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Capítulo 7: La Gran Revelación I

21:27 P.M, día 7 de septiembre, año 2023

Félix:

Eris tomó asiento en la cabecera de la mesa del comedor, y, pese a nuestras desavenencias pasadas, Cronos y yo la imitamos. A juzgar por su actitud, la diosa parecía impaciente. Jugueteaba sin parar con un mechón de su rubio cabello, a medida que nos escrutaba a ambos con sus ojos ambarinos. Parecía una serpiente hambrienta, lista para abalanzarse sobre sus presas en cualquier instante.

La Manzana Dorada en su mano emitía un juguetón resplandor, que parecía invitar a sumergirse en ella. Aquella fruta... Había algo extraño en ella. 

No sabría decir el qué con exactitud, pero no podía quitarme de la cabeza las palabras que la joven había pronunciado cuando pensaba que estaba sumido en las brumas de la inconsciencia. Si decía la verdad (lo cual ya dudaba, pues esta diosa mentía más que la directora), parte de su divinidad estaba encerrada en aquel objeto. 

Eso explicaría el asombroso poder que Eris parecía poseer. 

No solo había creado aquellas ilusiones para atemorizarnos a Cronos y a mí, sino que también nos había manipulado a ambos. Además, ¿cómo podía saber de mis traumas pasados, de aquel momento tan específico grabado a fuego en mi mente? Sin lugar a dudas, había podido invadir mis recuerdos sin la menor dificultad. 

Me recorrió un escalofrío de solo pensarlo. Aquella deidad despiadada... Había tenido acceso a todos y cada uno de mis pensamientos. Después de ver cuanto había vivido, ¿le daría lástima? ¿Vería a una víctima en vez de a un potencial aliado? 

Me ruboricé ligeramente al darme cuenta de que también habría observado los detalles de mi romance fallido con Carlos... Qué humillación. 

Para colmo, se había aprovechado de mi confusión en aquel extraño limbo para hacer que me sintiera atraído por el titán del Tiempo, hasta el punto de lograr que nos besáramos con pasión. ¡Demonios! En aquel instante se me llenó la mente de pensamientos hacia aquel chico... Un tanto sucios. Y todo para entretenimiento de la diosa. 

¿Se podía acaso ser más perversa?

Además, ¿en qué cabeza cabía que a me gustara ese arrogante de Cronos? Era un déspota maleducado. ¡Mira que decirme que me daba diez segundos para disculparme! Antes preferiría casarme con Javier, que siquiera volver a tocar a ese titán altanero. 

Sin embargo, pese a que me duela admitirlo, aquel había sido el mejor beso de mi corta vida. Desde luego superaba mi pequeño desliz con Mendoza (que por cierto, no parecía saber para qué servían los labios). E incluso mi encuentro con Carlos. 

Aturdido, pero dispuesto a no convertirme en un mero espectador, me decidí a intervenir en la situación. Le demostraría a aquella diosa insolente que pese a mi pasado traumático, era alguien fuerte, en quien poder confiar para detener un apocalipsis.  

Sin demasiadas opciones, me vi obligado a tomar asiento a la derecha de Eris, mientras que Cronos se situó en el otro extremo de la mesa, tratando de recobrar su dignidad perdida. Sin embargo, la palidez aún destacaba en su simétrico rostro. 

— Bien, queridos — comenzó Eris —. Es hora de poner las cartas sobre la mesa. No hemos venido aquí a pelearnos por tontos amoríos de instituto.

El rubor se abrió paso hacia mis mejillas, con más intensidad esta vez. 

— Carlos no es solo un tonto amor de instituto — repliqué, ofendido —. Él es mi alma gemela, Eris. Que lo sepas. 

Ella se echó a reír. ¡Qué manía tenía esta diosa de reírse! Me empezaba a caer mal. 

— Claro, claro... Tu alma gemela. Todos los adolescentes decís lo mismo. Que si el amor por aquí, que si el amor por allá. Espera un par de añitos a que te bajen esas hormonas y después ya veremos — contestó, divertida por la situación.

