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Capítulo 4: El origen y el destino

Confines del Tiempo. 

Félix:

Las palabras de Cronos me desconcertaron. 

Me dejaron atónito, mejor dicho. ¿Sería acaso posible llevar a cabo una hazaña semejante? ¿Impedir el apocalipsis que acababa de tener lugar? Porque a mí eso de viajar en el tiempo me sonaba a ciencia ficción. 

Sin embargo, de ser así, aún quedaría la remota posibilidad de arreglarlo todo. De recuperar mi mundo tal y como lo conocía. La mera posibilidad de poder ver a Carlos sonreír de nuevo llenaba mi corazón de esperanza. Más allá de eso, con ese poder... Reescribiría mi pasado, mi propia historia. Para qué negarlo, me gustaría cambiar tantas cosas.

Empezando por mi orfandad. Si mis padres no hubieran muerto, mi vida no sería la misma. No habría acabado en manos de Primitivo Durand, aquel empresario despiadado que decía ser mi abuelo. No habría sido exorcizado. Ni tampoco encerrado en el sótano cada vez que, según él, deshonraba mi apellido. 

Y, desde luego, no habría sufrido aquellos largos e incesantes latigazos que aún resonaban en mis tímpanos, esos humillantes golpes que hoy marcaban mi cuerpo y alma. 

No obstante, todas mis dudas, traumas y confusión se desvanecieron de golpe al hundir mi mirada en la de Cronos. El joven me la sostenía con intensidad, sus labios entreabiertos, jadeando por el monumental esfuerzo que estaba realizando.

Sus ojos, del color de la miel, parecían centellear con vida propia, como si una gigantesca nebulosa, un universo completo, se hallase en su interior. Por primera vez, fui consciente de encontrarme ante un ser superior a la humanidad. 

Un titán, tan antiguo como el universo mismo. El regidor supremo del Tiempo. 

Pero ello no impidió que mi corazón se acelerase levemente cuando él acortó la distancia entre nosotros y posó su mano en mi hombro. Su sedoso pelo plateado acarició mi rostro por un instante, provocándome un ligero temblor en las piernas. Y ya al sentir el roce de su piel sobre la mía, literalmente se me cortó la respiración. 

— Sé que es mucho para asimilar — comenzó el joven, sin romper el contacto visual. ¿Eran imaginaciones mías, o me estaba comiendo con los ojos? — Pero debes sobreponerte. Por algún motivo que escapa a mi comprensión, tú eres la clave de este asunto. Nix te quería muerto por ello. Necesitamos tu ayuda más que nunca Félix. Yo te necesito — me susurró al oído, acercándose todavía más. 

Aquella muestra de afecto rompió todos mis esquemas. 

El semblante de aquel apuesto titán se encontraba apenas a unos centímetros del mío, iluminado por un fuerte resplandor dorado que solo lo favorecía más. Podía sentir su aliento cálido chocando contra la piel del cuello, envolviéndome en una oleada de placer. A nada que girase unos centímetros la cabeza, nos estaríamos besando. 

Y para qué mentir: me moría por saber cómo besaba aquel ser celestial. 

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, poniéndome los pelos de punta, mientras todo mi ser me gritaba que lo hiciera. Un deseo que no recordaba haber sentido nunca antes me estaba invadiendo, rogándome que me dejara llevar por aquella pasión que parecía adueñarse de mi alma. Era casi como si una voz me susurrara lo que debía hacer, me incitara a seguir este impulso inconcebible. 

La adrenalina recorría mis venas, haciéndome sentir extasiado. Podía escuchar cada uno de los latidos del corazón de Cronos, cada respiración suya. La situación me abrumaba, y al mismo tiempo me llenaba de gozo. 

Incapaz de contenerme más, se me escapó un pequeño jadeo al alzar ambas manos y llevarlas al pecho del titán. Recorrí su dermis desnuda con mis pulgares, ascendiendo por los hombros hasta acariciar su rostro. Él me imitó, hundiendo sus largos dedos en mi pelo rubio, despeinándome en el proceso. 

En sus ojos brillaba el mismo anhelo y deseo que ahora hacía arder mis entrañas. Se me escapó un suspiro al comprender que la atracción era mutua. Y otro más cuando, finalmente, el titán se aventuró a dar el paso. Fue acortando la distancia entre nuestros labios de forma lenta y deliberada, como si quisiera disfrutar de aquel momento al máximo.

