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Capítulo 57: Más allá de la Muerte

09:37 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.

Eris:

Mi querido padrastro no había cambiado en absoluto.

Tal como recordaba, apenas aparentaba los diecisiete años... Y parecía un maldito adolescente emo salido de una convención de cómics. 

Su cabello negro lucía ligeramente desaliñado, despeinado hasta el absurdo. Además, podría haber jurado que todo su vestuario estaba compuesto de cuero. Desde las botas militares, pasando por unos pantalones ceñidos (que no le quedaban nada mal), hasta llegar a aquella chaqueta con parches y cremalleras plateadas.

Las uñas pintadas de negro, sus ojos perfilados con kohl, y una piel tan pálida como la de un vampiro. Numerosos aros le atravesaban la oreja izquierda, completando su extravagante apariencia. 

Si Cronos lo viera hoy en día... Seguro que le daba un infarto.

Aunque hay que admitir que aquel mocoso malcriado por lo menos era sexi. Para mi gusto algo delgado, pero con músculo en las zonas apropiadas. A pesar de todo, seguía sin entender que vio mi madre en él... Era un dios inmaduro e impulsivo. Y para colmo casado. 

No la merecía a ella, ni a las lágrimas que derramó por él.

Se me escapó una risita burlona al reparar en su nariz fracturada. Su bello rostro de porcelana quedaba desfigurado por la trayectoria desviada del puente de su nariz. ¡Y adivinad quién era la responsable!

Por los dioses... Aquella vez le di bien fuerte con la Manzana Dorada, en toda la cara, en pleno Olimpo. ¡Qué cara puso Zeus! Pero bueno, así Hades se lo pensaría un par de veces antes de volver a disgustar, engañar y abandonar a la diosa equivocada. Tal vez la odiara, pero con mi madre no se metía ni Gea. 

Salvo yo. 

— ¡Mamá! — exclamé, poniéndome firme con los brazos en jarras —. ¿El Tártaro te ha nublado el juicio? Puedo entender que llevas una eternidad sin acostarte con nadie... Pero espero, por tu bien, que no hayas vuelto con este imbécil.

Las mejillas de Nix se encendieron, sus labios entreabriéndose para soltar una réplica compuesta a base de tartamudeos. Hades se cruzó de brazos, con una expresión de diversión plasmada en su rostro.

— ¡Vaya, Nix! En tu explícito relato omitiste el detalle de que no habías estado con ningún ser más que yo... — señaló la deidad, con voz ronca. 

Por los ojos desorbitados de mi progenitora y la vergüenza que anegaba su mirada, supe que había metido la pata. ¿Qué mentiras le habría contado a su ex? ¿Y con qué propósito...? Esperaba que no fuera para ponerlo celoso. Madre mía... Mi frágil salud mental no aguantaría que estos dos se enredaran otra vez. 

Ante mi mirada furiosa, el soberano del Meikai tomó la palabra.

— No hemos vuelto. Todavía — se apresuró en aclarar, con una pícara sonrisa torcida.

Mi madre le recompensó con un generoso puñetazo en el brazo.

— Podría decirse que nuestros caminos se cruzaron por casualidad... — añadió, con una vaguedad previamente calculada. 

Se dispuso a decir algo más, pero la corté de inmediato. Lo siento, pero no necesitaba saber los detalles de su reencuentro divino. Además, si mi instinto no me estaba fallando (y nunca lo hacía) intuía que no habría sido una reunión con pastas y té. Yo habría apostado por algo un poco más... Fogoso. 

Ya me entendéis. 

— ¿A ti no te habían asesinado? — repuse, desviando la conversación —. Presencié en directo cómo Robespierre te guillotinaba. 

Hades se encogió de hombros, jugueteando con la visera de su yelmo. 

— Conociéndote, seguro que te alegraste, querida Eris. 

Esbocé un pequeño mohín con los labios. ¿Por qué le gustaba tanto a este dios hacerse la víctima? Siempre lágrimas por aquí, Perséfone por allá... Era insufrible. Qué aprendiese a lidiar con sus traumas solito de una maldita vez. 

— En respuesta a tu pregunta — continuó él, ajeno a mi hastío —. Debo decir que estoy muy decepcionado... Al final, el mítico Tártaro no ha sido rival para mi Yelmo de Sombras. Logré llegar a esta celda en cuestión de minutos. Y desviar tu Thymos hasta aquí también fue un juego de niños — proclamó, hinchando el pecho de orgullo.  

