Capítulo 37: Las Tres Puertas
09:02 A.M, miércoles día 16 de septiembre, año 2023.
Cronos:
— Y dime, Señor del Tiempo, ¿cuál es tu elección? — me interrogó Tánatos.
Su rostro infantil me observaba con una curiosidad mal disimulada, que destellaba en sus ojos plateados. La deidad estaba plantada frente a mí, mientras aquel extraño reloj flotaba justo sobre su cabeza. Los agudos y chirriantes gritos de los condenados se encargaban de llenar el silencio que flotaba entre nosotros.
— ¿Mi elección? — respondí, de forma cautelosa.
El dios de la Muerte no violenta respondió con una risa traviesa, y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas.
— ¿Acaso no conoces cómo funciona esto? — inquirió, alzando una de sus poco pobladas cejas.
Balbuceé un par de cosas sin sentido, sin saber muy bien qué responder. Al igual que me sucedía con el Infierno, no tenía ni la más remota idea del funcionamiento del Purgatorio. Siendo sinceros, nunca me había planteado la idea de morir. De hecho, teóricamente era imposible que lo hiciera. O lo había sido hasta que empezó toda esta locura.
Tánatos continuó riéndose, hasta el punto de enjugarse una lágrima de su moflete regordete.
— ¿Qué es tan gracioso? — le increpé, sintiendo mis mejillas enrojecer.
El dios le quitó importancia con un gesto de la mano, mientras se esforzaba por serenarse.
— Perdón, perdón... Es que, para ser el supremo regidor del Universo, no pareces saber gran cosa sobre la vida, la muerte o el Más Allá. Me sorprende, es todo. Te imaginaba... Diferente — afirmó, sin el menor rastro de odio o cinismo en sus ojos.
No intentaba humillarme, ni tampoco avergonzarme. Hablaba sinceramente, con el corazón en la mano. Y eso, sin saber por qué, me hizo sentir aliviado. Como si me encontrara en presencia de un amigo.
— ¿Pensabas que sería un gigante descomunal, con una guadaña en una mano, y un reloj en la otra? — bromeé, casi sin ser consciente de lo que hacía.
Tánatos asintió con la cabeza, mientras carraspeaba sonoramente.
— Bueno, ya está. Me calmo — dijo, sin poder contener una sonrisa de oreja a oreja.
Paseé la mirada por aquella extraña cámara, sin saber muy bien cómo proceder... Era un enclave bastante curioso. No obstante, ahora me sentía más libre, como si aquella fugaz risa compartida, y la amabilidad e inocencia de Tánatos hubieran quitado hierro al asunto. Por eso, me arriesgué a lanzar una pregunta.
— ¿A qué te referías con mi elección? — quise saber, sintiendo un ligero cosquilleo en el estómago.
La deidad suspiró, señalando la clepsidra de negra arena que estaba suspendida en el aire.
— Muy bien Cronos, ahora viene la parte desagradable — comenzó, haciendo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal. — Este reloj indica el tiempo que te queda de vida. Es decir, una vez se consuma, tu cuerpo y alma se separarán irremediablemente, y tu mente quedará atrapada en mi Purgatorio, junto con los demás — explicó, señalando con tristeza a las almas que estaban siendo torturadas tras de mí.
Tragué saliva, sintiendo cómo el miedo arraigaba en mi pecho.
— ¿Q-qué les pasa?
Tánatos sonrió con melancolía. Era extraño ver tanto dolor en el rostro de un niño tan joven.
— Estos pobre diablos no pudieron escoger a tiempo, y ahora están condenados a sufrir un tormento atroz: Sus identidades se irán descomponiendo en miles de fragmentos, cayendo a la memoria colectiva de las personas. Vivirán por siempre, fragmentados y confusos, dentro de los cuerpos y mentes de otros humanos — proclamó.
Un estruendo reverberó por toda la cámara, como una especie de alarma. Al despegar mi mirada de los ojos del dios, fue como si un jarro de agua fría cayera sobre mí. La arena de la esfera superior estaba a punto de consumirse, habiendo llegado a su límite.
— Te queda un minuto de vida Cronos. Debes escoger ya — me apremió Tánatos, señalando las tres puertas situadas tras de él. — Estas son las Tres Puertas de la Salvación... ¡Apresúrate y cruza una de ellas!