Lejos de resistirme, me preparé para el instante en que me besara. 

Tenía la sensación de llevar esperando este momento toda una vida. Todas las traumáticas imágenes del apocalipsis, de mis compañeros desapareciendo, incluso de Irene, la única persona a la que una vez pude llamar amiga, muerta, quedaron enterradas en el fondo de mi mente. Como si aquel breve contacto físico fuera lo único que realmente importaba.

Al fin, sus labios se posaron sobre los míos con brusquedad y vehemencia. Tenían un sabor especial... A antigüedad y conocimiento, combinados con un deje salvaje que desentonaba con su serena apariencia. 

Un ligero y grave gruñido brotó de la profundidad de la garganta del titán, a medida que entreabría sus comisuras, prácticamente suplicando profundizar aquel beso, pidiendo permiso para que nuestras lenguas danzaran al unísono. 

Tenía los nervios a flor de piel. Él era un maldito dios... Y yo solo un humano cualquiera. Seguro que aquel joven había tenido innumerables romances y amoríos, a lo largo de toda la eternidad. Esperaba estar a la altura. 

Y justo cuando al fin me decidí a dar el paso, sin importar la situación en que nos encontrábamos, dejándome cegar por aquel abrumador anhelo que nublaba mi mente, un recuerdo vino de la nada. La única vez que sentí algo similar en el pasado. 

La estrechez de un armario, la ropa rodeándome. Unos ojos castaños que parecían brillar en la oscuridad, el omnipresente aroma a canela que los envolvían. La sonrisa torcida de mi alma gemela, enmarcada bajo su cabello pelirrojo. 

Ese breve encuentro con el pasado me devolvió la lucidez que creía perdida. Esto no estaba bien. Para ser sinceros, apenas conocía a este chico. Literalmente acababa de verlo poniendo en marcha un reloj de arena cósmico. 

Y por más atractivo que fuese, este deseo desenfrenado no era algo normal. Nunca antes me había golpeado una pasión de este calibre. Ni siquiera por mi mismísima otra mitad. 

Así que, por más que deseara dejarme llevar, no podía negarlo: Aquel no era mi sentir ni mi voluntad. Yo amaba a Carlos, y jamás lo traicionaría así. Por tanto, solo quedaba una posibilidad. 

Que alguien estuviera jugando con nosotros. 

Mis sospechas se confirmaron cuando desvíe mi mirada de los hipnóticos y anhelantes ojos de Cronos, justo a tiempo para ver la sonrisa burlona de Eris. La diosa nos observaba, jugueteando con uno de sus mechones rubios, gratamente divertida. 

En su mano derecha reposaba la resplandeciente manzana dorada, cuyo resplandor ahora podría equipararse con el de una estrella en miniatura. Sus engañosas ondas luminosas se proyectaban sobre Cronos y yo, bañando el limbo del color del oro. Observándolas bien, daba la sensación de que distorsionaban cuanto tocaban, casi como si la realidad misma se plegara ante los poderes de la diosa de la Discordia. 

Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, me separé de Cronos, jadeando. Ni siquiera podría describir la sensación de agonizante tortura que me recorrió cuando me vi obligado a despedirme de sus tibios labios. 

El titán me observó, perplejo, casi como si estuviera en trance. Intentó besarme de nuevo, pero acabé por darle la espalda, a fin de enfrentar a la deidad que se había atrevido a jugar con mis sentimientos (y también para no caer en la tentación de corresponderle). 

— Eris, ¿estás manipulándonos? — estallé, sin poder contener mi rabia y humillación. 

A modo de respuesta, ella se encogió de hombros. 

— Te he visto muy agobiado con todo eso de que tu mundo se había acabado, y todos tus ridículos amigos habían muerto... Así que se me ocurrió este pequeño juego para romper el hielo. ¿Te ha gustado?  — inquirió, con una sonrisa viperina. 

Me puse como un tomate al escuchar sus insinuaciones. La vergüenza hizo acto de presencia, tratando de sumirme en el silencio, de aceptar aquella humillación. Pero, por supuesto, no iba a callarme. 

— Lo que has hecho es inaceptable — le espeté. — Has jugado con mis sentimientos. ¡Me has engañado!

— Solo me he limitado a hacer que os soltarais un poco... Era obvio que ambos os habíais gustado. ¿Por qué no liberaros de vuestras absurdas limitaciones? Además, tu numerito de viudo me estaba sacando de quicio — respondió, acompañando sus palabras de una suave risa. 

