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I


— ¡Escándalo sexual envuelve al famoso cantante Gael Montero! —Recitó Rodrigo manteniendo entre las manos el ejemplar más reciente de boca en boca, una conocida revista de escándalos y chismes—. Filtraron un vídeo candente con la ex reina de belleza Tania Vega.

— ¿A quién le importa eso...? —señaló Naomi empujando, con más fuerza de la necesaria, una elegante puerta giratoria de un céntrico edificio en la colonia la Condesa.

Hace dos años que se había mudado definitivamente a la ciudad, consiguió alquilar un piso, junto con Rodrigo su compañero de hogar, gastos, fiestas y desgracias, estabilizó la situación interna e intentó día a día sortear lo mejor posible el mundo del espectaculo, el mismo que con tanta ilusión amó y que en algún momento del camino llegó a repudiar. Y aunque Rodrigo, había sido la luz entre la oscuridad en lo que autonombró la peor etapa de su vida aún desconocía parte de su pasado, el mismo donde Gael entraba con fuerza y que aún le dolía recordar.

—Al parecer a mucha gente. Dice que ha tenido millones de descargas. Oh... lo comparan con Zague ¿será?

A su memoria llegaron momentos en las Quisquillas, un pueblo en Monterrey alejado de la ciudad, el mundo y la farándula. Instantes de risa y dulzura junto al famoso cantante, antes de la fama, el dinero, la inseguridad y el miedo.

Con un suspiro cargado de sentimiento y añoranza los alejó al rincón más escondido del alma, de donde no debía salir nunca.

—Puro morbo. ¿Vas a querer que te dejé en el estudio? —indagó cambiando de manera intencional el tema, pero de forma tan sutil que no logró levantar ninguna sospecha ni siquiera por el leve temblor de rabia contenida en el tono de su voz.

—Sí, pero antes... —El rizado hombre de ojos verdes hizo una pausa frente al auto rojo en el que Naomi ya había introducido las llaves —. Sandra me pidió pasar por ella, ¿se puede?

La rubia de ojos cafés ironizó una sonrisa cargada de algo más que mera condescendencia.

—Sí madame plastique lo ordena, ¿quién soy yo (una simple actriz sin fama) para negárselo? —respondió con dramatismo acomodada ya en el asiento del conductor. Con un movimiento de cabeza agregó: — súbete antes de que me arrepienta.

Rodrigo le dio la vuelta al pequeño coche lo más rápido que le dieron sus largas piernas, y en menos de un minutos ya se dirigían al departamento de la adinerada ¨madame plastique¨, como la rubia la había bautizado desde que se la presentó y terminaron odiándose, a saber por qué, nunca había querido profundizar en aquella enemistad y es que si bien apreciaba mucho a Sandra su compañera de oficio, amiga desde la preparatoria y socia en el negocio. Naomi era punto y aparte, por ella podría matar si se lo pedía y sin preguntar ni un por qué.

Diez minutos de plática lejos del escándalo del momento los alejaron del edificio, para detenerse finalmente en otro de color blanco, más grande, lujoso y ostentoso. Donde una pelirroja artificial, con busto, caderas y cintura comprados con tarjeta dorada, los esperaba parada con elegancia mientras echaba humo y sostenía un chistoso cigarro demasiado delgado y largo.

— ¡Sandra! —Llamó Rodrigo sin bajarse del coche mientras una fila de autos le recordaban con el claxon a su madre—. Corre. Ya está en verde.

Sandra, de mala gana, se montó en el compacto coche rojo, que antes de que cerrará bien la puerta ya había avanzado.

—Buenos días —saludó Naomi viéndola por el retrovisor.

—Hola —respondió forzando una sonrisa—. Creí que traerías tu coche Rodri.

Rodrigo giró acomodándose para verla de lado.

—Está en el taller. No sé qué le pasa ahora...

—Deberías comprar otro ya —interrumpió Sandra incomoda en el reducido espacio entre los asientos, con las rodillas clavadas en el de Rodrigo.

—Estoy de acuerdo con Sandra, mira que se coche te ha sacado más de lo que te costó —comulgó Naomi dando un giro de volante a la derecha.

Rodrigo negó, amaba a ese coche; un Bugatti Royale Kellner Coupé 1931, que su madre le había regalado el día que se graduó como abogado, un mes después falleció de cáncer y al siguiente año él se mudó al DF a seguir su sueño como fotógrafo, aun cuando eso le causó serios problemas con su padre.

—Jamás. Mi bebé sólo necesita un buen mecánico, ¿conocen alguno?

Naomi sonrió de lado, por segunda vez en la mañana recordaba a Gael. El que no sólo fue el mejor mecánico en las Quisquillas también se veía malditamente atractivo lleno de grasa y con overol. Pero una risotada de la parte trasera la alejaron de las manchas del taller y de las tardes entre coches.

—Que ideas las tuyas. Nosotras conociendo mecánicos...

Rodrigo miró a Naomi la que con una sonrisa le dio a entender lo que diría si no estuviera presente en la parte trasera.

