Capítulo 55: El Tiempo y el Recuerdo III
09:30 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.
Cronos:
Espoleado por este pensamiento, analicé la situación que me rodeaba, e hice acopio de mis últimas fuerzas. Aprovechando la oportuna distracción de mi enemigo (por fin el tabaco sirvió para algo), canalicé mis energías restantes hacia la hoz, logrando que flotara de vuelta a mis manos.
Sin dejarle tiempo de reaccionar, me abalancé sobre el ángel, propinándole un fuerte golpe en toda la cabeza, lo que lo hizo retroceder. La sorpresa en su rostro era tangible al palpar las pequeñas heridas que le había causado en la frente.
Y yo solo acababa de empezar.
Invertí la trayectoria de la lluvia, creando una cortina de agua que nos envolvió a ambos.
— ¿Qué pretendes? — gruñó el ángel.
Me limité a sonreír como un lunático.
— Acabar contigo.
De un giro de muñeca, el líquido se precipitó sobre él, envolviendo sus brazos y piernas, encadenándolo. Sin perder tiempo, disminuí el movimiento de sus átomos hasta detenerlo por completo, causando que el agua se congelara.
— ¡Maldito seas! — exclamó Semyazza, pugnando por liberarse de mi cárcel de hielo. Sin embargo, le sería imposible. Ahora que había alcanzado el cero absoluto, esa escarcha había dejado de ser incluso un sólido, para convertirse en una trampa invulnerable.
Negué con la cabeza, siendo ahora yo el que se estaba divirtiendo, pese al dolor que amenazaba con derribarme en cualquier momento.
Usando la guadaña a modo de bastón, acorté la distancia que nos separaba.
— ¿Sabes? Al final tenías razón. El tiempo acaba con todo — admití, logrando que los ojos de mi rival se desorbitaran —. Y ahora, va a destruirte a ti.
Era el momento de asestar el golpe de gracia.
— Si yo fuera tú, Cronos, no cantaría victoria tan rápido — me amenazó, el brillo violeta de sus ojos incrementándose.
Cometí el error de conectar mi mirada con la suya. Aunque no lo sabía, mi vida estaba a punto de cambiar para siempre, y todo por culpa de ese maldito gesto.
Pero no me di cuenta de nada... Estaba muy ocupado acelerando el flujo de átomos de las ruinas que nos rodeaban, hasta hacerles alcanzar una velocidad relativista. Y es que, según la teoría de la Relatividad General de Einstein, cuando las partículas constituyentes de la materia alcanzan este tipo de velocidades, cercanas a las de la luz, sus propiedades cambian radicalmente.
Su masa se transforma en energía.
Aquellos montones de piedras, maltratados por la fuerza de la decadencia del ángel, pasaron a ser afiladas esquirlas de pura luz, que apunté en su dirección. Las agujas lo dejaron rodeado, suspendidas a centímetros de su piel desnuda.
— No vayas a olvidar esto, Ángel del Recuerdo — proclamé, sonriendo al ver cómo la ironía enfurecía al alado —. El Tiempo siempre tiene la última palabra.
Dicho esto, concentré todo aquel resplandor en su dirección. El impacto hizo pedazos el hielo, y los haces de luz atravesaron la figura de Semyazza, que gritó de dolor. Su negra sangre brotó a borbotones de los agujeros que fui abriéndole en brazos, piernas, abdomen...
Los impactos se sucedían uno tras otro, en un ciclo interminable que lanzó por los aires a mi oponente, a medida que era empalado sin piedad. Sus alas estallaron en un remolino de plumas negras, y su rostro quedó calcinado e irreconocible.
Finalmente, su cadáver se desplomó sobre el suelo de la plaza, tendido de espaldas. La respiración irregular que hacía ascender su pecho con frenesí se detuvo, dando paso al silencio de la muerte. Por un segundo, incluso me dio la impresión de que la tormenta se detuvo, los primeros rayos de sol filtrándose tras la cortina de nubes.
La batalla había terminado. Pero, ¿a qué precio?
Caí de rodillas, esforzándome por hallar aliento. Mi visión era borrosa, hasta el punto en que solía podía apreciar el gran charco carmesí que me rodeaba. Llevé las manos a mis heridas, queriendo invocar mi poder, solo una vez más.