Confuso, negué con la cabeza.
— Pero, ¿adónde conduce cada puerta? No puedo simplemente atravesar una y ya. Necesito saber...
Pero Tánatos me interrumpió.
— ¡No hay tiempo! Ya solo restan treinta segundos. Pasado este período, las tres se cerrarán permanentemente, y no podré seguir ayudándote. Te lo suplico Cronos... No quiero ser el responsable del sufrimiento de nadie más. Solo deseo ayudar a las almas de los difuntos a partir en paz al Infierno — confesó, su voz teñida de una profunda amargura y frustración.
Sin estar seguro de si iba a funcionar, extendí mis manos hacia la clepsidra, invocando mi poder de manipulación del tiempo. Casi al instante, la fantasmagórica figura de un reloj se materializó en el aire, con sus agujas prácticamente detenidas.
— Impresionante — musitó la deidad. — Sin embargo, sabes tan bien como yo que esto solo es una solución provisional. Los diez segundos que te quedaban ahora se han tornado en minutos...
— Y eso debería darte el tiempo necesario como para explicarme en qué consiste cada una de estas Tres Puertas — rematé.
El dios asintió, sabiendo que cada instante podía definir mi eternidad.
— Bien, en ese caso, escúchame atentamente...
En resumen, este Purgatorio formaba parte los dominios de Tánatos, el hermano mayor de Eris. Esta deidad había desempeñado diligentemente su papel en el sistema divino, hasta que se produjo un desafortunado suceso que marcó un punto de inflexión en su vida.
En la Era Mitológica, el que era considerado como el más astuto de los mortales, Sísifo, le tendió una trampa. Logró encadenarlo a un peñasco junto al mar, y lo retuvo a lo largo de dos siglos. En ese tiempo, ningún ser humano, por más anciano o enfermo que estuviera, pudo morir. Tras este horrible trauma, su actitud cambió bruscamente.
— En el tiempo que pasé apresado, atado a aquel acantilado, me percaté de una gran verdad — relató la deidad. — Nosotros, los dioses, hemos impuesto desde el inicio de los tiempos un orden cósmico y existencial... Sin pararnos a considerar cómo nuestras acciones influirían en los humanos.
— ¿De qué hablas? — lo interrogué.
El dios volvió a esbozar otra sonrisa triste.
— Como bien sabes, tras la traición de Remiel, yo me convertí en el encargado de guiar a los muertos al Meikai. No podía comprender por qué la muerte asustaba tanto a los humanos... Pero cuando Sísifo me encadenó, y selló mi divinidad, experimenté ese miedo, esa agonía. El mismo héroe se dio cuenta, y se apiadó de mí, alimentándome cada día, y dándome de beber para no dejarme morir. Se ocupó de limpiar y desinfectar cada una de mis heridas, y de traerme mantas cuando el frío era insoportable.
Pero eso... No era posible. Sísifo siempre había sido considerado como un humano egoísta y avaricioso, capaz de engañar a la misma Muerte para obtener la inmortalidad. Semejantes acciones piadosas no parecían propias de él.
Como si hubiera leído mis pensamientos, Tánatos continuó.
— Tras mi liberación, tomé una decisión. La muerte forma parte del destino de cada ser vivo que habita en este Universo. Sin embargo, podemos escoger cómo la afrontamos... Sísifo me dio el valor para recibir la muerte con los brazos abiertos, y yo decidí que devolvería el favor a cada una de las almas que aquí llegaran. Por eso me distancié del resto de Olímpicos, renuncié a mis privilegios, y creé este lugar.
Me quedé boquiabierto al comprender la nobleza de aquel con el que estaba hablando. Este dios... Había dejado todo atrás. Consiguió lo que yo, que había observado a la humanidad desde su nacimiento, seguía sin poder lograr: Comprendió la condición humana, y decidió cambiar para ser una mejor Muerte.
Era admirable.
— El tiempo se acaba... Estas son las Tres Puertas de la Salvación — anunció, dirigiendo su mirada hacia el trío de grandes compuertas de doble hoja.
La primera de ellas era completamente negra, labrada en puro ébano. Sus relieves representaban escenas de caos y agonía, y contaba con diminutos seres humanos grabados en distintas posturas que parecían sugerir angustia o rendición. Las personas resultaban diminutas en comparación con la profunda oscuridad de la puerta. Una luna nueva estaba grabada en lo alto de su marco.
