Capítulo 42: Homenaje y Venganza
07:16 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.
Irene:
Contemplé la fotografía en silencio, tratando de memorizar cada uno de los rasgos del amable rostro que en ella aparecía. Docenas de rosas blancas estaban esparcidas por el suelo, e incluso pegadas a las paredes o sobre el mostrador. Pequeñas velas arrojaban una luz titilante y mortecina, que proyectaba alargadas sombras sobre el vestíbulo del instituto.
Ante semejante panorama, la ahora familiar rabia no tardó en llenarme. Abría y cerraba los dedos de las manos en un gesto casi inconsciente, con el ceño fruncido, a medida que reflexionaba sobre lo que me estaba sucediendo.
Antes no solía ser una persona que se enfadara con facilidad. Incluso era incapaz de guardar rencor...
Por el contrario, estos últimos días el odiar se había vuelto una costumbre de lo más satisfactoria. Aborrecía a Lorea, por haberme abofeteado. También a Víctor, que me había dejado a la menor oportunidad, tirando por la borda todo cuanto habíamos construido juntos. Y Eris... Ella era la causante de todas mis desgracias.
A ella la odiaba más que a nadie.
— No se merecía tener un final así — suspiró Laura, apareciendo detrás mía.
Su voz, alegre y melancólica al mismo tiempo, logró sacarme de mi ensueño. Me volví hacia ella, confrontando su mirada aguamarina.
— ¿Qué quieres? — le pregunté, de forma un tanto hosca.
Ella levantó las manos en señal de rendición.
— Tranquila... Solo he venido a honrar la memoria de Torres — replicó, señalando la improvisada capilla ardiente que habíamos ensamblado en la entrada del centro. — Lo que le ha sucedido ha sido un golpe muy duro para todos, ¿sabes? — continuó, con pequeños destellos acuosos en sus ojos, que se esforzó por disimular.
El sábado se había emitido un aviso de desaparición desde las oficinas de policía. Habían dejado de lado ese espantoso rumor que tildaba a nuestro portero de pedófilo, y se habían decidido a hacer su maldito trabajo.
En cuanto nos enteramos, todos los alumnos nos implicamos. Colgamos carteles, organizamos batidas de voluntarios para buscarlo en el bosque, o en los alrededores... Pero nada. Era como si se hubiese desvanecido en el aire.
Finalmente, hoy habían parado. Los cuerpos de seguridad del Estado habían llegado a la maravillosa conclusión, de que aquel hombre debía estar muerto, aunque su cadáver no apareciera por ninguna parte. Hablaban sobre enviar buzos al río... Y sin embargo, el certificado de defunción ya estaba extendido.
Como si ese mísero papel demostrara algo.
— No sabía que Torres te importara tanto... — respondí, posando de nuevo mi atención en su fotografía.
La habíamos tomado el año pasado, la víspera de Navidad. Recuerdo que el hombre nos sonrió, e hizo varias bromas mientras le ayudábamos a decorar todo el vestíbulo con luces de colores. Eurídice nos observó, enrabietada en la distancia, y trató de hacernos volver a clase de malas formas. Recuerdo que incluso se atrevió a humillarme, agitando el expediente académico ante mis narices, y amenazándome con bajarme las calificaciones si rechistaba.
Sin embargo, el buen Torres no lo permitió. Le plantó cara a su jefa por mí, y la hizo retroceder a base de una buena charla de moral, ética, y respeto, virtudes que la jefa de estudios parecía haber perdido.
— Él fue el primero que al llegar aquí, me ayudó con Carlos — me confesó Laura, depositando un pequeño cactus a los pies del mostrador. — Me animó a decirle lo que sentía, y me consoló cuando él cortó conmigo después de tres meses de relación. Se convirtió en mi paño de lágrimas, acompañándome en mi peor momento... No sé que habría hecho sin él.
Se me formó un nudo en el estómago al escuchar sus últimas palabras.
Un escalofrío se hizo presente en mí al recordar lo que había sucedido el lunes, después de que todos se marcharan y me abandonaran a mi suerte. Intenté apartar la imagen de la mente, pero el bote vacío de somníferos se empeñaba en regresar, nítido, acompañado de la calidez de mi cama. Y del olor a gas que inundaba toda la casa.
— Yo sí sé lo que habría hecho — comenté, dejándome llevar por la amargura del recuerdo.
