Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 61: La Mujer del Llanto

10:09 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.

Laura:

¿Cómo demonios habíamos llegado hasta este punto?

Unas horas antes estaba tranquila en el instituto, honrando la memoria de alguien que me importaba. De un hombre que siempre me ayudó. Aunque claro, como era de esperar, mi cabeza estaba en otra parte. 

Concretamente, en la maravillosa noche que Carlos y yo habíamos pasado juntos. 

Aún recordaba esos mágicos momentos, suspendidos en el tiempo, cuando el pelirrojo estaba dormido como un bebé en mi cama. Exhausto por todo cuanto habíamos hecho, ni siquiera había podido reunir las fuerzas necesarias para irse al acabar, tal y como siempre hacía. 

Como una tonta, lo había abrazado, apoyando la cabeza en su pecho, empapándome de la fragancia que recubría su cuerpo desnudo. Su olor siempre me había vuelto loca. 

Claro que luego había amanecido y todo se había ido a la mierda. 

Y ahora me encontraba de pie, tras haber emergido de las ruinas de un edificio. Con mi mejor amiga poseída por un espectro con sed de venganza, que para colmo había intentado matarme. La tormenta no paraba de rugir... 

¿Me dejo algo? ¡Ah sí! Cómo olvidarme de la diosa que se había hecho pasar por bruja, asesinando en el proceso a mi portero favorito, y que ahora estaba entre los brazos de Irene. Su piel se había quedado pálida a más no poder, salpicada de grietas por doquier. Fisuras que supuraban lo que quiero creer que era sangre, pero más bien parecía pura oscuridad.

Hasta ahí todo normal. 

Ya la cosa se empezó a poner rara en cuanto Hyalaris, la Lanza Cristalina de los Océanos, se materializó en mis manos. Forjada en la misma Atlantis y bendecida por Anfítrite, era un arma de hielo puro. Su hoja, afilada como un carámbano, parecía inquebrantable, y reflejaba la luz en un espectro de colores helados.

Además, su empuñadura estaba adornada con unas tallas en forma de coral de lo más adorables. 

Así que allí estaba, blandiendo un arma surgida de la nada, y cuyo nombre e historia conocía por razones que no alcanzaba a comprender. Con su filo apuntaba a la Mujer del Llanto, ahora atrapada en el interior de una esfera de agua. Que por cierto, también había invocado vete tú a saber cómo. 

Mi mejor amiga me observaba con los ojos como platos, casi sin poder creer lo que estaba viendo. 

— ¿Q-qué haces, Laura? — tartamudeó, dirigiendo la mirada al cuerpo inconsciente de Lorea, que flotaba a la deriva dentro de aquella celda acuática.

La adrenalina fluía por mis venas, propagándome cosquilleos nerviosos por ambos brazos. Un poder que me era desconocido palpitaba dentro de mí, llenándome de euforia. ¡Aquello era incluso mejor que los besos de Carlos! 

Por fin me sentía realmente viva. 

— No tengo ni la más remota idea... Pero no pienso parar — afirmé, blandiendo aquella lanza contra mi inerte rival. 

Todo había sucedido de repente. 

Sepultada bajo toneladas de escombros, aún tratando de asimilar la posesión de Lorea, había percibido cómo estaba a punto de morir. Solo unos tenues rayos de luz lograban atravesar aquellas ruinas, lo suficiente como para discernir la mancha de sangre que estaba cubriendo el suelo. Así como las múltiples heridas, cortes, laceraciones...

Y la viga de hierro que me atravesaba el estómago. 

Me vi envuelta en un cálido sopor, una sensación de paz que solo podía corresponderse con la muerte... Sin embargo, como era (y sigo siendo) una completa estúpida, reemplacé ese hermoso sentir con la imagen del rostro del pelirrojo. 

Así es, lo último que vi antes de sufrir una muerte clínica fue la cara de mi ex. Ese idiota violento y homicida que había vuelto conmigo gracias a una "poción de amor" que le había encargado hacer a una maldita diosa griega. 

¿Por qué había querido volver con él?

Supongo que, ante todo, porque se trataba de mi primer amor. Ya sabes, esa persona a la que ves un día, y de inmediato quedas flechada. Alguien a quien encumbras, del que te enamoras sin siquiera conocerlo. Que crees que nunca va a mirarte dado que tú eres muy inferior. 

Hasta que se fija en ti. Por un tiempo es amable, cariñoso, atento... Con él te das tu primer beso. Mientes a tus padres por primera vez en la vida para poder escaparte a verlo. A pasar la noche abrazada a su cuerpo cálido. O a ir a una casa a pie de playa, decorada con velas y pétalos de rosa para perder la virginidad. 