Justo cuando me disponía a soltar una réplica hiriente, mi madre me interrumpió, cargándose el momento de la que observaba al dios con avidez mal disimulada, recorriendo su figura de los pies a la cabeza. ¿En serio se lo estaba comiendo con los ojos delante mía?

Ahora sí que le había perdido todo el respeto. 

— Ya va siendo hora de que te vayas — me anunció, haciendo un gesto teatral hacia la puerta de la celda —. Yo no puedo cruzarla... Pero te ayudará a comunicarte con la Tierra de nuevo, a resurgir en el plano mortal. 

Enarqué una ceja.

— ¿Es que queréis intimidad? — insinué, paseando la mirada por la habitación, y fijándola en la cama decrépita —. Seguro que chirría bastante. Aunque eso ya lo habréis averiguado, ¿verdad?

Mi madre procedió a ponerse roja como un tomate, y el dios del Infierno se rio con ganas... Antes de darle un fugaz beso en la mejilla a mi progenitora, que lo apartó de un empujón casi de inmediato.

Y digo casi, porque, por un segundo, pude ver cómo ella cerraba los ojos, disfrutando de aquel breve roce... Hasta que se acordó de que estaba delante. 

— Por mí estupendo. No tengo problema en revivir ciertas experiencias pasadas... — comentó el dios, tomando también asiento sobre el colchón, buscando la mano de Nix con la suya.

La diosa huyó al otro lado de la habitación, apoyando la espalda contra la ventana. 

— ¿Como la última vez que estuvimos juntos? — replicó Nix, torciendo el gesto —. Si mal no recuerdo, estábamos abrazados en tu cama cuando Zeus entró al dormitorio... Y del brazo llevaba a Perséfone, a quien anunció como tu nueva esposa. ¡Y tú te levantaste desnudo a recibirla con dos besos! — le reprochó. 

Hades cruzó las piernas, observándola con renovado interés. 

— ¿Sigues estando celosa? — la provocó, logrando que se enfureciera todavía más —. Ya te conté lo que había pasado... Sabes que ella no significa nada para mí. 

Esto ya era demasiado. Por todo el Olimpo, ¡esta situación parecía sacada de una telenovela! Y por más que disfrutara de aquel cotilleo, había que atajar esto de raíz. 

Solo con mirar de reojo a mi madre bastaba para ver lo alterada que estaba: su respiración entrecortada, mejillas sonrosadas, seriedad aparente que no lograba enmascarar la pasión que sentía... Desde aquí mismo podía percibir cómo sus latidos se habían acelerado. ¿Tan enamorada seguía estando?

Daba asco ver a estos dos juntos. 

— Hacedme un favor: hagáis lo que hagáis, no vuelvas a quedarte embarazada. No podría soportar una Cuarta Erinia — resoplé, dando por perdida la cordura de mi progenitora.

La nueva carcajada de mi estimado dios emo se vio ahogada por las palabras de Nix, cargadas de forzada indignación.

— Nada de eso — resopló, alzando la cabeza con vanidad —. ¿Crees que yo sería capaz de volver con alguien que me traicionó así? No pienso dejar que se acerque a mí. Mucho menos que me ponga un dedo encima. 

Así que ahora era un asunto de orgullo... Nadie ganaba a mi madre en eso. Si en serio Hades quería recuperarla, le iba a costar mucho tiempo, sudor y lágrimas. Aunque lo dudaba bastante. 

Este olímpico en particular no se tomaba nada en serio. 

— Te deseo suerte, estimado padrastro. Vas a necesitarla para aguantar a mi madre... Que para tu información, sigue loquita por tus huesos — revelé, deleitándome con la mueca de enfado de la diosa de la Oscuridad. 

— No me cabía ninguna duda — respondió Hades, dirigiéndole una larga mirada a su antigua prometida. 

Ella se dispuso a replicar de nuevo. No obstante, estaba loca si creyó que le daría tregua. Resulta que hacerle sufrir con este tema era más satisfactorio de lo que jamás habría creído. 

— Solo fíjate en cómo te mira... Parece que quiera abalanzarse sobre ti aquí mismo — concluí, con una sonrisita burlona. 

Sin más dilación, me dirigí hacia la puerta de salida, dándole la espalda a mi querida madre y su amante gótico. Ya me había divertido bastante con ellos. Era hora de enfocarse en asuntos más urgentes. 

