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Capítulo 39: La Calma tras la Tormenta

07:12 A.M, jueves día 17 de septiembre, año 2023.

Cronos:

Abrí los ojos apaciblemente, sintiendo cómo la paz y calma me inundaban por completo. 

La titilante luz del lucero del alba emergiendo desde la línea del horizonte penetró en el dormitorio, revelando vagos contornos y siluetas, desdibujados en las aún latentes sombras. La cama era incluso más mullida de lo que recordaba, y las sábanas arropaban mi torso desnudo, transmitiendo una ligera calidez. Sin embargo, el verdadero calor emanaba del cuerpo del chico de pelo rubio y ojos esmeralda que dormía apaciblemente a mi lado. Y de los latidos desbocados de mi corazón. 

Aún seguía sin poder creer todo cuanto había sucedido anoche. 

No podía negar que había sido duro. Atravesar la Tercera Puerta, debió ser, junto con mi caída al Tártaro, una de las peores experiencias que me había visto obligado a experimentar. Sin embargo, tras superar las cuatro pruebas, Prometeo me resucitó. 

Pude sentir el momento exacto en que mi alma regresó del Purgatorio, justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral del Meikai, y se unió a mi cuerpo nuevamente. Las llamas de la hoguera de mi sobrino trazaron un sendero de cenizas y ascuas, surcando espacio y tiempo, y lograron aferrarse a mí en el último momento, devolviéndome a la Tierra. 

Nada más escapar del silencio eterno, me incorporé y senté al pie de las escaleras, hundiendo el rostro entre mis manos. Para mi sorpresa, las heridas que Tisífone, la tercera Erinia, me había infligido, habían desaparecido sin dejar rastro, cortesía de Tánatos. 

Recuerdo que estaba pletórico. Observando el charco de sangre en el que, durante escasos segundos, había yacido mi cadáver, pensé que había alcanzado la plenitud.

Sin ir más lejos, me había enfrentado a las cuatro situaciones más traumáticas, excitantes y gloriosas de mi vida. Para mi propia sorpresa, fui capaz de dejar de lado mis deseos, el egoísmo, la satisfacción... Y escoger la liberación, mi nueva identidad.

Finalmente había dejado de sentirme asqueado conmigo mismo. La culpa, el arrepentimiento... Habían desaparecido. Me había convertido en un titán nuevo, con un futuro deslumbrante por delante, al lado del joven del que me había enamorado. 

Y que también me amaba. 

Primero, había regresado al que podría considerarse mi pecado original, la primera falta que cometí, al dejar que el odio se apoderara de mí. En aquella tormentosa época, busqué justificar mis acciones por medio de la justicia. 

Dicté sentencia contra mi padre, y yo mismo me encargué de ejecutarlo. Lo que por aquel entonces no sabía, era que estaba confundiendo dos conceptos completamente opuestos. En verdad, el sentimiento que guió mi guadaña aquel día, fue el ansia de venganza. 

No era más que un crío, harto de los maltratos a los que Urano sometía a mi familia. Y es que, a pesar de tratarse de la personificación del mismo Cielo, esa condenada deidad siempre se había distinguido por su crueldad. 

Al principio, tras el nacimiento de mis tres primeros hermanos, la situación era muy diferente. Era el inicio de los tiempos, cuando la humanidad ni siquiera existía. Mi padre, enamorado hasta la médula de mi madre Gea, se casó con ella, y nos concibieron a nosotros, los titanes. Fue una época pacífica, la que Ceo, Japeto y Temis solían recordar mientras estábamos confinados en las profundidades de la Tierra. 

Y es que, poco antes de mi nacimiento, nuestro padre fue capaz de leer una profecía en las estrellas que componían su etérea figura. Esta hablaba sobre su muerte, que vendría de la mano de uno de sus doce hijos e hijas, que acabaría ejecutándolo para convertirse en el amo supremo del universo, condenándolo al olvido. 

