XIV
—...miedo. No, más bien es algo parecido a cuando vas a caminando y un perro salta de la nada ladrando desde adentro de su cancel, todo es tan inesperado y aterrador. Sabes que no estás en peligro real pero aun así te llenas de...
— ¿Pánico? —Completó el tranquilo joven de bata blanca y sonrisa afable, después de varios segundos de silencio en los que la rubia caminó sin control a lo largo y ancho la sala—. Y esas pesadillas, ¿has notado si tienen algún detonante en particular? Es decir, después de hacer o estar en cierta situación ellas vienen.
Naomi se detuvo y miró al joven psicólogo. Se sentía aterrada dentro de esa iluminada habitación con olor a canela e insoportable limpieza, pero sabía que necesitaba ayuda y después de su cita con Gael y la noche que pasó en la hacienda de Bárbara era evidente que le urgía comenzar a ocuparse más de su salud mental.
—Después del accidente —comenzó la rubia concentrándose en un punto lejano mientras volvía a tomar asiento—, pasaron varios meses en los que no podía recordar nada, y no sabes cuánto anhelaba hacerlo...
Una risita irónica escapó como un bufido de dolor agónico.
—Y cuando volví al fin a mi trabajo, a mi casa, a mi mundo y él... —cortó la idea, miró al doctor y volvió a ponerse de pie—, él también volvió y detonó un montón de recuerdos confusos que no termino de entender. El problema es que no recuerdo bien que pasó en esos cinco años, no logro acomodar los hechos, pero sé que me conviene más no traerlo al presente.
— ¿Y nadie te lo ha dicho? Lo que pasó en esos cinco años —Indagó el médico tratando de ver más allá de la mirada medio perdida y nerviosa—, tienes a tu familia, amigos y una vida que muchos quisieran vivir, ¿no se te ha ocurrido pensar que el miedo viene más de lo desconocido que de algo real?
Naomi negó con la cabeza y volvió a rascarse con énfasis el brazo izquierdo.
—No quiero saberlo y ese es el principal motivo de mi visita —dijo con total autoridad volviendo a sentarse frente al joven—, quiero que me ayude a olvidar esos cinco años. Haga lo que tenga que hacer, deme medicamento, use hipnosis... pero no quiero, por ningún motivo recordar.
La rubia terminó la oración con los ojos rasos de lágrimas, el miedo impregnaba cada palabra en la súplica, cada sílaba calaba en un agónico pavor proveniente del perturbado espíritu y poco le faltó para hincarse en medio de la desespera petición. El médico la miró en silencio, sabía que lo que le pedía era imposible, suspiró y esta vez, él terminó poniéndose de pie.
—Naomi, quiero que entiendas que estás en un proceso de readaptación. Las pesadillas, la ansiedad, incluso el miedo es entendible, tu cerebro está tratando de entender y adaptarse a lo que era tu vida normal antes del accidente, esto, aunado a querer mantenerlo en secreto le están generando más estrés del normal lo que puede detonar en esas pesadillas —dijo sin perder de vista los gestos de Naomi—, ahora dime, ¿qué estás haciendo para mantenerte en equilibrio?, ¿haces deporte?, ¿llevas una dieta?, ¿suplementos?, ¿meditación?
La rubia meneo la cabeza de lado, escucharlo hablar le estaba haciendo, sorprendentemente, muy bien. Había dejado en un momento de auto compadecerse, de verse a sí misma como el bicho raro, quizá él tenía razón y lo que vivía era normal, claro para una mujer en su situación.
—Sinceramente no, nada de eso...
— ¿Y qué esperas? —Indagó, no como regaño, sino con un tono de ánimo que hizo que la rubia volviera a sentir una pequeña descarga de energía—, Mira.
El joven se sentó en la acolchada silla giratoria, abrió uno de los cajones y sacó una pequeña libreta. Con excelente caligrafía anotó una dirección y el nombre de lo que parecía ser un gimnasio.
— ¿Guantes de oro? —pronunció con un gesto de desconcierto.
Una pequeña sonrisa se originó en el serio rostro del psicólogo dándole un aire de hombre divertido, que la rubia no había notado.
—Está a dos calles de aquí, es un lugar donde se practica el boxeo. Podría ayudarte a sacar la frustración...
—No soy de las personas que les gusta golpear para sacar el enojo —cortó volviendo a colocar la pequeña hoja sobre el escritorio.
—Entonces dime, ¿cómo lo sacas?
La rubia guardó silencio, ¿llorando?, ¿huyendo?
...patética. Se dijo a sí misma, había caído en cuenta en una sola hora de terapia que sus problemas no eran el fin del mundo, no estaba loca ni al borde del colapso, no podía seguir culpando a los demás por sus decisiones y sobretodo, necesitaba hacer cambios profundos. Una sonrisa divertida la empujó a estirarse por el papel, asintió, agradeciéndole con la mirada y guardó el papel en el bolso diciéndose a sí misma ¨porque no¨.
