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Capítulo 44: Vallis Fumo

Vallis Fumo, Campus Cineris, Planities (Tártaro).

Tristán:

Tosí con fuerza, llevándome las manos al pecho, y soltando por un segundo el brazo de Lete. Los pulmones me ardían, producto del tóxico vapor que me veía obligado a respirar. Y si a ello le sumabas el hambre, y mi garganta reseca por la sed... En fin, podría decirse que no me encontraba en mi mejor momento. 

— ¡Qué lugar más hermoso! — comentó la diosa del Olvido, su mirada soñadora fija sobre los densos zarcillos de humo que nos rodeaban. 

Pese al dolor, logré soltar una carcajada de pura ironía. Desde luego, esta diosa tenía un concepto muy particular de la belleza. 

Nos encontrábamos en Vallis Fumo. A decir de Malakar, era el primer sector, de la primera zona, de la tercera región del Tártaro, Planities. Una especie de desierto de roca, salpicado de un suave y redondeado relieve, coronado por un cielo carmesí. Sin embargo, nada de lo ya mencionado era lo que caracterizaba a este condenado infierno. 

Su suelo estaba resquebrajado, salpicado de amplias fisuras que parecían no tener fondo. Y de ellas, brotaba una niebla grisácea y espesa, que además, era venenosa. El humo estaba por todas partes. Se abalanzaba sobre ti, y te engullía hasta el punto de no poder ver, y apenas respirar. 

Cada paso era un absoluto tormento, como si estuviéramos intentando atravesar una capa de hormigón gaseoso. Los ojos me lloraban, y temía que la falta de oxígeno me hiciera perder el conocimiento en cualquier momento. 

Lo único que me mantenía ligeramente cuerdo, era el blanquecino halo que rodeaba la figura de la diosa del Olvido, un faro en medio de aquellas tinieblas. Su resplandor incluso repelía ligeramente la neblina. 

Por fin Lete servía para algo. 

No era por ofender, pero os pido que intentéis entenderme. Irónicamente, la diosa del Olvido parecía haber perdido la memoria. Para colmo, sus dichosas lagunas mentales casi me cuestan los pocos recuerdos que me quedaban. ¡Me había atravesado la cabeza con sus dichosas agujas! De no haber aparecido aquel joven soldado... Ni siquiera recordaría mi nombre. 

Y una vez más, acabé pensando en él. 

Estas últimas horas, sin importar cuánto lo intentara, mis pensamientos siempre recaían sobre una misma figura. Un chico con un ojo verde, y otro castaño, al que había besado, y que poco le había faltado para matarme. 

Se llamaba Malakar, y avanzaba unos metros por delante mía, blandiendo la empuñadura de su espada, cuyo brillo obscuro repelía el humo. Cuando minutos antes le pregunté al respecto, él se limitó a encogerse de hombros. 

— El Tenebrium está conectado con el Tártaro. Es un metal que se obtiene en Axis, y como tal posee cierta afinidad con esta fosa. Tenerlo reporta muchos beneficios — me explicó, entre gruñidos y maldiciones. 

Seguramente os preguntéis qué fue de Algos y Disnomia. 

Los Hijos de la Discordia, como el paladín los había llamado, eran dioses menores. Las personificaciones del Dolor y el Desorden, respectivamente. Tras la confesión del primero, albergué la esperanza de que ambos se enzarzaran en un combate mortal contra mi captor. 

Un enfrentamiento lleno de acción y dramatismo, que podría haber usado para escabullirme e ir... Bueno, en realidad no tenía adónde escapar, pero seguro que me las habría apañado. 

Para mi decepción, las deidades, tras compartir una mirada fugaz, se habían rendido sin oponer resistencia alguna. Malakar, probablemente tan sorprendido como yo, logró aprisionarlos sin la menor dificultad. 

Ahora los hermanos marchaban tras el joven, maniatados y encadenados con grilletes improvisados, fabricados a partir de los restos de la coraza del paladín. 

— ¿Puedes ir más rápido Tristán? — me increpó él. — Lamento decirte que no tenemos todo el maldito día. 

Tras una nueva sarta de toses por mi parte, reanudé la marcha, aferrando con fuerza a Lete. 

