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Capítulo 54: El Tiempo y el Recuerdo II

09:14 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.

Cronos:

— ¿Adónde lo llevas? — pregunté, rompiendo por fin con aquella parálisis. Al hacer retroceder el tiempo de mi propio cuerpo, logré invertir el efecto de la mirada de Semyazza, liberando mis conexiones neuronales y al fin recobrando el control de mi ser. 

El ángel se dignó a volverse y soltó un pequeño silbido de asombro.

— ¡Has podido moverte! Mi más sincera enhorabuena — me felicitó, esgrimiendo una maliciosa sonrisa —. No todos logran superar mi poder así.

Me apresuré en recoger y blandir mi guadaña en su dirección, desafiante, y me preparé para embestir. Era ahora o nunca. 

— Yo no soy cualquiera. Y vas a arrepentirte de haberme subestimado — gruñí.

Irguiéndose en toda su estatura, Semyazza depositó a Félix en el suelo con delicadeza, dejando que el manto de agua que cubría el suelo bañara su pálida tez. La expresión del ángel parecía tallada en piedra, con un brillo cruel centelleando en sus ojos. 

— No pretendía ser irrespetuoso, Señor del Tiempo... Y sin embargo, no puedo evitar sentir curiosidad. ¿Por qué te importa tanto lo que le suceda a un mortal? A fin de cuentas, son insignificantes — comentó el Caído, al tiempo que su tono era impregnado por una ligera burla —. ¿Acaso el gran Cronos alberga sentimientos hacia un humano?

— No seas ridículo — lo increpé, quizá con algo más de furia de la debida —  ¿Crees que alguien como yo podría enamorarse de un ser inferior? Me da igual lo que le suceda a él... Pero teniendo en cuenta el empeño que has puesto en secuestrarlo, no creo que tus fines sean nobles.

Él ladeó la cabeza con expresión juguetona.

— Mientes.

Rabioso, di un paso en su dirección. 

— Yo si fuera tú me quedaría ahí quieto — me amenazó, conforme un humo negro se desprendía de su dermis. El gas se extendió en forma de anillo sobre el mirador, avanzando implacablemente. 

En cuanto entraba en contacto con cualquier superficie, esta se deshacía en polvo. La baranda estalló en motas de óxido, y el mismo suelo empezó a agrietarse y ceder bajo aquella plaga invisible. El hedor a muerte se apoderó del lugar. Los escombros fueron precipitándose sobre el robledal, consumiendo la escasa extensión del mirador a una velocidad alarmante. 

Edificios de piedra que quizá llevaran siglos en pie se vinieron abajo, partidos limpiamente por la mitad, resquebrajados hasta los cimientos, a medida que un ligero temblor azotaba la tierra. 

El ángel flotaba triunfal en el aire, observando su obra de destrucción.

— ¿Q-qué es esto? — musité, incapaz de comprender la escena que se estaba desarrollando a mi alrededor. Aquella plaza rebosante de vida se había convertido en un amasijo de ruinas en pocos segundos.

Las carcajadas de Semyazza me pillaron por sorpresa. 

— ¿Es que no eres capaz de reconocer tu propia obra? Pensé que al ser la personificación del Tiempo, serías más inteligente... Pero solo sigues siendo ese niño de mamá, retorcido y arrogante.  

Con un solo chasquido de dedos por su parte, la extraña niebla se desvaneció, haciendo que el terremoto cesara. 

— ¿De qué hablas? — lo interrogué, aún perplejo. 

El ángel extendió sus manos, abarcando el panorama. 

— ¿Acaso el tiempo no es esto? Destrucción, devastación, decadencia... El paso del tiempo lo consume todo, reduciéndolo a cenizas. Ya sea el mayor de los imperios, o la más tierna historia de amor. Lo cierto es que eres el verdugo de las esperanzas de esa humanidad a la que tanto defiendes — proclamó Semyazza. 

Aquello... ¿Era verdad? Jamás se me había ocurrido pensarlo. Desde mi eterno letargo en el Tártaro, había observado los pormenores de la historia humana, el auge de grandes figuras y civilizaciones. Y siempre, todas y cada una de ellas habían acabado cayendo, sumidas en las tinieblas del olvido.

¿Era el tiempo el responsable? El constante pasar de los días, años, siglos... Hacía que todo se viniera abajo. Lo arruinaba todo. Y siendo yo la personificación de esta variable, ¿qué decía eso de mí?

— Es irónico que haya sido yo, un Caído, el que te haya tenido que dar esta lección, Cronos. Enseñarte que, sin importar lo que hagas, todo acabará terminando por tu culpa. La decadencia que yo creo y la que tú provocas, son iguales. Nosotros somos iguales — insistió, alzando ambas cejas. 