Pero no os engañéis: la vida no es una comedia romántica. 

Luego sale su vena violenta. Te manipula, te usa, y luego te deshecha como un trapo viejo para ir a por otra víctima. No puedes hacer nada por impedirlo, puesto que tus palabras son distorsionadas. Quedas como una ex celosa, y encima él se torna en mártir. Nadie te escucha, y al final te obligan a seguir adelante. No paras de oír que la vida sigue. 

Por más que intentes olvidarlo, nunca lo consigues. Siempre está ahí, presente, en el mundo real y en tu corazón. Sin importar lo que haga, o a quienes dañe, lo sigues queriendo. Incluso sabiendo que mató a su propio hijo, lo amas tanto que duele. 

Un día, se presenta borracho en tu puerta. 

Dice que está arrepentido, que se equivocó contigo. Que no ha podido olvidarte, y sabe que tú a él tampoco. Lo dejas pasar, y su hechizo se vuelve más poderoso que nunca. Crees poder cambiarlo. Y así una y otra vez. No puedes estar con nadie más, dado que se pone celoso si lo haces. Da golpes y te asusta, para luego pedirte perdón de nuevo. 

Solo puedes sentarte en tu cama y esperar a que toque tu ventana. Los días que no lo hace, te duermes llorando. 

Así que, cuando Eris se ofreció a atarlo a mí por siempre, ni siquiera me lo pensé dos veces. Si había un poder capaz de lograr semejante milagro, habría sido capaz de vender mi propia alma. O hacer un pacto con el Diablo. 

Carlos era mi obsesión. 

Justo por eso su maldita cara me vino a la mente, segundos antes de que mi corazón dejara de latir. Y luego... Cayó una gota. Seguida de otra, y otra más. 

Mis ojos volvieron a abrirse de golpe, el ritmo cardíaco estable de nuevo. 

Al principio no entendí lo que estaba sucediendo. Poco a poco, el dolor iba remitiendo, las fuerzas regresando a mi ser. ¿Era un milagro? ¿Quizá un dios que pasaba por allí había decidido salvarme?

Sin embargo, cuando miré el agua todo cobró sentido. El líquido, al entrar en contacto con mis heridas, las cerraba. Era una absoluta locura, pero estaba sucediendo. Los cortes se desvanecieron uno a uno, sin dejar cicatriz alguna. 

La viga se oxidó hasta convertirse en un montón de chatarra, y la abertura de lado a lado del torso que me había dejado en el estómago también desapareció. 

Más allá de eso, de pronto aquellas toneladas de piedra se me antojaron ligeras. A mí, que no había visto un gimnasio ni en fotos o hecho deporte en mi vida. La fuerza surgió de lo más profundo de mi mente, y antes de ser consciente de lo que hacía, ya me había levantado. 

Emergí de los restos de aquel edificio, tomando una bocanada de aire fresco. 

La lluvia torrencial seguía deleitándonos en todo su esplendor. Sin embargo, ya no me importaba mojarme. Reí bajo aquel aguacero, sintiendo la vida que emanaba de cada una de sus lágrimas, ebria de júbilo. 

Poco me duró la alegría. 

Para ser concretos, acabó al ver la pelea que se estaba desarrollando delante de mis narices. Eris e Irene, cada una desde un lado de la pequeña plaza, arremetían contra la Mujer del Llanto, la cual enarbolaba aquella dichosa Manzana Dorada. 

Al alzarla por encima de su cabeza, una esfera resplandeciente recubrió toda su figura. Los ojos de la diosa se desorbitaron. 

— ¡Irene, huye! — exclamó, apretando los ojos con fuerza. Segundos después, tres diminutas gotas negras se alzaron desde sus antebrazos. La deidad las manipuló frenéticamente, haciendo que se expandieran como tinta por el aire. Estaba creando, ¿un escudo de sombras?

Mas ya era demasiado tarde. 

El resplandor concentrado en torno a la figura de la Mujer estalló, arrasando el campo de batalla cuán una onda expansiva de puro oro. Como era de esperar, mi mejor amiga salió despedida por los aires, estrellándose contra la fachada del edificio más cercano. 

Y Eris... Su barrera resistió los primeros dos segundos. Luego las sombras se desintegraron, y ella también se fue a volar. 

Pese a todo, la delegada se levantó con una sonrisa, camuflada bajo una mueca de fastidio. Era extraño... Ella nunca ocultaba o reprimía sus emociones. No era de esas. ¿Qué mosca le habría picado?