— ¿A qué te refieres? — inquirió mi amiga, alzando la ceja.
Le quité importancia con un gesto de la mano.
— Olvídalo.
Ambas permanecimos en un silencio tenso, el que precede a la traición y la confianza rota. Laura era una de mis mejores amigas... O lo había sido hasta el lunes. Día en que, para sorpresa de nadie, no me defendió de las humillaciones de Eris. Simplemente se quedó ahí parada, observando el espectáculo.
— Puedes contarme lo que te preocupa Ire... Somos amigas, ¿verdad? — preguntó, la duda impregnando su voz.
— Ya no — respondí, tajante. — Lo dejamos de ser cuando toleraste que Eris me maltratara ante todos.
En ese momento, ocurrió algo extraño. Laura abandonó su habitual actitud relajada, y empezó a retorcerse las manos con nerviosismo, incapaz de sostenerme la mirada.
— Lo permití porque esa chica me amenazó — soltó, al fin. — Le pedí que hiciera una cosa... Y luego me dijo que si intervenía en sus planes, me expondría ante todos — susurró.
Me crucé de brazos, ligeramente sorprendida ante aquella revelación.
Honestamente, de Eris me esperaba cualquier cosa... Había demostrado ser una víbora, haciendo honor a su nombre, el de la diosa de la Discordia según la mitología griega. Y aquí me gustaría hacer un pequeño inciso. ¿Quién demonios le pone a su hija el nombre de la deidad de las masacres y conflictos?
No obstante, no estaba dispuesto a creer a Laura así como así. No después de lo que me había hecho.
— Mucho me temo que vas a tener que ser más clara si quieres que te entienda.
Mi amiga dudó un par de segundos, y luego se lanzó a comprobar que no hubiera nadie cerca. Al asegurarse de que estábamos solas, me lo confesó todo.
— Eris es una bruja — dijo, sus palabras cargadas de emoción y miedo. — Le pedí que me hiciera una poción de amor para recuperar el amor de Carlos...
No pude evitar reírme ante semejante ocurrencia. Por Dios, ¡la magia no existía! Eso solo eran cuentos para niños y adolescentes desesperados.
— Ríete todo lo que quieras — replicó Laura, ligeramente ruborizada y ofendida. — Pero ha funcionado a la perfección.
Intenté serenarme un poco, tratando en vano de calmar mis carcajadas. Debo admitir que en ese instante me picó la curiosidad.
— ¿A qué te refieres con que ha funcionado? ¿Carlos te ha mirado dos segundos seguidos?
La chica de pelo azul sonrió con satisfacción, jugueteando con uno de sus mechones teñidos.
— Hemos pasado toda la noche juntos — me contó, una leve sonrisa de alegría revoloteando en sus labios.
Mis ojos se abrieron como platos. Por primera vez desde que lo conocía (es decir, desde los tres años), aquel pelirrojo parecía feliz con Félix. Su relación, al contrario que las otras que había ido manteniendo con los años (incluyendo nuestro breve noviazgo), parecía sincera y afectuosa.
¿Cómo había podido traicionarlo? ¿Sería verdad que...? No, aquello era ridículo. Un líquido hecho de vete tú a saber qué no puede controlar la mente de una persona. ¿Cierto?
— Por curiosidad, ¿cómo era esa poción?
— Era un brebaje de color rojo oscuro, bastante espeso, y olía fatal. Eris me dijo que debía susurrarle lo que deseaba, y echársela en la bebida a Carlos para completar el hechizo — explicó, fascinada.
Mi mente se retorció ante las posibilidades que aquel suceso planteaba. No podía dejar de intentar buscar una explicación lógica a aquel extraño fenómeno... Aquella chica nueva sería bastante rara, pero de ahí a ser bruja hay un trecho.
No, definitivamente allí había gato encerrado. La vida no es como una novela de fantasía, en la que hay vampiros y hombres lobo pululando por las ciudades. Se nos estaba escapando algo.
Por desgracia, Laura malinterpretó un poco bastante mi silencio. Una amplia y pícara sonrisa se dibujó en sus labios.
— Ya sé lo que estás pensando... ¿Quieres que Eris te haga una también para Víctor? — me propuso con cierta coquetería.
Negué de inmediato con la cabeza, asqueada por la mera posibilidad de acabar de nuevo con ese imbécil sin neuronas.