— Si dijeras cuál es nuestro destino, quizá me sentiría un poco más motivado — le respondí malhumorado. 

Malakar se detuvo al instante, como si de un resorte se tratara. Tragué saliva, al ser consciente de cómo la rabia e ira invadían su cuerpo. 

— ¿Qué acabas de decir? — siseó, volviéndose hacia mí. 

Quedamos cara a cara. Su mirada, marcada por la heterocromía, se hundió en la mía. Un escalofrío me recorrió al percatarme de que se estaba introduciendo en mi mente de nuevo, revolviendo mi oscuridad. 

— Repítelo por favor — ronroneó, con falsa dulzura. — Quiero saber lo que piensas. 

Algos y Disnomia, situados tras la silueta de Malakar, intercambiaron una mirada cómplice. Por mi parte, al igual que en la cabaña, la pura verdad acudió a mis labios y pugnó por escapar, sin que pudiera hacer nada por contenerla o suavizarla. 

— Llevamos andando durante horas, a-atravesando este humo tóxico sin llegar a ninguna parte — tartamudeé, entrando en pánico pero sin poder detenerme. — Tengo la impresión de que te has perdido por completo. De que seguirte e-es inútil — dejé escapar. 

Jadeé por el nerviosismo una vez la última palabra escapó de mis labios. ¿Qué acababa de hacer? Seguramente había ofendido al único que podía sacarme de allí, un chico que había demostrado ser un psicópata en toda regla. 

— ¿Inútil? — cuestionó, estallando en carcajadas carentes de humor. 

Lete también empezó a reírse de forma despreocupada, dándole el broche final a la humillante escena. Empecé a ruborizarme, sin poder contener la vergüenza que me generaba esta situación. Ese sentimiento de bochorno se me antojaba familiar... Como si ya hubiera vivido algo similar antes. 

Sin embargo, sin tiempo para indagar más en aquel déjà vu, las siguientes palabras de Malakar me sentaron como una jarra de agua fría. 

— El único inútil que hay aquí eres tú — afirmó con tranquilidad. — Eres tan débil e insignificante, que he incluso he tenido que salvarte de una diosa sumida en el olvido. Ni siquiera besas bien — remató, haciéndome enrojecer aún más si cabe. 

En ese instante, Disnomia emitió una exclamación ahogada, y se sumó a la conversación. 

— Esperad... ¿Vosotros dos os habéis besado? — nos interrogó entusiasmada, abarcándonos a ambos con la mirada. — Decididamente hacéis una pareja de lo más caótica... 

Me dispuse a replicarle, pero Malakar se me adelantó. 

— Que conste que no estamos saliendo. Y ese beso insignificante... Fue una estrategia por parte del mortal aquí presente, para engatusarme y huir — respondió, señalándome despectivamente con el pulgar. 

Lejos de amilanarse, la diosa escrutó al paladín con la mirada, cargada de preguntas silenciosas. Su expresión de júbilo dio paso a una de concentración, a medida que el aire entre ellos se enrarecía. 

En aquel preciso instante, los iris de la deidad se fragmentaron en distintas tonalidades, formando un tornado multicolor en sus cuencas oculares. Un remolino que me atrajo fuertemente, casi como si mi mente estuviera siendo succionada.

Daba la impresión de que cada uno de mis pensamientos y recuerdos se entrelazaban en un caótico tapiz, y acababan siendo absorbidos por ella. La magnitud de aquel poder me abrumó, haciéndome caer de rodillas, sin poder romper el contacto visual con la diosa. 

Nadie podía resistir un ataque de semejante calibre. Y el joven soldado no fue la excepción. 

Segundos después de haberse iniciado aquel extraño fenómeno, se llevó las manos a la cabeza, y soltó un alarido de dolor, tratando de alejarse de su ahora atacante. 

— ¿¡Qué haces!? — gritó, tirando de la cadena que mantenía cautiva a la diosa. 

Disnomia esbozó una sonrisa de pura satisfacción. 

— ¿Te creías el único capaz de introducirse en las mentes ajenas? — quiso saber, con tono burlón.  — Me he limitado a incrementar la entropía de tus pensamientos, causando el colapso de tu sistema nervioso central. 