— Para ser una diosa — comenzó, limpiándose un hilillo de sangre con el dorso de la mano —, eres una absoluta inútil. 

La Discordia, lejos de ofenderse, se puso en pie con una carcajada. 

— Ya veremos quién es la inútil cuando le haga morder el polvo... Me apuesto la Manzana Dorada a que acabo con ella antes que tú. 

Irene respondió con un gruñido. 

— Eso está por ver. 

Y sin más dilación, volvieron al ataque. 

Siendo compasivos con ellas, lo cierto es que eran lentas y torpes. De hecho, creo recordar que ambas cojeaban. A saber cuánto tiempo llevaban peleando así... A diferencia de su enemiga, que ni siquiera había sufrido un rasguño, aquel extraño dúo estaba muy debilitado. 

Lo suficiente como para recibir el golpe de gracia en cualquier momento. 

Mi mejor amiga arremetió contra Lorea, lanzándole una ristra de furiosos puñetazos. El espectro los esquivó uno a uno, con total tranquilidad, demostrando que sus arremetidas no le importaban en absoluto. 

Eris invocó otra de sus gotitas negras, y la moldeó para formar la silueta de dos hachas gemelas que blandió contra su enemiga. 

La Mujer, aprovechando el lapso de tiempo comprendido entre golpe y golpe de Irene, le propinó una patada a esta última, haciéndola caer de rodillas. Ante la cercanía de la deidad, liberó una nueva ola de luz dorada que le hizo perder sus armas, y rodar por el suelo varios metros. 

En resumen, otro fracaso estrepitoso. 

— Tantas risas, tanta palabrería... Pero a la hora de la verdad no sois más que cucarachas a las que aplastar — se burló el espectro, regodeándose de su victoria —. Os exterminaré de una vez por todas... No voy a permitir que arruinéis la venganza que he planeado por tanto tiempo. 

Busqué con la mirada a ambas mujeres. 

La diosa temblaba, tendida sobre el pavimento mojado. Un reflejo pálido se asomó a su muslo... El hueso de su pierna, expuesto a causa de la fractura abierta que había sufrido. En semejante estado, dudaba mucho que pudiera volver a andar. Por otro lado, el rostro de Ire estaba sumido en sombras. Su silueta inmóvil tampoco auguraba ninguna resistencia. 

Si tan solo hubiera podido hacer algo... Tenía que defenderlas de alguna manera. Aunque eso significara morir y no volver a ver nunca a Carlos. Puede que el pelirrojo fuera mi obsesión, pero Irene era mi mejor amiga. 

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que no había nada más importante que su amistad. Ella fue quien me levantó cada vez que caí, la que me observaba preocupada al ver cómo me torturaba con los desplantes de mi amante. La que me llegó a consolar toda la noche, junto con Lorea. 

Había llegado mi hora de pelear. Le devolvería el favor, defendiéndola a riesgo de mi propia vida. 

Entonces tuve la maravillosa idea de tomar las hachas que Eris había materializado antes de ser vencida. A ella ya no le servirían de mucho, no obstante, con esas armas en mis manos, dejaría de estar indefensa. Podría plantarle cara a aquel espíritu y salir airosa. 

Sin embargo, solo pude hallar una de ellas, situada a pocos palmos del cuerpo inerte de la deidad. Por más que me afané en buscar la otra, parecía haberse desvanecido en el aire. ¿Dónde diablos se había metido?

La sonrisa triunfal de la Discordia me dio la respuesta. 

— Tú eres la que será exterminada, Mujer del Llanto. ¡Irene, ahora! 

Mi amiga se puso en pie como una exhalación, cualquier signo de cansancio desvanecido, hundiendo el hacha restante en el estómago del espectro. 

Lorea retrocedió, su rostro contorsionado del dolor. Se extrajo el arma del vientre con un gemido, a medida que una cascada de sangre negra se vertía sobre el pavimento. Apoyó la espalda sobre la pared, respirando frenéticamente. 

La delegada se abalanzó sobre ella, sin importarle sus heridas, aprovechando aquel momento de debilidad para atacarla sin piedad alguna. 

Le propinó dos puñetazos y una patada en el estómago que la derribaron. Lejos de detenerse, tomó el hacha caída y la enarboló contra ella. Por más que su rival pugnó por escapar arrastrándose, resultó que no tenía ninguna oportunidad. 

Los ojos de Ire estaban bañados en un brillo desquiciado, un placer enfermizo que me dio ganas de vomitar. La oscuridad aleteaba en ellos, como si tuviera vida propia. 