Con cierto esfuerzo, los aparté de mis pensamientos, a medida que me esforzaba por recordar el aspecto de la plaza, las heridas que surcaban mi cuerpo, la posición en que había caído... Cada detalle contaba.

Con un gemido de agonía, recurrí al poder de la oscuridad que me formaba, sintiendo cómo aquella materia primigenia se resquebrajaba, causándome una convulsión, liberando el poder que necesitaba para escapar de aquel tormento.

Mi tez se tornó más pálida, y una diminuta grieta se abrió en mi antebrazo.

Una sola gota negra se alzó en el aire, procedente de aquella herida. La oscuridad se fue expandiendo en el aire, como una mancha de aceite, dando vueltas hasta formar un vórtice que me engulló en cuestión de segundos.

— Hija — me llamó Nix, captando mi atención por última vez. Hades le estaba pasando el brazo por encima de los hombros, coqueteando con ella. Vistos así, desde la distancia, de pronto se me antojaron adorables. ¿Era malo admitir que hacían buena pareja? Añoraba la felicidad de mi madre en aquella época... —. Te quiero.

Abrí la boca para responderle, mas el odio acabó ganando la partida. No la había perdonado, al menos por ahora: una eternidad de rencor no se desvanece tan fácilmente. Por desgracia, en aquel entonces no sabía que sería la última vez que la vería. Al menos, en todos los niveles de la existencia que conocía hasta la fecha. 

Giré el pomo de la puerta, y dejé que aquella tempestad me engullera, llevándome de vuelta al plano terrenal. Estaba lista para enfrentar lo que fuera... 

O a quien fuese.

*** 

09:47 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.

Cronos:

Si me lo preguntáis, no sé cuánto tiempo pasó.

Los recuerdos de aquellos minutos, o quizá horas, están desdibujados, sepultados en lo profundo de mi mente. A veces algunos retazos se liberan en forma de aterradoras pesadillas, en las que me viene a la mente el sonido de la lluvia repiqueteando. Mis manos amoratadas aferrándose con fuerza a los adoquines.

Semyazza gimiendo. Golpeándome, haciéndome todo tipo de atrocidades. Yo retorciéndome de asco, tratando de escapar, queriendo vomitar. Pero mirándolo con una sonrisa, reclamando su atención. 

La primera memoria que conservo nítida, es la del ángel vistiéndose. Su rostro mostraba una mueca de satisfacción y desahogo, un placer repugnante, a medida que se recolocaba su ropa empapada. Aunque yo no lo sabía, su ego había crecido considerablemente. 

Sin embargo, ya nada me importaba. 

Se podría decir que estaba sufriendo mi tormento particular. Como ya os he comentado, no podía recordar lo que él me había hecho. Sin lugar a dudas, aquel pequeño detalle debía ser cortesía del Caído. No obstante, también me había dejado algo más. 

La sensación de sus manos recorriendo mi piel, de aquellos besos forzados, de sus dientes hundiéndose en mi carne... Seguía ahí. 

Pese a que no me estaba poniendo un dedo encima, era como si siguiera haciéndolo. Esos repulsivos instantes se repetían en bucle en mi mente, imposibilitando cualquier forma de evasión. 

Si cerraba los ojos, era como si continuara a su merced. 

Una vez se hubo colocado la última deportiva, se giró para mirarme por última vez. Ahora que su influencia sobre mí se había desvanecido, las lágrimas rodaban por mis mejillas sin control alguno. 

Violentos temblores me sacudían, haciendo que la primera capa de mi expuesta dermis se desgarrara contra la piedra. Sollocé, y un alarido gutural escapó de mis labios partidos. Mas no era suficiente. Nada nunca lo sería como para aliviar este sufrimiento. 

Entonces lo vi.

Unos metros más adelante, Félix me observaba con los ojos muy abiertos. Su semblante pálido, labios entreabiertos, lloro silencioso... Decían más que suficiente. Puede que Semyazza lo hubiera inmovilizado, pero su mente seguía activa. Y a juzgar por su actitud, lo había visto todo, lo que solo me hizo sentir más miserable. Más patético. 

Al verme en semejante estado, el ángel se carcajeó.