Los ojos de Malakar se abrieron como platos al escuchar las palabras de la diosa, y sus mejillas enrojecieron cuando esta hizo una pequeña revelación. 

— ¡Y adivina lo que he descubierto! Resulta que ese "beso insignificante" — comenzó, imitando el tono de voz del soldado. — Te gustó e importó mucho más de lo que te gustaría. ¿O no es verdad Daniel?

Malakar jadeó.  

— ¿C-cómo puedes conocer...? 

— ¿Tu nombre mortal? Quizá tú pienses que tienes un gran dominio a la hora de leer las mentes de otros, pero yo te saco siglos de experiencia. En estos dos milisegundos, he podido leer toda tu desafortunada existencia, junto con la de Tristán — proclamó con orgullo. 

La ira se abrió paso en el rostro del joven, a medida que sus iris se tornaban negros, y se esforzaba por reprimir una sonrisa maquiavélica.

— ¡Qué vida llevaste! — continuó la diosa, ajena a los primeros síntomas de transformación del paladín. — Tantos crímenes y pecados cometidos por un mismo humano... Sin lugar a dudas, eres repugnante — afirmó Disnomia, asqueada. 

Por un segundo, un ominoso silencio flotó entre los dos. El cuerpo de Malakar se contorsionaba, y pequeños gemidos escapaban de los labios del joven. Sus dedos estaban enterrados fuertemente en su cuero cabelludo. Hablaba de forma inaudible, susurrando pequeñas frases que ninguno alcanzábamos a entender. 

Aunque en ese momento no lo supiera, eran mantras. 

Afirmaciones que empleó durante su formación como paladín del Maestro de Tortura, a fin de dominar el demonio que habitaba dentro de él. Como más adelante el joven me explicaría, mientras dormíamos juntos, Tártaro introducía un ser infernal en el cuerpo de cada uno de sus potenciales soldados. Dominarlo era la clave para seguir adelante. En cambio, había quienes no lo conseguían, y acababan por sucumbir, desapareciendo y tornándose en parte de aquel espíritu maligno. 

Y justo eso era lo que le había sucedido a Malakar. Por un instante, perdió el control, lo suficiente como para que aquel ser ávido de muerte y destrucción se apoderase de él. 

Sin previo aviso, los temblores del chico cesaron, y pequeñas venas negras empezaron a extenderse por sus brazos y pecho. 

— ¿Te han ofendido mis palabras? — se burló Disnomia. 

A modo de respuesta, en un instante se posicionó a la espalda de la diosa, como si de una exhalación se tratara. Ella trató de reaccionar, pero ya era demasiado tarde. 

Malakar enroscó la cadena que mantenía inmóviles sus manos en torno a su grácil cuello. La deidad emitió una exclamación ahogada, intentando liberarse sin éxito. El soldado comenzó a apretar, hundiendo los eslabones en su piel, asfixiándola, mientras jadeaba de puro gozo. 

— ¡Acabaré contigo! — amenazó, con voz demoníaca. 

La estupefacción me dejó paralizado. Solo pude contemplar como Algos trató de interponerse, saliendo en defensa de su hermana. Alzó sus manos atadas, apuntando a la cabeza del demonio, liberando todo su poder. 

El sonido de un relámpago quebró el sepulcral silencio que nos rodeaba. Un oscuro rayo hendió el humo que nos rodeaba y acabó fulminando a Malakar. Él gritó con desesperación, a medida que la descarga eléctrica le provocaba un sufrimiento inimaginable. 

Sin embargo, la sonrisa de Algos se truncó al escuchar las carcajadas de aquel al que había atacado. 

— ¿Creías que ese truco barato iba a funcionar conmigo? Los demonios como yo idolatramos el dolor — reveló, con una sonrisa macabra. — Solo has logrado divertirme. 

El dios, lejos de darse por vencido, se dispuso a arremeter nuevamente. Por desgracia para él, apenas duró dos segundos más de pie. Aprovechando la confusión del momento, y la neblina que nos rodeaba, Malakar le arrojó los restos de su espada como si de un cuchillo se tratara... 