— ¿Vas a alguna parte? — canturreó, atrapando el tobillo de la Mujer, arrastrándola hacia sí. 

El espectro se aferró a los adoquines, mas todo parecía indicar que se le habían agotado las fuerzas. Blandió la Manzana Dorada una última vez... Sin éxito, puesto que su enemiga se la arrancó de un puntapié, haciéndola rodar hasta el pozo. 

Al ver esto, Eris reptó en dirección a la fruta, ahogando exclamaciones de agonía. 

— ¿Creías que te dejaría salir de aquí con vida? — susurró Irene, cerrando las manos en torno al cuello del fantasma. 

Los ojos se me desorbitaron al ver lo que sucedió. 

Por un instante, volvió a ser Lorea. Aquel rostro demoníaco se transfiguró hasta adoptar de nuevo su apariencia original. Su melena pelirroja dejó de estar erizada, las lágrimas de sangre se tornaron en agua, e incluso el pentagrama se desvaneció. 

Al abrir los ojos, era ella. 

— Irene, prima... Soy yo. Estoy luchando aquí dentro — musitó, posando la mano sobre la mejilla de mi mejor amiga. Su mirada rebosaba la usual calidez que la envolvía —. Por favor, tienes que soltarme. Confía en mí, como siempre lo has hecho. Yo seré quien la venza... 

No pudo decir nada más, puesto que Irene le enterró el hacha en el pecho. Y no solo una vez. Continuó apuñalándola hasta convertir su torso en un amasijo sanguinolento. Lo peor de todo era la expresión de su rostro. 

Puro aburrimiento. 

— ¿En serio no se te ha ocurrido nada mejor que imitar la voz de Lorea? — inquirió, con el ceño fruncido, observando a su malherida prima —. Es el truco más viejo que existe... Y no pienso caer en él. 

— ¡Por favor Irene! Te juro que soy yo. Y puedo probarlo — insistió, con actitud suplicante —. ¿Acaso la Mujer del Llanto podría saber lo que sucedió aquel día, en el acantilado? La forma en que te lanzaste a salvarme... Nunca podré agradecértelo lo suficiente. 

Por un segundo, Irene dudó. Sus cejas bajaron de golpe, e incluso esbozó una pequeña sonrisa soñadora. Relajó los brazos, y pareció disminuir la fuerza que ejercía contra ella. Hasta que el instinto asesino regresó, en todo su esplendor. 

Pude verlo en la forma en que se le dilataban las pupilas, el ligero hilillo de saliva que le resbalaba por la comisura del labio. Ansiaba herir, matar, torturar... ¿Esas eran las sombras de las que Eris habló?

Luego, le rebanó el cuello. 

— Buen intento — admitió, su cuerpo temblando al sufrir... ¿un escalofrío de deleite? —. Pero mucho me temo que a estas alturas ya no me importa quién seas. Solo quiero verte morir. Presenciar cómo agonizas en tus últimos segundos de vida será un placer para mí. 

No podía dejar que esto sucediera. 

Ire había perdido el control por completo... No sabía qué demonios le estaba pasando, y sin embargo, estaba a punto de matar a su ser más querido. Tenía que detenerla antes de que hiciera algo que lamentara por siempre. Porque, si quedaba la más mínima posibilidad de que Lorea siguiera ahí dentro, merecía la pena luchar por ella. 

— ¡Irene, para! — exclamé, atrayendo su atención, y la de Eris, cuyos dedos ya prácticamente rozaban la Manzana Dorada. 

Así, señoras y señores, cometí el peor error de mi vida. Y mira que la he pifiado muchas veces... Pues esta vez me llevé la palma. 

En cuanto mi amiga apartó la mirada del rostro de "Lorea", este volvió a transformarse en el de la Mujer del Llanto. En ese reducido lapso de tiempo, la fruta sagrada de la Discordia voló de vuelta a sus manos, a medida que todas sus heridas se cerraban de golpe. 

El pentagrama invertido de su frente relució con luz ambarina, antes de proyectar un tornado de llamas que engulló la figura de la delegada. 

— ¡Eres imbécil! — me recriminó Eris, haciendo que me encogiera de la vergüenza —. ¿No te das cuenta de que estábamos a punto de acabar con ella?

El espectro se giró en su dirección, exhibiendo una macabra media sonrisa. 

— Tú lo has dicho, ama... Habéis estado a puntito — ronroneó, acariciando la pulida superficie de la Manzana Dorada. 

Para de inmediato proceder a dirigir su resplandor contra la diosa, haciéndola levitar un par de metros en el aire. Por más que la Discordia forcejeó y se debatió, nada pudo hacer ante aquella luz dorada que se arremolinaba en torno a ella. 