— ¡Eso es mentira! — estallé, negando con la cabeza frenéticamente, lo que solo espoleó al ángel a seguir hablando.

— Lo único que nos distingue es que yo me niego a seguir encadenado. A acatar unas prohibiciones ridículas. Tú has renunciado a tu amor... Yo lo seguí. Aunque me costara mi posición y alas. Pese a que acabó en una traición, no me arrepiento de nada. ¿Para qué negar la destrucción si puedes crearla?

Aferré con fuerza el mango de la hoz, resistiéndome con todo mi ser a continuar escuchando sus palabras envenenadas. No podía estar diciendo la verdad... Yo había venido hasta aquí para impedir el apocalipsis, salvar a mis hijos y la humanidad.

Semyazza me estaba manipulando. Su objetivo debía ser desestabilizarme psicológicamente para luego darme el golpe de gracia. Entonces, ¿por qué sentía esa comezón en mi pecho? 

Una angustia que me oprimía el corazón.

— Si quieres pelear, ¡adelante! Pero no seas cobarde. Acepta tu verdadera naturaleza y propósito. De lo contrario, no merece la pena que gaste mi aliento contigo — concluyó el ángel, con tono despectivo.

Y justo eso era lo que necesitaba. La excusa perfecta. Un agravio que me hiciera olvidar la verdad que contenían las palabras del alado.

Sin pensarlo dos veces me lancé contra él, que me recibió con una sonrisa de suficiencia. Adoptó una postura de combate, con los brazos extendidos al frente, y las alas listas para echar a volar en cualquier segundo.

No obstante, yo contaba con una ventaja. Este ser suponía que había logrado enfurecerme hasta el punto de cometer una imprudencia. No me conocía en absoluto. Ahora era mi turno de demostrarle el verdadero poder del tiempo.

Lejos de atacarlo directamente, decidí recurrir a un pequeño truco. En los efímeros segundos que duró la carga materialicé la figura de un reloj de bolsillo en mi mano.

Asiéndolo con fuerza, oculto a la mirada de Semyazza, manipulé el rumbo de las manecillas haciendo que giraran en sentido anti-horario. Para desconcierto de mi rival, el tiempo empezó a retroceder, como si de una grabación se tratara. La mueca chulesca del Caído quedó congelada en el aire, a medida que reproducía sus palabras a la inversa.

Era mi oportunidad.

De un salto, me posicioné a su espalda, y tracé un arco descendente con la hoja de mi guadaña, destinado a segar limpiamente sus alas. El ángel continuaba atrapado en el bucle, ajeno a cuanto estaba sucediendo a su alrededor. Las extremidades quedarían cercenadas de raíz, dejándolo herido de muerte. Tres segundos más y el impacto habría sido fatal.

Pero resultó que era yo el que había subestimado a mi enemigo.

En un parpadeo, Semyazza remontó el vuelo, batiendo sus alas con estrépito. El filo de mi arma apenas si logró arrancarle un par de plumas.

— ¿Creías que sería tan sencillo? Tus trucos de manipulación del tiempo no funcionarán conmigo — exclamó el alado, arremetiendo contra mí desde el aire.

Antes de que pudiera alcanzar a usar el reloj nuevamente, mi rival me propinó una fuerte patada en el rostro, haciendo que perdiera el equilibrio. Segundos después, el artefacto descansaba en sus manos.

— Patético — proclamó, convirtiendo en polvo mi creación.

Reprimí la rabia que pugnaba por asomarse a mi rostro, y respiré profundamente. Necesitaba concentrarme para acabar con él de una vez por todas.

Aprovechando su cercanía, le asesté una serie de tajos rápidos, destinados a desgarrar su piel y hacerlo caer de dolor. Me abalancé sobre él desde cada ángulo posible, siempre dirigiendo mis acometidas contra sus extremidades angelicales. Si lograba reabrir las heridas que recibió al Caer, tendría asegurada la victoria.

Sin embargo, cada movimiento que ejecutaba era esquivado con gracia por mi enemigo, que casi parecía estar danzando en el aire. La hoja de mi guadaña silbó a milímetros de su piel hasta tres veces. El alado lo estaba disfrutando. Se deleitaba haciéndome creer que lo había conseguido, para evadir la estocada en el último milisegundo.

Estaba jugando conmigo. 

Esperaba que me cansara, que quedara débil para así poder mandarme de cabeza al Meikai. A pesar de no tenerlas todas conmigo, me negué a perder la esperanza. Era cierto que en la Titanomaquia pudo hacerme frente... Pero ahora estaba desarmado. No sería tan difícil acabar con él, ¿verdad?

