Capítulo 51: Artimañas y condena
08:40 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.
Eris:
No pude pegar ojo en toda la noche.
Y mira que disponía de una cama bastante cómoda, a decir verdad mucho más que las innumerables que había ocupado durante mi larga e inmortal existencia. Colchón extralargo, almohada de plumas, un edredón calentito, un corazón de manzana podrido...
¡Ah! Y la rodeaba un círculo ritual elaborado a partir de sangre humana, con unas velitas en forma de corazón para dar un toque romántico a la escena.
Semyazza las había encendido poco antes de largarse, soltando una risita ligera. Cuando decidió visitarme en mitad de la noche para "asegurarse de que todo marchase de acuerdo al plan".
— Para que no te olvides de lo que ha pasado aquí, Eris — canturreó, con fingida dulzura, haciendo que, para mi consternación, se me encendieran las mejillas —. No obstante, si no te sacan de aquí antes de lo previsto, quizá regrese un par de veces más... Ya sabes, para que nos entretengamos un rato — dejó caer, alzando las cejas con picardía.
Me dispuse a darle un buen bofetón, pero mi mano se estrelló contra la rojiza barrera. Aquella pared invisible ya me estaba sacando de quicio. Se materializaba de la nada cada vez que intentaba cruzar los límites del círculo de Azazel, hiciera lo que hiciera.
— Repuesta incorrecta — musitó el ángel, capturando mi muñeca con rapidez.
Por los dioses, ¿encima estaba obligada a presenciar cómo aquel chico se excitaba con la situación? Porque vamos, si pretendía fingir que todo esto no le estaba encantando, lo estaba haciendo muy mal. Prácticamente podía escuchar los latidos de su corazón acelerándose por el deseo que estaba sintiendo en ese mismo instante.
Decidí usarlo a mi favor. Al fin y al cabo, si había demorado tanto mi secuestro... ¿quizá estuviera dispuesto a una última sesión antes de irse?
— ¿Por qué no entras a este círculo, y así te enseño lo que es el entretenimiento? — sugerí, deleitándome al ver cómo Semyazza se relamía los labios.
Por su lenguaje corporal, supe que estaba considerando mi propuesta. Alternaba el peso de un pie a otro, se revolvió el pelo en un par de ocasiones (mirándose en el espejo del armario cuando pensaba que no lo veía), ¡e incluso comprobó si el aliento le olía bien! ¿Qué era? ¿Un adolescente en su primera cita?
Parecía mentira que me encontrara ante el segundo ángel caído más poderoso tras Lucifer.
— No tengo mucho tiempo — soltó de repente, quitándose las zapatillas.
Sonreí con malicia.
— Haré que vuelvas a ver el Segundo Cielo en el rato que pasemos juntos — ronroneé, tratando de sonar lo más sincera y sugerente posible.
Es que lo tenía a punto de caramelo. El ángel ya estaba jugueteando con el cuello de su camiseta, y no le costaría nada quitársela, junto con el resto de su ropa. Y por más tentadora que me resultase la perspectiva de verlo desnudo otra vez, en cuanto pisara ese maldito círculo, le quitaría la Manzana Dorada, y me encargaría de romperle el cuello en condiciones.
¿Quién se creía que era? Con toda esa arrogancia y orgullo.
Ahora entendía por qué la lujuria siempre había sido el pecado preferente de los ángeles. Claro, tantos años vistiendo túnicas inmaculadas y llevando malditas aureolas tenían que dejar huella.
Justo cuando estaba a punto de entrar... Simplemente atravesó la barrera con la cabeza y me besó con una pasión desmedida. Me apretó contra la invisible pared, dejando que su lengua hiciera maravillas. Antes de que me diera cuenta, lo estaba correspondiendo y por supuesto, mi plan de matarlo ya se había desvanecido.
Por más que he intentado achacar esto último al hecho de que, ya sabéis, esté unida a él por la eternidad a causa de su linfa angelical y todo eso, lo cierto es que no hubo una manipulación divina en ese instante.
En mi defensa, debo decir que besaba demasiado bien.
— Buen intento — susurró él, antes de separarse de mí y volver a alzar el vuelo desde su ventana.