— Bueno, quizá quieras probar con otro chico... Los hay muy guapos por aquí — continuó mi amiga, resistiéndose a darse por vencida.
Me dispuse a darle una buena réplica sobre la importancia de la soledad, cuando la aparición de una figura me interrumpió. Eric Gómez, un reportero del periódico del instituto, se acercó con paso vacilante al pequeño altar dedicado a Torres, y depositó una rosa roja sobre él. Su cuerpo espigado parecía estremecerse, presa de la pena.
— Quizá sea hora de dejar de lado a los cretinos, y buscar a alguien... Diferente — musité, casi para mí misma, mi vista fija en el joven.
De pronto, sentí una especie de afinidad, una conexión con él. Mi corazón dio un ligero vuelco cuando sus ojos azules bañados en lágrimas se cruzaron fugazmente con los míos, antes de abandonar el lugar.
— ¿Eric? ¿En serio Ire? — me preguntó Laura, siguiendo la dirección de mi mirada. — Es un adefesio lleno de acné. Un empollón, para colmo periodista — bufó.
— El acné se quita con el tiempo... Y pareces haber olvidado que lo que importa de una persona es su interior. Ya me he hartado de imbéciles llenos de músculos. Quiero encontrar a alguien con el que tener algo real, ¿entiendes?
Mi amiga se dispuso a responder, pero una sarta de aplausos lentos e irónicos, y una voz conocida la interrumpió.
— Todo eso es muy bonito... Pero no es tiempo de amor, sino de venganza — proclamó Lorea, con tono solemne y malicioso.
Me volví hacia ella, presa de la indignación. Un par de días atrás me había encargado de dejarle bien claro que no quería volver a verla. ¿A cuento de qué se plantaba ahora aquí?
Sin embargo, la expresión de su rostro me detuvo. Sus labios estaban curvados en una sonrisa abrupta y forzada, enseñando sus blancos dientes. Por otro lado, había dejado de lado sus habituales moños, a favor de soltar sus rizos pelirrojos. Sus ojos reflejaban locura, y por un instante, me pareció que se tornaron rojos.
Era como estar frente a otra persona.
— ¿Venganza? ¿De qué hablas? — la interrogó Laura, dando un paso hacia delante.
Mi prima se limitó a encogerse de hombros.
— Bueno, como os he visto tan tristes, mirando el ridículo altar de Torres... Pensé que os gustaría hacer sufrir a su asesino — dejó caer, como si tal cosa.
El asombro acabó por quebrar mi fachada impasible, interrumpiendo todas mis cavilaciones.
— ¿Quién lo mató? — quise saber, casi con desesperación.
Aquel hombre siempre había sido nuestro mayor apoyo. Un pilar que hacía la vida en aquel infernal instituto mil veces más llevadera. Quienquiera que lo hubiera asesinado se merecía lo peor.
— ¿Quién ha estado sembrando el caos y la destrucción desde que llegó aquí? — respondió Lorea. — ¿Quién organizó peleas ilegales entre alumnos?
— Espera, ¿estás diciendo que Eris es la culpable? — formuló Laura, anonadada.
— ¡Bingo! ¡Claro que fue ella! Torres investigó a esa chica, y descubrió que su negocio de las apuestas también se había desarrollado en su anterior instituto. La confrontó para intentar echarla de aquí... Y ella se deshizo de él.
Apoyé la espalda contra la pared, completamente estupefacta ante aquella revelación. La sorpresa era tal, que ni siquiera se me ocurrió dudar de lo que mi prima nos estaba contando. Una a una, devoré todas sus mentiras como si fueran un exquisito manjar, sin siquiera pararme a pensar en las consecuencias que traería.
Todo parecía encajar a la perfección... Y en aquel momento no dudé.
— ¡¿Dónde está esa asesina?! — interrogué a Lorea, agarrándola del cuello de la camiseta.
— Si es lo que deseáis, puedo llevaros hasta ella... Para que así podáis cobraros venganza. ¿Qué me decís? — nos propuso, tendiéndome la mano.
Se la estreché casi al instante, y Laura me imitó segundos después.
— Acabemos con ella — afirmé, resuelta.
Sin saberlo, había caído en la trampa de cinco ángeles caídos, y un espíritu vengativo. Por mi culpa, el caos estaba a punto de desatarse sobre aquel pueblo maldito, sobre toda la humanidad.
Porque aunque todavía no lo sabía, aquello era el principio del fin.
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