Entonces todo comenzó a salirse de control. El amor del Cielo por la Tierra acabó, y al no ser capaz de contener su lujuria hacia ella, siguió teniendo más hijos, fruto de violaciones y de la manifestación más profunda de la rabia divina. Mi madre, en su ignorancia, creó para sí misma un amante, un marido cuyo poder era superior al suyo. Ahí empezó su tormento. 

Y así fue como nací yo. 

Dejando de lado mi triste historia familiar, regresemos a la primera Prueba. Como Tánatos me advirtió, por un instante todo sucedió tal y como había ocurrido originalmente. Los titanes y titánides escapamos, y con la ayuda de nuestra madre, obligamos a Urano a quedar reducido a su forma humana, sellando su divinidad y haciéndolo mortal por un breve lapso de tiempo. 

Lo castré sin miramientos, deleitándome con el grito de dolor que escapó de sus labios, mientras su sangre, mezclada con el agua de un río cercano, hacía que Afrodita, la diosa del Amor y la Belleza naciera. 

Pero en aquel instante, eso no importaba. Por un lado mis seis hermanos, y por el otro mis hermanas, aferraron y contuvieron a Urano usando sendas sogas atadas a sus extremidades, a medida que su cuerpo mutilado se hundía en la tierra que había osado profanar. 

— ¡Es el momento de acabar con esto! — grité, siendo ovacionado por mis hermanos. — Padre, de hoy en adelante un nuevo mundo va a surgir, ¡y tú ya no formarás parte de él! — bramé, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. 

Y justo cuando alcé la guadaña, listo para hundir la hoja en su podrido corazón, todos mis recuerdos regresaron. Detuve el filo a tan solo unos centímetros de su piel, siendo consciente de que todo cuanto veía, no era más que una ilusión. Una de lo más realista. 

— ¿Qué haces Cronos? ¡Acaba con él! — me ordenó Hiperión. 

Negué con la cabeza, retrocediendo y dejando caer mi arma. Deseaba hacerlo, quería volver a matarlo, una y otra vez. Se lo merecía por todo cuanto nos había hecho sufrir. No obstante, aquello no quitaba el hecho de que era mi padre. Podía odiarlo o desterrarlo de mi vida... Pero asesinarlo era un crimen inconcebible. 

— No lo haré — afirmé, saboreando cada una de mis palabras. 

Y solo en el instante en que las pronuncié, me di cuenta de su importancia. Por fin, pude dejar de lado ese odio que me había definido desde mi nacimiento, que había arruinado mi infancia y mi juventud.

En paz, peiné el área con la mirada, tratando de ubicar la salida de la que Tánatos me habló. Sin embargo, ante mis ojos solo había una vasta extensión de tierra desnuda y fértil, que alcanzaba hasta los límites de mi vista. 

— Cronos, ¡no podremos contenerlo mucho más tiempo! — me gritó Tetis, a medida que Urano recuperaba todo su poder divino. 

En pocos instantes, emergió del lodo que lo aprisionaba, liberándose del agarre de mis hermanos. Antes de que pudiera hacer nada, el dios renunció a su forma corpórea para transformarse en una ominosa galaxia. Un Big Bang en miniatura se produjo dentro de él, y centenares de estrellas y cuerpos celestes surgidos del vacío se expandieron en distintas direcciones, destruyendo todo a su paso. 

Los cuerpos de cada uno de mis familiares se desintegraron, mientras que Gea se resquebrajaba hasta quedar irreparablemente herida. 

— ¡NO! — grité, alzando mi guadaña contra mi padre. 

Pero ya era tarde. Todos habían muerto, y un enorme cráter era el único vestigio que de ellos restaba. Habían ardido hasta los huesos. Los lamentos de mi madre resonaron en el aire, junto con su último aliento y reproche. 

— ¿Por qué nos traicionaste hijo? Yo tenía fe en ti... — musitó, antes de acabar muriendo. 

