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Capítulo 68: La despedida de las hermanas

10:51 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.

Megera:

Los condenados me estaban sonriendo. 

A algunos se les caía la cara a pedazos, otros eran solo meros esqueletos. Pero estaban extendidos en mi dirección, formando una marea humana con el solo objetivo de protegerme.

Y todos tenían lágrimas en los ojos.

Sálvanos... — susurró una pequeña niña, una trenza agitándose a su espalda. Su rostro desfigurado estaba oculto por un velo negro.

Puedes hacerlo — la secundó otro, un muchacho de apenas quince años. A este sí lo recordaba... A modo de castigo por robar, Tisífone le carbonizó las manos.

Mas lo que hizo que yo también llorara fue la última silueta que habló: una joven madre con sus dos bebés mellizos en brazos.

Su nombre era Marisa, una aristócrata de ascendencia italiana. Hace más de un siglo fue obligada a contraer matrimonio con el hombre que la forzó... Luego, una vez dio a luz a sus hijos, aquel maníaco empezó a darles palizas a todos.

Una noche, regresó a casa más borracho de lo habitual. No se contentó con agredir y someter a su ahora esposa, sino que al oír llorar a uno de los mellizos, se propuso quemarlo vivo. En un ataque de instinto maternal, ella acabó con él.

Tisífone no tuvo piedad.

Condenó a Marisa, sin siquiera molestarse en escuchar sus argumentos. Le arrancó los ojos, arrojándola a la caverna más profunda de Knossos. Luego, la Tercera tomó las vidas de sus bebés, y los arrastró al Purgatorio, escondiéndolos en la misma cueva que su madre.

Así, la mujer quedó condenada a vagar en una oscuridad absoluta, siguiendo los lloros de sus hijos moribundos, tratando de llegar a ellos sin conseguirlo nunca.

No permitas que quede impune — fue cuanto me dijo.

Y a ella se sumaron miles de voces más, que compusieron un coro de aliento. Sonidos que me dieron la fuerza necesaria para resistir con cada fibra de mi ser.

— ¡Dejad de resistiros, insectos! ¡Vuestro único deber es aceptar la justa condena que os impuse! — tronaba la Venganza, haciendo volar dagas de sombras y serpientes venenosas, intentando amedrentar a las figuras.

Era la hora de sacar todas las armas.

Había permanecido callada por demasiado tiempo, tolerando lo intolerable. Lo cierto es que no era una mala deidad por desearle la muerte a mi hermana, sino por no haberlo hecho antes. Estas personas... Merecían verdadera justicia. Redención y paz al morir.

— ¡Escuchadme, espíritus! — grité, al fin logrando zafarme del agarre de mi hermana, que salió despedida metros atrás —. ¡Necesito que me concedáis vuestro poder! ¡Ayudadme... ayudadme a traer a Katoptromanteion de vuelta a la vida!

Todas las voces se silenciaron de golpe.

Por un ominoso segundo, temí que me hubieran abandonado... Hasta que cientos de columnas de fuego fatuo se arremolinaron en torno a la oscuridad. Se adentraron en la brecha abierta con el Meikai, desgarrando la propia realidad para ayudarme.

Muchos de ellos cayeron en el intento, desintegrándose al contacto con el Infierno. Sus almas seguían atadas a Tisífone... Y les era imposible ir a un lugar que ella les hubiera prohibido. Sin embargo, otras perseveraron, atravesando la barrera en dirección al castillo de mi padre.

— ¡No lo permitiré! ¡Desaparece de una vez!

Esquivé la desesperada arremetida de la Venganza, tratando de ganar tiempo. No les defraudaría... Esas personas me necesitaban más que nunca. O quizá fuera al revés. A lo mejor era yo la que las necesitaba a ellas.

— Siempre lo entendiste todo mal, hermana — susurré, casi sin aliento —. Las almas de los condenados no están aquí para sufrir a nuestra merced... Nosotras nos debemos a ellas. Nuestro verdadero deber siempre fue servirles, ¡ayudarles a ser mejores!

Tisífone me encajó una patada en el estómago.

— ¡Eso solo son patrañas! ¡Yo nunca me arrodillaré ante nadie, y mucho menos frente a esos compulsivos pecadores!

Un destello plateado captó mi atención. Un objeto circular se precipitaba en nuestra dirección desde el aire, como si hubiera caído del mismo Cielo... Aunque procedía del Infierno.

Una sonrisa se me dibujó en el rostro.

— Pues ya es hora de que cambies, hermana.

Katoptromanteion se interpuso entre nosotras.

El Escudo del Reflejo Implacable aterrizó con un rugido, casi aplastando a mi enemiga en el proceso. Su superficie plateada, recubierta de runas y tallas centelleaba con luz celestial. En su centro, el Ojo de Horus se abrió de golpe, su iris clavado en la figura de la Tercera Erinia.

Sentí el espíritu de Marisa a mi lado, y musité un agradecimiento silencioso.

— Te daré una última oportunidad, Tisífone — proclamé, aferrando la empuñadura del escudo —. Aún no es tarde para que alcances tu propia redención. Sin embargo... ¡Debes aceptar en quién te has convertido!

El Wedjat respondió a mi voluntad, ondulándose hasta quedar convertido en una superficie prístina y espejada. Ante mis ojos, el color abandonó el rostro de la Venganza.

— ¿Quién es esa? — me interrogó, su confusa mirada perdida en las brumas plateadas de mi escudo.

Tomé aire, procurando adoptar un tono de voz tranquilizador similar al de mi hermano.