— Esta es Sunyata, la Puerta del Vacío Infinito. Si cruzas su umbral, serás testigo de la insignificancia divina y mortal, en comparación con la vastedad del Universo. Es un reflejo de la angustia existencial, de la contingencia de nuestras elecciones y la fugacidad de nuestras propias vidas. Arrojarte por ella te dará paz por unos segundos, pero te conducirá al Infierno casi de inmediato.
La segunda compuerta, a diferencia de la primera, resplandecía vigorosamente. Estaba tallada en pura plata, bañada en patrones geométricos de cobre y estaño. Cada una de sus hojas estaba adornada con una luna creciente, símbolo de renacimiento y prosperidad.
— Ahora tu vista está fija en Animitta, la Puerta de la Verdad y la Revelación. Cruzarla te permitirá revivir un momento de tu vida, a tu elección, y comprender todas las verdades que yacían ocultas tras las apariencias. Podrás comprender los verdaderos sentimientos de un ser querido, o los motivos ocultos tras una traición. Una vez estés preparado, podrás partir al Meikai.
Por último, la tercera resplandecía con un aura ominosa. De vivo color carmesí, daba la impresión de rezumar sangre. El solo verla me hizo retroceder, mudo de espanto, a medida que formas vagamente humanas se retorcían en su marco, atrapadas en él. Sus grabados representaban todo tipo de atrocidades: Masacres, culto a entidades demoníacas, escenas de soberbia y lujuria. Una luna llena tallada en rubí, resplandecía en lo alto, como un centinela silencioso.
— Finalmente, Apranihita, la Puerta de la Pérdida de Deseos. Esta es la prueba más dolorosa de las tres que te presento, mas te permitirá despojarte de todas tus emociones y apegos, y partir al inframundo habiendo alcanzado la Iluminación. Diseñada y construida por el mismo Hades, jugará con tu cordura y te hará sufrir emocionalmente hasta límites inimaginables.
— ¿Cómo? — me atreví a formular.
La mirada de Tánatos se tornó sombría.
— Esta Puerta te conducirá a cuatro situaciones, ya sean pasadas o futuras, en las que tus mayores deseos se cumplieron. Por un fugaz instante, perderás la memoria, y revivirás ese momento exacto. Luego, la recuperarás, y deberás renunciar a lo que sea que hayas obtenido antes de que la salida se desvanezca. Si no lo logras, quedarás preso por la eternidad, como las almas que observas.
Mis ojos se abrieron de forma desmesurada.
— ¿Por qué Hades construiría una atrocidad semejante? — cuestioné, sin terminar de creer lo que acababa de oír.
El dios del Infierno, pese a contar con una desmerecida fama despiadada, era probablemente el más inmaduro de mis hijos. Es cierto, regía el Meikai, pero lo hacía por una cuestión de justicia. Desde las sombras, encadenado en el Tártaro, pude seguir cada uno de sus movimientos, cada paso que dio con el propósito de hacer que los mortales pagaran por sus crímenes cometidos en vida. Él no era una mala deidad.
A modo de respuesta, Tánatos se encogió de hombros.
— Si mal no recuerdo, en esa época tu hijo siguió tus pasos Cronos — replicó el dios.
Me quedé mirándole, sin entender nada. Él se limitó a negar con la cabeza, observándome con su traviesa y triste sonrisa.
— Esta Puerta se erigió en la época en que tu hijo contrajo matrimonio con Perséfone. Y sabes muy bien que ese fue el desencadenante que provocó que su querida Nix se alejara de él. ¿Acaso no es lo mismo que tú hiciste? Una boda sin amor, motivada por el honor. ¿Debo recordártelo titán del tiempo?
Me limité a negar con la cabeza. Me acordaba demasiado bien de mi enlace con Rea.
— Pero no es tiempo de cotilleos. Ahora dime, ¿qué Puerta escogerás?
Dejando de lado mis pensamientos hacia el matrimonio incestuoso que contraje con mi hermana, observé las tres salidas, sumido en una especie de trance. Lo que estaba claro era que, sin importar qué vía tomara, acabaría muerto de igual forma. Ninguna de aquellos umbrales me conduciría a la vida...
Prometeo me había engañado.