No logré herirlo ni una sola vez.

— ¿Has terminado? — me interrogó, haciendo crujir sus nudillos. Apenas se molestó en disimular el grato placer que se asomaba a sus palabras — ¿Qué tal si ahora empezamos a pelear en serio?

No obstante, no puedo decir que su arrogancia no estuviera justificada.

En cuestión de segundos, contraatacó de forma feroz. Las plumas de sus alas se erizaron cuán afiladas dagas, y su baile se transformó en un ritual macabro. Girando sobre sí mismo, me asestó un golpe tras otro a tal velocidad, que nada pude hacer por defenderme.

Su suave pelaje atravesó sin dificultad mis escasas defensas, despojándome de mi guadaña y haciéndome retroceder segundo a segundo, hasta que quedé acorralado. La pared de uno de los pocos edificios que quedaba en pie estaba situada a mis espaldas, cerrando cualquier vía de escape. 

— ¿Qué tal si te enseño una pequeña lección de biología? — me susurró, con aire triunfal —. Hoy aprenderás lo que es la muerte por desangramiento. 

Sin tiempo para responder, sus acometidas se intensificaron. 

La piel de mi hombro quedó brutalmente desgarrada, a medida que el resto de sus plumas trazaban senderos sangrientos por mi espalda y pecho. Al principio los cortes fueron suaves, casi como caricias. Solo unas delicadas gotas de mi icor lograron escapar de estas heridas. 

Sin embargo, conforme transcurrían aquellos dolorosos minutos, cada incisión fue tornándose más profunda. En primer lugar desgarró mis antebrazos sin compasión, a la altura de las muñecas. 

— Las venas cubitales y radiales... Un clásico a la hora del suicidio — comentó el ángel —. Lástima que tú no vayas a tener una muerte dulce. 

Para continuar con su pequeña lección, me encajó una patada en el estómago. Con una laceración certera me seccionó la yugular. Me llevé ambas manos al cuello, tratando de contener la hemorragia. Pero la sangre que no escapa de la nueva herida se desprendía de mis maltrechas muñecas. 

La vista se me fue tornando borrosa, la figura de mi atacante convertida en una mera mancha. Los sonidos, estruendo lejano, como procedente de otra vida. Me deslicé lentamente hacia el suelo, la espalda anclada a la pared. 

Semyazza hundió un cuchillo en mi muslo y lo retorció con saña. 

— La vena femoral — explicó, extrayendo el arma y lamiendo la sangre impregnada en ella —, transporta una gran cantidad de sangre de las piernas hacia el corazón. La suficiente como para causar una muerte lenta y dolorosa. ¿Te gusta que te la haya cortado?

Hice un esfuerzo por balbucear unas palabras, pero solo un chorro carmesí escapó de mis labios. 

— Eso pensaba — comentó mi enemigo, deteniéndose por un segundo. Al momento en que los golpes cesaron, el intenso dolor de las tres heridas que me había infringido lo llenó todo. 

Los latidos de mi corazón empezaron a desbocarse, producto de la taquicardia. También mi respiración se tornó superficial, acelerándose considerablemente, complementando el sudor frío que cubría todo mi cuerpo.

Y mientras todo esto sucedía, Semyazza estaba forcejando con un mechero. Extrajo un paquete de tabaco de su bolsillo, y sin importarle que estuviera agonizando, comenzó a fumar. 

— Lo que estás experimentando se llama shock hipovolémico. Ya no te queda mucho más tiempo... Pronto perderás la conciencia y entonces estarás muerto. Una lástima que seas tan débil — suspiró, mientras soltaba una bocanada de humo en mi dirección. 

De nuevo intenté levantarme, la desesperación haciéndose eco por todo mi ser. Necesitaba usar mis poderes, enterrar aquellas heridas en el flujo temporal. Y sin embargo, estaba tan mareado... Ni siquiera podía enfocar la visión. 

Mucho menos invocar mi fuerza.

No obstante, la figura del chico que estaba tendido a unos metros de mí me insufló las fuerzas que necesitaba. Su cuerpo yacía desparramado sobre el frío suelo, calado hasta los huesos. Félix lucía tan apacible, tan hermoso con sus ojos cerrados. Pese a haber renunciado a él... No podía evitar que algo se removiera dentro de mí al verlo. Sintiera lo que sintiese por él, no iba a dejar que Semyazza le hiciera daño. 

Antes muerto que permitir que le pusiera un dedo encima. 

***

Nota del autor: Os adjunto una posible imagen del mirador en que combaten Semyazza y Cronos. ¿Qué os parece? ¿Creéis que Cronos pueda tener alguna posibilidad contra el ángel caído? ¡Muchas gracias por leer!

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