Y yo me quedé ahí, tiesa, con las piernas temblando, sin ninguna respuesta ingeniosa que ofrecer. Pasmada, fulminada, planchada... Como lo queráis llamar. Pero es que no era para menos. Me había acostado con un maldito ángel caído. ¡Y con qué ángel!
A ver, siendo sinceros, aquí nadie era inocente.
En la época de la Titanomaquia, cuando el recién fundado Olimpo parecía los pasillos de un instituto, era bien sabido que había unos cuantos líos. ¿Quién no se había dejado llevar por los encantos de Gadreel en aquella época? Yo, desde luego, no podía decir que no. Y Hades tampoco.
Diosas y dioses (y algún titán, pese a ser nuestros enemigos) estaban loquitos por sus huesos. Hasta hubo rumores de que la propia Hera, aunque estaba comprometida con Zeus, tuvo un lío con Mefistófeles. Y que el señor Relámpagos y él se acabaron pegando.
No era ningún secreto que estos ángeles renegados fueron nuestros aliados a la hora de mandar a Cronos y su tropa al Tártaro de cabeza. En los mitos modernos esa parte se había omitido porque... Bueno, digamos que no nos deja en muy buen lugar el haber recurrido a seres malignos para aplastar a los titanes. Suena mejor eso de "le robamos las armas a Cronos (como si no tuviera poder alguno) y les atacamos por sorpresa mientras los Hecatónquiros les lanzaban piedras".
Volviendo al tema, en aquella época todos nos mezclamos un poco. Hubo muchos líos, demasiados romances prohibidos... Aún podía recordar los ojos brillantes de mi hija Disnomia al hablar de ellos. Y todo esto sin incluir a los hijos de ángeles y dioses.
Eso sí que fue polémico.
Y sin embargo, Semyazza nunca se involucró. Ajeno a todo, ni siquiera pisó el Olimpo una vez. Siempre andaba por el Infierno o el Pandemonio, trazando estrategias, o dirigiendo ejércitos junto con Krysael, otro ángel tan aburrido como él. Saber que había pasado la noche con alguien así... Mentiría si no dijera que me sentía orgullosa.
Era tan irresistible, que hasta había hecho que ese estirado saliera de su cascarón.
En esto (y varios recuerdos de hace un par de noches que me abstendré de mencionar) pensaba mientras estaba sentada en aquel colchón, con las piernas cruzadas, reflexionando sobre qué hacer a continuación. El círculo de sangre se movía lentamente, sus trazos entremezclándose y tornándose diferentes a cada segundo.
Para mi desgracia, esa tranquilidad no duró mucho tiempo más.
De improviso, aquellas rojas pinceladas empezaron a brillar con furia. Su color carmesí bañó el dormitorio entero hasta tornarse de un blanco inmaculado, tan intenso que me obligó a cerrar los ojos. Ni siquiera esto fue suficiente, puesto que ese resplandor logró abrirse camino a través de mis párpados, friéndome las retinas en el proceso.
Cegada, solo me di cuenta de que me encontraba en otro lugar por un motivo: la intensa lluvia que había estado repiqueteando contra la ventana durante toda la noche, ahora me empapaba sin piedad, haciendo que mis dientes castañetearan.
Genial, para colmo el techo había desaparecido.
Sin embargo... ¿Esto significaba que había logrado escapar? ¿Que ya no era una prisionera en casa de Semyazza? La respuesta me llegó instantes después, en forma de una voz que preferiría no haber vuelto a escuchar nunca.
— ¡Tú! — exclamó Irene.
***
08:40 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.
Félix:
El dolor en mi pecho era insoportable.
La tormenta rugía, en pleno apogeo, y cada trueno parecía resonar en las profundidades de mi alma. Hacía ya bastante rato que las gruesas gotas de lluvia me habían calado hasta los huesos, aplastando mi cabello rubio en el proceso. Y lo agradecía.
Así, las lágrimas que derramaba pasaban inadvertidas entre aquella cortina de agua. Cada vez que rememoraba las imágenes que David me había enseñado, con total nitidez, en ese teléfono, mi corazón parecía romperse un poco más. Carlos y Laura, juntos, en la casa de esta última.