Grité de impotencia, mientras el azul del cielo se resquebrajaba, dando paso a la profunda oscuridad del universo y las estrellas, que comenzaron a consumir los fragmentos de una Tierra muerta. 

— Quieres vengarte, ¿verdad? — preguntó Urano, con un deje burlón en su voz. 

Al alzar mi mirada, me di cuenta de que él seguía ahí, en su forma corpórea, apenas a unos metros de mí. Me observaba con altanería y prepotencia, cargando entre sus brazos la forma física del cadáver de Gea. 

— Era tan hermosa... — continuó él, mientras acariciaba su cabello y besaba con locura sus labios muertos.

La ira afloró en mi interior, inundándolo todo al ver semejante estampa. No podía soportarlo. Si bien solo se trataba de una ilusión, era demasiado doloroso. Iba a acabar con él, aunque fuera lo último que hiciera. 

Y justo entonces, una puerta se materializó detrás de mí.

Jadeé por la incertidumbre, alternando mi mirada entre la figura de mi padre muerto, y la salida que debía conducirme de nuevo a la vida. Urano, por su parte, dejó caer el cuerpo de mi madre, y comenzó a pisotear su cabeza. 

— ¡No eres más que un cobarde! ¿Vas a permitir que profane el cuerpo de Gea así? ¿No vas a hacer nada? — me interrogó, entre risas cargadas de histeria.

Alcé el filo de mi guadaña, y embestí contra él. Mi padre no se movió ni un solo centímetro, como si esperara mi golpe. Y fue esto lo que me hizo detenerme. 

— Si te toco un solo pelo la puerta se cerrará, ¿no es cierto? — lo interrogué, apretando los puños con fuerza. 

Él asintió. 

— Efectivamente... Un solo corte y quedarás atrapado por la eternidad — afirmó, sonriente. — Sin embargo, seamos sinceros. Siempre fuiste el más maquiavélico y retorcido de mis hijos. La viva encarnación del mal — continuó, haciendo que me cubriera los oídos con las manos. 

— ¡Cállate!

Pero él siguió. 

— Nunca pudiste controlar tus emociones, y ahora no va a ser la excepción. ¿No lo entiendes? Tú eres el primer movimiento de un engranaje eterno. Me asesinaste, y Zeus hizo lo mismo contigo. Y de no haberlo impedido, a tu hijo le habría sucedido lo mismo. ¡Acepta tu papel en la historia Cronos! — bramó, tomándome de las muñecas, y posicionando el filo de mi arma a escasos centímetros de su cuello. — ¡Vamos! Es solo un cortecito... ¿No te gustaría entregarte al placer de la venganza?

Negué con la cabeza, mis ojos completamente desorbitados. No podía seguir con esto. Me moría de ganas de acabar con él... Pero si lo hacía jamás volvería a ver a pisar el Olimpo. Tampoco a ver mis hijos o hermanos. 

Ni a Félix. 

— ¡Acepta el destino que las estrellas te habían preparado! ¡Asesíname! — me ordenó mi padre, dándome una bofetada. Sin saber que yo ya había tomado mi decisión.

No le dirigí la palabra. Simplemente dejé caer el arma, y me di la vuelta, alejándome con pasos tambaleantes. La voz de Urano resonó tras de mí, llamándome, instándome a volver para que acabara con él. 

Mi respuesta fue contundente. 

— Si tanto deseas morir, entonces mátate tú mismo — le contesté, dejando que la frialdad impregnara mi voz. 

La calma me llenó en el preciso instante en que coloqué mi mano sobre el tirador de la puerta, y la empujé suavemente, cruzando el umbral. Por fin había cerrado un capítulo de mi vida que jamás debió abrirse. 

Y gracias a eso, ahora me sentía afortunado. Un burbujeo cosquilleó en mi pecho, a medida que observaba cómo Félix abría sus ojos. De inmediato, una cálida sonrisa se dibujó en sus labios mientras se desperezaba. 