—Vaya aventura —soltó Rodrigo después de escuchar la historia desde el ¨secuestro¨ hasta el momento en que Bárbara la tomó de la mano como a uno de sus pequeños hijos y la dejo en la puerta del psicólogo, lo que al final le tuvo que agradecer a larga distancia.
—Fue horrible Rodri —terminó engullendo uno de los rollos de sushi que le había conseguido su amigo, a saber cómo, después de las doce de la noche.
Rodrigo se recargó en el sofá, en la pantalla una chica invitaba a llamar en un telejuego y el nublado clima de la ciudad hacía que la suave lluvia produjera leves golpeteos en las ventanas, era casi relajante.
— ¿No has pensado en alejarte? —soltó de golpe evitando a toda costa verla de frente.
Naomi bajó los palillos, el silencio invitaba a una paz increíble en medio de la semioscura sala.
—No. ¿Tú sí?
—Me voy Naomi —sentenció después de casi un minuto de silencio—, tengo una oportunidad increíble en Nueva York... es lo que he buscado siempre. Es lo que mi papá dijo que nunca tendría y es lo que pronto voy a conseguir.
Un profundo hueco se formó en el estómago de Naomi, ¿qué haría sin Rodrigo esperándola en casa?, ¿quién la apoyaría? No tenía alternativa, él siempre había sido su sostén y lo menos que podía hacer era impulsarlo a cumplir sus sueños.
— ¿Qué piensas güera?
—En que voy a necesitar un gato.
Rodrigo soltó una carcajada y abrazándola sobre los hombros la recostó sobre su pecho. Naomi subió los pies al sillón, se colocó en posición fetal y descendió hasta acomodarse sobre las piernas de Rodrigo, el que comenzó a acariciarle el cabello con mimo.
—Sabías que cuando te conocí experimenté un especie de enamoramiento hacia ti —soltó después de años de guardarse el secreto.
Naomi sonrió.
—Siempre lo supe.
Rodrigo soltó un gritito bastante femenino de sorpresa, Naomi se levantó y con su sonrisa divertida le estampo un beso en la mejilla.
— ¿Por qué nunca me lo dijiste?, ¿cómo te enteraste? Dios, debí parecer un idiota.
La rubia caminó a la cocina con el plato de sushi en la mano.
—Me lo dijo Rosse y si eras muy evidente, más cuando llegaste con el enorme ramo de girasoles del doble de mi tamaño al estreno de mi obra. Pero, cuando me contó la historia de la ¨maldición¨... espera. ¡¿Qué chingados?!
Rodrigo se levantó del sofá esperando a que la rubia siguiera hablando.
—Lo recordé. Estoy recordando. Sin ansiedad, ni miedo —dijo con una sensación naciente de esperanza y paz clavada en el pecho.
El rizado levantó ambas cejas, tampoco había caído en cuenta, pero Naomi había narrado todo con lujo de detalle.
—Vaya ese psicólogo merece un aumento. Volviendo al tema...
Naomi soltó una risita, tomó un vaso de agua y después de mandarle un beso con la punta de los dedos, anunció:
—Me voy a dormir, estoy muerta.
—Espera, ¿no me dijiste si yo también te gustaba? o, ¿alguna vez fantaseaste conmigo? o, ¿un pequeño pensamiento pecaminoso?
Naomi se detuvo en umbral y meneó la cabeza en un gesto de falsa concentración.
—Uff eso si no lo recuerdo —soltó cerrando inmediatamente la puerta.
Rodrigo se quedó solo en medio de la sala con su cara de diversión.
— ¡Te amo güera! —gritó esperando el grito de Naomi de ¨te amo chino¨ que no tardó en llegar.
Finalmente tomó su laptop y volvió a sentarse en la oscura sala, la abrió, el perfil de Ana seguía abierto, no se había atrevido a mandarle un mensaje, mucho menos una solicitud. Su corazón dio un vuelco cuando el punto azul se encendió, estaba en línea, y él era un cobarde. Con más fuerza de la necesaria volvió a cerrarla, le urgía alejarse y dejar de pensar en ella, la maldición no era real y no podía estar enamorado de una extraña. El tiempo quizá le daría la razón.
Naomi se levantó más temprano de lo habitual, por primera vez en semanas había logrado dormir profundamente, se sentía lista para comenzar con los cambios. Así que eligió un pans flojo, una playera tres tallas más grandes y tenis blancos deportivos, sacó de su bolso el papel diciendo en voz alta:
¨Guantes de oro, veremos qué tal¨.
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