— ¡Bien! Hemos llegado —anunció deteniéndose frente al estudio de Rodrigo, el mismo que Sandra dos meses antes con la tarjeta de papá había financiado, y donde pasaban días enteros echándolo andar con resultados realmente buenos.

—Gracias Nao, ¿te veo en noche? —Indagó Rodrigo dándole un rápido beso en la mejilla, a modo de despedida—. Yo llevo la cena.

Naomi asintió con gusto, mientras se estiraba para darle un fingido beso a Sandra, la que salió enseguida estirando sus entumecidas piernas con exagerado dramatismo.

— ¡Quiero sushi! —gritó la rubia ganando un gesto de afirmación de Rodrigo, que ya estaba en la puerta del estudio con las llaves en la mano.

Dándose por bien servida volvió a encender el coche en dirección a su nuevo proyecto, el trabajo que le había absorbido años de lucha, sufriendo desvelos, llantos, estrés extremo y justo cuando despertó un día sin interés por él; llegó. El protagónico de Destinos Entrelazados, la nueva novela de TeleClub, la casa productora más grande y conocida de México, con fama a nivel mundial y escalón directo a la fama. Y aunque era raro no sentir la emoción que creyó que embargaría su espíritu al verse como protagonista, estaba consciente de la oportunidad que representaba para su carrera, después de todo amaba actuar.

—Buenos días —saludó Carlos Soto, productor ejecutivo, al verla entrar al edificio de TeleClub—, ¿cómo durmió la protagonista?

Carlos Soto, era dueño de un elegante porte, emanaba respeto, seriedad y clase, que se esfumaban al escucharlo hablar con un acento demasiado afeminado y gesticulaciones exageradas.

—Mal, estoy nerviosa.

—Cariño, años de experiencia te respaldan no tienes por qué estar nerviosa —dijo entrelazando confianzudo uno de sus brazos con la joven y juntos caminaron al set.

Naomi sonrió, Carlos fue el primer amigo de verdad que consiguió en los pasillos de TeleClub, el cual era un mundo complicado, lleno de envidias y golpes bajos.

—Lo sé, pero he estado leyendo el guión, tiene unas escenas raras que me gustaría hablar con Edith...

—Ufff, ahí sí ni te metas, ya sabes cómo se pone Edith con sus guiones —aclaró el hombre haciendo un exagerado ademán con la mano libre.

Naomi soltó un suspiro de resignación, aunque momentánea ya que no pensaba quedarse callada sobre esas escenas.

—Son anticuadas Carlos. O sea eso de la pobre que de pronto se vuelve rica por un golpe del destino. Pfff eso no pasa, la gente quiere ver situaciones reales...

—No cariño, ¿no has aprendido nada de esta carrera? La gente quiere creer que esos sucesos les pueden pasar en su vida, es fantasía amor, pero es más fácil soñar que luchar.

Naomi guardó silencio, Carlos tenía un punto valioso, y había puesto sin querer el dedo en la llaga por tercera vez en el día, recordando las palabras que Gael le dijo la última vez que hablaron tres años atrás, el día de su despedida.

Yo lucharía por ti, si tú lo hicieras por mí.

Ella no respondía y él terminó yéndose para siempre, ese día aprendió que el silencio dice más que las palabras y que pesa más de una tonelada.

—Y ni sabes la nueva cariño —dijo Carlos sacándola de golpe del montón de viejos recuerdos.

Naomi negó con la cabeza expandiendo una gloriosa sonrisa, formada por la contagiosa euforia de su amigo.

—Ya tenemos protagonista ¡Y que protagonista! Te me vas a ir de espaldas cariño...

— ¡No! ¿William Levi aceptó? —indagó tomando ambas manos del hombre entre pequeños brinquitos de emoción.

Carlos negó con la cabeza, mordió su labio inferior en un gesto de no poder contener ni un segundo más sus palabras y con algarabía soltó:

—Ya quisiera ese William que se da su paquetón. No, no mi vida es nada más y nada menos que: ¡Ay! pero que envidia me das corazón... lo que daría por estar en tu lugar...

— ¡Ya dime! —presionó apretándole con vigor ambas manos.

Soto sonrió de lado disfrutando del momento.

—Pero no te me desmayes eh. Es... Gael Montero.

El corazón de rubia dio un vuelco, había dejado de apretar las manos del hombre y su mirada se perdía muy lejos del presente. 

Gael estaba por volver, lo volvería ver, le volvería hablar, a tocar, oler, besar...

¡No! 

Y ahí estaba otra vez, ese sudor frió cubriéndole la frente, el aire en sus pulmones se rehusaba a entrar y una sensación de muerte inminente al borde del abismo la obligó a salir corriendo del edificio. A lo lejos escuchaba la voz de Carlos, sintió su cuerpo chocar contra varias persona una molestas, otras sorprendidas y unas cuentas preocupadas. No podía frenar, la sensación de muerte no la dejaba pensar, tenía que huir, ¿pero de qué? 

Su pasado la perseguía, o más bien, el futuro. 

— ¡Naomi! 

La voz de Carlos llego desde muy lejos, pero demasiado tarde, la rubia ya estaba parada frente a un veloz coche que no pudo frenarse a tiempo ante la repentina aparición de la mujer. 


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