— Conque observándome mientras duermo, ¿eh? — inquirió, propinándome un ligero y juguetón codazo en el hombro. — Voy a pensar que eres un acosador Cronos...

Su sentido del humor logró que la alegría floreciera en mi rostro. 

— Buenos días a ti también — le susurré al oído, para de inmediato pasar a besarlo en los labios. 

El chico me correspondió con suavidad, profundizando nuestro beso, haciendo que se prolongara lenta y apasionadamente. Cuando finalmente nos separamos, jadeantes y ligeramente ruborizados, envolví su cuerpo entre mis brazos, y Durand recostó su cabeza sobre mi pecho desnudo, escuchando los latidos de mi corazón. 

Fue un momento que se me antojó mágico. Los dos, aislados del mundo y de todos los problemas que nos rodeaban, tras nuestra primera noche juntos. Me entraron ganas de congelar el tiempo justo en ese instante, a fin de permanecer allí por toda la eternidad. 

De improvisto, toda mi felicidad se desvaneció, cuando la realidad caló en mí. Rompí el abrazo que me unía a Félix, y me senté en la cama, intentando poner distancia. 

— ¿Qué te pasa? — me preguntó dulcemente, apoyando su cálida mano sobre mi mejilla.

— N-no lo sé Félix — respondí, con un suspiro y un breve tartamudeo (causado por su cercanía) — Es solo que, ¿qué vamos a hacer ahora? Lo nuestro no puede ser...

El chico que amaba se sentó detrás mía, y comenzó a darme un masaje en la espalda para tranquilizarme. 

— ¿Lo dices por Carlos? Ya te lo dije... Ayer corté con él. Se acabó — afirmó, sin duda alguna en su voz. 

Y aunque debo admitir que sus palabras me tranquilizaron bastante, seguí protestando débilmente. 

— Pero yo soy un titán inmortal, y tú solo un humano... Al final, acabaremos separándonos — contraataqué. 

El joven se limitó a encogerse de hombros. 

— Yo te quiero Cronos. Te lo dije anoche, y te lo vuelvo a decir ahora. Eres lo más importante para mí... Y aunque nuestro romance esté destinado a acabar, quiero pasar lo que me resta de vida a tu lado. 

Sus palabras lograron acelerar mi corazón hasta desbocarlo. El rubor trepó hasta mis mejillas, a medida que mi resistencia se empezaba a derretir ante los encantos, el amor, y la pasión que sentía por él. Me mordí el labio antes de pronunciar las siguientes palabras. Era mi última baza, un recurso que habría preferido no usar, por miedo a herir a Félix. 

No quería hacerlo. Deseaba salir con él, disfrutar de nuestro tiempo juntos hasta su muerte. Pero eso sería muy egoísta por mi parte. Estaría aprovechándome de él, impidiéndole llevar una vida humana corriente, sumergiéndolo en un mundo en que su vida peligraría a cada segundo. 

Y la sola idea de perderlo me resultaba inconcebible. 

— Pero Carlos es tu alma gemela. Al final acabarás con él, y no conmigo, lo quieras o no. Él es tu destino — dije fríamente, pese a que mi pecho se desgarró de dolor al ser consciente de la verdad en mis palabras. 

Sin embargo, no ocurrió lo que había anticipado. Félix no se apartó de mí, ni tampoco se echó a llorar, me expulsó de su habitación, o llamó al pelirrojo para reconciliarse con él. Al contrario, me hizo volverme suavemente, nuestros rostros solo separados por un par de centímetros. 

— Tú eres mi alma gemela — susurró sobre mis labios, para acto seguido volver a besarme. 

Mientras su cuerpo caía sobre el mío, y su boca me reclamaba con fiereza, no me avergüenza admitir que toda mi resistencia se vino abajo. Perdí por completo la noción de la realidad, sucumbiendo ante el amor ardiente que desbordaba mi pecho. 

Y por primera vez en toda mi existencia, fui verdaderamente feliz. 

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