Necesitaba curarme, pues aún quedaban cuatro Caídos más a los que hacer frente. Tenía tantas razones para vivir... Y mal que me pesara, muchas de ellas incluían a aquel chico de pelo rubio al que había maltratado minutos antes.
Como si mis pensamientos lo hubieran invocado, Félix gimoteó de fondo, intentado alertarme de algo. O mejor dicho, de alguien.
Al final, lo conseguí. Una clepsidra espectral cobró forma en el aire, revirtiendo el curso del tiempo. El aire aleteó a mi alrededor, cargado de energía. Ello debería haber bastado para cerrar todas mis heridas, haberme devuelto las fuerzas que poseía justo antes de la pelea.
En cambio, nada sucedió.
Era incomprensible. ¿Acaso mis poderes no funcionaban? ¿Habría agotado todas mis energías al matar a Semyazza? Las preguntas y posibilidades martilleaban mi mente, sucediéndose una tras otra, abstrayéndome por completo.
Encontré las respuestas que buscaba segundos después, cuando una flecha de pura luz se hundió en mi hombro, arrancándome un jadeo. Solo entonces me percaté de la neblina negra que me rodeaba.
— Lo que tú haces, y tanto esfuerzo te cuesta, yo lo deshago en segundos — clamó una voz conocida, suspendida en el aire.
Alcé la vista, atónito, para encontrarme con la sonrisa burlona del líder de los Grigori. Batía sus negras alas, indemnes pese al ataque que había recibido, y blandía un arco conformado por un resplandor violeta, a juego con sus ojos.
Su falso cadáver se había desvanecido.
— No puedes hacer retroceder el tiempo cuando la decadencia entra en juego. Ahora, tu poder ha quedado anulado.
A modo de respuesta, me limité a tartamudear, presa de la confusión.
— ¿C-cómo?
— ¿Pensaste que sería tan sencillo vencerme? Si en serio creíste que aquella ilusión era real, tu mente es mucho más débil de lo que esperaba. Esto de ser mortal no te sienta nada bien.
Traté de alzar las manos una última vez, mas no tuve oportunidad.
El ángel aterrizó con un sonoro golpe, haciendo añicos el suelo, y embistió contra mí usando su arco. La luz violácea ardió al contacto con mi piel, haciéndome retroceder a empellones hasta arrinconarme contra la pared más cercana. Cerró su mano en torno a mi cuello, alzándome hasta que las puntas de mis pies dejaron de tocar el suelo. Antes de que lo dijera, lo supe.
Sin fuerzas para pelear, y privado de mis poderes, mi derrota era indiscutible. Me encontraba a merced del enemigo.
— ¿Qué puedo hacer contigo, Cronos? — me preguntó Semyazza, con un cierto aire juguetón.
No me digné a responder. Encajaría la muerte con el poco honor que me quedaba.
— Te has burlado de mí. Has intentado humillarme. Así que ahora te destruiré...
— Solo acaba con esto de una vez — musité con rabia, alzando la cabeza, preparándome para recibir la estocada final.
En cambio, el Caído estalló en carcajadas.
— ¡Matarte sería demasiado fácil! — exclamó, provocándome un escalofrío de terror —. Te han derrotado y asesinado tantas veces ya, que creo que se ha vuelto una costumbre — bromeó, una sombra cruzando sus ojos —. No... Tengo pensado algo especial para ti.
Sin más dilación, me tomó del cuello de la camiseta, poniéndome en pie de un tirón... Y unió sus labios con los míos en un beso inesperado. Más bien, los estrelló sin miramientos, con una actitud salvaje que me hizo estremecerme.
Me apretó contra la pared, arrancándome un gemido a medio camino entre el dolor y placer, hasta dejarme sentir la presión de su entrepierna. Hundió sus largos dedos en mi cuero cabelludo, y con un leve giro de su muñeca, me forzó a abrir los labios, a corresponder su maldito beso.
Su lengua experta acarició la mía en un suave vaivén a medida que el Caído profundizaba el contacto, jugando, incitándome a hacer lo mismo.