Me dispuse a darle otra réplica contundente, cuando pude notar cómo las manos de Cronos se deslizaban con suavidad por mi pecho. Él me abrazó de espaldas, envolviéndome en sus fuertes brazos, causándome un nuevo escalofrío. 

— L-libéralo de lo que sea que estés haciendo — le exigí a la diosa, tartamudeando ligeramente. 

Y no era para menos. Aquel titán, cegado como estaba por los poderes de Eris, no se detenía en su intento de seducirme. Lo peor de todo era que, si seguía así, acabaría por olvidarme de mi otra mitad y de cualquier otro. Antes de que me juzguéis, dejad que me explique. 

No solo digo esto porque el dios que tenía a mis espaldas fuera extremadamente guapo (que lo era), sino por el mero hecho de que, por una vez, sentía que me correspondían. Tras mi primer beso con Carlos, a mi alma gemela le faltó tiempo para salir corriendo del armario, y desvanecerse entre la multitud. Es que ni siquiera volví a verlo. 

Ahora, en cambio, aunque fuera por una especie de hechizo manzanil, la atracción era mutua. Eso me satisfacía más de lo que estaba dispuesto a admitir. 

Y Eris se percató.

— ¿Estás seguro de que es lo que quieres? — me interrogó, ladeando la cabeza.

Finalmente, y con todo el dolor de mi corazón, asentí. 

— Eres estúpido — sentenció la deidad, antes de bajar la Manzana. 

Al instante, su brillo se apagó, y aquel resplandor dorado terminó por extinguirse. El titán quedó paralizado un par de segundos, como si de pronto fuera consciente de la situación en que se encontraba. Pasado ese tiempo, fue como escapar de un ensueño. 

El joven, esbozando una mueca de puro asco, se apartó de mí de inmediato, poniendo distancia entre ambos con un brusco empujón. Que a decir verdad, me rompió un poquito el corazón. Su rostro había empalidecido, y el desdén impregnaba sus hermosos iris. 

— ¡Cómo osas Eris! Manipularme así... Es una afrenta contra el mismo Olimpo. 

La diosa se limitó a reírse.

— ¡Vaya, vaya! El poderoso rey de los titanes y "Amo del Universo", a merced de los poderes y engaños de una diosa menor. ¡Qué bajo has caído Cronos! — se burló ella. 

Ambos comenzaron a discutir acaloradamente, hasta el punto de casi llegar a las manos. En otras circunstancias, me habría deleitado viendo pagar a aquella malcriada por sus actos. 

Pero mi atención estaba fija en algo más urgente. 

— ¡Chicos, chicos! — grité, interponiéndome entre ellos, mientras señalaba hacia la cúpula que se cernía sobre nosotros — ¿Es normal que la oscuridad también entre a esta dimensión? 

Y en efecto, las sombras invocadas por Nix, encargadas de exterminar a la humanidad y la Tierra misma, ahora se acercaban en nuestra dirección a una velocidad vertiginosa. Para ser exactos, se habían formado cinco columnas de sombras. Como si de tentáculos, o de afiladas garras se trataran, las monstruosas tinieblas se entrelazaban entre sí, avanzando sin piedad. 

— ¡Esto es muy malo! — gritó Cronos, enfocando su atención en la abertura del reloj, cuyo tamaño seguía siendo nimio. 

Resoplé con frustración. Por culpa de los jueguecitos de Eris, habíamos perdido demasiado tiempo. ¿Qué opciones nos quedaban ahora? En busca de respuestas paseé mi mirada entre el titán, las sombras, y la diosa. Esta última lucía una expresión de genuina preocupación, como si realmente no hubiera esperado que esto ocurriera. 

— ¿Qué está pasando? — pregunté, presa de la ansiedad. 

— Nix nos ha seguido hasta los Confines del Tiempo. Ha debido aprovechar la grieta que dejé abierta en el Olimpo... — aclaró Cronos. — Al parecer está al tanto de nuestro intento de viajar en el tiempo, y pretende impedirlo para no dejarnos cambiar el curso de los acontecimientos. ¡Eris, ahora!

En aquel momento, la diosa alzó la Manzana Dorada, y un escudo de energía resplandeciente nos rodeó justo cuando las sombras estaban por alcanzarnos. Estas impactaron contra la barrera, retorciéndose y embistiéndola a latigazos. De haber tardado dos segundos más, ahora estaríamos muertos. Sin embargo, no había tiempo para celebraciones. 