Y  el filo se clavó de lleno en el entrecejo de la deidad. 

El Dolor parpadeó un par de veces, atónito, antes de desplomarse con ojos vidriosos. El humo ocultó hábilmente su cadáver, dándole un sepulcro inmaculado. 

Contemplé la situación, presa del pánico. La niebla se extendía por todas partes, ocultando la figura de Disnomia, el cuerpo de su hermano, pero incapaz de camuflar las amenazas de muerte y las carcajadas de histeria de aquel que había besado. Había enloquecido, y estaba asesinando uno a uno a sus prisioneros. Yo podría ser perfectamente el siguiente. Para mi consternación, solo quedaba una persona capaz de salvar la situación. 

O mejor dicho, una diosa. 

— Lete, ¡haz algo! — la instigué, señalando la agonizante figura de su hermana. — ¡Él va a matarla!

La mirada perdida de la deidad me hizo ver que nada podía esperar de ella. Decidido a no rendirme, la sacudí por los hombros, tratando de hacerla reaccionar.

— ¡Disnomia va a morir! — exclamé junto a su oído. 

Finalmente la deidad abrió sus labios, solo para farfullar incoherencias. 

— Se lo merece... Siempre fue la favorita de mamá. A ella le enseñaba la Manzana Dorada, le dejaba acompañarla a sembrar el caos en la Tierra. Y yo, hiciera lo que hiciese, nunca pude estar a su altura — lloriqueó. 

¡Maldita sea! Estaba claro que no me ayudaría, y desde luego no estaba de humor para lidiar con sus traumas infantiles. Algos se había convertido en un cadáver. Y su hermana ya empezaba a dejar de moverse. Y si bien era cierto que en el Tártaro la muerte no existía, sus cuerpos podrían quedar irreparablemente dañados.

— ¡Os mataré a todos! — siguió gritando Malakar, completamente fuera de sí. 

Su tez morena ahora estaba repleta de pequeñas venas negras, que parecían estar surgiendo de la nada, infectando todo su ser. Jadeaba de placer, sosteniendo el cuerpo inerte de la diosa del Desorden, hundiendo con fuerza las cadenas en su garganta. Lo estaba disfrutando. 

— Acabaré con todo — proclamó enloquecido. 

El terror se apoderó de mí, al darme cuenta de que su transformación no solo estaba afectando a su mente. Sus gráciles y alargados dedos se habían tornado en monstruosas garras, e incluso sus mismas facciones ahora se asemejaban a las de un demonio. Su dermis se retorcía de forma antinatural, e incluso burbujeaba, como si algo pugnara por salir de ella. 

Decididamente tenía que hacer algo. ¿Pero qué? Estaba claro que pelear contra él no era una opción: Ese monstruo había dejado fuera de combate a dos dioses sin ningún problema. A mí podría partirme por la mitad sin despeinarse. 

Mi única y potencial aliada, la diosa del Olvido, se mordía las uñas, ajena a todo. Gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas de la que sollozaba en silencio. 

Finalmente, una idea sensata acudió a mi mente. 

Ahora que Malakar estaba distraído con su presa... ¿Qué me impedía escapar? Podría, sin ningún problema, recoger la espada que estaba clavada en la frente de Algos, e internarme en la niebla. Desaparecería para siempre. Con lo enorme que era aquel Averno, el soldado jamás me encontraría. 

Movido por este instinto de supervivencia, avancé silenciosamente hasta el cadáver del dios, y me dispuse a tomar los restos de la preciada arma del paladín. Sin embargo, la voz del Dolor me interrumpió.

— No te vayas — me suplicó, sus ojos impregnados de lágrimas. — Ayuda a mi hermana. Ella es todo lo que tengo, lo único que me queda de madre. Por favor. 

Retrocedí, presa de la confusión. Quería irme, alejarme de allí para siempre. De verdad que lo deseaba. Pero sencillamente no podía. Era incapaz de abandonarlos, aunque apenas los conociera. ¿Eso me convertía en una buena persona?

Decidido a hacer una completa estupidez, me encaré con el joven. 