Por espacio de unos segundos, aquella danza se tornó profunda, grave... La forma en que sus labios buscaban los míos, absorbiéndolos sin piedad, despertando toda clase de sensaciones que trascendieron el dolor, se me antojó romántica, incluso.
No en vano era mi primer beso.
— Tengo entendido que el Señor del Tiempo nunca pudo hacer un hueco en su agenda para los romances... — musitó, su voz convertida en un susurro siniestro que acabó con cualquier atisbo de placer —. Ni un solo beso o amante. Eres inexperto en lo referente a los placeres físicos... Esa es tu debilidad. Tanta hermosa carne... Virgen. Aunque por poco tiempo ya.
Ahí empezaron las náuseas.
Me retorcí, buscando escapar de su repugnante abrazo. Pero él era más fuerte que yo, y no le costó doblegar mi voluntad, inmovilizando mis muñecas, y silenciándome de un cabezazo que me dejó aturdido.
Intenté cerrar los ojos, evadirme de aquel terrible instante... Y Semyazza me obligó a abrirlos con brusquedad, interrumpiendo nuestro beso por espacio de unos breves segundos.
— Quiero que sea mi rostro lo último que veas — jadeó, mordiéndome el labio inferior, introduciendo sus dedos en las heridas de mis muñecas — ¿Sabes? Podría matarte. Pero creo que esto te hará sufrir más... No te resistas y déjate llevar. Será mejor para ti.
Desgarró mi cavidad bucal con sus incisivos. Tuve que soportar cómo se restregó contra mí, cómo profanó mi boca sin piedad con su lujuria. Hasta que empezó a hacer cosas peores. Las arcadas me llenaron de súbito al percibir el tacto de sus labios sobre mi piel desnuda, desgarrando mi ropa, recorriendo mi cuerpo con sus manos manchadas de sangre.
Aquel contacto... Era repulsivo. Me daba asco. Y él lo notó.
— No me gusta nada que os resistáis... Ya que tenéis la suerte de estar conmigo, lo menos es que estéis agradecidos. No como esa malnacida de Ishtahar — musitó, su tono quebrándose al pronunciar el nombre de aquella mujer.
Sus ojos violetas destellaron, el resplandor colándose hasta el fondo de mi agonizante mente. Entonces nació un deseo enfermizo.
De pronto, aquel ángel se me antojó el hombre más bello que nunca hubiera visto. Sus labios tenían un sabor exótico, a clavo y especias. El hedor de la sangre que recubría su cuerpo se tornaba en un agradable perfume para mí.
Incluso el dolor se difuminó por completo, mis heridas selladas de súbito, cediendo el protagonismo a una lujuria nunca antes sentida que me repugna recordar.
— ¿Qué puedo hacer contigo, Cronos? — me interrogó el ángel, ladeando la cabeza, disfrutando de su victoria. De mi tormento.
Las palabras escaparon de mis labios antes de que pudiera detenerlas.
— Lo que tú desees, Semyazza. Te pertenezco — le susurré, asqueado conmigo mismo, mas sin poder hacer nada por detener lo que estaba a punto de suceder.
La sonrisa arrogante del alado creció. Sus dedos terminaron de desgarrarme la ropa, abriéndose camino hasta despojarme de mi cinturón. El botón del pantalón cedió con un chasquido, y de pronto me vi libre de aquella prenda.
Y de todas las demás.
— Eso era lo que yo pensaba — afirmó, relamiéndose los labios —. Eres un hermoso lienzo en blanco... Y yo voy a encargarme de marcarte, para que nadie, nunca más, pueda mirarte. Recuérdalo, Señor del Tiempo: de ahora en adelante tú eres mío — musitó, plegando sus alas, despojándose de su ropa hasta quedar tan expuesto como yo.
Ahí acabó todo.
Pese a que no dejé de respirar, mi vida tal y como la conocía, terminó en ese instante. Nunca nada volvería a ser igual. Ya no podría estar con Félix, ni tampoco con ningún otro hombre o mujer. No podría mirar a un ser humano a la cara otra vez, o dejar que me tocara, aunque solo fuera un roce. Al final, Semyazza cumplió su promesa.
Me destruyó.
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