Su comentario me dejó desconcertado. ¿Es que acaso estos dioses no tenían la menor idea de la habilidad que poseía? ¿Ni tan siquiera Eris, que había escaneado mi mente? Entonces ¿me habían rescatado porque sí? Me habían visto ahí, en medio del apocalipsis, y habían pensado: ¡Oh, mira! un humano indefenso al que arrastrar a través del tiempo y el espacio, ¡adoptémoslo!

— Eris, no lo decía en sentido figurado. Carlos es, literalmente, mi alma gemela. Yo poseo la capacidad de ver la esencia de las personas. Pero eso ya lo sabíais, ¿verdad? — los tanteé. 

La diosa se me quedó mirando, boquiabierta a causa de la revelación. Por su parte, Cronos terminó de perder la compostura por completo. 

— ¿Será por eso entonces...? ¿Aquella visión...? — susurró de forma inaudible, pasando inadvertido para nosotros. 

No obstante, la diosa de la Discordia desechó mis palabras con un gesto de la mano. 

— Si te digo la verdad, me da igual quién seas o las capacidades que tengas — comentó jocosa, mientras miraba hacia el interior de su manzana —. La cuestión es la siguiente: Nosotros somos dioses, y tú un miserable y frágil mortal. Hemos viajado juntos así que nos vas a ayudar. Creo que el rol de esclavo te viene como anillo al dedo — remachó la diosa, contemplándome con una sonrisa maliciosa. 

Me dejó a cuadros. ¿Ese era todo el papel que tenían reservado para mí? Si pretendían que fuera su mayordomo personal, la llevaban clara.

— ¿Y cuáles serían mis obligaciones exactamente? — pregunté, irónico. 

Pero Eris pareció tomarme muy en serio, pues se puso a aplaudir y solo le faltó dar saltitos de felicidad. 

— ¡Sabía que lo entenderías! — exclamó extasiada —. Bueno, pues serás mi sirviente particular. Harás mis recados, lavarás mi ropa... Por supuesto, nos quedaremos en tu casa. Trasladarás los mensajes que yo te ordene y me ayudarás con mis conspiraciones. Seguro que logro montar un par de dramas por aquí... — continuó, parloteando incesantemente — Por último, tengo entendido que eres homosexual y además tampoco me gustas demasiado... No eres mi tipo. Eso sí, si Cronos así lo requiere, también pasarás las noches con él. ¿Entendido, esto...? ¿Cómo te llamabas?

Esto ya era demasiado. ¿En serio pretendía que hiciera todo aquello? Ni de broma. No era el ayudante de nadie, ni mucho menos un esclavo. A pesar de que aquella chica fuera una diosa, eso no le daba el derecho de tratarme así. ¿A fin de cuentas, qué serían las deidades sin los humanos que creen en ellas?

Y eso que la perspectiva de pasar más tiempo con Cronos, especialmente las noches, resultaba de lo más tentadora. Se me antojaba muy placentera, a decir verdad. Casi podía imaginarnos a ambos juntos, solo tapados por unas finas sábanas, en la cama de mi dormitorio. Él me envolvería con sus brazos desnudos y entonces yo...

Sacudí la cabeza un par de veces, respirando profundamente. 

Por el brillo creciente de la manzana, supe que Eris estaba tratando de manipular mis sentimientos de nuevo. Su sonrisa pícara terminó por convencerme. 

— Si queréis terminar lo que empezasteis en los Confines del Tiempo, por mí no hay problema... ¡No os cortéis! Subid a una habitación y hablamos después — nos propuso con descaro, apoyando los talones sobre la mesa. 

En el otro extremo del mueble, Cronos farfulló algo inteligible, rojo como un tomate. Advertí cómo se aferraba con fuerza a los bordes de madera. Se estaba conteniendo para no levantarse y seguir las órdenes de Eris. Que por cierto, a mí no me importaría nada cumplir. 

