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Capítulo 5: Sueños, incógnitas y apariciones

7:58 A.M, día 7 de septiembre, año 2023

Félix:

Desperté de golpe, sobresaltado, cubierto de un gélido sudor. Me revolví inquieto en la calma de mi dormitorio, con la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Por instinto, llevé las manos al cuello, y lo palpé con frenesí.  

Sentía un vacío en el pecho, una ansiedad que me consumía por dentro. 

Me levanté de la cama y paseé de un lado a otro de la habitación, tratando de poner en orden mis pensamientos. Sin embargo, numerosas imágenes carentes de sentido acudían a mi cabeza como destellos: Una oscuridad que consumía el pueblo, el cadáver de Carlos, y el gélido tacto de una mano helada que me arrancaba la cabeza... Aún podía percibir el frío que emanaba de aquellas tinieblas, traspasando mi piel. Tras un par de respiraciones profundas, comprendí lo que había sucedido. 

Debía de haber tenido una pesadilla de las gordas. 

Todavía recordaba aquella tormentosa y confusa época, poco antes de la muerte de mi padre. Por aquel entonces me encontraba en la primera etapa de la tierna infancia, y mi habilidad aún no había despertado por completo. Por tanto, era prácticamente incapaz de percibir las almas o destinos de los otros despierto. 

Pero en el reino de los sueños, todo cambiaba. La información se revelaba de golpe, sin contemplaciones, haciéndome pasar por terribles trances que más de una vez le quitaron el sueño a mi padre. Con el tiempo, y a pesar de mi crecimiento, en ocasiones las pesadillas se repetían, incoherentes y aterradoras. Al igual que esta noche.

Me masajeé las sienes, tratando de hacer memoria. De recordar qué día era hoy. A fin de cuentas, no me quedaba otra opción que aferrarme a la rutina para apartar aquellas grotescas imágenes de mi mente. 

La información acudió a mí de forma instintiva, casi como si ya hubiera vivido este momento. Una intensa sensación de déjà vu me embargó, a medida que los últimos retazos de aquel mal sueño quedaban sepultados en mi inconsciente, en las brumas del olvido a las que pertenecían. 

Hoy estaba por comenzar mi último año de instituto. Aquella "idílica" etapa tan dichosamente explotada en las series de televisión. Dios, ¿qué tenía de especial? Era solo un año más. Le vería la cara a los mismos compañeros de siempre, a los que ignoraba, y que a su vez pasaban de mí. 

Los profesores volverían a darnos la clásica charla motivacional del primer día, prometiendo castigos y expulsiones por usar el móvil en el instituto, o hablar en clase. Medidas que nunca se ponían en marcha, porque, de hacerlo, literalmente el lugar quedaría vacío. Y los tutores desempleados. A decir verdad, pese a las falsas promesas que envolvían el centro, nuestro nivel académico no era el mejor que digamos. 

Suspiré y me pasé la mano por el pelo mientras me dirigía hacia la cocina en busca de algo de picar. 

Normalmente no desayunaba (no le veía sentido a atiborrarse a comida nada más levantarse de la cama), pero en esta ocasión hice una pequeña excepción. Supongo que ver el cadáver de mi alma gemela en sueños me había abierto el apetito. 

Por desgracia, había abierto la caja de Pandora. 

Una cosa llevó a la otra, y de pronto mi mente se encontraba inundada por el recuerdo de Carlos. En concreto, el de aquella noche en la fiesta, cuando nos besamos por primera vez. 

Su cabello rojizo estaba alborotado. El profundo olor a canela que parecía acompañarlo a todas partes me había envuelto, al mismo tiempo que su rostro se inclinaba hacia el mío. Al instante en que nuestros labios se encontraron, un fuerte escalofrío me sacudió de arriba a abajo. Una electricidad que me puso la carne de gallina. Lo peor llegó al mirarlo a los ojos. Aquella mirada castaña, cargada de afecto y calidez, me seguía persiguiendo desde entonces. 

Me senté en la encimera, atacando el interior de un paquete de cereales con avidez. Sin embargo, pese a mis esfuerzos por no pensar en él, no podía dejar de preguntarme cómo estaría. 