Besándose, quitándose la ropa.
Mi novio susurrando que la amaba, prometiendo que se casarían y tendrían un futuro juntos. Suplicando por el perdón de la chica, asegurando que nuestra relación solo había sido un error fruto de los celos. Que solo quería probar algo diferente, seducir a un chico que estaba loco por sus huesos y disfrutar de mi adoración por él.
Lo más terrible de todo, es que ese cortometraje reflejaba cada una de las inseguridades de mi corazón. Las terribles sospechas que siempre había albergado respecto a la repentina confesión de Carlos, ese amor que era demasiado bueno para ser verdad. Era como si me hubieran leído la mente y mis peores miedos se hubieran materializado ante mis ojos.
Y sin embargo, era la pura verdad.
Carlos no me quería. Nunca me había querido, a pesar de ser su alma gemela. Quizá este fuera, al fin y al cabo, nuestro destino. ¿No habían sido los dioses quiénes, en un arrebato de ira, habían dividido el alma humana en dos partes perfectas, alejándolas por siempre?
A lo mejor nunca tuvimos la oportunidad de estar juntos.
Las almas gemelas estaban tocadas por la maldición divina, condenadas a vivir separadas por la eternidad como castigo por los pecados humanos. De ser así, incluso el amor carecería de sentido. Incapaces de amar a nuestra otra mitad, ¿era nuestro destino vagar errantes por el mundo, aquejados de un mal irremediable?
Finalmente detuve mi carrera.
Jadeante, escruté la maraña de calles que me rodeaba, intentando hallar el camino de vuelta a casa. Aunque ya no sentía que ningún lugar fuera mi hogar. Cada intersección se me antojaba igual, hasta el punto en que era incapaz de orientarme. Ignoraba cuánto tiempo llevaba corriendo, cuánto podría haberme alejado de la clínica.
Simplemente me dejé guiar por mi instinto, avanzando en línea recta. Debía haber visto todas esas casas, las calles empedradas, las tiendas cerradas... Por lo menos mil veces. Pero no era capaz de reconocer ninguna de ellas. Tenía la sensación de estar flotando en otro mundo, como si hubiera aterrizado en una realidad diferente en la que la única constante era el dolor.
También puede que fuera a causa de la lluvia.
Con los rayos iluminando el cielo, y los atronadores relámpagos haciendo temblar la tierra, la tormenta parecía ser omnipotente. Las alcantarillas no daban abasto, superadas por la vertiginosa velocidad a la que el agua caía. Mis pasos eran seguidos por chapoteos, el transparente líquido lamiéndome los tobillos.
La ira se fue extinguiendo poco a poco en mi interior, dando paso a la pena y la desolación. Solo cuando la calleja se abrió, revelando un pequeño mirador con vistas al bosque del pueblo, mi corazón encontró un ligero solaz. No en el decrépito paisaje, como cabría esperar, sino en el joven que lo observaba de espaldas a mí.
Un chico de pelo cano y ojos color de la miel.
Sin mediar palabra, acorté la distancia entre nosotros. Primero lo hice despacio, caminando con pasos trémulos. Luego acabé corriendo, anhelando con todo mi ser verme envuelto por aquellos brazos, sentir el calor de su cuerpo, el mismo cosquilleo que experimenté en el hospital. Necesitaba tanto a Cronos que dolía.
Solo él podía ayudarme, salvarme de esta espiral por la que estaba cayendo. Madre mía... Si Eris me hubiera oído en aquel momento, seguramente se habría reído de mí. Podía ser muy sentimental cuando quería.
Estreché al titán entre mis brazos, aferrándolo con fuerza. Hundí mi cabeza en su hombro, y cerré las manos en torno a su fuerte pecho. Para mi sorpresa, no se puso tenso, ni tampoco reaccionó con rigidez. Solo se quedó quieto, como si nada estuviera sucediendo.
— Félix... — susurró, lleno de una calma que no recordaba haber visto antes en él.
Lejos de corresponderme, o al menos mostrar una señal de afecto, el Señor del Tiempo siguió sin inmutarse. O al menos así lo creía hasta que lo escuché hablar, con una pasmosa e inquietante tranquilidad.