De hecho, también podía sentir el leve temblor que se había apoderado de mis piernas, el anhelo desenfrenado de volver a sentir los labios del titán recorriendo mi cuello. De sacarle por la cabeza esa camiseta vieja que le quedaba demasiado ajustada. Para qué negarlo... El deseo había vuelto a mí. 

Pero esta vez no le resultaría tan sencillo. No le permitiría jugar conmigo así. 

— Eris te voy a dejar una cosa clara. Yo nunca he sido ni seré tu esclavo. No voy a seguirte como un perrito faldero adonde quiera que vayas, ¡ni tampoco pienso acostarme con Cronos! ¿Te queda claro diosa malcriada? — la reprendí, liberando todo mi enfado contra ella. 

Mis últimas palabras parecieron afectarla especialmente, pues su rostro de porcelana se curvó en una mueca de rabia. Por primera vez desde que la había conocido, realmente me miró. Abarcó mi figura con sus ojos, cuyo color oscilaba entre el ámbar y carmesí. Su penetrante observación me provocó un escalofrío, pero me negué a retroceder un solo centímetro. 

No debía darse cuenta del miedo que sentía. 

— ¿Osas desafiar la voluntad de los dioses? ¿Mi voluntad? — sus palabras estaban infundidas en puro veneno, y se clavaban como puñales en mi pecho. — Nunca dije que tuvieras opción. 

Y, dicho esto, la Manzana Dorada comenzó a emitir un resplandor cegador. Era un sol en miniatura, una estrella que parecía a punto de colapsar. 

— ¡Detente Eris! — exclamó el titán, abalanzándose sobre la diosa. 

Y sin embargo, ya era demasiado tarde. 

A mi alrededor, el salón se fue desfigurando a medida aquella luz me envolvía como una jaula de oro. La sensación que producía... Era indescriptible. Es como si la fruta misma se hubiera abierto, mostrándose en todo su divino esplendor, y ahora me succionara. Mis pensamientos, emociones y esencia eran atraídos inexorablemente hacia un vacío dorado. 

Intenté resistir, pero de pronto dejé de sentir mi cuerpo, como si este se hubiera desintegrado. Ya no era capaz de percibir nada más allá de aquella luz cegadora. De hecho, ¿cómo podía seguir viendo si en teoría ya no tenía ojos?

Estaba en todas partes y en ninguna a la vez. La frustración me inundó al percatarme de la realidad. La vida que me había concedido mi madre, a costa de la suya propia, había venido acompañada de muchas adversidades. Y sin embargo, aquella situación me angustiaba como nunca antes. Me estaba perdiendo a mí mismo, y lo sabía. No obstante, por más que trataba de hacer algo, mis esfuerzos eran en vano. Después de todo, ¿qué posibilidades tenía contra el poder de una diosa?

En ese instante, la voz de Eris comenzó a reverberar como un gran eco.

— Tu cuerpo quedará a mi servicio, mientras tu alma yace por siempre aprisionada en la Manzana Dorada. Ese es el destino de los mortales que se rebelan ante la gracia divina. No obstante, no debes preocuparte por el aburrimiento: tu mente quedará atrapada en tu recuerdo más traumático, repitiéndose una y otra vez por toda la eternidad. Y aunque desees morir, nunca podrás hacerlo. Vagarás por siempre, incapaz de hallar paz o consuelo en la muerte — proclamó, mientras sus carcajadas se clavaban como cuchillas en mi mente. 

Y entonces, comencé a verlas: almas. De todas las formas y tonalidades, acompañadas de pequeños y difusos recuerdos, casi reducidos a cenizas. Se encontraban esparcidas en aquel vasto espacio, que no parecía tener inicio ni final, atadas por lazos dorados que las mantenían inmovilizadas. No obstante, tenían algo en común. Todas ellas poseían un brillo apagado y mortecino.

Estaban siendo torturadas, y muy pronto yo me uniría a ellas. 

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