Obviamente, no había muerto, pues de lo contrario me habría enterado. Pero casi hubiera preferido eso a la incertidumbre que lo rodeaba. No había sabido de él en todo el maldito verano. ¿Quién sabe? A lo mejor se había echado novia. O casado. O estaba esperando a su primer hijo junto con su esposa. 

¿A quién quería engañar? Carlos jamás se fijaría en mí de nuevo. Aquella noche no había sido otra cosa más que una equivocación para él. Se encargó de dejármelo bien claro, junto con Pablo y el resto de sus amigos. 

Pese a todo, una chispa de esperanza se encendió suavemente en el fondo de mi corazón. 

Él no sabía que éramos almas gemelas. Que, le gustase o no, literalmente estábamos destinados a estar juntos. Aunque ahora pareciera imposible, eso tenía que significar algo, ¿no? ¿Quizá facilitarme las cosas de cierta manera?

Además, ¿a quién quería engañar? Tenía todo el curso por delante. Iría a aquel condenado instituto con el solo propósito de verlo. Conforme se fueran sucediendo los distintos días y meses, tendría mil oportunidades diferentes de entablar una conversación con él. De socavar esa carismática fachada y lograr conocerlo en mayor profundidad, hasta el punto de ganarme su confianza. Y con el tiempo, incluso conquistar su corazón. 

Si Zeus había podido con su padre Cronos, yo podría enamorar a mi alma gemela. 

— Vamos Félix, puedes hacerlo. Solo tienes que ser tú mismo — me susurré, en un intento por infundirme aliento y coraje. 

Pero una voz femenina, cargada de burla e ironía, interrumpió mi intento de auto-engaño motivacional.

— De hecho, no. Está fuera de tu alcance Durand — contestó la mujer, situada a mis espaldas. 

Me giré de inmediato, encontrando una estampa, cuanto menos, sorprendente. 

Un chico, de mi edad aproximadamente, con el pelo completamente cano y lo que parecía ser una antigua túnica griega desgarrada y cubierta de sangre, me observaba fijamente. A su lado, había una joven rubia de ojos carmesíes, a juego con su vestido (del que solo quedaba la parte superior, puesto que la inferior parecía haber sido arrancada de cuajo), repleta de joyas de oro. Sostenía una manzana del mismo material. 

Ambos parecían salidos de una fiesta de Halloween fuera de control o del sótano de Jack el Destripador, según se mirase. 

El peculiar dúo permaneció en silencio, como si esperara que yo diera el primer paso. En especial, los ojos color miel del chico me escrutaban con avidez, fijos en mis labios. Un ligero y adorable rubor cubría sus mejillas, traicionando su serena apariencia. 

Solo el verlos me provocó un ligero dolor de cabeza, que vino acompañado de fogonazos confusos. Un reloj, oscuridad, un portal de luz... Todo muy similar a la pesadilla que había tenido esa noche. De alguna forma, los jóvenes querían sonarme de algo, como si ya los hubiera visto antes. No obstante, tengo que admitir que mi primer impulso fue coger la escoba del armario y echarlos a palos de casa. 

Y eso fue lo que hice. 

Blandí mi improvisada arma contra ellos, pretendiendo parecer amenazador. Algo bastante complicado, teniendo en cuenta que estaba en pijama, con pantuflas y la boca manchada de cereales (los cuales, por cierto, creo que estaban caducados). En fin, ¿qué podía salir mal?

— No sé quiénes sois, pero quiero que salgáis de mi casa de inmediato. Os lo advierto, estoy armado y soy muy peligroso. 

El joven se limitó a seguir mirándome, esbozando una ligera sonrisa que iluminó su rostro por un segundo. ¿Cómo había tardado tanto en fijarme en lo guapo que era? Parecía un modelo que acabara de salir de la portada de una revista. 

Por su parte, la chica estalló en carcajadas, balanceando su manzana. 

— ¿Tú? ¿Peligroso? ¡Anda ya! — logró pronunciar, temblando por la risa. 

Con un suspiro, comprendiendo que mi farol no había terminado de colar, intenté ver sus almas. Así podría descubrir qué clase de personas eran, y sus intenciones o destinos. 