— Suéltame, mortal — me ordenó, sereno.
No había frialdad en sus palabras. Ni enfado, rabia u odio. Tampoco resentimiento, amor... No había nada. Era como si hubieran vaciado su alma de cualquier emoción. Sin previo aviso, atisbé por el rabillo del ojo cómo un fantasmagórico reloj se materializaba tras de mí.
— Debes comprender la diferencia que existe entre nosotros, joven Félix — continuó Cronos, chascando los dedos.
El tiempo retrocedió para mí. En contra de mi voluntad, mi cuerpo retrocedió. Los brazos cayeron inertes a cada lado del costado, y los pasos que había avanzado se deshicieron. En un momento dado, salí despedido hacia atrás, quedando suspendido en el aire durante unos breves segundos.
El titán me observaba, con una sonrisa apacible, mientras bebía un humeante café.
Aterricé tres metros por detrás de él. Me estrellé de lleno contra los adoquines, sintiendo cómo cada uno de sus contornos se me clavaba en el cuerpo, reabriendo las heridas de mi torso. Casi de inmediato, las blancas vendas quedaron empapadas en sangre.
— ¿¡Se puede saber qué te pasa!? — exclamé, poniéndome en pie débilmente.
A una velocidad pasmosa, el titán se materializó a mi espalda. Hundió sus largos dedos en mi cuero cabelludo, y empleando una fuerza que no sabía que poseyera, me levantó en volandas, hasta que las puntas de mis pies dejaron de rozar el suelo.
— Nada — repuso con tranquilidad —. Solo quiero que te percates de la abismal diferencia que existe entre nosotros... Ya es hora de que empieces a tratarme con el respeto que merezco — proclamó, su calma teñida de una leve arrogancia.
Y justo entonces, en medio de aquella tormenta, esa vorágine desatada en mi corazón por la traición de Carlos, me di cuenta de que también había perdido a Cronos. Él ya no era quien recordaba... Ese titán atractivo y adorable.
¿Es que acaso todas las malditas máscaras tenían que caerse hoy? A ver, no es que quisiera vivir en una mentira, pero, ¿en serio? Primero descubría que mi novio me estaba engañando (viéndolo en plena acción). Y luego va y mi segundo pretendiente me daba una paliza.
Fantástico. ¿Qué más se podía pedir?
— Pero tú estabas enamorado de mí — me quejé, retorciéndome en el aire —. Lo pude ver en tu alma...
Cronos estalló en carcajadas.
— Eso fue un error — sentenció con frialdad —. Estaba vulnerable por haber salido del Tártaro, por el reencuentro con mis hijos. Y tú te aprovechaste de mí, haciéndome sentir cosas... Que es inconcebible que experimente por un simple mortal.
Finalmente me zafé de su agarre, y le propiné una fuerte bofetada, descargando todo el dolor que me estaba abrasando.
— ¿¡Qué yo te engañé!? ¡Tú fuiste el que se acercó a mí, el que me hizo dudar de mis sentimientos por esa basura de Carlos! — grité, limpiándome las lágrimas con rabia.
El titán alzó una ceja, denotando una ligera confusión.
— ¿Desde cuándo tu perfecto novio es basura?
— ¡Desde que me lleva poniendo los cuernos con Laura! — estallé, cayendo de rodillas por la impotencia. Por la culpa que sentía... Porque, aunque sonora contradictorio, sentía que le había fallado a Carlos. Que no había sido capaz de estar a su altura y por eso buscó refugio en los brazos de aquella chica.
Era un fracaso como novio. Un tipo patético, que no le llegaba a su alma gemela ni a la suela de los zapatos.
Cronos me observó en silencio, su mirada bañada en una emoción inescrutable. El fulgor de los rayos alumbraba su rostro por unos breves segundos, antes de volver a sumirse en las tinieblas de aquella tormenta. Al poco tiempo, el titán se arrodilló frente a mí y apretó su cálida mano contra mi mejilla.
El roce de su piel hizo que un hormigueo me ascendiera por la boca del estómago, acompasado con el rubor que se apoderó de mis mejillas. Y justo cuando pensaba que estaba a punto de besarme, sus palabras me devolvieron al presente.