— No seas así, Señor del Tiempo... Hemos pasado un muy buen rato juntos. Me atrevería a decir que tú eres el que más ha disfrutado de los dos — se burló, agarrándome del cuello y estampándome contra la pared con estrépito. Cada uno de mis huesos crujió, el frío aire acariciando mi piel enrojecida.

Una voz conocida hendió el aire.

— ¡No, Cronos! No dejes que te engañe... ¡Lucha! — me espoleó, tratando de infundirme ánimos. 

— ¡Silencio! — clamó Semyazza, fijando su mirada violeta en él —. No eres más que un prisionero, un mero receptáculo... Aprende cuál es tu lugar o lo lamentarás. 

Los ojos del rubio se tornaron blancos por un segundo. Pensé que allí acabaría todo... Nada más lejos de la realidad. Félix reunió la fuerza necesaria para imponerse a aquel trance, su rostro marcado por una determinación que hizo retroceder al mismo Caído. 

— Amo, ¿eres tú? — susurró, impresionado.

Por mi parte, al fin lo admití. Me di cuenta de que, sin importar las penalidades que Prometeo me impuso, o lo mucho que hubiera intentado convencerme, nada había cambiado. Aquella ilusión me hizo temer lo que sentía... Pero ahí estaba, el chico del que me había enamorado. 

No obstante, de nada sirvió el amor en esta ocasión.

Mi sufrimiento solo se intensificó, al darme cuenta de que Semyazza me lo había arrebatado todo. A causa de lo que acababa de hacerme, jamás podría estar con Félix. No como me gustaría. Su presencia jamás podría llenar el desolador vacío que se había apoderado de mi pecho. 

Sencillamente, hay un tipo de dolor que no se desvanece, ni siquiera se suaviza. Permanece ahí, al igual que el primer día, imperturbable. Nunca podría superarlo. 

Al final, resultó que esta tortura era lo único que resistiría el paso del tiempo. 

— D-déjalo en paz — susurró Durand, armándose de valor pese a su precaria situación —. ¿No es a mí a quien quieres? Llévame y déjalo a él vivir. Haré lo que desees — le suplicó.

Pero el ángel solo continuó riéndose.

— Veo que alguien está celoso... No te preocupes, joven Félix. Ahora tú tendrás toda mi atención — le aseguró, soltándome al fin, relamiéndose los labios.

Mi libertad solo duró dos escasos y dolorosos segundos. Tiempo suficiente como para saber, que no podría seguir viviendo así, con estos dedos invisibles profanando mi cuerpo a cada segundo. 

Si no lo hubiera ejecutado él, yo mismo habría hecho los honores. 

— Aunque ha sido muy divertido robarte la virginidad — prosiguió el Caído, con tono ligero —. Eres un estorbo para nuestros planes. Siempre lo serás... Al menos, mientras respires. 

Sin que pudiera o quisiera oponer resistencia alguna, su ala derecha me atravesó limpiamente el abdomen, dejándome clavado a la pared.

— ¡NO! — exclamó Félix, rompiendo él también a llorar, braceando con desesperación en mi dirección.

No obstante, yo se lo agradecí en silencio. El dolor retornó con toda su fuerza, las heridas que habían sido selladas reabriéndose con un gorgoteo. La sangre manó de forma abundante, tiñendo el muro de rojo. Me alegré de que así fuera.

Al menos aquel sufrimiento físico me hizo olvidarme de lo roto que estaba por dentro.

— Hora de irse — anunció el ángel, cargando a Félix entre sus brazos. Extrajo su ala de mi torso agujereado, dejando un par de plumas metálicas de recuerdo. 

El rubio muchacho se retorcía y forcejeaba débilmente, negándose a perderme de vista.

— ¡Cronos! — gritó su maltrecha voz haciéndose eco de la tormenta.

El ángel saltó desde el borde del mirador, batiendo sus alas, rompiendo la barrera del sonido. En cuestión de segundos, ambos se convirtieron en un punto lejano, una mancha desdibujada en la distancia. Lo observé alejarse con angustia, sabiendo que acababa de perder al amor de mi larga e inmortal vida. Al fin, cerré los ojos. 

Solo quería morirme de una vez por todas. 

***

Nota del autor: Os adjunto cuatro posibles ilustraciones del personaje de Hades. ¿Era así como me lo imaginabais? ¿Cuál es vuestra preferida? ¡Os agradeceré que me dejéis vuestra opinión en comentarios! Y como siempre, ¡muchas gracias por leer!

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