Sin embargo, fue en vano. Por primera vez en mi vida, fui incapaz de ver siquiera un destello de su luz. Y no por falta de intentos. Casi era como si carecieran de esencia, o esta fuera tan compleja y vasta que no fuera capaz de abarcarla de un solo vistazo. ¿Qué clase de seres eran aquellos? 

Porque estaba claro que humanos no. 

— Félix — comenzó a hablar el chico, empleando un tono sereno y conciliador —. Puedo entender que en este momento te sientas muy confundido. Es natural. Ahora te voy a explicar con tranquilidad lo que ha pasado, para que así... 

Sus palabras se vieron ahogadas por la voz de la mujer, que se dedicaba a juguetear con un mechón de su rubio cabello. Daba la impresión de que la situación le resultaba de lo más divertida. 

— O... ¡Podemos devolverte de golpe todos tus recuerdos y traumas de la forma más violenta, abrupta y divertida posible! — exclamó con euforia.

Antes de que pudiera decir ni pío, ella chascó los dedos, y yo me sumí en la oscuridad. 

***

20:43 P.M, día 7 de septiembre, año 2023

Félix:

Por segunda vez aquel día, desperté. 

Esta vez no fue debido a una terrible pesadilla (que había resultado ser de lo más real, por cierto), sino a una tenue corriente de aire que impactaba contra mi cara. Como si me estuviesen abanicando. 

— Ya te dije que los humanos son un engorro Cronos. Son frágiles y tontos. Se rompen a la mínima. ¿Qué es un año de recuerdos? Una tontería, eso es lo que es — parloteaba Eris, sin dejar de criticarme por un segundo.

El titán, por su parte, soltó un bufido de desdén. 

— Pues más vale que te vayas acostumbrando Eris. Te recuerdo que ahora nosotros también estamos sujetos a las leyes de la mortalidad, ¿o ya lo has olvidado?

Eris estalló en carcajadas. De nuevo. ¿Es que esta chica no se cansaba de reírse?

— ¡Habla por ti querido! Te recuerdo que mi alma divina reside en la Manzana Dorada. Así que, como yo lo veo, tú, "Amo del Universo", estás en una situación mucho peor que la mía — se burló. 

Sin poder soportarlo más, abrí los ojos. Para ser dioses, eran como dos ancianitas cotorras.

— ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? — pregunté, contemplando cómo el resplandor del atardecer se filtraba a través de la ventana de la cocina. 

Cronos me ayudó a ponerme en pie, y me ofreció un vaso de agua. 

— Lo suficiente como para asimilar lo sucedido — contestó. 

Fijé la mirada en el prístino líquido que burbujeaba en el interior del recipiente de cristal, a medida que observaba mi propio y mortecino reflejo. Mi rostro lucía demacrado, con profundas ojeras asentadas bajo los párpados y una palidez digna de un fantasma. 

Estaba tan cansado...

— ¿Ha sido todo real? — pregunté, sin poder evitar que la voz me temblara al pronunciar la última palabra. 

Todo se veía tan vívido. Podía recordar con exactitud el momento en el que percibí cómo el alma de Carlos se apagaba hasta desaparecer. Fue una sensación terrible, de desamparo y soledad, como si me hubieran arrancado una parte de mí de cuajo. 

Rememoraba el frío tacto de su cadáver, de su carne desgarrada y sanguinolenta sobre mi piel. El rígido tacto de sus labios, cuando lo besé por última vez. Solo de pensarlo me entraban ganas de llorar. 

Cronos se limitó a asentir con la cabeza. 

— Al viajar al pasado, a veces los mortales pueden... Experimentar una pequeña pérdida de memoria — explicó él, la duda embargando sus palabras. 

Daba la impresión de que ni él mismo creía lo que me estaba contando. ¿Me estaría ocultando algo?

— ¡Y yo me encargué de resolverla! — intervino Eris, captando mi atención. 

Dirigí mi mirada hacia ella, y fue entonces cuando me percaté de que estaba escrutando un objeto con sumo detalle. Un rectángulo de papel con el que seguramente me habría estado abanicando. 

Entonces caí en la cuenta. 