Tánatos lo había dejado muy claro. Aquel era un lugar de arrepentimiento y absolución, una vía para alcanzar la plenitud espiritual, y poder encarar con dignidad y templanza el Infierno. Por un segundo, valoré la posibilidad de arrojarme por Sunyata. Conocía el vacío e infinitud del universo de sobra (no en vano lo había gobernado), por lo cual no supondría ningún reto para mí.
Simplemente saltaría, llegaría al Meikai, y todo habría terminado.
Me encaminé hacia la Puerta, y posé la mano en su hoja entreabierta, sintiendo cómo un frío helador me penetraba hasta los huesos.
— ¿Es esa tu elección final? — musitó la Muerte, con un ligero tono de decepción.
De pronto, el brillo plateado de Animitta atrajo mi mirada. Si lo que Tánatos había dicho era cierto, esta vía me permitiría conocer la verdad oculta tras un suceso clave de mi vida. Al fin podría saber por qué mi hijo Zeus decidió liberarme tras siglos de cautiverio en el Tártaro, e incluso lo que me iba a decir en el instante en que Tártaro y Nix irrumpieron en el Olimpo.
Vagué hasta su umbral, y un cosquilleo de placer recorrió todo mi cuerpo cuando mi piel entró en contacto con su resplandeciente superficie.
Tenía la posibilidad de averiguar tantas cosas... Sin ir más lejos, de resolver la duda que me atormentaba. Félix... ¿Le gustaba? De haber seguido en la Tierra, ¿podríamos haber tenido un futuro juntos? ¿Haber sido felices?
— Te quedan dos minutos Cronos — me informó el dios, con expresión tensa.
Me volví hacia él, decidido.
— He tomado mi decisión Tánatos. Yo voy a cruzar... — comencé.
Pero no pude terminar la frase, porque justo en ese momento, una hoguera brotó del mismo suelo, a escasos centímetros de Apranihita. Y con ella, resonó la voz de Prometeo.
— Si quieres vivir Cronos, toma esta Puerta — proclamó, con gran solemnidad.
Antes de que pudiera decir nada, el dios de la Muerte no violenta me tomó del brazo.
— Cronos, este es el Purgatorio. Tú y solo tú debes escoger qué camino elegir. No dejes que tu sobrino te enrede en otro de sus retorcidos juegos — me susurró al oído.
Sin embargo, no tenía elección. Prometeo había dictado sentencia, y en estos instantes mi vida le pertenecía. Él era el único capaz de hacerme regresar a la Tierra.
— Me temo que esta es la única vía que puedo elegir Tánatos... Supongo que era mi destino desde el principio — le comenté, intentando emplear un tono ligero y resuelto.
Pero lo cierto es que estaba muerto de miedo. Por cómo la había descrito el dios, tras aquella compuerta me aguardaba una cámara de tortura sofisticada e implacable, capaz de despedazarme emocionalmente. Y diseñada por mi propio hijo.
— Si es tu decisión, no seré yo quien te impida ejecutarla... Solo recuerda que, si logras sobrevivir, y alguna vez necesitas hablar con alguien, yo estaré ahí para escucharte. Ven a verme siempre que quieras — me aseguró, con una cálida e infantil sonrisa.
Sin más dilación, me encaminé hacia Apranihita, y abrí ambas hojas de un empujón. Lo único que me aguardaba al otro lado era una niebla espesa, una especie de bruma inconsistente y ominosa al mismo tiempo.
— Y Cronos — me interrumpió la Muerte, justo cuando estaba a punto de cruzar.
Me volví hacia él.
— Debo darte las gracias... Salvaste a mi hermanita pequeña de una muerte segura. Si la vuelves a ver, por favor te pido que te disculpes con ella en mi nombre. Dile que no era mi intención abandonarla. ¿Harías eso por mí? — me suplicó.
Asentí, y con un gesto de la cabeza me despedí de aquella bondadosa deidad. Sin más dilación, atravesé el umbral de la Puerta, listo para enfrentar cualquier desafío que fuera lanzado sobre mí.
***
Nota del autor: Os adjunto cuatro posibles imágenes del personaje de Tánatos... ¿Qué os parecen? ¿Os lo imaginabais así? ¡Os animo a decir cuál es vuestra preferida en comentarios, y muchas gracias por leer!
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