— Te he roto una pierna, y aún así sigues moviéndote. Parece que nunca aprendes la lección, querida. Voy a tener que romperte la otra también para que aprendas a respetarme.

Con un ligero giro de muñeca, la rodilla de Eris se flexionó... En sentido contrario.

Los alaridos de dolor de la deidad se vieron aplacados por un sonido que su propio cuerpo emitió. En concreto, el que hizo cuando aquel destello la hizo descender a toda velocidad, hasta estrellarse y partir el suelo de adoquines. 

Y en cuanto la nube de cenizas que había cubierto a Irene se disipó, pude comprobar con espanto que ella no se encontraba en mejores condiciones. La mitad de su rostro había quedado calcinada por completo. Sus bellos rasgos faciales estaban desdibujados por las llamas, la piel ennegrecida. El ojo derecho convertido en una cavidad vacía. 

La Mujer del Llanto me observó con una sonrisa de satisfacción. 

— Te debería dar las gracias por tu inestimable ayuda, señorita. De no haber sido por ti... A ver, no me habrían podido matar, pero al menos me has ahorrado varias puñaladas más y un momento de revelación dramático — añadió, esbozando un ligero mohín —. Además, para qué negarlo... Interpretar el papel de niña buena me estaba poniendo los pelos de punta. 

Retrocedí un par de pasos, valorando mis posibilidades. Podía intentar correr, escapar por el hueco que había dejado el edificio que se me había caído encima. Sin embargo, eso implicaría abandonar a Eris e Irene a su suerte.  Siendo sinceros, la diosa no me importaba lo más mínimo, pero mi mejor amiga era harina de otro costal. A ella no la dejaría sola por nada del mundo. 

Ni siquiera por un maldito espectro satánico. 

— A modo de agradecimiento, te daré una muerte rápida.

Me puse recta, tratando de disimular el temblor que se había apoderado de mis piernas. 

— ¿Q-qué les harás a ellas? — murmuré, deteniendo la mirada en la figura de Irene. 

Había empezado a gemir de forma casi inaudible, de la que se arrastraba hacia la Discordia. La carcajada siniestra de la Mujer atrajo mi atención de nuevo. 

— A ellas me las guardaré para más tarde... Tengo pensadas un par de torturas — concluyó, alzando la Manzana Dorada. La fruta resplandeció como si de un sol en miniatura se tratara, inundando la plaza con su resplandor. Pude ver con claridad cómo me la lanzó, trazando un arco certero en dirección a mi pecho. 

Y entonces sucedió. 

La lluvia dejó de describir una trayectoria vertical, e ignorando las leyes de la gravedad, formó un remolino en torno a mi mano derecha. La tempestad se fue intensificando, repeliendo el impacto del artefacto divino. 

— ¡¿Qué es esto?! — exclamó la Mujer, tratando de concentrar las flamas de su pentagrama. 

Le faltaron unos pocos segundos. 

De haber transcurrido ese tiempo, quizá habría podido evaporar el líquido que me rodeaba, antes de que alcanzara a cobrar forma. Habría sido mi final, y el de mis amigas. Eventualmente, nuestra caída habría provocado que el resto muriera, y chafado de mala manera los planes de Prometeo. Aunque eso a Él le habría alegrado... 

Pero dejémonos de supuestos.

Dado que eso no sucedió, el agua se congeló, formando la silueta de Hyalaris. La lanza legendaria, forjada en el abismo más profundo del océano, renacida por el poder de aquella tormenta.  

Y por la fuerza del alma que albergaba. Claro que de eso todavía no sabía nada. 

Lo siguiente que recuerdo, es estar sosteniendo aquel gigantesco carámbano, blandiéndolo contra el espíritu. Con un solo gesto, el aguacero se desvió en dirección a mi enemiga, formando hilos cristalinos que la desarmaron con rapidez. Sin ser consciente de lo que hacía, el patrón fue tornándose más complejo, creciendo a una velocidad vertiginosa. 

Antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, la Mujer estaba atrapada dentro de una perfecta esfera acuática. Cada gota de lluvia que caía se unía a la estructura, engrosando sus muros.  

La verdadera pregunta era, ¿qué demonios podía hacer ahora?

***

Nota del autor: A continuación os adjunto algunas posibles ilustraciones de Hyalaris, la lanza que Laura está empleando... ¿Cuál es vuestra favorita? ¿Y qué os ha parecido este capítulo? ¿Os veíais venir este giro? ¡Muchas gracias por leer!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro