Capítulo 48: Máscara de Pasión
07:48 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.
Félix:
Aún seguía sin poder creerlo.
¿Cómo podía ser aquello posible? Cuando mi alma gemela me lo había contado, no pude creerlo, o más bien me rehusé a hacerlo. Me costaba imaginar que hubiera estado tan cerca de mí, viéndome magullado y tendido en aquella cama, y hubiera optado por irse sin mirar atrás. Ni esperar a que despertara, o al menos dejar un simple mensaje.
¿Es que acaso no le preocupaba ni lo más mínimo?
Y yo, tonto de mí, que pensaba que sentía algo por mí. En los fugaces instantes previos a aquel terrible incidente, solo podía imaginar el sabor de sus labios sobre los míos, el tacto de su piel pálida y cabello plateado... No, no habían sido impresiones mías. Había podido leerlo en su maldita e inmortal alma.
Habría estado dispuesto a renunciar a todo por él. Incluso podría haber dejado de lado a mi alma gemela solo por sentir aquellos ojos color miel clavados en los míos, rebosantes de amor.
Hablaba de Cronos, por supuesto.
Cuando desperté en la clínica del centro del pueblo, las imágenes de la noche aún seguían revoloteando en mi mente. La intervención de Eurídice, su descarado atrevimiento a la hora de decir que iba a matarme, los dos balazos que me había encajado... Y para colmo, estaba el incidente con aquel misterioso hombre de los ojos violetas.
A pesar de no haberlo visto nunca, él me había reconocido de inmediato, casi como si me hubiera estado buscando. Era mi nombre el que había susurrado. Además, ¿de dónde había salido? Tras de mí solo había una gruesa pared, así que, como no hubiera llegado volando... ¡Y para colmo me había apuñalado cuatro veces!
Ni tan siquiera había tenido la oportunidad de defenderme. El cuchillo se hundió limpiamente en mi vientre, una y otra vez, sin clemencia alguna. El dolor me desgarró, a medida que el metal penetraba en mi cuerpo, hasta que solo pude ver las danzantes sombras que proyectaba el fuego sobre la pared.
De no haber sido por una ambulancia que pasaba cerca de la zona, me habría desangrado hasta la muerte en aquel callejón olvidado.
Sin embargo, la verdadera sorpresa llegó cuando desperté. El sonido de los truenos, y la intensa lluvia repiqueteando en la ventana me trajeron de vuelta a la vida. El fragor de aquella tormenta fue el responsable de resucitarme. Al principio, todo estaba borroso por culpa de la anestesia. Podía percibir vagamente la habitación aséptica que me rodeaba, mi torso recubierto de vendas y puntos de sutura.
Sin embargo, fue la persona que estaba a mi lado la que me hizo sentir esa mezcla de emoción, alegría y culpa.
Y es que, de un momento a otro, descubrí que mi alma gemela estaba a los pies de la cama. Para ser más concretos, se había dormido abrazándome, su cabeza apoyada en mi pecho. A juzgar por los moretones que lo recubrían de arriba a abajo, se había metido en problemas bastante serios.
— ¡Carlos! — exclamé, al ser consciente del lamentable estado en el que se encontraba.
El pelirrojo se despertó de inmediato, mirando hacia todos lados con expresión asustada. El miedo en sus ojos era más que evidente.
Verlo así me partía el corazón.
— ¿Qué te ha ocurrido? — pregunté, tomándole la mano para tranquilizarlo.
Pero mi novio retrocedió a empellones apenas hube entrado en contacto con él, como si el tacto entre nuestras pieles lo repeliera. Su rostro estaba bañado en sudor frío, armonizado a la perfección con su aspecto desaliñado. Su camiseta estaba recubierta de sangre seca a la altura del costado, y del muslo todavía le brotaba un débil hilillo carmesí.
— La verdadera pregunta es qué te ha pasado a ti — respondió él, cruzándose de brazos, tratando de aparentar una fortaleza de la que carecía. — ¿Qué hacías caminando tan tarde por un lugar tan peligroso? ¿No se te ocurrió lo que podría pasarte?
Con un suspiro, me resigné a explicarle la situación.
Empezando por la repentina aparición del deportivo negro, hasta la revelación de que mi abuelo había ordenado asesinarme, usando a la directora del instituto como sicaria lowcost. Sin olvidarme, claro está, del simpático desconocido que casi me manda al Infierno con un cuchillo.
Por descontado, evité mencionar cualquier detalle sobrenatural... A fin de cuentas, no iba a decirle a Carlos que me había dedicado a destrozar las almas de mis atacantes. Habría quedado un poco siniestro. Y lo que es peor, con la suerte que tenía igual habría terminado con una camisa de fuerza.
Una vez hube concluido mi relato, él se me quedó mirando aturdido, como si fuera incapaz de asimilar cuanto había escuchado. Asentía con lentitud, pero en sus ojos había un brillo ausente, como si sus pensamientos estuvieran en un lugar completamente diferente.
Ni siquiera reaccionó cuando rompí al llanto por pura desesperación.
Me había faltado tan poco para morir... Y todo por culpa de mi propia familia. De un abuelo que me llevaba odiando desde siempre, que había ordenado que me mataran solo por la rabia irracional que albergaba hacia mi persona.
Pese a todo, el pelirrojo no se inmutó.
Se mantuvo en la otra esquina de la habitación, rehuyendo mi contacto a toda costa. Era como si le asqueara el acercarse a mí. Cuando habló, lo hizo con la voz teñida de falsa compasión y preocupación. Una falsedad que no lograba enmascarar el cinismo que se escondía tras sus palabras, y que me dejó desconcertado.
— ¿Te das cuenta de lo ridículo que es lo que cuentas? Tu abuelo sobornando a tu profesora para que te mate... ¿Quién crees que va a creerte? — inquirió mi novio, con expresión ceñuda.
— P-pero tú me crees, ¿verdad? — respondí, confuso por aquel extraño cambio en su actitud. ¿A qué venían todas aquellas dudas? ¿De verdad pensaba que le estaba mintiendo? Vale, la situación era disparatada... Pero, ¿una relación no debía estar basada en la confianza mutua?
Él se encogió de hombros.
— Lo que yo crea no es importante. Eurídice es una figura respetada en este pueblo. Ir así contra ella sería un suicidio... ¿Tienes alguna prueba de lo que estás diciendo?
Abrí y cerré la boca un par de veces, intentando articular una respuesta lógica. En la zona no había ninguna cámara de seguridad. Tampoco había podido ver la matrícula del coche, y para colmo me había encargado de silenciar a los compinches de la jefa de estudios, los únicos testigos.
Era mi palabra contra la suya.
— Como imaginaba — suspiró Carlos —. Creo que será mejor que te ciñas a la última parte... Pasaste por donde no debías y un loco te apuñaló. Fin de la historia.
Sus últimas palabras terminaron por prender mi rabia. ¿Por qué me trataba así? No tenía ningún derecho de decirme qué podía o no decir. Era mi historia, lo que realmente había sucedido. Y no pensaba esconder la verdad.
— Carlos, eso no es lo que ha pasado. ¿Qué motivo tendría yo para mentirte? — inquirí, con tono suplicante.
Necesitaba que me creyera.
— Quizá solo quieras llamar la atención. Que todos te compadezcan un poco más para mejorar esa fachada tuya de víctima — respondió, soltando un resoplido de hastío.
¿Esas palabras acababan de salir de su boca? Aquello tenía que ser una maldita pesadilla de Fobétor... El Carlos que yo conocía era un chico honesto, tierno y dulce. Nada que ver con este joven insensible, desconfiado y cínico.
— ¡No voy a guardar silencio! Aunque sea una locura, le pienso decir la verdad a la policía — exclamé, sin importar que mi enfado saliera a relucir, que la rabia palpitara por mis venas hasta hacer que mi visión se tiñera de rojo.
Sin embargo, toda ira quedó reducida a cenizas un instante después. Aunque, para ser honestos, no se fue de allí sin más. No... Se transformó en miedo en estado puro.
Para mi consternación, la que era mi alma gemela, la otra mitad de mi ser, dio un fuerte puñetazo en la pared sin pensárselo dos veces. Su bello rostro estaba desencajado por el odio. Antes de que pudiera siquiera respirar, acortó la distancia entre nosotros de dos grandes pasos, posicionando su rostro a escasos centímetros del mío.
Y sé que va a sonar como una locura, pero por un instante... Creí que me iba a hacer algo. Me recordó a mi abuelo.
— ¡No vuelvas a hablarme así! — vociferó, la calidez de su mirada castaña reemplazada por una profunda angustia, una emoción oscura que se retorcía en el fondo de sus iris.
Sin embargo, esta impresión apenas duró un segundo. Pasado ese tiempo, sus rasgos se suavizaron hasta el punto de hacerme pensar que había presenciado una ilusión. Su mirada volvía a estar llena del amor y profundo afecto que recordaba.
— Perdóname. Te juro que no se repetirá. He pasado mucho miedo... Toda la noche en vela en esta clínica, creyendo que iba a perderte. Ha sido muy duro para mí, ¿lo sabes? — musitó, una solitaria lágrima deslizándose por su mejilla.
Comenzó a acariciar mi cabello rubio, entrelazando los dedos en mi pelo. Su mano derecha descendió por mi mejilla, acariciándome la clavícula, provocándome un sentimiento de repulsión que al instante me hizo sentir culpable.
