantú —enunció por segunda ocasión esperando que reconocieran su prestigiado nombre artístico.

—Está bien Naomi Cantú, ¿te quedas o no? —indagó Gus sin siquiera inmutarse ante, lo que Naomi pensó, les haría cambiar su modo de tratarla.

—No me han dicho el costo o la ficha de inscripción...

—No te preocupes por eso somos accesibles, ¿cierto Toño? —dijo Gus haciendo que salva trucha saliera del anonimato, aunque la rubia pensó que ese gigante no tenía la menor pinta de Antonio.

Naomi asintió, la mirada divertida de Gus seguía sobre cada uno de sus gestos pero por alguna extraña razón, y a pesar de la pinta de rudo ex presidiario que se cargaba y lo incomoda que le resultaba la sonrisa burlesca, la invitaba a unirse a un reto, uno nuevo y eso la tentaba, así que sin pensarlo ni un minuto más caminó hasta tenerlo de frente.

—Me quedo.


Una semana después


Dos horas de entrenamiento diarias junto a la compañía de Gustavo, un completo desconocido, brusco, demasiado grande, fuerte y rudo, pero con carácter noble y dueño del retorcido sentido del humor que a Naomi le fascinaba. Durante ese tiempo se olvidó hasta de su apellido, el box después de todo no solo era lanzar golpes a diestra y siniestra y ese enorme sujeto la obligó a hacer más ejercicio físico del que había hecho en toda su vida, ahora no solo caía rendida de cansancio por la noches sino que las pesadillas la había abandonado y si a eso le sumaba que las grabaciones de Gael seguían siendo en Acapulco sus días estaba por demás tranquilos.

—Basta —jadeó la rubia completamente fatigada sosteniendo apenas su cuerpo inclinado sobre las rodillas, sudaba a mares y un rojo vivo le encendía las mejillas—, no... puedo... más.

Gustavo trotaba frente a ella, fresco y vivas con su intacta sonrisa burlona, a la que a Naomi le había dejado de incomodar y hasta se podía decir que la estaba empezando a apreciar un poco.

—Vamos es la última vuelta muñequita.

Naomi le lanzó una mirada de profundo odio que no duró más cinco segundos. Sus piernas habían dejado de obedecerla y sentía que en cualquier momento podría vomitar el poco desayuno que tomó.

—... me llamó... Naomi...

Gustavo soltó una profunda carcajada que resonó con eco por las esquinas de la bodega.

—Juro que podría golpearte... si pudiera...

—Muy bien, ¿hacemos una apuesta? Una vuelta más y jamás te vuelvo a decir muñequita. Pero si te detienes un solo segundo serás mi muñequita para siempre, ¿qué dices?, ¿aceptas?

La rubia hubiera podido discutir lo poco profesional que resultaba ponerle apodos incómodos a sus clientas, o la forma en que el termino la hacía sentir como un objeto, pero la debilidad del cuerpo ya le empezaba a afectar las fuerzas para formar un dialogo de convencimiento, además después de que el grandulón enunció ¨mi muñequita¨ un cosquilleo interno, justo en el pecho, le hizo pensar que quizá si le gustaba el apodo.

—Y si gano, ¿me vas a entrenar de verdad?

— ¿De qué hablas? Te estoy entrenando de verdad —defendió Gus deteniendo al fin su trote.

Naomi se enderezó, negó con la cabeza, dio dos pasos hasta quedar peligrosamente cerca al sudado Gustavo.

—Me refiero a un poco de esto... —Naomi le encajó un golpe en el estómago, pero el barbudo ni siquiera pareció notarlo, al contrario lo único que consiguió fue sentir el excelente trabajo de las abdominales.

—Viendo tu desempeño en ese golpe, en verdad, te urge. No solo te urge —dijo dando otro paso y volviendo con él la distancia entre los cuerpos casi nula—, es apremiante que aprendas a dar un buen tiro.

—En realidad me detuve...

— ¿Te detuviste?

—Obvio, no quería lastimarte... frené mi fuerza.

— ¿Lastimarme? —Indagó Gus levantándose la playera blanca en un gesto arrogante mientras dejaba un poco a la vista sus abdominales—, ¿a mí?

Naomi rio con ganas.

—Si, a ti.

—Siendo así tírame otro. Uno bueno, como si me odiaras...

— ¡Oh yo te odio! —Enunció la rubia con seriedad— que no te quedé la menor duda.

Gustavo se cruzó de brazos, levantó una ceja y volviendo a mostrar su arrogante sonrisa, dijo:

—Vamos... muñequita. Demuéstramelo.

La rubia entrecerró los ojos, dio un paso atrás intentando imitar la posición de bóxer que alguna vez vio en las peleas que Rodrigo ponía los fines de semana. Frunció el entrecejo, apretó el puño derecho intentando reunir sus pocas fuerzas y finalmente soltó el golpe, mismo que fue detenido con suma facilidad por Gustavo, que como si fuese una pequeña pajita le tomó el brazo y la obligó a girar haciéndola sentir todo el largo del duro torso pegado a su espada, estaba caliente, sus brazos la enrollaban como firmeza y cuidado y el corazón desembocado le decir que su respiración no era para nada regular. Gus le hizo el pelo a un lado dejándole al descubierto el hombro y el oído derecho.

—Regla de oro: Vigila los movimientos de tu rival.

La voz ronca a escasos centímetros del oído le hizo soltar un débil jadeo, mismo que se confundió con el cansancio de la carrera y la impresión del movimiento. Pero que hizo reaccionar el cuerpo del barbudo que de inmediato la liberó.

—Quédate con eso muñequita, nos vamos mañana.

—Oye, ¿qué hay de la última vuelta? —enunció la rubia girándose para verlo alejarse al rin y sorprendiéndose a sí misma con el reclamo siendo que ya no podía sentir las piernas.

Gustavo no detuvo el camino y de un ágil brinco se montó a la lona.

—Ganaste, mañana te entreno ¨bien¨—respondió haciendo unas grandes comillas en la última palabra.

Naomi se cruzó de brazos pero no dio ni un solo paso.

— ¿Y qué hay de mi apodo...?

El barbudo soltó una risotada que interrumpió el reclamo.

—Eso nada, seguirás siendo mi muñequita.









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