Esto no era una comedia romántica.
— No me estorbes, Durand — declaró, sin el menor rastro de afecto en su voz.
Con un nuevo chasquido de dedos, manipuló el tiempo a su antojo, logrando que esta vez saliera despedido contra la barandilla de hierro forjado del mirador. Mi cabeza se hundió en el fango, que anegó mi boca y ojos. Aquella lodosa oscuridad me recubrió, aislándome del mundo.
Estaba tirado. Bajo la lluvia. Engañado por Carlos y rechazado por Cronos. ¿Se podía ser más patético?
Una voz grave que conocía demasiado bien interrumpió mis pensamientos. El corazón se me detuvo por un instante al oírlo hablar... ¿Acaso me había seguido hasta aquí?
— Tú no eres patético — suspiró David —. Y de hecho, tienes un papel muy importante que llevar a cabo...
Con dificultad, me puse a gatas, quedando sorprendido por el panorama que me recibió. La serenidad de Cronos había sido sustituida por una expresión tensa, su mandíbula torcida en señal de desagrado. Por su parte, el joven castaño avanzaba hacia nosotros con una sonrisa arrogante, sus ojos bañados en un poderoso resplandor violeta.
El mismo que mi atacante.
— Es un placer volver a verte, Semyazza — lo saludó, con forzada cordialidad.
El joven reaccionó con una fuerte carcajada, seguramente por el extraño nombre por el que el titán lo llamó. Ese tipo de reacciones me recordaban tanto a Eris... Parecía mentira que uno pudiera echar de menos a la diosa de la Discordia. ¿Dónde se habría metido?
No obstante, cualquier pensamiento hacia dicha deidad se desvaneció al ver cómo David extendía dos grandes y altivas alas de negro plumaje, que me dejaron hipnotizadas por su belleza. Las extremidades parecían adaptarse por completo a la silueta del castaño, como una majestuosa extensión de su ser.
Algo en mi interior se retorció con ansia, anhelando tocar esas plumas, postrarme para adorar a ese ángel caído, por hacer todo lo que me ordenara. Porque antes siquiera de que Cronos dijera nada, la información acudió a mi mente de forma instintiva.
— Aparta de mi camino, Señor del Tiempo.
El titán reaccionó cruzándose de brazos.
— No antes de decirme qué pretendes, Ángel del Recuerdo.
El rostro de Semyazza se curvó en una expresión de rabia.
— ¡No me llames así! — vociferó, emitiendo un ligero gruñido.
A modo de respuesta, Cronos cerró los ojos, y respiró profundamente. Una runa en forma de reloj se materializó a sus pies, desafiando la oscuridad de la tormenta con su titilante luz.
De ella surgió la alargada figura de una guadaña ornamentada, que más parecía una obra de arte que una temible arma. Sin dudar por un segundo, el titán la aferró con firmeza, y apuntó al chico con su afilada hoja.
El ángel esgrimió una sonrisa burlona, y levantó las manos en señal de rendición.
— Tu presencia aquí es innecesaria, Señor del Tiempo. Solo he venido a buscar al joven Félix, el que nos observa de rodillas revolcándose sobre el barro — concluyó, haciendo que me encogiera de la vergüenza.
La reacción del titán no se hizo esperar.
— ¡No le pondrás un dedo encima! — exclamó, interponiéndose entre nosotros.
— Vaya, vaya, vaya... ¿También vosotros estáis liados? Yo que pensaba que Eris y yo éramos los únicos...
En ese instante fue como si me hubieran arrojado un cubo de agua fría.
— ¿Qué le has hecho a Eris? — lo interrogué, poniéndome en pie como una exhalación, el temor por la seguridad de mi recién descubierta amiga haciendo que olvidara mi dolor. Aunque solo fuera por unos segundos.
El Caído respondió con una sonrisa pícara.
— No creo que ese sea un tema a tratar con niños como tú delante — expresó, y encogiéndose de hombros, añadió — De cualquier forma, es inútil que te preocupes ya por ella.
— ¿De qué hablas? — se adelantó Cronos.
La sonrisa de Semyazza me heló el alma.
— A estas alturas ya debe de estar muerta.
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