Lo amaba, y él a mí. Al fin y al cabo, solo había perdido el control un segundo... Carlos jamás me haría daño. Solo había sido una reacción producto de los nervios. No era nada grave.
— Me preocupa tanto lo que te pueda suceder — manifestó él, su voz teñida de una ternura, que, de haberla observado con detenimiento, habría visto que era falsa. Una máscara hábilmente colocada, lo justo como para hacerme pensar que le importaba. — No quiero que te tachen de loco, que te acosen y te humillen...
Antes de que pudiera responder, nuestros rostros se encontraron en un beso corto y apasionado. No pude evitar emitir un jadeo cuando su lengua se hundió en mi boca, lo justo como para dejarme encandilado, cegado por sus encantos.
— Eso nos alejaría. Y tú no quieres separarte de mí, ¿verdad Félix? Supongo que no querrás perderme a mí, tu alma gemela... — me susurró, recorriendo los contornos de mi nueva cicatriz con sus labios, despertando toda clase de sensaciones en mí.
Como si un interruptor invisible se hubiera accionado en el pelirrojo, su actitud hacia mí dio un vuelco total. Carlos continuó con sus caricias, recorriendo mi pecho y torso con sus endurecidas manos. Retiró las sábanas que me cubrían, y de un salto trepó a la cama.
Se recostó encima mía con una pequeña risa.
Podía sentir el fuego y deseo que emanaba, sobre todo concentrado en su entrepierna. Los largos y hábiles dedos que poseía buscaron los pliegues de la bata de hospital, y la rasgaron con avidez, dejándome desnudo.
Mi novio me contempló por unos segundos con total satisfacción, provocándome un escalofrío que nada tenía que ver con el placer que estaba sintiendo. La forma en que me miraba... Era como si fuera un trofeo, una presa que había capturado.
Sin embargo, estos pensamientos se desvanecieron casi al instante cuando él continuó con su ritual. Respiré profundamente al sentir el rastro de besos húmedos que fue dejando por mi piel desnuda, desde el cuello, pasando por los límites del pecho, hasta llegar a mi abdomen, que mordió sin piedad, arrancándome un gemido de dolor y excitación al mismo tiempo.
A pesar de las heridas que me aquejaban, daba la impresión de estar flotando en el aire, como si mi cuerpo se hubiera desvanecido. Solo el torbellino de sensaciones que mi alma gemela despertaba en mí me recordaba que seguía vivo.
Con una fluidez inusitada, Carlos se sacó la camiseta por la cabeza en apenas un segundo, casi sin romper el contacto entre nuestros cuerpos. Sin lugar a dudas, era el joven más hermoso que nunca había visto. Tenía el fuerte pecho recubierto por un suave y rizado vello pelirrojo. Los hombros anchos y la piel tersa. Contuve el aliento... Había esperado tanto por un momento así.
Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que había algo malo en todo aquello?
Sin mucho tiempo más para pensarlo, los pantalones y deportivas le siguieron inmediatamente después, hasta el punto de que la desnudez de mi alma gemela fue casi completa. Únicamente la fina tela de su ropa interior se interponía entre nosotros. Él se dejó caer sobre mí con un gruñido, retorciéndose y besándome con fiereza casi animal.
No se parecía en nada al chico tierno y atento con el que tan buenos ratos había pasado, con el que había dormido abrazado toda una noche. Sin atreverse a dar el paso que ahora estaba precipitando.
Lo peor de todo era que no veía afecto alguno en sus acciones actuales. En esa forma ansiosa de devorarme, como si fuera un desconocido cualquiera.
A pesar de que me estuviera haciendo contorsionarme de placer, hasta el punto de arquear la espalda. Aunque adorara la forma en que sus labios me devoraban sin miramientos, sin dejarme apenas respirar, susurrando mi nombre con voz ronca, o palpar los sólidos músculos de su espalda, que estaban tensos por el deseo. Tuve que reconocer una terrible verdad.
Allí no parecía haber amor.
— C-carlos, estamos en un hospital — jadeé, empujándolo de los hombros para tratar de apartarlo de mí —. Alguien podría entrar en cualquier momento.
Él respondió con una sonrisa traviesa.
— Y eso qué importa... Solo déjate llevar y relájate. Tienes suerte de estar viviendo un momento así — contestó con altanería, silenciándome de un beso que me hizo revolverme.
Nuestros dedos se entrelazaron casi a la fuerza, venciendo las pocas energías que me quedaban, hasta el punto en que doblegó mis brazos, haciendo que cayeran inertes sobre el colchón, aplastados por los suyos.
— ¿Es que no confías en mí? ¿Es eso? — repuso él, enderezándose de pronto, permitiéndome respirar. — ¿Qué te he hecho como para merecer que me rechaces así? — reclamó, buscando respuestas con la mirada herida más convincente que pudo blandir.