— ¡Devuélveme eso! — exclamé, inclinándome hacia ella. 

Pero la diosa fue más hábil que yo, y logró escabullirse con facilidad, con la foto de Carlos aún en la mano. 

— ¿Se puede saber a quién estás acosando? — me preguntó, con una sonrisa maliciosa. 

La fotografía en cuestión la había sacado de su página de Instagram. Sé que sonaba un poco extraño eso de tener fotos de aquel al que amas dispersas por tu casa. Más concretamente, colgadas en un tablón de corcho en mi armario. No obstante, ¿qué podía decir?

Estaba enamorado hasta la médula. 

— Hoy era mi primer día de instituto — respondí, tratando de cambiar de tema y cruzándome de brazos.  

Eris se dispuso a soltar algún otro comentario sarcástico, y sin embargo Cronos se adelantó. 

— ¿Y eso qué importa ahora? — repuso con molestia. 

Este titán tenía menos empatía que una plancha de hormigón. 

— Estaba más que confirmado que iba a ir hoy. La gente, los profesores podrían preocuparse, y llamar a mi abue... A Primitivo — me corregí, en el último momento. Me negaba a llamar a aquel ser lleno de odio y rencor abuelo. 

El joven no salía de su asombro.

— ¿Me estás diciendo que has presenciado el fin de la raza humana y divina, y del universo mismo, y aún así le sigues temiendo miedo al progenitor de tu madre? — me interrogó, con un tono condescendiente que me hizo sentir idiota. 

Antes de que pudiera responderle, el timbre sonó. 

— ¿Esperas a alguien? — preguntó Eris. 

Su sonrisa confiada parecía haberse desvanecido, y un clima de tensión reinaba ahora en la estancia. Ambas deidades parecían estar listas para empezar a combatir en cualquier momento. Como si el enemigo acechara tras la puerta.

— Ve a abrir — me ordenó Cronos, su voz ahora llena de indiferencia. 

Y antes de que pudiera darme cuenta, estaba frente a la puerta, mi pulso temblando sobre la manilla. ¿Qué clase de ser monstruoso podría aguardar al otro lado? Si hasta los dioses parecían asustados. ¿Quién sabe lo que podría encontrarme?

Quizá un dragón monstruoso. O un cíclope. O la misma Nix, que había regresado para rematar la faena (lo que viene a ser mi vida, en resumidas cuentas). Armándome de valor, abrí la hoja de madera, dispuesto a enfrentarme a cualquier adversario que pudiera aguardar detrás.

Y allí, en el peor, y a la vez el mejor momento, estaba Carlos. 

Su sola presencia desbocó los latidos del corazón, haciendo que un incómodo calor surcara mi cuerpo, y que el rubor me inundara. Él me miraba seriamente, su mirada y alma teñidas de una preocupación sincera. 

Al verme, una pequeña luz se encendió en sus ojos, y aunque quiso disimularlo, sonrió. 

— ¡Aquí estás! — comentó, nerviosamente, mientras deslizaba las manos en los bolsillos de sus vaqueros — Como no has venido a clase... Ya sabes... Los profesores estaban... — comenzó a balbucear, y al final, se decidió — Yo estaba preocupado. Temía que te hubiera pasado algo. 

En ese instante hice algo que, de no saber que el mundo se había acabado, y que había viajado en el tiempo, jamás habría hecho: Me lancé a sus brazos y lo estreché en un fuerte abrazo. 

En un primer momento Carlos se quedó helado, su cuerpo rígido. Pensé que me rechazaría, o me dejaría de lado. Pero en pocos segundos me correspondió, sus brazos deslizándose tras mi cuello. 

La calidez que desprendía su cuerpo era vibrante y llena de vida, e hizo que casi llorara al recordar la frialdad de su cadáver. Sin embargo, había vuelto atrás. Él estaba vivo y yo aún podía salvarlo. El olor a canela inundó mis fosas nasales, tan acogedor como lo recordaba. El latido de su corazón resonó sobre el mío, como si nuestros cuerpos formaran parte de una sinfonía que escapaba al oído mortal. 

Sentí como si hubiera vuelto al hogar que nunca había conocido. 

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