Las primeras fisuras comenzaron a aparecer. 

— Cronos, no podré aguantar mucho — musitó Eris, con ambas manos extendidas. 

La precariedad de la situación saltaba a la vista. La luz de la diosa de la Discordia titilaba peligrosamente, y parecía a punto de ser engullida por las tinieblas. Como la llama de una vela que está a punto de consumirse. No nos quedaba mucho tiempo. 

— Casi está — replicó Cronos, gimiendo del esfuerzo. Hilillos rojizos comenzaron a resbalar de sus ojos, a modo de lágrimas de sangre.  

Unos segundos más tarde, la abertura estaba lista. 

Había crecido lo suficiente como para permitirnos el paso, aunque a duras penas. Del otro lado solo podía verse una gran y potente luminosidad, que contrastaba vivamente con la oscuridad que luchaba por engullirnos. 

— ¡Vámonos! — ordenó el titán, cruzando el portal en primer lugar. 

Sin embargo, subestimamos el poder de nuestro enemigo. 

Instantes después de que él atravesara el umbral, las sombras hicieron añicos el escudo que Eris había proyectado, y la engulleron en un instante. Antes de poder reaccionar, también la oscuridad estaba arrastrándome. Un zarcillo de tinieblas se enredó en mi tobillo, mientras que otros tres tomaron mis muñecas y cuello, obligándome a retroceder, cortándome la respiración. 

Aquello parecía ser el final.

A mis espaldas, la negrura era profunda y siniestra, y emanaba un frío mortal, muy similar al que me había envuelto justo antes de que Cronos me salvase por primera vez. Nadie puede escapar a su destino, me susurró una voz, que parecía provenir de todas partes y ninguna al mismo tiempo. Y tú, Félix, no eres la excepción... Te desvanecerás en las mismas sombras que auguraron tu nacimiento.  

Pero aquella mujer, fuera quien fuese, se equivocaba. Desde pequeño, había demostrado ser un superviviente. Había superado la muerte de mi madre. Al incendio que debió matarme junto a mi padre. Y había soportado un infierno en la tierra mientras vivía con mi abuelo. Había sobrevivido a los desprecios de Carlos. Y al maldito apocalipsis. Así que unos hilos de humo no iban a poder conmigo. 

No. Yo no moriría aquí. 

Me resistí con todo mi ser, empleando cada gramo de mi voluntad para escapar de aquella prisión, antes de que fuera tarde. No paré hasta destrozar las ligaduras que Nix me había colocado, y sacudirme todas aquellas tinieblas de encima. 

Un poder desbordante impregnaba cada ápice de mi alma, llenándome de vida y energía. 

Me dispuse a salir, cuando, de pronto, percibí el débil resplandor de un alma a solo unos centímetros de mí. Extendí la mano, logrando tomar el brazo de Eris, liberándola de aquella marea de sombras. 

Ella estaba peor que yo. Mucho peor. 

Las sombras la habían partido en dos. Y no metafóricamente. Únicamente pude rescatar la parte superior de su cuerpo, que no paraba de derramar sangre a través de la zona donde debería haber estado su cadera y piernas. 

Su lujoso vestido ahora yacía destrozado, y su rostro era cadavérico, pálido y sin vida. No obstante, pude apreciar cómo su mano aún se aferraba con fuerza a la Manzana, como si se negase a verla partir. 

Con un último esfuerzo, logré arrojarla en dirección al portal, el cual atravesó limpiamente. Ahora era mi turno. 

Recorrí los últimos metros que me separaban de aquella gran luz. Mis manos atravesaron la abertura por un segundo. Casi podía sentir el pasado tomando forma al otro lado, la nueva oportunidad que tenía para enmendar mis errores, y salvarlos a todos. Lo estaba a punto de conseguir... 

Sin embargo, una mano helada y viscosa me agarró del cuello por detrás, y comenzó a apretarlo hasta que escuché el sonido de mis huesos quebrándose. Aquella presencia me sumergió de nuevo en las tinieblas, sin vacilar.  

— Tú no irás a ninguna parte — susurró una voz femenina, grácil y aterciopelada. Una que desgraciadamente conocía. 

Nix había llegado. Y no parecía tener intención de dejarme marchar. 

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