— No Carlos, solo...
— Hay alguien más, ¿verdad? — concluyó, con expresión sombría. — Debí haberlo deducido al verte así con tu primo... Soy tan estúpido. Me has estado engañando delante de mis narices.
— ¡Claro que no! — me apresuré en negar.
Al oír mis palabras, aquella extraña sonrisa volvió a aparecer en su rostro. Una mueca a medio camino entre la satisfacción y crueldad.
— Entonces demuéstramelo — contestó, besándome de nuevo.
Cegado por la culpa como estaba, no opuse resistencia. Carlos se abalanzó sobre mí, y continuó con sus caricias, mordiscos, y todo lo que se le antojó. Le dejé hacer lo que quisiera conmigo. Ya no sentía nada...
Ni siquiera reaccioné cuando se despojó de su ropa interior.
El contacto entre nuestros cuerpos, ahora totalmente desnudos, me dio náuseas. El deseo que había sentido en un inicio ya se había esfumado casi por completo, sustituido por una ansiedad que me consumía segundo a segundo. Con cada toque y roce.
Lo que no podía entender, era por qué no estaba disfrutando. ¿Acaso no era esto lo que siempre había querido?
Tener una relación con Carlos, intimar con él, y, con el tiempo, vivir momentos así... Ese había sido mi sueño desde que lo conocí. Aún ahora, podía sentir el fuego de la pasión que crepitaba en su interior, y que me estaba transmitiendo. Un calor desesperante que amenazaba con nublar todos mis sentidos.
Él estaba preparado para dar el siguiente paso. Se lo notaba a la legua, en la forma en que se movía, en su lenguaje corporal, en sus mismas palabras. No quería decepcionarlo... ¿Y si él se aburría de mí y buscaba a otra? Sentía que le estaba fallando al no hacer lo que él quería.
Lo peor de todo era que no podía permitirme perderlo. Lo amaba demasiado, y, además de mi emergente amistad con Eris, era lo único que tenía. El único que me había hecho sentir bien, que me había amado.
Sin embargo, esto no era lo que deseaba. Le gustase o no, mi alma gemela tenía que entender que yo aún no estaba preparado.
— ¡Carlos, para! — grité, alejándolo de un empujón. — No estoy listo para hacer esto... — murmuré, sintiéndome patético, miserable incluso.
Y sin embargo, lejos del enfado que había previsto, mi novio me respondió con una sonrisa resplandeciente y un par suaves palmaditas en los hombros. Se sentó en la cama, apresurándose para vestirse con rapidez mientras me acariciaba la mejilla con ternura.
Como si ya esperara esta reacción.
— Lo entiendo. Me he preocupado tanto por ti, que supongo que me he dejado llevar un poco — admitió, encogiéndose de hombros con una actitud apacible. — Pero esperaré lo que haga falta... Porque te quiero. No lo olvides. Te espero en la puerta — me comunicó con un guiño, abandonando la habitación.
Y yo, tonto de mí, solo pude avergonzarme por haber dudado de él. Por un segundo, casi pensé que me estaba forzando... ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Pues claro que mi alma gemela nunca haría algo semejante.
De inmediato, esa vergüenza dio paso a un incipiente rubor. Solo de pensar en lo que había estado a punto de pasar entre nosotros...
Además, no pude evitar admirar la paciencia y amor que Carlos había demostrado sentir hacia mí. El respeto hacia mi voluntad y deseos. A fin de cuentas, podría haber aprovechado la situación, haberme terminado de convencer de alguna manera... Y había optado por retirarse tras dejar en claro lo mucho que me quería.
¿Se podría desear un novio mejor?
A medida que me dejaba llevar por aquella peculiar ceguera que provoca el amor, él aguardaba en la sala de espera, su rostro marcado por una mueca de tensión y satisfacción. Con aquel truco de la seducción, que sabía que no funcionaría sobre mí, había conseguido su verdadero propósito: Aquel breve estallido de ira, esa vena violenta que había heredado de su madre, había caído completamente en el olvido.
A semejantes alturas, para rato yo recordaba nada de aquel puñetazo en la pared, de aquellos breves instantes de miedo.
Y mientras todo esto sucedía, Semyazza me observaba desde el exterior, relamiéndose los labios. Las negras alas que poseía le permitían flotar en el aire, como si de un espíritu se tratara. Sus ojos violáceos destellaban a través del sucio vidrio.
De forma instintiva, el ángel caído apoyó la palma de la mano sobre la ventana, su aliento condensándose sobre el cristal. Su mirada estaba fija en mi nuca.
— Te encontré, receptáculo. Es hora de devolver a mi Amo lo que le pertenece por derecho.
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