— Eres tú... El verdadero reflejo de tu alma.

Los ojos de Tisífone se desorbitaron de pura ira.

— ¡Mientes! — me acusó, con voz tambaleante —. Yo no soy así.

— No lo eras — la corregí —. Tus ansias de venganza te han conducido hasta aquí...

La Tercera siguió parpadeando, como si fuera incapaz de procesar la situación. Se llevó las manos a la cabeza, hundiendo los dedos en sus sienes.

Katoptromanteion refleja en lo que te has convertido — insistí, dando pequeños pasos en su dirección —. Este es tu presente... Mas el futuro aún no está definido. ¡Estás a tiempo de redimirte! ¡De enmendar tus errores!

Por un instante, la frialdad y dureza que gobernaban el rostro de Tisífone se vinieron abajo, mostrándome su verdadera cara.

Pequeñas lágrimas brotaron de sus ojos, al tiempo que su labio inferior temblaba sin cesar. Aquella ya no era la imagen de la Vengadora implacable que creía conocer... Sino de mi hermana. Una diosa caída en la locura, abocada a ella por la impotencia. Por la rabia de ver a los mortales cometer los mismos errores, siglo tras siglo, y no poder hacer nada para cambiarlos.

Y así borrar los oscuros deseos sanguinarios que en ellos palpitaban.

Sin embargo, la impresión solo duró un instante.

— ¡Estás intentando manipularme! — estalló, limpiándose las lágrimas con furia. Recompuso a duras penas su aire de crueldad, ahogando así mis últimas esperanzas de recuperarla —. No dejaré que ningún pecador escape... ¡Todos deben pagar!

Con un suspiro de resignación, dejé que mi poder fluyera hasta el Escudo del Reflejo Implacable. Lenguas de llamas blancas me envolvieron, ahogando las verdes flamas de Tisífone. El resplandor fue incrementándose poco a poco, hasta hacerse cegador.

— No me dejas otro remedio... ¡Tomaré tu vida, en nombre de aquellos a los que has hecho caer! — proclamé, aferrando mi arma con ambas manos, dirigiendo mi luz hacia la Venganza.

Porque al fin había comprendido una gran verdad: aquella ya no era mi hermana... Sino mi enemiga.

— Yo haré algo peor que eso... Te pudrirás por la eternidad — murmuró, deslizando un pequeño objeto en el interior de su mano.

Aunque en ese instante no pude verlo, era un cuño. Un pequeño objeto elaborado a base de puros diamantes, extraídos del pico más alto del Cielo de Júpiter. Con siete P grabadas en su base, untadas en tinta dorada... La mismísima Sangre del Demiurgo.

Si hubiera sabido lo que estaba a punto de suceder, habría preferido quitarme la vida.

En cambio, descargué todo el poder de Katoptromanteion sobre Tisífone, dejando que el blanco resplandor la redujera a cenizas, a la par que ella se abalanzaba sobre mí. En cuestión de segundos, todo terminó.

Lo que quedaba de la Tercera Erinia estaba de pie ante mí.

Piel y músculos se habían desvanecido... Solo quedaban retazos ennegrecidos de sus huesos, su rostro tornado en una calavera sonriente. Quizá os parezca que simplemente la había abrasado, pero nada más lejos de la realidad: el Ojo de Horus había devorado su alma.

— Hasta nunca, hermana — me despedí, dándole la espalda a su cadáver, encaminándome al portal de Prometeo. Tánatos y Casandra me esperaban...

Escuché cómo su esqueleto se quebraba con un chasquido, a la par que todas las almas una vez injustamente condenadas emergían de las ruinas de la Cámara. Por un instante, contemplé aquella imagen.

Los espíritus parecían despedirse de mí, irradiando su luz por última vez antes de adentrarse en las entrañas del Infierno. Les esperaba un destino cruel... Pero al menos ya no sufrirían la tiranía de Tisífone.

Al fin había liberado al que una vez fue mi ser más querido de su propia maldad. Porque a veces, por más que queramos a una persona, debemos enfrentarnos a ella. Y corregir su camino aún a costa de su vida.

Por desgracia, había llegado demasiado tarde. La locura y ambición de mi hermana ya no conocían límites, y pese a haber muerto, aún me reservaba una última sorpresa.

Eso lo supe cuando el antebrazo empezó a arderme, y estupefacta, contemplé aquella marca sagrada. Las letras entrelazadas parecían burlarse de mí, destellando con un cegador resplandor dorado.

— ¡No! — exclamé, desgarrándome la piel con las uñas, tratando de borrar el sello.

Sin embargo, fue inútil. Aquel emblema no solo estaba marcado a fuego en mi carne, sino también en mi mismísima alma.

Caí de rodillas, al tiempo que comprendí que ya no podría ayudar a nadie. Que no volvería a ver jamás a Alecto, o Tánatos. La luz que irradiaba de la marca se propagó por todo mi cuerpo, volatilizándome entre gritos de dolor.

Me aguardaba mi nuevo destino... El lugar en el que sería torturada eternamente: el Verdadero Purgatorio. Al final, el último castigo de mi hermana resultó ser el más cruel. Sin lugar a dudas, se fue honrando aquella monstruosidad en la que se había convertido.

Y es que gracias a ella, no volví a ver la luz del día.

***

Nota del autor: Os adjunto las siguientes posibles ilustraciones del escudo Katoptromanteion. ¿Qué os parecen? ¿Os lo imaginabais así? ¿Cuál es vuestra favorita? ¡Os animo a dejar vuestra opinión en comentarios, y muchas gracias por leer!

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