La cadena que blandía había traspasado la piel de Disnomia, haciendo que derramara sus primeras gotas de sangre. A este paso, le cortaría la cabeza. 

— ¡MUERE! — exclamó Malakar, completamente poseído. 

Procurando ser silencioso, rodeé la macabra escena, forcejeando con la cortina de humo que dificultaba mi visión y avance. Sin embargo, en última instancia, fue gracias a ella que logré cumplir mi objetivo y posicionarme a espaldas del soldado. 

Ahora venía la parte incoherente. En verdad no había ni tan siquiera un solo pensamiento racional que respaldara aquella alocada idea. Solo las palabras de una diosa que encarnaba el caos y la confusión. Sin más dilación, recorrí los escasos metros que me separaban de aquel chico... 

Y lo abracé con fuerza. 

Rodee su cuerpo fuerte y cálido con mis brazos, pudiendo sentir su respiración irregular sobre mi pecho. Él forcejeó, intentando librarse de mí. Su fuerza superaba mi imaginación, hasta límites insospechados. Pese a todo, logré resistir. 

— ¡Suéltame! — me exigió, al fin liberando a Disnomia, cuyo cuerpo sin vida se desplomó. 

A modo de respuesta, enterré mi rostro en su hombro, y acorté la escasa distancia que restaba entre nuestros cuerpos. 

— Todo está bien Malakar... Tranquilízate. Yo creo en ti— le susurré al oído, cerrando los ojos.

Y en aquel preciso instante, un súbito calor invadió mi pecho, y se extendió por todo mi cuerpo. La calidez trepó por mi costado, e hizo que me ruborizara ligeramente. A pesar de lo terrible que era aquella situación, el abrazar así a aquel chico... Provocaba en mí una emoción que no recordaba haber sentido nunca antes. 

¿Acaso me estaba enamorando de él?

Poco a poco, los jadeos del joven fueron desapareciendo, y su ritmo cardíaco se estabilizó. Finalmente dejó de oponer resistencia, e incluso tuve la sensación de que por un breve segundo, se entregó a mi abrazo, aferrándome con desesperación, como si fuera un ancla para él. 

Sin embargo, instantes después toda esperanza se desvaneció. El soldado me apartó de un brusco empujón, sin delicadeza alguna, haciéndome trastabillar y casi caerme por una grieta. 

— Ya basta — gruñó, fingiendo estar irritado, aunque su voz suave lo delataba. 

Al abrir los ojos, constaté con alegría que había regresado a la normalidad. Ni siquiera me importó su brusco rechazo. Que estuviera bien era suficiente para mí. 

Pude comprobar que cualquier signo demoníaco había desaparecido sin dejar rastro. Hasta el punto de convertirse de nuevo en aquel joven irritante, insolente y guapo que había besado. Y que quizá (y solo quizá), empezaba a gustarme. 

Pero solo un poquito. 

Antes de que pudiera decir nada más, él arruinó el momento. Otra vez. ¿Es que este chico no sabía mostrar ni un ápice de humanidad?

— Carga con los cuerpos — me ordenó, mientras capturaba el brazo de Lete y echaba a andar. 

Sin elección, antes de que su figura se desvaneciera por completo entre la neblina, puse de pie como pude a los cadáveres temporales de Algos y Disnomia, y los arrastré conmigo. Procuré no infligirles más heridas, pero, en fin... No es fácil cargar con los cuerpos muertos de dos divinidades por el paraje desolado del Tártaro. 

Y justo cuando empezaba a concienciarme de que tendría que arrastrar a dos dioses durante varios kilómetros más, el humo se acabó disolviendo, dando paso a una estampa un tanto peculiar. 

Ante mí se alzaba un enorme castillo, al más puro estilo medieval. Era una ciudadela imponente, un recinto fortificado con portón, profundos fosos, muros, almenas... Una fortaleza majestuosa se alzaba en su interior, con el estandarte de la torre ardiente ondeando en lo más alto. Solo había un pequeño problema. 

Todo el lugar estaba completamente hecho de polvo. 

— Hemos llegado — proclamó Malakar, con gran satisfacción. — Bienvenidos a Turris Pulveris

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